Concepto y finalidad. Por e. sexual se entiende la acción intencional que
capacita progresivamente al individuo para disponer rectamente de sus
energías sexuales, de acuerdo con su situación personal y social y
teniendo en cuenta su fin último. Su meta es, pues, la integración de los
impulsos sexuales en una personalidad madura y equilibrada, capaz de
encauzar debidamente todos los impulsos instintivos, en consonancia con el
orden moral y con la propia vocación. Por lo mismo, se propone también la
rectitud de la vida en lo referente a las relaciones sexuales, las cuales,
justificadas e impelidas sólo por el amor y la entrega plena, son
exclusivas de la unión matrimonial y están orientadas a la procreación.
Fundamentalmente, la e. sexual es e. en la virtud de la castidad (v.), y
forma parte de la e. integral que toda persona tiene derecho a recibir. De
ahí que, como enseña el Conc. Vaticano II, a los niños y adolescentes «hay
que iniciarlos, conforme avanza su edad, en una positiva y prudente
educación sexual» (Declaración Gravissimum educationis, 1).
Es preciso aludir a dos planteamientos extremos, igualmente erróneos
y dañinos. Uno de ellos, abriendo una profunda sima entre el componente
espiritual y el componente corporal del hombre, ha pretendido dejar fuera
de la e. el encauzamiento de las tendencias instintivas, despreciándolas o
incluso considerándolas esencialmente malas. Así ha ocurrido con las
diferentes formas, antiguas y modernas, de angelismo: montanismo,
jansenismo, puritanismo, etc. En el extremo opuesto, el biologismo edifica
sus bases sobre una antropología de carácter materialista, no admitiendo
la realidad espiritual del hombre o reduciéndola a una pura emanación de
la vida corpórea. En el ámbito pedagógico, esta última corriente ha
supervalorado siempre la importancia del instinto sexual. El pansexualismo,
p. ej., al sostener que aun la vida superior del hombre está fuertemente
impregnada de sexualidad, convierte toda la e. en e. sexual.
Una e. que tenga en cuenta la verdadera naturaleza y dignidad de la
persona no puede menos que rechazar ambas posturas, que, por lo demás, han
demostrado sobradamente su insolvencia científica y su incompetencia
pedagógica. El sexo es, desde luego, importante, pero no es lo más
importante y, mucho menos, lo único. Si la Pedagogía debe prestarle toda
la atención que merece, debe también evitar que se convierta,
obsesivamente, en el tema central.
Instrucción sexual y educación sexual. Suele insistirse en la
necesidad de-llevar a cabo una eficaz información o instrucción sexual,
debidamente programada. Aunque su importancia es evidente, no se reduce la
e. sexual a un quehacer sólo o eminentemente instructivo.
La e., siendo esencialmente unitaria, abarca, sin embargo, una serie
de aspectos fundamentales: e. intelectual, volitiva, moral, religiosa,
social, física... Pues bien, la e. sexual guarda gran conexión, en
diferente medida, con cada uno de éstos, y por eso es improcedente
realizarla sólo a través de la e. intelectual y de la instrucción. Más
aún, la misma instrucción sexual debe conjugar, para ser verdaderamente
educativa, todos esos aspectos. No podría aludir sólo al aspecto biológico
(cfr. Pío XI, Casti connubii, n. 41), sino que ha de referirse a todos los
demás y, entre ellos, a los aspectos moral y religioso. Una instrucción
sexual que, consciente o inconscientemente, prescindiera del orden moral y
del orden religioso, sería tan poco realista y tan poco fructífera como la
que prescindiera del mismo ámbito biológico o del ámbito social.
Pero aun cuando la instrucción sea realmente comprehensiva de todos
estos aspectos, no basta ella sola para llevar a cabo una adecuada e.
sexual de la persona. Es necesario contar principalmente con la influencia
que ejerce el ejemplo del educador y la idoneidad formativa del medio
ambiente. Si éstos faltan, será muy difícil, si no imposible, conseguir
resultados satisfactorios. A pesar de tanto ensayo de Pedagogía sexual, la
juventud reacciona y reaccionará siempre contra la hipocresía de quienes
enseñan lo que no están dispuestos a hacer. Por otra parte, hay que
conceder un gran peso a la autoeducación. Sin el esfuerzo del educando,
debidamente motivado y canalizado, poco podría conseguir el educador. De
ahí la necesidad de que a la e. sexual acompañe siempre una adecuada
educación de la voluntad.
A la larga, ningún programa de e. sexual tendría eficacia si el
educando no poseyera motivaciones suficientemente profundas y concordes
con los valores trascendentes que su persona encierra. Por eso conviene
insistir en la importancia de que vea en la sexualidad una participación
del poder creador de Dios y una ocasión de generosa entrega. En este
sentido, la e cristiana ofrece la inestimable ayuda de los sacramentos, de
la oración, del espíritu de examen y de mortificación, de la devoción a la
Virgen.
Respecto a las cualidades que debe reunir una buena e. sexual,
impartida al educando progresivamente, desde sus primeros años, habría que
destacar las siguientes: 1) verídica, ajustada a la verdad de los hechos;
2) adecuada a la edad, al sexo, a las características personales del
educando y al ambiente en el que vive; 3) integrada en el proceso
educativo general y especialmente en el proceso de educación afectiva y
moral; 4) personal, individualizada.
Agentes de la educación sexual. Como toda la e., la sexual es un
deber y un derecho que compete originariamente a la familia. Sin embargo,
se oye decir que los padres están muchas veces incapacitados, por razones
varias, para cuidar este aspecto de la e. de sus hijos. Quizá por eso la
escuela moderna, que pretende llevar a cabo, casi siempre más con la
intención que con los hechos, un programa de e. integral, suele insistir
en que también la e. sexual cae bajo su competencia. Numerosos estudios
han puesto de relieve que la familia es el ambiente ideal para la
realización de este aspecto formativo. No necesitan los padres
conocimientos pormenorizados de Pedagogía o de metodología sexual, aunque
sí han de prestar suficiente atención al desarrollo afectivo y sexual de
sus hijos, saber a qué atenerse en cada caso y acudir a quienes puedan
depararles una buena orientación. Si muchas veces no lo hacen, más que por
falta de conocimientos, es por timidez, o por una repugnancia
injustificada hacia este tema, y, a menudo, por comodidad. Un sano
espíritu de amistad y de confianza con los hijos, les será imprescindible.
Esa amistad hace posible «que sean los padres quienes den a conocer a sus
hijos el origen de la vida, de un modo gradual, acomodándose a su
mentalidad y a su capacidad de comprender, anticipándose ligeramente a su
natural curiosidad; hay que evitar que rodeen de malicia esta materia, que
aprendan algo -que es en sí mismo noble y santo- de una mala confidencia
de un amigo o de una amiga» (J. Escrivá de Balaguer, Conversaciones..., 7
ed. Madrid 1968, n° 100).
Es en esta línea en la que los centros educativos podrían y quizá
deberían hacer más de lo que hacen. Se trataría de sensibilizar a los
padres respecto al cometido de educadores que de modo principalísimo les
incumbe, y facilitarles la doctrina pedagógica necesaria para que lo
realicen con eficacia. Existen también otras muchas formas de colaboración
por parte de los centros. Sobre todo, procurando albergar un ambiente
sano, tanto física como moralmente, y estando atentos a detectar aquellos
casos en que, por real deficiencia de vida o de e. familiar, sea
conveniente intervenir. Cuando esta intervención sea aconsejable, deberá
encargarse de ella a educadores que posean equilibrio y la necesaria
formación. Por lo demás, la información debe ser individualizada, sin que
esto sea obstáculo para que en determinadas clases (de moral, religión,
fisiología), se traten con delicadeza y naturalidad ciertos aspectos.
La educación sexual en las diferentes etapas de la educación. Se ha
incurrido en notorias exageraciones respecto a la importancia del sexo en
los primeros años de vida. En general, la problemática sexual es, a estas
edades, prácticamente inexistente. Los esfuerzos de los padres deben
canalizarse hacia la buena orientación de un ámbito que, posteriormente,
estará en estrecho contacto con la sexualidad: el nacimiento y primer
desarrollo de la vida afectiva. Si el niño no encuentra, desde sus
primeros contactos con la realidad exterior, un clima afectivo propicio,
toda su personalidad se resentirá luego. Tanto la falta de afecto, materno
sobre todo, como la excesiva presión de una afectividad ansiosa o poco
equilibrada ejercerán más o menos tarde sobre él un replegamiento
afectivo, favoreciendo posturas de autocomplacencia y, posiblemente,
después, de autoerotismo.
En lo que se refiere a la e. propiamente sexual, una primera y
decisiva actuación de los padres, de la madre, en la mayor parte de los
casos, tendrá lugar en la época en que los pequeños, niños y niñas,
empiezan a interesarse por la exploración del propio cuerpo. Es frecuente
que lleven a cabo entonces esporádicos tocamientos de los órganos
genitales, lo cual podría alarmar indebidamente a los padres. No se trata
de reprimir violentamente, con amenazas o con gritos, estas tendencias del
niño, sino más bien de orientar positivamente su atención hacia otras
cosas, desviándola del propio cuerpo. Lo que importa es que no adquiera un
hábito que más adelante podría comprometer seriamente su buen desarrollo y
educación.
La curiosidad natural del pequeño suele incidir a estas edades en
dos cuestiones: la diferencia entre los sexos, generalmente detectada
hacia los tres años, y la cuestión acerca del nacimiento (de dónde vienen
los niños). Si no ha notado anteriormente un clima de reserva o disimulo
respecto a estos temas, el niño preguntará estas cosas con toda
naturalidad y sin establecer de ordinario conexión entre una y otra. En
ambas ocasiones, casi siempre distanciadas, debe contestársele con
veracidad, pero de modo adecuado a su mentalidad. Sería improcedente
enfrascarse en explicaciones que el niño ni puede ni está interesado en
comprender.
Con la llegada de la edad escolar, irá mostrando un creciente
interés por el trato con amigos y compañeros de clase. Es ésta una época
que requiere especial cuidado por parte de los padres. Es necesario que
exista en la familia un clima de diálogo y confianza, merced al cual
puedan corregirse las eventuales informaciones defectuosas que el niño
haya recogido de algún compañero o, simplemente, en la calle. A partir de
entonces, encontrarán también padres y educadores un poderoso auxiliar en
las prácticas deportivas y en otros ejercicios de e. física (v. IV). Y al
mismo tiempo, deben procurar que los chicos estimen y procuren la higiene
y la limpieza del cuerpo, tan imprescindibles en un buen programa de e.
sexual, así como la lucha contra el ocio y la vida muelle.
El tema que en los años de la preadolescencia puede prestarse a
interpretaciones defectuosas es el de la generación, y, en concreto, el
papel del padre en la misma. Se hace necesaria, por tanto, una adecuada
información al respecto, procurando que el chico o la chica sepan
comprender y aceptar la complementaridad de los sexos, y, sobre todo, que
sepan trascender una visión puramente carnal del tema.
En la pubertad, la sexualidad se manifiesta de un modo nuevo, a
nivel propiamente personal; los chicos de ambos sexos (recuérdese que, en
las chicas, la pubertad comienza antes) advierten en sí mismo la
existencia y la fuerza del instinto. Es preciso ofrecerles mayor
comprensión y ayuda. Conviene tener en cuenta que la pubertad tiende de
ordinario a estabilizar o a reforzar los hábitos contraídos anteriormente,
más que a crearlos, en contra de lo que muchas veces se piensa. A este
propósito, la masturbación, vicio frecuente en estos años, aunque no es
normal ni natural, a menudo se ha adquirido antes, y por eso es más eficaz
combatirla en los años de la preadolescencia. Antes de que la pubertad
sorprenda al muchacho, es muy aconsejable que éste tenga ya noticia de los
nuevos impulsos que sentirá en su cuerpo, para que pueda hacerles frente
con serenidad y reciedumbre. Hay que reforzar en él su natural tendencia a
la generosidad y al amor limpio, alejándole de situaciones de
ensimismamiento y autosatisfacción y procurando que integre la sexualidad
en el desarrollo de la personalidad completa.
Adolescentes y jóvenes (v. ADOLESCENCIA Y JUVENTUD) con convicciones
profundas acerca del gran valor, sobrenatural y humano, de la virtud de la
castidad, y, a la vez, con una voluntad capaz de someter al dominio del
alma los naturales impulsos del cuerpo, estarán en condiciones de plantear
con sentido positivo el esfuerzo personal que habrán de llevar a cabo, en
este terreno como en tantos otros. Y sabrán comprender que el verdadero
amor consiste en la entrega generosa y desinteresada.
V. t.: CASTIDAD; SEXUALIDAD.
BIBL.: R. ALLERS, Pedagogía
sexual, 2 ed. Barcelona 1965; A. ARTHUs, Los misterios de la vida al
alcance de los niños, I: Libro de los padres, II: Libro de los niños,
Barcelona 1965; A. BERGE, L'éducation sexuelle chez 1'enlant, 4 ed. París
1965; M. TH. VAN EECKHOUT, Nos enlants devant la sexualité, Tournat 1964;
F. W. FOERSTER, Ética e pedagogia della vita sessuale, Turín 1921; P. LE
MOAL, Una auténtica educación sexual, Alcoy 1965; L. PROHASCA, Pedagogía
sexual, Barcelona 1960; K. TILMANN, Compiti e vie dell'educazione sessuale,
Turín 1964; H. MORITZ, Sexualidad y educación, Barcelona 1971.
J. L. GARCÍA GARRIDO.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp,
1991
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