1. Introducción .La g. afecta poderosamente a la vida de los hombres y de
los pueblos. No es por eso extraño que desde muy antiguo, al verse
enfrentados con ella, los hombres hayan sentido el impulso de dirigirse a
Dios, pidiéndole que les librara de los males que supone e hiciera
triunfar la justicia. R. de Vaux, en Instituciones del Antiguo Testamento,
IV, cap. V, afirma que «en todos los pueblos antiguos la guerra estaba
asociada con actos religiosos..., iba acompañada de sacrificios, se
llevaba a cabo con ayuda de los dioses, que otorgaban la victoria... Así,
toda guerra antigua es - santa, por lo menos en sentido lato. Los griegos
llamaron más propiamente «guerras santas», yerói pólemoi, a las que la
anfictionía de Delfos (v.) hizo contra aquellos de sus miembros que habían
violado los sagrados derechos de Apolo» (v.).
Sin embargo, aun cuando en todas esas g. antiguas estén presentes,
más o menos, algunas prácticas religiosas, como ocurre en tantos otros
actos de la vida, es evidente que no puede pasarse de ahí a afirmar que
los antiguos consideraban sus g. como «guerras santas», sino sólo, como
queda dicho, que en ellas estaban en juego valores capitales. Así, por lo
que se refiere a Israel, la expresión g. santa, que aparece en la S. E.,
no significa que Dios manda guerrear a los israelitas para extender su
religión, como sucede en el Islam, donde la g. santa es el «deber que
incumbe a todo musulmán, de propagar su fe con las armas», sino sólo que
Israel tiene conciencia de estar defendiendo con esa g. el derecho. La
concepción de «guerra santa» en el sentido islámico es, dice de Vaux,
absolutamente ajena a Israel y es incompatible con la idea misma de pueblo
escogido. En las mismas g. religiosas de los Macabeos (v.), en las que
parece, según de Vaux, que «se descubren, en época judía, ciertos rasgos
de guerra santa», en realidad no son propiamente g. santa: Dios no ha
ordenado la g., ni es un medio de propagar la fe sino una defensa de la
propia religión, etc. No son, pues, g. santas, sino que «tienen todo el
carácter de una guerra de religión... en que se enfrentaban los judíos
fieles con los judíos adictos al helenismo o a sus protectores
extranjeros». Cosas parecidas podrían decirse de las g. religiosas de la
Edad Media y posteriores; ni ellas ni siquiera las Cruzadas (v.)
medievales para el rescate de Tierra Santa u otras campañas contra los
infieles pueden asimilarse en realidad a la g. santa. En algún aspecto
podrán presentar ciertas analogías, pero esencialmente queda clara su
abismal diferencia (D. Gonzalo Maeso).
Si se quiere obtener alguna claridad en este tema se hace, pues,
necesario distinguir entre: a) g. santa en el sentido islámico; b) g. por
motivos religiosos, como pudiera ser la g. que iniciara un pueblo en
defensa de su libertad religiosa; c) g. justa (o injusta), es decir,
cualquier g., basada en los motivos que sean, en cuanto que valorada desde
una perspectiva ética.
A continuación se expone la visión de la g. que se da en la S. E.;
luego se hace un estudio de la «guerra santa» del Islam (v. III).
Finalmente, para el tema éticomoral de la g. justa o injusta, v. VI.
MIGUEL ÁNGEL MONGE.
2. Sagrada Escritura. La g. (hebreo milhámÚh; los Setenta, polemos;
Vulgata, bellum) fue una realidad muy extendida en el Oriente Medio desde
tiempos antiguos. Casi llegó a ser una costumbre, como deducimos de la
expresiva frase de 2 Sam 11,1: «A la vuelta del año, al tiempo que los
reyes salen a campaña...». Los pueblos no hebreos atribuían las causas de
las g. a un mundo de dioses que se combatían, con unas consecuencias
funestas para el hombre. Al contrario, los hebreos veían un único Dios
detrás de los sucesos humanos; unas veces combatiendo por ellos, y otras
castigándoles por sus pecados. Así la Biblia, a la vez que deja constancia
del flagelo que la g. supone, afirma que en ocasiones puede ser justa y,
sobre todo, pone de manifiesto que Dios todopoderoso gobierna la historia
y, si bien prueba la fe de los hombres, les promete un panorama definitivo
en que no habrá más g. sino una eterna paz (ver, p. ej., los amplios
anuncios proféticos de Isaías, jeremías, etc.).
Esa conciencia de que la paz (v.) es lo definitivo no excluye, sin
embargo, la conciencia de que, en la actual situación humana, la g. puede
ser necesaria y justa. Así lo siente Israel, en ocasiones desde una
perspectiva algo nacionalista que Dios va depurando poco a poco hasta
llegar al pleno universalismo del N. T. De hecho desde el comienzo de su
historia Israel tiene que luchar para realizarse como pueblo. Deben
conquistar la tierra de Canaán (Ex 23,27-33), que es una tierra corrompida
y marcada por el exterminio (Dt 7,1-3). Pueden hacer g. ofensivas, como
las de Sihón y Og (Num 21,21-35; Dt 2,26-3,17) y la conquista de Canaán
(los 6-12), o bien g. defensivas, como contra Madián (Num 31) y contra
otros opresores como los filisteos (Idc 3-12). Saúl y David también hacen
g. de liberación y expansión a la vez (1 Sam 11-17; 28-30; 2 Sam 5,8; 10).
En esa acción guerrera los israelitas tienen conciencia de estar
actuando en justicia, y de que, mientras obren así, Dios está con ellos.
De ahí expresiones como Yahwéh guerrero y Yahwéh libertador. Desde el
Éxodo, cuando Dios hiere a Egipto con toda clase de plagas (Ex 3-14). el
pueblo se siente divinamente protegido e impulsado. Sobre los enemigos
muchas veces se dice que cae «el terror de Yahwéh» (Ex 23,27; Dt 7,23; los
10,10 ss.; Idc 4,15; 7,22; 1 Sam 5,11), que podría ser una especie de
pánico sembrado en las poblaciones que el pueblo iba a conquistar. En los
5,13 ss., el Ángel de Yahwéh se presenta como jefe de su ejército con una
espada en la mano; en los combates mantiene a los hebreos (los 10,10-14; 2
Sam 5,24); entrega Jericó a los israelitas, tras haber puesto a la ciudad
bajo el anatema (v.) de destrucción completa (en hebreo, hérem); detiene
el sol en Gabaón (v.) para que su pueblo tome plena venganza de los
enemigos (los 10,13). En épocas posteriores Dios sigue asistiendo a los
reyes, y la victoria se atribuye a Él solo (cfr. Ps 118,10-14; 121,2;
124). Como último brote de la continua g. santa tenemos las hazañas de los
Macabeos (1 Mach 2-4; 2 Mach 8,10), ya en tiempos helénicos de Antíoco
Epífanes.
Narrando estas experiencias guerreras nació el Libro de las guerras
de Yahwéh (séfer milhámot Yahweh), obra que conocemos sólo por una alusión
bíblica en Num 21,14. Sabemos que existían ciertos ritos que realizaban
los hebreos para pedir a Dios que les ayudara a hacer triunfar lo justo:
el 'efód y las suertes (Idc 4,14; 20,23; 1 Sam 14,37); sacrificios a Dios
(1 Sam 7,9; 13, 9.12); purificación y continencia durante la lucha (los
3,5; Dt 23,10; 1 Sam 21,6). Lo más importante de todo era el hecho
significativo de llevar el Arca de la Alianza, ya que en ella Dios moraba
en poder (Num 10,35; los 3,6; 1 Sam 4).
Pero sucede que muchas veces Israel peca y se vuelve enemigo de
Yahwéh. Yahwéh es un Dios trascendente que exige ser servido como tal, no
como otros dioses. Por sus infidelidades, Israel sufre reveses en la época
del desierto (Num 14,39-44), de Josué (los 7,2 ... ), de los jueces ( 1
Sam 4), y de Saúl (1 Sam 31). Así se comprende la descomposición interna
de los dos reinos en la época de los reyes, cuando éstos quedan a merced
de otras potencias (v. EGIPTO VIII). Los profetas consideraban tal estado
de opresión y dominación por otros como resultado de los juicios divinos
contra Israel. Jeremías en múltiples pasajes veía a los invasores como
enviados por Dios paraiLcastigar al pueblo (ler 4,5 ss.; 6; 25,14-38; 27,6
ss.). El lenguaje de Jeremías, que vivió en tiempos de la destrucción de
Jerusalén y la deportación de sus habitantes (587 a. C.), no podía ser más
elocuente: «Tu proceder y fechorías te acarrearon esto; esta tu desgracia
te ha penetrado hasta el corazón porque te rebelaste contra mí... Al ruido
de jinetes y flecheros huía toda la ciudad. Se metían por los bosques y
trepaban por las peñas. Toda la ciudad quedó abandonada, sin quedar en
ella habitantes» (ler 4,18.29).
A través de estas experiencias dolorosas se destaca la g. como un
mal, y Dios va llevando el corazón del israelita hasta la aspiración a una
paz universal, y de hecho la promete. Vendría el Rey justo y su reino. El
libro de Isaías describe un estado de paz donde vivirían en buena vecindad
el lobo y el cordero, y donde un niño pequeño conduciría juntos al novillo
y al cachorro de león Os 11,6). Es la paz, sdlóm, que significa más
hondamente un estado de plenitud y perfección. Se alcanza esta perfección
con la preservación del bien establecido por Dios; la paz en definitiva
restaura en el orden original de la creación al hombre pecador y al
universo entero.
Los profetas posteriores nos hablan de la g. no ya en un plano local
ni siquiera nacional, sino una g. cósmica del bien contra el mal, en la
cual todos los hombres estarían implicados. El tiempo de las batallas
escatológicas evoca un asalto militar de los paganos contra Jerusalén (Ez
38; Zach 14,1-3), pero Jerusalén triunfará con la ayuda de Dios y volverá
a ser la casa de Yahweh Sébá'ót para siempre (Zach 14,16). Es un tema que
S. Juan incorporará a su Apocalipsis (v.). En el libro de Daniel la
potencia del mal hace g. a los santos y a Dios mismo (Dan 7,19-25;
11,40-45), pero Yahwéh queda siempre dominador, destruyendo finalmente la
bestia y su poder (Dan 7,11.26; 8,25; 11,45). Este último combate, en el
que las fuerzas del mal tan abiertamente atentan contra Dios, irá seguido
por una paz sin fin, en la cual participarán todos los justos (Dan 12,1 ss.;
Sap 4,7 ss.; 5,15 ss.). Será la culminación del Reino de Yahwéh, el cual
empezó tan pequeño e inadvertido en la tierra de Canaán, en el cual Dios
anunciaba una paz definitiva que se extiende no sólo a Israel, sino a la
humanidad y al universo enteros.
V. t.: RETRIBUCIÓN; PURIFICACIÓN II; ISRAEL, RESTO DE; ANATEMA; PAZ
III.
BIBL.: X. LEON-DUFOUR, Guerra, en
Vocabulario de Teologia Bíblica, Barcelona 1966, 325 ss.; S. TALMON,
Guerras de Dios, Libro de las, en Enc. Bibl. 111,984; C. GANCHO, Guerra,
ib. III, 975 ss.; A. G. BARROIS, Manuel d'Archéologie Biblique, II, París
1953, 87-117.
MICHAEL GIESLER.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp,
1991
|