1. Desarrollo histórico. S. Francisco de Asís (v.) mantuvo personalmente
una actitud desconfiada hacia el estudio, fiel a su principio de que tanto
se sabe cuanto se obra y a su vocación profética de renovar la Iglesia por
las sendas de la pobreza, de la sencillez y de la humildad evangélicas.
Sin embargo, preconizó en su regla el respeto hacia los teólogos y
permitió a S. Antonio de Padua (v.) que enseñase en Bolonia la teología,
con tal que fuese sin
detrimento de la piedad. Habiendo nacido la orden franciscana (v. i)
como una fraternidad laica, el fenómeno de su clerical ización, la
necesidad de combatir las herejías, la actividad misionera, la expresa
voluntad de los Papas, la fraterna emulación con la Orden dominicana y el
haberse establecido en Bolonia, París y Oxford, donde era muy fuerte el
ambiente intelectual, explican los orígenes de esta escuela que, con la
tomista, constituye uno de los pilares de la Escolástica (v.) y es parte
integrante del patrimonio filosófico-teológico perennemente válido de la
Iglesia (cfr. Paulo IV, epístola apostólica Alma Parens).
Cuando llegan los Frailes Menores a la Universidad, penetrada
totalmente por la tradición patrístico-agustiniana, se está introduciendo
en ella el aristotelismo, tanto en su versión averroísta heterodoxa (Siger
de Brabante) cuanto en el concordismo tomista. Varias razones llevan a los
f. a incorporarse al agustinismo (v.) y a constituirlo después en sistema
frente a ambas formas de aristotelismo: a) la gran afinidad existente
entre la espiritualidad de S. Francisco y la de S. Agustín (v.); b) el
hecho de que los iniciadores de la escuela franciscana (=c.f.) fuesen
todos decididamente agustinianos (S. Antonio, ex agustino, en Bolonia;
Roberto Grosseteste, en Oxford; Alejandro de Hales (v.) en París); c) la
desconfianza ante un sistema pagano que en alguno de sus aspectos
contradecía al cristianismo.
La evolución histórica de la e. f. se halla en gran parte
condicionada por su manera de reaccionar frente al aristotelismo. Así
podemos distinguir en ella tres fases: 1) Inicial (1200-50) caracterizada
por la estructuración del agustinismo en cuerpo doctrinal integrado en el
espíritu franciscano. Se advierten en ella dos corrientes: a) la de
Oxford, patrocinada por el obispo Grosseteste (m. 1253), cuya serie de
maestros comienza ca. 1257 con Adán de Marsh (m. 1259), Ricardo Rufo (m.
ca. 1260), Tomás de York (m. 1260), Bartolomé Anglico (m. ca. 1240), etc.
Recoge la herencia anselmiana y desarrolla una mentalidad fuertemente
positiva, científico-matemática, tendente a valorizar el método
intuitivo-experimental y a objetivar lo abstracto; b) la de París, con su
primer maestro Alejandro de Hales (m. 1245), quien ya antes de hacerse
religioso realiza una síntesis de S. Agustín, S. Anselmo y los Victorinos
(v. SAN VÍCTOR, ESCUELA), y a quien siguen Odo Rigaud (m. 1275), Juan de
la Rupella (m. 1245), Guillermo de Melitona (m. ca. 1260). Su personaje
más importante es S. Buenaventura (1221-74; v.), cuyo mérito principal
respecto a la e. f. no es sólo el haber logrado integrar el agustinismo en
el franciscanismo, fijando así muchas de sus posiciones fundamentales,
sino el de haber justificado plenamente -durante su largo generalato en la
Orden (1257-74), con su autoridad y ejemplo- las vocaciones intelectuales
en el seno del franciscanismo y el estudio como una de las tareas propias
de su ideal. Gracias a ello lo que sólo era una vivencia colectiva del
evangelio, una experiencia vital, lograba el rango de formulación teórica
y llevaba al resultado de una de las expresiones más altas de la sabiduría
cristiana.
2) Media (entre S. Buenaventura y Escoto, ca. 12501300),
caracterizada de una parte por la constitución formal del neo-agustinismo,
síntesis de la doctrina tradicional patrístico-agustiniana con elementos
filosóficos neoplatónicos y aristotélicos matizados por Avicena (v.) y
Avicebrón (v.), frente al aristotelismo tomista y averroísta, y de otra
por el creciente influjo del aristotelismo. Siguen la primera dirección
Juan Peckhan (m. 1292, su verdadero fundador), Mateo de Aquasparta (m.
1302), Guillermo de la Mare (m. 1298), quien la codifica en su
Correctorium fr. Thomae; Gualberto de Brujas (m. 1307), el oxfordiano
Rogerio Marston (m. 13'03), etc. Otros admiten algunas doctrinas
aristotélicas, sobre todo en lo relativo al conocimiento. Destacan en esta
dirección el originalísimo Pedro Juan Olivi (m. 1298) con su discípulo
Pedro de Trabibus (m. ca. 1299), Ricardo de Mediavilla (m. 1300),
inmediato precursor de Escoto con Guillermo de la Ware (m. ca. 1305),
Vidal de Furno (m. 1327), Gonzalo Hispano (m. 1313), Alejandro de
Alejandría (m. 1314), etc. Merecen mención aparte Roger Bacon (m. 1294;
v.), ecléctico, matemático, precursor de la ciencia moderna preconizando
el valor del método experimental, y Raimundo Lulio (m. 1315; v.),
misionero, divulgador, que usa el agustinismo en función apologética.
3) Posterior, a partir de J. D. Escoto (1265-1308; v.). Éste recoge
la heredad agustiniana, abandona algunas de sus doctrinas, la perfecciona
y la integra con tesis importadas del aristotelismo en un sistema
filosófico-teológico coherente, imponiéndose así como el principal
representante de la escuela franciscana. Con Escoto, al voluntarismo
místico-afectivo sigue uno de tipo intelectualista; se rechaza la
explicación del origen de los seres por la teoría luz-razones seminales;
la del conocimiento por la iluminación divina; la visión neoplatonizante
de las realidades mundanas como símbolo de las divinas (ejemplarismo), que
parece poner en peligro la trascendencia y libertad de Dios en el crear;
la del origen de las ideas espirituales o puramente intelectuales y de la
certeza del juicio por la presencia activa en el alma de las razones
eternas. El espíritu sintético deja paso al analítico-conceptual; la
abstracción tiende a suplantar a la intuición, y el conocimiento
intelectivo en las causas próximas (ciencia) al sabroso en la Causa última
(sabiduría).
Durante el s. XIV la mayoría de los teólogos f. siguen más o menos
libremente a Escoto: Antonio Andrés (m. ca. 1333), Guillermo de Alnwick
(m. 1333), Pedro de Aquila (m. 1361), Hugo de Novo Castro (m. 1350?),
Pedro Tomás (m. 1350?), etc. Forma escuela aparte Francisco de Mayronis
(m. 1327); es independiente, con influjos de Durando, Pedro Aureolo (m.
1322), en quien comienza un movimiento de exageración de algunas tesis
escotistas que llevarían al nominalismo de Guillermo de Ockham (m. 1349;
v.), iniciador de la «vía moderna». Es también importante el escriturista
buenaventuriano Nicolás de Lyra (m. 1349).
2. Notas características. Es difícil poder presentar la e. f. como
una unidad doctrinal en evolución, a causa de la libertad intelectual y
respeto a la personalidad que caracterizan a la orden franciscana,
dificultando el espíritu de discipulado de donde se originan las escuelas.
Cierto que dos pensadores (S. Buenaventura y Escoto) más que otros (sin
contar con Ockham) han agrupado en torno a sí discípulos y que aun entre
ellos puede observarse cierta línea de continuidad, pero otros autores se
resisten a una clasificación (Mayronis, Aureolo, etc.), mientras que el
nominalismo pone en embarazo a quienes intentan situarlo.
Hay quien piensa que se puede hablar de una sola escuela,
constituida por S. Buenaventura y perfeccionada por Escoto (Balic); otros
las estiman diversas aunque en cierto modo conjugables (Veuthey). Parece,
sin embargo, razonable buscar los elementos de una posible coordinación en
la espiritualidad franciscana que informa a todos estos pensadores y en el
modo con que esta espiritualidad (v. III) modela al agustinismo y al
aristotelismo posterior. Por eso más que en la evolución de unas tesis
determinadas, hemos de fijarnos en aquellas directrices de pensamiento
derivadas de las principales intuiciones de S. Francisco, que constituyen
su elaboración conceptual filosófico-teológica.
Teología del bien y de la caridad. S. Francisco amó contemplar a
Dios preferentemente como caridad (S. Juan) y Bien sumo. La e. f. mantiene
el primado de la caridad, que Escoto identifica con la gracia, y hace
consistir formalmente la bienaventuranza en la posesión por amor; de aquí
se sigue el primado de la voluntad sobre el entendimiento, de la bondad
sobre la verdad, de la vida sobre la teoría: un voluntarismo que es de
tipo afectivo en S. Buenaventura e intelectualista en Escoto. Item la
explicación buenaventuriana de la Trinidad y la creación partiendo del
principio neoplatónico bonum est dilusivum su¡; la estructuración
voluntarista de la moral en Escoto; y la unidad del saber filosófico
teológico, que se ordena al amor y a la vida, para cuyo logro insiste S.
Buenaventura en la necesidad de la piedad y pureza interior, ya que no es
posible un saber auténtico que no sea cordialintelectual al mismo tiempo,
y, porque si Dios es amor, es menester amarle para conocerle debidamente.
La teología viene a ser una sabiduría (Buenaventura) o una praxis
(Escoto), por cuanto ordenada a la contemplación o a la acción. La
filosofía se ordena a la teología, como todo saber humano, y es imposible
una filosofía pura (pagana) completa y suficiente, pues siempre
desconocerá la profunda realidad del hombre y de su destino -que sólo
sabemos por revelación- y nunca podrá constituir una auténtica sabiduría
vital (Buenaventura).
El espíritu de humildad y pobreza lleva a S. Francisco a la
exaltación de la trascendencia divina. La e. f. afirma para resaltarla la
contingencia radical de todo lo creado y de sus leyes físicas, que
obedecen a la libre voluntad divina. Dios crea por amor (Buenaventura)
concebido como libérrimo don de sí (Escoto), libertad de Dios que subraya
la frecuente distinción escotista entre potencia absoluta y ordenación
divina (llevada a la exageración por Ockham), así como su teoría de la
predestinación (v.) ante praevisa merita, de la aceptación divina como
constitutivo esencial del mérito, de la no necesidad de la encarnación de
una persona divina para la redención (v.). Todos los seres se componen de
materia y forma, excepto Dios, porque ninguno puede llegar a la perfección
del acto puro, y es imposible admitir la eternidad del mundo.
S. Francisco intuyó fuertemente la presencia amorosa y vivificante
de Dios en lo creado, como atributo de la paternidad divina, y la
ordenación del mundo a Dios. La e. f. admite el apetito innato de la
visión beatífica y una mayor o menor acomodación del argumento anselmiano
para probar la existencia de Dios. Escoto concibe la potencia obediencia)
como ordenación positiva a Dios. Buenaventura pone en Dios la razón última
de lo real y de lo inteligible con sus teorías iluminista y ejemplarista.
Cristocentrismo. El centro de la piedad de S. Francisco es el Verbo
encarnado, Cristo en la cruz. La e. f. hace del cristocentrismo el punto
clave de la teología y de la vida, desarrollando así el pensamiento de S.
Pablo y de S. Agustín. La suprema revelación del Dios caridad es Cristo
crucificado, mediante quien se comunica a las criaturas y recibe el amor y
gloria que de ellas espera. Buenaventura hace de Cristo el mediador
supremo, causa ejemplar como Verbo de las cosas, que sólo en Él son
inteligibles; a través de quien se reducen a Dios no sólo el conocimiento,
sino las artes, la ciencia, la metafísica, la historia. Escoto formula con
mayor precisión y riqueza el significado de Cristo en el universo: querido
y predestinado a la existencia como supremo amador y glorificador del
Padre, en Él y por Él son llamadas a la existencia todas las criaturas;
querido por sí mismo absolutamente (la previsión del pecado sólo explica
su condición de pasibilidad) es el rey de la creación, centro de la
historia y explicación del mundo, que mediante Él se consuma en el amor y
se une a Dios. La devoción a la humanidad de Cristo inspira las mejores
páginas de la piedad buenaventuriana, pero también se encuentra en la raíz
de la preocupación escotista por afirmar su integridad metafísica
reponiendo su personalidad en la negación de una asunción actual por otra
persona, en la teoría del doble ser de existencia y de la doble filiación
en Cristo, de la finitud de sus méritos por cuanto procedentes de su
naturaleza humana como de principio inmediato. La explicación del hombre y
de su historia en Cristo son el fundamento del humanismo propio de la e.
f. y de su juicio positivo acerca de los valores humanos, que dicen todos
referencia intrínseca a Dios y sólo son comprendidos y empleados en
conformidad con su esencia metafísica cuando se comprenden y emplean a la
luz de Cristo (v. JESUCRISTO). Y junto a Cristo ya desde el principio
coloca la escuela a su Madre, a quien defiende de concepción inmaculada
desde La Ware y Escoto («la opinión de los Menores»), que Lulio explicará
por la íntima unión de la predestinación de María -puesta así al centro
del Universo- con la absoluta de Cristo. Más adelante Juan de Segovia (s.
XV) defenderá la corredención objetiva y Carlos del Moral (s. xvlii) la
explicará de condigno.
Sentido de concretez. Otros de los aspectos espirituales básicos de
S. Francisco es la concretez, inmediatamente asimilada por el espíritu
empírico de Oxford y por la exigencia agustiniana de experiencia interior.
De aquí las doctrinas del conocimiento intelectual directo del singular y
sensible por el entendimiento; la valoración del intuicionismo frente al
abstraccionismo aristotélico; la «hecceidad» escotista como principio de
individuación distinto de la materia y de la forma; el intento de salvar
la realidad de nuestros conceptos en la unidad del ser mediante la teoría
de la formalidad y de su distinción, aplicada en la teodicea y sicología;
la tendencia escotista a objetivar conceptos, concretizar lo abstracto
(univocidad del ente, entidad de la materia prima, identidad de esencia y
existencia), exasperada por Ockham, que llega a abandonar la metafísica;
la estima de la experimentación cual necesario coeficiente del saber
(debido a la unidad sustancial del alma con sus potencias que no permite
un saber puramente intelectual y abstracto, sino que lo matiza de afecto y
del elemento sensible experimental), tanto en su manifestación de
interioridad mística (Buenaventura) cuanto en el empirismo científico
premoderno de los oxfordianos y Bacon.
Individualismo responsable y libre. El respeto franciscano a la
persona se refleja en la actitud escotista ante la libertad, que se
identifica con la voluntad y constituye la diferenció específica del ser
humano y que, poniendo los fundamentos de la moderna ciencia
político-social, coloca en el individuo los fundamentos del poder público.
Al acento puesto sobre la libertad corresponde el relieve de la
responsabilidad ética, subrayada por el reconocer la voluntad como causa
principal e indeterminada del acto \libre y por admitir la existencia de
actos moralmente indiferentes. También se ha de relacionar con esta
tendencia la noción personalista de la gracia y del pecado y justicia
originales en Escoto.
Si queremos resumir las notas características de la e. f. podríamos
hacerlo así: teología del bien y de la caridad, cristocentrismo,
voluntarismo, sentido de concretez, individualismo responsable y libre,
unidad del saber ordenado a Dios por el amor, interioridad y afectividad,
revalorización de lo creado para ir a Dios. No es posible precisar cuál de
estos elementos se encuentre absolutamente a la raíz de todos los demás:
se interfieren y compenetran unos con otros en distinta medida. Quizá sea
porque, lo mismo que no se puede hablar de una e. f. de carácter homogéneo
y perfectamente delimitado, los pensadores f. se resisten, por lo general,
a todo intento de síntesis rigurosa.
V.t.: III; AGUSTÍN, SAN; AGUSTINISMO; TOMÁS DE AQUINO, SANTO;
TOMISMO; ALEJANDRO DE HALES; BUENAVENTURA, SAN; ESCOTO, JUAN DUNS;
ESCOLÁSTICA.
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PEDRO DE ALCÁNTARA MARTÍNEZ.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp,
1991
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