EPISTEMOLOGIA. FILOSOFIA.


El sustantivo griego episteme se deriva del verbo ep-istastai (saber; literalmente: estar cerca) y significa ciencia, entendimiento y, sobre todo, conocimiento científico. En este sentido lo emplea ya Aristóteles (v.) en la famosa jerarquía ascendente de los saberes, al comienzo de la Metafísica: «Es obvio que el saber por causas y principios es ciencia» («hoti men oun he sofia peri tinas aitias kai arcas estin episteme, delon»; 982a3). Mientras que la denominación parecida y muchas veces sinónima, gnoseología, se encuentra ya en la Metafísica (1739) de Alexander Gottlieb Baumgarten (1714-62), definida como «scientia cogitationis», ciencia del pensamiento, el término técnico «epistemología» entra relativamente tarde en el vocabulario filosófico, a saber, con el empirismo inglés del s. XIX (p. ej., 1. F. Ferrier, 1808-64).
     
      El uso de la palabra Epistemology se ha extendido en todo el mundo anglosajón, para designar la Teoría del conocimiento (Theory of Knowledge) en general. Pero, como el pensamiento inglés y norteamericano suele orientarse más hacia las ciencias particulares que a la ciencia universal, la metafísica (v.), y como la Gnoseología (v.) entre los mejores autores españoles, portugueses, franceses, italianos e iberoamericanos se entiende más bien como Metafísica del conocimiento (v.). (el sentido de metafísica en Nicolai Hartmann, v., es otro), para mayor claridad seguiremos la distinción entre gnoseología y e., estudiando aquí sólo lo referente a una investigación o teoría del conocimiento científico, remitiendo para todos los demás aspectos a los voces VERDAD; CONOCIMIENTO; GNOSEOLOGÍA.
     
      No es menester repetir aquí los datos principales de la historia de la e., porque sobre este tema existen buenos y amplios artículos lexicográficos, redactados en los últimos años. En el rigor del pensamiento científico, apenas se notan las oposiciones ideológicas que han aparecido tantas veces en la historia de las opiniones humanas; p. ej., dogmatismo-escepticismo (agnosticismo), racionalismo-empirismo (pragmatismo), apriorismo (criticismo)-sensualismo (todas estas voces tienen artículo propio en esta Enciclopedia). La única oposición que se mantiene a veces en el mundo de las ciencias es el binomio realismo (v.)idealismo (v.), el último sobre todo en las formas que le ha dado la segunda mitad del s. XIX como fenomenismo (v.) y positivismo (v.). Lo discutiremos en dos pasos consecutivos: 1) Teoría científica del conocimiento. 2) Teoría del conocimiento científico, para resumir después la situación actual.
     
      1. Teoría científica del conocimiento. La concepción moderna de la relación entre sujeto y objeto del conocimiento empieza con Galileo (v.) que argumenta en Il Saggiatore (1623) que luz y colores (blanco o rojo), sonidos, sabores y olores no son más que nombres (se nota la influencia del nominalismo, v., medieval) que no existirían sin un sujeto que siente, como tampoco cosquillas o dolores tienen una existencia objetiva en las cosas fuera de nosotros. La teoría de la distinción entre las cualidades (v.) subjetivas y objetivas, secundarias y primarias (terminología de Robert Boyle, 1627-91), fue desarrollada por Descartes (v.) en su Traité de la Lumière y al fin de sus Principia philosophiae, y por Locke (v.) en su Essay concerning Human Understanding (lib. II, cap. 8). La dicotomía entre dos mundos, uno objetivo y otro subjetivo, fue la creencia general de los científicos, en los últimos siglos, aunque ya Leibniz (v.) vio con claridad, anticipando la situación del problema en el s.XX: «En cuanto atañe a los cuerpos, puedo demostrar que no sólo luz, calor, color, etc., sino también movimiento, figura y extensión no son más que cualidades de apariencia» (Obras filosóficas, ed. Gerhardt, V11,322). En la misma dirección apunta la crítica de Berkeley (v.), Hume (v.) y Kant (v.; v. t. FÍSICA NUEVA, 9).
     
      El s. XIX añade conocimientos importantes para aclarar la situación; así, la termodinámica (v.) estadística que comprueba definitivamente la subjetividad de las sensaciones de calor y de frío, y las investigaciones de Hermann von Helmholtz (v.) sobre la óptica fisiológica y la psicología de los sentidos, y de Carl Stumpf (1848-1936) sobre el origen psicológico de la representación del espacio (1873). El argumento principal de Stumpf, que acepta también Husserl (v.) y la psicología y filosofía fenomenológica (v.), hace constar que es imposible figurarse un cuerpo, por pequeño que sea, sin un color concomitante; y por tanto, la subjetividad de las impresiones de luz y colores se traslada también a la corporeidad espacial en cuanto tal. Si uno se imagina un átomo, hay que representárselo por lo menos grisáceo; y sin duda alguna, gris es también un color como blanco, negro o amarillo (o al menos una luminosidad). La conclusión es fácil: si no es posible llegar al realismo ingenuo que cree en la realidad objetiva de todas las cualidades sensoriales, tampoco vale la separación abrupta que ha efectuado la física clásica entre cualidades objetivas y subjetivas.
     
      Para caracterizar la e. del s. XX, es interesante observar una creciente inclinación de los mejores investigadores hacia los problemas de la percepción (v.) y la apercepción (v.) En la terminología del fundador de la e. científica en España, Ángel Amor Ruibal (1869-1930; v.), es la «función cognoscitiva de adquisición», que Amor Ruibal hace preceder a las funciones de elaboración y de deducción. Reflexiones parecidas han impulsado las obras de Maurice Merleau-Ponty (v.) y de Cornelio Fabro sobre la fenomenología de la percepción. El sentido filosófico de tales esfuerzos en la e. contemporánea es claro: es el entendimiento de la primacía de la verdad (v.) ontológica ante la psicológica, lingüística y lógica. Con precedencias de la teoría de los objetivos (Alexius Meinong, 1853-1920) y de todo el movimiento fenomenológico, el interés de la e. ya no se dirige tanto hacia la adecuación de un conjunto estructural (gramatical) de palabras con un sentido noético (un juicio) -sencillamente, si me expreso bien y el otro me entiende cuando digo: «El cielo es azul» o «La humildad es una virtud»-, sino que se trata de la pregunta mucho más profunda de si realmente, ontológicamente, es verdad mi percepción de un cielo azul o mi intuición del valor ético de la humildad.
     
      El problema de la e. en el s. XX ya no se agota en discusiones acerca del lenguaje sobre algo, al hilo de la gramática indo-europea, sino que se abre a la realidad concreta, y ésta es la esencia percibida e intuida. En la primera mitad de este siglo, el inmenso problema de la génesis de las percepciones, que debe estar a la base de una e. científica, se ha resuelto en sus principios, en una colaboración fecunda entre muchas ramas de la investigación, especialmente la física atómica (de los electrones corticales excitados a niveles cuánticos superiores, como fuentes de radiaciones electromagnéticas), la teoría cuántica del campo electromagnético (ya un fotón, partícula sin masa de reposo, absorbido en la retina del ojo, puede iniciar un mensaje electro-químico en el nervio visual, que lleva a una impresión luminosa), la fisiología, citología, neurología, encefalología y, últimamente, la psicología general.
     
      Los últimos 20 años han añadido los grandes progresos de la física de partículas elementales, de la electrodinámica cuántica, de la electrónica y cibernética y, sobre todo, de la microbiología y bioquímica. La convergencia de éstas y otras investigaciones culmina en un resultado: en la realidad física, esto es, el mundo exterior y en la realidad fisiológica, es decir, el cuerpo que tenemos, no se encuentra ninguna de las cualidades sensoriales que percibimos, sino tan sólo correspondencias estructurales, si prescindimos de lo esencial que es precisamente nuestra percepción. El resumen más completo de los argumentos psicológicos y filosóficos -p. ej., el principio de la forma (Gestalt), la proto-fantasía, la energía específica de los sentidos- se halla en la obra de Philipp Lersch, La estructura de la personalidad (Barcelona 1964, 311-384).
     
      Desde luego, no es lícito decir que la luz sea, en realidad, oscilaciones ondulatorias transversales en un campo electromagnético, o que una melodía o una recitación consista objetivamente en ondas longitudinales en el aire. Lo único que puede afirmarse es que en el mundo de las ciencias se coordinan a la luz visible ondas electromagnéticas entre 0,000036 cm. y 0,000078 cm. de longitud que corresponden a los extremos de violeta y de rojo en el arco iris (todas las longitudes de ondas en los campos electromagnéticos van desde varios kilómetros hasta 10-13 cm.). Pero la luz y los colores no son, en realidad y en verdad, superposiciones de ondas electromagnéticas. El antropocosmos de nuestras percepciones cualitativas y el logocosmos de las estructuras energéticas que han descubierto las ciencias son dos realidades no. comparables, sino tan sólo coordinables y complementarias. Si el primer mundo no es objetivable como un conjunto de «cosas existentes en sí», sino tan sólo como una realidad en relación a una persona que percibe, el segundo mundo de las ciencias tampoco es objetivable si no se guarda la relación necesaria a nuestro pensamiento. Las pruebas contundentes son, por una parte, las distinciones en los objetos (a la separación fenoménica entre los muros de una casa y el aire circundante corresponde, en el mundo molecular, una mezcla complicadísima) y, por otra parte, la indistinción cualitativa en los mensajes neurológicos, porque las estructuras y funciones fisiológicas y bioquímicas en todos los nervios y centros cerebrales son iguales, trátese de mensajeros de dolor, de presión, de luz, de frío o de melodías.
     
      En el término del análisis científico, en los ganglios y neurones de la corteza cerebral, a la impresión «cielo azul» le corresponde, desde luego en una simplificación representativa de alteraciones electrónicas inmensamente más complicadas y rapidísimas, una configuración momentánea de tres electrones en la forma .. y a la impresión «frío terrible» le corresponde un mensaje de la forma :.. Es evidente que ninguna coordinación física o fisiológica puede contener el objeto o el sentido de nuestra percepción o intuición: si vemos a un cal Yallo, en nuestros nervios sensoriales y centros corticales no saltan pequeños caballitos, sino tan sólo mensajes electrónicos, transformaciones de energías estructuradas. La pregunta decisiva de la e. contemporánea es, por fin: ¿Quién traduce los mensajes estructurales, que se transmiten en rapidísimas oscilaciones y frecuencias, en la impresión de un mundo real vivido y percibido? En todo mi cuerpo no encuentro nada parecido. Por tanto, la filosofía ha introducido una causa suficiente de nuestra vida interior de la conciencia y de nuestra percepción de un mundo exterior, que desde la Antigüedad tiene el nombre psyje, anima, alma. La Edad Moderna prefiere decir directamente: ego, yo soy (v. ALMA; ESPÍRITU I).
     
      Ahora bien, para entender el misterio de la percepción, que sin duda forma la base de nuestro conocimiento, hay principalmente dos posibilidades. La primera puede llamarse inmanentista, porque supone que el alma permanece dentro de los límites del cuerpo y prueba todas las informaciones electroquímicas que le llevan las neuronas y los ganglios cerebrales, para traducir su lenguaje cifrado en la impresión de un mundo con un sinnúmero de distintas formas y cualidades, que en el mismo acto proyecta hacia fuera, a su sitio correspondiente en la realidad exterior. La coincidencia de esta proyección desde la interioridad del alma con el mundo real que percibimos puede caracterizarse con la discutida expresión de Leibniz: armonía preestablecida. La segunda solución del enigma del conocimiento, que puede llamarse trascendental, fue preparada ya por la gnoseología neoplatónica y elaborada en nuestro siglo, sobre todo, por el biólogo y filósofo Hans Driesch (1867-1941) y el físico Pascual Jordan (1901-), uno de los fundadores de la mecánica cuántica. En esta teoría, los procesos fisiológicos son tan sólo causas accidentales y ocasionales, como los objetos psicométricos en la parapsicología, que conmueven al alma para captar directamente el mundo real.
     
      2. Teoría del conocimiento científico. Desde Wilhelm Dilthey (v.) se distingue entre ciencias del espíritu y ciencias de la naturaleza, con la motivación plausible de que es el espíritu la realidad inmediata que entendemos, mientras que la naturaleza, la tenemos que explicar. Una cortadura vertical a esta distinción es la otra que discierne entre las ciencias descriptivas (mostrativas, fenoménicas) y las ciencias explicativas (demostrativas, esenciales). Desde luego, se trata de aproximaciones, porque nunca se dan los «casos puros», ya que las distinciones se entrecruzan: La física, la biología, la psicología, la sociología son ciencias explicativas que contienen también muchos datos descriptivos; y, por otra parte, la Geología como modelo de una ciencia descriptiva abarca también muchos factores explicativos de las estratificaciones a través de su génesis. Naturalmente, una e. en el sentido de teoría del conocimiento científico debe moverse en un plan muy general. Como son distintos los objetos (v.) materiales y formales de las ciencias, difieren también los métodos (v.) científicos, p. ej., la lingüística comparada tiene otro método que la bioquímica, porque es el objeto que determina el método, y no al revés (cfr. R. Saumells, La ciencia y el ideal metódico, Madrid 1958; V. CIENCIA VII).
     
      Sin embargo, hay dos métodos legítimos y comunes no sólo a todas las ciencias particulares, sino también a la ciencia filosófica y al conocer cotidiano del common sense, del «sentido común». El primero es el método lenomenológico que consiste en la revelación de las esencias percibidas, intuidas o ideadas a través de una indicación (lingüística o deíctica) adecuada; el segundo es el método trascendental que concluye y deduce, a partir de la existencia experimentada de algún fenómeno que no puede explicarse en cuanto tal, la existencia de causas invisibles que explican y hacen entender lo experimentado.
     
      Así, la física explica el hecho de la caída y el peso de los cuerpos con la introducción de los campos estructurados de gravitación; el hecho de la percepción visual, de la radiotransmisión, de los rayos X y muchas otras experiencias se explican con el presupuesto del campo electromagnético; y la existencia y consistencia de los cuerpos mismos se explica con las leyes estructurales del campo material (de las partículas «fermiones»). Todos estos campos energéticos son entidades invisibles y no palpables, pero reales como causas necesarias de los fenómenos. Asimismo, en la intuición filosófica, el alma es causa invisible, impalpable e inexperimentable de todas nuestras vivencias y experiencias; no es objeto, sino el sujeto último de todas nuestras percepciones y apercepciones interiores y exteriores. Así se revela la vinculación íntima entre experiencia fenomenológica e idea trascendental que ha fundado la ciencia moderna, que es ciencia experimental y teórica, a la vez, y nunca pura empiría como en el programa de Francis Bacon (v.). Porque el experimento es una empiría dirigida por la razón. El pasaje clásico de la formulación de esta verdad es el famoso apartado en el prólogo a la segunda edición de la Crítica de la Razón pura de Kant (v.), que empieza así. «Cuando Galilei hizo rodar sus bolas hacia abajo en una planicie inclinada, con pesos elegidos por él mismo...» (B XIII, fin) (V. TEORÍA CIENTÍFICA; EXPERIMENTACIÓN CIENTÍFICA).
     
      Sería éste un lugar oportuno para decir algo acerca del nacimiento de las ideas científicas (cfr. FÍSICA NUEVA..., 8). Es siempre una mezcla extraña, mejor dicho, una síntesis fructífera entre experiencias anteriores, formación intelectual, sobre todo matemática, y una iluminación paulatina o repentina, pero siempre fulminante. Las memorias de los grandes descubridores son el mejor manual de una e. científica. Así, p. ej., A. F. Kékulé (1829-96), estudiante de arquitectura antes de ser convertido a la química por su maestro Liebig, meditando intensamente sobre la constitución del hidrocarburo benceno, C6H6, ve una noche en sueños a una serpiente que se muerde la cola y forma así un anillo circular; y descubre aquí la estructura arquitectónica del anillo bencénico. O el premio Nobel francés Louis de Broglie, siempre ocupado en sus investigaciones sobre la doble naturaleza de la luz (en general, del campo electromagnético), a saber, las realizaciones como ondas de propagación y partículas de actualización, que intenta trasladar esta idea fundamental de la complementariedad analógica también al campo de las partículas elementales de la llamada «materia» (sobre todo, electrones y protones), y crea así la mecánica ondulatoria, base de la física atómica y nuclear de hoy, a partir de los principios de analogía y simetría. Podría llenarse un libro muy amplio con los ejemplos de la ideación en el reino de la e. científica.
     
      El denominador común, abarcando tanto las ciencias del espíritu como las ciencias de la naturaleza, es la investigación de las leyes de determinación. En la realidad exterior, que en la tradición helénica lleva el nombre de «naturaleza» (natura, jysis), las leyes son las estructuras comunes y, en escala cósmica, universales a los tres tipos de campos físicos que conocemos, a saber, los campos materiales, gravitatorios y electromagnéticos. En la realidad interior de la persona humana y en sus formas de convivir existen también ciertas leyes de determinación estructural que son el tema de ciencias como, p. ej., la psicología y la sociología y que no impiden la superdeterminación por un acto libre de auto-iniciativa personal. La palabra estructura (v.) es la que acaso más caracteriza la concepción científica del s. XX. Al hacer constar esto, ya hemos entrado en un resumen de la situación actual de la e. «Estructura» puede definirse como un sistema ordenado de relaciones. Encontrarse con el orden central del mundo (la palabra griega cosmos significa orden, mundo y hermosura, a la vez) ha sido el deseo y el mayor estímulo de la investigación científica, desde la Antigüedad a través de la época clásica hasta el último libro de Werner Heisenberg, Der Teil und das Ganze (La parte y el todo), Munich 1969. La ciencia general del descubrimiento de todas las estructuras posibles es la matemática; así, por lo menos, en el auto-entendimiento de su más moderna y amplia fundamentación en la obra Éléments de Mathématique del círculo Bourbaki (v.).
     
      La afinidad entre estructuras posibles y reales explica la aptitud de la matemática para ser aplicada a la realidad: una parte de las estructuras posibles son realizadas como formas de determinación por leyes naturales. La afinidad, el acercamiento, la aproximación es un rasgo muy positivo de las ciencias actuales, que conocen diferencias, pero no discrepancias. Sin duda alguna, la matemática es una ciencia del espíritu; pero precisamente en cuanto tal es la forma y medida, el órgano estructural de la naturaleza, de la realidad exterior. El carácter de las ciencias en nuestro siglo es muy irénico, muy pacífico; apenas mantienen vigor o virulencia los ismos, que antes habían sacudido incluso los fundamentos de la matemática (la crisis entre logicismo-formalismo-intuicionismo-operacionalismo, etc.); y gana terreno con cada nuevo progreso científico la síntesis complementaria en un nivel superior, la que Hermann Weyl, uno de los mejores matemáticos y filósofos del s. XX, ha caracterizado como sigue: «La ciencia se perdería si no siguiese apoyándose en la creencia trascendental de que existen la verdad y la realidad, y si renunciase a la interacción entre los hechos y las construcciones que se dan aquí y el reino de las ideas intuidas por allá» (Philosophy of Mathematics and Natural Science, Princeton 1949, prólogo VI). Esta concepción de una triple raíz del conocimiento científico, a saber, los datos experimentales, la elaboración racional y la idea directiva, es capaz de superar la tensión entre realismo (v.) e idealismo (v.) en una conciliación que puede llamarse ideal-realismo. Pero esto ya no es más tarea de la e. como teoría del conocimiento científico, sino de una ontología de la realidad física, vital y personal, la que señala hacia una metafísica trascendental (v.).
     
      V. t.: CONOCIMIENTO; GNOSEOLOGÍA; CIENCIA VII.
     
     

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WOLFGANG STROBL.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991