CELESTINO V, SAN
Romano pontífice; n. en Isernia
(1215); fue elegido Papa en Perusa el 5 jul. 1294. Consciente de sus
escasísimas dotes de gobierno e ignorancia de las cosas del mundo,
renunció a su dignidad en diciembre de aquel mismo año, rasgo éste que
caracteriza el mérito sobrenatural de su vida terrena. La razón de su
renuncia era tan legítima, que Clemente V (v.), en la bula de
canonización, no deja de reconocer que el nuevo santo era ad regimen
universalis Ecclesiae inexpertus.
Sus padres, Angelerio y María, piadosos y limosneros, tuvieron 12
hijos, de los cuales Pedro fue el undécimo. Inclinado a la soledad y
oración, muy joven aún, se retiró del mundo; marchó primero a
Castelsangro, refugiándose más tarde en Monte Morrone, Próximo a Sulmona
(de ahí que se le reconociera por Pedro de Morrone) en cuyos lugares
permaneció durante cinco años, y donde en 1250 surgió una Orden, llamada
después, en atención a su fundador, ya papa, Orden de los monjes
celestinos, considerada como una derivación de la Orden de S. Benito (v.
BENEDICTINOS). Recibido el sacerdocio en Roma, pronto se vio asediado de
gentes que deseaban hacerse discípulos suyos, por lo que de Morrone
partió para Monte Maiella. La nueva Congr. religiosa, de reglas muy
estrictas, tenía como principal objetivo hacer una restauración del
monaquismo benedictino. Sus normas fueron aprobadas por diversos
pontífices, pero singularmente por Urbano IV (v.) en 1264, y por
Gregorio X años más tarde, cuando ya la Orden sumaba 16 cenobios.
Extendida por Italia y Francia, llegó a contar con importantes
monasterios, centros de sólida espiritualidad, como el de la Anunciación
de París y el del Espíritu Santo, sede principal de la Orden en la
región de Maiella. Pedro de Morrone, hombre dedicado principalmente a
las prácticas ascéticas, dejó pronto en manos de un vicario el cuidado
de la Orden en el momento en que ésta fue haciéndose algo numerosa. En
este sentido, tratándose de un sujeto tan alejado del mundo, las
circunstancias de su elección al supremo pontificado pueden calificarse
de excepcionales en la historia.
Las intrigas constantes de las dos poderosas familias romanas,
Orsini y Colonna, dificultaron la reunión del conclave en Perusa, que
siguió a la muerte de Nicolás IV, ocurrida en 1292. A partir de esta
fecha transcurrieron dos años largos hasta la elección del Papa, que
principalmente se debió, además de a la astucia de Carlos II de Nápoles,
al esfuerzo e influencia del card. decano del Sacro Colegio, que supo
aprovechar su prestigio indudable y presentar unas cartas del piadoso
ermitaño, las cuales llamaron la atención del Colegio cardenalicio,
provocando así su elección. Ésta fue comunicada al anacoreta por el card.
Pedro Colonna, un arzobispo, dos obispos y dos notarios, mandatarios de
los electores de Perusa, los cuales, postrados en tierra, le ofrecieron
la tiara. El monje, en su profunda humildad y simpleza, intentó huir,
pero a instancia de todos y especialmente de sus ermitaños, aceptó la
elección. Los cardenales le habían invitado a pasar a Perusa, pero el
pontífice, cediendo a los consejos de Carlos II de Nápoles, hizo su
entrada solemne en Aquila, donde recibió la consagración episcopal y la
corona pontificia (20 ag. 1294). La Orden de los ermitaños del Monte
Morrone recibió con este acontecimiento una especie de primacía sobre los mismos
benedictinos.
El rey de Nápoles, de la dinastía francesa de Anjou, ejerció sobre
el nuevo Papa una influencia considerable, tanta que, abusando de la
simplicidad del Pontífice, hizo de él un instrumento de sus caprichos
políticos, reteniéndole en su mismo palacio, donde el Papa instaló su
sede. Por influencia del rey, que, temeroso por la decrepitud del Papa,
deseaba asegurar para sí y para sus planes el futuro cónclave, llegó el
Pontífice a crear de una vez 12 cardenales, entre ellos seis franceses y
cinco italianos, y promovió al arzobispado de Lyon al hijo del mismo
rey, joven de 21 años; medidas éstas derivadas de su buena fe e
inexperiencia, que aunque pudieron resultar de algún peligro para la
Iglesia, dieron ocasión al ejercicio de su humildad heroica renunciando
al pontificado. Pese a los consejos contrarios, el Papa, consultando el
asunto con doctos canonistas, entre ellos el que más tarde le sucedió
Benedetto Caetani (V. BONIFACIO VIII), pidió pareceres sobre si cabía la
posibilidad jurídica de la abdicación papal. Las respuestas de los
doctos fueron generalmente afirmativas, y el Papa ya no se detuvo ante
las insinuaciones contrarias del rey napolitano y de sus propios monjes;
el 13 de diciembre leyó a los cardenales una bula en la que se declaraba
que el Papa podía renunciar a su cargo, cosa que hizo a continuación. Su
sucesor, Bonifacio VIII, para evitar que los exaltados se empeñasen en
negar el valor de la renuncia, y con ello la posibilidad de un cisma, le
recluyó en el castillo de Monte Fumone, retiro en el que, lejos de lo
que la leyenda ha querido suponer contra el proceder de Bonifacio VIII y
la legitimidad de su elevación al trono pontificio, el Papa renunciante
pudo, sin temor a ninguna perturbación exterior, dedicarse a sus
acostumbradas prácticas ascéticas. Allí m. el 19 mayo 1296. Fue
canonizado por Clemente V el 5 mayo 1313. Su fiesta se celebra el 19 de
mayo.
V. SEBASTIÁN IRANZO.
BIBL.: A. POTTHAST, Regesta Pontilicum Romanorum, II, 1957, 1915; Acta Sanct., mayo IV, 418, 437, 486, 500; «Analecta Bollandiana» IX (1890) 147; G (1891 385; XVI (1897) 393; L. MARINO, Vita e miracoli di San Pietro del Morrone, Milán 1630; ANTINORI, Celestino V ed il VI centenario della sua incoronazione, L'Aquila 1894; G. CELIDONIO, Vita di San Pietro del Morrone, Sulmona 1896; ID, La non autenticitá degli Opuscula Coelestina, Sulmona 1896; F. X. SEPPELT, Monumenta Coelestiniana, Paderborn 1921; F. B.AETHGEN, Der Engelpapas, Leipzig 1943; A. FRUGONI, Celestiniana, studi storici, 6-7, Roma 1954.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991