El hecho de que la criatura diga relación al creador manifiesta la
importancia de la c. para profundizar en la esencia de la criatura. Pero
también tiene importancia para el conocimiento de Dios, pues como el obrar
sigue al ser, al conocer la c. se nos revela algo de la esencia del Dios
creador. La c. es el primer efecto divino. Para centrar el tema conviene
partir de unas definiciones clásicas. En principio la c. se entiende como
una productio ex nihilo; con esta indicación se subraya evidentemente la
causa material, mejor, la ausencia de causa material, en la creación.
También puede entenderse la c. como emanatio totius entis a causa
universali, quae est Deus; esta definición apunta directamente a la causa
eficiente de la creación. La c. como transitus de non ente simpliciter ad
ente simpliciter implica la referencia a la causa formal. Y, finalmente,
la c. como productiu alicuitts reí secundurn suam totantsubstantiam indica
evidentemente la causa final de la creación. Apuntamos aquí algunas
consideraciones, planteamientos y preguntas filosóficas, remitiendo para
una exposición sistemática a III.
1. Concepto y trayectoria de la creación. Para empezar a centrar el
tema conviene distinguir el concepto de cr del concepto de educción y del
concepto de emanación. La educción no es nunca un sacar algo de la nada,
la educción supone una materia plástica, materia pasiva, de la cual el
agente extrae la forma latentemente inmersa en esa misma materia. La
educción por consiguiente supone un movimiento en el cual hay una parte
ante y una parte post, la materia de la que se extrae la forma extraída de
la materia por la mediación del agente. La emanación en cambio parece en
principio tener más contacto metafísico con el concepto de c.; sin
enTbargo, así como en la c. hay una distancia entre el efecto, lo creado,
y la causa, el Creador, en la emanación la causa permanece, se proyecta
por así decirlo en el ser del efecto. La emanación no es más que el
despliegue de las notas, el despliegue esencial de una causa que se
proyecta, que por exuberancia se ramifica en el propio ser del efecto. Al
hablar aquí del tema de la c. se alude evidentemente a la c. como hecho,
como Jacttnn, y no a la c. como efecto. La c. como efecto es precisamente
la realidad de la criatura; como factum, la c. se cifra en la posibilidad,
en la realidad misma de un ser que produce la totalidad del ser; como
efecto la c. implicaría toda la problemática de la metafísica. No es
posible una metafísica realista mientras esa metafísica no se abra a la
justificación, aunque sea post factutn. de un fial omnipotente.
No vamos a entrar aquí por supuesto en la historia del problema de
la creación. Quizá sea Filón (v.) de Alejandría el primero que estudió el
tema, seguido luego por el pensamiento metafísico de un Orígenes (v.).
Permítaseme en este punto, puesto que se trata de un tema metafísico y no
meramente históricofilosófico, aunque hunda ciertamente sus raíces en la
historia, remitirme a G. M. Manser (o. c. bibl.), quien afirma que en el
pensamiento griego no aparece en manera alguna la problemática de la
creación. El propio Aristóteles no afirmó ni negó la c., sencillamente
porque no la conocía; pero es que, en segundo lugar, la c. ciertamente
parece no estar en contradicción con los principios metafísicos de
Aristóteles; y en tercer lugar y último, la c. estaba en alguna manera
lógicamente implicada en los principios metafísicos del Estagirita. Este
renunciar a la historia no significa que vayamos a andar en solitario en
el planteamiento del problema; S. Agustín (v.) y S. Tomás (v.), como
metafísicos, nos sirven como custodios y guías en la solución y en el
planteamiento previo de este problema metafísico.
El tema de la c. por lo detrás, aunque tenga su origen en una idea
revelada, prueba en último término que la admiración es principio del
filosofar, y ello porque la admiración (v.), como principio del filosofar,
no tiene que limitarse a ser admiración por un hecho, sino que puede
perfectamente consistir en admiración ante un dicho, en este caso el dicho
o la idea revelada de c. (v. I), que fue la que puso al entendimiento
humano en el trance de intentar no ya una racionalización, es decir, una
mostración de que la c. no es absurda, sino en el trance de abrirse a un
auténtico planteamiento de la realidad misma, de la demostración del hecho
creativo.
Como encaminamiento en el tema vamos a utilizar el procedimiento
etiológico, una exégesis, una explicación a través de las causas, porque
el mismo planteamiento etiológico reviste un fundamental carácter
metafísico. La investigación causal, y sobre todo por causas últimas (V.
CAUSA), es la que mejor abre el planteamiento del problema y encamina a su
solución. Por supuesto que la c. no es efectivamente la aparición sin
causa. Por ej., no es la expansión del universo, que consiste en el
corrimiento al rojo del espectro de las galaxias que daría lugar a suponer
una materia creada equivalente a la masa de un átomo de hidrógeno por un
litro de volumen y un billón de años.
2. ¿Quién crea? La primera pregunta es ésta: ¿Quién crea? Con esta
pregunta se alude evidentemente a la causa eficiente. Dios es creador,
¿pero por qué es creador? La c. supone una omnipotencia; sólo Dios puede
crear, es decir, sólo Dios puede sacar de la nada el ser. Y es que aunque
en la c. se produzca un efecto finito, sin embargo, el modo de producirlo
es infinito, como infinita es en último término la distancia que separa al
ser (v.) de la nada (v.). Las cosas claman que han sido hechas, porque se
mudan y cambian. Son porque han sido hechas. No eran antes de que
existieran, para poder hacerse a sí mismas. He aquí unas palabras de S.
Agustín: «Tú, pues, Señor, hiciste estas cosas; Tú que eres hermoso, por
lo que ellas son hermosas; Tú que eres bueno, por lo que ellas son buenas;
Tú que existes, por lo que ellas existen. Pero ni de tal modo son
hermosas, ni de tal modo son buenas, ni de tal modo existen como Tú, su
creador, en cuya comparación ni son bellas, ni son buenas, ni existen»
(Confesiones, XI,4).
Es necesario que todo ser haya sido creado por Dios. Tomás de Aquino
en este punto cita a S. Pablo (Rom II,36): «De Él y por Él y en Él son
todas las cosas» (Sum. Th. 1 q44 al sed contra). Todo lo que es tal por
participación es causado por aquello que es tal por esencia. Por ser Dios
el ser subsistente y ser uno, las cosas fuera de Dios no son su ser, sino
que participan del ser y por consiguiente tienen causa. Lo que se predica
esencialmente es causa de todo aquello que se predica por participación.
Porque el ente, que es un ser, no puede ser más que uno, luego Dios es
causa del ser de todos los demás seres (Contra Gentiles, II,15) (v. SER;
EXISTENCIA; UNIDAD; PARTICIPACIÓN I).
En la cuestión disputada De potentia, afirma Tomás de Aquino, que
«es absolutamente cierto que Dios puede hacer algo de la nada y lo hace.
Para evidencia de lo cual hay que saber que todo agente obra en cuanto
está en acto» (q3 al). Una de las razones que da Tomás de Aquino, para
probar que todas las cosas han sido creadas por Dios, es que aquello que
es por otro se reduce como a su causa aquello que es por sí. Es necesario
afirmar la existencia de un ser que es su mismo ser, que es por sí. Es
necesario afirmar la existencia de un ser que es su mismo ser, que es puro
acto, en el que no hay composición. De donde es necesario que todas las
cosas sean por Él, pues las cosas no son su ser, sino que tienen ser por
modo de participación. Dios puede crear algo, pues como causa universal
del ser Dios saca las cosas de la nada, pues no puede haber nada en los
seres sin que proceda de Dios. Por esto «necesse est ponere a Deo omnia
creada esse» (Sum. Th. 1 q45 a2). De aquí que la realidad de la c. prueba
su posibilidad. Es verdad que de la nada nada se hace, pero la c. supone
algo más que la nada, a saber, la potencia infinita del Creador.
La c. como obra trinitaria del saber, querer y poder divinos (v. III,
2), se funda por parte de Dios en su potencia infinita (v. DIOS IV, II) y
por parte de la criatura en la contingencia (v.). Dios crea por
omnipotente. La criatura es creada por ser contingente y por ser limitaday
finita en el ser. La criatura no puede crear eficientemente ni como causa
principal ni como causa instrumental.
3. ¿De qué crea Dios? La segunda pregunta que hay que hacer es ésta:
¿De qué crea Dios? Con esta pregunta evidentemente se alude a la causa
material de la creación. Metafísicamente la c. se presenta en principio
como una creatio ex nihilo. Con ello se niega patentemente la previa
existencia de una materia (v.) ex qua. Hay aquí necesariamente que hacer
una cierta alusión a Whitehead (v.) que, sobre todo en Proceso y realidad,
habla por una parte de la naturaleza primordial de Dios, el Dios muerto, y
por otra parte de la naturaleza consiguiente de Dios, el Dios vivo. La
creatividad es precisamente, según él, la que produce el mismo devenir de
Dios; Dios es un Dios muerto en su naturaleza primordial, pero esa
naturaleza primordial revive precisamente por obra del mismo principio de
creatividad; de aquí entonces que la c. no sea más que la obra de un Dios
en devenir. Sin embargo, no vayamos a pensar que Whitehead profesó un
craso panteísmo; no se trata de eso. Precisamente, en todo caso, de lo que
se trata es de que, en algún momento de su pensamiento, Whitehead alude a
la mística neoplatónica; Dios es un Dios en devenir, pero por encima de
eso Dios es algo que se compadece de los seres que crea y que sufren por
él. Pero, por encima de esa concepción, hemos de volver a la afirmación de
la c. como c. ex nihilo, en cuanto niega la materia ex qua, y hay que
decir que el ex de la creación ex nihilo significa, primero, que no hay
materia ex qua, y, segundo, el orden sucesión de la nada al ser. La c. no
es más que el tránsito metafísico, y no meramente físico; porque no hay
tiempo ni movimientos físicos, sino movimiento metafísico, de la nada al
ser.
Ex nihilo no significa negación de la causa eficiente, aquella de la
que primariamente procede un movimiento; de la nada quiere decir de nada
más que de la omnipotencia divina (V. DIOS IV, 11). La materia in qua es
producida simultáneamente con el ser creado. No es que Dios se valga de la
nada (v.), es que no se vale de nada más que de su omnipotencia. La c.,
como tránsito del no ser absoluto al ser total, define precisamente la
esencia del proceso creativo. La definición escolástica de c., «productio
re¡ ex nihilo su¡ et subiecti», subraya, al decir «ex nihilo sui», que el
ser creado se hace de nada de sí mismo en cuanto a la forma; y al decir
«ex nihilo subiecti», que el ser creado se hace de nada en cuanto a la
materia. Con razón dirá S. Agustín: «Existías tú y otra cosa, la nada, de
donde hiciste el cielo y la tierra, dos criaturas: la una cercana a ti (prope
te); la otra cercana a la nada (prope nihil); la una que no tiene más
superior que tú; la otra que no tiene nada inferior a ella», (Conf. XII,7).
Y en otro lugar: «Materia tamen de omnino nihilo Jacta est» (Gen. contra
Maniq. 1,16): la materia, sin embargo, ha sido hecha absolutamente de la
nada. Subrayo esto, porque ya veremos cómo aparentemente S. Agustín
aparece envuelto en el problema de la materia. Una falsa intelección del
agustinismo llevaría en el pensamiento medieval a la afirmación de un
hilemorfismo universal. El cielo y la tierra como materia informe son
creados de la nada dice S. Agustín (De Gen. ad lit. imperfectus). El
omnipotente no necesita de nada para crear. Crear es hacer algo de la
nada. S. Tomás dirá: «Idem autem est nihil quod nullum ens. Sicul igitur
generado hominis est ex non ente quod est non homo» (Sum. Th. 1 q45 al).
Crear no es hacer de algo. La materia prima ha sido creada por Dios.
Pues lo que es causa de las cosas en cuanto seres debe ser causa de ellas,
no sólo según que son éstas por sus formas accidentales o según que son
tales por sus formas 'sustanciales, sino también en cuanto a todo lo que
de cualquier modo hay de ser en ellas. Según esto es necesario admitir que
aun la materia prima ha sido creada por la causa universal de los seres. «Deus
simul dans esse producit id quod recipit esse» dice S. Tomás (De Pot. q3
a17). La concreación entonces de la materia resulta evidente. Puede
plantearse una dificultad: todo lo que existe es en acto; mas la materia
prima es pura potencia; luego el ser hecha parece contrario a la materia
prima. En realidad, la materia prima es concreada; todo lo creado es
actual, pero no acto puro. Es preciso que sea creada la parte potencial al
crearse todo lo que pertenece a un ser.
La c. de la nada se patentiza porque si alguna cosa no procede de
Dios, o proviene de algo preexistente o no: Si no proviene es creada. Si
proviene de algo preexistente o hemos de proceder indefinidamente, cosa
imposible en las cosas naturales, o debemos remontarnos a algo primero que
no presuponga otro. Y ese algo es Dios, que no es materia. Pero Dios es
causa de todo ser y no puede haber nada fuera de él que no exista por él.
Es decir, que Dios crea sin materia previa (Cont. Gent. 11,16).
4. ¿Qué y por qué crea Dios? La tercera pregunta alude a la causa
final: ¿Qué y por qué crea Dios? El fin de la acción creadora es la
totalidad del ser, entiéndase del ser subsistente. Los seres coexistentes
no son en realidad creados, ni la materia ni la forma son creadas sino en
realidad concreadas, pero el fin de Dios es comunicar su bondad y su
perfección. Dios crea por bondad no por indigencia. Es decir, Dios crea
por liberalidad. En este sentido afirmó S. Tomás que Dios es creador
justamente porque es máximo liberal. Dios no crea «ad maiorem Dei Gloriam»,
sino porque el «Bonum est difussivum sui»: Dios crea por voluntad no por
necesidad de su naturaleza, a menos que creara un ser infinito, cosa
imposible, pues lo creado es esencialmente finito: no es el ser, sino algo
que tiene ser. De aquí la relación de la criatura al creador como al
principio de su ser; de aquí por esto que sea una relación (v.)
transcendental. Dios es el principio, pero justamente por principio es
también el fin de la creación. La libertad de la c. es absolutamente
evidente. Dios creó el mundo dice S. Agustín porque quiso, «quia voluit»
(Gen. contra Man. 1,2). Con palabras de un pensador de nuestro tiempo: «La
pregunta ¿por qué el ser y no, más bien, la nada?, muestra ahora su
penuria metódica. En atención a la reserva originaria, la opción entre ser
y nada carece de sentido. Con ello se indica la perfecta libertad de la
creación causal: Dios es libre de crear en cuanto crea» (L. Polo, El Ser,
Pamplona 1966, 79).
Y no hay por qué plantearse el problema de si Dios y el mundo suman
más que Dios solo; es como si nos planteáramos el problema de si, para
seguir un ejemplo de S. Agustín en De Magistro, la ciencia del discípulo y
el maestro, supuesto que el discípulo no conozca más que lo que el maestro
le ha enseñado, sumará más que la ciencia que previamente a toda
explicación poseía el maestro. Con la c. habrá más seres, es decir, más
realidades in facto esse, que participan del ser. No hay más ser, sino más
entes; hay más abundancia, más participación en esa implantación en el
ser, que es en el orden de lo finito la implantación liberal, gratuita, de
un ser que quiere hacer que algo más que El participe precisamente de esa
perfección del existir.
5. ¿Cómo crea Dios? En cuarto lugar, ¿cómo crea Dios? Con esta
pregunta aludo a la causa formal, pero no sólo a la causa formal
intrínseca, sino a la causa formal extrínseca, es decir, a la ejemplaridad
de la creación. No se puede obviar el hecho de que en este punto el
problema se complica con supuestos de carácter teológico. ¿Cómo crea Dios?
Indudablemente el principio ejemplar de la c. no puede ser más que la
esencia divina. Dios, pensamiento de pensamiento, se conoce asímismo como
participable (v. DIOS IV, 13). Conoce todo aquello que de alguna manera
puede imitar la perfecta y absoluta perfección de su ser. Al conocerse
como participable, precisamente Dios quiere esa misma participación. Los
seres creados son queridos por Dios; ¿cómo es posible que Dios quiera algo
fuera de sí, ad extra? Los seres creados son queridos por Dios, porque si
no fueran queridos no hubieran sido creados.
Pero, ¿hay quizá, con un resabio de platonismo, lugar para
plantearse la posibilidad misma de una materia informe? Dice S. Agustín:
«Antes de que Dios diese forma a la materia informe y la especificase no
era ella nada, ni color, ni figura, ni cuerpo, ni espíritu. Sin embargo,
no era absolutamente nada, era cierta informidad sin ninguna
especificación (non tamen omnino nihil, erat quaedam informitas sine ulla
specie)» (Conf. XII,3). ¿No tendremos aquí, otra vez, la problemática, p.
ej., del Demiurgo platónico, que crea informando, a la vista de las ideas,
una materia preexistente y coeterna con él? Y, sin embargo, S. Agustín
afirma que lo que él pensaba era informe, no porque estuviese privado de
toda forma, sino en comparación con las cosas más hermosas. Aquí la
informitas es la falta de forma, no en sentido sustancial, sino
accidental, es decir, es la falta de forma en el sentido en que
Aristóteles, al hacer la división del predicamento cualidad, había dicho
que según la cantidad la cualidad es figura o forma, entendiendo por forma
la f ormositas. Dicho de otra manera; la falta de forma para S. Agustín,
es una falta de formositas, pero no una falta de figura. Y así dice: «Más
fácilmente juzgaba que no era lo que estaba privado de toda forma, que
imaginaba un ser entre la forma y la nada, que ni fuese formado ni fuese
la nada, sino una cosa informe y casi nada (informe prope nihil)» (Conf.
XII,6). S. Tomás entenderá por materia informe una materia sin ornato,
antes de hacerse la luz; y S. Agustín dirá: «Tú, pues, Señor, hiciste el
mundo de una materia informe (Sap. II,18), la cual hiciste casinada de la
nada» (Conf. XII,8).
A la materia informe la hizo Dios en el principio, antes que todo
día: ante omnem diem. ¿En qué principio, en el Verbo o en el tiempo? Esto
plantea un problema. Parece que hay como dos creaciones para S. Agustín:
una primera (en el principio...) y otra de formación (el hexámeron). Pero
esto no es así, pues la materia fue concreada y la c. es simul; sólo que,
con el tiempo se despliegan las rationes seminales. Creación evolutiva, en
S. Agustín, y no evolución creadora como en Bergson. En Bergson (v.), la
evolución creadora se explica por el devenir a partir del élan vital y la
génesis ideal de la materia. Bergson no llega efectivamente a la
posibilidad de una c. metafísica; afirma el devenir, pero un devenir a
partir de un principio, de un élan que no es creador en sí mismo, que está
inmerso en la creatividad, para utilizar el lenguaje de Whitehead, y que
al mismo tiempo explica la génesis ideal de la materia prima, dentro de un
horizonte panteísta. La materia informe, volviendo a nuestro tema, no
tenía forma de la cual pudiera pasar a otra forma, no estando sujeta al
tiempo. Pues el tiempo (v.) es sucesión de formas: cambio (v.). Hay un
lugar, Contra el adversario de la Ley y los profetas, en que S. Agustín
dice: «No se ha de entender que Dios hizo primero la materia informe y
luego le dio forma, sino que Dios hizo el mundo de la materia informe
concreándola juntamente con el mundo».
«Entienda el que pueda, que la materia de las cosas hecha primero y
llamada cielo y tierra, por haberse hecho de ella el cielo y la tierra, no
fue hecha primero en el tiempo, pues las formas de las cosas son las que
producen los tiempos, y aquélla era informe»; esta materia estaba
precedida de la eternidad del Creador, para que fuese de la nada de donde
se hiciera algo (Conf. XII,29). Es decir, que la materia informe tiene
prioridad de naturaleza, no prioridad de tiempo, respecto al efecto mismo
de la c.: en este sentido entenderá S. Tomás la prioridad de la materia
informe en el ámbito de la c. corpórea. Las cosas han sido hechas de la
nada por Dios, no de Dios ni de algo que ya existiera, sino de la materia
concreada, esto es, creada a un tiempo por Dios, porque Dios formó sin
ningún intermedio de tiempo su informidad, «concreata, id est simul a te
creada materia» (Conf. XIII,33).
En el libro XIII de las Confesiones, S. Agustín interpreta
alegóricamente el relato mosaico del Génesis, distinguiéndose de S. Tomás
su idea de la c. simultánea. La materia informe no es anterior en el orden
del tiempo a las cosas formadas; es simultánea. Fueron creadas a un tiempo
la materia de la que se hicieron y lo que se hizo. Dios «creó, pues,
ciertamente formada la materia» (De Genesi ad litteram, 1,15). S. Tomás,
que admite casi literalmente el relato mosaico del hexámeron, habla de una
instantaneidad de la c. en el sentido en que en la c. no hay un estar
haciéndose algo previo a un estar ya hecho ese algo, sino que como la c.
es sin movimiento, a un mismo tiempo se está creando algo y está ya
creado: «Simul aliquid creatur et creatum est» (Sum. Th. 1 q45 a3 ad3). La
c. como producción del ser total, esencial y existencial, supone
precisamente una «emanatio totius entis». Por esto es una relación la c.,
no una acciónpasión (v. RELACIÓN; ACCIÓN I). No es acciónpasión porque no
hay sujeto paciente que se pueda tomar como presupuesto de la obra de la
creación. La c. no es sucesión o movimiento, porque el movimiento o
mutación supone que haya algo que se halle en distinta situación antes y
después, pues esto es lo que expresa el nombre mismo de mutación. Pero la
c. es de la nada, no presupone nada. Por no ser movimiento, la c. tampoco
es sucesión, pues la sucesión es propia del movimiento (V. CAMBIO).
6. Proceso de la creación. En cuanto al cómo o proceso de la c., hay
que decir que Dios crea distinguiendo la multitud de seres y haciendo las
cosas desiguales. En concreto S. Tomás sigue al Génesis en este punto. S.
Agustín en cambio, entenderá la c. en el sentido más profundo de arte, de
ahí el sentido al mismo tiempo de creatura; S. Tomás entenderá la c. en un
sentido de naturaleza, y de ahí el sentido, frente al de creatura, de la
natura tomista.
Distinto es el problema de cuándo crea Dios, o temporalidad de la
creación. Dice S. Agustín: antes de crear el mundo Dios preparaba un
infierno para los preguntones ociosos. Si antes de crear Dios el cielo y
la tierra no existía tiempo alguno, no puede preguntarse qué hacía Dios
entonces, porque no había entonces, cuando no había tiempo. El tiempo (v.)
es precisamente el primer efecto de la creación. La c. será el primer
efectodivino, pero el tiempo como mutación, como número de la mutación, es
el primer efecto de la obra creadora. Al decir la Biblia: «En el
principio...», S. Agustín entiende sin tiempo, o en el Verbo, coeterno con
Dios. De ahí la alegoría agustiniana del hexámeron en relación con el
conocimiento angélico; los seis días no son más que seis momentos según
los cuales al Ángel se le va revelando el proceso de la creación.
Para S. Tomás no es necesario que,algo, excepto Dios, haya existido
ab aeterno. S. Tomás afirma también que el tiempo comienza con la c. (Sum.
Th. 1 a46 a3 ad3). Entonces el problema de la eternidad del mundo es éste:
Si la duración del mundo es eterna, o si hubo más eternidad que duración
del mundo. Y a quien objete que si el mundo es eterno, entonces sería
coeterno con Dios, habría que responder lo siguiente: Aunque el mundo
fuera eternamente creado, no sería igual que Dios, porque la eternidad
divina es simul (v. DIOS Iv, 910) y la del mundo sería sucesiva: una
duración que sucede, no simultánea. Además la eternidad de Dios es una
perfecta possesio, Dios es la misma eternidad que tiene, mientras que el
mundo, cabría decir, tiene la misma eternidad que es (V. t. ETERNIDAD).
Pero hasta este punto hay un problema, por así decirlo, marginado,
que está como esperando a ser sacado a la luz. Hasta ahora hemos hablado
de la posibilidad de la c.; al menos en principio esa posibilidad no es
contradictoria; pero esa posibilidad, ¿ha sido precisamente realizada?, es
decir, ¿hay un factum de la creación?, ¿ha creado Dios realmente, o éstas
son puras elucubraciones metafísicas? Contra. Sartre, sin entretenernos
ahora en sus argumentos, cifrados concretamente en la misma existencia
compacta y sin fisuras del ser en sí, que le lleva a una metafísica
radicalmente atea y anticreacionista, hay que decir que las cosas han sido
creadas, con palabras de S. Agustín, porque «ni son absolutamente, ni
absolutamente no son: son ciertamente porque proceden de ti, pero no son
porque aquello que tú eres no lo son» (Conf. VII,11). S. Agustín ha
llegado a demostrar la realidad misma de la c. a partir de la realidad
divina.
Ha dicho Gilson que el mundo de Aristóteles tenía tanto peso
ontológico y el Dios platónico tanto poder creativo, que para unir
precisamente el peso ontológico de ese mundo con el poder creativo de Dios
hacía falta justo el esfuerzo del genio de S. Tomás. Esfuerzo que se
manifiesta patentemente por las cinco vías (v. DIOS IV, 2). Sin reparar en
las cinco vías, vamos a detenernos concretamente en dos: las vías
entitativas por excelencia, la vía por la contingencia y la vía por la
limitación, es decir, por la finitud en el ser, por la participación en el
ser de aquellos seres que no consisten en su propio existir; concretamente
las vías tercera y cuarta.
«Sólo Dios es su ser. En las demás cosas el ser difiere de la
esencia. Evidente es por esto que Dios es el ser por esencia y los demás
lo son por participación (v.). Pero lo que tiene el ser por participación
lo tiene causado por el que es por esencia» (Sum. Th. 1 q71 al). Ya hemos
aludido antes la concreación de la materia prima; cosas que de suyo no son
subsistentes sino coexistentes, no pueden ser creadas sino concreadas. La
misma realidad de la contingencia (v.) patentiza la realidad misma de la
creación. Lo contingente no puede ser sino causado, lo contingente es por
esencia efecto; y es que lo contingente supone en último término, y aquí
está toda la clave de la ontología tradicional, una estructura, que no es
por supuesto sólo la estructura hilemórfica de materia y forma (v.
HILEMORFISMO), una estructura que es la estructura entitativa de esencia y
esse. Lo contingente ciertamente se diferencia del posible, en cuanto el
contingente existe y el mero posible no existe todavía; pero se diferencia
del necesario, todavía más que del posible, porque el contingente es algo
al cual la existencia le es dada, esto es algo que no mantiene una
relación inexorable con el acto de existir, pues el contingente es
indiferente a la existencia, mientras que el necesario no puede dejar de
ser (V. NECESIDAD; POSIBILIDAD).
Por otra parte la vía de la participación, la cuarta vía, que es
justamente la vía más metafísica, hace ver que el ser que tiene
limitadamente perfecciones exige una causa de esas mismas perfecciones,
las tiene limitadas en cuanto que le han sido dadas por otro. La
perfección es algo que no puede limitarse a sí misma, sería al mismo
tiempo su razón de ser y su razón de no ser. Si es limitada lo será
precisamente por un sujeto que no es la perfección, pero que la puede
tener. Pero si la tiene y no la es, es porque se la han dado, de aquí la
existencia, no de un portador de perfecciones, sino de un ser que se
identifique plenamente con todas las perfecciones transcedentales.
En suma en la c. no se trata, pues, del imposible de que el agente
se valga de la nada para crear la cosa, sino de que el agente no se valga
para crear la cosa de nada que no sea su propio poder de acción, con
palabras de Millán Puelles. Dios, como dijimos al principio, es creador en
tanto que omnipotente (V. DIOS IV, 11). Tiene razón la frase de Heidegger
que afirma que «ex nihilo omne ens qua ens fit». Sacada de su contexto
esta frase es muy verdadera; todo ente se hace de la nada, excepto Dios.
Pues Dios no es un ente, sino que es metafísicamente el Ser (v.).
V. t.: Dios I y IV, 23. 1112; DUALISMO I; PANTEíSMO II; MATERIALISMO
I;, MECANICISMO; TEÍSMO; EVOLUCIÓN IV.
BIBL.: S. AGUSTíN, Confesiones,
lib. XIXIII; íD, Del Génesis contra los maniqueos; íD, Del Génesis a la
letra; íD, Del Génesis a la letra, incompleto; S. TOMÁS DE AQUINO, De
Potentia, q3; ID, Suma Teológica, parte I, gq.4448 y 6574; ID, Contra
gentiles, lib. II, cap. XVXXV; G. W. LEIBNIZ, Opera Philosophica Omnia,
Aalen 1959; H. BERGSON, La evolución creadora, Madrid 1963; A. N.
WHITEHEAD, Proceso y realidad, Buenos Aires 1956.
J. J. RODRÍGUEZ ROSADO.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp,
1991
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