Fundación y propagación. La prosperidad y auge que vivió Cluny (v.) en las
últimas décadas del s. X, le condujeron al relajamiento, fruto inmediato
de la riqueza y la ociosidad. Y así, antes de finalizar dicho siglo,
apareció la primera reacción monástica, movimiento frecuentemente
anacorético, que dio hombres de la talla de Abbeville, Guillermo de
Vercelli, fundador de la abadía de Monte Vergine, y otros que buscaron en
la soledad y en la extrema pobreza el ideal evangélico, mediante la
estricta observancia de la regla de S. Benito. Sumergidos en esta
corriente de reformas, un grupo de ermitaños, encabezados por Roberto de
Molesmes (v.), monje benedictino, fundaron un monasterio muy estricto en
Molesmes, cerca de Troyes, en 1075. Pero también una serie de beneficios y
los numerosos prosélitos que se le añadieron relajaron aquella severidad,
llegando incluso a establecer vínculos feudales entre ellos, por lo que
nuevamente un grupo de 20, al frente de los cuales marchaba el mismo
Roberto, acompañado por el entonces prior de Molesmes, Alberico, y del
secretario, el inglés Esteban Harding, se dirigieron en 1098 a un breñal
desértico entre bosques y pantanos, al S de Dijon, que se llamaba Citeaux
(cistercium). Este movimiento señala el comienzo de una nueva época en la
historia del monacato occidental.
Tras la fundación, y a instancias de sus antiguos discípulos, vuelve
Roberto a Molesmes, donde m. en 1111. Le sucedió Alberico, abad de 1099 a
1109, quien obtuvo del papa Pascual lI la confirmación del monasterio y
redactó los primeros estatutos. Pero fue con Esteban Harding (m. en 1134)
con el que se consiguió la primera organización por medio de la Charta
charitatis, aprobada por Calixto II en 1119.
El destino del nuevo monasterio pareció indeciso durante bastantes
años, debido a la escasez de vocaciones, ocasionadas en parte por la
severidad y rigor que caracterizó los tiempos inmediatos a la fundación, y
en parte, por la epidemia de la peste en 1111. En plena crisis, en abril
de 1112, ingresa como novicio un joven de noble familia borgoñesa,
Bernardo.
Sin lugar a dudas, la enorme y súbita expansión de los monasterios
c. se debió en primer lugar a la presencia de S. Bernardo (v.), hombre de
extraordinaria personalidad e indiscutiblemente la más poderosa fuerza
espiritual de la cristiandad del s. XII. Orador de arrolladora fuerza,
predicador oficial de la segunda Cruzada, consejero de las más altas
personalidades de la época, defensor incansable de la fe, hábil polemista
y escritor insigne, arrastró con su ejemplo a los espíritus más fervientes
y animosos. Por otra parte, el hombre deseoso de mayor perfección
encontraba en la austeridad del Císter, en su alejamiento del mundo, el
clima más propicio para sus aspiraciones. A esto, hemos de añadir el nuevo
estilo espiritual del nuevo movimiento (v. CITEAUX).
Por todo esto, el incesante crecimiento de las vocaciones obligó a
crear nuevas fundaciones. Ya en 1113 partieron algunos para fundar el
monasterio de la Ferté; al año siguiente se fundó Pontigny y, en 1115, la
abadía de Marimond. En ese mismo año, sale Bernardo de Citeaux para fundar
el monasterio de Clairvaux o Claraval (v.), lugar agreste donde los mismos
monjes construyeron un monasterio que empezó a regir Bernardo, cuando sólo
contaba 25 años. Claraval llegó a ser el centro de mayor irradiación c.
En esa misma época, a la muerte de S. Bernardo en 1153, Inglaterra
contaba con 122 abadías, Italia con 88,las tierras de habla germánica con
más de 100, y España con 56 entre las cuales podemos señalar como las más
importantes: Osera (Orense), fundada en 1140 por monjes de Claraval.
Fitero (Navarra) fundada al año siguiente y Monsalud (Cuenca). En 1144 se
funda el monasterio de Cantabos, que 20 años más tarde será trasladado a
Santa María de la Huerta (Soria). Ramón Berenguer IV levanta el monasterio
de Oliva (Navarra) y, en 1150, la gran abadía de Poblet (v.). Y así, otras
muchas, como Junquera (Huesca), Monte del Ramo (Orense), Valparaíso
(Zamora), etc.
Oficialmente se dispuso el cese de las fundaciones en 1155, pero
éste nunca fue del todo eficaz y en el s. XV había más de 700 abadías c.
de hombres y 900 de mujeres.
Regla. Desde el primer momento pretenden una vuelta a la puridad de
la regla de S. Benito (Regula sine glossa, como más tarde diría S.
Francisco), si bien en cuanto a organización se acercan en algunos puntos
a Cluny. Tendía a situarse entre el total aislamiento de los antiguos
monasterios benedictinos y la centralización cluniacense. Según la Charta
charitatis, en la abadía del Císter residirá el abad general de la Orden,
elegido por los abades de los monasterios filiales, que ejercerá una
vigilancia universal mediante un sistema de visitas, una vez al año, a las
abadías filiales, con plenos poderes para corregir y castigar. Por otra
parte, había de celebrarse anualmente, en el mes de septiembre y en
Citeaux, un capítulo general, integrado por los abades de todos los
monasterios, formando un cuerpo judicial y legislativo. No obstante,
existen dispensas de asistencia para los abades de provincias lejanas de
la casa madre. En dicho capítulo general, el abad del Císter, asesorado
por un equipo de visitadores, informará del estado de la Orden. Asimismo
podrán imponerse castigos e incluso, en caso de unanimidad, deponer al
abad general.
También se especifican aquellos puntos que más ayudaban a la
renovación pretendida: alejamiento y retiro en la soledad; renuncia a la
predicación y apostolado directo; no admitir diezmos ni vasallos, por lo
que se sustraían a la organización feudal eclesiástica; no podían tener
asalariados ni siervos, quedando éstos sustituidos por la admisión de
hermanos legos (conversi), con inquietudes religiosas e intelectuales más
simples, que se encargaban del cuidado de las granjas y del campo. Es
primordial la rigurosa pobreza, que se extiende incluso a la ornamentación
de sus iglesias. S. Bernardo ridiculiza la profusión escultórica y riqueza
ornamental en la que habían caído los monasterios de los monjes negros o
benedictinos (Apología ad Guillemum: PL 183,895-918). También podaron el
excesivo tiempo dedicado por los benedictinos al oficio divino, para dar
mayor cabida al trabajo manual y a la lectio divina, conforme a la Regla
de S. Benito (V. BENEDICTINOS III).
Espiritualidad. Es también S. Bernardo quien da forma y carácter a
la espiritualidad c. Continúa en la tradición benedictina, acentuando la
austeridad de la vida y una cierta tendencia a la contemplación mística.
Como rasgo principal señala el entusiasmo por la devoción a la humanidad
de Cristo, humillado por nuestro amor en el nacer y el morir. Por eso la
humildad, fuertemente unida a la pobreza, a la abnegación y a los
oprobios, es la base de la espiritualidad c. Y del amor sensible a la
humanidad de Cristo se llega al amor místico, o amor a su divinidad, o
ascensión contemplativa que lleva a la unión del alma con el Esposo. Y con
la devoción a la humanidad de Cristo va estrechamente unida la devoción a
María, cuya humildad y virginidad atraen especialísimamente a Bernardo. Y
en la maternidad quedan fundadas todas las demás virtudes marianas:
medianera y dispensadora de todas las gracias.
Fruto de esta sencilla línea espiritual han sido los numerosos
santos, sostén espiritual de la Orden, aparecidos a lo largo de toda su
historia. A los tres primeros fundadores siguieron muchos, entre los que
citaremos a los arzobispos Edmundo de Canterbury, Eskilo de Lund y
Malaquías de Armagh (v.). En España, Raimundo de Fitero (v.), fundador de
la Orden de Calatrava, Martín Cid de Valparaíso, Hero de Armentera, Martín
de Huerta, obispo de Sigüenza, Bernardo de Alcira, etc.
Historia. Durante los s. XIII-XVI fue decayendo gradualmente el
mantenimiento exterior de los ideales espirituales del monacato. Entre los
c. se produjeron cambios fundamentales, siendo el primero de ellos la
tendencia a la creación de escuelas, apoyada por Benedicto XII, que
incluso llegó a imponer la obligación de enviar un monje de cada 20 a la
Universidad. Otro cambio fundamental fue la desaparición de los hermanos
legos, causada por la depresión económica del s. XIV. En los países
latinos se impuso el cargo in commendam, o abades comendatarios, verdadera
plaga que causó la ruina de numerosos monasterios. Semejante situación se
agravó durante el cisma de Occidente (1378-1417). Citeaux, sede del
capítulo general, era leal a Aviñón, mientras que Italia e Inglaterra
estaban con el partido romano. Los esfuerzos reformadores condujeron a la
fundación de congregaciones regionales austeras, que amenazaban la
esencial unidad de todo el cuerpo. Uno de estos movimientos parte de la
abadía de Feuillants (1577), aprobada por el papa Sixto V. En 1605 la
llamada «Estricta Observancia» tendía a restablecer la Charta charitatis y
los primitivos decretos del capítulo. Una serie de agrias discusiones,
fruto en parte de las ambiciones políticas, desgarraron el cuerpo c. entre
la Estricta y la Corriente Observancia. Pero en 1683 se llegó a un acuerdo
y las dos observancias independientes formaron una sola orden hasta la
Revolución francesa. Uno de los monjes del partido estricto, Armand Rancé
(v.), abad de la Trapa, quiso imponer a sus monjes su concepto de la vida
c., que giraba en torno a la penitencia, austeridad y expiación. La Trapa,
por permiso papal, fue independiente y Rancé consideró su casa como la
única casa c. auténtica. Más tarde, la tempestad de la Revolución,
precedida del jansenismo, el clima intelectual de los filósofos y teístas,
la francmasonería europea, cayó sobre un monacato privado de libertad. En
España concretamente fueron suprimidos todos los monasterios en 1835.
Y en Francia muy pocas abadías del sector no reformado sobrevivieron
hasta el s. XII. La pequeña familia de la Trapa salió adelante (1815)
gracias al monje francés Dom Lestrange. Pero una serie de discusiones en
torno a la fidelidad a la Regla provocó la escisión de la Trapa en tres
grupos. No obstante, la administración romana consiguió establecer una
unidad de control, que agrupó juntas las cuatro versiones de la vida c.,
las tres de los reformados (trapenses), y los no reformados, que
permaneció hasta 1891. Pero en 1892 los tres grupos de trapenses se
unieron para formar una Orden enteramente separada de la común
observancia, y en 1902 tomaron el nombre de c. de estricta observancia,
como opuestos a la Sagrada Orden de Citeaux. En la actualidad y según el
Annuario Pontificio (1970), los c. de observancia común cuentan con 80
abadías y 1.618 religiosos, mientras que los c. reformados (vulgo,
trapenses) cuentan con 83 abadías y 3.642 religiosos.
V. t.: CITEAUX; BERNARDO DE CLARAVAL.
BIBL.: Fuentes: L. HOLSTENSIUS-M.
BROCKIE, Codex regularum monasticarum et canonicarum, 6 vol. Augsburgo
1759, reed. Graz 1957-58; Charta Charitatis: PL 166,1377-1384; Exordium
magnum Ordinis Cisterciensis: PL 183,995-1198; Apologia ad Guillelmum: PL
182,895-918.
M. PÉREZ GALLEGOS.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp,
1991
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