Orden religiosa fundada por S. Domingo de Guzmán (v.), constituida por
tres ramas, también llamadas órdenes: la primera, los frailes d., que
viven conventualmente según las leyes dadas por el fundador y completadas
por los capítulos generales; la segunda, integrada por las monjas
dominicas contemplativas de clausura, con una legislación dada por S.
Domingo y perfeccionadas por los d.; y la tercera, seglar (V. TERCERAS
ÓRDENES SECULARES) o regular, según vivan sus miembros individualmente o
formando comunidades, a tenor de unas constituciones aprobadas por la
Iglesia.
1. Fundación y aprobación pontificia. La aparición de los d.,
primera de las órdenes mendicantes, se debe a una serie de circunstancias
históricas, para las que las fundaciones anteriores resultaban
insuficientes. La primera es de carácter económico-social. El desarrollo
del comercio y de la industria favoreció el acrecentamiento de los centros
urbanos. Los antiguos monjes, instalados en los campos, no podían atender
a las nuevas necesidades espirituales, aparte que ellos tenían que vivir
fundamentalmente de su trabajo laboral. Otra necesidad urgente era la
predicación. S. Domingo la captó en toda su hondura al poner sus pies en
el mediodía de Francia. Los obispos resultaban impotentes para llegar a
todos los campos y eran también muy pocos los que cumplían esa obligación
de su ministerio. La tercera circunstancia fue el movimiento pauperístico,
muy fuerte a partir de la reforma gregoriana. Se aspiraba a una Iglesia no
sólo libre de las tiranías de los príncipes, sino también de la ambición
de poder y de las riquezas. Las nuevas fundaciones aspiran a una pobreza
individual y colectiva, que sirva de ejemplo a los fieles y sea el
antídoto contra los movimientos pauperísticos heréticos, enemigos de la
jerarquía (V. APOS TÓLICOS; VALDENSES; POBRES LOMBARDOS). La vocación de
S. Domingo hacia una nueva forma de vida religiosa surge a su contacto con
la herejía albigense (v.) en el sur de Francia.
El grupo de predicadores, que se forma en torno suyo, se encuentra
apoyado por el obispo de Tolosa, Fulco. La nueva Orden se dedicaría a la
predicación, ayudando a los obispos y llevando la palabra evangélica
adonde no podían llegar los jerarcas; aprobada verbalmente por Inocencio
III (v.), fue confirmada por Honorio III (v.) el 22 dic. 1216.
2. Fin y medios. El fin de los d. quedó señalado en la legislación
primitiva con unas palabras, que se han sucedido invariables a través de
todas las redacciones de su código: specialiter ob praedicationem et
animarum salutem ab initio nascitur institutus fuisse (fue instituida
específicamente desde el principio para la predicación y la salvación de
las almas). La «salvación de las almas» ejerce función de finalidad
suprema o última, como pudiera haber añadido, y la gloria y la voluntad de
Dios. Es «la predicación» lo que propiamente es su fin inmediato y
específico. Esa predicación tenía algo de característico, que la
distinguía de otras predicaciones; era una predicación doctrinal, no de
mera exhortación a la práctica de las virtudes.
Los medios que preparan para cumplir esa finalidad son la
contemplación (v.) y la ascesis (V. ASCETISMO II). La vida contemplativa,
que dispone al d. para la clase de predicación descrita, lleva consigo un
elemento sobrenatural como es la oración, particularmente litúrgica,
imitando a su modo la vida contemplativa de las anteriores órdenes, y un
elemento natural como es el estudio asiduo de autores sagrados y profanos,
separándose en este punto de las precedentes fundaciones. Si la
predicación que emana del estudio puede convencer intelectualmente a los
oyentes, éstos piden también del predicador el ejemplo. La ascesis d.
tenía ese objetivo, era un medio para la eficacia de la predicación:
pobreza colectiva, ayunos, etc. A la vida de oración y de estudio se
subordinaba otro medio muy celebrado en la legislación dominicana: el
silencio, hasta el punto de ser canonizado superlativamente como
sanctissima silentii lex. Para salvaguardar todo este conjunto de
elementos, se establecía el capítulo de culpas o acusación ante la
comunidad de las transgresiones. Advirtamos que todo lo monacal antiguo,
que aceptaron los d., no procedía de modo directo de los monjes, sino de
los canónigos regulares, en particular de los premostratenses (v.).
3. Legislación y organización. La legislación primitiva (1216) de
los d. era muy elemental y atendía solamente a la vida de observancia
dentro del convento: liturgia, alimentación, vestido, noviciado, silencio,
culpas. Las horas canónicas se rezaban en común con mayor brevedad que los
monjes: «breve y sucintamente de forma que los frailes no pierdan la
devoción y no sea impedimento para el estudio». La expansión de los d. por
Europa trajo consigo nuevas experiencias y necesidades, acrecentándose
éstas al aumentar los miembros. En el Capítulo general de 1220, reunido en
Bolonia, se presenta Domingo, después de visitar los conventos de España,
Francia e Italia, y de tener su entrevista con Honorio 111; venía
dispuesto a introducir algunos cambios y dar nuevas normas. Los estatutos
aprobados en este capítulo recibieron en las primitivas constituciones,
llamadas Liber Consuetudinum, el nombre de Distinción Segunda, mientras
que las leyes aprobadas en 1216 aparecían como Distinción Primera. Ambas
se complementan: la primera habla del gobierno de cada convento, mientras
que la segunda hace referencia al gobierno de toda la Orden. Se establecía
en ella un capítulo general por año; cada convento no podía tener menos de
12 frailes y para su fundación hacía falta la licencia del Capítulo
general, un prior y un doctor.
S. Raimundo de Peñafort (v.), tercer General de los d. (1238-41),
reorganizó y dispuso de una manera más lógica todo el conjunto legislativo
dominicano. La codificación de S. Raimundo ha estado vigente, con algunas
modificaciones de los Capítulos generales, hasta que, con motivo de la
publicación del CIC en 1917, fue necesario pensar en una nueva
distribución de las leyes dominicanas, consiguiéndose esto en 1924.
La autoridad suprema entre los d. la ejerce el Capítulo general,
cuando se encuentra reunido; fuera de esto, el Maestro General o superior
de toda la Orden. Es éste elegido por el Capítulo general, en que
intervienen los provinciales y dos delegados de cada provincia. Fue
vitalicio hasta que Pío VII (v.) en 1804 lo redujo a seis años; Pío IX
(v.) en 1862 lo aumentó a 12. Los Capítulos generales ostentan la potestad
legislativa, pero las leyes de ellos emanadas no adquieren fuerza de
constitución hasta no ser aprobadas por tres Capítulos generales
consecutivos. Alternamente se componían los Capítulos generales, una vez,
de los delegados de las provincias, llamados «definidores», y otra, de los
provinciales. Hasta 1370 fueron anuales; luego cada dos años; desde 1553
variaron los periodos; el General A. Frühwirth (18911904) impuso el
intersticio de tres años. Se prevé la existéncia de un Capítulo
«generalísimo», equivalente a tres capítulos generales en orden a dar
valor de constitución a sus determinaciones; sólo ha habido dos en la
historia de la Orden, en 1228 y 1236.
4. Desarrollo. Haciendo uso de la terminología clásica, distinguimos
tres edades: Media, Moderna y Contemporánea. Abarca la primera desde la
fundación hasta 1508, en que asume el gobierno Tomás de Vio Cayetano (v.),
en cuyo generalato se reorganiza con espíritu moderno la Orden. La Edad
Moderna comprende desde 1508 hasta la Revolución francesa de 1789, cuyos
principios disolventes repercuten con violencia sobre la vida religiosa.
a) Edad Media. El s. XIII representa la época clásica por excelencia
de la Orden. Al ser fundada en 1216, tenía sólo 16 frailes. Al morir S.
Domingo en 1221, eran unos 60 conventos, repartidos entre ocho provincias:
España, Provenza, Francia, Lombardía, Roma, Teutonia, Inglaterra y
Hungría. En 1228 se añadieron otras cuatro: Tierra Santa, Grecia, Polonia
y Dacia. En 1294 Sicilia se desprendió de Roma y en 1301 hizo lo mismo
Aragón con España. En 1303 eran ya 18 provincias y algo más de 10.000
frailes.
Haciendo honor a su misión y a su nombre de predicadores, los d.
dejaron oír su voz dentro y fuera de la cristiandad en las diversas
estructuras sociales. El Conc. de Letrán de 1215 había ordenado a los
obispos atender este punto de extrema gravedad, pero semejante obligación
exigía mucho movimiento, buena formación teológica y un celo a toda
prueba. Los d., contagiados del espíritu de su fundador y preparados con
una formación dirigida hacia ese objetivo, fueron los grandes predicadores
del pueblo cristiano.
Otro apostolado muy atendido por los d. fue el universitario. S.
Domingo envió a sus frailes a las universidades para formarse como
predicadores y muy pronto proyectaron sobre ellas su inquietud apostólica.
De las Univ. de París y Bolonia reclutaban los d. el contingente de
vocaciones más numeroso y más eficaz para los fines que pretendían.
En países no cristianos los d. ingleses extendieron su acción hasta
Groenlandia y los alemanes evangelizaron Prusia. Los d. polacos con S.
Jacinto llegaron por una parte a Danzig y por otra a Kiev, internándose
profundamente en Rusia. La provincia dominicana de Hungría evangelizó a
los cumanos y a los habitantes de los Balcanes, mientras los d. griegos
trabajaron por la unión de los cismáticos (v. UNIATAS). La provincia de
Tierra Santa sirvió de trampolín para lanzar a los d. al interior de Asia:
Siria, Armenia, Persia, incluso la India. Los españoles tenían las
misiones entre árabes y judíos en su patria; luego saltaron al norte de
África, siendo uno de ellos, fray Domingo, el primer obispo de Marruecos
en 1225.
El Conc. IV de Letrán requería de los arzobispos el nombramiento de
un maestro para la enseñanza de la teología a los clérigos. Este decreto,
como el de la predicación, apenas se habría llevado a efecto, si no lo
hubiera tomado por consigna la Orden de S. Domingo. Una fundación no era
posible sin un doctor o maestro, que enseñara teología a los clérigos de
la comunidad. La enseñanza conventual era pública y de ella se
aprovechaban otros clérigos, extraños al convento. A escala de provincia
existían los Estudios Solemnes, con un maestro y un sublector o bachiller,
y a escala de la Orden los Estudios Generales, con un maestro o regente y
dos bachilleres.
El primer Estudio General de los d. fue el del convento de Santiago
de París, cuyos frailes obtuvieron en 1229 una cátedra incorporada a la
universidad y en 1231 otra. Eran los primeros religiosos que tomaban parte
en la enseñanza universitaria (v. TOMÁS DE AQUINO, SANTO). En 1248 se
fundaron los Estudios Generales de Bolonia, Colonia, Oxford y Montpellier,
en 1299 el de S. Esteban de Salamanca y en 1303 el de S. Catalina de
Barcelona.
Otro tipo escolar de brillante historia son los Estudios de lenguas
orientales (hebreo y árabe) como apoyo de las misiones entre musulmanes y
judíos. Hacia 1245 comienza a actuar el Estudio arábigo de Túnez; en 1250
el capítulo provincial de Toledo manda allí a ocho frailes, entre ellos al
famoso apologista Raimundo Martí. En 1266 se funda otro en Murcia. Hacia
1275 abren los d. un Estudio de hebreo en Barcelona y otro de árabe en
Valencia; en 1292 se abre uno de ambas lenguas en Játiva. Esta exuberancia
de escuelas orientalistas proveyeron a la Orden de óptimos misioneros y
apologetas (cfr. J. M. Casciaro, El diálogo teológico de Santo Tomás con
musulmanes y judíos, Madrid 1969).
La Orden dominicana vio debilitarse sus energías durante el s. XIV.
Conservó, sin embargo, su prestigio ante los jerarcas y ante el pueblo;
solamente en el pontificado de Juan XXII (v.) ofrecieron a la Iglesia un
cardenal, tres patriarcas, 25 arzobispos, 106 obispos y 18 legados del
Papa. En ese mismo siglo la teología especulativa sufrió un notable
colapso, lo que orientó los ánimos al desarrollo de otro de los medios
dispuestos por la Orden para lograr el fin de la predicación. Asistimos a
una manifestación exuberante de ascetas y místicos, que forman escuela,
orientando las almas por los derroteros de la más alta contemplación.
Recordemos el movimiento creado en torno al trío alemán Eckhart, Tauler y
Suso, y el originado en Italia alrededor de S. Catalina de Siena (v. voces
correspondientes).
DOMINICOS 1Sobre el destierro de los Papas en Aviñón (v.) y sobre el
Cisma de Occidente (v. CISMA III) destacan las actuaciones de S. Catalina
de Siena y S. Vicente Ferrer (v.). En los Conc. de Basilea (v.) y
Ferrara-Florencia (v.) sobre el conciliarismo (v.) y la unión de los
griegos (v. UNIÓN CON ROMA I) sobresalen Juan de Torquemada (v.) y Juan de
Montenegro.
La relajación de las observancias, acentuada con motivo de la peste
negra, produjo una reacción, favorecida por el General Raimundo de Capua.
Tuvo sus comienzos en la provincia de Teutonia en 1389; prendió luego en
el norte de Italia, en el convento de Venecia, teniendo por vicario al b.
Juan Dominici. En España inició este movimiento el b. Alvaro en 1423 en
Escalaceli, cerca de Córdoba. Durante el s. XV estuvo fraguando esta
fermentación renovadora. A principios del XVI se encontraba la Orden
reformada y unida, desapareciendo la aparente escisión entre observantes y
conventuales. En 1504 tuvo lugar la unificación en la provincia de España
y en 1520 lo habían hecho ya hasta las provincias más rezagadas.
b) Edad Moderna. Los primeros años del s. XVI anunciaban una nueva
era para la Orden. El ardoroso celo de sus predicadores y la clara
iluminación de sus maestros iban a pretender otra época dorada de sabios,
misioneros y santos. Lo consiguieron en gran parte, pero no sin lamentar
estrepitosas catástrofes. El generalato de Tomás Vio Cayetano (1508-18)
marcó la pauta que habría de seguir la Orden en el s. XVI. En su discurso
a los Padres, que le eligieron, manifestaba su deseo de robustecer
internamente la Orden, fomentando la austeridad monástica y los estudios.
Eso garantizaría una fecunda expansión. En 1510 llegaban a América los
primeros d. En 1530 el capítulo general de Roma erigía la primera
provincia del Nuevo Mundo, S. Cruz, considerando como centro de sus
actividades La Española. En 1532 se fundaba la provincia de Santiago de
México; en 1539 la de S. Juan Bautista de Perú; en 1551 las de S. Vicente
de Chiapa y de S. Antonino (hoy de S. Luis Beltrán) de Nueva Granada
(Colombia); en 1580 la de S. Catalina de Ecuador; en 1588 la de S. Lorenzo
de Chile; en 1592 la del Santísimo Rosario de Filipinas. Otras provincias
(Sajonia, Inglaterra, Dacia, Escocia) desaparecieron por completo,
sumergidas en los mares de las falsas reformas.
Entre finales del s. XVII y principios del XVIII se presenta el
punto culminante en cuanto al número de provincias y de frailes en toda la
historia de los d. En 1720 la Orden contaba con 49 provincias, cuatro
congregaciones y cerca de 30.000 miembros. A mediados del s. XVIII el
josefinismo (v.) e intromisiones parecidas de los gobiernos, juntamente
con la difusión de las ideas racionalistas, fueron reduciendo su número
hasta el golpe fatídico de la Revolución francesa.
La actividad misionera de esta época fue abundante. En carta de
Cristóbal Colón al rey D. Fernando decía el Almirante que «debían los
reyes las Indias al Maestro Fr. Diego de Deza y al convento de S.
Esteban», por lo que le apoyaron en momentos difíciles, antes de emprender
la aventura. 47 d. llegaron a América entre 1510 y 1512. Extendieron el
Evangelio en las Antillas, México, Centroamérica, avanzando hacia el sur.
En Nueva Granada (Venezuela y Colombia) actuaron desde el principio,
acompañando a las expediciones de Gonzalo Dávila (1522), Pedro de Heredia
(1531; v.) y Gonzalo Jiménez de Quesada (1536; v.). Misioneros célebres
fueron Reinaldo de Pedraza, Pedro de Córdoba, Antonio de Montes¡nos,
Domingo de Betanzos y S. Luis Beltrán (v.).
Desde el sur actuó otro grupo en circunferencias cada vez más
extensas, hasta unirse con los anteriores por elnorte. Los d. fueron los
primeros en predicar en la región de los Incas (v.) como compañeros de
Francisco Pizarro (v.). Vicente Valverde recibió en 1535 el primer
episcopado peruano, Cuzco. La intensidad espiritual de aquellas misiones
fructificó en los dos primeros santos nativos del Nuevo Mundo: los d. S.
Martín de Porres y S. Rosa de Lima (v. voces correspondientes).
En 1579 se erigía el primer obispado filipino, Manila, y fue
designado para obispo el d. Domingo de Salazar. Los d. crearon una red de
conventos en las islas y desde allí se lanzaron a lo largo del s. XVII a
Vietnam, China, Formosa y Japón. Gloriosa fue esta provincia por la
extensión de su apostolado, su elevado número de mártires y la Univ. de S.
Tomás de Manila, fundada en 1614.
Para fomentar los estudios los d. crearon múltiples colegios: S.
Gregorio de Valladolid, S. Tomás de Sevilla, S. Tomás de Alcalá, S. María
Sopra Minerva de Roma. En la isla de Santo Domingo fundaron la primera
universidad americana en 1538; siguieron pronto las de Lima, Santa Fe de
Bogotá, Santiago de Chile, Quito, La Habana y Guatemala.
El descubrimiento de América planteó las cuestiones referentes a los
derechos de conquista, solventados decisivamente por Francisco de Vitoria
(v.). Los primeros misioneros d. suscitaron desde su llegada al Nuevo
Mundo la cuestión de la dignidad humana, personal y social, del indio,
recriminando los abusos de los conquistadores y encomenderos, y abogando
por unas leyes ecuánimes de protección. Sus intervenciones influyeron en
la humanidad de las Leyes de Indias (v.) de 1542.
Los teólogos y predicadores d. hicieron frente común a las
predicaciones y a los escritos de los pseudorreformistas desde los
comienzos de la rebelión. En Alemania destacaron Conrado Kóllin, Guillermo
Homer, Juan Faber, Alberto Zenner. En Flandes salieron pronto a la
palestra los d., algunos, profesores de Teología en Lovaina, y otros,
predicadores de masas: Eustaquio van Zichen, Juan van den Bundere, Antonio
Ruyskensvelt. En Inglaterra son de notar Guillermo Perrin y Tomás Heskins.
La participación de los d. en el Conc. de Trento (v.), abierto para
remediar la crisis abismal de la reforma, fue numerosa y relevante en
Padres y en Teólogos: siete arzobispos, 24 obispos, dos Maestros
Generales, ocho procuradores de obispos y más de 90 teólogos.
c) Edad Contemporánea. Los desastres sufridos por el espíritu
libertario de las revoluciones del s. XIX fueron en algún sentido más
profundos que los anteriores, pues eliminaban toda religión, al menos en
sus afloraciones externas y sociales. Las restauraciones y las nuevas
conquistas, logradas al amainar o desaparecer el vendaval antirreligioso,
no alcanzaron nunca los momentos cumbres de las épocas precedentes, pero
los triunfos obtenidos en muchos casos han sido notables.
Las convulsiones europeas de los tres primeros cuartos del s. XIX
diezmaron incesantemente las filas dominicanas. Los religiosos estuvieron
siempre listos, pasada la tempestad, para comenzar de nuevo. En 1805 se
fundaba en EE. UU. la provincia, en seguida floreciente, de S. José; era
obra del P. Eduardo Domingo Fenwick, luego primer obispo de Cincinnati. En
Francia el P. Enrique Domingo Lacordaire (v.), conferencista de Notre-Dame
de París y colaborador en un principio con Lamennais (v.), lograba
restaurar la Orden, erigiéndose canónicamente la provincia en 1850; de la
provincia de Francia nacerá la de Lyon en 1862, la de Tolosa en 1869 y la
de Canadá en 1909. En España la extinción llevada a cabo a partir de 1834
sólo había dejado en pie el convento de Ocaña (Toledo) como seminario de
misiones. En 1860 los religiosos supervivientes abrieron el convento de
Corias (Asturias); en 1870 se instalaban en Padrón (La Coruña) y quedaba
restaurada la provincia de España, abarcando toda la Península. En 1898 se
disgrega de ella la de Bética y en 1912 la de Aragón. A principios del s.
XX estaban ya los d. españoles extendidos por las diversas repúblicas
americanas.
En 1844 los d. habían bajado a 4.562 frailes; para 1876 eran 3.341;
en 1910 subieron a 4.472. A partir de esa fecha el número de religiosos ha
ido en aumento. En 1947 eran 7.429; el catálogo general de 1967 acusa la
existencia de 10.085 d.
A finales del s. XIX se va introduciendo como norma la filiación, no
a un convento, sino a la provincia, con lo que aumenta la disponibilidad
del religioso con respecto a los superiores mayores. El Capítulo general
de Venlo (1913) daba a esto fuerza de ley.
En conformidad con los nuevos tiempos de mayor libertad al individuo
y de mayor debilidad para compromisos definitivos, Pío IX decretaba que en
las órdenes de votos solemnes, después del noviciado, se hicieran votos
simples, aunque perpetuos, y a los tres años se emitieran los solemnes. El
CIC suaviza más todavía: después del noviciado se emiten votos simples
temporales por tres años y luego los solemnes, que son siempre perpetuos.
Entre los centros dominicanos de estudios sobresale en este tiempo
el Colegio de S. Tomás de Roma, restaurado en 1816 con facultad de dar
grados en Teología. Desde 1882 pudo conferir también los grados en
Filosofía y desde 1896 los de Derecho canónico. A este colegio sucedió el
Ateneo Pontificio Angelicum (1909), situado primero en la Via S. Vitale de
Roma y luego en el Quirinal. En 1964, bajo el General Aniceto Fernández,
el papa Juan XXIII lo declaró Univ. de S. Tomás. En España se creó en 1892
el Estudio General de S. Esteban de Salamanca, transformado en facultad de
Teología, autónoma, en 1947. Ha contado con eminentes figuras: Juan G.
Arintero (v.), justo Cuervo, Alberto Colunga, Santiago Ramírez (v.),
Manuel Cuervo, Guillermo Fraile y otros. La Univ. de S. Tomás de Manila ha
crecido vertiginosamente desde los comienzos del s. xx. En 1960 los
alumnos eran 25.782; actualmente superan los 33.000. Los d. franceses,
bajo la dirección del P. Lagrange (v.), erigieron en 1890 la Escuela
Bíblica de Jerusalén (v.); en 1892 comenzaron a publicar «Revue Biblique»
y en 1920 el gobierno francés unió a la Escuela una sección de
Arqueología. La Univ. del Estado de Friburgo (Suiza) confió a los d. en
1890 todas las cátedras de Teología y algunas de Filosofía; eminentes
profesores las han regentado: Weis, Del Prado (v.), Prümmer, Manser,
Ramírez.
Como sobre la enseñanza y más que en ella, se insiste en los
Capítulos generales sobre la predicación y se buscan nuevos métodos y
mayores exigencias para lograr buenos predicadores. Merecida fama
consiguieron los conferencistas de Notre-Dame de París. Inauguró las
conferencias el P. Lacordaire (1835-36, 1843-51). Otros d. le siguieron:
Monsabré (1869-70, 1872-90; v.); J. Olivier (1871, 1897); T. Etourneau
(1898-1902); A. Janvier (1903-24); desde 1959 ocupa aquel púlpito P. Carré.
Otro d. francés famoso predicador fue el P. Enrique Didon (m. 1900).
Desde principios del s. xx vienen trabajando los d. en apostolados
ecuménicos en naciones no católicas o de confesiones mixtas. En Inglaterra
en la Catholic Evidente Guild (Corporación de la Evidencia Católica) para
desarraigar del pueblo los prejuicios contra el catolicismo. En Holanda se
fundaron en 1920 conferencias con la misma finalidad. En Bélgica se inició
en 1905 un movimiento similar de conferencias y publicaciones con el
nombre de «Les Études Religieuses».
5. Escuela teológica. La Orden dominicana posee una verdadera
escuela de Filosofía y Teología, un macizo sistema en ambos campos del
pensamiento, armónicamente hermanados y trabados entre sí, que se llama
tomismo. No todos los pensadores d. han sido ni son por necesidad
tomistas, pero el tomismo tiene entre ellos carta de naturaleza, es lo que
se enseña oficialmente y el que ha dado mayor y mejor número de filósofos
y teólogos (V. TOMÁS DE AQUINO, SANTO; TOMISMO).
Los primeros maestros d. fueron adictos a la corriente dominante en
las primeras décadas del s. xIII, el llamado Agustinismo (v.). Citemos
entre ellos a Rolando de Cremona (profesor en París en 1228), Juan de San
Gil (profesor en París en 1230), Hugo de San Caro (m. 1263) y Ricardo de
Fishacre (m. 1248).
En la historia del tomismo podríamos distinguir tres grandes etapas.
La primera abarcaría desde su fundación hasta principios del s. XVI: es la
época de la consolidación de la escuela, descollando las figuras de Juan
Capréolo (v.), Pedro de Bérgamo, S. Antonino (v.) de Florencia, Lope de
Barrientos y Juan de Torquemada (v.). El segundo periodo del tomismo
comprendería desde principios del s. XVI hasta la restauración de la
escolástica (v.) en la segunda mitad del xix. Es su época de mayor
expansión y triunfo, sufriendo también su decadencia con el s. XVIIi.
Comienza el s. XVI con los grandes comentaristas Cayetano, C. Kbllin, P.
Crockart, S. Ferrariense (v.) y D. de Deza. La Suma Teológica de S. Tomás
(v.) suplanta a las Sentencias de P. Lombardo (v.) en la enseñanza
universitaria. En 1526 iniciaba su docencia en Salamanca Francisco de
Vitoria, creando la Escuela Teológica salmantina, que daría catedráticos a
las universidades de Europa y del Imperio hispánico (v. SALMANTICENSES).
Entre los españoles más representativos citemos a M. Cano (v.), autor del
tratado De Locis Theologicis y fundador de la llamada Teología Positiva;
B. de Medina (v.), introductor del «Probabilismo» en Teología Moral; D.
Báñez (v.), famoso por sus exposiciones sobre la premoción física de la
voluntad divina (v. DIOS IV, 14) y la eficacia intrínseca de la gracia; T.
de Lemos, P. de Herrera, D. Alvarez, defensores de las doctrinas de Báñez.
La tercera etapa comprendería desde la restauración del tomismo a
mediados del s. XIX hasta nuestros días. Fue un efecto de la restauración
de la vida religiosa. León XIII (v.) consagró este movimiento con la
encíclica Aeterni Patris (4 ag. 1879); él propuso la edición crítica de
las obras de S. Tomás, llamada luego Edición Leonina, y por el breve Cum
hoc sit declaró Patrono de las academias, universidades y escuelas
católicas a S. Tomás.
6. Situación actual. La última estadística, divulgada en enero 1971,
ofrece los datos siguientes: 40 provincias, 772 conventos o casas, 8.587
miembros. Para llevar a cabo la revisión de la legislación dominicana, a
tenor del Conc. Vaticano 11 (v.), se reunió el Capítulo general de River
Forest (EE.UU.) 30 ag. 1968. Antes se habían realizado unas encuestas
entre todos los frailes, que sirvieron de base a la elaboración de los
esquemas de las nuevas constituciones; también los esquemas fueron
presentados a todos los d., antes de hacerlos llegar al Capítulo general.
La revisión efectuada fue completa, redactándose un texto totalmente
nuevo. Desaparecen los detalles superfluos en materia de observancias y se
da al individuo mayor responsabilidad. El régimen dominicano es algo más
comunitario que antes. Los superiores son elegidos por los súbditos, con
menos limitaciones que anteriormente, si bien es necesaria la confirmación
del superior más elevado. Además en los asuntos de cierta importancia de
las comunidades, los individuos toman parte mediante el capítulo o el
consejo de cada convento. La Orden dominicana goza de la autonomía máxima
en sus relaciones con los jerarcas territoriales, dependiendo directamente
de la Santa Sede. El privilegio de la exención favorece su carácter
universal, como enviada a todas las naciones para colaborar con la Iglesia
entera. Porque esa colaboración se da ordinariamente en un territorio
confiado a un obispo, éste puede imponer condiciones y normas en su
actividad extraconventual, sin perjuicio de la exención. La armonía entre
ambos aspectos es lo preceptuado por la Iglesia, para conseguir una labor
pastoral eficaz.
Finalmente, la obra apostólica de los d. se encuentra respaldada y
prolongada, según el catálogo de 1967, por 5.709 dominicas de la segunda
Orden; 981 hermanas de clausura de la tercera Orden; 52.812 dominicas
terciarias regulares de 133 congregaciones, 41 terciarios regulares y
90.575 terciarios d. seculares.
V. t.: DOMINGO DE GUZMÁN, SANTO.
BIBL.: Fuentes: Archivo General
de la Orden de Predicadores, S. Sabina, Roma; Bullarium Ordinis Fratrum
Praedicatorum, ed. RIPOLL-BREMOND, I-VIII, Roma 1729 ss.; Monumenta
Ordinis Fratrum Praedicatorum Historica (Acta Capitulorum Generalium, en
vol. III-IV, VIII-XIV), Roma 1896 ss.; «Analecta Sacrae Ordinis Fratrum
Praedicatorum», Roma 1893 ss.; C. DOUAis, Acta Capitulorum Provincialium,
Toulouse 1894; V. KOUDELKA, Monumenta Diplomatica S. Dominici, Roma 1966.
RAMÓN HERNÁNDEZ.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp,
1991
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