EDUCACIÓN. SOCIOLOGIA DE LA EDUCACIÓN.


1. Carácter social de la educación. Debido a los impulsos dados en el s. XIX por A. Comte (v.) primeramente y por E. Durkheim después, la Sociología se aparta del tronco común filosófico y se constituye como ciencia con entidad propia. Pero este hecho ocurre no sin que antes se produzcan multitud de incomprensiones y de actitudes contrarias que hoy todavía no están totalmente superadas. Muy conocida es, p. ej., la controversia que sostuvieron Tarde y Durkheim sobre el eterno tema de si poseía o no poseía independencia científica la Sociología. El primero afirmaba que «la sociedad no es nada fuera de los individuos que la componen, los cuales son su único integrante real». Durkheim rechazó la tesis, argumentando que, del mismo modo, se podía entonces decir que la Biología es sólo un capítulo de la Física y de la Química. Pero, aseguraba, igual que los elementos materiales se combinan de cierto modo y producen unas propiedades que no se logran si no están combinados, las conciencias individuales, asociándose de manera estable, producen, como consecuencia de las relaciones que traban entre sí, una nueva vida muy diferente de aquella que suscitarían si se hubieran quedado aisladas unas de otras: la vida social. La Sociología, según la opinión de Durkheim, tenía necesariamente que aparecer una vez que los pensadores adquirieron el sentimiento de que las distintas sociedades operan bajo unos condicionamientos derivados de su propia naturaleza y estructura.
     
      Resulta obvio reafirmar que la e. tiene una estrecha relación con la sociedad, y que las formas pedagógicas peculiares tienen una íntima correspondencia con los sistemas sociales generales. Al definir la e. como perfeccionamiento personal, no deben ser olvidadas, aunque no se mencionen, sus implicaciones sociales. Efectivamente, si repasamos con detenimiento la historia de la e., advertiremos fácilmente que los impulsos más importantes imprimidos al proceso educativo han tenido casi siempre una causa social. Y más aún, podemos hoy afirmar que la e. en todas las sociedades no ha sido otra cosa que la transmisión a los niños y a los jóvenes, por los adultos, de unas formas de vida o unos modelos culturales característicos de esos grupos. «La educación está condicionada por el hecho, apunta Othmar Spann (Filosofía de la sociedad, Rev. de Occidente, Madrid 1933), de que los hombres nacen y mueren sin cesar. Esto hace necesaria una reparación ininterrumpida del todo, que tiene lugar, especialmente, por la educación pedagógica».
     
      Si, según estamos viendo, la e. tiene tan acusada entraña social, parece que no ha de haber obstáculo para poder realizar de un modo sistemático un estudio sociológico de la misma. «La educación es un fenómeno eminentemente social, tanto por su origen como por sus funciones, y presenta las dos características de los hechos sociales: la objetividad y el poder coercitivo. Es una realidad social susceptible de observación y, por tanto, de tratamiento científico» (F. de Azevedo, o. c. en bibl.). La aparición de la Sociología de la educación como ciencia puede considerarse como culminación de un proceso natural de hechos. Puede ser definida como el estudio científico de los factores sociales que concurren en las realizaciones e instituciones educativas. Pero, ¿realmente interesa al educador el saber sociológico como base científica para una mejor realización de su misión? Sin duda que le resultará muy necesario. Insistimos en que el fenómeno educativo posee una clara naturaleza sociológica y en que los hechos sociales pedagógicos están íntimamente en contacto con otros fenómenos sociales. Si ocurre, como fácilmente puede observarse, que el comportamiento animal está determinado por aspectos hereditarios y por impulsos instintivos, el comportamiento humano, se apoya más en aspectos de índole cultural, los cuales son transmitidos por vía social, ayudados de ese habitual instrumento de transmisión que es la e.
     
      2. Contenido de la Sociología de la educación. Para determinar el contenido de la Sociología de la e. será preciso ahondar en aquellos aspectos justificativos de esa misma ciencia, es decir, en los que dimanan de la cuestión general «relación educación-sociedad». El hombre, aunque no lo desee, se encuentra inmerso en cualquiera de las situaciones ordinarias de la vida social. Pertenece a una familia, primera célula social; ejerce una profesión que necesariamente precisará los consiguientes contactos sociales; forma parte de una vecindad, de una municipalidad, de una nacionalidad, etc., que pueden ser ocasión de participar, como dice Spranger, en el banquete de la amistad universal al que su misma naturaleza le convida.
      Entre los capítulos preliminares de la ciencia que estamos reseñando, deberán encontrarse los que hacen referencia a la influencia de la e. en la sociedad y a la de la sociedad en la propia e. Si es la e. causa de los cambios sociales experimentados por los distintos pueblos, o si son precisamente esos cambios sociales el verdadero móvil que origina los cambios estructurales educativos, es y ha sido un tema muy discutido. También la e. es muchas veces, la que logra la durabilidad de una determinada sociedad. Cuando una generación intenta imprimir en las generaciones que le siguen su particular sello cultural, está ayudando para que continúe una situación social que considera aceptable. Es una especie de mecanismo de perpetuación que encontramos en todas las culturas y con el que las sociedades consiguen la existencia continuada que desean. Pero otras veces ha podido también observarse cómo la formación proporcionada a algunas minorías tuvo la suficiente capacidad de persuasión como para transformar socialmente a una nación o a una área determinada. No es, pues, uno solo el efecto de la e. en la sociedad. Cuando se enfrenta con esta cuestión, escribe el Dr. García Hoz, «la solución se halla, con más probabilidad, no en aceptar una proposición y rechazar las otras, sino en la armonización de todas ellas» (o. c. en bibl.). Al tomar la e. una forma institucionalizada, la escuela (v.), este problema de la transmisión cultural se realiza, para conseguir mejores efectos, por medio de personas y sistemas especializados, sin que por ello deje de realizarse también por medio del simple contacto entre las personas.
     
      Con respecto al tema de la influencia de la sociedad en la e., hay que decir primeramente que aquélla determina ciertos objetivos educativos: los derivados de la condición social de los sujetos. Mas disentimos con los partidarios de una pedagogía socialista a ultranza, para quienes la sociedad es el único cuerpo capaz de dictar fines educativos. «El hombre que la educación debe realizar en nosotros, asegura Durkheim, no es el hombre tal como la naturaleza lo ha hecho, sino tal como la sociedad quiere qué él sea»... «Es a la sociedad a quien corresponde recordar incesantemente al maestro cuáles son las ideas, los sentimientos que hay que imprimir en el niño para ponerle en armonía con el medio en que debe vivir». ( cfr. V. García Hoz, o. c. en bibl.). Para los partidarios de estas posturas extremistas, que suelen aparecer normalmente en momentos de crisis para la humanidad (recordemos la teoría socializante educativa de Platón), la personalidad individual es totalmente absorbida por el medio social que le rodea. Por otro lado, el influjo del ambiente social por medio de la familia, los compañeros de clase, los amigos del barrio, la asistencia a los espectáculos, la lectura de libros, cte., puede considerarse del todo necesario para lograr un correcto desarrollo educativo. «Lo mismo que del medio físico arranca el niño las primeras impresiones que le han de servir de base para construir su vida intelectual, del ambiente humano arranca las que le servirán para construir su orden moral y social prácticos» (V. García Hoz, Un programa social en la Escuela primaria, Madrid 1948, 3). Modernamente, el influjo de los llamados medios de comunicación de masas en el proceso formativo individual adquiere una singular importancia. Citemos, p. ej., la colosal influencia de la televisión, medio eminentemente intuitivo y por ello de fácil aprehensión. Se nota claramente, asimismo, la influencia de la sociedad en las instituciones educativas. Las nuevas formas pedagógicas, autogobierno de los educandos, trabajo escolar en equipo, técnicas de agrupamiento, Team Teaching, cte., son otras tantas ocasiones en las que la comunidad ha hecho sentir directamente su efecto en la escuela. Es, efectivamente, la sociedad que interviene en la realización del aspecto dinámico de la escuela.
     
      3. La escuela, institución social. No es difícil darse cuenta de que el fenómeno educativo se da en todos los grupos sociales. Incluso en las organizaciones de tipo más primitivo se encuentran destellos reveladores de una clase de e. auténtica, aunque difusa. Y es que la e., antes de institucionalizarse en la escuela, se encuentra en la misma sociedad de una manera muy elemental. Y la escuela (v.) surge precisamente de ahí, de esa situación educativa confusa e informe, luego de un lento y costoso proceso evolutivo. «Si examinamos las fuerzas creadoras, escribe F. de Azevedo, que, concentrando la función pedagógica en campos especiales con agentes y medios propios, le dieron una nueva vitalidad y un nuevo aspecto, encontramos dos principales: una, esencialmente cultural: la acumulación y el enriquecimiento de los bienes intelectuales que se transmiten de una generación a otra generación, y la otra, que es esencialmente social: la especialización creciente, la división del trabajo social». Cuando la e. desorganizada y difusa a que hemos hecho alusión se manifestó como notoriamente insuficiente, a causa de la complejidad que había adquirido la sociedad, entonces aparecieron esas etapas de especialización y de organización escolares. Es, por tanto, la misma sociedad la que señala la necesidad de esa organización, la que hace surgir la escuela, institución específicamente educativa.
     
      V. García Hoz considera dos aspectos sociológicos muy interesantes de la escuela: el que hace referencia a la estructura social de esta institución y el que alude a las relaciones de la misma con aquella comunidad en cuyo seno se encuentra. Al hablar de estructura social de la escuela, se hace mención de todo aquello que puede agruparse bajo la común denominación de relaciones humanas en esa misma escuela. Son las relaciones más o menos armoniosas, más o menos humanas, en una palabra, que existen entre profesor y escolar y las de éstos entre sí. El interés que en cada ocasión pone el profesor por conocer y por resolver diferentes problemas personales o familiares de sus alumnos, las actitudes amistosas o recelosas, de aceptación o de rechazo, observadas en éstos hacia sus profesores, el trato cordial o, por el contrario, las frecuentes rencillas existentes entre los escolares, son aspectos reveladores de este clima humano de la clase o de la escuela. Estas diferentes relaciones personales entre los miembros de una comunidad escolar darán origen a que en ella se respire una atmósfera de mayor o menor complacencia, lo cual ha de influir a la larga, incluso en los rendimientos educativos de los alumnos.
     
      En cuanto a las relaciones con la comunidad circundante (v. VIII), es decir, el barrio, pueblo, ciudad, provincia, etc., hay que significar que necesariamente han de ser frecuentes y muchas veces favorecerá que sean muy estrechas. En primer lugar, reconozcamos que la propia existencia de la escuela es posible, la mayor parte de las veces, gracias precisamente a la comunidad en que se halla. Además, la sociedad favorece y aviva la expansión cultural para que los resultados sean más seguros cada vez. Los escolares, por otro lado, se ven constantemente estimulados por las diferentes circunstancias propias de la población o comarca inmediata: clima, paisaje, viviendas, calles, transportes, cte., que sin duda influyen también en su proceso formativo. Las notables diferencias que observamos, p. ej., al charlar con un joven perteneciente a un medio rural y al hacerlo con otro oriundo de una populosa ciudad, revelan los influjos que hemos advertido. La escuela, pues, debe adaptarse, y de hecho así lo hace, a la comunidad próxima en que se da su existencia. Todos aquellos recursos culturales que favorezcan la convivencia y el progreso en esa comunidad deben lógicamente afianzarse entre los alumnos. Con relación a esa sociedad próxima, la comunidad escolar tiene efectivamente muchas oportunidades de favorecerla y de mejorarla en su proyección hacia fuera. Y no es necesario que pasen demasiados años para que se noten sus benéficos efectos. Esta proyección externa tendrá mayor o menor envergadura según el tipo de comunidad escolar. Una agrupación escolar de grado elemental, p. ej., necesariamente será más limitada en su influjo que un centro de estudios universitarios.
     
      Hasta ajustarse a lo que cada sociedad exige, la escuela pasa por una serie de tensiones ya advertidas por Ortega y Gasset cuando escribe: «La escuela, como expresión normal de un país, depende mucho más de la atmósfera pública en que fluctúa, que del ambiente pedagógico artificialmente producido dentro de sus muros. La escuela no es buena si no existe una ecuación entre la presión de ambos medios». Aquí queda vislumbrado, en efecto, un fácil peligro para la escuela: que se deje guiar excesivamente de los requerimientos naturales derivados de sus reflexiones pedagógicas, y que, de este modo, se aleje quizá demasiado de la vida misma, del ambiente en que se desenvuelve. Como institución social, la escuela tiene una importancia decisiva. Bouglé ha afirmado que todo aquel que conquista la escuela tiene en sus manos toda la sociedad. Indudablemente, nunca ha tenido esta institución tanta categoría como la que hoy tiene, ni tampoco asumió antes las responsabilidades que hoy asume. La simple comparación de un sistema escolar de la Antigüedad con los sistemas educativos actuales evidenciará estas abismales diferencias. Destaca hoy sobre todo la perfecta coordinación entre los grados y la subordinación de todos ellos a los objetivos comunes. Pero advirtamos que la acción de la sociedad sobre ellos no desaparece, más aún, ni tan siquiera disminuye. «Esos pequeños focos de acción consciente que son las escuelas, continúa escribiendo Bouglé, sólo son luces en la noche, y la noche que los ciñe no está vacía y, por tanto, es mucho más inquietante; no es el silencio y la inmovilidad del desierto, sino el estremecimiento de un bosque habitado».
     
      4. Algunos problemas sociales educativos. Fijémonos primeramente en el creado por los llamados movimientos migratorios hacia las ciudades, que pueden llegar a causar serios trastornos a todo el sistema organizativo escolar de un país. En las grandes ciudades, ese problema de concentración se agrava, sobre todo en los barrios marginales (suburbios y arrabales) que progresan casi siempre más que las propias ciudades. En París comprobó P. Meuriot que, mientras los barrios del centro de esta populosa ciudad crecieron un 65% en un determinado tiempo, en el mismo espacio los alrededores de la misma crecieron casi un 500,ó. El mayor problema que se interpone hoy a la difusión de la e. rural es precisamente el relativo al éxodo producido en esta zona, sobre todo en los países que aún no alcanzaron suficiente desarrollo. Los Estados, hoy, deben aumentar sus esfuerzos hasta conseguir elevar mucho más el patrón de vida de la zona rural; deben intentar que se acreciente la fuerza de atracción del campo, que se desarrollen los impulsos creadores de riqueza, y, sin duda, la e. está muy ampliada en todas estas cuestiones. El problema de la e. rural no permanece aislado, sino que se encuentra íntimamente enlazado a una actuación general de la Administración por el progreso del campo. Si bien hay que reconocer que no todas las regiones son propicias para intentar alcanzar el mismo, todas pueden desarrollar al máximo sus propias posibilidades.
     
      La cuestión referente a las relaciones existentes entre el Estado y la e. merece también ser considerada como problema socio-educativo de importancia. Que el Estado tiene que ver con la e. es algo demasiado notorio para que sea objetable. El Estado, primera ordenación política del país, tiene como misión primordial mantener el progreso y el orden en el interior y conservar la seguridad en el exterior. Y para lograr estos fines debe valerse no solamente de los procedimientos coercitivos, sino que puede y debe echar mano de aquellos medios formativos que, a su vez, ennoblecen la personalidad de los ciudadanos. No puede dudarse, por otro lado, de que la e. sea función pública, ya que las consecuencias que se siguen de su establecimiento en algún lugar van más allá del simple interés y del mero beneficio de las personas que la reciben. La e, de los ciudadanos, ciertamente, representa un beneficio del que difícilmente pueden sustraerse hoy los distintos países. «La existencia de masas ignorantes en una población, ha escrito Bertrand Russell, supone un grave peligro para la sociedad». Los Gobiernos encuentran muchas veces insuperables dificultades para llevar a cabo sus programas, cuando el porcentaje de analfabetos en la comti. nidad es demasiado elevado. Por todo ello, el Estado no debe reparar en medios para poder solucionar estas carencias culturales que, cada vez más, significan la primera necesidad de la nación, las cuales, sin su eficaz intervención, quizá nunca podrían cubrirse debidamente. La enseñanza y la e. que sulpinistre el Estado estará, lógicamente, condicionada por -unos ideales que coincidirán con los ideales políticos. Unos intentarán conducir a los ciudadanos hacia arquetipos de humanidad primordialmente, otros buscarán adaptar su formación a su futura función o dedicación social, otros procurarán hacer de cada uno un ciudadano en toda la robustez del concepto, un partidario, un incondicional para todo, etc. Lo más corriente, empero, es que, acaso de un modo imperceptible, estas tendencias se entremezclen, dominando, eso sí, alguna de ellas, ya que es sumamente difícil encontrar regímenes políticos con ideologías totalmente puras. De otro lado, v a pesar del gran esfuerzo que puedan llevar a cabo los Estados, todavía en el campo educativo han de aparecer muchas oportunidades para la iniciativa privada. Siempre realizó ésta un papel fundamental y todavía no ha dejado de realizarlo.
     
      La problemática de los fines Je la e. tiene cabida en este conjunto de cuestiones a que nos estamos refiriendo. E. y concepción vital están estrechamente relacionadas. Este concepto de la vida, contenido eminentemente filosófico, suele columbrarse, bien en toda la amplitud del sistema escolar, bien en los.cuestionarios o programas que ordinariamente son manejados por los educadores en sus clases. Es evidente que cualquier institución educativa pública da por hecha siempre una cierta filosofía y una determinada política educativa, ambas acordes lógicamente. Ocurre muchas veces que si los fines a que se aspira son, p. ej., sociales, sociales son también los medios y procedimientos que se utilizan para llegar a ellos. «Las instituciones pedagógicas son muchas veces, escribe E. Durkheim, una forma resumida de verdaderas instituciones sociales: por ejemplo, la disciplina escolar tiene los mismos rasgos que la disciplina en una ciudad. Además, la naturaleza del fin predetermina la de los métodos». Las diferentes corrientes pedagógicas que ha habido en el mundo se han visto amparadas por otras tantas concepciones filosóficas. Estas concepciones vitales dominan de un modo imperceptible la sociedad. Así, si descendemos al nivel más concreto de la escuela o del sistema escolar, ninguno de éstos puede evadirse de la influencia que ejercen sobre ellos las ideas que en aquel momento pesan más en la determinada comunidad en que se encuentran.
     
      V.t.:VIII;SOCIOLOGÍA ;ESCUELA;UNIVERSIDAD;CIENCIA VI.
     
     

BIBL.: V. GARCÍA HOZ, Concepto y contenido de la Sociología de la educación, en Principios de Pedagogía sistemática, Madrid 1963; JOHN VAIZEY, La educación en el mundo moderno, Madrid 1967; ÍD, Educación y economía, Madrid 1962; J. M. SANABRIA, La educación en la sociedad industrial, Pamplona 1969; F. DE AZEVEDO, Sociología de la educación, México 1969; H. HAMMBRÜCHER, La Educación en el año 2000, Madrid 1969; A. MONCADA, Administración universitaria, Madrid 1971; C. DE LORA, juventud española actual, Madrid 1965; L. CASASOLA, La problemática de la Sociología de la educación, «Anales de la Univ. Central del Ecuador», Quito 1957, 311-336; M. N. MONTOYA, Utilización pedagógica de la Sociometría, Madrid 1961; V. GARCÍA HOZ, S. FERRER MARTíN, Estadística aplicada a la educación y ciencias humanas, Madrid 1966; C. L. BREMBECK y M. GRANDSTAFF, Social foundations of education, Nueva York 1969; D. A. HALASEN, On Education Sociological perspectiues, Londres 1967; G. WESTBY, Social perspectives on education, Londres 1965; M. S. GORE, Social work and social work education, Nueva York 1965; VARIOS, Education and social crisis, Nueva York 1967; R. GAMBRA, Las implicaciones sociales de la persona, «Rev. Int. de Sociología», Madrid 1952; R. LINTHON, Cultura y personalidad, México 1945; W. B. BROOKOVER, A Sociology of Education, Nueva York 1955; F. GUIL BLANES, Filosofía y sociología de la educación, Madrid 1969.

 

POBLADOR DIÉGUEZ.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991