DOMINICOS. ESPIRITUALIDAD.


Perspectivas equívocas. Dando validez al «supuesto» de la existencia de diferentes «escuelas» o estilos dentro de un marco común de espiritualidad cristiana, hay que salir, a propósito de la e. dominicana, al paso de falsos enfoques. La abundancia de estudios sobre el tema no rara vez entorpece el camino recto. Por razones metodológicas es oportuno aludir, siquiera sumariamente, a tres desviaciones: 1) El riesgo del espejismo tomista. Historiadores superficiales sugieren que la e. dominicana, el modo de ser y de hacer de los d., se forjó en el taller teológico de S. Tomás de Aquino (v.); sería él, según esta hipótesis fácil, el creador de la e. dominicana, el que la clavó en la historia vital de la Iglesia; la hipótesis es anacrónica y falsa en su raíz; porque, en efecto, S. Tomás es sólo un testimonio que nos ayuda a comprender una espiritualidad que no forjó, sino que recibió y encarnó e incluso defendió. 2) La perspectiva fragmentaria. Modernamente se ha discutido bastante acerca de las notas diferenciales de la vida dominicana. En la polémica, dos actitudes divergentes descentraban la auténtica visión: la que ha querido subrayar el carácter monástico y la que se ha fijado en el aspecto de dependencia de los canónigos regulares. Con intención de precisar han terciado otros opinantes, destacando que no se deben confundir elementos secundarios con la esencia. Por ser una Orden de síntesis histórica y de apertura a nuevos horizontes, sumó factores heterogéneos en armónica unidad. Su estilo espiritual deriva de su forma típica de concebir y encarnar la sequela Christi que, en todo caso, no tiene su núcleo esencial o formal ni en la vida de los monjes ni en la vida de los canónigos regulares, aunque haya asimilado algún elemento de uno y otro modo de realizar el programa cristiano. 3) El entusiasmo por el nombre de predicadores, hace caer, en fin, a algunos en una opción que achica la personalidad del ideal dominicano: el «ministerio de la palabra».
      Espiritualidad apostólica. Por fortuna, contamos con fuentes de valor documental para definir el espíritu dominicano. La vida de S. Domingo (v.) y de las primeras generaciones pueden analizarse hoy con absoluta garantía merced a la preciosa serie de documentos fidedignos conservados. ¿Qué ideal, qué tipo de espiritualidad emerge de esa documentación? No menos de cinco vías son practicables (cfr. Á. Huerga, o. c. en bibl.); el análisis nos descubre estos dos datos esenciales: 1) S. Domingo vive su vida cristiana siguiendo a Cristo en un estado sacerdotal abierto a un ministerio apostólico adaptado a las necesidades de la Iglesia en su época; 2) para dar continuidad a este estilo personal instituye una Orden, a la que dio estructura robusta.
      En esa fragua, en la que S. Domingo pervive, luminoso y ejemplar, se forja el «espíritu dominicano», la e. dominicana. De viejos a jóvenes se transmite el piadoso grito de alerta: Mirad a la roca en la que habéis sido tallados (Is 51,1).
      La originalidad del espíritu dominicano se patentiza en muy varias vertientes integradas: pobreza, diálogo con Dios, estudio a alto nivel teológico, renovación revolucionaria del apostolado sacerdotal a escala misionera y a escala universitaria, etc. La continuidad histórica del «espíritu dominicano» dependía, en buena parte, de la estructura. S. Domingo se inspiró en el modelo de los Apóstoles. Esto es evidente; la documentación es muy explícita al propósito. La «vida apostólica» era un ideal susceptible de mil acomodaciones. S. Domingo opta por la línea de fondo, recogiendo los valores sustantivos de la comunidad apostólica, pero los adapta genialmente a un tiempo, a una geografía y a unas necesidades muy distintas de las que condicionaban la Iglesia primitiva. El ensayo dominicano sólo había tenido un antecedente en S. Agustín (v.). La Regla del Obispo de Hipona, que él profesó, le sirve de base. Pero sobre ella, construye una peculiar estructura legislativa, caracterizada como «democracia evangélica», firme en los pilares esenciales y elástica en las funcionales.
      Pobreza, coro, estudio, son instrumentos que fecundizan el apostolado, el servicio a la Iglesia. Desinterés, dinamismo, comprensión, dedicación, autenticidad: el cañamazo de la primigenia estructura legislativa no ha perdido validez, sigue vibrando de cara a la Iglesia y bajo el peso de las almas, apoyándose en Dios.
      Autodefensa. El estilo de e. apostólica implantado por S. Domingo entrañaba, por dentro, una potente renovación; mas, por fuera, aparecía a los ojos del mundo eclesiástico como un inaudito cambio de estructuras. Nada extraño, pues, que el crisol de la crítica y del contratiempo probase su auténtica ley.
      Los historiadores cargan tintas al subrayar la originalidad, la novedad del nuevo estilo. Para el historiador moderno aparece preñado de modernidad; de «reforma constructiva»; de «revolución». Para los coetáneos conllevaba, sin duda, mucho de novedosa innovación. Los mismos d. se muestran conscientes y se ufanan de su evangelismo apostólico y, sobre todo, de la pobreza y del estudio, «del que, como el cuerpo del alma, la Orden recibe vigor y energía» (cfr. H. de Romanis, o. c. en bibl. 11,28 y 509), de la «santa predicación», de las cátedras universitarias, etc. Las acusaciones no tardaron en aparecer. En el Capítulo general de Milán (1255) se examinaron las principales, de las que avisó, benignamente el Papa (cfr. ib. II,487-489): obispos y sacerdotes diocesanos se quejaban porque les invadían el campo. La solución del Capítulo es una solución táctica: perseverar en la empresa, suavizar las ocasiones de choque o de roce. Años más tarde estalla en París la tempestad. Es entonces cuando S. Tomás esgrime la «autoridad de la verdad» y un poco de apasionada ironía en defensa de un ideal que ama y vive. La apología teológica de este tipo de vida se refleja, sin puntas polémicas, en la Summa theologiae, pero es en los opúsculos donde aparece su contorno histórico. Ahí, cada palabra tiene peso de oro y filo de acero. En definitiva, la autodefensa aquiniana es una formidable estructura teológica que consolida la estructura legislativa; la intervención del papa Alejandro IV en favor de los mendicantes acalló oficialmente a los maldicientes y consagró la validez eclesial del nuevo estilo apostólico (cfr. Denz.Sch. 840-844). En sustancia, un estilo que se anticipa en tantas cosas al programa sacerdotal diseñado por el Conc. Vaticano II (v.).
      Fecundidad. «Por los frutos se conoce el árbol» (cfr. Mt 7,16; 12,33). El famoso criterio evangélico servirá siempre de piedra de toque para valorar, a lo largo de la historia, la validez o invalidez de las instituciones. Por lo que a los d. atañe, la fecundidad de su estilo espiritual es patente en un cuádruple resultado positivo: 1) La expansión maravillosa de la Orden, pues en pocos años extiende sus fértiles ramos por el orbe; los Capítulos generales reflejan con gozo el entusiasmo que suscitaba, principalmente entre los estudiantes, el ideal dominicano. En 1260 se subraya el hecho, constatando que sólo en París han entrado más de 70 estudiantes de la universidad (H. D. Romanis, Opera, 11,518). La misma vocación de S. Tomás, universitario de Nápoles, aparece motivada en ese clima. 2) La validez perenne de ese ideal, no obstante las posibles e insidiosas tergiversaciones de la hora actual; la autocrítica franca y leal ha puesto de relieve, en el último Capítulo general (Chicago 1968), la pervivencia del ideal primitivo, que, en el orden concreto de la existencia, goza de salud primaveral. 3) El legado literario, tan ubérrimo, de la e. dominicana, para limitarnos sólo a este aspecto, es un filón enriquecedor del patrimonio común de la Iglesia. Basta recordar el tratado De perfectione vitae spiritualis, de S. Tomás, que condensa y estructura las notas dominantes de la e. dominicana; algunos escritos de S. Alberto Magno (v.); la obra maravillosa de la trilogía alemana Eckhart-Suso-Tauler (v. correspondientes) la belleza de la producción literaria de S. Catalina da Siena; el impacto universal de los libros de fray Luis de Granada (v.); la garra mística de Juan G. Arintero (v.) o la difusión del magisterio espiritual de R. Garrigou-Lagrange (v.). A título de simple información se debe mencionar el grupo de revistas de espiritualidad dirigidas por los d., portavoces de su doctrina y de su estilo: «La Vie Spirituelle», «La Vida sobrenatural», «Rivista di ascetica e mística», «Cross and Crown», «Teología Espiritual», etc. 4) El legado vital, es decir, los frutos de encarnación que esa espiritualidad ha producido (v. II).
     
     

BIBL.: Fuentes: Constitutiones primaevae S. O. P., ed. P. MOTHON, en «Analecta S. O. P.» 2 (1896) 621-648; reed. Fiésole 1962; J. KOUDELKA, Monumenta diplomatica S. Dominici, Roma 1966; Acta Capitulorum Generalium, ed. REICHERT, 9 vol., Roma 1903 ss.; H. DE ROMANIS, opera de vita regular¡, ed. J. J. BERTHIER, 2 vol., Roma 1889; reed. Roma 1958; Bullarium S. O. P., ed. A. BREMOND, 8 vol., Roma 1729 ss.; J. QUETIF-J. ECHARD, Scriptores O. P., 2 tomos, París 1719-1721.

 

ÁLVARO HUERGA.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991