Presbítero romano del s. III, exegeta, apologista e historiador de extensa
producción, antipapa y mártir.
Vida. Es uno de los personajes importantes de la antigüedad
cristiana de perfiles biográficos más oscuros y confusos. Sólo a partir
del s. xix empieza a delinearse su figura histórica. No es romano de
nacimiento, sino hombre venido del Oriente, posiblemente de Alejandría:
piensa y escribe en griego, conoce bien la filosofía helénica y los
misterios griegos, y su postura teológica sobre eJ Logos demuestra su
formación alejandrina (V. ALEJANDRÍA Vi). Debió de llegar a Roma durante
el pontificado de Ceferino (199-217) y perteneció como presbítero a la
iglesia local romana. Si, como afirma Focio (Bibl. Cod. 121: PG
103,401-403), fue discípulo de S. Ireneo (v.), habría participado del celo
de su maestro por la defensa de la tradición contra las herejías. Atacó
vigorosamente el modalismo (v.) trinitario de Noeto y Sabelio, extremando
su postura hasta acercarse a un subordinacianismo (v.) diteísta. Por causa
de esto se enfrentó con el papa S. Calixto I (217-222), que mantenía una
postura media entre el modalismo sabeliano, que condenó, y el
subordinacianismo de H. Pero, sobre todo, su actitud rigorista en la
disciplina penitencial (v. PENITENCIA ti) le convirtió en enemigo acérrimo
de Calixto y le llevó a constituirse en cabeza de un grupo disidente.
Parece que fue elegido obispo de Roma por un reducido círculo, llegando
así a ser el primer antipapa. Continuó en su postura cismática durante los
pontificados de Urbano I (222-230) y Ponciano (230-235). Durante la
persecución de Maximino Tracio fue desterrado junto con Ponciano a
Cerdeña, y parece que en el destierro se reconcilió con la Iglesia,
muriendo mártir ca. 235. El papa Fabián (236-250) hizo trasladar los
cuerpos de ambos a Roma, enterrando a Ponciano en la cripta papal de S.
Calixto y a H. en el cementerio de la vía Tiburtina, que aún lleva su
nombre. La Iglesia celebra la fiesta de los dos mártires el 13 de agosto.
Hay, con todo, motivos para pensar que exista una confusión con otro
Hipólito, también presbítero y mártir, de Porto, cerca de Roma. Y, según
un discutible estudio de P. Nautin (Hippolyte et Josipe, París 1947), es
posible también otra confusa interferencia con un tal Josipo, a quien este
autor asigna la estatua encontrada en 1551 en las ruinas de una iglesia
junto a la catacumba de Hipólito. Esta estatua, sin embargo, a juicio
probabilísimo de los especialistas, representa a H. y lleva grabado en su
base un catálogo casi completo de sus obras; se conserva en la Biblioteca
Vaticana.
San Jerónimo (De viris illustribus, 61) y Eusebio (Hist. eccl. VI,20
y 22) llaman a H. obispo, pero ignoran su sede. Otros le atribuyen sedes
diversas: Roma, Porto, Bostra en Arabia... El papa S. Dámaso (366-384),
conociendo que algo equívoco existía en la vida de H., en una inscripción
sobre su tumba lo pone como discípulo de Novaciano (ca. 251; v.), al no
conocer posiblemente un cisma romano anterior. Sin duda, la posición
equívoca de H. como jefe de una comunidad disidente es lo que explica las
fluctuaciones y confusiones de la tradición. Con todo, . desde muy pronto
aparece citado por gran número de escritores de Oriente como exegeta y
teólogo de gran autoridad.
Obras. Dan listas de ellas S. Jerónimo y Eusebio (o. c.) y la
inscripción en la base de la estatua romana. Su condición de cismático, su
cristología heterodoxa y el haber escrito en griego explican el olvido
temprano de él en Occidente y que se conserven poquísimas obras en su
versión original. En cambio, su prestigio en Oriente hizo que pervivieran
muchos de sus escritos en versiones, al menos fragmentarias, en siriaco,
copto, árabe, armenio, eslavo, etc. Los trabajos de Nautin han suscitado
una controversia, aún no zanjada, sobre la autenticidad hipolitana de tres
obras: Los Philosophumena, Sobre el Universo y la Crónica, que él atribuye
al tal Josipo, personaje desconocido, que sería el verdadero antipapa y el
personaje representado en la estatua. Esta tesis no es aceptada por la
mayoría de los estudiosos, aunque tampoco ha sido definitivamente
refutada.
1) Exegéticas. H. comparte con Orígenes su interés por la S. E.,
utilizando también, aunque más sobriamente que éste, el método alegórico
alejandrino. De sus numerosos comentarios tenemos escasos restos. Entre
ellos: Coment. sobre el Cantar de los Cantares, en el que la Esposa y el
Esposo son la Iglesia y Cristo, o también el alma enamorada de Dios y
Cristo; esta interpretación influyó poderosamente en S. Ambrosio y en la
Edad Media; Coment. sobre Daniel, probablemente el primer tratado
exegético de la literatura cristiana (ca. 204); consta de cuatro libros,
de los cuales el primero es un comentario al pasaje de la casta Susana, en
quien el autor ve prefigurada la Iglesia, Esposa de Cristo, perseguida por
dos pueblos, judíos y paganos; Coment. sobre las bendiciones de Isaac,
facob y Moisés, exégesis tipológica de Gen 27 y 49, y Deut 33; Homilía
sobre los Salmos, que incluye un comentario sobre los salmos en general, y
sobre Ps 1 y 2 en particular; Historia de David y Goliat, homilía sobre 1
Reg 17.
2) Apologéticas. Agrupamos aquí las obras que son fruto de la
preocupación de H. por la pureza de la tradición apostólica, en su doble
vertiente doctrinal y de práctica litúrgica.
a) Escritos dogmáticos y antiheréticos. Syntagma o Contra las
herejías, escrita en el primer periodo de su vida, es un catálogo de 32
herejías aparecidas hasta . su tiempo; sólo se conserva la parte final
sobre la herejía de Noeto. Philosophumena o Refutación de todas las
herejías: consta de diez libros, de los cuales durante mucho tiempo sólo
se conocía el primero, atribuido a Orígenes (cfr. PG 13,3). No se han
encontrado aún los lib. 2-3; los lib. 4-10 fueron hallados en 1842 en un
códice griego del s. xiv en el Monasterio del Monte Athos (v.). En el
contenido y método sigue a S. Ireneo. Los lib. 1-4 tratan de los diversos
errores de la filosofía y religión paganas; los 5-9 impugnan sobre todo
los sistemas gnósticos, relacionándolos con los sistemas paganos de la
primera parte. El lib. 10 es un resumen de todo y una exposición sintética
de la verdadera fe. Constituye una fuente importante para la historia del
gnosticismo (v.). Sobre el Anticristo: pretende que no se identifique el
Anticristo con Roma (que es sólo el cuarto poder de la visión de Dan 2 y
7), haciendo ver que su venida no es inminente. Existen noticias de otras
obras doctrinales que se han perdido, así: Sobre el Universo, Contra la
herejía de Artemón (de autenticidad dudosa; fragmento en Eusebio, Hist.
Eccl. V,28), Sobre la Resurrección (atestiguada por S. jerónimo y la
estatua), Exhortación a Severina, Contra Marción, Sobre el Evangelio de
Juan y el Apocalipsis (en que defiende la doctrina del Logos), Contra Gayo.
b) La Traditio Apostolica. Se trata de una constitución eclesiástica
(la más antigua después de la Didajé, v.) que traza las normas y fórmulas
más importantes para la colación de las órdenes sagradas, las funciones de
los ministros, la administración del Bautismo y la celebración de la
Eucaristía. No es un ritual o sacramentario, sino una norma ideal o
criterio de tradición apostólica en materia de ordenación litúrgica. Su
autenticidad es hoy indiscutida. Es posible que, en su inspiración, sea de
origen oriental, como H. mismo, pero presenta también el uso romano (p.
ej., la doble unción posbautismal: B. Botte, o. c. en bibl. 51-53). Se la
consideraba perdida hasta que en 1916 R. H. Connolly demostró que la
Constitución de la Iglesia egipcia no era sino la versión etiópica y copta
de la Traditio Apostólica de H. Es un documento de excepcional importancia
como fuente litúrgica de la Iglesia primitiva. Forma el núcleo de una
serie de constituciones eclesiásticas orientales, tanto antioquenas como
alejandrinas, a través de las cuales se ha logrado con éxito reconstruir
el texto original.
Entre esos documentos derivados se encuentran: a) las Constituciones
Apostólicas (v.); en concreto hay indicios claros de esa dependencia en el
libro VIII. b) Existe también en Epítome del lib. VIII de las
Constituciones Apostólicas (ed. F. X. Funk, Paderborn 1905); el título
Epítome se presta a confusión, ya que no se trata de un resumen, sino de
una serie de extractos de la obra de H.; no se puede determinar con
exactitud la fecha y el lugar de origen, pero debió de hacerse poco
después de la aparición de las Constituciones Apostólicas. c) El
Testamento de Nuestro Señor (ed. 1. E. Rahmani, Maguncia 1899); es
la-última de las constituciones eclesiásticas propiamente dichas, en la
que el autor emplea la obra de H. añadiendo otras dos fuentes; escrita
hacia el s. v originalmente en griego, sólo existe hoy día la versión
siriaca, publicada por Rahmani, con una traducción latina. d) los Cánones
de Hipólito (ed. Coquin, Patrologia Orientalis 31,2, París 1966); es una
redacción relativamente tardía y poco hábil de la obra de H., hecha
probablemente en Siria ca. el 500; nada queda del original griego; en
cambio, se conserva una versión árabe y otra etiápica.
Se ve la difusión que tuvo en Oriente la obra litúrgica de H., que
en nuestros días ha aportado interesantes datos para la profundización de
la teología del episcopado. En el prólogo se refiere el autor a otro
escrito suyo, De charismatibus (Sobre los carismas), título que aparece
también en la estatua y que, desarrollado en dos capítulos, precede
inmediatamente al texto de la Traditio en las Constituciones Apostólicas y
en el Epítome.
3) Tratados cronológicos. En la lista de obras grabadas en la
estatua romana encontramos una titulada Determinación de la fecha de la
Pascua, citada también por Eusebio: se trata de un cómputo pascual
establecido por H., del que aparecen unas tablas grabadas en la misma
estatua. La Crónica, compuesta en 234, es una historia del mundo desde la
creación. Según ella, habían transcurrido 5.738 años de los 6.000 que
habría de durar el mundo, y, por tanto, no era inminente el juicio final.
Esta obra incluye también el Stadiasmos, especie de guía de navegación con
las distancias en estadios entre Alejandría y España con sus puertos
intermedios.
4) Homilías. Aunque es difícil discernir claramente entre obras
exegéticas y homiléticas, además de las reseñadas en el primer apartado,
son notables: Sobre la Pascua (Eusebio, Hist. eccl. VI,22,1), atribuida en
tiempos al Crisóstomo (PG 59,375-746), después a H. por Ch. Martin en
1926, y recientemente probada su inautenticidad por Nautin (Homélies
pascales, I: Una homélie inspirée du traité sur la Páque d'Hippolyte,
Sources Chrétiennes, 27, París 1950). Es cierto, sin embargo, el influjo
principal de la obra perdida de H. Sobre la Pascua en esta homilía.
Además: Sobre la alabanza del Señor, nuestro Salvador, 1probablemente
escuchada por Orígenes en Roma el a. 212; Homilía sobre la herejía de
Noeto, que bien podría ser el final de su obra Syntagma; y una
Demostración sobre los judíos, de paternidad muy dudosa.
Doctrina. Las últimas páginas del Philosophumena (X,32-34) contienen
una interesante síntesis del pensamiento teológico de H. Menos profundo
que Orígenes en sus exégesis, heredero de Ireneo en su actitud
antiherética, y menos abierto de mente que los apologistas y los
alejandrinos al considerar la filosofía griega como causa de todas las
herejías, H. ejerció un importante influjo. De su pensamiento importa
subrayar su teología trinitaria y cristológica, que se desarrolla en la
línea de los apologistas Justino (v.), Atenágoras (v.), Teófilo y
Tertuliano (v.), Cayó en un claro subordinacianismo al explicar la
procesión del Logos como en tres fases: antes de la Creación, en la
Creación y en la Encarnación (v.), en la que por fin el Logos es perfecto
Hijo de Dios (Contra Noet. 10-11.15). La soteriología está, por el
contrario, en la más ortodoxa línea de Ireneo con su teoría de la
recapitulación, y concibiendo la redención como una deificación de la
humanidad (Phil. X,33-34; Contra Noet. 17). Su eclesiología (v.) refleja
su temperamento espiritual, su aversión a la herejía y al laxismo moral, y
su fidelidad a la tradición eclesiástica, pero cae en un exagerado
espiritualismo, concibiendo una Iglesia ideal de los solos justos (Com.
Dan, 1,15-17; De Antichr. 49); concibe rectamente la Iglesia como Esposa
de Cristo, que engendra hijos de Dios, para la edificación del Cuerpo
total de Cristo (De Antich. 3-4,65); y delinea la figura visible de la
Iglesia jerárquica, que garantiza con su enseñanza la verdad que trasmite
(Trad. Apost.; v. t. DIÁCONO, 2 y 3). En el tema de la disciplina
penitencial se muestra rigorista, en polémica abierta con Calixto, que
había iniciado un proceso laudable de mayor abertura y comprensión en el
perdón concedido a los pecados de adulterio y fornicación, y autorizando
el matrimonio entre libres y esclavos.
BIBL.: Ediciones: PG 10 y 16,3;
G. BONWETSCH y M. ACHELIS, Die griechisten christtinchen Schrittsteller (GCS),
1 (1897); P. WENDLAND, GCS 26 (1916); A. BAUER y R. HELM, GCS 36 (1929);
M. BRIERE, L. MARIÉS y B. CH. MERCIER, en Patrologia orientalls, 27, París
1954; G. BARDY, Hippolyte. Comment. sur Daniel, en Sources Chrétiennes 14,
París 1947; P. NAUTIN, Hippolyte: Contre les héresies, fragment, París
1949; B. BOTTE, La Tradition Apostolique de S. Hipolyte. Essai de
reconstitution, Münster 1963.
A. J. PETIT CARO.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp,
1991
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