Llamada también última Cena, es la que celebró Jesús con sus 12 discípulos
«la noche en que iba a ser entregado» (1 Cor 11,23), cuando «no iba ya a
comer otra hasta que fuese completa en el Reino de Dios» (v.) (Le.
22,15s.). Durante esta C., Jesús instituyó la Eucaristía (v.) y el
Sacerdocio cristiano (V. ORDEN, SACRAMENTO DEL; SACERDOCIO II). Las
principales fuentes para reconstruir la celebración de la C. son el N. T.
(Mt 26,17-30 y paralelos; lo 13-17; 1 Cor 10,16-22; 11,23-29) y la antigua
literatura rabínica tal como se conserva en la Misánah y en el Talmud
(v.), tratado Pesahim.
1. Datos del Nuevo Testamento. S. Pablo (v.) dice que la institución
de la Eucaristía durante la C. tuvo lugar «la noche en que iba a ser
entregado» el Señor (1 Cor 11,23). También todas las narraciones
evangélicas encuadran la C. en el marco de la Pasión (v.), y establecen
además una relación cronológica de proXImidad entre la C. y la celebración
de la Pascua (v.) judía. Por eso, también la C. fue celebrada al
atardecer, no necesariamente de noche. Los participantes fueron Jesús y
sus 12 Apóstoles (v.) solamente; fue una cena de intimidad religiosa y
social, como la cena pascual judía. Se celebró en Jerusalén (v.) adonde
Jesús se traslada desde Betania (v.); era una prescripción ritual que el
cordero pascual debía comerse en Jerusalén. Jesús escoge la casa de
alguien que parece reconocerle como «maestro». Por oposición al katalyma
(apartamento más bien humilde) la C. se celebra en la sala del piso
superior (Le 22,12; Me 14,15; cfr. Act 1,13; v. CENÁCULO DE JERUSALÉN),
aparejada de fiesta según lo eXIgían las prescripciones. Dos discípulos,
Pedro y Juan, enviados desde Betania, prepararon todo lo necesario. En el
transcurso de la C. Jesús lava los pies a sus discípulos (lo 13,3-16),
predice su pasión inminente y declara la traición de judas Iscariote (v.).
Las narraciones de Juan y Lucas polarizan en torno a la C. múltiples
enseñanzas de Jesús. De la C. Jesús partió para Getsemaní, donde fue
arrestado.
2. Cuestión cronológica. Se acepta comúnmente que Jesús celebró su
C. al atardecer del jueves 14 de Nisán, mes del calendario judío que
responde a últimos de marzo y primeros de abril.
Pero aquí hay un problema. Los evangelios sinópticos afirman todos
que Jesús celebró su C. «el primer día de los ázimos» (Mt 26,17),
indicación que parece adaptarse más bien a una realidad usual que a la
precisión del códice litúrgico: ese día era el espacio solar que precedía
al atardecer en que se celebraba la cena pascual. De hecho Me 14,12
explica que «el primer día de los ázimos» es «cuando inmolan el cordero
pascual», cosa que se hacía por la tarde antes de celebrar la Pascua. Se
expresa de manera semejante Le 22,7. Además, los mismos sinópticos llaman
a la C. «pascua» y hablan de «comer la pascua» o cordero pascual, y de la
«fiesta de Pascua»; sugieren que se celebra al mismo tiempo que la cena
pascual judía (Me 14,12; Le 22,7). Me 14,1s. (cfr. Mt 26,2ss.) se refiere
claramente a la fiesta judía de Pascua, cuando trata de encuadrar la C. y
la Pasión. Todo ello parece indicar que Jesús celebró su C. el mismo
atardecer que los judíos celebraban la cena pascual con que se abría la
gran fiesta de Pascua el 15 de Nisán.
Pero Juan (ya en lo 13,1) establece una relación mucho más elástica
entre la C. y la pascua judía. El verdadero conflicto con los datos
sinópticos referidos, se percibe en lo 18,28: de mañana, Jesús aparece
arrestado desde la noche anterior, después de la C., mientras los judíos
van a celebrar todavía su cena al atardecer del día que comienza. El mismo
Juan (19,31.42) da claramente a entender que Jesús no murió en día
festivo, sino la víspera de un gran día festivo que él llama «sábado»
(v.). Hay algunos indicios en los sinópticos que parecen coincidir con
esta perspectiva de Juan.
Varias soluciones se han propuesto: a) que Juan persigue fines
teológicos más que precisión histórica: Jesús es el verdadero cordero
pascual (v. CORDERO DE DIOS I), inmolado cuando los corderos para la
Pascua judía eran inmolados en el templo; b) que la C. no fue la cena
pascual judía, sino una cena'ritual (se cita especialmente el giddúsh,
comida que una haburáh o grupo celebraba la tarde-del viernes para
santificar el sábado; o la comida comunitaria de los esenios y sectarios
de Qumrán, pero desconectada de la contextura cronológica de la fiesta
judía; c) que Jesús, como superior que era a la ley (v. LEY DE MOISÉS),
celebró una cena pascual e instituyó una cena ritual cuando lo creyó
oportuno; d) que Jesús celebró su C. cuando parte de los judíos (los
galileos) celebraban la Pascua, mientras que otra parte la celebraba días
después. Una modificación de esta última postura es la tesis de A. Jaubert,
según la cual los documentos de Qumrán (v.) muestran que en tiempo de
Cristo estaban en uso dos calendarios distintos en Palestina; Cristo
habría seguido el antiguo calendario sacerdotal que hacía caer la Pascua
en un día fijo de la semana, en miércoles; según eso, la C. se habría
celebrado al atardecer del martes de la última semana de Jesús. Ninguna
solución ha obtenido el asentimiento general, y el problema persiste. En
términos generales, la cronología de Juan es más atendible en éste como en
otros puntos, y la C. se celebraría así al atardecer del jueves,
admitiendo que el «sábado solemne» de lo 19,31 indica la fiesta de Pascua
que aquel año caía en sábado, como es lo más probable. La tesis de Jaubert,
sin embargo, no ha de descartarse.
3. Cena pascual. No hay razón para negar que la C. haya sido una
cena pascual. El único motivo para negarlo sería el buscar una solución a
las aparentes inconsistencias cronológicas de los textos. Pero los textos
de por sí producen espontáneamente la impresión de que se trata de la cena
pascual judía. Esto se deduce de las expresiones técnicas (cfr. H. L.
Strack, P. Billerbeck, o. c. en bibl. 1, 987s.) usadas, que hablan
expresamente de «la fiesta de los ázimos» (Le 22,1) o simplemente de «la
Pascua» (Me 14,1; Mt 26,2), y del «día primero de los ázimos cuando se
mataba el cordero pascual» (Me 14,12; Le 22,7; Mt 26,17), día en que Jesús
celebró su C. Se deduce asimismo de que Jesús pretende en su C. «comer la
pascua» (Me 14,12.14; Le 22,8.15), donde la dicción «pascua» no indica tan
sólo el cordero pascual, sino la cena de Pascua, que comprendía más cosas
y más ritos que el cordero; de hecho, Mt 26,18 no habla de comer, sino de
«celebrar» (poiein; cfr. vers. 2 ginesthai) la Pascua, y los tres
sinópticos hablan de «preparar la Pascua» (Me 14,16 y paral.). Otros
muchos detalles en estas narraciones coinciden con cuanto sabemos de cómo
se celebraba la cena pascual judía. Todo indica que la C. fue una cena
pascual como el pueblo judío la entendía. Esto no prueba, sin embargo, que
Jesús celebró su C. el día prescrito por la Ley, ni tampoco que observó
rigurosamente el rito tradicional; pero, sí, que Cristo dio a su C. todo
el contenido religioso de la cena pascual tradicional, sin perjuicio de
que en un cierto momento se apartase del viejo rito e introdujese algo
nuevo, que es el rito eucarístico. La C. es, pues, una cena religiosa (v.
BANQUETE SAGRADO), con sentido teológico y sacramental, que se desarrolla
de acuerdo con un rito establecido según el rigor de una función
litúrgica.
4. Rito de la cena. Las fuentes judías permiten reconstruir con una
certeza razonable, pero no absoluta, el rito pascual como lo habría
celebrado Jesús.
a) Cena tradicional judía. La sala de un convite judío solía ser una
pieza cuadrada de 10 codos (menos de 5 m.) de lado. En ella se encontraba
la mesa del banquete y, a su alrededor, los triclinios o lechos en que se
recostaban los comensales. Los triclinios eran generalmente una agrupación
de tres lechos ligeramente escalonados del primero al tercero; la postura
de los comensales, reclinados sobre el costado izquierdo, era oblicua a la
mesa. En el triclinio de la presidencia el lecho del centro lo ocupaba el
más digno; en nuestro caso, Jesús; detrás de él, y un poco más elevado, el
segundo más digno; y delante, un poco más bajo, el tercero. Esta
disposición explica los detalles de lo 13,23-26 y 21,20, y manifiesta que
Pedro ocupaba el segundo puesto en la C. y Juan el tercero delante de
Jesús. Lo más importante de la cena pascual era el cordero, que podía ser
también un cabrito (hay indicios de pascua sin cordero o sin su inmolación
en el templo). Debía ser matado en el recinto sagrado del templo; este
rito podía ejecutarlo cualquier judío, no era necesario un sacerdote (cfr.
Le 22,8). La matanza de los corderos comenzaba hacia las dos y media de la
tarde, pero se adelantaba una hora cuando las pascuas caían en Sábado (cfr.
lo 19,31.42). El número de comensales debía ser tal que consumiese todo el
cordero, como estaba prescrito (Ex 12,4). La jurisprudencia había
determinado un mínimo de 10 comensales, entre familiares o vecinos. Todos
los comensales debían salir satisfechos de la cena; por eso, además del
cordero, se habían añadido al rito algunos otros elementos característicos
y sacrales: hortalizas amargas (Ex 12,8) que debían recordar la amargura
de la esclavitud en Egipto, y una especie de puré o mermelada de higos,
dátiles, almendras, que debía recordar la paja y masa para la producción
de ladrillos en la esclavitud (Ex 1,14). Otros ingredientes rituales eran
pan (v.) sin levadura, en recuerdo de la masa que con la prisa se llevaron
sin fermentar los israelitas al salir de Egipto (Ex 12,34), y vino (v.
VINO II y III), símbolo de la alegría de la fiesta y de la liberación.
Cada uno de los comensales debía tomar cuatro copas de vino (no consta la
cuarta en tiempos de Jesús) ritualmente servidas en momentos determinados
de la cena. El vino se temperaba con agua. Lo normal era que cada uno
tuviese su propia copa, pero algunos indicios permiten pensar en la
posibilidad de que una misma copa se la pasaseq los comensales de mano en
mano a partir del que presidía (Strack-Billerbeck, o. c., en bibl., lV,58s.;
cfr. Mt 26,27; Me 14,23).
Acomodados en los triclinios los comensales, después de lavarse las
manos, se les servía la primera copa sobre la que recitaba una «bendición»
(v.) el que presidía «dando gracias» a Dios por el vino y, después (Hilel)
o antes (Sammay), por el día de Pascua; los comensales respondían «amén»
(v.), y tomaban esta copa. Se servían luego las hortalizas y lechugas
amargas que se comían con la mano, mojándolas en una solución de vinagre,
y el puré de higos, etc. De estos vegetales debió ser el «bocado mojado»
que Jesús ofreció a judas (lo 13,26s.). A continuación se servía la
segunda copa. Aquí, tras la pregunta de uno de los comensales (un «hijo»:
Ex 12,26s.; 13,8), exponía el presidente de la mesa el contenido teológico
de todo el rito y alimentos. Seguía la recitación de la primera parte del
Hallel, salmos 113-118; la primera parte se extendía hasta Ps 113,9 (Sammay)
o 114,8 (Hilel). Se pasaba agua para que los comensales se lavasen las
manos. Comienza entonces la cena propiamente tal, que aquella noche se
abría con la bendición del pan ázimo. El que preside se incorpora en su
lecho, toma pan, recita sobre él una «bendición», lo parte, lo alarga a
los comensales, y comen todos. Se pasa entonces el cordero, servido en
porciones pero sin haberle roto ningún hueso (cfr. lo 19,36), sobre el que
se pronuncia también una «bendición»; y se consume. Hasta aquí la C. de
Jesús transcurre según el rito tradicional, que habrá tenido su influencia
en la institución del Ágape (v.) antes de la celebración eucarística en la
primitiva Iglesia (cfr. 1 Cor 11,20-34).
b) Innovación de Jesús. Con el cordero terminaba la cena. Se
retiraban de la mesa los restos. Una costumbre que fácilmente puede
remontarse a los tiempos del N. T. era, en los banquetes solemnes judíos,
poner al fin de la comida un pan encima de la mesa para indicar que no se
servían más platos (Strack-Billerbeck, IV,625s.). Se pasa entonces la
llamada «segunda agua», caliente esta vez, para lavar las manos. Se sirve
la tercera copa de vino, a la que se daba especial importancia; era la
llamada «copa de la bendición», expresión precisamente que S. Pablo aplica
a la copa eucarística en 1 Cor 10,16; se llamaba así porque sobre ella se
pronunciaba la «acción de gracias» que concluía la cena. Una vez
preparada, y recitada una breve oración, el que presidía se incorporaba en
su lecho, tomaba con ambas manos la «copa de bendición», la levantaba un
palmo sobre la mesa, y así la sostenía con la mano derecha sola. En esta
actitud pronunciaba la triple «bendición» con que daba a Dios «gracias»
por sus beneficios. Por último se recitaba la segunda parte del Hallél y
(en tiempos posteriores) se servía la cuarta copa. S. Pablo dice
expresamente que la copa que Jesús usa para instituir la Eucaristía es la
de «después de cenar» (1 Cor 11,25), la que 1 Cor 10,16 llama «copa de la
bendición»; también Le 22,20 entiende que la copa eucarística es la de
«después de cenar». Se puede tener, pues, por cierto, que el vino
consagrado por Jesús es el de la tercera copa al final de la cena judía.
Aunque no todas las opiniones convengan, la reproducción más
verosímil de los hechos parece ser como sigue: Jesús observa el rito
tradicional hasta comer el cordero. Luego, apartándose de lo tradicional,
se levanta, lava los pies a los discípulos con la «segunda agua» y se
sienta (lo 13,2-12). Pronuncia los desahogos de Le 22, 15s: tenía ganas de
«comer esta pascua» con sus discípulos, porque ya no comerá otra. Entonces
prepara «la copa de la bendición» (que Le 22,17 llama «una» copa),
pronuncia sobre ella la «bendición» de «acción de gracias», y advierte a
sus discípulos que esta copa es para ellos, pues Él, que normalmente debía
beber el primero, no beberá de ella; porque va a contener su propia
sangre. La deja preparada pero no la consagra. Luego toma pan,
posiblemente el pan que señalaba el fin de la comida, pronuncia sobre él
una (tradicional o nueva) «bendición» de «acción de gracias», lo consagra,
lo parte y lo extiende a sus discípulos. Él no come tampoco de este pan.
Entonces es cuando consagra «la» copa antes preparada y la da a beber (Le
22,17-20; se ha de retener la autenticidad del texto más largo). Terminado
el rito eucarístico, Jesús y los suyos cantan la segunda parte del Hallél
(Mt 26,30; Me 14,26), y salen para Getsemaní, al otro lado del Cedrón
(v.).
Para un estudio más detallado de lo referente a la institución de la
Eucaristía, v. EUCARISTÍA I.
5. Lavatorio de los pies. La «segunda agua» solían pasarla los
sirvientes; el agua se echaba con una jarra y se recogía en un recipiente
(o caía sobre serrín). Si los comensales no eran más de cinco, se
comenzaba por el más digno. Si eran más (como en las agrupaciones de la
cena pascual), se comenzaba por el inferior y se proseguía hacia los más
dignos; cuando quedaban los cinco más dignos, entonces se iba al más digno
de éstos hasta terminar. Según lo 13,2-12, en el transcurso de la C. (otra
lección, con buenos testimonios, precisa que al fin de ella, genomenou),
Jesús se levantó, se ciñó un delantal, echó agua en una jofaina y comenzó
a lavar los pies a sus discípulos. Todo parece como que Jesús también aquí
transforma el rito y el contenido de la «segunda agua». El gesto de Jesús
concuerda con los usos judíos. Incluso la formulación «comenzó a lavar los
pies... llegó, pues, a Pedro» (vers. 5) parece sugerir que Jesús no
comenzó por Pedro. Este podría ser el más digno de los cinco últimos, que
ya sabía lo que el Señor venía haciendo, de ahí la protesta de Pedro (vers.
7). De todos modos, a este gesto da Jesús un valor simbólico, como a
tantas otras acciones de la C. El lavar los pies a otro era oficio de un
esclavo (no judío). Todo este episodio es una ejemplarización de la
doctrina paulina del Cristo Jesús «que, cuando estaba en la modalidad de
Dios, no hizo caudal del estar a un nivel con Dios; antes bien,
desposeyóse a sí mismo tomando la modalidad de esclavo» (Philp 2,6s.; cfr.
lo 13,3s.13s.). Con esta significación del Lavatorio no es fácil
compaginar otra (la de purificación para entrar en comunión con Cristo:
alusión muy probable al Bautismo cristiano, cfr. louein) en vers. 8-11. Se
observará que en esos versículos el texto es muy oscilante, y que la
natural continuación del vers. II parece ser el vers. 18. ¿Un caso de
textos entretejidos?
6. Los discursos de la Cena. La narración de la C. es completada en
Le 22,24-38 con varias enseñanzas de Jesús, en parte propias de Lucas y en
parte comunes a Mateo y Marcos en distintos lugares. Una es la lección de
humildad de Jesús cuando actúa como «servidor» (Le 22,24-27; Mi 20,25-28;
Me 10,42-45; cfr. Mt 18,1ss.; Me 10,45). Le 22,28-30 recoge la promesa de
Jesús a los suyos de ser un día jueces de «las 12 tribus», por haberle
seguido a Él, promesa contenida en Mt 19,27-28. Propio de Lucas es el
logion que Jesús dirige a Pedro, en relación con la firmeza que éste se
prometía en su lealtad al Maestro (Le 22,23): Jesús previene que la
humillante Pasión dará al demonio una oportunidad para sacudir fuertemente
la fe de los discípulos; gracias a la oración de Jesús, que no a la
firmeza de Pedro, la fe de éste no se eclipsará, y será él quien dará
solidez a sus hermanos de religión. Alusión clara al oficio de «cimiento»
o base que Pedro tiene respecto a la comunidad cristiana naciente, y que
se ha de comparar con Mi 16,18s. (v. PRIMADO DE SAN PEDRO). El otro logion
propio de Lucas (22,35-38) subraya que los tiempos que se avecinan son
difíciles para los discípulos; les va a faltar el conforte humano del
Maestro; estará en juego la misma vida (vender aun lo necesario para
comprar «espadas» para propia defensa; pero la expresión es un clisé a
manera de refrán). Esta advertencia, como también la dirigida a Pedro (vers.
31s.), mira más allá de los días de la Pasión y preludia brevemente la
historia de la Iglesia en medio de persecuciones y dificultades en el
mundo durante la ausencia de Jesús. Es un punto subrayado en las
narraciones de la C. en Lucas y Juan.
Los discursos de la C. en Juan son mucho más amplios (cap. 14-17 con
un preludio en cap. 13). Se les suele llamar los discursos de adiós o
despedida; al cap. 17 en particular se le llama la oración sacerdotal.
Desde el punto de vista literario estos discursos presentan algunas
dificultades. No obstante, un dato cierto es la unidad de todo el texto
que fluye de una misma pluma y ésta es la que escribió el resto del
evangelio. Un problema común a los cap. 14-16 es el carácter fragmentario
que se descubre en la composición a base de pequeñas unidades que tratan
temas diversos; esto se aplica especialmente a los logia que tratan del
«Paráclito» (14,16-17.26; 15,26; 16,7-11[.13-15]), que algunos quieren
considerar interpolaciones en un texto preexistente. No se han de exagerar
las dificultades. Sí parece posible que, siguiendo un procedimiento
antológico que aparece en otros lugares de los Evangelios, Juan pueda
haber traído aquí palabras dichas por Jesús en otros momentos pero que
eran paralelas o completaban cosas dichas en la C. De otra parte la
densidad sentimental y la emoción del discurso salta a la vista, más que
en ninguna otra página del evangelio. De ahí que la trabazón y orden entre
los pensamientos son más psicológicos que lógicos. Y todo parece sugerir
que esta emoción humana se extiende igualmente a todas las secciones de
esta unidad evangélica, detalle importante que la sitúa en un mismo
momento vivencial. Otro detalle significativo es que durante toda la
narración parece persistir una misma situación cronológica que va
corriendo hacia su fin: en lo 13,33 Jesús «todavía» va a estar un rato con
los suyos; pero en 14,30 «ya no» va a entretenerse con ellos mucho (Judas
se acerca); en 16,5 la ida al Padre es ya tan presente («ahora») que la
convivencia con los suyos puede considerarse pasada («estaba»); y en 16,32
«es inminente»; es más, «ha llegado» el momento en que los discípulos
abandonan a Jesús. Por lo demás, las promesas de Pedro y la predicción de
sus negaciones en lo 13,36-38, que marcan en la tradición sinóptica el fin
de la C. y salida del Cenáculo, lo marcan también en Juan: si Jesús en
vers. 33 dice que «se va», esto no es un simple anuncio, es el comentario
de una acción en curso, a la que responde en el vers. 36 la pregunta de
Pedro «¿adónde vas?»; Jesús se pone en movimiento y sale para Getsemaní.
La situación de lo 14,30s. responde más bien a la descrita en Mt 26,45b.46
y paralelos: Jesús está en Getsemaní. lo 18,1 marca el principio absoluto
de una nueva sección.
Desde el punto de vista de su contenido los discursos de la C. que
nos conserva Juan constituyen una amplia exposición eclesiológica,
paralela en este sentido a Mt 10, donde se recogen las amplias
instrucciones dadas por Jesús a sus discípulos después de la elección de
los Doce y con ocasión de su primer envío. Los temas prominentes de los
cap. 13-17 de Juan son:
a) El tema de la misión apostólica, que se preludia ya en 13,15 con
la referencia a la relación de delegado («apóstol») y delegante en un
logion análogo a Mt 10,24 (Lc 6,40); y se continúa en lo 13,20 con la
afirmación de que «recibir» al delegado equivale a «recibir» a Cristo y al
delegante último, al Padre, y también esto tiene su correspondencia en el
logion sinóptico de MI: 10,40. El tema vuelve a emerger en la necesidad de
que los discípulos produzcan fruto «duradero» (15,16) que colorea toda la
comparación de la vid y los sarmientos en 15,1ss.; para eso han sido
elegidos (15,16; 13,18) y para eso Jesús les comunicó todos los secretos
del Padre. Importancia excepcional tiene el tema de la misión en 17,18-23.
b) El tema de la persecución que se entrelaza con el precedente. Se
insinúa ya en el futuro «seguimiento» de Cristo por Pedro (13,36; cfr.
21,18s.) por «el camino» que es Cristo (14,4s.). Aquí se hace referencia a
la «paz» de Cristo (v. PAZ III), que no es la del mundo (14,27.29; cfr. Mt
10,21s.34; Le 12,51), y el miedo y turbación del corazón. Pertenece a este
tema también la muerte por los hermanos (15,12; 1 lo 3,16), el odio que
viene del mundo por el nombre de Cristo, y la fortuna común al Maestro y a
los discípulos en el acecho de sus doctrinas (15,18-21), donde Juan vuelve
a tener un paralelo en Mt 10,24. Más claro todavía emerge el mismo tema en
16,1s., que habla de excomunión de la sinagoga y de martirio; y en
16,20-22 que se ocupa del llanto, luto y tristeza de los discípulos
mientras que el mundo se goza es de señalar en esta sección la comparación
de la Iglesia con una mujer en apuros de parto, contacto innegable con la
Iglesia perseguida de Apc 12. A la persecución aluden las dificultades de
los discípulos en el mundo, y ante todo la «inmolación», como Cristo, en
la verdad (17,11-18).
c) El tema de la permanencia de los fieles «en» Cristo, la «cepa»
divina (15,1ss.). Este es el tema que amalgama todas las ideas de estos
discursos. La necesidad de la permanencia de los fieles en Cristo es algo
que alude a la posibilidad y realidad de persecuciones y sobre todo al
riesgo de desviaciones y herejías, que lo experimentó la misma comunidad
primitiva, en la que (según se sabe por las epístolas paulinas de la
cautividad, pastorales, y la 2 lo y Apc 2-3) comenzaban a surgir
divisiones y falsas doctrinas. Permanecer en Cristo es permanecer en sus
palabras (15,7), retener sus preceptos y palabras (14,21-23) pues en esto
consiste el amarlo. A la vez, y frente a toda escisión, el ministerio
pastoral producirá fruto «duradero», porque proviene de la savia de la
«cepa» que la transmite hasta el «fruto», a través de los «sarmientos»
unidos a la «cepa», a Cristo. A todo ello se une el mandamiento nuevo del
amor mutuo entre los cristianos (13,34s.; 15,13; v. CARIDAD), como también
la presencia de Cristo en la Iglesia (v.) a través de su historia; a esta
presencia se refieren las «apariciones» de Cristo aludidas en 14,18ss. y
16,16s.: es la percepción que de Cristo tienen los fieles («no el mundo»),
de la presencia de Cristo durante su ausencia somática.
En este marco general se sitúan los pasos que tratan del Paráclito,
título dado al Espíritu Santo (v.) por Juan (cap. 14-16) y que aparece
sólo ahí en toda la Escritura. Nos inclinaríamos a pensar que este título
se asocia con tema de persecución y que, según el uso anterior a Juan en
toda la literatura griega, la dicción parakletos conserva su valor normal
de «abogado» en sentido lato. Tal título conviene al Espíritu ante todo
por su asistencia a los discípulos en los tribunales en momentos de
persecución. Es la idea presente en otros muchos textos (p. ej., en Mt
10,19 paral.; y Act 4,8ss.; 5,32; 6,10; etc.), aunque falte la expresión
específica. Por otra parte, la realidad del Espíritu que conduce a la
plenitud de la verdad (lo 16,13 ss.) se ha de referir más bien a la
interpretación de las realidades (ta erjomena) en que se desenvuelve la
historia de la Iglesia, con referencia quizá especial a lo que narra en el
Apocalipsis (cfr. 1,1.19; 4,1; 22,6.16).
V. t.: EUCARISTÍA 1; PASCUA 1; ANÁFORA; ANAMNESIS.
BIBL.: G. BEER, Pesachim (Die
Mischnah), Berlín 1912 (especialmente cap. V, p. 141-149, y X, p.
187-201); H. L. STRACK-P. BILLERBECK, Kommentar zum Neuen Testament aus
Talmud und Midrasch, IV, Munich 1928 (1961), 41-76, 611-639; W. BARCLAY,
The Lord's Supper, Londres 1967; 1. JEREMíAs, Die Abendmahlsworte Jesu, 4
ed. Gotinga-Zurich 1957; S. MCCORMICK, The Lord's Supper, A Biblical
Interpretation, Filadelfia 1966; G. M. BEHLER, Les Paroles d'adieux du
Seigneur, París 1960; H. SCHUERMANN, Der Paschamahlbericht, Lk 22 (7-14)
15-18, (Neutestamentliche Abhamdlungen, XII, 5) Münster 1953; íD, Der
Einsetzungsbericht, Lc 22, 19-20, (ib. XX 4) Münster 1955; ID, Jesu
Abschiedsrede Lk 22, 21-28 (ib. XX 5) Münster 1957; ID, Der
Abendmahlsbericht Lukas 22, 7-38, Leipzig 1960' J. VAN GOUDOEVER, Fétes et
Calendriers bibliques, París 1967 (trad. de la 3 ed. inglesa); A. JAUBERT,
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1957; J. M. BoVER, Comentario al sermón de la Cena, Madrid 1952; M.
PEINADOR, Idea central del discurso de Jesús después de la Cena, «Estudios
bíblicos» 12 (1953) 5-28; J. CORTÉS QUIRANT, La nueva fecha de la última
Cena, ib. 17 (1958) 47-81; M. MEINERTZ, Teología del Nuevo Testamento, 1
ed. Madrid 1966, 131-144, 587-590.
M. MIGUENs ANGUEIRA.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp,
1991
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