Fe
Teologia Dogmática.
A. SÍNTESIS GENERAL. 1. Definición. La fe es el asentimiento de la
mente a la verdad revelada por Dios, no por su intrínseca evidencia,
sino por la autoridad del mismo Dios, verdad infalible, que no puede
ni engañarse ni engañarnos (cfr. Conc. Vaticano I: Denz.Sch. 3008;
Catecismo Mayor de S. Pío X, n° 864).
En esta definición quedan patentes los diversos aspectos de la
fe: a) es virtud sobrenatural: está fuera de las posibilidades del
hombre ya que es fruto de la generosidad divina que le hace participar
en el conocimiento mismo de Dios; es, pues, una gracia; pero requiere
la colaboración humana: nace de la buena voluntad y de la conciencia
moral y se basa en ellas; b) se tiene por verdadero lo que Dios ha
revelado: es un modo de aprehensión intelectual de la verdad; es, en
primer lugar, por tanto, un acto de la inteligencia, facultad de lo
verdadero, aunque también intervienen todas las potencias humanas;
«cuando Dios revela debe prestársele aquella obediencia de fe por la
que el hombre se entrega todo a Dios, rindiendo al Dios que revela el
pleno acatamiento de su entendimiento y voluntad y asintiendo
voluntariamente a la Revelación por Él hecha» (Conc. Vaticano 11, Dei
Verbum, 5); c) se cree no por la evidencia intrínseca de los objetos,
sino a causa de la autoridad de Dios: éste es el motivo formal de la
fe, ya que no pudiéndose demostrar directamente los misterios, la
creencia tendrá que basarse en la autoridad de los testigos de Dios.
El objeto material de la fe es Dios en su naturaleza y en su
obra redentora, primer principio y fin último del hombre; de modo que
todo lo creado es objeto de fe en cuanto dependiente de Dios; pero, en
concreto, es objeto de fe todo lo revelado por Dios (v. REVELACIóN
II111) y propuesto por la Iglesia (v. MAGISTERIO ECLESIÁSTICO), más
específicamente los misterios sobrenaturales de la vida divina (p. ej.,
Trinidad, Redención, etc.) expresados en los dogmas de fe (V. D.). El
objeto formal, o sea, la razón por la cual se cree, es Dios mismo,
concretamente su infinita Veracidad, que no puede «ni engañarse ni
engañarnos». Las razones naturales que conducen a la fe son los
«preámbulos de la fe» (v. 111,13), pero su causa formal es sólo la
veracidad divina (v. DIOS IV, 5 y 13).
La Teología hace diversas divisiones de la fe: Fe actual o acto
de fe: es el asentimiento sobrenatural, firme y libre que se otorga a
las verdades reveladas, en razón de la autoridad de Dios y movido por
la gracia. Fe habitual: es la fe como virtud, ya definida
anteriormente; por ella se puede emitir el acto de fe. Puede ser fe
formada, perfecta, viva, si va unida a la caridad (v.), a la entrega a
Dios y al vivir en su gracia; y fe informe, imperfecta, cuando no se
acompaña de la caridad (v.), es la que permanece en el pecador
(Trento, Denz.Sch.1578), pero es fe muerta, sin obras (Iac 2,17); sólo
se pierde por el pecado de infidelidad.
2. Elaboración teológica. La S. E. presenta la fe como adhesión
a la palabra de Dios y confianza en la persona de Cristo (fe
subjetiva) y al mismo tiempo señala su carácter intelectual de
aceptación del kerigma (v.) apostólico (fe objetiva; v. I).
Los Padres de la Iglesia se mantienen en la misma línea. Para S.
Agustín, que pone explícitamente el acto de fe en la esfera del
conocimiento («creer es pensar con asentimiento», De praedestinatione
Sanctorum, 45), la fe, tomada en sentido pleno, abarca el
entendimiento y la voluntad para orientar a todo el hombre hacia Dios;
distingue, pues, la fe puramente intelectual (creer a Dios) de la fe
plena que implica el movimiento de la voluntad (creer en Dios). La una
se ordena a la otra para la salvación del hombre (v. AGUSTIN, SAN 11,
1). Su enseñanza fue recogida por el 11 Conc. de Orange (a. 529; v.),
que, sin ser ecuménico, tuvo importancia por la doctrina que formuló,
siguiendo al santo de Hipona, especialmente sobre la gracia necesaria
para llegar a la fe justificante, doctrina confirmada por Bonifacio II
(cfr. Denz.Sch. 375 ss.).
De la doctrina de los Padres, sobre todo de S. Agustín, S. Tomás
deduce y fija en términos precisos la Teología de la fe recogiendo y
ordenando orgánicamente todos los motivos de la Tradición. Ante todo
pone en seguro el aspecto esencial de la fe; ésta, formalmente, es un
acto de inteligencia que bajo el impulso de la gracia se adhiere a la
verdad revelada, por la autoridad de Dios revelante: «creer es un acto
de entendimiento que da el asentimiento a la verdad divina, bajo el
imperio de la voluntad movida por la gracia» (Sum. Th. 2-2 q2 a9).
Además del entendimiento entra, pues, en la fe la voluntad ayudada por
la gracia divina, porque la verdad revelada es misteriosa y por tanto
falta de aquella evidencia intrínseca que suele determinar el
asentimiento de la mente (Summa contra Gentiles, 111,40). La voluntad
interviene a la luz del bien prometido por Dios al hombre que se
pliega dócilmente a su palabra. Los pecados, sin embargo, pueden
obstaculizar la inclinación de la voluntad al bien e impedir el
asentimiento de la inteligencia a la verdad (v. v); entonces acude la
gracia: «la fe como asentimiento, que es su acto principal, depende de
Dios, que mueve interiormente con la gracia» (Sum. Th. 2-2 q6 al).
Pero en todo caso la fe es libre y meritoria de la vida eterna (ib. q2
a9).
Además, S. Tomás admite un fundamento racional del acto de fe en
el juicio de credibilidad que la razón puede formular acerca de la
existencia de Dios, del hecho histórico de la revelación confirmada
por los milagros (v. in, B; REVELACIóN in, 2). Por este camino el
hombre llega a la certeza moral de que la verdad propuesta ha sido
revelada por Dios y, por tanto, es creíble, aunque misteriosa (Sum. Th.
2-2 ql al-4; q2 a9-10).
Sin embargo, la certeza de la credibilidad no induce
necesariamente al asentimiento de la fe verdadera y propia, que
presenta verdades oscuras, no evidentes. La consideración de la
autoridad de Dios infalible dispone aún más al alma a creer, pero para
superar todas las dificultades se necesita la gracia que inclina el
entendimiento y la voluntad al acto de fe y eleva este acto a la
esfera sobrenatural. Racionabilidad, libertad y sobrenaturalidad son,
pues, tres caracteres esenciales de la fe cristiana (cfr. P. Parente,
Fe, en Diccionario de Teología dogmática, 2 ed. Barcelona 1963,
169-171).
3. El Magisterio eclesiástico. Esta doctrina de S. Tomás,
síntesis de la más auténtica tradición, vuelve sustancialmente a oírse
en las definiciones de los Conc. de Trento (Denz.Sch. 1532 ss.) y
Vaticano I (Denz.Sch. 3008-3020). El luteranismo señaló una fractura y
una deformación de la doctrina acerca de la fe. Lutero (v.) reduce la
fe a un sentimiento de confianza en la omnipotencia y en la
misericordia de Dios y hace de ella el único medio de salvación,
excluida la gracia interior y las buenas obras del fiel. Lutero yerra
cuando apela a S. Pablo, quien afirmaba la necesidad de la cooperación
humana con la fe y con la gracia para salvarse (1 Cor 9,24 ss., etc.).
El Apóstol pone la iniciativa de la santificación del hombre en manos
de Dios, pero no excluye las obras buenas ni reduce toda la santidad a
la fe. Él no dice que la justicia y santidad fue imputada a Abraham en
virtud de su fe, como si la una y la otra coincidieran (así piensan
Lutero y sus seguidores), sino que enseña que la fe fue imputada, es
decir, se le tuvo en cuenta a Abraham para la justificación, que es
posterior y superior a la fe. Por eso, Santiago, que no está en
contradición con S. Pablo, afirma que la fe sin las obras es muerta y
no ayuda para salvarse (Iac 2,20; V. JUSTIFICACIóN).
Al principio de este siglo surge el modernismo teológico (v.),
en donde confluyen muchos errores del pensamiento filosófico y
religioso de la época. Entre otros errores, el modernismo adoptó el
motivo luterano de la fe-sentimiento, haciendo del dogma una expresión
provisional del sentimiento religioso que brota de la subconsciencia.
El Magisterio de la Iglesia condenó explícitamente esta teoría: «Tengo
por cierto y sinceramente profeso que la fe no es un ciego sentimiento
religioso, que brota del fondo de la subconsciencia bajo la presión
del corazón y la inclinación de la voluntad... sino un verdadero
asentimiento del entendimiento a la verdad recibida de fuera» (S. Pío
X, juramento antimodernista: Denz.Sch. 3542).
Pío XII, en la enc. Humani generis, puso de relieve de nuevo el
carácter intelectual de la fe y sus fundamentos racionales contra
algunas tendencias que trataban de subestimar la función de la razón
humana en orden a las verdades divinas (Denz.Sch. 3875 ss.), y lo
mismo ha hecho Paulo VI en sus abundantes intervenciones magisteriales
sobre el tema de la fe (cfr. aloc., 5 ag. 1965, 20 abr. 1966, 1 mar.
1967, 7 mar. 1967, etc.).
4. Resumen. En conclusión, la doctrina católica fundada en la
Revelación (v. i) afirma:
1) Que la fe es don divino, virtud (v.) sobrenatural infundida
por Dios en el alma: «el mismo Dios que dijo: `brille la luz en el
seno de las tinieblas' es el que ha hecho brillar la luz en nuestros
corazones» (2 Cor 4,6).
2) Que hay motivos racionales que preparan y justifican la
apertura del espíritu a la fe en Dios y en su palabra (V. FE ni, B'
REVELACIÓN III, 2; CREDENTIDAD, MOTIVOS DE; MILAGRO III; PROFECÍA II;
etc.).
3) Que el acto de fe es asentimiento del entendimiento a la
verdad revelada por Dios; es decir, es un modo de aprehensión
intelectual de la verdad, y no sólo una tendencia, un sentimiento, una
experiencia, sino que con ella se aceptan y se hacen propias verdades
reveladas (cfr. Denz.Sch. 1553 y 3008).
4) Que al acto de fe concurre la voluntad, la cual, en virtud de
la autoridad divina, mueve al entendimiento a adherirse a una verdad,
aunque no sea evidente; de manera que la fe «no es un acto puramente
especulativo; es un acto racional, pero no fruto solamente de la
razón. Un acto voluntario de ésta lo hace posible y meritorio; es
necesario querer creer, cuando, es obvio, vemos que es razonable,
humano, hermoso, hacerlo» (Paulo VI, aloe. 20 abr. 1966).
5) Que la fe es libre, ya que su objeto más directo, los
misterios sobrenaturales revelados, no es evidente en sí mismo: «El
acto de fe es, en efecto, libre por su misma naturaleza, porque los
seres humanos, redimidos por Cristo, salvados y llamados (cfr. Eph
1,5) en Cristo Jesús a ser hijos adoptivos, no pueden adherirse a Dios
que se les revela, si el Padre no los trae (cfr. lo 6,44) y si no
prestan a Dios un obsequio racional y libre de su fe» (Conc. Vaticano
II, Dignitatis humanae, 10; cfr. también Denz.Sch. 798 y 3035).
6) Que tanto el asentimiento de la razón como el impulso de la
voluntad son determinados por el influjo de la gracia (v.), que, sin
embargo, deja intacta la libertad, de modo que el creer sea acto
meritorio (V. MÉRITO).
7) Que la fe es inicio de la santificación y de la salvación,
pero exige las obras buenas para que la salvación se consiga.
Finalmente, conviene señalar dos aspectos estrechamente ligados
a la misma estructura del acto de fe, en el que concurren, en síntesis
armónica, la inteligencia y la voluntad. La Teología, con base en la
S. E., distingue lo que se ha dado en llamar fe subjetiva y fe
objetiva:
a) La fe subjetiva (lides qua creditur) o fe creyente es la
virtud subjetiva y sobrenatural mediante la cual el hombre se adhiere
a las verdades reveladas; es capacidad -luz en el entendimiento,
moción en la voluntadde adherir a la Palabra de Dios, aceptación
personal y vital a Cristo que compromete toda la existencia. No es,
simplemente, pura adhesión intelectual, sino también confianza,
obediencia a una verdad que compromete todo el ser mediante la unión
con Cristo; es la opción decisiva del hombre de la que depende toda su
vida: «el que crea y se bautice se salvará, el que no crea se
condenará» (Mc 16,16; cfr. Rom 1,16).
b) La fe objetiva es la fe como término de la adhesión a la
Palabra de Dios revelada, a los dogmas que la definen (lides quae
creditur); es la fe entendida como depósito o contenido (v. III,A) que
comprende a Dios, a Cristo, la doctrina, el dogma, es decir, el objeto
de la virtud teologal; es el depósito guardado por la Iglesia, que lo
presenta a la inteligencia y a la vida de los cristianos (cfr. Paulo
VI, aloc. 30 nov. 1966).
No hay oposición alguna entre la fe entendida como Revelación
(depósito de la fe) y la fe como virtud teologal, sino que hay mutua
exigencia, ya que precisamente la virtud de la fe es la capacidad de
adherirse a la Palabra de Dios. Por el contrario, la exageración de
uno de estos aspectos en detrimento del otro lleva siempre al error,
bien al fideísmo (v.), bien -mucho más frecuente hoy día- a una
concepción subjetivista de la fe, la fe-sentimiento (V. LUTERO Y
LUTERANISMO I, 2; MODERNISMO TEOLÓGICO).
V. t.: VIRTUDES II-111; APOLOGÉTICA; BAUTISMO 111, 5;
ESCATOLOGÍA 111; MÍSTICA.
M. A. MONGE SÁNCHEZ,
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Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991