Además del legado de la 1. de e. en sí, se tratará de su variedad, de la
literatura «a lo divino», y de los valores doctrinal y estético.
El conjunto de libros espirituales constituye, en la literatura
hispana, un riquísimo patrimonio, aun numéricamente (v. 1, 2, 3). Menéndez
Pelayo daba la cifra de 3.000. Karl Vossler, limitándose al Siglo de Oro,
afirma que el «número pasa del millar» (Introducción a la literatura
española del Siglo de Oro, Buenos Aires 1945, 64). La Bibliotheca Hispana,
de N. Antonio, es campo donde se pueden espigar miles de títulos de este
género (11, 517-524; índices de «ascetica seu spiritualia»). Sainz
Rodríguez prepara un «inventario de la literatura espiritual española,
sistemáticamente clasificado» (o. c., 32), como parte de su Historia de la
espiritualidad religiosa en España, obra de gran envergadura y aliento.
Con apacible y veraz ironía dice que es frecuente citar la supuesta cifra,
o, más que supuesta, aproximada, de 3.000 «para ponderar la importancia»
de la literatura espiritual española, «sin hacer nada para explorar esa
enorme selva virgen de libros» (Espiritualidad española, Madrid 1961, 28).
Azorín alude, con pena, a los «palacios abandonados» (De Granada a
Castelar, Madrid 1922, 229).
Para comprender la vastedad de este sector de la literatura española
se recurre al tópico de la España mística. «Ningún viajero consciente
puede pasar unas semanas en España sin darse cuenta de que el misticismo
es algo innato en su pueblo», anota E. Allison Peers (El misticismo
español, Buenos Aires 1947, 13); Richard Wright hace una mezcla alucinante
de la España «pagana, mística y sensual». Ortega y Gasset en su viaje por
«tierras de Sigüenza y Berlanga», se siente «místico español», con el
seudónimo de «yo, Rubín de Cendoya» (Castilla y sus castillos, Madrid
1949, 11); y en las Meditaciones del Quijote define a España «promontorio
espiritual de Europa, como proa del alma continental». Y Américo Castro
confiesa (cantando la palinodia, según E. Asensio) que el eje de la
creencia atraviesa el ser y la historia hispana (E. Asensio, El erasmismo
y las corrientes espirituales afines, «Rev. de Filología española», 36,
1952, 31). Su obra La realidad histórica de España (México 1962) y la
réplica voluminosa de C. Sánchez-Albornoz, España, un enigma histórico
(Buenos Aires 1962), son las «obras mayores» que tratan de penetrar en el
misterioso (místico) ser de España.
En todo caso, las conclusiones a que se llega rápidamente son: a) el
gran caudal de la literatura religiosa, patrimonio sin parangón posible en
otros países europeos; b) la calidad de algunas obras, cimas de creación
artístico-literaria; c) el interés in crescendo que despiertan en el mundo
de las letras europeas del s. xx, no obstante el desdén y la
superficialidad con que se miraba ese patrimonio en las viejas historias
de la Literatura española; y d) el hecho singular y simbólico de que «el
primer vagido de la lengua española» sea «una oración... temblorosa y
humilde» (D. Alonso, De los siglos oscuros al de Oro, Madrid 1964, 14-15).
Ensayo de clasificación. Se puede adoptar, con carácter provisional
o como método de trabajo, la clasificación propuesta por 1. Behn. El
vastísimo campo de la literatura espiritual española abarca, como es
obvio, innumerables géneros, formas diversas. El criterio clasificador de
1. Behn en su Spanische Mystik es temático, incluyendo de soslayo el
metodológico (Düsseldorf 1954).
1) Escritos mistagógicos: los que tienen una finalidad antropogógica,
es decir, conductora o guiadora del cristiano por la empinada senda de la
santidad; entran en este apartado las inmensas series de escritos para
dirección espiritual (v.), entendiendo esta expresión en sentido amplio:
libros de instrucción, devotos, etc. El maestro de este género es, sin
duda, fray Luis de Granada (v.).
2) Escritos mistográ f icos: los que tratan de exponer la
antropología mística, o sea, el análisis, reflexivo o espontáneo, de la
propia experiencia mística; pertenecen a este grupo las autobiografías,
las relaciones y, de modo global, los testimonios que algunos místicos han
legado de su peculiar «vividura» o experiencia intrapersonal de lo divino.
S. Teresa de Jesús (v.) es, en este campo, una figura cumbre.
3) Escritos mistológicos: los que pretenden una exposición y
valoración teológicas de la vida sobrenatural del hombre cristiano. Cabría
distinguir aquí dos secciones: a) los libros que entrañan vivencias junto
con Teología, p. ej., los de S. Juan de la Cruz (v.), el «Doctor Místico»
por antonomasia en la Iglesia; y b) los libros que intentan sistematizar
el saber místico o estudiar monográficamente algún problema. La
sistematización que se realizó en el s. XVII, revela menos nervio
experimental que en el s. xvl; las summas y los monumentales Cursus
theologiae mysticae son índice de la científica hazaña, prendida a los
nombres de Vallgornera, José del Espíritu Santo, etc.
En lo que al estudio analítico de toda esa producción atañe, los
criterios son múltiples, según el ángulo de visión (corrientes, temas,
géneros literarios, autores). Nadie se ha atrevido aún a escribir una
historia de la Literatura espiritual española. El éxito de la
Introducción, de Sainz Rodríguez, «no obstante sus deficiencias», se debe
a la «no existencia de una obra de conjunto» sobre este sector
importantísimo de la literatura española (o. c. 25). De su historia,
concebida con criterios integrantes y gestada, en acopio de material, y
que se halla en 14 «última etapa de elaboración» (o. c. 15), se espera que
colme la mayor laguna de las letras hispanas, pues en «las obras generales
de historia de la literatura sólo ocupan lugar importante las grandes
figuras literarias, como Luis de León, Luis de Granada, Santa Teresa, San
Juan de la Cruz, mientras las secundarias se relegan en el mejor de los
casos al aglomerado de la llamada literatura didáctica, a la vez que, por
supuesto, no se ocupan de ninguno de los problemas históricos y
doctrinales relacionados con el género de la literatura ascético-mística
propiamente dicha» (o. c. 25-26), y que supere la famosa Histoire
littéraire du sentiment religieux en France, de H. Bremond, el repertorio
de J. Dagens (Bibliographie chronologique de la littérature de
spiritualité et de ses sources, París 1952) y el interesante ensayo,
arsenal de datos inéditos, de J. S. de Silva Dias (Correntes de sentimento
religioso em Portugal, Coimbra 1960). Como estudio complementario hay que
citar la Col. «Espirituales españoles», iniciada en 1959 (Barcelona), la
única de esta índole intentada hasta ahora, y la Antología histórica de la
literatura espiritual española, incluida en la citada colección.
Literatura profana-literatura religiosa. Un aspecto digno de relieve
es la interacción «literatura profana-literatura religiosa», fenómeno muy
acentuado en las letras hispanas. La ley de la continuidad, fundamental en
los caminos de la perfección cristiana (cfr. Á. Huerga, Un problema de la
Segunda Escolástica: la oración mística, «Angelicum» 44, 1967, 10-59), se
verifica también en la historia de la literatura y de las corrientes
espirituales. Son innumerables las migraciones, los influjos. En la
literatura espiritual española, las «importaciones» han sido muchas; los
investigadores tienen obsesión por el influjo nórdico; pero es más
significativo, en el campo poético, p. ej., la «deuda» con los spirituali
italianos.
Al margen de esto, hay que destacar la interacción constante y
recíproca que se observa entre los sectores «profano» y «religioso» de la
literatura española. Se invaden mutuamente. Elementos «profanos» pasan en
filtro a los libros espirituales; elementos «religiosos» abundan en los
libros de «profanidades». No hay, según parece, poeta español en el que
desaparezca por completo la presencia de lo religioso. Por otra parte,
libros de caballería (v.) y libros espirituales, tan reñidos en superficie
y en intención, conviven y se dan la mano. El género de «a lo divino», que
arraiga tan hondo en las plumas hispanas, es un testimonio irrecusable. S.
Teresa cristianiza las hazañas de los caballeros, trasponiéndolas «a lo
divino»; y Don Quijote se compara, suspirando, a los santos, caballeros
también: «sino que la diferencia que hay entre mí y ellos es que ellos
fueron santos y pelearon a lo divino, y yo pecador, y peleo a lo humano;
ellos conquistaron el cielo a fuerza de brazos, ...y yo hasta ahora no sé
lo que conquisto» (II parte, cap. 58).
El fenómeno de la literatura española «a lo divino» alcanza unas
proporciones extraordinarias. Según D. Alonso: «obligaría a considerar el
fenómeno español de conversión de la literatura profana a plano religioso
con más atención de lo que hasta aquí se ha hecho. Esperemos que alguien
escriba una Historia de la literatura española a lo divino» (Poesía
española. Ensayo de métodos y límites estilísticos, - Madrid 1952, 220).
Novela, teatro, poesía, hagiografía, etc., ofrecen fértil filón (cfr. o.
c. 256). Fray Juan de los Ángeles habla de la «conquista» de las Indias de
Dios, es decir, del cielo.
Valoración doctrinal. Considerada en sus valores intrínsecos, la
literatura espiritual española contiene un patrimonio incalculable de
doctrina. Si se compara con el patrimonio de la literatura cristiana en
general, es una cumbre. R. Richard habla de su inmensa variedad y riqueza.
Aparte lo que debe a otras literaturas (cuestión de los influjos,
justificados siempre, ya que en la espiritualidad cristiana no se puede
hablar de propiedad privada), lo más valioso es lo propiamente original.
En puntos trascendentales, como la tensión agónica (sentido etimológico y
unamuniano) de la vida mística, proyectada a una plenaria escatología; en
el conocimiento de sí mismo o introspección religiosa, en la temática del
amor puro, en la descripción de los estados místicos, etc., cuenta con los
autores más importantes. R. Richard, apuntando concretamente a S. Teresa y
a S. Juan de la Cruz, opina que «si, por un imposible, viniéramos a perder
el conocimiento y el recuerdo de sus doctrinas, no resulta exagerado decir
que habría que reinventar y reelaborar toda la psicología mística»
(Estudios de literatura religiosa española, Madrid 1964, 12-13). El mismo
hispanista advierte, en contraste con su país, que «en el conjunto de esta
literatura resalta el predominio de los religiosos, en su mayoría de
humilde origen y que permanecen junto al pueblo: fray Luis de Granada, S.
Tomás de Villanueva, S. Ignacio, fray Luis de León...» (o. c. 254).
Corrobora la observación F. Márquez (o. c. en bibl., 197).
Hay que tener presente las consecuencias y, sobre todo, la tensión
que se produce, en el campo de la ortodoxia, al aparecer los «fantasmas»
sociales de la «pureza de sangre», o los «fantasmas» religiosos de los
«alumbrados» (v. ILUMINISMO). La Inquisición trabajó por mantener la
balanza de la ortodoxia de la literatura espiritual. Los apologistas, como
Menéndez Pelayo, creen que esa literatura salió purificada; los
denigradores sentencian una total condena de la Inquisición. En
perspectiva del s. xx es pueril afirmar que Bartolomé de Carranza (v.) fue
un alumbrado o un luterano, como aseguraba Melchor Cano, el gran teólogo.
En suma: la literatura espiritual española posee un robusto nervio de
perfecta ortodoxia.
Valoración estética. También aquí el juicio es unánime y positivo.
Baste citar los análisis de Azorín sobre la prosa de fray Luis de Granada
o los de D. Alonso en la poesía de S. Juan de la Cruz. Otros nombres que
pueden citarse son Juan de Ávila (v.) y Pedro Malón de Chaide (v.).
BIBL.: Además de la citada en el
texto, v. M. MENÉNDEZ PELAYO, La poesía mística en España, en Edición
nacional de las obras de Menéndez Pelayo, VII, Santander 1954, 69-110; M.
BATAILLON, Erasmo y España. Estudios sobre la historia espiritual del s.
XVI, México 1967; L. SALA BALUST, Corrientes espirituales españolas en la
época del Concilio de Trento, Roma 19(55, 441-469; B. JIMI`NEz,
Espiritualidad Española, «Conciliumn 19 (1966), 109116; F. MARQUEz,
Espiritualidad y literatura en el siglo XVI, Madrid 1968.
A. HUERG.A TERUELO.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp,
1991
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