1. El movimiento y sus protagonistas. Con este nombre se conoce en la
historia de la espiritualidad un movimiento que surge a finales del s. xiv
en los Países Bajos, florece allí durante todo el s. xv, y se diluye
después, no sin dejar huellas en toda la espiritualidad occidental. Este
movimiento toma cuerpo en la asociación de los Hermanos de la Vida Común y
en la Congregación de Canónigos Regulares de Windesheim, instituciones que
le dieron consistencia, al asegurarle adeptos y provocar una literatura
que extendió su conocimiento y amplió su influencia. A pesar del relieve
que adquirió en aquel momento eclesial, no fue el único de los que
surgieron por entonces con afanes reformistas: en España, los jerónimos
(v.), los benedictinos (v.) de Valladolid, las reformas franciscanas de
Villacreces (v. FRANCISCANOS), etc., nada tienen que ver con la d. m.; en
Italia los benedictinos de S. Justina (L. Barbo), el movimiento dominicano
que suscita S. Catalina de Siena (R. de Capua, J. Dominici, S. Antonino de
Florencia, etc.), los carmelitas mantuanos, etc., tampoco. Pero a finales
del s. xv algo, y a veces mucho, del espíritu del movimiento holandés se
detecta por todas partes.
Su iniciador fue Gerardo Groot (v.), figura profética singular. N.
en Deventer en 1340, estudia en París y vive una vida ambiciosa y
pecadora. En 1374 se convierte-, renuncia a sus beneficios, y se retira a
una cartuja. Después de unos años de recogimiento descubre su misión.
Se ordena de diácono y se lanza a predicar. Su palabra estalla como
un látigo en medio de la corrupción general de aquel siglo. Su centro de
operaciones es Deventer, donde deja su casa a un grupo de mujeres, las
primeras «hermanas de la vida común», especie de beguinas (v.). En seguida
se ve rodeado de discípulos, a los que anima con su ejemplo y sus
consignas. Con varios de ellos convive en la oración y el trabajo manual
de la copia de manuscritos. Como era natural, tampoco le faltaron
enemigos, que se parapetaron para perseguirle en las exageraciones e
inexactitudes en que a veces incurría en su predicación. Como
consecuencia, el obispo de Utrecht prohibió a los diáconos la predicación.
Gerardo m. en Deventer el 20 ag. 1384.
Recoge la herencia doctrinal su discípulo Florencio Radewijns
(1350-1400). Este, que llega al sacerdocio, es el que da forma a los
Hermanos de la Vida Común, institución singular en la que se agruparon
muchos de los discípulos de Groot. Vivían en común, vestían una especie de
hábito, y sus bienes eran también comunes, pero no hacían votos. Eran como
pequeñas familias de amigos, presididas por uno de ellos. No se dedicaban
al apostolado, sino a la oración, a copiar manuscritos, y, a lo más tenían
alguna collatio religiosa para grupos de fieles. En sus casas se
hospedaban a veces también algunos estudiantes pobres, pero no eran
propiamente colegios. Sin embargo, tanto para Groot como para Radewijns,
el ideal de la vida devota es la vida monástica. Por eso Florencio funda
en 1387 un monasterio de Canónigos Regulares de S. Agustín en Windesheim.
Pronto proliferó en otras partes, hasta constituir todos juntos la
Congregación de Windesheim, a la que se unieron otros monasterios de
canónigos agustinos, como los que formaban la Congregación de Groenendael
que había dirigido Juan de Ruysbroeck (v.). Pero la historia de estas
instituciones no nos interesa directamente aquí. Baste decir que
subsistieron hasta el s. xvill: los Hermanos de la Vida Común,
lánguidamente; los agustinos, en sus últimos tiempos, como una
congregación más de Canónigos regulares.
2. La espiritualidad de la «devotio moderna». Se encuentra en los
escritos de las figuras más representativas de aquella corriente. El
monumento exponencial de la misma es el De imitatione Christi, de Tomás de
Kempis (v.). La enorme difusión de este libro nos dice, sin más datos, la
significación e importancia de este movimiento. La Imitación de Cristo ha
sido, después de la Biblia, el libro más leído de la Cristiandad.
a) Fuentes. Para fijar las características de esa espiritualidad es
interesante repasar las fuentes en que bebieron los «devotos», pues ellos
no fundaban su modernidad en la originalidad de sus doctrinas, sino en la
selección que hacían de temas y de métodos para la vida espiritual. Muchas
de sus obras son colectarlos y rapiarios, colecciones de textos de otros
autores, agrupados sistemática o anárquicamente. El mismo Kempis tiene
algo de esto. Limitándonos a Groot y a Radewijns, nos encontramos en,
primer lugar con la Biblia, a la que copian y citan con frecuencia, hasta
tal punto que ha podido hablarse del biblismo de la d. m. De los Padres
griegos, utilizan la literatura monástica, en versiones latinas: Vitae
patrum, Clímaco (v.), Casiano (v.), Juan Crisóstomo (v.) como moralista,
algo el seudo-Dionisio, etcétera. De los cuatro grandes Padres latinos,
recurren a S. Agustín, principalmente. Entre los autores medievales: S.
Bernardo, S. Buenaventura, la Epístola ad fratres de Monte Dei, la Leyenda
de J. de Varagine, David de Augsburgo, A. de Boheris, y de la escuela
renana únicamente el Horologium del b. Enrique Suso (v.). Como se ve, es
la literatura más usada en general a lo largo de la Edad Media, y, desde
luego, espiritual, monástica y devota.
b) Antiespeculativismo. Las dos notas típicas del movimiento de la
d. m. son el antiespeculativismo y la interioridad. Ellas explican y
resumen todo el resto.
Devoción antiespeculativa, por eso se quiere llamar moderna, como el
nominalismo (v.), en cuyo clima intelectual nace y se forman sus
partidarios. Como este movimiento filosófico y teológico es eminentemente
voluntarista, lo que cuenta es la voluntad, el corazón, la d., la entrega
generosa y sencilla; se desprecia la elucubración, desacreditada por la
baja escolástica. Recuérdese el versículo del Kempis: «Quid prodest tibi
alta de Trinitate disputare, si careas humilitate, unde displiceas
Trinitati?» (I,1). Por eso, a pesar de su cercanía de los místicos
renano-flamencos (Gerardo Groot conoció al b. Juan de Ruysbroeck),
prescinde de ellos; únicamente citan a Suso, el más sencillo y afectivo de
todos ellos. Su vuelo metafísico no les interesa. Sin embargo, conocían a
estos místicos e indirectamente les empujaron a un psicologismo intenso:
los renanos hablaban tanto del hondón del alma, de la intimidad misteriosa
de la misma, que promovieron el cultivo de la introspección, de la
interioridad. La d. m. se debe en parte a la espiritualidad renana de
Eckhart (v.), aunque en realidad sea tan opuesta. Por este
antiintelectualismo, contribuyó poco a la aparición y a la eclosión del
humanismo (v.). Es más, éste fue en gran parte el que luego eliminó
aquella corriente.
Al ser voluntarista, fue también afectiva, como era de esperar. La
vena franciscana regó abundosamente a los de Deventer, pero con una nota
de sobriedad y de mesura que ponía en su vivir, quizá, el mismo clima. Lo
cierto es que esa sencillez equilibrada aparece siempre en sus maneras,
tanto en su ascetismo como en su casi ausente misticismo. Parecen
preludiar el humanismo devoto, de que se hablará más tarde. Únicamente en
los últimos tiempos, el movimiento exagera algo en el problema de la
metodización.
Por esa misma antiespeculatividad tenía que ser moralizante y
práctico. Les preocupa la vida, las realidades concretas de la santidad,
no las teorías. Por eso su espiritualidad se fijará en Jesucristo, pero en
Jesucristo como modelo de vida (De imitatione Christi), sin las
elucubraciones ni las elevaciones metafísicas de los del Rin, o de la
posterior escuela del card. de Bérulle (v.), todos ellos abstractos; ni
tampoco con la manera concreta y tierna de los franciscanos de antes o los
espirituales españoles de después. Moralismo práctico, un poco al estilo
del Estoicismo (v.), tan amigo de la ejemplaridad como estímulo de vida, y
del cultivo de las virtudes morales según una ascética muy humana, aunque
cuenten, por supuesto, con la gracia.
Ese carácter práctico les lleva a su vez a la metodización. Venía
ésta acentuándose más cada día a lo largo del Medievo. El Renacimiento
(v.) la llevará hasta el extremo. Los nuevos devotos quieren ser ordenados
en todo: rítmicos, exactos. Esto lo aplicarán también al terreno de la
práctica de la oración mental. El Rosetum exercitorium spiritualium de
Juan Mombaer (1494) es el exponente de esa metodización exagerada,
mecanizada hasta el colmo. La Scala meditatoria de NY. Gansfort que allí
se incluye (20,45,2) es algo imponente. El analizar, clasificar y utilizar
nuestros mecanismos psicológicos, el contar con los dedos para ayudarse,
los versos mnemónicos, etc., son signos ya de decadencia y de cansada
esterilidad.
c) La interioridad. La otra nota, enlazada con la anterior, es la de
interioridad. Los tiempos lo exigían. Eran años caóticos: peste negra,
luchas entre los poderes eclesiásticos y civiles, Cisma de Occidente (v.
CISMA iii), relajación de costumbres en el clero y en los religiosos, etc.
Son momentos a propósito para que surjan por iniciativa privada
movimientos de reforma, instituciones, escritos, y también hambre de
recogimiento, de silenciosa contemplación (v.). Los espíritus más dotados
para esto último buscan la manera de romper y huir de aquellos
desbarajustes. Otros se lanzan a la acción para tratar de remediarlos. En
este contexto se inserta la d. m. G. Groot fue personalmente un
activo-contemplativo, pero el movimiento y las instituciones que suscita
se dedican morosamente y casi exclusivamente al cultivo de la vida
interior. Las dos instituciones aludidas son puramente contemplativas, no
se dedican al apostolado activo. Y su dedicación principal y típica es la
oración meditativa (v. ORACIÓN II). El recogimiento, el contemptus mundi
medieval, se prolongan y se recomiendan como «la mejor parte». El
pesimismo estoico y agustiniano les impresiona y afecta. El tema de la
vanidad del mundo lo repiten sin cesar. La liturgia se vive evidentemente:
la eucaristía es algo central en la espiritualidad de Deventer, pero el
«sentido litúrgico» está ausente. Su fuerte es la meditación personal,
individual, ascética, suavemente afectiva y metódica, que venía
practicándose de antes («lectio, meditatio, oratio el contemplatio») sobre
todo desde las cartujas y los monasterios cistercienses, pero que ahora se
perfila y afirma mejor y es mérito de los devotos nuevos. Oración
meditativa, a la que dedican espacios largos de tiempo, y sin
preocupaciones teóricas sobre interpretación de sus realidades y
resultados. Con ello se produjo una enorme renovación de muchas almas,
pero de manera demasiado individualista. Es su aspecto débil. Todo el
talante del movimiento tenía que conducir a un subjetivismo
individualista. Bueno en sí y aprovechable, pero incompleto. Notemos que
la sensibilidad y mentalidad eclesial y comunitaria es pobre en aquellas
horas de confusionismo doctrinal y hasta estructural del s. xv.
3. Los autores y sus obras más representativas. Ya se ha dicho que
el fundador fue G. Groot. Sus Conclusa el proposita, que nos ha conservado
T. de Kempis, resumen su ideal. Son también notables sus sermones (De
Nativitate Domini, De paupertate in die palmarum, etc.), su Tractatus de
matrimonio y sus Cartas. F. Radewijns es autor del Modus vivendi Deo, de
los Quaedam puncta, de los Notabilia verba que recoge Kempis, y casi
seguramente de las Consuetudines de los Hermanos de la Vida Común. Gerardo
Zerbolt de Zutphen (1367-98), es notable por sus dos obras: De
reformatione virium animae, y De spiritualibus ascensionibus. Teodorico
Dirc de Herxen (13811457), gran propagador de los Hermanos, es autor de
varios Rapiarios. Juan Busch (1399-1479), reformador de monasterios de su
orden y de otros por Alemania, escribe Sermones, Ejercicios, Soliloquios,
el Liber de reformatione monasteriorum, y su célebre Cronicon
Windeshemense, documento histórico donde inserta la famosa Epistola de
vita el passione D. N. 1. Christi el aliis devotis exercitiis, de autor
anónimo, pero que es expresiva por sus temas y métodos de la
espiritualidad de la d. m. Gerlacio Peters (1378-1411) y Enrique Mande
(1360-1431), ambos de los canónigos agustinianos, son los más místicos de
los devotos. Tomás de Kempen o Kempis (1380-1471; v.), canónigo del
monasterio de monte S. Inés, es el que más fama ha dado a la d. m. con su
imitación de Cristo; también su Cronicon interesa mucho por las vidas y
documentos de los fundadores que contiene. Wesel Gansfort (1419-89)
escribió un Tractatus de cohibendis cogitationibus..., que sirvió mucho
para la metodización cada vez más rigurosa de la oración meditativa. J.
Mombaer (14601501), es el último gran representante del movimiento, que
todavía reforma monasterios en Francia, y que en su Rosetum nos dejó el
esfuerzo supremo, en su grado final de evolución, de esta gran escuela de
espiritualidad.
4. Influencia. Esta espiritualidad que insiste en el ejercicio de la
meditación metódica en torno a los grandes temas de la renuncia al mundo,
del dominio de las pasiones, y de la imitación de Cristo (esto es lo
nuclear de la misma), ejerció una enorme influencia e hizo un bien
inmenso, a pesar de ser tan incompleta. El individualismo tan relevante de
la piedad moderna se debe en parte a ella; sólo en parte, 'porque la
subjetividad solepcista está en la base de toda la cultura renacentista y
de su humanismo. Esta influencia no corresponde sólo a las dos
instituciones propias, sino a otras muchas en las que aquéllas influyeron.
Pero lo que resulta todavía imposible de precisar es todo lo que la
espiritualidad moderna le debe. Porque Juan Standonck, Erasmo (v.), Lutero
(v.), S. Ignacio de Loyola (v.) y toda la espiritualidad española del xvi,
llevan, en más o en menos, aliento de la d. m. Con respecto a S. Ignacio,
Groot, Zerbolt, Kempis y Mombaer, a través del Ejercitatorio de la vida
espiritual del abad Cisneros (v.), aportan elementos a la elaboración
personalísima del santo. La espiritualidad cristiano-católica de los s. xv
al xlx es evidente que tiene rasgos de aquella escuela. Precisar esto es
tarea que se va realizando poco a poco. Sin duda, en aquel momento de
frivolidad y de reforma a la vez, la divulgación de la práctica de- la
oración personal que subrayó la d. m. fue una contribución positiva
espléndida a la elevación de la vida cristiana. Esa divulgación no se
limitó a monjes y a clérigos; se hizo también entre seglares, siendo éste
uno de los méritos más preciosos que hay que reconocer a la d. m. Así la
santidad no se encerraba solamente en los claustros. Y, sobre todo, la
joya incomparable de la Imitación de Cristo de Tomás de Kempis ha
alimentado durante siglos a legiones de almas deseosas de encontrarse con
Dios.
BIBL.: En holandés es hoy muy
abundante. También se va haciendo paulatinamente la, publicación de textos
de los s. xrv y xv. Visión de conjunto del tema en la obra clásica de P.
POURRAT, La spiritualité chrétienne, lII-IV, Los tiempos modernos, París
1925-28; 1. ROSANAS, Historia de la ascética y mística cristianas, Buenos
Aires 1948; A. HUERGA, Devotio moderna, en B. JIMÉNEZ DUQUE, Historia de
la espiritualidad, II, Barcelona 1969, 15-50. Buenos resúmenes y
bibliografías al día en los siguientes artículos del DSAM: P. DEBONGNIE,
Dévotion moderne, 111,727-747; M. VAN WOERKUN, Florent Radeu+ijns,
V,427-434; 1. TIECKE, Gérard Groote, VI,265-274; W. LoURDAux, Gérard
Zerbolt de Zutphen, VI,284289; cfr. también el documentado estudio de R.
G. VILLOSLADA, Rasgos característicos de la «Devotio moderna», «Manresa»
28 (1956), 315-350. Sobre su influencia en la espiritualidad española en
general, P. GROULT, Les mystiques des Pays-Bas et la littérature espagnole
du seiziéme siécle, Lovaina 1927.
B. JIMÉNEZ DUQUE.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp,
1991
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