1.Fuentes. Cuatro son los autores principales que se ocupan de él, y los
cuatro son contemporáneos de los hechos que narran: luan de Biclaro (m. ca.
625), en su Crónica; S. Isidoro de Sevilla (m.636; v.), muy brevemente en
sus Historias de los Godos y de los Suevos; el papa S. Gregorio Magno
(m.604; v.), que conoció los hechos a través de peregrinos españoles y no
precisamente a través de S. Leandro, nos cuenta el martirio en sus
Diálogos; S. Gregorio de Tours (m. 594; v.), en su Historia de los
Francos, siendo sin duda su fuente de información la oficial, la llegada a
través de los embajadores y otros canales parecidos. Aunque sean
prácticamente contemporáneos, no por ello coinciden; al contrario,
reflejan puntos de vista diversos, e incluso aparentemente
contradictorios. Por una parte, los dos autores españoles omiten
totalmente toda referencia al aspecto martirial, y, por el contrario,
cargan las tintas sobre el lado político del problema, presentando a H.
como a un rebelde. Lo contrario hace el Papa, que se extiende ampliamente
en la narración del martirio, y pasa por alto la vertiente política. El
Turonense desconoce también el aspecto martirial, limitándose a afirmar
que murió por orden de su padre; detalla minuciosamente el lado político,
y desaprueba expresamente el levantamiento, «por haber ignorado el
desgraciado -escribe- que a quien osa levantarse contra su padre, aunque
éste sea un hereje, le espera el juicio divino»; todo ello con muchos
particulares que los otros dos omiten.
2. Vida. Era hijo del rey visigodo Leovigildo (v.), nacido como
Recaredo (v.) de su primer matrimonio, no sabemos cuándo. Ignoramos
igualmente el nombre desu madre. Su padre se casó otra vez, hacia el a.
570, con la viuda del rey Atanagildo, Goswinda. En 579, H. recibió en
matrimonio a Ingonda, hija de Sigiberto de Austrasia y Brunequilda, hija
ésta del primer matrimonio de Goswinda. Era, por tanto, Ingonda, nieta y
nuera de Goswinda simultáneamente. Ésta, fanática arriana, intentó
convencer a Ingonda que era católica, primero por las buenas y luego
incluso por la fuerza, para que se rebautizara en el arrianismo, sin
conseguirlo. Esta actitud de la reina fue sin duda causa de graves
desavenencias en la familia real; tan graves que, para evitar mayores
males, Leovigildo prefirió alejar a su hijo de Toledo, mandándolo a la
Bética, de la que lo había nombrado gobernador. Pero esta medida se
demostró inútil; más aún, hizo precipitar los acontecimientos.
Efectivamente, una vez en Sevilla, H. terminó abjurando del arrianismo,
persuadido por S. Leandro (v.) y por su propia esposa. Enterado el rey, lo
convoca a Toledo, pero H. se niega a ir. Su conversión era un duro golpe
para la idea del rey de unificar la Península en el arrianismo, intento
proclamado solemnemente en el sínodo arriano del 580. La actitud de H.
equivalía a una declaración de guerra. Por ello, temiendo la reacción de
su padre, se alía con los bizantinos que dominaban en la región
sudoriental de España, y llama en su ayuda a Mirón, el rey de los suevos
de Galicia, que también era católico. Leovigildo baja pronto contra él y
le arrebata Mérida; compra la neutralidad de Bizancio y se dirige hacia
Sevilla, la capital de H. Éste le prepara una emboscada en la fortaleza de
Osser, pero es derrotado; Mirón pacta con Leovigildo, abandonándolo
también, y se vuelve a su reino, donde muere en seguida. Una vez solo H.,
se refugia en su capital, viéndose sometido a un duro cerco. Esta campaña
militar tiene lugar durante el año 583, según el Biclarense, pero Sevilla
no cae hasta el 584. Entonces H. se refugia en Córdoba perseguido por el
rey; allí Recaredo le convence para que se entregue. Ingonda, con el hijo
recién nacido, Atanagildo, había pasado antes a la zona Bizantina,
muriendo pronto en África cuando iban camino de Constantinopla, en donde
quedó el pequeño para su educación.
H. se había entregado con la promesa del perdón, y efectivamente es
llevado primero a Toledo, pero no tarda en ser mandado preso a Valencia.
Por último, durante el año siguiente, 585, un cierto Sisberto lo mata en
Tarragona por orden del rey. Y aquí entra el relato del Papa para
esclarecernos la causa de su prisión y el porqué de su muerte, que no era
otro sino el haberse negado a volver al arrianismo. El último intento para
convencerlo llegó el día de Pascua de ese año. Quiso eJ rey obligarlo a
que recibiera la comunión de manos de un obispo arriano; H. se niega, y
Leovigildo manda que lo decapiten, sin que falten las muestras de la
alegría celestial por su triunfo.
3. Juicio. Los autores modernos no están de acuerdo en sus juicios;
sus sentencias van desde un panegirismo total, hasta tacharlo de ser un
vulgar traidor ambicioso. Ambas sentencias son exageradas. Brevemente,
éste sería el proceso de los acontecimientos: una desavenencia familiar
por motivos religiosos, que luego se transforma en un movimiento político
con fondo religioso, para terminar con un verdadero martirio.
H. debió de llegar a Sevilla fuertemente irritado por el trato
reservado a su esposa; por otra parte, la Bética la habitaban
principalmente los hispanorromanos, católicos, y de siempre en no muy
buenas relaciones con los godos, los conquistadores arrianos. No es, pues,
extraño si aprovecha esta situación para levantarse contra Toledo. Que se
convirtiera por cálculo, sin embargo, lo excluye decididamente su muerte,
cuando ya todo estaba perdido. Su levantamiento, aunque apoyado en la
religión, no podía ser compartido por la Jerarquía, no sólo por razones
morales, sino incluso porque era un proyecto descabellado, como los
hechos.demostraron, y ponía en peligro el equilibrio con tanta fatiga
logrado. El sínodo de 580 puede responder precisamente ya a estos
acontecimientos, con el respaldo de la reina. Por estas razones las
fuentes españolas desaprobaron su acción política, lo mismo que el
Turonense, y callan lo relativo al martirio. Tampoco S. Leandro debió de
verse comprometido en la revuelta, si se quiede encontrar una explicación
lógica al hecho de que Leovigildo le encomendara al morir la tutela de
Recaredo. No es seguro que fuera a Constantinopla como embajador del
rebelde H. En realidad se ignora en nombre de quién fue. Lo reprobable en
la actuación de H. está en que se dejara llevar por su despecho a una
revuelta. Sin embargo, en la conversión no hay duda de que fue sincero, si
fallida la empresa, no vacila en perder todos sus privilegios e incluso la
vida, por defender su fe. Por esta razón la Iglesia lo celebra como mártir
con pleno derecho.
4. Culto. En la España visigoda no parece que lo tuviera, y se
explica perfectamente, dado que su martirio arrancaba de una revuelta,
acción reprobable, pero que podía fácilmente ser canonizada, y amparar
futuras ambiciones. A los martirologios lo incorporó Floro, que tomó su
elogio del Papa, y lo trae el 13 de abril, día en que cayó el Sábado Santo
en 586, el año que se pensaba de su muerte. En España no entra hasta el s.
XII, generalizándose en 1586, y haciéndose universal en 1636. Los griegos
lo celebran el 30 oct., y los armenios el 29 mar.
Fernando VII creó en su honor (1815) una orden militar. Se le
representa con corona y cetro, cadenas y hacha.
BIBL.: Fuentes: CAMPOS (ed.),
Juan de Biclaro, Madrid 1960; S. ISIDORO DE SEVILLA, Historia Gothorum,
49; Historia Suevorum, 91 (en MGH, Auctores antiquissimi XI,11,287 y 303);
S. GREGORIO DE TouRs, Historia Francorum, V,38; VI,18,40,43; VIII,28 (en
MGH, Scriptores rerum merovingicarum, 1,229 ss. 260, 278 ss., 282 ss.,
341); S. GREGORIO MAGNO, Dialoghi, ed. U. MoRICCA, Roma 1924, 204 ss.
R. JIMÉNEZ PEDRAJAS.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp,
1991
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