Biografía. La creadora de la moderna poesía gallega n. en Santiago de
Compostela el 24 feb. 1837, y es bautizada, inmediatamente, con los
nombres de María Rosalía Rita. Pasa primero al cuidado de su madrina,
María Francisca Martínez, hasta el momento de volver al lado de su madre,
Teresa de Castro (ocho o nueve años más tarde), en el caserío de La
Matanza (Padrón), lugar en el que buscaría refugio a lo largo de su vida.
Su salud precaria agudizaba la melancolía de carácter y sufrió varias
crisis durante la juventud, tal vez alguna de ellas provocada al conocer
su origen. Era de trato agradable y dulce, de extrema sensibilidad, aunque
de temperamento fuerte. Estudia dibujo, música e idiomas, y a los 21 años
se casa con el que más tarde sería célebre historiador, Manuel Murguía
(1833-1923), y que era ya por entonces afamado periodista. La vida de
Rosalía gira en torno a dos ejes: la familia y el dolor; y con ellos
muere, en la misma finca de Padrón, de cáncer, el 15 jul. 1885.
Su lirismo. En sus versos se acusa un halo de tristeza, saudade y
amor a la patria chica. Es un lirismo puro que, como dice Azorín, da
impresión «de suavidad, de dulzura, de sentimentalidad íntima y efusiva»,
que sabe plasmar en el verso su turbulento mundo interior, con
autenticidad y acierto. Escribe la mayor parte de su obra en gallego,
sabiendo domeñar el lenguaje del pueblo para expresar sus sentimientos en
formas nuevas. En aquel despertar de las fuerzas intelectuales de la
región escribe Rosalía los Cantares gallegos (1863). No ha favorecido a la
fama póstuma de Rosalía, como bien dice Varela (Poesía y restauración
cultural de Galicia en el siglo XII, Madrid 1958) el titularla «cantora de
su país»; aunque en esta obra el paisaje, la vida rural y el alma gallega,
teñidos de melancolía, forman el gran núcleo que intenta su reivindicación
humana y regional.
Distinguimos claramente en Rosalía tres tipos de tristeza: la
universal, difusa y obsesionante; la regional, motivada por las desgracias
personales de las gentes gallegas; y la personal, nacida de su origen,
carácter y circunstancias. En Cantares gallegos predomina la segunda, por
lo que se ha llamado a la autora «poeta social». En ellos trata de
reproducir y rehabilitar el espíritu del pueblo, en glosas de cantares
populares (que tienen su precedente español en Trueba, Selgas, Ferrán,
etc.) con los ingredientes de optimismo, armonía e inocencia natural, que
ya señaló 1. L. Varela.
Su obra literaria. Se había convertido en tópico hablar de la
influencia de Heine (v.) en Rosalía y Bécquer, pero ya ha quedado
demostrado que, en realidad, se trata de un parentesco espiritual, más que
de influencia. Escribe Rosalía, en 1880, Follas novas, con una mayor
densidad y profundidad lírica. Aquí se demuestra, dice Carballo Calero
(Historia da literatura galega contemporanea, Vigo 1963) que Rosalía
acepta la saudade como forma sustancial de la existencia humana y que su
propia intimidad no está justificada por una fe viva, al tiempo que
muestra una visión del mundo plenamente negativa y pesimista. Al lado de
este libro, el de Cantares gallegos parece una explosión de optimismo. Los
poemas de Follas novas, según palabras de la propia autora, fueron
escritos 16 años antes de su publicación, en épocas de dolencia y
desengaños, lo que explica su tono pesimista tan marcado. Es un libro de
vida interior, de tristeza, de dolor que nace del misterio y limitación
humana, dice García Martí. En este libro, Galicia aparece como un telón de
fondo, y no protagonista, de la mezcla de ternura y de dolor, de misterio
y de verdad, con que canta, como dice Castelar, esos abismos insondables
donde concluye el frenesí de nuestra vida, toda llena de sombra; de esa
«sombra que asombra», que la lleva a la indiferencia y escepticismo, a
veces, y siempre a un sentimiento angustioso de lo infinito. Desde
Vaguedás a Padrón, Padrón... y desde Silencio hasta A desgracia se vuelca
el dolor de Rosalía como difuminado en la añoranza, con frecuentes
referencias a su pasado, y fundiendo la realidad con el sueño, al igual
que Bécquer (v.) y más tarde A. Machado (v.), con ese «perfume agreste que
nos trae consigo algo de aquella poesía que nace en las vastas soledades,
en las campiñas de nuestra tierra y en las playas, siempre hermosas, de
nuestros mares...», como dice ella misma.
En 1884 se publica En las orillas del Sar, en castellano, con un
pesimismo más acusado y dolorido aún, y obsesionado por la muerte. Es un
libro de recuerdos, del dolor que produce el paso del tiempo en las cosas.
En él todo es desolación, desengaño, meditación y ansia de muerte. Y todo
ello nace de un dolor vital que parte de un escepticismo exacerbado. La
heterogeneidad de temas y el desorden de la composición total se compensa
con la sencillez y se justifica con el carácter del libro. En algunos
poemas hace gala de un realismo (v.) descriptivo y de un fuerte
popularismo. Hay imprecisión en la forma del verso, pero la ausencia de
rigidez le presta espontaneidad en ritmos nuevos, con acentos inusitados.
Aparece aquí el verso de 18 sílabas, con dos hemistiquios iguales, el de
16 con semejante fragmentación y , el alejandrino asonantado, al que dota
de una extraordinaria musicalidad. Rosalía, un espíritu apasionado, con un
misticismo escéptico, fluctuando entre la tristeza, la resignación y la
desesperación, deja ver en esta obra una inquietud por algo vago y
presentido: es la angustia por lo infinito.
Completa la obra en verso de Rosalía una composición juvenil muy
suave, La Flor (1857) y A mi madre (1863), junto a su obra en prosa, menos
estudiada e inferior. La hija del mar (1859) se desarrolla en Mugía, al N
de Galicia, en un ambiente extraño de piratas y borrascas, y está escrita
con un estilo descuidado. La novela Flavio (1863) tiene el mismo tono
fantástico e ingenuamente romántico. El Cadiceño (1866) y Ruinas (1864)
mezclan la fantasía y una intención semifilosófica. Lo mejor de su prosa
es El caballero de las botas azules (1867), un cuento extraño que mantiene
al lector en tensión dentro de un clima de humor burlesco. En El primer
loco (1881) juega con los dos planos, realista e idealista, y la
naturaleza toma vida como personaje interlocutor. En conjunto, el estilo
de Rosalía se caracteriza por su sencillez de expresión, y por su
delicadeza, alternando con acentos fuertemente dramáticos y tonos
sombríos. El paisaje se describe dinámicamente (amaba, sobre todo, el
mar). Usa con tacto el diminutivo, tan eufónico en gallego, domina la
aliteración y obtiene de ella una gran riqueza sensorial. Pocas veces se
evade de lo puramente lírico, y nunca se libera de esa sombra congénita y
omnipresente que la abruma. Como dijo Curros Enríquez (v.), «Rosalía es
Galicia que pasa rumiando su tristeza de siglos, llevando una estrella en
la frente y un cantar en la boca».
BiBL.: R. DE CASTRO, Obras completas, Madrid 1960 (prólogo de V.
GARCIA MARTÍ); 1. L. VARELA, Poesía y restauración cultural de Galicia en
el siglo XII, Madrid 1958; F. BouzA BREY, El tema rosaliano de «negra
sombra» en la poesía compostelana del siglo XII, «Cuadernos de Estudios
Gallegos», VIII, 1953; R. CARBALLO CALERO, Historia da literatura galega
contemporanea, Vigo 1963, 141-230; B. VARELA JACOME, Rosalía de Castro
novelista, «Cuadernos de Estudios Gallegos», XIV (1959) 57-86; M. P.
TIRRELL, La mística de la saudade. Estudio de la poesía de Rosalía de
Castro, Madrid 1951.
**AU
C. HERNÁNDEZ ALONSO.
**HIS
CASTROS Y CITANIAS
Se denominan castres a los poblados fortificados de la mitad
noroeste de la península Ibérica. El término y el concepto son latinos. Se
ha establecido una diferencia entre la palabra castro y citania. La
citania, en principio, es un nombre genérico que significa ciudad
amurallada con restos de viviendas permanentes (Briteiros, en Portugal),
mientras que castro indica una simple posición fortificada sin restos de
habitaciones, donde los habitantes de los vici próXImos se refugiarían en
caso de invasión o de guerra (Troña). Naturalmente, esta diferencia sutil
resulta difícil de establecer sin excavaciones. La toponimia de estos
yacimientos es variada: castros, crastos, castelos, castrelos, cristelos,
muradal, cerca, coroa, cividade, casarelhos, etcétera. La labor realizada
en el estudio de los castros no es proporcional a los escasos resultados
obtenidos. El nombre del portugués Martins Sarmento y la sociedad así
llamada, están ligados a la investigación de esta cultura del noroeste
peninsular. En Galicia las excavaciones han sido continuas y el material
obtenido abundante, habiendo adolecido de falta de método.
Los castros del noroeste se levantan en lugares elevados,
defendibles, en confluencias de ríos por razones de aislamiento y de
estrategia militar, diferenciándose de los restantes de la Península por
sus particularidades constructivas, por sus defensas y sobre todo por la
estructura de las viviendas de planta con tendencia circular, ovalada,
irregular, con paramentos curvos y con impericia para resolver los
ángulos. Las plantas cuadradas existen en menor proporción llegando hasta
Asturias. Su número es inmenso por la gran fragmentación de tribus
prerromanas, como consecuencia de la geografía y del carácter interno de
las comunidades del noroeste. La cronología de los diferentes castros no
es sincrónica, habiendo perdurado muchos de ellos en época romana. Su
origen es desconocido, aunque sin duda muchos arrancan de finales de la
Edad del Bronce e incluso de la época megalítica, habiendo sufrido
posteriormente los efectos de los movimientos indoeuropeos. Esta densidad
de población se explica por la humedad atlántica y por la riqueza de
minerales, principalmente estaño y oro. El área de los castros del
noroeste propiamente dicha se extiende del Duero al Navia y en Portugal
por la zona norte hasta el Tajo. Los castros constituyen un hábitat
fuertemente concentrado. Las viviendas de su interior, adaptándose a la
topografía, aparecen muy agrupadas o diseminadas, aprovechando los
rellanos para plazuelas y sin que eXIsta ningún plan urbanístico.
Exteriormente están rodeados de murallas desproporcionadas con el número
de viviendas y habitantes y formando uno, dos (Coaña), tres (Sanfins) o
más recintos. Son frecuentes los castros con un solo recinto y con foso
protector o sin él. Las murallas se construyen con paramentos de piedras
irregulares con relleno interior. Su anchura varía desde 1,50 m. hasta
cinco, y su altura alcanza más de cuatro metros (Pendía). Los fosos son en
talud y cortan el istmo natural de una línea montañosa (Troña). En
ocasiones la muralla dispone de bastiones en la entrada (Coaña). Las
puertas se defienden con contramuros y dan acceso a vías de rampas (Coaña)
o escaleras (Santa Tecla).
Viviendas. Aparte de las construcciones típicas de piedra, existen
otras mal excavadas con materiales deleznables de barro y madera que
corresponden a las primeras fases de esta cultura (Cameixa). La techumbre
se cubre con paja, retamas y césped. En el castro de Cameixa, López
Cuevillas pudo determinar un estrato superior con habitaciones de piedra y
cuatro inferiores, bien definidos, con construcciones de barro y ramajes.
El origen de las casas circulares en el noroeste se ha querido buscar en
la tradición mediterránea del fenómeno dolménico, mientras que las casas
de barro y madera parecen de tradición atlántica. Desde el siglo pasado
las casas de piedra son las mejor conocidas, con materiales graníticos o
pizarrosos unidos en seco o con barro y siempre con pequeñas cuñas. Los
aparejos de la construcción son de lajas de pizarra, de piedras
irregulares, poligonales, con hiladas en espiral, con piedras hincadas
verticales. Las plantas pueden ser circulares sencillas, redondeadas con
vestíbulos redondeados o rectangulares, alargadas, angulares con vestíbulo
y mixtas. Sus dimensiones son variadas, oscilando entre los 2,50 y los 11
m. Entre las circulares predominan los ejes de 3 por 5 m. Resulta
problemático el sistema de cubierta, aunque se sabe que además de los
materiales antes mencionados se utilizaban también las tégulas romanas.
García y Bellido en su reconstrucción gráfica del castro de Coaña
representa las techumbres cónicas y de paja protegidas por placas de
pizarra y con un poste central. Este poste central se conjuga mal con la
presencia de hogares centrales (Pendia). La falsa bóveda está demostrada
en Coaña, Pendia y otros castros con paredes fuertemente inclinadas hacia
el interior (Sabroso), técnica que recuerda a los tholoi de la Edad del
Bronce. Las puertas son adinteladas, a veces monolíticas y adornadas con
figuras geométricas, sin trabazón con el resto del paramento. Las ventanas
se conocen exclusivamente por los dinteles calados. Es probable que
algunas puertas colocadas en alto tuvieran acceso por medio de una escala
de madera. El piso es el natural y en ocasiones de enlosado. En el
interior, y pegados a las paredes, se extienden bancos de piedra que
responden a las descripciones de Estrabón.
Monumentos funerarios. Cronología. Se han considerado funerarios
ciertos monumentos de los castros, hallados en Briteiros, Sabroso, Coaña y
Pendia, semisubterráneos y que constan generalmente de tres cámaras que
dan a un espacio casi circular a manera de horno. La primera cámara es
rectangular con paredes de losas verticales. La segunda, también
rectangular, presenta en Briteiros la famosa estela decorada oicoforme,
llamada Pedra Formosa, que da acceso a otra cámara con techo a doble
vertiente y a la parte final de falsa cúpula.
Resulta difícil, a pesar de que se hayan excavado muchos castros,
establecer una secuencia cronológica de la cultura castreña. Las cerámicas
de época romana de los castros todavía no han sido estudiadas.
Probablemente los primeros castros aparecerían en el noroeste peninsular,
paralelos al fenómeno dolménico, pero la continuidad de habitación hace
que solamente se conozcan, a través de excavaciones poco metódicas, sus
momentos finales. El mejor documento para estudiar esta secuencia
cronológico-cultural es el castro de Cameixa, con los cinco niveles antes
citados.
La cultura de los castros es la más característica y espectacular
del noroeste peninsular, pero a través de los datos obtenidos
arqueológicamente sólo puede demostrarse su existencia en un periodo que
va desde el S. IV a. C. hasta ya entrado el Imperio. Sin duda, esta
cultura se basa en un sustrato arcaizante del Bronce I hispano fuertemente
influido por corrientes del Bronce atlántico. Las fuentes escritas son
tardías y escasas. Los hallazgos más importantes de bronces corresponden a
depósitos aislados aparecidos frecuentemente en circunstancias dudosas. La
celtización prestó carácter a esta cultura y la romanización escasa,
apenas influyó en su desenvolvimiento. Su extensión está limitada hacia el
E por los ríos Navia y Eo, donde todavía las casas son circulares,
imponiéndose las rectangulares hacia el E (Caravia).
Los ritos funerarios son problemáticos. Aparte del viejo megalitismo,
parece que se impone posteriormente, en el Bronce Final, la incineración
en cámaras o en fosas. Los túmulos de enterramiento (Mamóas), a pesar de
ser muchos los excavados, han aportado pocos datos concretos. Quizá ante
la falta de hallazgos de necrópolis haya necesidad de aceptar la idea del
rito de exposición de los cadáveres a las aves, como indican las fuentes
clásicas.
BIBL.: J. MALUQUER, Pueblos
celtas, en Historia de España, ed. R. MENÉNDEZ PIDAL, I, vol III, Madrid
1963; F. LóPEZ CUEVILLAs, La Edad del Hierro en el N. W., Madrid 1954; ID,
Etnología de la cultura castreña, «Zephyrus», III, Salamanca 1952; ID,
Notas arqueológicas del castro de Cameixa, «Rev. de Guimaráes» LVIII
(1948); A. JORGE DíAz, Las construcciones circulares del N. W. de la
Península Ibérica y las citanias, «Cuaderno de Estudios Gallegos» (1946).
M. PELLICER CATALÁN.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp,
1991
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