Llamado también, aunque con menos propiedad, Niceno-Constantinopolitano;
se trata del Símbolo cuyo texto es ahora de todos conocido por recitarse
en la Santa Misa (Denz.Sch. 150). En las sesiones 3a y 5a del Conc. de
Calcedonia se leyó y confirmó este Símbolo atribuido a los «150 obispos»,
o sea a los Padres del I Conc. de Constantinopla (381), afirmación que
ninguno contradijo y que encuentra una cierta confirmación en lo que decía
Teodoro de Mopsuestia en sus homilías catequéticas IX y X pronunciadas a
fines del s. Iv o principios del v. Valgan estos testimonios contra las
teorías de Harnack y Bardy, según los cuales este Símbolo no es más que el
de la Iglesia de Jerusalén, tal como lo conocemos por las homilías
catequéticas de S. Cirilo, aumentado con algunos elementos tomados del
Símbolo de Nicea. En cambio el examen de la estructura del Símbolo da como
resultado que en él han confluido el Símbolo Niceno y el Símbolo
Apostólico. Es interesante a este propósito ver cómo en la redacción del
ciclo cristológico se ha hecho un trenzado completo de ambos Símbolos. Es
verdad que hay algún otro elemento que no está en esos dos Símbolos y que
en cambio se halla en el de Jerusalén. Los más interesantes son: «que
habló por los profetas» y «cuyo reino no tendrá fin» (Lc 1,33); es
probable que estas frases hayan pasado del Símbolo de Jerusalén al
Constantinopolitano, pero no hay completa certeza.
Hay que añadir que este Símbolo existía ya desde que Epifanio de
Salamina lo incluyó en su Ancoratus en el a. 374. Con toda probabilidad lo
redactó él, contra lo que opina E. Schwartz al suponer que los Padres de
Constantinopla fueron sus autores y que en el primitivo Epifanio no
figuraba este Símbolo sino el de Nicea.
Además del Símbolo Niceno y Apostólico y esos incisos quizá
jerosolimitanos, el Símbolo Constan tinopolitano se caracteriza por toda
una serie de enunciados sobre la divinidad del Espíritu Santo «el Señor,
el vivificante, el que procede del Padre, el coadorado y conglorificado
con el Padre y el Hijo». Estas afirmaciones recogen y definen la doctrina
de la fe como resultado de la controversia habida contra los pneumatómacos
(v.) o adversarios del Espíritu (v. MACEDONIO Y MACEDONIANOS); los
campeones de la ortodoxia habían sido Cirilo de Jerusalén, Atanasio,
Basilio y Gregorio de Nazianzo. Se da al Espíritu el título divino de
«Señor» para separarlo de las creaturas, todas serviles; se afirma que
vivifica sobre todo santificando,. mientras él no es santificado; que
procede inefablemente del Padre mientras los adversarios aseguraban que
era hechura del solo Hijo; que se le deben los honores de la adoración y
el culto supremo al igual del Padre y del Hijo (v. ESPíRITU SANTO II).
El Constantinopolitano citado por el III Conc. de Toledo (589)
incluye en el texto por vez primera «y del Hijo» (Filioque), añadidura que
tanto amargó a los orientales, pero que doctrinalmente está en consonancia
con lo que afirman Padres griegos del s. Iv y siguientes, por no hablar de
escritores latinos. Cuando se hizo la unión entre católicos y ortodoxos
bizantinos en el Conc. de Florencia (v.) se declaró por ambas partes que
el Filioque se había incluido en el Símbolo «lícita y razonablemente» (Denz.Sch.
1302).
El Símbolo que nos ocupa no tuvo fuerza para imponerse a toda la
Iglesia hasta que se volvió a tratar de él en el Conc. de Calcedonia.
Hasta esa fecha queda oculto en el silencio y no emerge en la controversia
nestoriana ni en el Conc. de i:feso. Pero en la tercera sesión
calcedonense los comisarios imperiales propusieron para su ratificación el
Credo de «los 150 santos», que fue aceptado con aprobaciones clamorosas. Y
lo más importante es que en el Decreto dogmático elaborado en la quinta
sesión y promulgado en la sexta se propone como norma de fe, después del
Símbolo de Nicea, el de Constantinopla, «para expulsar todos los brotes de
herejías y para confirmación de nuestra misma católica y apostólica fe» (Denz.Sch.
300); se ve por el texto y contexto que los Padres de Calcedonia quisieron
dar fuerza de definición dogmática al Constantinopolitano. Los acuerdos
dogmáticos de dicho Concilio fueron aprobados por el papa S. León 1 el
Magno en su carta del 21 mar. 433 (Epístola 114). Desde entonces el
Símbolo ha tenido valor de dogma; lo profesan hoy católicos, ortodoxos y
protestantes.
BIBL.: Además de varias de las
obras del número anterior, cfr.: 1. N. KELLY, Early Christian Creeds,
Londres 1950, 296-367; A. M. RITTER, Das Konzil von Konstantinopel und
sein Symbol. Studien zur Geschichte und Theologie des 11 Okumenischen
Konzils, Gotinga 1965; I. ORTIZ DE URBINA, La struttura del Simbolo
Costantinopolitano, «Orientalia christiana periodica» 12 (1946) 275-285.
I. ORTIZ DE URBINA.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp,
1991
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