1. Trayectoria histórico-bibliográfica. Etimológicamente (hagios y grajo)
significa tratado de los santos, de su vida y de su culto. Puede dividirse
en práctica y científica; la primera enfocaría el tema bajo el punto de
vista de la edificación piadosa; la segunda lo haría según los
procedimientos usuales en las cienciashistóricas. En realidad, una cosa no
excluye a la otra. Aquí nos referiremos principalmente a la H. como
ciencia histórica que investiga el desarrollo de la técnica, método y
estilo con que a través de los siglos se han tratado las biografías de los
santos y las vicisitudes del culto que se les ha tributado. Hagiógrafo es
el autor de una biografía de un santo y también el estudioso de cuestiones
hagiográficas.
En el misterio y en la vida de la Iglesia, un santo ofrece al
observador muchos y variados perfiles. Ante todo, el santo desarrolla en
plenitud la vida de la gracia sobrenatural ordinaria, reflejada en el
ejercicio de las virtudes cristianas; en esta dimensión su estudio se
encuadra en la Teología dogmática y moral. Mas su fisonomía no queda
circunscrita en el binomio Dios-alma, abarca también al prójimo, para
quien es objeto de admiración e imitación, de estímulo y consuelo; esta
cercanía a la Iglesia peregrinante, donde por su ejemplaridad se propone
como modelo, lo introduce en el marco de la Teología espiritual y
pastoral. Además, sus relevantes cualidades morales, su cercanía a Dios y
poder de intercesión le hacen acreedor de veneración y culto, objeto de la
ciencia litúrgica; y el notable influjo ejercido en el modo de pensar y
obrar de grupos étnicos o sociales proyecta su personalidad en la
literatura y en el arte, poesía y folklore, eortología y toponimia. Por
otra parte, la Iglesia debe garantizar la autenticidad de las virtudes y
la legitimidad del culto mediante los procesos de beatificación y después
de canonización; con ello el estudio hagiográfico se integra en el Derecho
canónico. Por último, los santos han ejercido con su experiencia personal,
y a veces a través de sus instituciones, un influjo notable en la vida de
la sociedad y de la Iglesia, por lo que su estudio entronca vitalmente en
el marco más amplio de la historia.
De esa visión multiforme y panorámica de la figura del santo recoge
la H. dos aspectos principales: el biográfico y el cultual, poniendo de
manifiesto cómo uno y otro se han concebido y realizado en el tiempo y en
el espacio. La santidad cristiana esencialmente consiste siempre en lo
mismo: la identificación con Jesucristo, la plenitud de las virtudes
vividas con la ayuda de la gracia y del esfuerzo personal (v. SANTIDAD IV;
JESUCRISTO V; PERFECCIÓN CRISTIANA). Pero la vida de cada santo tiene sus
matices, cada cristiano tiene su misión, y además hay diversidades de
técnica y modo, de estilo literario y valoración de unos u otros aspectos
en la vida de un santo. Todo ello es objeto de la H.
La H. ofrece una excelente aportación al grupo de las ciencias
históricas no sólo porque hace revivir personajes de indiscutible valor y
mérito, sino también porque sus experiencias personales y sus
realizaciones sociales estimulan a la búsqueda de la verdad objetiva y a
la emulación subjetiva. La investigación hagiográfica presenta a los
santos en su circunstancia y en su proyección histórica de tiempo, lugar y
ambiente; dibuja su personalidad y esboza su semblanza como modelo de las
generaciones futuras. El estudio del culto, invención y traslación de
reliquias, cte., pone de relieve el impacto producido en los
contemporáneos y manifestado a los sucesores a través de iglesias,
capillas, milagros, imágenes, instituciones, etc. Finalmente, el estudio
de la H. puede aportar ventajas indiscutibles para la formación cristiana
de los fieles y para la edificación piadosa. El auténtico perfil de los
santos señala metas seguras y ofrece medios eficaces para conseguirlas.
V.t.: SANTIDAD; CULTO 111; CANONIZACIÓN; BEATIFICACIÓN; DEVOCIÓN.
HAGIOGRAFIA II. TRAYECTORIA HISTORICO-BIBLIOGRÁFICA.
l. Edad Antigua (siglos PIV). Los primeros ensayos de la literatura
hagiográfica fueron motivados por el culto tributado a los mártires (v.);
el primer ejemplo documentado de este culto público es el de S. Policarpo
(v.) a mediados del s. iI; pero indudablemente se trata de un episodio que
se enlaza con una tradición más antigua. A ese propósito, la antigüedad
cristiana nos ha legado una documentación de la máxima importancia
histórica, pero relativamente escasa a juzgar por los escritos conocidos
actualmente:a) Actas de los mártires (v. ACTA MARTYRUM). Hasta mediados
del s. iv, la H. se limita casi exclusivamente a las relaciones e informes
martiriales, que pueden reducirse a las siguientes categorías: 1°) Actas
proconsulares o notariales del martirio, o sea, los procesos verbales
redactados por los empleados del tribunal o, también, por los cristianos
presentes; pertenecen a este grupo las actas de S. Justino (v.) y sus
compañeros (m. 163), de los mártires Escilitanos (m. 187), de las santas
Perpetua y Felicidad y compañeros (m. 203); 2°) Relatos de testigos
presenciales, como la carta de los fieles de Esmirna sobre el martirio de
S. Policarpo (m. 155/56) y la de las iglesias de Lyon y Vienne acerca de
los mártires de aquellas comunidades sacrificados el año 177; 3°) Relatos
históricos más o menos dependientes de las Actas judiciales y ajenos a
toda leyenda o ficción piadosas, como las de la tríada tarraconense
Fructuoso-EulogioAugurio (m.295) y las del centurión Marcelo (m. 298).
b) Compilaciones. El primero que concibió la idea de formar un
corpus con las cartas martiriales fue el historiador Eusebio de Cesarea
(v.); desgraciadamente, su Colección de los antiguos mártires sólo la
conocemos a través de los fragmentos conservados en su Historia,
juntamente con el apéndice sobre los mártires de Palestina (303-311).
c) Biografías. La vida anterior al martirio no era, por el momento,
recogida por escrito tanto como el martirio mismo. El primer ejemplo del
género literario biográfico, que muy pronto adquiriría carta de ciudadanía
y universal resonancia en el campo hagiográfico, nos lo ofrece el diácono
Poncio en la Vita Cypriani (v. CIPRIANO DE CARTAGO, SAN), obra más
literaria que histórica, pero que tiene el mérito indiscutible de habernos
conservado con fidelidad las actas proconsulares del mártir ejecutado el
14 dic. 258.
Hoy el público de habla castellana tiene a su disposición todo el
referido material hagiográfico en la antología editada por Daniel Ruiz
Bueno, Actas de los mártires, texto bilingüe, Madrid 1951.
2. Siglos V-XII. a) Biografías. Las biografías de los primeros
santos no aureolados por la corona del martirio tienen un corte clásico y
sus modos literarios se inspiran en la literatura pagana. Casi todos los
biógrafos son testigos directos, por lo que sus obras tienen gran valor
histórico y documental. Un auténtico jefe de fila de este género literario
es S. Atanasio (m. ca. 360; v.), cuya Vida de S. Antonio Abad (m. 385)
tuvo resonancia en Oriente y Occidente. S. Gregorio de Nisa (m.356; v.)
ocupa un lugar preeminente con la vida de su hermana Macrina y con los
panegíricos de algunos mártires y santos; S. Jerónimo (m.419; v.) es autor
de la trilogía biográfica S. Pablo de Tebas, S. Malco y S. Hilarión; la
biografía de S. Juan Crisóstomo (v.) fue escrita por su discípulo Paladio
hacia el a. 408; Paulino, diácono y secretario de S. Ambrosio (v.),
redactó la vida de éste, y Paladio la de S. Agustín (v.). También puede
considerarse comoensayo biográfico los panegíricos consagrados por los
santos Padres a los mártires, santos y otros personajes ilustres. También
la poesía se puso al servicio de la hagiografía, como demuestra Prudencio
(m.405; v.) en su Peristephanon.
En las épocas merovingia y carolingia (428-962) hubo una
proliferación de canonizaciones (en general por obra de los obispos); y
como los fieles deseaban conocer la vida, ejemplos y virtudes de los
santos, los hagiógrafos se propusieron satisfacer estos legítimos deseos
sin grandes preocupaciones críticas. Como consecuencia del desorden y de
la dispersión de las invasiones bárbaras habían desaparecido documentos
escritos, se apela a noticias genéricas, a vagos recuerdos o tradiciones,
que se revestían luego con el ropaje de la imaginación o con hechos y
episodios copiados literalmente de otras biografías. Se tiende a describir
las virtudes según un esquema preconcebido y a multiplicar a porfía los
milagros, porque muchos consideran como piedra de toque de la santidad al
aspecto maravilloso y carismático. El renacimiento literario que
caracteriza el reinado de la dinastía carolingia repercute en la H., pero
no la depuró de los defectos de la época anterior. Se prefiere aún la
leyenda al hecho histórico auténtico; la mentalidad novelesca no
desaparece y en algunos casos se admiten como buenas puras invenciones y
relatos fabulosos. A pesar de los lunares que deforman este género
literario y que con frecuencia hacen sospechosos los relatos, es justo
reconocer que la H. merovingia y carolingia nos ha trasmitido muchas
biografías sustancialmente históricas de ascetas, vírgenes, obispos,
abades y misioneros, trazadas por sus discípulos o contemporáneos. Hacer
un cómputo aproximado es imposible. Los editores de Monumenta Germaniae
histórica (MGH) han dedicado siete volúmenes a los santos de la época
merovingia y uno a los de la carolingia. Entre los escritores más
representativos recordamos a Gregorio de Tours (v.), Sulpicio Severo (v.),
Venancio Fortunato (v.), Cirilo de Scitópolis, quien a mediados del s. vi
presenta una serie de semblanzas de monjes palestinenses, y a Beda el
Venerable (v.) autor del célebre Martirologio y de varias vidas de obispos
y abades.
La literatura visigoda y mozárabe se desarrolla en la península
Ibérica paralelamente a la producción biográfica merovingia y carolingia.
La mayor parte de los padres de la Iglesia visigoda, como S. Fructuoso de
Braga (m. ca. 639; v.), S. Ildefonso de Toledo (m. 667; v.), S. Julián
(m.690; v.), etc., cuentan con su biógrafo contemporáneo. Además, el
erudito Alvaro de Córdoba (v.) escribió la vida de S. Eulogio (m.859; v.),
mientras que la de S. Domingo de Silos (m. 1073; v.) fue redactada por su
discípulo Grimoaldo. De S. Braulio de Zaragoza (m. 651; v.) nos han sido
conservadas las vidas de S. Emiliano y de los santos mártires Vicente,
Sabina y Cristeta y probablemente una Passio de los mártires de Zaragoza
(v.). S. Eulogio de Córdoba (v.) merece los honores de hagiógrafo español
por sus dos obras principales: Documentum martyriale y Memoriale sanctorum.
Los eruditos José Vives, Florentino Pérez, E. P. Colbert y Carmen García
Rodríguez han ilustrado recientemente las fuentes biográficas relativas a
los mártires mozárabes (v.).
En los s. x-xii la actividad biográfica no disminuye, ni tampoco el
ritmo de las canonizaciones. El monaquismo (v.) ofrece nuevas figuras de
relieve y los monjes se encargan de perpetuar sus fastos con vidas y
leyendas; lo mismo ocurrió con los fundadores y reformadores. El estilo
sigue siendo el mismo, acrítico e impersonal, con predominio del aspecto
maravilloso.
b) Compilaciones. A medida que se intensificaba y proHAGIOGRAFIA
Ipagaba el culto de los mártires y santos, se hacía más urgente la
necesidad de disponer de una especie de vademecum o libro manual que
recordara, si no todos, al menos los principales de una iglesia, diócesis,
provincia o nación. A satisfacer esta común exigencia tienden las
compilaciones biográficas, que se redactaron con un doble fin: bien por
razón del culto tributado a los santos, y a este tipo pertenecen los
Martirologios (v.), Calendarios (v.), Menologios y Sinaxarios, o bien para
edificación piadosa de los fieles, como los Pasionarios, Leccionarios y
compilaciones biográficas propiamente tales. La práctica se generalizó en
Oriente y en Occidente.
Pasionarios y Legendarios. Hasta principios del s. vi los
aniversarios martiriales no eran muy numerosos. Se celebraban casi
exclusivamente en el lugar de la sepultura del mártir y sus actas se
conservaban en los Libelli reservado cada uno a un solo mártir o a un
grupo restringido. Al aumentar el santoral, el culto rebasaba los confines
de la iglesia y de la diócesis, de manera que se aumentaba la necesidad de
una colección que reuniera en un solo libro las actas de, por lo menos,
todos los santos o mártires cuya fiesta se celebraba. Así nacieron los
Pasionarios y Legendarios, es decir, las compilaciones de las actas
martiriales o de las noticias biográficas entresacadas y resumidas de
otros textos más amplios para el uso litúrgico o para la lectura de
edificación. La sobriedad y sencillez de los textos primitivos ya no
satisfacían las exigencias de las generaciones siguientes. Era necesario
dibujar la semblanza moral del mártir o del santo, y cuando faltaban o
eran insuficientes los documentos y las tradiciones legítimas y
auténticas, el hagiógrafo ponía en juego los recursos de su cultura, su
arte y, a veces, su imaginación para componer un nuevo tipo de actas
martiriales a base de adornos retóricos, piadosas añadiduras, plagios
literarios y relaciones fabulosas en ocasiones, sin preocuparse mucho de
la exactitud histórica o de lo inverosímil o contradictorio de alguna
narración. Según el núcleo preponderante de la inspiración literaria estos
Pasionarios se han clasificado en varias categorías: épicos, históricos,
didácticos, novelescos, idílicos, de aventuras, etc. Con frecuencia,
además del nombre del mártir o del santo y alguna que otra noticia o
alusión a determinadas circunstancias topográficas, históricas,
sociológicas, ambientales, etc., y del culto, hay muy poco aprovechable
para una reconstrucción biográfica. Los Pasionarios españoles anteriores
al s. xit y conservados hasta hoy son muy pocos. Ángel Fábrega Grau los ha
estudiado exhaustivamente y ha hecho una edición crítica de ellos (2 vol.,
Madrid-Barcelona 1953-55). También otros especialistas, p. ej., Luis
Vázquez de Parga, José Vives, Manuel C. Díaz y Díaz, les han dedicado una
atención particular. Según algunos autores, el Pasionario y el Legendario
constituyen dos unidades sustancialmente diversas, por lo menos en la
literatura hagiográfico-litúrgica española; el primero es esencialmente
litúrgico y el segundo está destinado sólo a la lectura espiritual. Sin
embargo, otros no dan a esta distinción un valor absoluto.
Vidas de Santos. Los compiladores escriben por su cuenta las
biografías, o las copian de textos precedentes, o las modifican, dando
preferencia al elemento extraordinario y maravilloso. El Liber
pontificalis es un documento histórico del que no puede prescindir el
hagiógrafo moderno. También merecen mención especial los catálogos de
escritores, como el de S. Jerónimo De viris illustribus, y el que escribió
con idéntico título S. Isidoro de Sevilla (v.) y continuó S. Ildefonso de
Toledo. Entre las colecciones hagiográficas de Orientese recuerdan las
Vidas de los padres del desierto; la Historia Lausiaca, de Paladio
(363-431); la Historia de los monjes, de Teodoreto de Ciro (m. ca. 466;
v.); el Prado espiritual, de Juan Mosch (m. ca. 619) y, sobre todo, la
serie de biografías del logoteta constantinopolitano Simón Metafraste.
Entre los compiladores occidentales sobresalen Juan Casiano (m.435; v.),
S. Gregorio de Tours (m. 594; v.) y S. Gregorio Magno (m.604; v.). Una de
las obras más notables de la H. hispánica son las Vidas de los padres de
Mérida del diácono emeritense Pablo, en la primera mitad del s. vtt, y la
compilación de S. Valerio del Bierzo (m. 695).
3. Siglos XIII-XV. Desde que, en 1170, Alejandro 111 (v.) reservó a
la Santa Sede el derecho de reconocer auténticamente las virtudes y el
culto de los siervos de Dios, se limitó el número de las canonizaciones y
se logró controlar más fácilmente algunos abusos relacionados con la
descripción de la vida de los santos y con las manifestaciones de su
culto. Por otra parte, las corrientes espirituales y culturales suscitadas
por las órdenes mendicantes repercutieron felizmente en la historia de la
H.
a) Biografías. El proceso de canonización de S. Domingo de Guzmán
(v.), y el estudio de su vida y actividad produjeron una abundante
documentación histórico-biográfica suficientemente conocida. También los
franciscanos (v.) se preocuparon por recoger los datos necesarios para
trasmitir a la posteridad la persona y la obra de S. Francisco de Asís
(v.). Baste citar las Leyendas de Tomás de Celano (v.) y de S.
Buenaventura (v.), joyas literarias y obras maestras de la hagiografía
medieval. Además, a lo largo de los s. xiv-xv aparece una serie de vidas
de santos escritas por sus confesores o admiradores con un buen fondo
histórico, aunque no siempre exentas de elementos en los que no se puede
confiar plenamente.
b) Compilaciones. Tienen un valor especial para apreciar los ideales
cristianos en aquella época, pero su valor histórico es muy limitado. El
francés Juan de Mailly escribió, hacia 1230-43, una Abbreviatio de gestis
et miraculis sanctorum; el español Rodrigo de Cerrato, que vivía hacia
1272, se propuso redactar en síntesis y compendio las vidas ampliamente
descritas en Pasionarios y Legendarios; las de los santos españoles fueron
publicadas en gran parte por Flórez (v.) en la España sagrada y,
recientemente, por J. Vives en «Analecta sacra Tarraconensia» 21 (1948)
157-176; el italiano Jacobo de Varagine (m. 1298) supera en nombradía a
todos los compiladores por su Leyenda áurea, de una credulidad
desconcertante y de un influjo sorprendente en la H. posterior (unas 90
ediciones latinas y muchas traducciones en las lenguas vulgares). Los
compiladores de los s. xiv-xv, aun sin poseer el necesario concepto de la
crítica hagiográfica, demuestran más responsabilidad que sus predecesores
y presentan elementos muy valiosos, sobre todo en lo referente a los
santos contemporáneos. Sobresalen Pedro Calo de Chioggia (m. 1310),
Bernardo Guy (m. 1331), Pedro Natali o de Natalibus (m. ca. 1400), Juan
Gielemans (m. 1487) y, finalmente, Bonino Mombrizio (m. 1482), cuyo
Sanctuarium vitae sanctorum nos ha conservado varios textos hagiográficos
antiguos desconocidos por otras fuentes.
4. Edad Moderna: s. XVI-XVIII. El humanismo renacentista, con su
amor por la belleza clásica y las polémicas con los protestantes, que se
oponían al culto de los santos, influyeron positivamente en el desarrollo
de la H., perfeccionando la forma literaria y seleccionando las noticias
históricas. La excesiva credulidad, el carácter exageradamente panegirista
y la manía incontrolada de lo maravilloso y carismático ceden
paulatinamente el paso a un estudio más ponderado de las fuentes y a una
representación más realista y personal de los santos. Esta postura de los
hagiógrafos se afianzó cada vez más ante las peligrosas corrientes del
filosofismo, el racionalismo (v.) y el iluminismo (v.).
a) Época tridentina. En el s. xvi siguen proyectando su influjo en
la piedad cristiana las compilaciones del periodo anterior. En España
aparecen varias ediciones refundidas, corregidas y ampliadas de la Leyenda
áurea severamente juzgada por Melchor Cano (v.) y algunos autores como
Gonzalo de Ocaña, Pedro de Vega, Juan Maldonado (v.) y Marín Lilio la
enriquecen con nuevos elementos. Los dos representantes más autorizados de
la H. del periodo tridentino son Luis Lippomani (m. 1559; Historiae de
vita sanctorum, 8 vol., 1551-60) y Lorenzo Surio (m. 1578; De probatis
vitis sanctorum, 6 vol., 157075). En la órbita de estos dos hagiógrafos
entran y actúan varios autores españoles, como el obispo de Calahorra Juan
Bernal de Luco (m. 1556) y el jesuita Pedro Gil (m. 1622), cuyas obras
todavía inéditas no carecen de valor (cfr. «Hispania sacra» 16 (1963)
373-458; «Analecta sacra Tarraconensia», 31 (1958) 2-25); Alfonso de
Villegas, con su Flos sanctorum varias veces editado (Toledo 1578) y
traducido al italiano e inglés; Pedro de Ribadeneira (m.1611; v.), cuyo
Flos sanctorum o Libro de la vida de los santos (Madrid 1599-1601) cuenta
con numerosas ediciones y versiones en alemán, inglés, flamenco, italiano,
portugués y japonés. Figuras de menor relieve son Juan Marieta (m.1611) y
Francisco Peña (m. 1612).
También las biografías individuales tienen muchos representantes,
pues la mayor parte de los santos del periodo de la restauración católica
tuvieron sus biógrafos contemporáneos, los cuales, además de una
documentación directa e inmediata, pudieron documentarse en obras
generales de una cierta importancia, como la revisión y edición del
Martirologio romano preparada por César Baronio (v.). Los apuntes
biográficos forman un género literario de gran importancia. A este grupo
pertenecen la Autobiografía, de S. Ignacio (v.) y el Libro de la vida y
las Fundaciones de S. Teresa (v.), así como también las «memorias»,
«confesiones», «noticias» escritas por orden de los directores
espirituales; tales son, entre otros, el b. Alfonso de Orozco (m. 1591;
v.), S. Alfonso Rodríguez (m. 1617; v.), la Ven. Ana de S. Agustín (m.
1624), la b. Ana de S. Bartolomé (m. 1626; v.). Finalmente conviene
recordar la correspondencia epistolar, p. ej., de S. Juan de Ávila (v.),
S. Teresa, el b. Alonso de Orozco, etc.
b) El episodio del pseudo-Dextro. El protagonista responsable de
este singular infortunio hagiográfico fue el investigador J. R. de la
Higuera, S. J. (1563-1611), quien tuvo la infeliz idea de lanzar al
público como veraces y auténticos unos cronicones plagados de
anacronismos, falsedades y supercherías, entresacados de las obras
falsamente atribuidas a Flavio Lucio Dextro (m. 444), a Marcos Máximo y a
Luitprando de Toledo. Las noticias hagiográficas propaladas en estos
cronicones halagaban el espíritu patriotero y la credulidad popular, y no
faltaron escritores que los propagaran con entusiasmo, p. ej., Francisco
de Bivar (m. 1636), Tomás Tamayo de Vargas (m. 1641), y aún aumentaran sus
patrañas con nuevos presuntos hallazgos, como Julián Pérez, Lorenzo
Ramírez del Prado y, sobre todo, el prototipo de falseadores
hagiográficas: Juan Tamayo de Salazar (m. 1662). No faltó una tenaz
oposición por parte de algunos eruditos, entre los que descuellan J. B.
Pérez (m. 1597), JoséPellicer de Ossau (m. 1679) y Nicolás Antonio (m.
1684; v.). Sin embargo, aquella literatura, que favorecía muchas supuestas
glorias y tradiciones locales, alcanzó gran prestigio y penetró en las
historias diocesanas y en los oficios litúrgicos dejando huellas que
sobrevivieron hasta época muy reciente.
c) La escuela bolandista. Contemporáneamente al lamentable episodio
español del pseudo-Dextro se daban en Bélgica los primeros pasos hacia un
perfeccionamiento fundamental y sistemático del tradicional método
hagiográfico, depurándolo de todo elemento fabuloso y legendario.
Adoptando los principios de una crítica sana y constructiva, la H. se
orienta decididamente por nuevos derroteros y alcanza poco a poco el nivel
de una auténtica y verdadera ciencia histórica. Esta fue la tarea
realizada con éxito por los Bolandistas (v.; v. t. ACTA SANCTORUM). A su
lado es justo mencionar, por sus excelentes aportaciones
histórico-literarias y hagiográficas, a los Maurinos, representados por
Lucas d'Achery (m. 1685), Juan Mabillon (m. 1707) y T. Ruinart (m. 1709).
Biografías individuales. La aplicación del método críticohistórico a
la vida de los santos no estuvo exenta de peligros y desviaciones. No
todos conservaron el equilibrio necesario; algunos, como Juan Launoy (m.
1674), pasaron de una credulidad excesiva a una crítica demoledora o
hipercrítica simplona, como Luis Baillet (m. 1709). Sin embargo, las
eruditas y responsables publicaciones de los bolandistas, al par que
producían descrédito y desconfianza hacia las vidas troqueladas en moldes
maravillosistas, estimulaban a los biógrafos a una reflexión, serena y
desapasionada, con base en el estudio personal de las fuentes.
Afortunadamente, en lo que respecta a los santos elevados al honor de los
altares según los cánones de la disciplina urbaniana, los hagiógrafos
podían disponer de una cantidad enorme de documentación de primera mano.
Y, en general, los biógrafos se precian de haber tomado sus noticias del
rico material acumulado en los procesos de beatificación y canonización;
mas, por una parte, habían de mejorar aún el espíritu crítico e histórico
y la técnica metodológica para seleccionar los hechos, valorarlos y
presentarlos con perspectiva científica; y, por otra, al proponer como
ejemplo o modelo la conducta de un santo reconocido hay que evitar las
exageraciones o deformaciones. Hay, sí, un notable esfuerzo por historiar
la vida del santo y ofrecer su estampa real, pero ésta a veces se sofoca
en parte por el modelo ideal; la adjetivación predominante es propia del
panegírico; se cuentan y cantan las virtudes, se catalogan milagros y
profecías, etc. Los biógrafos ponen poco de relieve el esfuerzo humano y
las debilidades humanas en las conquistas de las virtudes cristianas; les
interesa, sobre todo, la continua y extraordinaria presencia de Dios,
actuando en sus siervos cosas maravillosas y heroicas. A veces, la
biografía se convierte en un tratado de vida espiritual y de virtudes
cristianas. No son muchas veces puras biografías históricas, pero se
acercan a ello, y son casi siempre un testimonio directo de gran valor,
principalmente si han sido escritas por autores contemporáneos o por
quienes se informaron directamente en las fuentes.
Compilaciones. Son de un valor desigual y pueden aplicárseles los
principios enunciados en el apartado anterior. Entre las colecciones
generales, además de la conocida Acta Sanctorum (v.), que puede
considerarse la obra cumbre de la H. crítica, se recuerdan las de
Francisco Giry (m. 1688), que presentan un cierto equilibrio entre las dos
tendencias de investigación científica y de edificación; la de Albano
Butler (m. 1773), varias veces reeditada y traducida al francés y alemán y
reelaborada en 12 vol. en 1926 por H. Thurston; el Año cristiano de J.
Croisset (m. 1738) fue divulgado en español por José de Isla (m. 1781) en
1753 (última ed. Madrid 1892).
Todas las naciones cuentan con una o varias compilaciones de sus
santos. José Cardoso (m. 1669) publicó en 3 vol. un Agiologio lusitano
(Lisboa 1652-66); Antonio de Quintanadueñas (m. 1651) vulgarizó las vidas
de los santos de Osuna (Sevilla 1632), Sevilla (Sevilla 1637) y Toledo
(Madrid 1651); Enrique Flórez (v.) (m. 1773) cierra el periodo con los 29
volúmenes de su monumental España sagrada (1747-75). También las órdenes
religiosas tienen sus compilaciones hagiográficas particulares.
5. Edad Contemporánea: s. XIX-XX. La H. científica se beneficia de
los avances de la historiografía (v.), la filología (v.) y la psicología
(v.). Aplica los principios metodológicos de estas ciencias y logra una
presentación, si no del todo inédita, sí mejorada y renovada, de la
auténtica fisonomía del santo, que pone de relieve sus aspectos humanos,
psicológicos, morales y espirituales junto a la acción de la gracia y a
sus facetas de ejemplaridad. Varios factores influyen en la H.: 1°) la
visión romántica de la historia, el desarrollo de las ciencias auxiliares,
la amplitud del estudio de las fuentes y su ponderada interpretación; 2°)
el desarrollo de los estudios psicológicos favorece el análisis de los
componentes psicofísicos y psicológicos del santo; 3°) los defensores de
las escuelas materialistas y racionalistas provocan, por contraste, un
estudio más profundo del aspecto sobrenatural y carismático y de toda la
fenomenología' preternatural y sobrenatural. Bajo el impulso de estos
factores externos, y también 'por las exigencias insoslayables de una
reflexión sobre la esencia de la santidad los métodos hagiográficos se
perfeccionan. La santidad no es algo inasequible, a lo que pocos están
llamados; es asequible a todos, y todo cristiano está llamado a ella. Los
milagros y dones extraordinarios no son de la esencia de la santidad. En
cambio, sí lo son: la lucha personal por vencer los propios defectos; el
cumplimiento amoroso de los deberes ordinarios de cada día, aun los más
pequeños; etc. (v. SANTIDAD IV).
a) Fases o momentos del progreso. Dentro del positivo desarrollo de
la H. en estos dos siglos, pueden mencionarse especialmente: 1°) La
Sociedad de los Bolandistas (v.) reorganizada en 1837 y con un plan de
trabajo notablemente ampliado que desarrolló un equipo de especialistas
(A. Poncelet, F. Van Ortroy, H. Delahaye, etc.); 2°) Ediciones de textos:
además de las de los Bolandistas son dignas de mención las del card. A.
Mai (m. 1854), Monumenta Germaniae historica, Monumenta Hispaniae sacra,
las Patrologías de Migne (v.), etc., y otras parciales aparecidas en
colecciones científicas, como Studi e Testi (C. Vaticano); entre las
ediciones particulares citamos la Vita S. Aemiliani por L. Vázquez de
Parga (Madrid 1943), la Vitae Sanctorum Patrum Emeretensium, de J. N.
Garvin (Washington 1946) y la Vita S. Fructuosi, de Clara Nock (Washington
1946); 3°) Instrumentos de trabajo: el hagiógrafo moderno dispone de
repertorios bibliográficos, catálogos de manuscritos, inventarios de
fuentes, etc. Son importantísimos la trilogía bolandista: Bibliotheca
Hagiograplzica Latina, Bibl. Hag. Graeca y Bibl. Hag. Orientalis y los
estudios monográficos publicados en Subsidia hagiographica; para la
hagiografía española es muy útil la obra de M. C. Díaz y Díaz, Index
scriptorum latinorum medii aevi Hispanorum, Salamanca 1958; 4°) Revistas
científicas: las de historia eclesiástica de todas las naciones dan gran
importancia a la problemática hagiográfica: «Analecta Bollandiana» (Bruselas),
«Revue d'Histoire Ecclésiastique (Lovaina), «Revue de 1'Histoire de
PÉglise de France» (París), «Analecta Sacra Tarraconensia» (Barcelona), «Hispania
sacra» (Barcelona-Madrid), etc.; 5°) Especialistas: los hay en todas las
naciones: Italia, J. B. De Rossi (m. 1894), F. Lanzoni (m. 1929), Pio
Franchi de Cavalieri (m. 1960); Francia: P. Allard (m. 1916), L. Duchesne
(m. 1922), V. Leroquais (m. 1946); España: Fidel Fita (m. 1917), Zacarías
G. Villada (m. 1936), Justo Pérez de Urbe], José Vives, Luis Vázquez de
Parga, Ángel Fábrega Grau, y los especialistas extranjeros Gams (m. 1879),
M. Férotin (m. 1914), y B. De Gaiffier, bolandista.
b) Biografías y Compilaciones. Las beatificaciones y canonizaciones
brindan a los hagiógrafos frecuentes ocasiones de ejercitar su trabajo y
de aprovecharse de las corrientes y métodos científicos y culturales y de
dar a las biografías de los santos un carácter rigurosamente histórico.
Esto justamente servirá, por sí mismo, sin necesidad de adjetivaciones o
exaltaciones, para poner de relieve los aspectos de ejemplaridad y
fidelidad a la gracia de Dios; y ello no sólo en circunstancias especiales
o extraordinarias, que pocas veces o nunca se presentan, sino en las
circunstancias y ocasiones ordinarias de la vida. Las biografías y
colecciones de estos dos siglos no siempre ponen de relieve la santidad en
las cosas de la vida ordinaria; se entretienen en exceso a veces en los
sucesos singulares, o en describir sobre todo lo sobrenatural
extraordinario. Con todo la mayoría son de notable valor histórico, y aun
muchas también de valor literario y psicológico. Mencionaremos algunas
destacadas.
La colección Les Saints, dirigida por H. Joly; son biografías
sólidamente fundadas en la historia que esbozan, con un estilo agradable,
la personalidad del santo bajo todos los puntos de vista: humano,
psicológico y sobrenatural. Los Benedictinos de París han publicado Vies
des sannts et bienheureux en 13 vol. (1935-57). Recientemente la Univ.
Lateranense de Roma ha publicado la Bibliotheca Sanctorum, redactada con
sano juicio crítico e ilustrada profusamente.
Por lo que se refiere a España hay que mencionar el Viage literario
(22 tomos) de los hermanos Villanucva (Madrid 1803-52). A lo largo del s.
xlx se reimprimieron las tradicionales compilaciones de Ribadeneira (v.) y
Croisset. Aún presta muy buenos servicios la Biografía eclesiástica
completa (Madrid-Barcelona 1848-68, 30 vol.). Entre los muchos Años
cristianos se recuerdan los de Justo Pérez de Urbe¡, Juan Leal, Isabel
Flores de Lemus, José Vives y, finalmente, el publicado en 4 vol. bajo la
dirección de un grupo de profesores de la pontificia Univ. de Salamanca
(Madrid 1959). Respecto al santoral de una región determinada han escrito
A. Prado (Galicia), A. Pérez Goyena (Navarra), J. Armengol y J. Mauri
Serra (Cataluña).
V.t.: ACTA MARTYRUM; ACTA SANCTORUM; BOLANDISTAS; MARTIROLOGIO:
PATRÍSTICA Y PATROLOGíA 1-111.
HAGIOGRAFÍA 11. METODOLOGIA.
Todo estudio hagiográfico debe ser planeado y realizado según las
severas normas metodológicas de la crítica textual y literaria de las
ciencias históricas, así como de las teológicas. Para presentar al santo
en su auténtica realidad, el hagiógrafo debe ante todo conocer lo que la
Teología dogmática y moral enseñan acerca de lo que es la esencia de la
santidad (v. SAN TIDAD IV; PERFECCIÓN CRISTIANA; JESUCRISTO V). Debe
además investigar las fuentes sobre el santo concreto, que son garantía de
toda relación histórica; debe interpretarlas y valorarlas responsablemente
desde el punto de vista histórico y teológico, para discernir su
autenticidad y veracidad; por último, dibujará técnicamente la figura del
santo en sus verdaderas dimensiones humanas, culturales y espirituales,
con sus posibilidades de ejemplaridad, que brotan de su realidad
existencial y no siempre de las que tal vez han dibujado sus devotos
admiradores.
1. Fuentes litúrgicas. La existencia de un santo moderno o que haya
dejado huellas en los aconteceres de su época, no es problema. Pero lo es,
y muy complejo, cuando se trata de santos de la antigüedad y de la Edad
Media, de los cuales no siempre tenemos testimonios fidedignos que
reflejen sus actividades personales y específicas. En estos casos la
prueba fundamental es de origen litúrgico y se resume y compendia en las
llamadas «coordenadas hagiográficas», que consisten en descifrar el dies
natalis, o fecha de la muerte (elemento cronológico), y la depositio, o
lugar del sepulcro (elemento geográfico). La operación no es siempre
fácil, porque tanto en la dimensión cronológica como en la geográfica se
han podido introducir en el transcurso de los siglos cambios gráficos,
modificaciones cultuales, sustituciones de nombres, atribuciones
arbitrarias de noticias, etc. Para salir de tan intrincado laberinto nos
socorren las fuentes histórico-litúrgicas: Calendarios (v.), Martirologios
(v.), Sacramentarios, Sinaxarios, Menologios, etc. El valor demostrativo
de estas fuentes, una vez establecido críticamente su texto, es
indiscutible (v. LIBROS LITÚRGICOS).
2. Fuentes monumentales (epigrafía). La existencia y el culto de los
santos no queda circunscrito al ambiente litúrgico; su memoria se perpetúa
además embelleciendo su sepulcro con ex-votos, trasmitiendo su imagen a
través de las bellas artes, levantando en su honor altares, capillas,
iglesias, grabando lápidas, etc. A este propósito la epigrafía (v.), como
ciencia auxiliar de la historia, presta una contribución notable a la H.
con tal de que se interpreten exactamente las inscripciones
conmemorativas. Éstas fueron muy frecuentes en África y España, como han
demostrado las investigaciones de E. Hübner y José Vives.
3. Fuentes narrativas. Asegurado el primer paso, que consiste en
demostrar la existencia del santo, la atención del hagiógrafo se polariza
hacia otra vertiente: rasgos característicos, personalidad, actividad,
culto. Esta tarea se lleva a cabo mediante el estudio de las fuentes
narrativas o literarias que, como hemos visto, se dividen en varios
grupos: actas de los mártires (v.), vidas de santos, pasionarios,
legendarios, libros de milagros, catálogos de reliquias (v.), etc. Cada
grupo tiene sus leyes particulares de interpretación y el hagiógrafo las
debe considerar atentamente antes de emitir un juicio definitivo.
a) Actas de los mártires-Pasionarios. Hay una escala y jerarquía de
valores que conviene subrayar. Unas, como las actas notariales, ofrecen
una garantía indiscutible por su carácter oficial. Otras revisten un gran
valor documental, pues las han redactado testigos directos con todos los
requisitos de autenticidad y veracidad. Finalmente, una tercera categoría
suscita las más amplias y fundadas reservas por haber sido escritas
posteriormente con fines y criterios subjetivos sin comprobados
fundamentos históricos. Estas últimas, sobre todo, exigen penetrante
perspicacia y fino instinto para emplearlas científicamente, después de
librarlas del embarazoso ropaje literario, novelesco y fabuloso, pues
todos estos y otros componentes forman parte del amplio campo de las
pasiones y leyendas medievales.
b) Vidas de santos. Las hay de muy diversa índole y de muy distinto
valor. A medida que nos alejamos de lasfuentes y de la sencillez primitiva
de la narración entramos en un campo extremadamente difícil, pues hay
vidas retocadas, versificadas, interpoladas, abreviadas, plagiadas,
noveladas, etc. Indudablemente hay casos manifiestos de falsedad o
superchería, pero no se puede condenar a priori a este género literario.
Siempre los hombres, antiguos o modernos, han valorado la historia y han
tratado de distinguir lo verdadero de lo falso, aunque respecto a los
criterios de interpretación de hechos o personas puedan caber diversos
gustos o variantes según los ambientes. El historiador debe desentrañar el
documento hagiográfico para extraer todo lo útil y valedero, teniendo en
cuenta la mentalidad, finalidad y medios empleados por el hagiógrafo, al
que solía interesar más ejemplarizar que historiar, o destacar lo
sobrenatural extraordinario más que lo sobrenatural ordinario.
c) Sermones-panegíricas-homilías. Este género literario ha estado
siempre de actualidad desde la edad patrística. Los panegiristas siguen un
plan preconcebido, poniendo de relieve ciertos puntos; a veces se
contentan con lugares comunes. Al crítico incumbe la tarea de individuar
con perspicacia lo que es propio y personal. Tienen un valor especial para
documentar el culto y una determinada mentalidad cristiana (v.
SERMONARIOS; HOMILÉTICA).
d) Libras de milagros, relaciones de reliquias, traslaciones, etc.
Estas fuentes pueden servir para fijar algún dato biográfico o
cronológico, pero sobre todo sirven para documentar el culto.
e) Autobiografías, diarios, correspondencia. Como tipo de las
autobiografías de la antigüedad recordamos las Confesiones de S. Agustín.
En la Edad Media hay una serie bastante numerosa y también en las Edades
Moderna y Contemporánea (cfr. DSAM 1,1142-1159). Este género literario es
ciertamente muy importante para conocer la personalidad de sus autores,
aunque todo escrito autobiográfico tiene peligros de subjetivismo, que han
de evitarse con reflexión y comparaciones prudentes y ponderadas.
Tratándose de santos, los peligros quedan soslayados en parte, porque
estos escritos fueron redactados por obediencia y controlados por los
directores espirituales.
BIBL.: Los boletines
bibliográficos de «Analecta Bollandiana,, (1882) presentan una riquísima
reseña de la literatura hagiográfica; la relativa a España e Iberoamérica
se describe periódicamente en «Analecta sacra Tarraconensia», Barcelona
1930, y en «Hispania sacra», Madrid 1948 ss.
MELCHOR DE POBLADURA.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp,
1991
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