EDUCACIÓN RELIGIOSA


Generalidades. Por e. religiosa debe entenderse el influjo intencional sobre la persona, dirigido a formar en ella la disposición que permite plantearse y resolver rectamente, en toda circunstancia, el problema del sentido y fin último de su existencia, reconociendo, amando y sirviendo a Dios. Ya de esta primera explicación del término surge un problema de fondo, que hemos de resolver antes de entrar en detalles acerca del método de la e. religiosa.
     
      ¿Es la educación religiosa un sector especializado de la educación en general? Siendo la religión la actitud por la que una persona se dirige recta y eficazmente hacia el fin último, puede parecer que la e. religiosa, más que una parte, es la cumbre y esencia de la e. como tal, ya que ésta no tendría sentido (o al menos no estaría acabada) si no desarrollara la persona con una clara orientación al fin último (v. I; RELIGIÓN). Efectivamente, la e. religiosa no tiende al perfeccionamiento de una facultad o aspecto de la persona, y mucho menos a la formación de determinadas personas o para actividades específicas, sino que tiende a la realización plena de la persona como tal. La e. religiosa es e. integral, en toda la amplitud y en toda la profundidad del término. Incluso aquel aspecto parcial de la e. que es la instrucción (comunicación de verdad), en el caso específico de la e. religiosa tiene una amplitud tal que ya deja de ser un aspecto parcial, porque interesa directamente a la persona en toda su plenitud. Porque la verdad religiosa no se limita a un contenido intelectual que pueda ser transmitido con la simple enseñanza, sino que requiere todo el esfuerzo educativo con sus diversos recursos y sucesivos momentos.
     
      La verdad religiosa no es un aspecto de la realidad que pueda ser analizado por la sola razón, sino que es la realidad misma en su sentido más profundo y total, por lo que trasciende el alcance de las formalidades abstractas, siendo la misma Verdad (es decir, la verdad trascendente y subsistente, Dios, participada en el ser de las creaturas). Y al conocimiento de esa verdad el hombre puede acercarse de alguna manera en el plano natural, acudiendo a todos los recursos de su naturaleza racional: la inteligencia intuitiva, analítica y discursiva; la experiencia concreta de su propia alma y de las cosas; la conciencia moral; la afectividad; el intercambio de experiencias con los demás hombres; la meditación personal y la contemplación... Si, además, se cuenta con el don sobrenatural de la fe, mediante la Revelación, todo ese esfuerzo se hace más unitario, y también más personal e íntimo: la gracia encauza y eleva a un orden superior la búsqueda de Dios, y Dios se da a conocer, de alguna manera, como Él mismo se conoce, queriendo que se le ame como Él mismo se ama. Inhabitando en nuestra alma el Verbo de Dios (imagen perfecta del Padre) y el Espíritu Santo (el Amor del Padre y del Hijo), el problema religioso del hombre llega a ser la comunicación con la misma vida de Dios, la participación en la vida trinitaria, la vida según la gracia. Y la gracia perfecciona la naturaleza especialmente en su anhelo hacia la integración (que la e. procura favorecer); porque el hombre, al conocer el misterio de Dios y de su plan salvífico, descubre la verdad de sí mismo y de todas las demás cosas. La verdad sobre Dios supone la perfecta integración de las facultades especulativas y prácticas, el equilibrio entre los compromisos temporales y la preparación de la vida eterna; y la e. religiosa exige y prepara a la vez esta armonía humana, no pudiendo nunca detenerse en una fase puramente intelectual. La e. religiosa, por tanto, resulta como la e. sin más en cuanto que alcanza eficazmente su propio objetivo.
     
      El aspecto específico de la educación religiosa. Sin embargo, cabe una distinción formal entre la e. en general y la e. religiosa, mediante la consideración de dos diversos órdenes de medios en relación con el fin último: los necesarios en sentido universal y absoluto, y los que son sólo relativamente necesarios, o incluso libres. Si partimos del presupuesto de que el hombre puede cumplir el plan de Dios de muy diversas maneras, se comprenderá que debe existir, en la vida humana, una variedad de modos con los que se realiza aquella integración y dirección hacia Dios que pretende la e., y que hay, por tanto, una jerarquía, no sólo en el sentido de que todos los valores deben subordinarse al valor supremo, la religión, sino también en el sentido de que la búsqueda y el empleo de los medios absolutamente necesarios tiene prioridad respecto a la libre elección de los demás medios. Al hombre, en efecto, interesa resolver primero lo que condiciona directamente la consecución de su fin último, lo que afecta a su salvación, dejando en segundo lugar todo lo que se refiera de manera indirecta o hipotética a ese fin último. Paralelamente, la e. tendrá un interés primario e incondicionado en la e. religiosa, en el sentido de que se preocupará de garantizar en el educando el desarrollo adecuado para que pueda encaminarse derechamente hacia su verdadero fin; en otros términos, la e. querrá siempre asegurarse el éxito, antes que nada, en lo absolutamente necesario, dejando en segundo lugar todos los demás aspectos. Al trabajar con este criterio de prioridad, la educación no hace más que respetar el recto orden de los fines, y también la real situación del conocimiento humano. El hombre, en efecto, tiene la posibilidad de alcanzar la certeza absoluta sólo sobre sectores y dimensiones concretas, limitadas, de la realidad (en lo natural, los principios metafísicos, la experiencia inmediata, las leyes naturales; en el conocimiento de fe, los datos inmediatos de la Revelación y las conclusiones teológicas ciertas, además de la conciencia personal de determinadas exigencias espirituales). Queda así un campo inmenso de realidades cuyo conocimiento no es (para el hombre en general o para el individuo concreto) absoluto y completo. De ahí que tampoco pueda determinarse con seguridad su función respecto al fin último, su jerarquía respecto a otros medios, su conveniencia. Es decir, hay materias en las que no hay dogmas, y en estas materias la e. deberá necesariamente limitarse a indicar los principios de base y los criterios generales, formando el recto juicio intelectual y práctico, para que cada uno se oriente libremente por el camino que considere más conveniente para alcanzar el fin último.
     
      La e. religiosa es, por tanto, específicamente diversa de la e. en cuanto referida a la cultura, a la política, al trabajo profesional, a la elección del estado de vida...; aunque en todos estos campos, de hecho, se concreta y se vive el problema religioso. Para aplicar rectamente esta dialéctica de necesidad y libertad en la e., basta considerar la persona y la doctrina de Cristo, plenitud de la Revelación y único agente de la verdadera e. religiosa; Él, en efecto, ha enseñado que para alcanzar la salvación hay un camino necesario, que, sin embargo, no excluye la existencia de muchos modos libres para recorrerlo (todas las formas posibles en que puede desarrollarse la vida humana como tal, y que la vida divina viene a elevar, sin destruirlas o reducirlas a uniformidad). Desde que Cristo dijo que su Reino no es de este mundo (cfr. lo 18, 36), existe una clara distinción entre lo propiamente religioso y lo temporal. Y la Iglesia, por consiguiente, enseña y hace vivir la doctrina de la salvación, dejando a las demás autoridades humanas competentes la iniciativa y el criterio educativo en lo temporal.
     
      La naturaleza propia de la educación religiosa. Sobre la base de esta noción previa, podemos decir que la e. religiosa consiste en la formación del hombre religioso, es decir, de la persona que sabe integrar constantemente sus actividades en una orientación dinámica hacia el fin último. Esta definición, sin embargo, se limita a una consideración abstracta, puramente formal, de la religión. En concreto, nosotros sabemos, gracias a la Revelación sobrenatural, que la verdadera religión es la de Cristo, que ha enseñado a «adorar a Dios en espíritu y en verdad» (lo 4,23), cumpliendo su Ley, que se resume en el mandamiento de la caridad (cfr. 1 Tim 1,5; Col 3,14; etc.). La e. religiosa tendrá como objetivo concreto, por tanto, disponer a la persona para que reciba el don sobrenatural de la fe cristiana, llegando así al conocimiento de Dios uno y trino, y a su incorporación al Cuerpo místico (la Iglesia), en el que crecerá en el amor, cumpliendo el plan de Dios sobre todos los hombres (ley natural y divinopositiva) y sobre su existencia concreta (vocación personal).
     
      La educación religiosa y las tareas propias de la jerarquía y del laicado. Es evidente que la e. religiosa, así entendida, coincide en gran parte con el concepto de apostolado (v.), realizando sus fines (enseñar, dirigir y santificar con los medios que Cristo ha dejado a su Iglesia). Y como el apostolado de la Iglesia puede ser ejercitado tanto por la jerarquía, mediante el Magisterio ordinario y la potestad de gobernar y administrar los sacramentos, como por los fieles corrientes, también la e. religiosa análogamente, tiene dos diferentes modos de ejercicio, que se complementan mutuamente: el modo eclesiástico, que comprende todas las funciones de la sagrada Jerarquía, dirigidas a la santificación de las almas por medio de su «educación en la fe» (el Magisterio, desarrollado en la evangelización y en la catequesis oficiales: la liturgia; las leyes y costumbres eclesiásticas); y el modo laical, que comprende la inmensa variedad de las actividades profanas como tales, ya que todas ellas pueden favorecer el acercamiento a la fe y el progreso en ella, si están animadas de espíritu cristiano (este objetivo apostólico lo consiguen todos los laicos con el testimonio y la cooperación directa en la evangelización y en la catequesis en el ambiente familiar, profesional y social).
     
      El momento de la instrucción. La instrucción o enseñanza no constituye la esencia de la e. religiosa, como ya se ha visto, pero es indudablemente su primer fundamento. Si para toda la e. la comunicación de contenidos intelectuales es condición indispensable para promover una clara y consciente asimilación de los valores, esto vale de manera eminente para la e. religiosa. En efecto, «para acercarse a Dios hace falta saber que existe y que es remunerador» (Heb 11,6): nadie puede dirigirse hacia Dios sin el conocimiento que de Él nos proporciona la inteligencia natural y la Revelación. Y «la fe es por la predicación, y la predicación por la palabra de Cristo» (Rom 10,17). El papel de la e. religiosa, por lo que se refiere a la enseñanza, consiste, pues, en proporcionar e ilustrar convenientemente las nociones que preparan a la persona para aceptar y acrecentar la fe. No se trata de «enseñar la fe», sino de indicar aquellas verdades cuyo conocimiento se requiere para que la gracia actúe en la inteligencia y en la voluntad. Este aspecto de la e. religiosa debe estar presente en todos los niveles de la enseñanza, empezando por el primario. Y a quien dude de la legitimidad de una instrucción religiosa impartida en una edad en que no hay capacidad para discernir y elegir libremente, se debe recordar que «para impartir la e. humana tampoco se espera que el sujeto esté en edad de discernir; y, además, encaminar al niño a la fe cristiana es dotarle de un bien precioso; y él, en todo caso, cuando llegue a la madurez, será totalmente libre de confirmar o rechazar esta adhesión inicial» (G. Marafiñi, Promozione umana ed educazione cristiana, «Via, veritá e vita» 18, 1968, 36). Cuando se trata, en cambio, de la enseñanza superior, está claro que la libertad y responsabilidad de los alumnos, que son ya personas maduras, intervienen directamente en el proceso educativo: «Nadie puede violar la libertad de las conciencias: la enseñanza de la religión (en la Universidad) ha de ser libre, aunque el cristiano sabe que, si quiere ser coherente con su fe, tiene obligación de formarse bien en ese terreno, que ha de poseer, por tanto, una cultura religiosa: doctrina, para poder vivir de ella y para poder ser testimonio de Cristo con el ejemplo y con la palabra» (1. Escrivá de Balaguer, Conversaciones, 7 ed. Madrid 1970, n° 73).
     
      Exigencias fundamentales de la educación religiosa. Unidad. Siendo la e. religiosa, como se ha visto, el alma de toda la e., cada una de las diversas facetas de la labor educativa debe cumplir una función propedéutica, más o menos directa, respecto a la e. religiosa. Es antieducativo, por esta razón, plantear en términos puramente naturales (V. NATURALISMO) o materialísticos (V. MATERIALISMO II) cualquier problema que hace referencia a la formación de la personalidad; como es también antieducativo plantear la organización de los medios y de los ambientes de la e. en términos de indiferentismo religioso (V. LAICISMO). Esto vale especialmente en el campo de la enseñanza: no basta asegurar que no falte la enseñanza de la verdadera religión, sino que «es indispensable que la enseñanza misma de las letras y de las ciencias florezca en todo conforme a la fe católica, especialmente la filosofía, de la que depende en gran parte la recta dirección de las demás ciencias» (León XIII, ene. Inscrulabili, 21 abr. 1878). Por eso, la e. religiosa es una exigencia educativa interna de la enseñanza como tal: «Hacen falta maestros y profesores que sepan enseñar perfectamente las ciencias y las artes humanas, infundiendo a la vez en el ánimo de sus alumnos un profundo sentido cristiano de la vida... No son suficientes unas clases de religión, como yuxtapuestas al resto de la enseñanza, para que la educación sea cristiana» (J. Escrivá de Balaguer, Carta, Madrid, 2 oct. 1939).
     
      Adecuación al grado de madurez del educando. Al igual que el concepto de e. en general, la e. religiosa realiza eminentemente también la exigencia de una continua adecuación del mensaje a la capacidad receptiva del sujeto, atendiendo a todas sus circunstancias de edad, cultura, situación social, deberes de estado, vocación profesional, etc. A la e. religiosa se debe aplicar de manera especial el criterio de que «el fin educativo tiene un sentido dinámico, relativo al proceso de la formación personal, vista en su perspectiva genética» (M. Peretti, Prospettive attuali dell'educazione cristiana, Brescia 1967, 15). Una eficaz e. religiosa no puede prescindir nunca de la paciente labor de acercamiento a la personalidad de cada sujeto, en el intento de conocer su historia, experiencias, disposiciones. Sólo una e. religiosa superficial y ficticia podría contentarse con intervenciones genéricas e impersonales o con juicios apresurados acerca de las disposiciones personales. La personalidad no consiste sólo en una conciencia y en unas ideas inmediatamente manifestables; consiste en todo un conjunto de cualidades morales e intelectuales que sólo el tiempo y la atención pueden hacer descubrir a lo largo de toda una serie de momentos de trato y confidencia hechos posibles por la amistad.
     
      Adecuación al ambiente. La religión, por ser un valor que implica todas las facetas de la personalidad humana, tiene necesariamente una proyección social, y el ambiente influye, por tanto, directamente en el comportamiento religioso, resultando una componente educativa a tener en cuenta. El Conc. Vaticano II ha hablado precisamente de los profundos cambios que se han producido en la época moderna y que han afectado al proceso de e. religiosa en el nivel social: la mentalidad crítica, que «purifica la vida religiosa de la concepción mágica del mundo y de las pervivencias supersticiosas, y exige cada día más una adhesión verdaderamente personal y activa a la fe» (Gaudium et spes, 7); el ateísmo (v.) como fenómeno de masas, que presenta la negación de Dios «como exigencia del progreso científico y del nuevo humanismo» (ib. 7); el escepticismo (v.) o relativismo, que constituye «un obstáculo para reconocer la verdad de los valores perennes» (ib. 4). Desde el punto de vista sociológico (v. X), también pueden ponerse de relieve circunstancias que influyen notablemente en la vida 'religiosa de los pueblos, y que deben tenerse en cuenta a la hora de estudiar el método de esta e.: la industrialización, el crecimiento de la población urbana y una mayor participación de todos los ciudadanos en la vida pública, acompañada de una creciente intervención del Estado en todos los aspectos de la vida social. Estos fenómenos, que en épocas recientes han contribuido al alejamiento de amplios sectores sociales (obreros, intelectuales) de los medios tradicionales de e. religiosa (descristianización), entrañan sin embargo valores positivos, que pueden ser aprovechados para una e. religiosa basada en estructuras nuevas. En el terreno pastoral, concretamente, los cambios sociales han sugerido el criterio de no limitarse a estructuras meramente territoriales y de ir a formar a las personas en su propio ambiente de trabajo y en todos aquellos lugares donde la vida asociativa tiene un influjo educativo.
     
      V. t.: I; CATEQUESIS II y III; CATECÚMENO.
     
      Blas..: Magisterio: Pío XI, Enc. Dicini illius Magistri, 31 die. 1929; CONC. VATICANO II, Declaración Gravissimum educationis Inomentum, 28 oct. 1965, y Decr. Optatam totius Ecclesiae, 28 oct. 1965.-Estudios: M. CASOTTI, Educazione cattolica, Brescia 1950;VARIOS, La pedagogia cristiana, Brescia, 1954; A. BURGARDSMEIER, Educazione religiosa alla luce della psicología, Roma 1956; G. EMMET CARTER, Psychology and the Cross, Milwaukee 1959; M. PERETTI, Prospettive attuali dell'educazione cristiana; P. BRAIDO y OTROS, Educar, Salamanca 1965; VARIOS, L'educazione cristiana dopo it Concilio, Brescia 1967; G. NOSENGo, L'educazione della fede nell'etá evolutiva, Roma 1968; R. GARCÍA DE HARO, La conciencia cristiana, Madrid 1971.
     
      ANTONIO LIVI.
     
     
 

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991