Concepto y origen de las fiestas. Etimológicamente fiesta (del latín ches
festus, día de regocijo o de alegría) designa una conmemoración de un
evento o persona sagrados, hecha con regocijo y alegría, que incluye
ordinariamente el cese de todo trabajo u ocupación temporal. También hay
fiestas de dolor y penitencia, como la de la Expiación judía o las de los
días que preceden al año nuevo en la casi totalidad de las religiones o la
conmemoración de algún castigo divino. La cesación completa de los
trabajos profanos se da especialmente en las f. más importantes. Esa
conmemoración de algo sagrado, propia de la f., se hace muchas veces no
sólo como pura conmemoración, sino que también se busca una relación
especial con ese algo sagrado a través de las celebraciones festivas; ello
ocurre sobre todo en aquellas religiones que desarrollaron más alguna
mitología o mito (v.), y que modernamente tienden a valorarse no en su
aspecto fantástico, de historias de dioses que se comportan con las mismas
pasiones y defectos de los hombres, sino en cuanto reflejan o expresan de
alguna manera los anhelos inherentes al hombre. Puede, pues, definirse la
f. como una conmemoración de un acontecimiento o suceso considerado
sagrado, con la cual en muchas religiones se quiere reproducir ese
acontecimiento de algún modo, o darle más o menos eficacia en el presente.
Normalmente, a esa conmemoración o reproducción sagrada acompaña la
alegría, más o menos exultante, por cuanto toda manifestación divina, toda
comunicación del orden trascendente, es fuente de bienes para el hombre.
Por un proceso de desacralización y, muchas veces también, por un
proceso de imitación o contaminación entre el orden profano y el
religioso, no siempre claramente separados, surgen en ocasiones las f.
civiles, que conmemoran hechos históricos gloriosos: en ellas se mantiene
el regocijo, pero con menos carácter de reproducción del hecho que se
conmemora. Igualmente suele haber cesación de trabajo para dejar al hombre
libre para el regocijo y la alegría; en la f. religiosa, en cambio, la
cesación viene determinada para separar el hombre lo más completamente
posible del orden profano, dejándole libre para sumergirse en el orden
sagrado, religioso, trascendente, saliendo del tiempo y del mundo de lo
profano. No nos detendremos aquí en los aspectos de superstición (v.) o de
magia (v.), frecuentes en la mayoría de las religiones no cristianas, en
sus ritos y en sus f., sino sobre todo en los aspectos más válidos y
comunes propiamente religiosos.
Clases de fiestas. Las f., cuyo origen y sentido religioso son
evidentes, aparecen a lo largo de todo el año. La mayoría de los pueblos
han tenido sólo calendario religioso, y cuando hay alguna f. profana se le
suele unir algo sagrado. Así, p. ej., los días del mes llevan a veces los
nombres del dios particular al que están consagrados, como sucede en los
Mayas, o los días de la semana los de sus dioses respectivos, como entre
los romanos o germanos (día de la Luna o lunes, día de Marte o martes, día
de Mercurio o miércoles, día de Júpiter o jueves, etc.). Todo eso muestra
el ansia del hombre de vivir en el tiempo sagrado, en la eternidad, la
necesidad o búsqueda de algún contacto con lo divino, etc. Pero son de
diversas clases las distintas f. Muchas de esas festividades son
celebradas solamente por pequeñas colectividades o gremios, con júbilo e
incluso con cesación de todo trabajo profano.
Hay otras conmemoraciones puramente familiares, que interesan
solamente a un pequeño grupo, aunque éste las celebre solemnemente, y con
sentido religioso: tales son el nacimiento, los cumpleaños, el matrimonio,
los aniversarios, los funerales, la conmemoración de los propios difuntos.
Pero sólo cuando el grupo social es excesivamente pequeño pueden estas
conmemoraciones ser participadas por todos.
Finalmente, hay conmemoraciones o reproducciones de acontecimientos
religiosos tan importantes para la comunidad en general, que todos
participan en ellas, segregándose de todo lo profano, especialmente de
toda ocupación, y ordinariamente con alegría. Éstas son las que podríamos
llamar f. en sentido estricto. Y en su celebración hay bastante
coincidencia en todos los pueblos y religiones, aunque en no pocas de
ellas tal coincidencia se encuentre enmascarada por otros motivos
religiosos sobrevenidos. Destacan entre ellas: las f. que clausuran la
iniciación entre los pueblos sin escritura; las f. de la ofrenda de
primicias; las f. de Año Nuevo; la conmemoración de los difuntos.
Fiestas de iniciación. El periodo de iniciación es todo él sagrado,
segregado del tiempo profano, su finalidad suele ser conmemorar y
reproducir de algún modo en el iniciando la creación -de ahí que se
escenifiquen los mitos de los orígenes-; el candidato ha de nacer a una
vida distinta, volver al que fuera paraíso del primer hombre, en que le
era accesible el contacto con Dios; para eso ha de morir a la vida
profana. Son las f. de ingreso o entrada a la madurez, a la vida social, a
una determinada religión o prácticas religiosas, etc. En todo caso, las f.
de clausura o iniciación se revisten de sacralidad y regocijo
extraordinario: el iniciando ha sido creado de nuevo, en él se ha
reproducido la creación del primer hombre, adquiriendo, como éste, el
acceso al mundo trascendente o facilitándoselo (v. INICIACIÓN, RITOS DE;
PRIMITIVOS, PUEBLOS II, 3; CIRCUNCISIÓN I).
Ofrenda de primicias. Las f. de ofrenda de primicias reconocen que
todas las cosas son don de Dios al hombre, a la vez que conmemoran -o
repiten- esa donación: hasta tal punto se piensa así que a veces, antes de
la ofrenda, no puede el hombre usar de esos bienes; después de ella, ya le
es libre el uso, porque ya ha recibido de Dios el dominio de esas cosas.
La f. de primicias, aunque universal, difiere naturalmente, tanto en la
cosa ofrecida como en el tiempo de su 'oferta, según la clase de economía
del pueblo que la celebra, o el clima en que sus cosechas se desarrollan.
Los pueblos cazadores ofrecen el primer botín de su caza cuando ésta se
inicia; los pastores, las primeras crías de sus rebaños; los agricultores,
los primeros frutos de su cosecha, a lo que suele añadirse alguna ofrenda
animal, ya que difícilmente hay agricultura sin ganadería que la secunde
(v. SACRIFICIO). Para esa f. colectiva de primicias, siempre jubilosa, se
escoge la época en que se inicia la recolección -o cazadel producto más
apetecible, más representativo de la economía de la comunidad (p. ej., el
ciervo, el trigo, el maíz, etc.). Por lo demás, también se ofrecen las
primicias, sobre todo entre los pueblos primitivos, como acto religioso
individual, no colectivo, pero no por ello menos obligatorio (V. t.
OFRENDA).
En todos los casos, esa f, de primicias conmemora -y agradece- el
acto por el cual Dios dio el dominio al hombre sobre las cosas de la
tierra; y repite esa donación, hasta el punto de que se considera
sacrilegio gravísimo -robo a Dios-, el uso de las cosas antes de ofrecer
sus primicias, lo cual manifiesta que en esa oferta va entrañada la
repetición de la donación divina; finalmente, se espera que esa
reiteración del don divino sea eficaz, y llene al hombre de abundancia.
Así, los carajás piden, al ofrecer la gavilla de maíz, que puedan al año
siguiente ofrecer una mucho mayor y más hermosa, es decir, que Dios haga
aún más fructífera la donación de sus bienes; los antiguos germanos de
Ankona hacían una enorme torta, tras la que parcialmente se escondía el
sacerdote oferente, que preguntaba a los asistentes si podían verle
todavía; y al responderle éstos que todavía le veían, hacía súplica
similar a la de los carajás, que la cosecha sea tan buena el año próximo
que permita una torta tan grande que ya no se le puede ver detrás de ella
(v. OFRENDA; FERTILIDAD II; NATURALEZA, CULTO A LA).
La f. de primicias aparece a veces mezclada o enmarcada por nuevos
motivos históricos, nuevos acontecimientos religiosos que en ella se
conmemoran. Tal la Pascua (v.) judía, que conmemora la salida de Egipto;
pero aun aquí, la presencia de los panes ácimos, la ofrenda de las
espigas, y el sacrificio mismo del cordero pascual, muestran claramente la
herencia de la f. de primicias de un pueblo en trance de pasar del
pastoreo a la agricultura (v. II, 2a).
Fiestas del Año Nuevo. Universal es también la f. de Año Nuevo,
aunque se celebre en fechas diferentes. Las preferidas suelen ser
alrededor de los equinocios de primavera o de otoño, aunque puede también
celebrarse en cualquier época del año. Sus ritos pueden variar, y varían
en los detalles; pero siempre suele conmemorar o reproducir la creación
del mundo y del hombre. La obra, salida de manos de Dios, tiende a
distanciarse de Él, a degenerar y corromperse por el pecado y la natural
vejez, como el agua se sume y se evapora al alejarse de su fuente. De ahí
que se haya de renovar periódicamente esa creación, volverla a su vigor
por el rito festivo. Esta f. comprende siempre varios días -a veces hasta
quince, como en Babilonia-, para conmemorar y reproducir las diversas
etapas de la creación.
Varios de esos días se dedican siempre al dolor y a la penitencia
(v.) o arrepentimiento de los pecados: el sentimiento de decadencia del
mundo es tan vivo, que a veces alcanza extremos para nosotros
inimaginables. Así, los mayas pasaban los cinco días sin nombre -uayebprecedentes
al Año Nuevo en inactividad y pesimismo absoluto, con la convicción de que
el mundo iba a acabarse. De ahí los ritos expiatorios, la tristeza, la
penitencia, el arrepentimiento, los exorcismos para alejar los demonios
causantes de la corrupción del mundo; de ahí también que muchas veces, se
den orgías caóticas, para simbolizar y copiar el caos precedente a la obra
creadora, y al que el mundo caminaría indefectiblemente si los ritos de
creación no se reprodujeran para actualizar la eficacia de la acción
primigenia. Por eso se solían recitar también entonces las tradiciones de
los orígenes; y por eso, con frecuencia, se destruía también, al menos
simbólicamente, todo lo del año anterior (extinción de fuegos, que evoca
las tinieblas primitivas; creación de nueva luz y encendido de fuego
nuevo, no gastado ni corrompido como el extinguido, cte.). Finalmente, al
llegar el día de Año Nuevo, la alegría exultante de ver al mundo recreado,
sintiéndose todos con la plenitud que debieron sentirse las creaturas en
el momento de entrar en la existencia; y la fijación de los destinos para
el año entrante, por parte de los dioses, como se fijaran cuando hicieron
la creación del mundo.
Y esta eficacia recreadora del Año Nuevo era, a veces, tan
profundamente sentida, que en muchos pueblos, cuando el año, pese a toda
la fijación de destinos, resultaba con exceso malo, acababan el año antes
de tiempo, para empezar uno nuevo con destinos nuevos, que se esperaba
saliera más perfecto que el año nuevo anterior, quizá por la imperfección
con que los ritos se cumplieron.
Fiestas de difuntos. Otras f. también prácticamente universales son
las que se refieren a los difuntos (v. DIFUNTOS t), especialmente las que
puede decirse que tienen su correspondencia en la f. cristiana de difuntos
y en la de Todos los Santos (v.). La f. de difuntos que puede considerarse
como más importante es la que no sólo era pura conmemoración, puro
recuerdo amistoso de cuantos vivieron antes, sino que su eficacia se
consideraba tal que rompía las barreras de la muerte, ya que durante ella
los difuntos convivían con los vivos y los visitaban, se les daba comida:
el rito hacía que vivos y muertos pertenecieran al mismo mundo
trascendente, recordando que la muerte no es barrera insalvable (v. MUERTE
Iv). Y al final de la f. se les despedía con toda cortesía, como si se les
dijera «hasta luego»: la f. quería hacer así presentes a los difuntos -no
sólo los recordaba-, y quería hacer eficaz su acción -que se quiere
propiciar por los ritos, haciéndola benévola-, sobre los vivos. Pese a
todas las vaguedades de las narraciones sobre el estado de los muertos,
esa f. metía con frecuencia en lo más profundo de quienes la celebraban la
realidad de la existencia, del poder y de la acción de quienes ya
murieron. Un reflejo de ello es la creencia de la mayor parte de los
pueblos negros de que los antepasados son los verdaderos dueños de las
cosas de esta tierra: nosotros sólo administradores, que les hemos de dar
cuenta del uso de cuanto nos dejaron.
Ésta era f. colectiva. Coexistente con ella se da en la mayor parte
de los pueblos el culto familiar a los propios difuntos, muchas veces con
fiestas familiares periódicas.
V. t.: TIEMPO V; CULTO I; CONSAGRACIÓN I; SAGRADO Y PROFANO;
CARNAVAL.
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A. PACIOS LÓPEZ.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp,
1991
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