La Biblia no da una definición, filosófica o psicológica, de la f., pero
contiene los elementos suficientes para saber en qué consiste y cuáles son
los medios para obtenerla.
1. Antiguo Testamento: a. Sujeto de la felicidad. El A. T. hebreo
emplea principalmente el término 'asréy (44 veces) para indicar quién es
el hombre «feliz». El A. T. griego expresa la misma idea con los vocablos
makários (17 veces): Tob 13,14 (3 veces); 13,16; Sap 3,13; Bar 4,4; Eccli
14,1.2.20; 25,8.9; 26,1; 28,19; 31,8; 34,15; 48,11; 50,28; makarízein (8
veces): Sap 2,16; 18,1; Eccli 11,28; 25,7.23; 31,9; 37,24; 45,7; y
makaristós que aparece una sola vez (2 Mach 7,24). Constatamos, además,
que las versiones griegas antiguas suelen traducir casi siempre el término
hebreo 'asréy y el verbo 'asar «felicitar», «declarar a uno feliz», que
aparece 9 veces (Gen 10,13; Ps 41,3; 72,17; Prv 3,18; 31,18; lob 29,11;
Cant 6,9; Mal 3,12.15), por alguno de esos tres vocablos griegos
mencionados. El N. T. continúa utilizando los mismos vocablos y en el
mismo sentido que el Antiguo, sólo que en vez de makaristós aparece tres
veces makarismós (Gal 4,15; Rom 4,6.9).
Feliz en general es quien está exento de dolor físico o moral. En el
A. T., y luego también en el Nuevo, la f. o macanismo es de por sí una
alabanza admirativa; después se convierte en un término técnico de un
género literario que consiste en alabar o felicitar a una persona por la
dicha que le ha cabido en suerte, poniendo al mismo tiempo de relieve el
motivo de esa dicha. Este género literario es propio, y podemos decir casi
exclusivo, de los libros sapienciales. En el N. T. lo emplean sobre todo
los Sinópticos para presentar la predicación escatológica de Jesús (V.
BIENAVENTURANZAS). En el A. T. aparece 2 veces en Job (5,17; 29,11), 27
veces en los Salmos, 10 veces en los Proverbios, una en el Cantar de los
Cantares (6,9), una en el Eclesiastés (10,17), 3 en la Sabiduría (2,16;
3,13; 18,1), 17 en el Eclesiástico y una en Baruc (4,4). En los restantes
libros del A. T. sólo se encuentra esporádicamente: Gen 30,13; Dt 33,29; 1
Reg 10,8; 2 Par 9,7; Tob 13,14.16; 2 Mach 7,24; Is 3,10 (conjetura);
30,18; 32,20; 56,2; Dan 12,12; Mal 3,12.15. La f. en la Biblia siempre se
predica de las personas, nunca de las cosas o de las situaciones. La única
excepción se encuentra en Eccl 10,17, donde se declara «dichosa la tierra,
cuyo rey es hidalgo»; pero en este caso es evidente que el autor no se
refiere directamente al país en cuanto tal, sino a los súbditos del rey.
En contraposición a lo que sucede en la literatura griega, en la
cual a los dioses se les llama «los felices» (makares), porque están
exentos de la muerte, de las preocupaciones y los trabajos de la vida, y
el hombre en tanto es feliz en cuanto posee en el más allá un estado
dichoso semejante al de los dioses, la Biblia nunca llama a Dios «feliz»,
excepto en dos textos de la 1 Tim 1,11 y 6,15, en donde S. Pablo,
siguiendo el uso lingüístico de Filón y de los filósofos estoicos,
proclama a Dios feliz (makários), puesto que a él solo le compete la f.
suprema en virtud de su eternidad e incorruptibilidad (v. DIOS iv, 9-10).
Pero a diferencia de los dioses griegos, que gozan de su f. sin
preocuparse de los humanos, y de los dioses babilónicos, que, «cuando
crearon a los hombres, los destinaron a la muerte, reservándose ellos la
vida en sus manos» (cfr. ANET, 90,III, lín. 3-5), el Dios de la Biblia se
complace en hacer felices a los hombres, comunicándoles su vida, su gracia
(v.) y su gloria (v.), y con ellas todos los bienes.
b. Contenido de la felicidad. El fundamento de la f. es muy variado.
Globalmente la f. consiste en la plenitud de vida, de una vida que durante
algún tiempo parece identificarse con la existencia terrena, y se realiza
fundamentalmente en la tierra. La revelación posterior irá abriendo
horizontes y declarará que la verdadera y plena f. sólo se alcanzará en la
vida futura (v. RETRIBUCIÓN).
Las bienaventuranzas (v.) del A. T. detallan y especifican los
bienes que Dios da a los suyos y que constituyen su f. aquí en la tierra:
tener un rey digno de este nombre (Eccl 10,17), una mujer juiciosa (Eccli
25,8), una posteridad numerosa (Gen 30,13; Eccli 25,7), belleza corporal (Cant
6,9), abundancia de bienes, riqueza, prosperidad, honorabilidad, sabiduría
y prudencia (Eccl 25,8-10; lob 29,1-11. 21-25; Is 32,20), longevidad y
tumba gloriosa (lob 29, 18-20; 21,30-33). La descripción mejor y más
completa de los bienes y males que pueden sobrevenir al hombre en esta
vida se encuentra en el libro de Job (v.), donde se contraponen las dos
tesis de la prosperidad del malvado y de la desgracia del justo. Job
expone su experiencia presentando para el malvado los mismos cuadros de
dicha tranquila, paz doméstica, abundancia material, posteridad numerosa y
larga vida que los tres interlocutores atribuyen al justo como recompensa
de su virtud (lob 21,7-13.16-21. 23-33). Al fin estas descripciones
corresponden sustancialmente a las que se encuentran en la literatura
babilónica. La muerte prematura, la inseguridad en la vida, junto con la
enfermedad, son los grandes flagelos que, según la teología babilónica,
utilizan los dioses para castigar a la humanidad pecadora. Todo el interés
del hombre babilónico se centra en la vida presente. Una venerable
ancianidad, la ausencia de enfermedades y el bienestar material eran la
suprema aspiración del hombre y el don más excelso que los dioses le
podían regalar: «Que tu cuerpo esté harto, que día y noche goce del
placer. Procura estar diariamente de fiesta; pasa día y noche en danzas y
algaradas. Mira al niño que va cogido de tu mano y a la mujer que se
deleita en tu seno» (cfr. O. García de la Fuente, La prosperidad del
malvado..., o. c. bibl., p. 613; ANET, p. 90, lín. 6-13).
El A. T. critica y supera este craso materialismo. Entre los bienes
que constituyen la f. el A. T. menciona con insistencia la sabiduría (Prv
3,13; Eccli 14,20; 25,9; 37,24; 50,28), la prudencia, la moderación y la
piedad, que son dones de Dios y condiciones previas para la dicha (Mal
3,12.15; Bar 4,4.) Por eso, para comprender el valor y el sentido de
ciertas máximas de sabiduría que no superan la perspectiva terrena y que
parecen suponer una concepción interesada y hedonística de la retribución
moral (cfr., p. ej., Ps 1,1; 41,2.3; 106,3; 119;1.2; 128,1; Prv 14,21;
20,7; 29,19), hay que situarlas en el contexto religioso que las vio
nacer. En el interior mismo del A. T. se advierte una clara profundización
en el tema. Detrás de las apariencias externas de prosperidad y bienestar
puede ocultarse una mala conciencia y el pecado (Mal 3,15), y entonces
naturalmente no puede hablarse de verdadera f. (Eccli 14,1-2). Además, la
experiencia demuestra que no hay que juzgar de la f. de un hombre
demasiado de prisa; en todo caso, nunca antes de la hora postrera (Eccli
11,28), ya que sólo entonces se puede proclamar verdaderamente feliz a
quien ha sido justo (Sap 2,16).
En el libro de la Sabiduría, aclarada ya la dimensión ultraterrena
de la vida humana, la virtud (v.) adquiere un valor superior al de los
bienes externos en orden a apreciar la f. de un hombre: las estériles y
los eunucos serán felices si han vivido sin mancilla (Sap 3,13-15). A
través de estas afirmaciones y de otras anteriores en el tiempo se
descubre en qué consiste la verdadera f. y por qué el hombre debe afanarse
en conseguirla. Es feliz quien teme a Dios, le ama, le busca y espera en
él (Ps 2,12; 34,9; 40,5; 84,13; 112,1; Prv 16,20: 28,14; Eccli 34,15; Is
30,18; Tob 13,14). Es feliz el pueblo de Israel, porque ha recibido de
Dios la Revelación, mantiene con él una Alianza, ha sido elegido,
predestinado y salvado (Dt 33,29; Ps 33,12; 65,5; 84,5.6; 89,16; 114,15;
146,5). Son felices quienes han recibido el perdón de sus pecados (Ps
32,1.2), quienes tienen la conciencia tranquila, porque no se han
deslizado con la lengua, fuente de tantas culpas (Eccli 14, 1-2; 25,8;
28,19). La f. en último análisis reside en la comunión con Dios y en Dios
en persona (Ps 73,25). El justo tiene la certeza de que hasta en las
aflicciones y en el dolor, y especialmente en el martirio, se puede ser
feliz (Dan 12,12; 2 Mach 7,24.36-37). El sufrimiento es una prueba de Dios
y como tal la ven y la aprecian los justos (v. DOLOR 111-IV); por eso, no
es de extrañar que se proclame feliz a quien acepta la corrección de
Yahwéh (lob 5,17; Ps 94,12; Tob 13,16). La literatura apócrifa desarrolla
ulteriormente estas ideas, viendo en los sufrimientos y en la muerte de
los mártires la suprema f. (cfr. 4 Mach 6,11; 7,15; 10,15; 12,1).
2. Nuevo Testamento. La novedad que aporta la revelación de Cristo
al concepto de f. consiste principalmente en dos cosas: en el hecho de que
con la venida de Cristo ya están virtualmente presentes todos los bienes
que constituyen la verdadera f., y en que la f. adquiere un sentido
eminentemente religioso y espiritual, cuyo fundamento es el derecho a la
salvación (v.) en el Reino de los cielos o la participación efectiva en
esa salvación.
a. jesucristo y la felicidad. La predicación de Cristo opera un
cambio radical en el mundo de las ideas sobre f. y desgracia. Su venida
deja tras de sí una estela de hombres felices y desgraciados. Son
infelices quienes pasan de largo sin aceptar la buena nueva del evangelio,
p. ej., las ciudades incrédulas (Mt 11,21), los escribas y fariseos que
con su casuística y su apego a las tradiciones de los padres hacían
imposible la observancia de la Ley y ellos mismos la violaban bajo capa de
piedad (Mt 23,13-31), el traidor Judas, que entregó al Hijo del Hombre (Mt
26,24). Son felices, por el contrario, quienes reconocen la suprema
intervención de Dios que por medio de Jesucristo salva a los hombres y se
apropian la salvación con sus obras y su fe (v.):, quienes escuchan la
palabra de Dios (Le 11,28), quienes creen sin haber visto (Ioh 20,29),
quienes no se escandalizan de Jesús (Le 7,23; Mt 11,6); los ojos que han
visto a Cristo (Mt 13,16); la Madre del Mesías, por haber dado a luz al
Salvador del mundo (Le 1,48; 11,27) y haber creído en las promesas divinas
(Le 1,45); Simón Pedro, porque el Padre le reveló que Jesús es el Cristo,
el Hijo de Dios vivo (Mt 16,17); los que en el periodo de prueba
permanecen vigilantes, esperando la llegada del Señor (Le 12,37-38; Apc
16,15); los siervos fieles y prudentes (Mt 24,46; Le 12,43); quienes
practican la caridad con los necesitados (Le 14,14) y son humildes y
serviciales con los hermanos (lo 13,17); quienes han soportado la prueba
con generosidad y se han hecho acreedores a la recompensa divina en la
lucha por la fe (lac 1,12.25; 5,11; 1 Pet 3,14; 4,14) (v. t. JESUCRISTO
v).
b. Contenido de la felicidad. Todo esto se encuentra
maravillosamente recapitulado en las Bienaventuranzas (v.), proclamación
solemne de los requisitos para la f. cristiana (Mt 5,3-12; Le 6,20-26), y
en los correspondientes ayes (Mt 23,13-32; Le 6,24-26). Las
Bienaventuranzas evangélicas señalan el comienzo de una nueva era, una
visión nueva de las cosas, una concepción nueva de la escala de los
valores. Frente a las apariencias falaces del mundo, que promete una f.
que no puede dar, Cristo proclama su mensaje de f. y nos da su promesa
acerca de dónde se encuentra la verdadera dicha. Se trata de un cambio
radical de los valores tradicionales, de una inversión paradójica del modo
de pensar establecido por los hombres, pues Cristo dice que no son
felices, como pregona el mundo, los ricos, los hartos, los poderosos, los
que ríen, sino los pobres, los afligidos, los perseguidos. La f. que
promete será colmada en la eternidad, pero ya desde ahora y desde aquí
comienza su realización en la paz y el gozo del Espíritu. El cristiano es
ya feliz en la esperanza (v.), y aún no se ha manifestado cuánto más lo
será cuando vea a Dios tal como es (1 lo 3,2-3; v. CIELO II-III). No se
trata, pues, de una vana esperanza, sino de una consoladora realidad (V.
SANTIDAD IV).
Las Bienaventuranzas que transmite S. Lucas son cuatro, las de S.
Mateo ocho; pero no existe entre ellas una diferencia sustancial de
contenido. Lucas añade cuatro maldiciones (6,24-26), que Mateo omite. Las
Bienaventuranzas de Lucas parecen anunciar una inversión de situaciones,
sufrimiento en esta vida, gozo en la otra (cfr. Le 16,25); las de Mateo
trazan un programa de vida virtuosa y recalcan la relación entre la
conducta virtuosa y la recompensa escatológica. Mateo presenta el discurso
de Jesús en tercera persona, Lucas en segunda. En Lucas Cristo proclama
felices a los pobres, a los hambrientos, a los que lloran y a los
perseguidos (Le 6,20-22); en Mateo, a los pobres, a los mansos, a los que
lloran, a los hambrientos, a los misericordiosos, a los limpios de
corazón, a los pacíficos y a los perseguidos (Mt 5,3-12). Lucas inculca
con energía la primacía absoluta de la vida eterna y la instrumentalidad
de la vida terrena con todos sus bienes; una sola cosa es necesaria, todo
lo demás se ha de ordenar como un instrumento a la consecución de este
valor; así se comprende que la f. mayor del cristiano es sufrir por
Cristo: «Alegraos y regocijaos porque vuestra recompensa será grande en
los cielos» (Le 6,23). Mateo recalca en las Bienaventuranzas un carácter
más espiritual; los pobres felices no son los pobres a secas, sino los
pobres «en (o de) espíritu»; los hambrientos son los que tienen hambre «de
justicia», no de pan. En Lucas predomina la dimensión social: la f. futura
es una recompensa por las miserias actuales. Mateo apunta más a la actitud
interior, se fija en el ideal de la pobreza. Pero ambas dimensiones, la
interior y la social o externa, están estrechamente relacionadas; es
lógico que, si existe un verdadero espíritu de pobreza, conducirá
necesariamente al desprendimiento efectivo de la riqueza.
Las Bienaventuranzas comunes -pobreza, hambre, llanto, persecución-
ponen de relieve la f. del cristiano que acepta su condición de pobre -el
hambre y las lágrimas son consecuencias de la pobreza y un tributo de la
misma- con fe, esperanza y amor, y ya es por eso mismo ciudadano del Reino
de Dios (v.), Reino que ahora se encuentra en situación de lucha, pero que
será Reino de f. eterna en la gloria, y ponen de relieve también la f. del
cristiano perseguido, que no sólo tiene que aceptar los rigores de una
existencia dura y pobre, sino soportar la opresión y la persecución de los
enemigos de Dios y de la religión, como tuvieron que soportarla el pueblo
de Israel, los profetas y sobre todo Jesucristo. Desde que Cristo murió en
una cruz, antes de ser glorificado, padecimiento y gloria, persecución y
dicha son ya realidades inseparables (V. ALECRíA; DOLOR III-Iv). La
pobreza, el hambre y las lágrimas, lo mismo que la persecución, son
situaciones de privilegio para entrar en el Reino de los cielos. Es feliz
quien acepta todos estos males por Cristo y con Cristo; sin que ello
signifique una actitud pasiva, o fatalista, ante los males (v. ESPERANZA;
LUCHA ASCÉTICA; TRABAJO HUMANO VII; MUNDO III, 1).
Las cuatro Bienaventuranzas propias de Mateo -mansedumbre,
misericordia, pureza de corazón y paz- subrayan otras varias disposiciones
necesarias, cuya posesión procura la verdadera f. del cristiano. La
mansedumbre se opone a la violencia y a la severidad excesiva (cfr. Mt
11,28-30; 23,4). La misericordia (v.), que se concreta en practicar obras
de caridad con los desgraciados, asegura la compasión del juez supremo (Mt
25,31-46). La pureza de corazón es una disposición del alma, no un
conjunto de actos externos, efecto de unas abluciones rituales (Mt
23,25-28). Los pacíficos son los que, además de poseer en sí mismos la
paz, hacen obra de pacificación entre los hermanos por su actitud
conciliante (V. PAZ 111; PAZ INTERIOR).
c. San Pablo hace pocas afirmaciones sobre el tema de la f., pero
las que hace tienen una gran importancia teológica. Recogiendo un texto
del A. T. (Ps 32,1-2), Pablo afirma que es feliz quien ha recibido el
perdón de sus pecados, y la f. que le atribuye es una dicha profunda que
nace del saberse uno en posesión de la justificación (v.), es decir, de
una pacificación total con Dios (Rom 4,7-9). En otra ocasión declara feliz
a quien no tiene que hacerse a sí mismo ningún reproche por las decisiones
que ha tomado en conciencia en asuntos morales dudosos (Rom 14,22).
Finalmente, Pablo juzga más feliz a la viuda que no contrae nuevas
nupcias, para poder dedicarse más fácilmente al servicio del Señor, que a
la que se casa otra vez (1 Cor 7,40).
d. El Apocalipsis contiene siete bienaventuranzas y catorce
maldiciones que completan el cuadro que hace el N. T. de la f. del
cristiano. El libro se abre ya proclamando feliz a quien guarde las
palabras que en él se contienen (1,3) y se cierra con una aseveración
semejante que corrobora la primera (22,7). Los cinco macarismos o
bienaventuranzas restantes se refieren: a los muertos que mueren en el
Señor, pues descansan ya de sus fatigas y sus obras buenas les acompañan
(14,13); a los cristianos que han permanecido vigilantes durante su vida y
han procurado llenarla de buenas obras (16,15); a los invitados al
banquete de bodas del Cordero, ya que será grande su f. al verse salvados
(19,9; cfr. Le 14, 15; 22,30; Mt 26,29); a los que participen en la
primera resurrección, pues así se verán libres de la muerte eterna (20,6);
y a los que hayan lavado sus vestidos en la sangre del Cordero, es decir,
a los que se hayan apropiado los efectos de la Redención, porque así
entrarán en la gloria celestial (22,14).
3. Resumen final. La felicidad en los textos más antiguos del A. T.
tiene un carácter más material y terreno, se apunta más a la f. en la vida
presente. Con el progreso de la Revelación se amplía el horizonte; los
textos más recientes del A. T. señalan también la f. en la otra vida (V.
RETRIBUCIóN; CIELO II). Y siempre la f. está en el amor (v.) o unión (v.)
a Dios, en la sabiduría, en la justicia o santidad de vida (v. SANTIDAD I
y IV).
El N. T. es todo él Buena Nueva, Alegre Noticia (Evangelio); con una
invitación a la f. saluda el ángel a María en la Anunciación: «Ave
(alégrate), llena de gracia, el Señor es contigo» (Le 1,28; V. AVE MARÍA);
y también con una invitación a la alegría anuncia el ángel el nacimiento
de Cristo a los pastores: «No temáis, pues os anuncio una gran alegría,
que lo será para todo el pueblo; os ha nacido hoy en la ciudad de David un
salvador, que es el Cristo Señor» (Le 2,10). La f. es la salvación que
trae Jesucristo (v. SALVACIóN III); y la salvación consiste en la
identificación con Él, ya en esta vida (V. JESUCRISTO V); ésa es la
voluntad (v.) de Dios: la perfección (v.) o santidad (v. SANTIDAD IV), que
es unión (v.) con Dios, caridad (v.), que inicia la f. del hombre en esta
vida y se consuma en el cielo (v. CIELO III). La f. no es, pues, sólo
futura, en la otra vida para los que en ésta han sido desgraciados, sino
que es también presente, pero supone esfuerzo (V. LUCHA ASCÉTICA) y dolor
(V. DOLOR III-Iv). De modo que la f. eterna en el cielo es sólo para los
que son también felices en la tierra en medio de la lucha y el dolor; el
hombre es responsable de su felicidad, del cumplimiento o no de su
vocación (v.).
Sobre estas ideas fundamentales, la especulación e investigación
filosófica y teológica han elaborado a través de los siglos, con ayuda de
la experiencia de tantos hombres cristianos, una profunda y acabada
doctrina, que suele presentarse como uno de los motivos de credibilidad
del cristianismo (V. REVELACIÓN III, 2; APOLOGÉTICA I, 6) y cuya
exposición completa o sistemática no es necesario hacer aquí. Para ello
véanse los artículos sobre los temas que se han mencionado, y a los que se
ha remitido, en el párrafo anterior. Pueden verse también algunos puntos
en: ESPERANZA; DIOS IV, 5-6; ESCATOLOGÍA III; TEOLOGÍA MORAL; HOMBRE;
PERSONA; LIBERTAD; INMORTALIDAD; ALEGRÍA.
BIBL.: G. L. DRICHLET, De veterum
macarismis, Giessen 1914; H. CAZELLEs, Béatitude, en Catholicisme 1, París
1948, 1342-1346; 1. DUPONT, Les Béatitudes, 2 ed. Lovaina 1958; G. CHEVROT,
Las Bienaventuranzas, 4 ed. Madrid 1959; F. ASENSIO, Las bienaventuranzas,
Bilbao 1958; F. LóPEZ MELUS, Perspectivas de las bienaventuranzas, 2 ed.
Madrid 1967; A. GEORGE, La forme des béatitudes jusqu'á Jésus, en Mélanges
bibl. A. Robert, París 1957, 397-403; C. H. DODD, The Beatitudes, ib.
404-410; C. KELLER, Les «béatitudes» de 1'A. T., en Hommage á W. Vischer.
Montpellier 1960, 88-100; O. GARCÍA DE LA FUENTE, La prosperidad del
malt)udo en el libro de lob y en los poemas babilónicos del «justo
paciente», «Estudios Eclesiásticos» 34 (1960) 603-619; 1. PRECEDO,
Felicidad, en Enc. Bib. 111,501-505; C. SPIoQ, Teología moral del Nuevo
Testamento, 1, Pamplona 1970, 292 ss.-Estudios más generales: S. TOMÁS,
Suma teológica, 1-2 q.2-3 y q.69; S. RAMÍREZ, De hominis beatitudine, 3
vol., Madrid 1942-47; P. LUMBRERAS, De fine ultimo hominis, Madrid, etc.
1954; A. COMBES, Dieu et le bonheur du chrétien, París 1960; v. t. los
manuales y obras generales de ÉTICA, MORAL, TEOLOGIA MORAL y ESCATOLOGíA
III, y la bibl. de I.
O. GARCÍA DE LA FUENTE.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp,
1991
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