CLARA DE ASIS, SANTA


(1194-1253). Madre espiritual de las monjas de la Segunda Orden fundada por S. Francisco (v. CLARISAS). Canonizada el 13 ag. 1255. Sus restos descansan en la cripta de la iglesia a ella dedicada en Asís. Su fiesta se celebra el 11 de agosto. Pío XII la proclamó patrona de la televisión el 14 feb. 1958.
     
      Hija espiritual de S. Francisco. C. n. en 1194. Su padre, Favarone di Offreduccio, pertenecía a una de las familias de mejor linaje de Asís, y noble era asimismo su madre Ortolana, dama de profundo sentido cristiano de la vida. Andaba por los 17 años cuando, subyugada por el ardor evangélico de su compatriota Francisco (v.), que acababa de poner en marcha la nueva fraternidad, se confió a su dirección. En la noche del 18 al 19 mar. 1212 salió secretamente del palacio paterno y en la capilla de la Porciúncula recibió eJ velo de manos del santo, prometiéndole obediencia. Inmediatamente fue confiada por Francisco al monasterio benedictino de S. Pablo de las Abadesas. Allí tuvo que vencer la enconada oposición de sus parientes. Quince días después Francisco le procuró un asilo más seguro en el convento de Sant'Angelo in Panzo, en las estribaciones del monte Subasio, donde fue a juntársele, fugada asimismo clandestinamente, su hermana segunda Inés.
     
      Entre tanto Francisco disponía para C. y sus imitadoras una vivienda, adaptada al ideal de pobreza y sencillez que ella misma anhelaba, junto a la pequeña iglesia de S. Damián, por él restaurada. Y en ella se instaló el pequeño grupo de Damas Pobres, integrado ya con otras tres compañeras. Andando el tiempo irían a ponerse bajo la obediencia de C. su misma madre Ortolana, al quedar viuda (1226), y su hermana pequeña Beatriz (1229).
     
      La obra de S. Clara. En los tres primeros años la vida de la comunidad femenina imitaba en lo posible la de los hermanos. Francisco era el guía espiritual y él, con sus hermanos, velaba por lo necesario aun en lo material. Dictó para ellas una forma vitae, de la que sólo conocemos el pasaje fundamental en que el fundador les recuerda su profesión de «vivir según la perfección del santo Evangelio» y se compromete con sus hermanos a tener cuidado constante de ellas. Este documento junto con la ferviente recomendación escrita, que el santo añadió días antes de su muerte, de guardar inviolablemente el compromiso de «seguir la vida y pobreza de Jesu-
      cristo», será siempre para C. la expresión suprema de su ideal.
     
      Francisco obtuvo para las Damas Pobres la aprobación canónica en 1215; pero como en virtud de una disposición del conc. IV de Letrán del mismo año las nuevas fundaciones estaban obligadas a adoptar una de las reglas antiguas, hubieron de acogerse a la de S. Benito. S. Damián quedó así convertido en monasterio y C. tuvo que tomar el título de abadesa, no obstante su repugnancia. Aunque no se trata más que de una base jurídica, la santa temió por la genuinidad de la vida abrazada y recabó inmediatamente de Inocencio III (v.) el Privilegium Paupertatis, en virtud del cual nadie podía forzarlas a admitir posesiones ni rentas.
     
      A ejemplo de la comunidad de S. Damián, muy pronto fueron apareciendo otras agrupaciones de mujeres que aspiraban al mismo género de vida. El card. Hugolino se ocupó de ellas a partir de 1217; dos años después les dio una norma de vida que debía observarse junto con la regla benedictina, base canónica de todas. El monasterio de S. Damián logró eXImirse de esta nueva regla, de sabor poco franciscano, y conservó sus observancias peculiares, que luego fueron adoptadas por algunos otros, como el de Monticelli, regido desde 1219 por S. Inés, la hermana de la fundadora, y el de Praga, fundado por la beata Inés de Bohemia.
     
      Mientras vivió Francisco fue restringiendo el contacto de los hermanos con las monjas y se negó a hacerse cargo del régimen de las mismas; pero después de su muerte, Hugolino, ahora papa Gregorio IX (v.), quiso que el visitador fuera franciscano. En 1228 C. obtenía de este papa la confirmación del Privilegio de Pobreza. En 1247 Inocencio IV (v.) promulgaba una regla que reconocía la de S. Francisco como base canónica, en sustitución de la de S. Benito, y ponía a las monjas totalmente bajo el régimen de la primera Orden. Los superiores de ésta opusieron fuerte resistencia, y al cabo de tres años consiguieron desligarse del compromiso.
     
      C., por su parte, insistía en asegurar para su monasterio un estilo de vida auténticamente inspirado en el ideal del Poverello y la estrecha unión con la primera Orden. El 16 sept. 1252, en su lecho de muerte, obtenía una vez más la renovación del preciado Privilegio, y el 9 ag. 1253 una bula pontificia aprobaba solemnemente la regla que ella misma había compuesto, adaptación para las religiosas de la regla franciscana. Al día siguiente, ya moribunda, besaba radiante de gozo el documento pontificio, que venía a coronar la aspiración de toda su vida. M. el 11 ag. 1253.
     
      Clara y la espiritualidad franciscana. Así gustaba de llamarse ella misma: Ancilla Christi et plantula beatissimi Patris Francisci (Regla, c. 1; Testamento, 11; Bendición). Con ello no expresaba sólo un afecto filial hacia quien había abierto para Dios su corazón adolescente, sino la esencia de su propia vocación. Con una receptividad activa, de que hay pocos casos en la historia, había ido apropiándose rasgo a rasgo la espiritualidad del Padre hasta convertirse en su perfecta versión femenina. Se comprende que, muerto él, los más adheridos al primitivo ideal buscaran en S. Damián el testimonio vivo del mismo y el baluarte de la herencia del fundador. Leyendo el testamento y las cartas de la santa sorprende la identidad de pensamiento y aun de expresión, con ser ésta muy personal, con los escritos de Francisco.
     
      Seguir a Cristo Esposo en la práctica de la pobreza heroica, como expresión de una vida según el Evangelio, «por el camino de la santa sencillez, humildad y pobreza, y la honestidad de una santa vida» (Testamento) es para C. lo que da sentido a la profesión religiosa. Ve en el desasimiento de las cosas terrenas la liberación necesaria para el impulso del amor virginal hacia Dios y hacia los hombres. Todo su afán es crear, en la comunidad de las «hermanas pobres», un clima de fraternidad horizontal en que la caridad se traduzca en servicio mutuo, en colaboración responsable con las demás hermanas y con la superiora, en apertura de diálogo constructivo al que quiere tengan todas acceso, «porque muchas veces el Señor manifiesta lo mejor a la más insignificante» (Regla, c. 4), en cuidado solícito de las enfermas y atribuladas. El retrato que hizo en su testamento de «la que tuviere el cargo de las hermanas» responde, sin duda, al estilo que ella tuvo para gobernar y que consta por las fuentes; hoy mismo no ha perdido actualidad esa excelsa pedagogía monástica, de tino exquisitamente femenino y de robustez cristiana de la mejor ley (Testamento, 16-20).
      Contemplativo y proyectado al mismo tiempo hacia las realidades humanas, su espíritu estuvo animado, como el de Francisco, de una fe concreta que se revelaba en su conciencia vivamente eclesial de la misión de la mujer consagrada y en su piedad eucarística y mariana.
     
      V. t.: CLARISAS.
     
     

BIBL.: La documentación biográfica de S. C. es relativamente abundante y hoy puede considerarse críticamente depurada. Junto con los escritos personales de la santa y los numerosos diplomas pontificios, ocupan el primer puesto las deposiciones de testigos en el proceso de canonización; viene después la Legenda compuesta por Tomás de Celano a raíz de la muerte y, en general, toda la copiosa literatura del s. XIII y XIV relativa a S. Francisco (v.) y su obra. Seraphicae Legislationis textus originales, Quaracchi 1897 (contiene la Regla, el Testamento, el Privilegium Paupertatis y la Bendición); Cartas a la beata Inés de Bohemia, ed. crítica de J. K. VYSKOCIL, en Santa Chiara d'Assisi, Studi e Cronaca del VII Centenario, Asís 1954. 123-143; Il Processo di santa Chiara d'Assisi, ed. NELLO VIAN, Milán 1962; T. DE CELANO, Legenda sanctae Clarae Virginis, ed. F. PENNACCHI, Asís 1910.

 

LÁZARO DE ASPURZ.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991