1: Concepto. E. social es la acción intencional que, dentro del completo
proceso educativo, descubre, canaliza y desarrolla la sociabilidad
inherente a la persona, de modo que ésta vaya insertándose fructuosamente
en el ámbito social. Es, por tanto, e. de la sociabilidad y hacia la
socialidad. El naturalismo (v.), propugnador de una visión inmanentista
respecto a los valores y al destino del hombre, ha aportado a la historia
de las ideas pedagógicas dos concepciones antagónicas acerca de la e.
social. La primera, iniciada por Rousseau (v.), considera que el principio
y el fin de la e. debe ser el individuo, cuya bondad natural se ve
obstaculizada e incluso pervertida por la sociedad. El individualismo, así
concebido, ha encontrado posteriormente eco en abundantes pedagogos,
teóricos y prácticos, entre los que cabe destacar a Ellen Key y a León
Tolstoi (v.); paralelamente, ha sido también difundido por el liberalismo
radical, el anarquismo, etc. Frente a esta postura, el socialismo
pedagógico, edificado sobre las mismas bases naturalistas e inmanentistas,
ha defendido que el fin de la e. del individuo no, puede ser otro que la
sociedad. Paul Natorp (v.), el divulgador de la llamada Pedagogía social,
es un neto exponente de esta postura. En cuanto a grupos, habría que
destacar, por un lado, el colectivismo educativo, propio de la ideología
marxista, y, por otro, la e. para la democracia, defendida y propagada
principalmente por pedagogos norteamericanos, y sobre todo por John Dewey
(v.).
Una verdadera e. de la persona ha de saber armonizar -la profunda
exigencia de socialidad que el hombre guarda dentro de sí con su aún más
profunda y última vocación trascendente. Esta armonización la encontramos
plenamente realizada en el ideal cristiano, impulsado siempre por la
fuerza del amor. Resumiendo muchos siglos de tradición cristiana, ha
podido escribir Juan XXIII: «La educación cristiana debe ser integral, es
decir, debe extenderse a toda clase de deberes. Por consiguiente, también
debe mirar a que en los fieles brote y se robustezca la conciencia del
deber que tienen de ejercer cristianamente las actividades de contenido
económico y social» (Mater el Magistra, parte IV).
2. Finalidad. Si es patente que la e. social no podría separarse
artificialmente del completo proceso formativo, también lo es la gran
conexión que guarda con la e. moral. Porque la e. social no persigue sólo
la adquisición de una serie de convicciones, sino la traducción de éstas
en hábitos de vida social, en virtudes sociales.
La primera finalidad específica hacia la que se orienta, por tanto,
la e. social es la adquisición y fructificación de una amplia y
entrelazada gama de virtudes sociales: respeto, lealtad, generosidad,
comprensión, clemencia, espíritu de servicio, sinceridad, amistad, etc.
Muchas de ellas encuentran fundamento en la virtud de la justicia (v.), a
la que de un modo u otro hacen referencia. Pero la verdadera piedra de
toque de las virtudes sociales, la virtud que en último término las
engloba y da sentido es la caridad (v.). Piénsese en cualquiera de las.
virtudes enunciadas: difícilmente podrían llegar a actualizarse por
completo si obedeciesen sólo a un ideal de justicia. La experiencia
muestra que aun la misma justicia, si no está fecundada por la caridad,
sólo logra realizarse parcial e insatisfactoriamente. A la adquisición de
estas dos virtudes fundamentales ha de orientarse primariamente la e.
social. Sin embargo, hay que precisar que no se trata de una preparación
para un ejercicio futuro. El educando está de hecho inserto en un ámbito
social determinado, y es su buena adaptación a ese ámbito la que debe
preocupar principalmente al educador. Las virtudes sociales son siempre
las mismas en cualquier circunstancia.
3. Objetivos. Así, pues, la e. social debe proponerse como primer
objetivo la perfecta adaptación del educando al mismo ambiente en el que
se educa. Tal adaptación no puede concebirse como mera actitud pasiva del
niño o del adolescente; no son pocos los educadores, padres y maestros,
que caen en este lamentable error. Se trata, por el contrario, de un
comportamiento activo y creador en las relaciones interpersonales, que
sólo se hace posible cuando se fomenta en el educando un sano espíritu de
libertad y de iniciativa.
Tal adaptación habrá que procurarla primeramente en la familia (v.).
La e. social que han de impartir los padres debe ser ante todo e. para la
propia vida de familia. Una buena inserción, operativa y rica en frutos de
intercambio social, será la mejor preparación para inserciones futuras,
entre las cuales es preciso destacar la futura vida de familia que, como
padre . o como madre, llevará a cabo el educando. Por otra parte, la feliz
adaptación del niño al ámbito familiar trae consigo óptimos resultados en
las relaciones sociales extrafamil¡ares, y, por el contrario, su
inadaptación suele ser causa de comportamientos asociales. Numerosos
estudios referentes a la delincuencia juvenil lo han puesto de relieve.
Respecto a la escuela (v.), importa igualmente conseguir una
adecuada inserción del educando. Cualquier programa de instrucción social
que un centro educativo pretendiese llevar a cabo, sin contar primero con
que los escolares estén integrados en el propio ambiente escolar,
resultaría cuando menos infructuoso. Es verdad que en determinadas épocas
de la vida escolar (al ingresar en el centro, o en la primera
adolescencia) los alumnos suelen frecuentemente padecer desajustes de
adaptación. Pero estas situaciones, si son pasajeras, no deben preocupar
seriamente al educador. En cambio, la inadaptación prolongada sí es un
serio obstáculo para la e. social del alumno. Tal inadaptación puede
manifestarse de diferentes maneras, bien siendo causa de conflictos con
los mismos compañeros, bien creando situaciones de tensión respecto al
profesorado. La masificación que hoy día padecen muchos centros de
cualquier nivel da lugar a un buen número de inadaptados, que muchas
veces, por falta de la atención personal necesaria, permanecen años y años
en el anonimato.
Como se ha dicho, la buena inserción en el ámbito familiar y escolar
garantiza en gran parte la buena inserción futura en el ámbito social
adulto. Sin embargo, es preciso convencerse de que tal inserción no tendrá
lugar si el adulto no sigue ejercitándose en las virtudes sociales y
reforzando las oportunas convicciones. El campo que se abre al propio
perfeccionamiento es ahora amplísimo: de un lado, la vida familiar, en la
que habrá que poner particular empeño; de otro, el ámbito del trabajo
profesional, haciendo fructificar los propios talentos en un servicio
generoso a los hombres; y también el ámbito político, en el que hay que
participar como ciudadano responsable, consciente de los derechos y
deberes propios y ajenos.
4. Familia y educación social. El ámbito familiar procura al niño
naturalmente, sin artificio alguno, esa gradual y progresiva incorporación
a la vida social que tan difícil es de conseguir en cualquier otro
ambiente, aun en instituciones altamente especializadas y provistas de
medios. El clima singularmente afectivo y la diversidad y riqueza de las
interacciones sociales que tienen lugar en su seno hacen de la familia el
ambiente más propicio para llevar a cabo una positiva e. social de los
hijos. En este aspecto, como en otros, «este deber de la educación
familiar es de tanta trascendencia que, cuando falta, difícilmente puede
suplirse. Es, pues, obligación de los padres formar un ambiente familiar
animado por el amor, por la piedad hacia Dios y hacia los hombres, que
favorezca la educación íntegra y social de los hijos. La familia es, por
tanto, la primera escuela de las virtudes sociales, que todas las
sociedades necesitan» (Conc. Vaticano II, Declaración Gravissimum
educationis, 3).
Los padres deben sacar provecho, a este respecto, de las ventajas
que ofrecen las relaciones familiares. En primer término, la familia es
una sociedad naturalmente jerarquizada, donde la autoridad de los padres
ha de ponerse al servicio de los hijos. Si es verdad que en determinados
momentos los padres han caÍDo y caen en autoritarismos impropios e
infecundos, también lo es que una mal entendida democratización del hogar
ha ocasionado y ocasiona estragos múltiples, sobre todo de tipo educativo.
No existe ningún conflicto entre la autoridad de los padres y la libertad
de los hijos, cuando la meta que se persigue es el bien de las personas
que forman la familia y se sabe hacer frente al egoísmo personal. En este
sentido, es una visión materialista de la vida la que sobre todo mina el
buen orden y la armonía familiar.
Precisamente, dos cometidos fundamentales de la e. social en la
familia son, por una parte, el desarrollo del espíritu de autoridad y de
obediencia y, por otra, de libertad y de responsabilidad. Todo esto es
posible si existe verdadera amistad entre padres e hijos; una amistad que,
necesariamente, requiere trato, cercanía física y espiritual entre unos y
otros.
Resumiendo, sería preciso destacar los siguientes principios en
orden a una buena e. social de los hijos: a) la disponibilidad de los
padres: posibilidad de atender convenientemente a los hijos; b) el clima
de amor en las relaciones familiares; c) la aceptación de los hijos tal
como son; d) el sentido de la justicia, que tiene en cuenta tanto la no
manifestación de injustas preferencias como el trato diferenciado que cada
uno merece; e) el fomento del espíritu de colaboración en las tareas
familiares, unido al espíritu de responsabilidad y de iniciativa; f) la
lealtad de los padres hacia los hijos.
Aparte de su eficacia operativa, la cual, por otra parte, no sólo
afecta a la e. social sino a toda la e., estos principios han sido
enunciados aquí por su eficacia ejemplar. Su adecuada aplicación en la
vida de familia posibilitará que los hijos lleguen a vivirlos como
verdaderos hábitos, como virtudes sociales firmes y arraigadas. mismo
ambiente les ayudará a ser, dentro y fuera de casa, generosos,
comprensivos, colaboradores, leales, etc. Cada edad tiene sus concretos
problemas y requiere una metodología adecuada. En los primeros años (v. II;
INFANCIA II) la e. social se lleva a cabo sobre todo indirectamente, a
través de la educación afectiva, moral y religiosa. Sólo a partir de los
seis o siete años el niño empieza a adquirir cierta conciencia, muy
imperfecta todavía, de lo que es y supone para él la sociedad que le
rodea. Gran atención deben prestar los padres al momento en que se inicia
propiamente la edad escolar, en la cual el niño empieza a tener su grupo
de amigos y a salir con ellos con especial agrado. Es buena ocasión para
que los padres refuercen su amistad con el pequeño, organizando
excursiones o paseos de carácter familiar, etc. Pero no deben mostrarse
sistemáticamente reacios a que el chico tenga sus amigos y a que quiera
salir con ellos; más aún, es preferible que se interesen por esos amigos
de su hijo, que los conozcan, que alguna vez permitan a éste que los
invite a casa, etc.
En esta edad, hay también otro punto que deben considerar los
padres: el niño está ya inserto en un nuevo ámbito de actividad, la
escuela, y allí transcurre la mayor parte de su jornada. Es preciso que
los padres refuercen su feliz adaptación a la misma. Fácilmente se
comprenderá qué inoportunas son las críticas que muchos padres se permiten
hacer respecto al centro al que acuden sus hijos, a los profesores que
allí dan clase, etc. Esto no puede sino contribuir a una eventual
inadaptación al medio escolar.
Otro momento clave se presenta en la adolescencia (v.), cuando
aparecen síntomas de acendrado interés por la sociedad que le rodea. El
adolescente empieza a ver, en el tú del amigo, un otro yo, y el
sentimiento de amistad y de generosidad crece notablemente. Es una época
difícil para la vida familiar. Su constante es la inestabilidad afectiva y
social, que provoca situaciones de conflicto con hermanos y hermanas,
padre y madre. Los padres deben ser entonces especialmente comprensivos,
y, sin merma de la autoridad que ahora más que nunca precisan tener, han
de acercarse al chico con cariño y delicadeza, abrirse a un diálogo
sincero con él, demostrando gran lealtad e inexcusable respeto hacia la
intimidad del adolescente. Es también el momento de comunicarle sanas
inquietudes sociales, abrirle horizontes de servicio desinteresado a los
demás y resolver con visión cristiana los interrogantes que pueda plantear
el joven.
5. Escuela y educación social. La escuela amplía considerablemente
el radio de acción social del niño, que, al ingresar en ella, entrará a la
vez en contacto con un gran número de personas diversas por razón de edad,
mentalidad, procedencia social, aptitudes y preferencias, sexo, etc. Se
comprende fácilmente que su importancia, bajo el punto de vista de la e.
social, sea irrebatible. Aunque ni siquiera lo intente, la escuela deja en
quien la frecuenta una huella social duradera, contribuye a crear
profundas convicciones y hábitos sociales.
En varias parcelas puede el centro educativo ejercer una fructífera
e. social. En primer lugar, a través de la instrucción, que es uno de sus
cometidos fundamentales. La instrucción social, necesaria en todo programa
educativo, puede adoptar dos procedimientos. El primero de ellos, de
carácter indirecto, aprovecha las muchas posibilidades que encierran las
diferentes asignaturas del plan de estudios para despertar en los alumnos
intereses en torno a la sociedad humana, a los diversos tipos de
comunidades, a la función social de las ciencias y de las letras.
Algunas asignaturas ofrecen más posibilidades que otras. Así, p. ej.,
la Lengua, la Literatura, la Geografía, la Historia, la Religión, la
Moral, etc. Sin embargo, cabe también, y es aconsejable, una enseñanza
directamente encaminada a poner 'de relieve los hechos fundamentales de la
vida social, las soluciones que requieren los problemas sociales
existentes, el comportamiento cívico, etc. (v. x, 3). En la mayoría de los
países, la enseñanza oficial incluye estos contenidos en asignaturas
específicas (educación cívica, formación social, formación política, v.,
etc.), aunque no siempre se traten debidamente.
El centro educativo no debe reducir su actuación al ámbito meramente
instructivo. Corresponde a la escuela, en gran medida, favorecer la
adquisición de las virtudes sociales por parte de los alumnos y exigir a
éstos el ejercicio de las mismas. En concreto, la escuela ha de hacer todo
lo posible por: a) Crear y conservar un ambiente socialmente sano, fundado
en un profundo sentido de la justicia y de la caridad. Tal ambiente
llevará a que no existan discriminaciones, a que la disciplina esté basada
en la responsabilidad y no en el autoritarismo, a que se establezcan entre
profesores y alumnos relaciones de confianza y comprensión. El arma
principal con que el centro cuenta es el ejemplo de virtudes sociales que
ha de dar siempre el profesorado; pocas cosas hacen tanto daño, a este
respecto, como las rencillas entre profesores, las críticas a directores o
a compañeros, la demagogia puesta al servicio de los propios intereses,
etc. b) Fomentar calurosamente las buenas tendencias sociales de los
alumnos: la amistad generosa entre ellos, el trabajo en equipo, la vida de
grupo, la participación real de los alumnos en la vida del centro,
dándoles encargos de responsabilidad, adecuados a su edad y condición, e
incluso creando formas de autogobierno. c) Oponerse enérgicamente a los
hábitos y manifestaciones disgregadores del orden y del sentido social:
masificación del alumnado, presión del grupo sobre determinadas personas,
abuso hacia los más débiles, variadas formas de individualismo, anonimato
(debido casi siempre a la cobardía de afrontar la propia responsabilidad),
etc.
Todos los centros educativos, de cualquier grado, tienen una
importante misión que cumplir respecto a la e. social. Y especialmente los
universitarios. «Es necesario que la Universidad forme a los estudiantes
en una mentalidad de servicio: servicio a la sociedad, promoviendo el bien
común con su trabajo profesional y con su actuación cívica. Los
universitarios necesitan ser responsables, tener una sana inquietud por
los problemas de los demás y un espíritu generoso que les lleve a
enfrentarse con estos problemas, y a procurar encontrar la mejor solución.
Dar al estudiante todo esto es tarea de la Universidad» (1. Escrivá de
Balaguer, Conversaciones..., 7 ed. Madrid 1970, n° 74).
6. Otras instituciones. Desde los comienzos del s. XX, las
asociaciones juveniles de todo tipo, cultural, deportivo, de formación
religiosa, etc., abundan cada vez más. Bien orientadas, tales
asociaciones, de modo que respondan a las inquietudes sociales y a los
deseos de organización autónoma de los jóvenes, pueden constituir un
excelente medio de e. social. Es un ambiente especialmente apto para
fomentar su espíritu de responsabilidad e iniciativa. A este respecto, los
padres y educadores deben respetar la libertad de asociación de los
jóvenes, no imponiéndoles fórmulas preconcebidas, aunque deparándoles
orientación y consejo.
Por último, también incumbe al Estado, con medios directos e
indirectos, favorecer la buena formación social de los ciudadanos, de modo
que conozcan y ejerciten sus derechos y deberes civiles. Para esto es
preciso motivarles debidamente, y oponerse con energía a ideas y
actuaciones disgregadoras del buen orden social. Sería especialmente
deseable que exigieran la debida responsabilidad a los medios de
comunicación social, a través de los cuales puede ejercerse, y de hecho se
ejerce, una acción formadora o deformadora sobre millones de personas.
V. t.: X; FAMILIA III; FORMACIÓN POLÍTICA; NATORP, PAUL.
BIBL.: A. AGAZZI y OTROS,
L'Educazione Sociale, Brescia 1962; G. BALOCCO, Educazione al senso
sociale, Brescia 1955; 'A. BARONI, Problemi di pedagogia sociale, Brescia
1955; R. COUSINET, La vida social de los niños, Buenos Aires 1953; G.
FLORES D'ARCAIS, V. GARCÍA Hoz y OTROS, Educazione e societá nel mondo
contemporaneo, Brescia 1965; A. MERLAUD, A. DE LA GARANDRIE, Les camarades
et les amis de ños enfants, París 1965; G. NoSENGO, L'educazione sociale
dei giovani, Roma 1964; VARIOS, Educación familiar, «Nuestro Tiempo» XXXI
(junio 1969) (n° monográfico, con bibl. comentada sobre el tema); J. L.
GARCÍA GARRIDO, Los fundamentos de la Educación social, Madrid 1971.
J. L. GARCÍA GARRIDO.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp,
1991
|