1. Introducción: notas generales. El fenómeno religioso egipcio resulta
muy difícil de explicar, tanto por su origen diversificado como por su
larga evolución, atestiguado por innumerables documentos a lo largo de más
de cuatro milenios. En sus bases se encuentran los diversos cultos
locales, o sea la adoración de los distintos dioses propios de cada núcleo
habitado. Pero, unificado el país en un Estado, era necesario establecer
un principio de unidad religiosa, o sea, definir las relaciones que tenían
entre sí dichos dioses. Este primer esfuerzo integrador y otros rudimentos
de. especulación teológica no llegaron a producir una literatura sagrada,
pues las obras más conocidas: los Libros de las Pirámides, de los
Sarcófagos y de los Muertos, sólo fueron compilaciones de fórmulas
rituales para uso de los difuntos en su vida de ultratumba (v. XI, 2). De
los pocos documentos propiamente teológicos que poseemos se desprende que
entre los distintos cultos y religiones egipcias había diversas
contradicciones, que van desde el fetichismo (v.) más grosero al
simbolismo más sutil.
Lo realmente importante era la persistencia del culto, con toda su
variedad y particularismos. La misión de mantenerlo en los más apartados
rincones del país correspondía al soberano o faraón (v.), el cual, aunque
fuese partidario de algún sistema, como era el caso de la V dinastía para
el sistema heliopolitano, no se inmiscuía para nada en los sistemas
locales. Cada uno de éstos tenía su mitología, su cosmogonía y sus
manifestaciones cúlticas propias. En ocasiones, uno de estos sistemas
alcanzaba notoriedad e influía sobre los demás. A ello podían contribuir
la protección oficial o las corrientes de la política, la adopción de una
capitalidad, la devoción de un monarca o alto personaje o simplemente la
propaganda de los sacerdotes. De los diversos matices que individualmente
cabía dar a los distintos sistemas, parece que entre las clases ilustradas
existía una ostensible tendencia a la interpretación monoteísta, cuyas
huellas se encuentran ya en los papiros del Imperio antiguo, y en algunas
cosmogonías, como la menfítica (v. MENFIS) en donde existe la idea de un
dios único Ptah, creador y conservador del mundo, y, también, creador de
los demás dioses. Al progreso del monoteísmo (v.) se oponía el
tradicionalismo, enemigo de cualquier innovación, apoyado en el
sincretismo de los sacerdotes. El politeísmo (v.) del pueblo llano parecía
tener lejanas raíces y puede considerarse casi como un panteísmo.
Las divinidades que formaban el panteón egipcio tenían casi siempre
entre sí un rasgo común: su relación con astros o con fenómenos de la
naturaleza, principalmente en relación con la vida agrícola (v.
ASTROLATRÍA; NATURALEZA, CULTO A LA). Y por encima de todos los seres y de
toda la vida estaba el sol resplandeciente, Ra o Re (v. SOL II), que
brilla siempre en el cielo azul de E.
La diversidad en el origen geográfico, la multiplicidad de las
concepciones, no pueden hacer olvidar que las gentes que elaboraron estas
ideas pertenecían a comunidades campesinas esencialmente idénticas. La
religión egipcia antes de ser propia de monarcas, sacerdotes y escribas,
lo fue de sencillos agricultores y pequeños ganaderos. En ella vemos la
confianza del campesino en el orden establecido, su conformidad ante el
paso de las estaciones, sus temores y esperanzas a la espera de la
inundación y sus conocimientos de los animales domésticos y salvajes, bajo
la mirada vivificadora del sol.
Por los textos grabados en el interior de la pirámide del faraón
Unas (ca. 2425 a. C.), se sabe que en el momento final de la V dinastía la
religión egipcia se concretaba en dos sistemas hasta cierto punto
opuestos: el sistema solar, elaborado en Heliópolis (v.), cuyo dios
supremo era Ra, y el sistema osiriaco, en el que la suprema divinidad era
Osiris. Se trata de síntesis ya evolucionadas partiendo de un tipo de
«tríada» primitiva, que, a su vez, era una combinación de dioses de
carácter independiente entre sí. Estas elaboraciones constituían la
mitología oficial, a veces distinta a la popular, que con frecuencia
escapa a la investigación.
2. Síntesis de la mitología egipcia. a) El dios solar. A través de
toda la historia de E. y de todas las transformaciones de los mitos se
encuentra siempre presente el nombre del sol, Ra o Re, a veces bajo formas
encubiertas o como resultado de fórmulas sincréticas. Se le representaba
bajo formas diversas y su símbolo era el obelisco. El antropomorfismo le
hizo hijo de Geb, el dios Tierra, y de Nut, la diosa Cielo. De día
avanzaba por el vientre de su madre en la barca Ma'anyet y por la noche
viajaba en la barca Masaktet. En el reino de las tinieblas se enfrentaba
con la serpiente Apofis, que en un principio parecía triunfar, pero que
era finalmente vencida, lo que permitía reaparecer al sol.
Después de la elaboración del mito en Heliópolis, el dios Sol
humanizado fue integrado en otros sistemas y su nombre se encuentra
asociado al de otros dioses y con frecuencia forma parte del nombre de los
faraones. El propio Amón, símbolo de la hegemonía tebana en el Imperio
medio, tuvo que fundirse con Ra bajo la forma de Amón-Ra (v. TEBAS II).
b) La leyenda de Osiris. El mito, de origen antiguo y popular (de
ahí su éxito), que se desarrollaba en el sistema osiriaco, nos ha sido
transmitido completo por Plutarco (v.), que presenta un estado reciente de
esta leyenda, de la que para épocas más antiguas sólo conocemos en
fragmentos. En efecto, la historia se consideraba tan conocida, que se
estimaba superfluo recordarla en su totalidad. Osiris, que gobernó E. en
tiempos remotos, tenía un hermano menor, Seth, que le odiaba. Éste
consiguió hacerle caer en una trampa hábilmente preparada; despedazó su
cadáver y dispersó los trozos. Pero Isis, la esposa fiel, ayudada por su
hermana Nefthys, que era, sin embargo, la esposa de Seth, buscó los restos
de Osiris hasta encontrarlos y reconstruir su cuerpo, que hizo
incorruptible gracias al embalsamamiento, cuyo secreto le había enseñado
su inventor, Anubis. Su magia reanimó a Osiris que engendró a Horus,
vengador de su padre al vencer a Seth y a sus aliados. Nada sabemos del
fondo histórico que pueda haber en esta leyenda.
En tiempos dinásticos, Osiris aparece como un dios de los muertos,
de la vegetación y también como un dios cósmico. Estos aspectos de su
personalidad encuentran explicación en las circunstancias de su vida, y,
más aún, de su muerte: mortal resucitado, era lógico que fuera considerado
como un dios de los muertos y como undios de la vegetación que muere y
renace cada año; se había convertido en una viva promesa de resurrección
para los infelices hombres sometidos a la muerte misteriosa y terrorífica.
Asimismo sus sufrimientos no tardaron en ser asimilados a los
«sufrimientos» de la Luna, y ese aspecto cósmico del dios había sido, si
no imaginado, al menos acentuado por los teólogos de Heliópolis, que,
obligados a introducir a Osiris en su sistema, lo habían incorporado al
mundo celeste, si bien dejándole sólo un papel secundario. Mas para la
gente del pueblo era, ante todo, el dios de los muertos.
c) Cosmogonía heliopolitana. Antes de las primeras dinastías, los
sacerdotes de Heliópolis ya habían elaborado y desarrollado una doctrina
procedente de ideas cósmicas muy primitivas en la que el nacimiento del
sol era una fase de la creación del mundo. Según este sistema, el Nun,
océano primordial, masa líquida e inerte, estaba en el origen de todas las
cosas. El sol no había sido creado por Nun, sino que se formó a sí mismo
antes de la creación del mundo. Este demiurgo era denominado Atum, que
expresa la idea de totalidad o de universalidad. Atum, con su propia
sustancia, dio origen a la primera pareja divina: Chu, el aire, y Tefnut,
la humedad. Chu, a su vez, engendró al dios Tierra, Geb, y a Nut, la diosa
Cielo. Luego, Chu, personificando la atmósfera, se colocó entre ellos,
levantó a la diosa sosteniéndola indefinidamente, aunque aquélla apoya los
pies y las manos sobre la tierra Geb. Pero antes de la separación Geb y
Nut habían engendrado a los cuatro héroes de la leyenda osiriaca: Osiris,
Isis, Seth y Nefthys. Con todos ellos formaron los sacerdotes
heliopolitanos la Enneada en la que Atum presidía las cuatro parejas que
hemos citado. Otra Enneada menor, presidida por Horus, se ocupaba de la
organización del mundo una vez creado.
Aunque esta cosmogonía no es más que un compromiso entre la doctrina
sacerdotal y las creencias populares, constituye sin duda la más antigua
teoría conocida sobre el origen de las cosas. Es asimismo el primer
indicio de un esfuerzo de conciliación entre divinidades diversas, fuente
del sincretismo (v.), que es sin duda rasgo característico de la religión
egipcia.
d) Cosmogonía hermopolitana. La multiplicidad de intentos para
jerarquizar las divinidades y organizarlas en un sistema coherente tiene
que ser muy antigua y en numerosos casos anterior a la unificación del
Alto y el Bajo Egipto. Entre ellos, además del sistema heliopolitano ya
descrito, figura en lugar importante la de Hermópolis llamada Ogdoada. En
ésta, el dios simio Thot creó el mundo lanzando un gran grito. Entonces
nacieron los cuatro dioses que presiden las cuatro casas del mundo, pronto
doblados en cuatro divinidades femeninas. Estas parejas (ranas los
varones, serpiente las hembras), llevaban los nombres de Noche, Tinieblas,
Misterio y Eternidad. Refugiados todos en una colina, situada en
Hermópolis y surgida del mismo abismo, crearon el huevo que dio origen al
Sol y éste, tras vencer a todos sus enemigos, emprendió la tarea de crear
y organizar el mundo. De todo ello se derivaron otros sistemas: Ptah, la
divinidad de Menfis, recibió el nombre de Tatenén y fue identificado con
la colina de Hermópolis. El dios Ptah engendró otros ocho dioses que
fueron los grandes de E. y pasaron a formar con él una Enneada, enlace
entre el sistema de Heliópolis y el de Hermópolis.
e) Sincretismo. Finalmente, la total unificación teórica del panteón
egipcio se llevó a cabo por vía del sincretismo. Durante las primeras
dinastías, este camino fue iniciado por Ptah, pero a partir de la V
dinastía, se fue imponiendo la teología heliopolitana. La fusión fue
realizada en beneficio de Ra. Muchos de los dioses de las varias
comunidades egipcias no resistieron al empuje y acabaron por identificarse
con Ra o por desaparecer por completo. El sincretismo alcanzó un punto muy
alto con Amón-Ra, es decir, con la fusión del concepto de la hegemonía
tebana y de Ra, el Sol. Las fórmulas que en los templos ptolemaicos
definen a la divinidad son estereotipadas y se aplican indiferentemente,
según los santuarios, a los distintos dioses, declarados en conjunto
manifestaciones de la divinidad de «aquel cuyo nombre está oculto». Este
dios supremo es el de la teología solar, con su mitología y sus leyendas.
El propio Osiris acabará por confundirse también con la divinidad solar y
pasará a ser una de sus manifestaciones. A lo largo de la historia de E.
cambiaron mucho las relaciones, importancia y prelación de sus
divinidades.
3. Principales divinidades del panteón egipcio. De gran importancia
fue Amón, muy venerado en Tebas. Durante el antiguo Imperio apenas si era
conocido, pero con la XI dinastía se convirtió en un dios propiamente
dinástico, identificado con Ra y según las exigencias de la doctrina
heliopolitana. Adquirió el nombre de Amón-Ra y llegó a ser el dios
nacional. Se le representaba siempre llevando un casco cilíndrico con dos
grandes plumas verticales. Era esposo de Mut y tenía un hijo: Jonsu. Su
animal sagrado era el carneroAnubis era venerado especialmente en
Cicrópolis, en el Egipto medio; se le representaba siempre con figura
humana y cabeza de chacal; en la síntesis solar era en ciertas ocasiones
hijo de Ra; su auténtico papel se encontraba en el mundo de los muertos,
siendo su animal sagrado el perro. Apis era el toro sagrado de Menfis.
Atum, adorado en Heliópolis como el sol poniente, era representado siempre
como un rey cubierto con la doble corona. De Leontópolis era dios Chu, que
tan gran papel juega en la cosmogonía de Heliópolis; personificaba el
espacio vacío y seco que está entre el cielo y la tierra; era representado
siempre como un hombre llevando sobre la cabeza una pluma derecha.
Deformación de Chu podía ser En-Huret, dios de This y de Sebennytos; se le
representaba como un hombre con cabeza empenachada con dos altas plumas.
Ya hemos visto a Geb, el dios Tierra, esposo de Nut, de la que había
sido separado violentamente; personificando al sol, era representado
yacente. Otro de los hijos de Osiris, Hapi, dios de los muertos, era
representado con cabeza de cinocéfalo.
Hathor, diosa de Afridtópolis y de Dendera, era la divinidad del
cielo, de la alegría y del amor, muy parecida a la Afrodita griega. Su
animal sagrado era la vaca, de ahí que fuera representada como una mujer
con cabeza de vaca o con orejas de vaca; en la cabeza llevaba siempre dos
cuernos liriformes que encerraban un disco solar. Fue considerada madre de
Homs o de los dioses por él asimilado. Horus, el dios-halcón, estaba
desdoblado en diferentes advocaciones; además de protector de la monarquía
faraónica era el patrono de muchísimos nomos del Alto y Bajo Egipto; en la
tríada de Osiris e Isis se le consideró el dios-hijo en dos formas
diferentes; en la leyenda solar era, en algunas ocasiones, hijo de Ra y,
por tanto, hermano de Osiris y de Seth. Imhotep en cambio, era una
divinidad relativamente moderna, pues fue el arquitecto y médico del rey
Zoser, de la III dinastía, héroe divinizado que pasó a ser hijo de Ptah e
incorporado a su tríada.
De especial interés es Isis, la primitiva diosa-cielo originaria del
Delta; desde muy antiguo se la consideró esposa de Osiris y madre de Homs;
se representaba como una mujer que llevaba sobre la cabeza el trono o los
dos cuernos liriformes con el círculo solar en medio; se veneró
especialmente en la baja época. Inum (o Khnum), dios local de Hipselis, de
Latópolis y de Elefantina, fue muy venerado; era un dios-carnero o
representado con la cabeza de este animal; la leyenda cuenta que fue el
creador del mundo, habiéndolo modelado en su torno de alfarero; también
modelaba el cuerpo de todos los hombres. Min era el patrono de Coptos y de
la región desértica que desde allí se extiende hasta el mar Rojo;
protector de los viajes por el desierto, pasó más tarde a proteger las
cosechas; además se le consideraba hijo-esposo de la diosa-cielo
identificada con Isis.
El panteón guerrero egipcio contaba con Mon, que acabó suplantado
por Amón; se le representaba como un hombre con cabeza de halcón o de
toro, armado con un hacha y un arco. Mut, diosa de Akem, se representaba
en cambio como un buitre; en su aspecto guerrero aparecía siempre con
cabeza de leona; era la esposa de Amón. Otra diosa-buitre era Neibet (o
Nekhbet), protectora del Alto Egipto; se la representaba volando sobre el
faraón. A Nut ya nos hemos referido anteriormente, imaginada como una
divinidad gigantesca con el cuerpo arqueado por encima de la tierra y las
extremidades más allá del mundo visible. También hemos mencionado a Osiris,
que al parecer fue un héroe divinizado que suplantó a un dios más antiguo
llamado Anyti; se fue imponiendo su culto al ir adquiriendo el país una
unidad política; generalmente se le adoraba como a un dios de los muertos
en la gran necrópolis de Abidos (v.), y se le representaba como un hombre
encerrado en un ropaje funerario, de cabeza cubierta con una gran tiara y
carne teñida de verde, color que simbolizaba la resurrección; era el
esposo de Isis y padre de Homs.
Ptah, dios de Menfis, era, según la mitología local, el creador del
mundo y el primero entre los dioses. Se le representaba como un hombre con
la cabeza afeitada, encerrado en una funda de momia y con un largo cetro
entre las manos; formaba tríada con la diosa Sejmet, y tenían por hijo a
Nefertem; su animal sagrado era el toro. Ra era otra figura de enorme
importancia, dios-sol que viajaba por el cielo con dos barcas: una,
diurna, y otra nocturna; con esta última había de introducirse en el
cuerpo de la diosa-cielo, que tenía que atravesar durante la noche para
volver a aparecer como el sol naciente; era representado en forma de
faraón (v. 8).
En Serapis, en cambio, encontramos un típico ejemplo de sincretismo;
fue introducido en E. por los Ptolomeos (v.) y en él se juntaban las
características de varios dioses, como Osiris y Apis, que formaban su
nombre. Seth, en cambio, era una divinidad que ya en tiempos prehistóricos
protegía el Alto Egipto; hermano y asesino de Osiris, también era
considerado hermano y enemigo de Homs; a partir de la XXII dinastía fue
considerado como dios de los impuros y no se incluía en el panteón
egipcio. Por último, entre las divinidades más importantes, tenemos a Thot,
dios de Hermópolis; era representado como un hombre con cabeza de ibis o
como un babuino; fue divinidad de la escritura y del cómputo del tiempo;
su esposa, Seset, era diosa de los jeroglíficos.
El sincretismo, como ya hemos dicho, caracteriza la religión
egipcia, pero un paso radical en el camino hacia el monoteísmo fue la
implantación del culto a Atón impuesto por Amenofis IV (v.). Se trataba de
la restauración de una antigua forma de veneración a Ra o a Atón. El Sol
era adorado no como una figura humana o animal sino como un disco
luminoso. Amenofis IV no quería introducir una nueva religión sino depurar
el culto solar. El Sol era, para el faraón, la fuente de donde mana toda
la vida, la creación del mundo y su orden. No obstante, el intento de
Amenofis IV no llegó a prosperar (v. IV, 5).
Todos los dioses egipcios tenían su «casa», que era el templo. En él
los sacerdotes cumplían el culto, cuyo único titular fue siempre el
faraón. Sólo el oficiante, que representaba al rey, podía entrar en el
santuario, y, según su orden jerárquico, tenía acceso a las diferentes
cámaras. El pueblo podía entrar en los patios del santuario para lo cual a
veces se exigía una purificación previa. El culto diario no era más que el
servicio del dios y de su hogar. El dios era lavado y vestido, y, en
ciertas ocasiones, se le llevaba procesionalmente en su barca sagrada (V.
TEMPLO I, 3).
4. El culto de los muertos. Una parte importantísima de la religión
egipcia es, por último, el culto de los muertos (V. DIFUNTOS I; MUERTE IV).
La creencia fundamental de la supervivencia del alma al cadáver en la
tumba inspiró y dio auge a las medidas de protección del cuerpo, el
cuidado de la tumba y el servicio de ofrendas. Durante el antiguo imperio
se aprecia aún la creencia de que la ofrenda es necesaria para la vida del
muerto en ultratumba, por lo que en las sepulturas se acumulan grandes
cantidades de ellas. Este sistema con el tiempo se fue espiritualizando
mucho. En cambio se mantuvo siempre firme la creencia de que para la
felicidad del Ka, o espíritu del difunto, era necesario conservar bien el
cuerpo. De ahí el gran auge que fue tomando la momificación. en la que se
llegó a un grado de perfección realmente extlaordinario (V. ULTRATUMBA).
Respecto al Ka, hay que advertir que es una idea de difícil
comprensión para la mentalidad actual, pese a ser para los egipcios una
noción corriente. En parte alguna encontramos la explicación y definición
de este concepto. De los múltiples estudios modernos dedicados a poner un
poco de luz, se puede resumir que se trata de algo que representa
potencias abstractas que penetran en todos y cada uno de los aspectos de
la vida. Constituye la expresión de la fuerza creadora de la divinidad.
Designa, p. ej., el agente de supervivencia en el más allá, los alimentos
sobre la mesa que pertenece al dios, la fuerza generadora, etc.
De lo anterior se puede deducir que la felicidad en el más allá
depende en grandísima medida de los vivos. Con el Imperio nuevo se va
introduciendo la creencia de que la felicidad en las regiones del más allá
depende especialmente de haber observado una conducta moral irreprochable
en vida. Esta conducta es sometida al juicio de Osiris.
La magia (v.) tenía a veces parte importante en el ritual, que se
debía observar con toda exactitud, incluso por parte del difunto en cierto
modo. Para ello las correspondientes fórmulas eran escritas en los muros
de las tumbas; se depositaban en los sepulcros ejemplares del Libro de los
Muertos. También se podían celebrar determinados ritos valiéndose de
estatuas que venían a ser los dobles del muerto.
V. t.: CULTO I; MITO Y MITOLOGíA I-I1; ANIMAL IV; PIRÁMIDE; TEMPLO
I.
BIBL.: E. DRIOTON, La religión
egipcia, en VARIOS, Las religiones del Antiguo Imperio, Andorra 1958; E.
DRIOTON y J. VANDIER, L'Égypte, París 1952; 107-128; J. VANDIER, Une
nouvelle étude sur les croyances religieuses égyptiennes, «Journal des
Savants (1942) 124-134; ID, La religion égyptienne, París 1949; G. JEQUIER,
Considérations sur les religions égyptiennes, Neuchâtel 1947; C. DESROCHES-NOBLECOURT,
Les religions égyptiennes, en Histoire générale des religions, París 1947;
J. SAINTE-FARE GARNOT, La vie religieuse dans l´ancienne Égypte, París
1948; F. JONCKHEERE, Les médecins de 1'Égypte Pharaonique, Bruselas 1958;
S. SAUMERON, Les prêtres de 1'ancienne Égypte, París 1957; H. JUNKER, La
religión de los egipcios, en F. KSNIG, Cristo y las religiones de la
tierra, II, Madrid 1961, 527-566.
E. RIPOLL PERELLÓ.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp,
1991
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