HENOTIKON


Edicto de unión o de reconciliación, promulgado en el a. 482 por el emperador bizantino Zenón (474-91), aunque redactado por el patriarca de Constantinopla, Acacio, con el fin de obtener la pacificación religiosa en Siria, etc. En él se condenan tanto a Nestorio (v.) y a Eutiques (v.) como al mismo Conc. de Calcedonia (v.), aceptándose como regla única de fe las decisiones de los Conc. de Nicea (325; v.) y Éfeso (431; v.), así como los Anatematismos de S. Cirilo de Alejandría (m. 444; v.);Antecedentes. En el Conc. de Efeso había sido condenado Nestorio, que negaba a la VirgeN la prerrogativa de Madre de Dios, considerándola tan sólo como madre de Cristo-Hombre. En la condena y en la elaboración de todo el concilio tuvo un papel preponderante S. Cirilo de Alejandría (v.), que había compuesto contra el heresiarca 12 Anatematismos, donde defendía la doctrina católica de las dos naturalezas, divina y humana, existentes en Cristo. La reacción antinestoriana cobró caracteres exagerados por parte de la escuela de Alejandría (v.), émula tradicional de la de Antioquía (v.), de donde había salido Nestorio. Y la exageración llega al culmen cuando el monje Eutiques de Constantinopla empieza a enseñar que en Cristo hay solamente una naturaleza, la divina (more physis), dando lugar a una nueva herejía: el monofisismo (v.). En defensa de su doctrina, Eutiques echa mano de algunos conceptos indicados por S. Cirilo en sus Anatematismos, sin que lograra entender el pleno significado que el santo les diera. Este había usado la fórmula mone physis, pero en el sentido en que luego la entendería la Teología posterior, o sea, como unión hipostática, unión de las dos naturalezas de Cristo en una persona divina. Como había ocurrido con el apolinarismo (v.), otra vez se echaba por tierra, con la nueva herejía, la verdad católica, pues al admitir que no existía en Cristo la naturaleza humana, se negaba asimismo que pudiera haberse realizado una auténtica redención del género humano. Ante la inflexibilidad de los monofisitas, capitaneados más tarde por el patriarca de Alejandría, Dióscoro, se celebra un nuevo concilio, el de Calcedonia (451), donde se condena solemnemente la herejía.
     
      Circunstancias históricas. La condenación de los monofisitas chocó con una resistencia fuerte y solapada que no formaba una unidad compacta: junto a los monofisitas intransigentes (eutiquianos) hacían fila otros muchos, p. ej., los seguidores de Severo de Antioquía, quien llevando como bandera lo sostenido por S. Cirilo antes del 433 (que tenía sentido católico, pero con expresiones no del todo claras, debido a que todavía no estaban bien precisados los conceptos de naturaleza y de persona), rechazaba la fórmula calcedonense de la unión de las dos naturalezas en una sola persona o hipóstasis, por considerarla como una expresión velada del nestorianismo.
     
      Por otro lado, el movimiento monofisita representaba para el Imperio un grave peligro, dado que, tanto en Siria como en Egipto, se unían a las tendencias religiosas fuertes corrientes nacionalistas contrarias al helenismo y a la dominación bizantina. La situación empeora cuando los adversarios de la fórmula calcedonense llegan a apoderarse de los principales patriarcados orientales. El emperador León I (457-474) lucha contra ellos, pero vuelven a ocupar algunos patriarcados con el apoyo del usurpador Basilisco (475-476), quien en una encíclica (Encyklion) propia, condena tanto la Carta Dogmática que el papa León I mandara al Conc. de Calcedonia, como al mismo símbolo del conc., amenazando con graves penas a quienes se adhiriesen a ellos. La encíclica fue suscrita nada menos que por 500 obispos orientales. Sin embargo, el patriarca de Constantinopla, Acacio, se resiste a ello, tal vez por miras políticas, ya que preveía la pronta caída del usurpador. Cuando entra en Constantinopla el legítimo emperador Zenón (474-491), se vuelve de nuevo a la ortodoxia calcedonense, habiendo de resignar sus sedes a ella los patriarcas de Antioquía y de Alejandría. A pesar de ello, las violencias continúan en ambas ciudades en tal modo que los alejandrinos logran imponer en su propia sede al desaprensivo Pedro Mongo en lugar del legítimo sucesor, Juan Talaia.
     
      El hecho de que Acacio se hubiera presentado hasta entonces como un defensor de la verdadera ortodoxia es curioso. Ello le ayudaba a constituirse en director del partido constantinopolitano frente a las aspiraciones de los alejandrinos, que buscaban su independencia agazapados en el monofisismo. Con todo, tampoco le interesaba abrazar con mucho calor la fe de Calcedonia, pues ello le suponía reconocer abiertamente la dirección de Roma y Acacio quería situarse en medio, a manera de árbitro entre las dos tendencias. Ahora se presentaba una buena ocasión para ofrecer a unos y a otros sus oficios de mediador. Ambicioso, intrigante y vanidoso, busca su propia independencia y la primacía absoluta de Bizancio sobre las demás iglesias de la Cristiandad. Presenta a Mongo ante el Emperador como el patriarca ideal para Alejandría, capaz de unificar al fin a los divididos. El papa Simplicio (468-483) duda en aceptar el nombramiento, pero Acacio se hace el sordo y, mientras tanto, estudia con Mongo la confección de un documento que fuera presentado por el Emperador como un edicto religioso en el cual, resumiendo todo lo que había de común en las distintas confesiones, se dictara luego la norma religiosa que habían de seguir en adelante los súbditos del Imperio. De esa manera aparece, sin que nadie lo esperara, el famoso edicto conocido con el nombre de H.
     
      Su doctrina. El documento, a nombre del emperador Zenón, tiene la forma de una carta y va dirigido «a los obispos, eclesiásticos, monjes y fieles de Alejandría, de Egipto, de Libia y de Pentápolis». Sólo se nombra a las regiones que estaban más o menos separarlas de la Iglesia de Roma, lo que tal vez se hiciera para hacer creer al confiado Emperador que en esa situación estaban también con el Imperio y que, concretamente en Egipto, se estabapreparando una rebelión, de no contentar en seguida a los monofisitas. Después de protestar de su celo por la fe y de los esfuerzos que ha llevado a cabo para reunir a todos los cristianos en una sola comunión, el Emperador manifiesta cómo venerables archimandritas (v.) y otros personajes de solvencia le habían suplicado que ensayara una nueva tentativa con el mismo fin. A renglón seguido, acepta e impone como única fórmula de fe .«el símbolo de los 318 padres (Nicea), confirmado por el que le sigue de 150 padres (Constantinopla)» y aceptado por los que se reunieron en el Concilio de Éfeso, «que depusieron al impío Nestorio, así como a los que más tarde aceptaron su doctrina». Sancionada, a su vez, la condenación de Eutiques y, tras aceptar en todo su vigor los 12 Anatematismos de S. Cirilo, prosigue el documento: «Confesamos, pues, que el Unigénito Hijo de Dios y Dios a la vez, hecho verdaderamente hombre, nuestro Señor JesuCristo, consustancial al Padre en cuanto a la Deidad y consustancial a nosotros en cuanto a la humanidad, que descendió y se encarnó del Espíritu Santo en María Virgen y Madre de Dios, es uno y no dos. Declaramos que son de uno, tanto los milagros, como los padecimientos que libremente sufrió en su carne; y no recibimos a los que lo dividen o confunden o ponen en Él una apariencia de realidad... La Trinidad siempre permanece Trinidad, bien que uno de esa Trinidad, o sea el Verbo de Dios, se halla encarnado... A todo aquel que sienta lo contrario, o que tenga ahora o cuando sea otras doctrinas, ya sea de Calcedonia o ya sea de otro sínodo, lo anatematizamos...».
     
      De donde se sigue que lo que decía el documento era verdad, pero no lo decía todo y aquí estaba su fallo. No hace ninguna referencia a las dos naturalezas, repudiando veladamente la Carta Dogmática del papa S. León I y, por si fuera poco, rechaza y condena todo lo que pudiera venir de Calcedonia. Pretende ganarse a los herejes suprimiendo parte de la verdad, o sea, la fe en las dos naturalezas de Cristo. Acepta a Nicea y a Éfeso, pero no acepta la misma verdad de ellos, más detallada y clarificada por los padres de Calcedonia y aclamada de nuevo por todo el orbe católico. Más que de hereje hay que acusar al H. de favorecedor de la herejía por sus reticencias de la verdad. Ésa es la razón por la que la Iglesia no lo haya condenado nunca explícitamente.
     
      Sus consecuencias: el cisma acaciano. Mientras que la gran mayoría de los obispos orientales aceptaron el documento, otros, incluso los mismos monofisitas, se disgustaron. Los de Alejandría, p. ej., llegaron a crear serias dificultades a su patriarca, Pedro Mongo. De Roma llegan amonestaciones para su primer promotor, Acacio, quien, por otra parte, había mostrado la veleidad de quererse instituir nada menos que en papa griego. El sucesor de Simplicio, Félix II (483-492), actúa con energía y, al ver que el mismo Acacio había sobornado a los legados que le mandara a Constantinopla en plan de conciliación, celebra un sínodo en Roma (484) donde, en nombre del Espíritu Santo y de la autoridad apostólica, declara a Acacio despojado de su sacerdocio, separado de la comunión católica y de la comunidad de los fieles y privado de todo derecho y de toda función sacerdotal. Acacio se rebela y, en venganza, manda borrar de los dípticos el nombre de Félix, inaugurando el primer cisma bizantino; éste se prolongará a lo largo de 34 años y sería causa, además, de que el monofisismo siguiera existiendo en adelante en Oriente. La paz llega, al fin, en tiempos del emperador Justino I y del papa Hormisdas (514-523) bajo una nueva Fórmula de Unión (519), en la que se reconoce plenamente el símbolo calcedonense y se decreta el ana tema contra Nestorio, Eutiques y otros jefes significados. El cisma de Acacio, terminado en 519, contribuyó a crear esa psicosis de recelos y diferencias que luego culminarían en el tristemente célebre Cisma de Oriente (v.) de los s. Ix y xi.
     
      V. t.: MONOTELISMO.
     
     

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F. MARTíN HERNÁNDEZ.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991