FILOSOFÍA, III. LA HISTORIA DE LA FILOSOFÍA COMO CIENCIA.


Pretendemos aquí elucidar la naturaleza de esa disciplina a la que se denomina Historia de la Filosofía, poniendo de manifiesto su carácter de disciplina no meramente histórica, sino filosófica, ya que no se limita a darnos una información erudita, sino que nos intro= duce en la problemática filosófica. misma. Comenzaremos para ello analizando la historicidad del saber filosófico.
      1. Saber filosófico e historicidad. La F. contemporánea fue concediendo importancia singular a la historicidad a medida que estuvo en disposición de captar la diferencia ineludible -si bien largo tiempo ignorada o dejada de lado- entre la temporalidad específica del hombre y la de los seres infrapersonales, entre el devenir como creación (v.) -como enriquecimiento entitativo- y el devenir como mero cambio (v.). Sólo cuando un estudio pormenorizado de la realidad en sus diversos estratos descubrió la posibilidad de vincular el cambio y un modo eminente de permanencia, se entrevió la fecunda posibilidad de que la condición histórica, lejos de significar mera fluencia o sumisión al tiempo empírico, implique un modo superior de darse por vía de despliegue creador. La atención preferente al tema de la historicidad exige un alto nivel en la meditación antropológica y metafísica, si no ha de abocar al extremismo superficial del historicismo relativista. Ese alto nivel se logra cuando en Metafísica (v.) se amplía la ratio realitatis lo suficiente para no ver la historicidad como un modo vulgar de fluencia que quiebra la firmeza de lo real sustante, sino como una trama de acontecimientos que tienen lugar mediante actos de apropiación de posibilidades (v. HISTORICISMO).
      Una ampliación análoga a la experimentada por la ratio realitatis la experimentó la ratio sciendi al ser vinculada la historicidad y el saber filosófico. Una vez determinado con cierta precisión el carácter comprometido del saber filosófico y, por tanto, su condición personalcreadora -completamente distinta del mero subjetivismo (v.) arbitrario-, queda de manifiesto que tal modo de conocimiento se da a lo largo del tiempo, y ostenta, por ello, una condición histórica, pero ésta no se opone en modo alguno a los caracteres de firmeza y perennidad que debe mostrar todo género auténtico de conocimiento (v.).
      La verdadera luz de inteligibilidad que funda el conocimiento humano de las realidades más hondas -realidades que no existen a modo de «objetos» y constituyen el peculiar «objeto-de-conocimiento» de la Filosofía- no procede sólo de las cosas -según un género de causalidad unilateral-, antes surge en el acontecimiento creador que tiene lugar en cada fenómeno de encuentro. Por eso el saber humano más alto es comunitario e histórico. Si tomamos las medidas necesarias para no reducir el sentido de estos calificativos a colectivo y fluente, antes bien los consideramos como índice del poder creador -creador en participación- del conocimiento humano, será perfectamente viable reconocer el carácter histórico de la F. y de los sistemas filosóficos.
      A la luz de la hermenéutica contemporánea, el calificativo «histórico» suscita ideas no de mero cambio lineal sino de instalación en las fuentes mismas de la inteligibilidad de lo real en sus estratos más calificados. Ello pone a la aceptación de la historicidad del saber filosófico al abrigo de toda precipitada acusación de relativismo (v.), ya que la verdadera historicidad, la que aquí está en juego, consiste en una trama robusta y fecundísima de relacionalidades, no en un fugaz peloteo de Dieras relaciones (v.). Históricos no son los hechos huidizos meramente fácticos, sino los sucesos llenos de sentido, que, como tales, alumbran campos de posibilidades en los cuales puede jugar su juego creador la libertad dentro del ámbito interrelacional de la comunidad humana. De modo análogo, histórico es un pensamiento no por el simple hecho de haber sido gestado en un determinado morriento del tiempo, sino por abrir al ser con respecto al cual se decide la historia. La puesta mínima en el juego histórico son los sucesos (eventos) y los campos de posibilidades, no los meros hechos y las meras potencias. Los sucesos y los campos de posibilidades ostentan modos de temporalidad superiores a los privativos del simple cambio, y tal superioridad hace posible esos modos de comunicación a través del tiempo que llamamos escuela y tradición, que, cuando son auténticos, no responden a meros movimientos de inercia sino a impulsos rigurosamente creadores -creadores en vinculación a realidades y normatividades que envuelven nutriciamente a los mismos que a lo largo del tiempo contribuyen en parte a constituirlas-. De aquí arranca la posibilidad de que sean perfectamente compatibles el carácter absoluto y la condición histórica de la verdad (v.). Que la verdad decisiva sea inalterable no indica que se evada de la Historia, ya que justamente por ser muy rico ese objeto de conocimiento exige en proporción directa el compromiso del hombre y su consiguiente actuación a lo largo del fluir temporal.
      Así entendida, la Historia implica un enriquecimiento de la experiencia humana integral, un acrecentamiento por vía de integración, no de mera yuxtaposición, pues iodo pensamiento auténticamente humano debe asumir los datos facilitados por la experiencia ajena de modo
      co-creador, como una apelación al propio esfuerzo y a una personal respuesta. El curso de la Historia se articula sobre la base de los esquemas complementarios: potenciaacto, suceso-posibilidades, apelación-respuesta. Sólo en cuanto alude a este carácter creador-personal del pensamiento filosófico, es aceptable la afirmación de que éste debe empezar en cero. Al ser fruto de un encuentro rigurosamente personal-experiencial (no meramente experimental, ya que la verdad filosófica surge dialógicamente en el encuentro de dos entidades sobremanera complejas: el hombre y la realidad), el conocimiento filosófico sólo existe propiamente cuando es asumido creadoramente por cada pensador. La búsqueda filosófica hace entrar en vibración a todo el ser humano, pero esta vibración personal no exige que se haga tabla rasa de todos los conocimientos del pasado, sino, por el contrario, que se reconozca la peculiar elevación que les compete por ser conocimientos filosóficos y la consiguiente necesidad de asumirlos personalmente para apropiarlos. La comunicación filosófica sólo se da en todo rigor a nivel de creación personal.
      Por ser el objeto de las ciencias naturales ob-jetivable, es decir, cognoscible de modo incomprometido o, según G. Marcel, «espectacular», el saber científico llamado positivo es acumulable o integrable con independencia de su relación a los científicos que lo hacen posible. El carácter «in-objetivo» (Iaspers, Marcel) del objeto del saber científico filosófico y el correlativo carácter inacumulable de éste no arguye labilidad o la falta absoluta de rigor, a la que se quiere, sin duda, aludir cuando se reprocha a la F. no haber entrado todavía por «la senda segura de la ciencia» (Kant, prólogo a la segunda edición de la Kritik der reinen Vernunft; Husserl, Die Philosoplúe als strenge Wissenschaft). Al subrayar la historicidad de la F. no se intenta hacer de necesidad virtud, sino destacar el modo eminente de rigor que compete a un saber -como el filosófico- vertido a objetos «in-objetivos» y, como tales, no sometibles a modos de conocimiento objetivantes, asépticos, más preocupados de poseer con seguridad que de participar en realidades no susceptibles de manipulación antes bien exigitivas de comunicación (v. CIENCIA VII, 6).
      Debido a este carácter personalmente comprometido del saber filosófico, a éste le pertenece su historia de modo más íntimo que al saber científico. Sin necesidad de confundir la F. y su Historia, debe afirmarse con toda decisión que la Historia de la Filosofía es Filosofía, y no se reduce en modo alguno a un avatar extrínseco a la misma.
      2. Progreso de la Filosofía en su historia. Puesto que el objeto de la F. es «problemático» -en el sentido de que no viene dado como algo cósico, perfectamente terminado, antes constituye más bien una apelación a una tarea cocreadora por parte del sujeto cognoscente-, la F. fue vista desde antiguo como una ciencia en curso, una «ciencia buscada» (Aristóteles) no sólo en cuanto al método y al incremento del saber, sino -lo que es más grave, por mucho más radical- en cuanto al objeto mismo del saber. Ello explica el hecho en principio desazonarte de que los filósofos no puedan partir de una idea precisa de F. al inicio de su reflexión filosófica, pues sólo al final de su esfuerzo reflexivo, cuando va han elaborado una determinada filosofía, logran perfilar, desde su personal perspectiva, tal idea (v.I, 1-3). Ello frena indudablemente la posibilidad de acumular de modo positivo y definitivo los resultados de la investigación filosófica, pero no hace radicalmente imposible toda comunicación de saberes filosóficos. La comunicación no es privativa de los saberes relativos a realidades ob-jetivables. Hay modos de comunicación menos brillantes en sus resultados y menos seguros, pero su falta de seguridad y brillantez responde a su carácter ineludiblemente creador. Esta posibilidad de comunicación a nivel de reflexión filosófica personalmente comprometida hace viable el progreso en el conocimiento filosófico, y abre la vía a la constitución de la Historia de la F. como disciplina rigurosamente filosófica.
      Si la F. es un modo de saber que se busca incesantemente, al pensar filosófico le pertenece la Historia de modo constitutivo. Ningún filósofo agota la riqueza de perspectivas que ofrece la realidad inagotable. Para hacer filosofía hay que abrirse a la luz que desprenden las múltiples experiencias filosóficas realizadas en el pasado, bien sabido que esta atenencia al decurso histórico no significa una vuelta meramente arqueológica a lo pasado en cuanto pretérito, sino la toma de contacto con diversas perspectivas de la realidad que se ofrece a cada pensador auténtico toda ella, si bien no del todo. Cada filósofo enciende su inspiración en la lectura atenta de los filósofos anteriores por la convicción de que la verdad no es relativa a cada situación, pero se revela de modo interaccional-dialógico a los diferentes pensadores. El compromiso personal de cada pensador juega en Filosofía un papel mucho más radical que en el conocimiento científico.
      Sólo cuando se observa el carácter relaciona! -no meramente relativo- del alumbramiento de la verdad, se comprende que la diversidad de doctrinas no constituye un mero caos, sino una trama de una complejidad y riqueza singular, proporcional a la amplitud de los campos de posibilidades de comprensión que abre. Estudiar Historia de la F. es asistir a la génesis misma de las diversas doctrinas filosóficas, vistas como fruto del encuentro cocreador del hombre y la realidad. Tal asistir no debe ser meramente pasivo, sino medial, activo-pasivo, receptivo y creador a la par; actitud bipolar, que confirió gran fecundidad al género de literatura filosófica más practicado en la Edad Media: los comentarios (v. ESCOLÁSTICA). La reflexión filosófica del hombre es posibilitada por los campos de posibilidades de comprensión que le abre el pasado. Tal apertura es medial, porque el hombre debe asumir tales posibilidades en el presente.
      La posibilidad de progreso en F. es refrendada teóricamente por la concepción del cambio como un «dar de sí» creador por vía de «apropiación de posibilidades» (Zubiri). El «módulo» de progreso en el saber filosófico debe ser determinado a la vista del carácter específico de este modo de conocimiento. El hecho de que un objeto de conocimiento, como el filosófico, que exige el compromiso del sujeto cognoscente, no pueda ser objetivado y no permita una acumulación del saber de tipo gradualmente progresivo, no arguye -como queda indicado- que sea imposible toda clase de progreso en el saber filosófico.
      De hecho, la Historia de la F. muestra un considerable progreso en diversos aspectos: ampliación del objeto de conocimiento, que se extiende progresivamente y de modo cada vez más matizado a realidades de todo género: la naturaleza, la idea, el ser, la mente, el conocimiento, la belleza, la bondad, el lenguaje...; tematización de diversas vertientes de la realidad difícilmente precisables por su carácter metacósico: lo social, lo valioso, lo dialógico, el amor...; la delimitación y puesta en juego de diferentes métodos de análisis filosófico sobre la base de la intuición de ciertos fenómenos relevantes, así, el método trascendental (v. TRASCENDENTALISMO) -entendido al modo del Fichte (v.) de la madurez- surge al advertir que el ser humano se planifica al inmergirse participativamente en ciertas realidades envolventes que, siendo distintas, no le son distantes, sino más íntimas que su propia intimidad y el método existencial (v. EXISTENCIALISMO) se configura, asimismo, al hilo del descubrimiento de la condición «inobjetiva» de la existencia humana y de las realidades que constituyen su genuino entorno nutricio; el descubrimiento de fecundos nexos e interferencias entre realidades a primera vista independientes, tales como la relación del hombre y los valores, la persona y la comunidad, la economía y la cultura...; la clarificación de las bases metodológicas que vertebran el pensamiento de los diferentes pensadores, y la creciente agilidad para delatar las extrapolaciones categoriales que se cometen en el proceso del pensar.
      Si es innegable el progreso en F. a lo largo del tiempo, debemos reconocer, sin embargo, que muy a menudo grandes logros del pensamiento anterior quedan ocultos e ineficientes a causa del desconocimiento que los filósofos suelen tener del verdadero pensamiento de los otros -como ya lamentaba Hegel-, y por la inveterada e injustificada tendencia a considerar a los demás pensadores más como adversarios que como compañeros de una tarea común. Aun no siendo linealmente acumulativo el saber filosófico, podría, sin duda, lograrse un modo de progreso más eficiente si, mediante un cuidadoso análisis de categorías y esquemas intelectuales, se dispusiese de un conocimiento preciso del pensamiento de cada autor y de las aportaciones nuevas que éste hace al acervo del saber.
      El progreso filosófico es frenado de modo considerable por la forma dispersa y desarraigada en que se realiza a menudo la investigación filosófica y, consecuentemente, por la equivocidad terminológica, que podría ser evitada en gran medida mediante un severo trabajo metodológico que realice un estudio genético del proceso de «instauración» (Souriau) de las obras filosóficas. De este modo sería sjn duda posible conseguir que la Historia de la F. mostrase no sólo la continuidad de la obra del espiritu, sino también una continuidad espiritual (v. t. ÉTICA II).
      3. Posibilidad de la Historia de la Filosofía. Sentido de la misma como disciplina. Constituye una tarea en extremo difícil hacer la historia de un género de saber tan inasible y no-delimitable -al modo objetivistacomo es la F. Por eso no es mero azar que ciertos autores al querer precisar la historicidad de la F. deriven hacia el estudio del objeto peculiar de la misma. Únicamente puede haber Historia de la F. si se muestra que el objeto de ésta es una entidad específica y aislable de la realidad total, y puede, en consecuencia, ser cultivado y trasmitido de generación en generación. La posibilidad de una auténtica Historia de la F. se da entre dos extremismos: a) el considerar la sucesión histórica de los sistemas como la aparición discontinua de modos diversos e incomunicables de pensamiento; b) el interpretar los diferentes sistemas como meros hitos de un proceso implacable y continuo. Frente a esta «dispersión» y esta «implicación orgánica», debe subrayarse que la verdadera trama histórica surge a través de la comunicación intelectual que se realiza por vía de asunción creadora. Por eso puede darse en la Historia progreso y regreso, y una consideración pormenorizada advierte que estos fenómenos no se dan nunca en estado puro, antes acontecen a la par en medidas diversas, afectando a diferentes vertientes del saber. Dado que no cabe aprender F. sin a la vez aprender a filosofar, va que la F. es una tarea cognoscitiva irreductiblemente personal, el estudio genético de los diferentes sistemas de pensamiento constituye una fuente viva de inspiración para todo pensador porque permite asistir al acontecimiento cocreador de encuentro entre los filósofos y la realidad. De aquí, se desprende que el sentido de la Historia de la F. como disciplina no radica en trasmitir un elenco de datos eruditos, que el lector pueda recoger al modo objetivista como algo externo a su actividad personal, sino en poner a cada pensador en contacto vivo con los textos principales del pasado, a través de los cuales cabe ver a los filósofos en acto de creación. Toda explicación o indicación erudita debe limitarse a introducir al lector a la lectura directa y penetrante de los textos, por cuanto éstos constituyen el lugar nato del acontecimiento filosófico.
      Lo mismo sucede en la explicación oral. A ello aludía Fichte al pronunciar ante sus discípulos las frases siguientes: «Yo quisiera enmudecer y desaparecer en su ánimo para que pasasen ustedes mismos a ocupar mi puesto» y «Todo lo que de hoy en adelante haya de ser pensado en esta reunión será pensado y será verdadero únicamente en la medida en que ustedes mismos lo hayan pensado y lo hayan visto como verdadero» (cfr. Sdmmtliche Werke, X,91). La verdad filosófica no se da al término de un proceso lineal de búsqueda, sino a lo largo de un proceso heurístico impulsado por la verdad misma que se busca y en la cual se halla el pensador de alguna manera instalado. La verdad filosófica se alumbra en el seno de esta dialéctica circular -extraordinariamente compleja- de búsqueda y hallazgo, de tensión hacia y de instalamiento en. El filósofo que nos habla desde la atalaya de su experiencia -es decir, de su personal inmersión en el ámbito de las realidades que estudia, al tiempo que se deja nutrir por ellas- nos sirve a nosotros de horizonte que impulsa nuestra búsqueda.
      Para ser, pues, «objetivos» en la interpretación histórica hay que adoptar una actitud en cierta medida creadora, pues sólo ésta cumple los requisitos necesarios para ver las doctrinas filosóficas como actos creadores dialógicos que responden a una lógica de búsqueda. Toda doctrina, si es auténtica, si surge como fruto del encuentro de la persona del filósofo con los demás, con el entorno cultural, con la problemática filosófica, implica un acrecentamiento de la riqueza experiencial del hombre y constituye en medida proporcional una fuente de luz para quien no confunda lo distinto con lo extraño y sepa ver en la diversidad de rutas intelectuales un esfuerzo solidario por esclarecer desde diversas perspectivas el sentido del universo y el destino del hombre. Bien precisado el objeto de la F., se comprende que no cabe buscar en la Historia de la F. el modo de uniformidad mental que permite un progreso continuo y la formación gradual de un cuerpo único de verdades. En F. más que verdades impersonales que puedan integrarse de modo cada vez más intenso, hay personas que dialogan en torno a su destino y al sentido del universo que hace posible el despliegue de su personalidad.
      Lo antedicho permite determinar qué sentido puede tener dedicar un estudio especial, sistemático y amplio, a una serie de concepciones distintas, incluso extrañas u hostiles, que no parecen compartir sino la pertenencia a lo que parece una enigmática actividad llamada «Filosofía». Si cabe reconocer la existencia de una disciplina rigurosa denominada «Historia de la Filosofía», es debido a que la multiplicidad de teorías ofrece en el fondo una peculiar unidad de intención y una cierta fecundidad más allá de la aparente discordia y anulación mutua. La diversidad de filosofías indica ante todo que el filosofar es una actividad creadora-personal que exige una voluntad constante de esfuerzo y superación. Al carecer la F. de un objeto perfectamente delimitado, los diferentes filósofos carecen de una idea totalmente común acerca de lo que es Filosofía. Ello motiva que no haya unidad de orientación investigadora en los diferentes pensadores, ni, por tanto, una continuidad clara y agradecida en el proceso inquisitivo. Sin embargo, se habla justificadamente de la Historia de la F., y se observa que todos los filósofos, desde el gran Aristóteles, tejen sus reflexiones a la vista de la trayectoria espiritual de sus antecesores y contemporáneos, e intentan, con métodos y perspectivas diversos, formular temáticamente lo que es e implica la vida integral del hombre (conocer, amar, crear, interrelacionarse...) y el entorno humano, en toda su complejidad.
      En principio, el conocimiento de los otros sistemas ejerció una mera función de apoyo del propio pensamiento. Con Hegel (v.) la Historia de la F. se convirtió decididamente en ciencia autónoma y en tema peculiar de lecciones universitarias. «La Historia de la filosofía -escribe Hegel- describe ante nosotros la serie de los nobles espíritus que merced al esfuerzo de su razón penetraron en la naturaleza de las cosas y del hombre, así como en la naturaleza de Dios, nos develaron sus profundidades y elaboraron para nosotros el tesoro del conocimiento más alto. Este tesoro, que nosotros mismos deseamos compartir, constituye la filosofía en general; y la génesis de la misma es lo que debemos aprender a conocer y comprender en estas lecciones» (cfr. Einleitung in die Geschichte der Philosophie, ed. Hoffmeister 1940-44, 1959-, 5-6). Lejos de ser una mera «galería de locuras o al menos de errores» (o. c. 25), la Historia de la F. constituye el tesoro del conocimiento más alto que nosotros debemos esforzarnos por compartir mediante el estudio genético del mismo. Hegel vio con claridad que la F. no es sencilla como una sola proposición abstracta o un sistema de tales proposiciones, antes se parece en su complejidad a un organismo vivo, al que ninguna proposición particular puede agotar. Ello abre la posibilidad de que sistemas distintos de proposiciones filosóficas sean en algún aspecto complementarios y dignos, por tanto, de estudio.
      Esta concepción hegeliana fue oscurecida por la identificación de lo histórico y lo lógico-sistemático. Hegel pensó -en oposición radical a las teorías que reducen la Historia a mera sucesión discontinua de teorías diversas y a menudo opuestas- que el progreso histórico del pensamiento filosófico responde solamente o al menos de modo esencial a una necesidad ideal según la cual un concepto suscita a otro en el proceso dialéctico (v. DIALÉCTICA). Por eso elaboró una construcción sistematizadora de la Historia de la F., con lo que ello implica de coacción hermenéutica. De hecho se observa que el decurso histórico del pensar filosófico no sólo obedece a razones lógico-ideales, al modo ideado per Hegel -según su teoría de la «razón en la Historia»-, sino también a diversas instancias determinadas por la colaboración personal de los distintos filósofos y por el influjo de factores socioculturales, que deben ser estudiados en pormenor.
      La lógica interna de la problemática filosófica es, pues, sólo uno de los factores del progreso filosófico. La concepción del mundo que profesa cada filósofo viene determinada por la problemática de la realidad y por los ideales comunitarios de su época, así como por la «lógica de la razón» que tiende a la solución óptima de tal problemática. Pero es cada filósofo, con su temple peculiar, el que decide en última instancia la repercusión concreta que tendrán estas instancias en su sistema de pensamiento. Este carácter personal ineludible confiere a buen número de sistemas su peculiar atractivo intelectual y estético, ya que la luz de inteligibilidad y el splendor que genera la belleza brotan justamente en el acontecimiento de encuentro que tiene lugar entre el hombre y la realidad en los momentos intensamente creadores de la existencia. Por eso no por azar ha sido en todo tiempo la Historia de la F. el organon más excelente de la F. misma. La Historia de la F. -vista en su totalidad y en su vertiente positiva- constituye la exposición más completa de la problemática filosófica. Si Hegel afirma que la F. más reciente es la más concreta y profunda, ello no responde a una voluntad de autoexaltación sino a la exigencia de que cada forma particular de pensamiento conserve cuanto en principio se consideraba pasado y se convierta, de tal modo, en espejo de la historia entera. La F. está sometida a la ley de la Historia no desde fuera sino por dentro, pues, en virtud de sus experiencias alumbradoras de nuevas posibilidades dé comprensión, la F. hace historia, y, al hacerla, ilumina su propia vía heurística.
      4. Tareas y método de la Historia de la Filosofía. La Historia de la F. debe consagrar especial atención a: a) Determinar con toda fidelidad la biografía, el desarrollo espiritual y doctrinal de los diferentes pensadores. b) Analizar el proceso genético de sus doctrinas mediante el estudio de la vinculación de cada pensador a los filósofos anteriores, a las ideas de la época, a la problemática misma y a la lógica interna del pensamiento del autor. (Este análisis ha de realizarse del modo más vivaz y creador posible a la luz de los textos, intentando entrar en el juego creador de cada filósofo mediante la inmersión participativa en sus experiencias fundamentales de la realidad. El estudio de este género fecundo de inmersión es tarea de la hermenéutica. El perfeccionamiento de la capacidad hermenéutica encierra singular dificultad en lo tocante a la interpretación de los sistemas de pensamiento que integran la Historia de la F., porque ello exige un cambio constante de ejes de coordenadas a fin de adaptar la mente al peculiar enfoque de cada pensador). c) Valorar la importancia de tales doctrinas en el conjunto de la Historia de la F., sobre la base del criterio de su fecundidad intelectual y su interna coherencia lógica. Examinadas estas tareas a la luz de lo dicho en los apartados anteriores, se esclarece el método a seguir en el estudio de la Historia de la Filosofía.
      Lo decisivo en la praxis hermenéutica, es, sin duda, captar las intuiciones básicas y el estilo de pensar de cada autor a fin de ver en las raíces mismas dónde se origina la marcha de su pensamiento, poner al descubierto la estructura interna de cada método y sorprender así la posible afinidad profunda de métodos que, aun siendo en apariencia diversos o incluso opuestos, convergen hacia algunas metas idénticas desde perspectivas diferentes. Esta interpretación genético-inmersióa del pensamiento ajeno únicamente es posible mediante la apropiación personal del mismo en un presente creador. Si sólo es propiamente histórico el pasado que gravita sobre el presente merced a algún género de vigencia en el mismo, se deduce que la Historia de la F. debe estudiarse en rigor a partir de la asunción actual del pasado, no conforme a una pauta cronológica impersonal. La filosofía de la Historia actual ha modificado el ideal mismo de comprensión histórica. Para que el estudio del pensamiento anterior sea verdaderamente histórico, debe implicar una toma personal de posición ante la problemática tratada que desborde por elevación toda mera constatación incomprometida de datos.
      No basta, pues, situar a cada pensador en su entorno histórico para obtener la debida perspectiva y ganar una comprensión exacta de su sistema de pensamiento. El nexo decisivo es el que une a cada sistema con el pensador que lo toma como objeto de análisis. Sin duda, son necesarios los libros de Historia elaborados cronológicamente conforme a un criterio de pura objetividad. Pero, en orden a la asimilación viviente del legado histórico y, consecuentemente, a la elevación del mismo a nivel propiamente histórico, se requiere la antedicha vinculación de cada momento del pasado con el presente. De ahí que sólo sea en rigor histórico aquel pensamiento del pasado que haya ejercido un influjo notable sobre el pensamiento posterior y, merced al encabalgamiento de diversas olas de influencia, tenga cierta vigencia, aunque sea soterrada, en el momento actual. (El concepto heideggeriano de Wiederholung -repetición- arranca de esta concepción vivaz de la Historia; cfr. A. López Quintás, Pensadores cristianos contemporáneos, Madrid 1968, 373-380). De los sutiles análisis realizados por la Filosofía de la Historia contemporánea se deduce que la F. no solamente se da en la Historia y a lo largo de la Historia, sino que tiene Historia, y la Historia es fuente de luz filosófica, ya que la luz de la comprensión brota justamente en el género de acontecimiento creador que denominamos encuentro y que se da necesariamente al hilo del tiempo.
      La F., en efecto, no es mera reflexión sobre realidades ideales intemporales, sino sobre la realidad en su complejo devenir creador. La realidad acrecienta constantemente su riqueza mediante la fundación de interrelaciones nuevas, y cada ámbito interaccional funda un modo de inteligibilidad propia. En virtud de ello, el pensamiento filosófico -como apertura inteligente a la realidaddebe ser un pensamiento histórico, es decir, debe ser elaborado de modo dialógico conforme a los campos de posibilidades que abre en cada momento el pasado, ya que la comprensión del entorno en cada situación está iluminada por la labor configuradora llevada a cabo por los pensadores anteriores. El conocimiento que tenemos actualmente del mundo, el ser humano, el arte, la divinidad, pende en gran medida de los ámbitos que los hombres de todos los tiempos han ido cocreando con estas entidades. No cabe ni pensar a-históricamente, ni diluir el pensamiento en meras relatividades historicistas. La verdadera relación con la Historia la gana el pensamiento cuando evita los dos escollos del abstractismo y el relativismo (v. VERDAD; CONOCIMIENTO).
      El método, sin duda, más eficaz para asimilar y trasmitir el legado histórico es descubrir las claves de interpretación de los diversos sistemas de pensamiento sobre la base de la lectura penetrante, metodológicamente bien matizada, de los textos mismos. En ellos debe apoyarse la Historia de la F. como disciplina, si ha de ser fiel a su gran tarea de revivir los procesos creadores que están a la base del pensamiento filosófico. La luz brota en la interferencia de ámbitos. Estudiar estas múltiples interferencias que dieron lugar al pensamiento filosófico de todas las épocas es la tarea complejísima de la Historia de la Filosofía. Cada filósofo se encuentra a sí mismo justo al interferir su pensamiento fecundamente con el pensamiento de los demás. En esa interferencia brota un peculiar splendor, ura específica luminosidad. La Historia de la F. es el lugar nato de los encuentros cocreadores de luz intelectual.
     
     

BIBL.: X. ZUBIRI, Naturaleza, Historia, Dios, 5 ed. Madrid 1963; ÍD, Sobre la esencia, Madrid 1962; É. GILSON, La unidad de la experiencia filosófica, 2 ed. Madrid 1966; ÍD, El filósofo y la Teología, Madrid 1962; A. LÓPEZ QUINTÁS, Metodología de lo suprasensible, Madrid 1963, 107-139; A. MILLÁN PUELLES, Ontología de la existencia histórica, 2 ed. Madrid 1955; K. JASPERS, La Filosofía, México 1952; H. G. GADAMER, Wahrheit und Methode, 2 ed. Tubinga 1960; P. TouILLEUX, lntroduction á une Théologie critique, París 1967; A. BRUNNER, Geschichtlichkeit, Zurich 1961; P. RICOEUR, Histoire et vérité, París 1955; M. HEIDEGGER, Sein und Zeit, 6 'ed. Tubinga 1957; B. HARTMANN, Das probleme des geistigen Seins, Berlín 1933; É. GILSON, La unidad de la experiencia filosófica, 2 ed. Madrid 1966.

 

A. LÓPEZ QUINTÁS.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991