Periodo bizantino. El primer desarrollo histórico de la Iglesia monofisita
propiamente tal comprende el periodo de dominio bizantino, del a. 451 (Conc.
de Calcedonia; v.) al a. 641, fecha de la invasión árabe. En el Conc. de
Calcedonia fue condenado el Patriarca de Alejandría Dióscoro, que
propugnaba las doctrinas monofisitas de Eutiques. Los coptos le han
considerado siempre como un héroe, y como el único de los Patriarcas que
en Calcedonia supo permanecer fiel a la verdadera fe. Al morir desterrado
en Gangres el a. 454, el partido de la oposición a Calcedonia se deshizo
buenamente del legítimo Patriarca, Proterio, y se eligió un nuevo
Patriarca de su partido, Timoteo Eluro. Este logró reunir en torno suyo a
casi todos los egipcios, y cuando en el a. 457 caía asesinado Proterio,
tomó medidas muy enérgicas contra todos los católicos o melquitas (v.),
expulsando del Patriarcado a todos sus obispos, y reemplazándolos por
otros monofisitas. También él fue desterrado por el emperador León I, pero
regresó triunfante años después (476) a Alejandría. Moría en el a. 477.
Los obispos monofisitas se apresuraron a darle un sucesor en Pedro Mongo,
que hubo de ocultarse momentáneamente. Volvió a reaparecer al dar su
consentimiento al Henotikón (v.) del emperador Zenón, en el 482. A su
muerte fueron sucediéndose en el Patriarcado: Atanasio II, Juan II, Juan
III Niciotes y Dióscoro II, que siguieron, todos ellos, firmes en la línea
monofisita dioscoriana. Por esta época ya estaba firmemente arraigada la
Iglesia copta monofisita en E., con frecuentes choques con los cristianos
melquitas partidarios del Emperador bizantino, del que dependía por
entonces todo el territorio egipcio. De ahí que los emperadores bizantinos
llevaran una política de marcada represión contra los monofisitas.
En el a. 618 llegaban los persas en una razzia fulminante que apenas
duró dos años. Al menos, tuvo como resultado el que desaparecieran casi
del todo las precedentes querellas internas, ante las nuevas calamidades
de ruinas y de sangre. Fueron saqueados y destruidos no pocos monasterios,
y asesinados muchos de sus monjes. El patriarca Benjamín hubo de buscar
refugio en el Alto Egipto, aun después de la retirada de los persas y del
regreso, como vencedores, de los bizantinos. Éstos nombraron un nuevo
Patriarca, Ciro, contra el monofisita Benjamín, en el a. 631. Se consiguió
el que no pocos monofisitas decidieran volver a la unión de fe con la
Iglesia oficial bizantina (633), aunque esta unión forzada sería efímera,
y más jurídica que real (v. CONSTANTINOPLA IV). Seis años más tarde
llegaban los árabes con su nueva religión islámica, que habría de causar
un serio impacto en la fe copta monofisita. Había por entonces en E. unos
6.000.000 de monofisitas, frente a 200.000 ó 300.000 melquitas católicos.
Invasión y dominio árabe (641-1517). Los árabes comenzaron su
invasión y conquista el a. 639, apoyados por los nativos, que los
recibieron con los brazos abiertos, más inclinados a ver en su llegada el
fin de la dominación bizantina que la ruina del cristianismo. En un
principio fueron tratados con cierta benevolencia, mientras los católicos
o melquitas eran perseguidos, considerados como afectos a los bizantinos.
El desterrado Patriarca, Benjamín, pudo regresar (a. 644), y gobernar con
cierta tranquilidad el Patriarcado. Poco duró aquel régimen de privilegio:
desde finales del s. VII quedaron entregados a la codicia de los nuevos
amos, que desvalijaron sus iglesias y monasterios, les impusieron pesados
tributos y recurrieron incluso al asesinato. Algunas tentativas de
insurrección fueron ahogadas en sangre. A comienzos del s. VIII los
cristianos fueron apartados de toda clase de funciones administrativas, y
el árabe reemplazó progresivamente al copto en la redacción de los
documentos civiles. Luego, determinadas leyes de excepción, así como la
laxitud de la religión mahometana, consiguieron que un buen grupo abrazara
el islamismo (v.). Esta situación había de prolongarse bajo las distintas
DINASTÍAS árabes, que fueron sucediéndose en E., desde el 640 hasta el
1517, en que entraron los turcos. En el 750 a los Omeyas (v.) sucedían los
Abbasíes (v.), quienes suprimieron los pocos privilegios de que aún
estaban gozando los coptos, iniciándose un periodo de verdadera
persecución. Los cristianos fueron obligados a llevar un cíngulo negro que
los distinguiese de los mahometanos; luego, quedaron sometidos a tasas
fiscales especiales, más gravosas cada día. La opresión llegó a tal punto,
que hizo estallar diversas rebeliones en los a. 752, 776 y 829,
sojuzgadas, sobre todo esta última, de manera cruel y despiadada. Puede
afirmarse que ya entonces cayó toda resistencia cristiana. Millares de
coptos apostataron del cristianismo y se pasaron al islamismo. Al tiempo
de la invasión eran unos 6.000.000; a fines del s. IX quedaban reducidos a
la mitad.
La situación cambió un poco bajo las dinastías siguientes: tñlúníes
(868-905), ijsldíes (935-969) y, sobre todo, fatimies (969-1071; v.), que
se mostraron ya un poco más comprensivos. Durante esta última DINASTÍA,
pareció que la Iglesia monofisita copta iba a recuperar su antigua
vitalidad bajo el gobierno del patriarca Cristódulo (10471077), que
emprendió una reforma radical disciplinar y litúrgica, construyó un
elevado número de iglesias y fijó definitivamente la sede patriarcal en El
Cairo. Su sucesor, Cirilo II (1078-92), siguió en la misma línea, y en el
1086 reunía un Sínodo de obispos para intensificar la ya emprendida obra
de la reforma. Participaron 52 obispos, pero una buena mayoría de ellos se
pronunció contra el propio Patriarca hasta acusarlo ante el gran visir,
Badr al-Din. Éste, que era un antiguo esclavo armenio y conocía muy bien
la situación copta, se inclinó de parte del Patriarca, facilitando cuanto
pudo su obra. Otro gran Patriarca reformador de esta época fue Gabriel II
(1131-45) que procedió a la reforma sistemática de la misma Iglesia copta,
combatiendo la simonía, defendiendo la libertad eclesiástica contra la
injerencia de los laicos y esforzándose en volver la vida religiosa copta
a sus fervores primitivos.
Cirilo III (1235-43) vino a reorganizar la Iglesia después del
paréntesis de la guerra de las Cruzadas (v.) en su quinta expedición.
Publicó una obra titulada El libro de las leyes eclesiásticas, que aún hoy
viene a constituir el texto fundamental del Derecho copto. Durante su
mandato se llevaron a cabo las primeras tentativas de unión con Roma, ya
que con la llegada de los cruzados tuvieron oportunidad de ponerse en
contacto con los occidentales. Desgraciadamente, en vez de llegar a un
acercamiento mutuo, esas relaciones degeneraron en inútiles polémicas. En
1250 subió al poder la DINASTÍA de los mamelucos (v.) y sus tres siglos de
permanencia (1250-1517) marcan para la Iglesia copta un periodo de dureza
Y opresión, así como dificultades para toda su actividad religiosa. Muchos
coptos apostataron de su fe cristiana. Sobresalen en este periodo dos
figuras de gran talla: Abú-1-Barakát, y el patriarca Gabriel V (1401-18),
que promulgó el Ritual de la Iglesia copta, usado todavía en la
actualidad. Corresponden asimismo a este periodo nuevas tentativas de
unión con Roma, de las que sería principal protagonista el franciscano P.
Alberto de Sarteano, quien llevó al patriarca Juan XI (1418-41) la
invitación del papa Eugenio IV (v.) para participar en el Conc.
Florentino. De hecho, se llegaría a la firma del Acta de unión (1442) en
la iglesia de S. María Novella de Florencia. Pero la unión firmada fue muy
efímera, como lo fue la de las restantes Iglesias orientales.
Periodo turco (1517-1798). En 1517 se apoderaba de E. Selím I
(1467-1520), derrotando a los mamelucos. El dominio turco duró otros tres
siglos, y puede considerarse como la época más dura de la Iglesia copta
monofisita que, oprimida en el exterior y atormentada en lo interior por
divisiones propias, veía cómo disminuían sus adeptos, hasta llegar a
principios del s. XIX al número más bajo de su historia, tan sólo unos
100.000. Hubo también sus tentativas de acercamiento a Roma, sobre todo en
1560 con el envío de dos delegados del Patriarca. El papa Pío IV (v.)
mandó por su parte a los jesuitas Cristóbal Rodríguez y Juan Bautista
Elliano, para que se entrevistaran con el patriarca Gabriel VII, y se
enteraran de su verdadera disposición. Las buenas intenciones no pasaron
de ahí, y nuevamente fracasaron. Nuevas tentativas en 1582 por parte del
patriarca Juan XIV, que llegó a reunir un sínodo y enviar dos legados a
Roma; pero murió misteriosamente. Los dos legados fueron apresados como
espías extranjeros, y hubo de procederse a su rescate mediante la entrega
de 5.000 escudos de oro. Las tentativas se repitieron con Gabriel VIII
(1585-1602) en 1592, llegándose incluso a la firma del Acta de unión el 15
en. 1595. También esta vez quedó anulada por rivalidades internas de la
Iglesia copta, sobre todo por parte de los monjes, que provocaron una
campaña contra esa unión. Ésta no había llegado de hecho al corazón de los
fieles, y desaparecía tras la muerte del Patriarca.
Mientras tanto, la situación de los coptos iba agravándose de día en
día. Por supuesto, los católicos melquitas habían desaparecido por
completo desde los primeros años de la dominación árabe. Y de los
monofisitas quedaban a comienzos del s. XVIII unos 200.000 (recordemos que
eran unos 6.000.000 a la llegada de los árabes). La Iglesia copta seguía
una vida lánguida y miserable. Es muy poco conocida su historia a lo largo
de todo este periodo, y con dificultad puede fijarse incluso la lista
completa de sus Patriarcas. Para fines del periodo habían descendido a los
100.000. En tal estado no podía pensarse en una vida próspera ni en el
campo de la vida cristiana, ni mucho menos en el campo intelectual.
Periodo moderno (de 1798 en adelante) El paso de los ejércitos
franceses por E. al mando de Napoleón (v.) cambió un poco el régimen
tiránico en que estaban debatiéndose los cristianos. El sultán Muhammad
`Ali, que gobernó durante 44 años (1805-49), concedió una cierta libertad
de acción y de conciencia, recurriendo incluso a ellos para su
colaboración en la empresa de civilización y de cultura que se había
propuesto. Los cristianos pudieron aprovecharse de ese régimen de
libertad, y se inició nuevamente el progreso de la religión monofisita.
Desde entonces comenzaba el aumento, que no ha dejado de subir hasta
nuestros días. En 1820 serían unos 100.000 aprox.; en 1830 llegaban ya a
los 150.000 y a 217.000 en 1855; en 1897 alcanzaban la cifra de 592.000 y
en 1909 la de 667.000. En 1937 llegaban al millón y en 1955 eran alrededor
de 1.350.000. El orientalista P. Miguel Lacko, da estas otras cifras: un
millón en 1920, 2.500.000 en 1950 y, según algunos expertos que viven en
el país, 4.000.000 en 1966. Los propios coptos hacen llegar su número a
los 5.000.000, con lo que constituirían la comunidad cristiana más
numerosa de un Estado musulmán.
Con todo, esta libertad trajo también sus inconvenientes, pues dio
origen a divisiones intestinas. Quedaba abierta igualmente la puerta a las
misiones católicas, aprovechando ese mismo régimen de libertad religiosa;
dígase lo mismo de las misiones protestantes. Tuvieron gran éxito sobre
todo estas últimas, por su abundancia de recursos materiales y por la
protección oficial de las autoridades inglesas. Las estadísticas de 1909
daban la cifra de 24.710 protestantes.
Entre los mismos coptos continuaron las disensiones internas a lo
largo del s. XIX. En 1873 Cirilo V era elegido Patriarca; contra él se
levantaron seglares influyentes, que exigían una intervención directa en
la administración económica del Patriarcado. Ello suponía que el Patriarca
tenía que ceder su autoridad, al menos en los asuntos temporales. No
sirvió que protestaran enérgicamente los obispos y los monjes. La lucha
había de durar más de 10 años entre los dos bandos irreconciliables. En
1892 el jedive `Abbás 11 se puso del lado de los laicos, y se llegó a la
deposición de Cirilo V, que era internado en un monasterio. La medida
causó tal descontento en toda la Iglesia monofisita, que hubo de regresar
a su sede patriarcal al año siguiente. No cesaron por eso las discordias.
La muerte de Cirilo V (7 ag. 1927), a edad ya muy venerable, iba a
permitir a los laicos renovar sus antiguas pretensiones. Su sucesor Juan
XIX hubo de prometer, antes de su elección, llevar a cabo determinadas
reformas radicales en la administración eclesiástica. De hecho, en 1927
aprobaba el Gobierno egipcio un nuevo Estatuto para la comunidad
cristiana, que no era del agrado de los obispos, pues concedía a los
simples fieles una participación demasiado abierta en la administración
eclesiástica. A pesar de todo, tuvieron que admitir por la fuerza algunas
de aquellas reformas radicales, especialmente en el campo económico de la
Iglesia. Por otro lado, los etíopes habían comenzado desde principios de
siglo a exigir su independencia total del Patriarcado alejandrino.
La población copta ha vivido preferentemente en el interior del
país. Como la región cercana al Mediterráneo estaba más bien helenizada,
los cristianos coptos ya en la Antigüedad cristiana vivían principalmente
en el interior (Alto Egipto), lo que valía más aún después de la ocupación
árabe. Hoy día encontramos en el Alto Egipto muchos pueblos completamente,
o en gran parte, cristianos, como Nayada, con sus 16 sacerdotes coptos; o
Luxor que tiene mayoría cristiana, pues de sus 35.000 hab. son coptos
16.000, coptos católicos 2.200 y 1.800 protestantes. Pero lo mismo que en
otras naciones, también en E. se ha notado en los últimos tiempos una
afluencia cada vez mayor del campo a las ciudades, por lo que en éstas va
aumentando la proporción de cristianos coptos, lo que plantea nuevos
problemas, especialmente por lo que se refiere a los lugares de culto.
Hasta ahora, en el Bajo Egipto, los coptos estaban desprovistos en muchas
localidades de iglesias propias, y por otra parte no era cosa fácil poder
construir otras nuevas, aun contando con medios para ello. La Iglesia
copla ha encontrado una cierta solución, aprovechándose en los últimos
años del hecho de que muchos cristianos de origen extranjero: griegos,
ortodoxos, anglicanos, cte., han abandonado el país, con lo que han podido
ocupar algunas de sus iglesias, sobre todo en el Bajo Egipto, como en
Alejandría y otras ciudades. Así se hará más claro cada día que el
cristianismo copto de E. es de rito alejandrino.
Parece que la Iglesia copla está dispuesta a salir dei aislamiento
casi absoluto en que ha vivido. Con la educación superior que ha podido
impartirse en los últimos años, muchos laicos coptos han comenzado a tomar
conciencia de su valor como descendientes de los antiguos egipcios. Un
argumento más para sus reivindicaciones de los derechos civiles, iguales a
los demás. A ellos se debe la fundación en El Cairo de un Inst. de
Estudios Superiores, que abarca diversas secciones: teología, relaciones
ecuménicas, historia, lengua, arte, música, etc., y una incipiente
biblioteca muy prometedora. Otra proyección suya se dirige al exterior,
pues han comenzado a trabajar, en plan misionero, entre diversas
poblaciones del África negra, como Uganda y otros Estados del centro de
África.
En su organización eclesiástica, el número de sus diócesis llegaba
al centenar en sus mejores tiempos. A fines del s. XVI no quedaban más que
10. La libertad religiosa concedida por Muhammad 'Ali permitió proceder a
la reorganización eclesiástica, que para 1930 estaba estructurada en 15
diócesis. 13 de ellas dentro del territorio egipcio, más otra en Jartum y
otra en Jerusalén. Para 1970 las diócesis eran 9 en el Bajo Egipto: El
Cairo, Damieta, Ismailía, Binha, Sabin, Al-Qawn, Port Said, Zagazig, Suez,
Tanta; 14 en el Alto Egipto: Gizá, Bani Suwayf, Al-Fayyum, Al-Minya. Al-Diwayr,
Manfalút, Asiut, Abti Ti-y, Súhay, Ajmim, Yirga, Al-Balyana, Kana' y Luxor-Asuán;
las de Jartum (Al-Jartuum) y sur del Sudán y Uganda, en el África central;
Atbara y Nubia, en Ondurmán, Johannesburgo en África del Sur; y,
finalmente, la de Jerusalén.
V. t.: V; IX; ETIOPÍA VIII, 2; MONOFISISMO.
BIBL.: Á. SANTOS, iglesias de
Oriente, II Repertorio bibliográfico, Santander 1963. 72-80 (con 24
títulos recensionados); E. R. HARDY, Cleristian Egypt, Nueva York 1952; M.
IUIE, Monophysite (Église Copte), en DTC X,2251-2306; S. CHAULEUR,
Histoire des Coptes d'Égypte, Paris 1960.
A. SANTOS HERNÁNDEZ.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp,
1991
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