Carmelitas
 

I. HISTORIA. 1. Origen. El origen de los c. entró en la Historia rodeado de neblina legendaria. Su vinculación al profeta Elías y su familiaridad después con los personajes bíblicos, incluida la Virgen María y S. Juan Bautista, si bien contribuyó a formar su espiritualidad originalísima, históricamente deslumbró a la crítica por largos años, enzarzándola en polémicas furiosas hasta fechas aún recientes. Deslindadas las adherencias espúreas, la Historia sorprende por primera vez a los c. en tiempo de las Cruzadas, ocupando las laderas del monte Carmelo en memoria de los profetas Elías y Eliseo. Hallamos, por otra parte, reminiscencias que relacionan estos profetas con ciertos lugares bíblicos en los primeros siglos del cristianismo. Hacia el 333, un relato del Peregrino de Burdeos mencionaba entre los lugares santos «el monte Carmelo, donde Elías ofreció el sacrificio», Sidón, donde le socorrió una viuda y la colina donde fue arrebatado al cielo. Pocos años después (385) la monja Eteria (v.) describía la gruta del Horeb donde Elías se escondió, junto a una iglesia. Vio también cerca de Tesbis una ermita y en ella el ermitaño que la construyó, en el valle de Corra (Carith), donde moró el profeta en tiempos de Acab. En el S. VI Teodosio mencionaba otras iglesias en Sarepta de Sidón, y el pseudo-Antonino de Plasencia recordaba de nuevo la cueva del Horeb con su oratorio y una comunidad, «donde al amanecer subían los monjes a celebrar los oficios divinos», y sobre el Carmelo, «un monasterio de San Eliseo». Se tiene por cierto que en los S. IV y v ya vivían en el Carmelo monjes griegos junto al manantial que luego se llamó «fuente de Elías», como se mostró en una cueva con inscripciones alusivas a Elías y Eliseo.
2. Etapa eremítica. Las primeras referencias que enlazan a los moradores del monte Carmelo con los c. históricos datan del tiempo de las Cruzadas. En 1163 refería el rabí Benjamín de Tudela que en el promontorio del Carmelo los cristianos habían construido una capilla en honor del profeta Elías. Juan Focas, monje de Patmos, escribía en 1185 dando noticias de un edificio arruinado, erigido antaño en memoria del profeta; en 1211, Willibrand de Oldendorf refería que en el Carmelo y sobre la mansión de Elías se celebraba solemnemente la Misa cada día. Otra relación de entonces mencionaba también dos santuarios, cimero y bajero, «la abadía de Santa Margarita, de monjes griegos, y otra en la pendiente junto a la gruta donde moró Elías» (P. Geyer, Itinera hierosolymana saeculi, IV-VIII, Viena-Leipzig 1899); y a legua y media de la abadía griega, «en un paraje delicioso, ciertos ermitaños latinos, llamados frailes del Carmelo, junto a una iglesita de Nuestra Señora*. Es la primera indicación clara de los c., de origen latino, establecidos en Oriente. La relación más explícita la debemos a Jacobo de Vitry, obispo de Acre (1216-28), que escribió en su Historia orientalis: «De todas las tribus, lenguas y naciones que hay debajo del sol, afluían peregrinos y devotos al olor de los santos lugares... Unos, movidos por el recuerdo del Señor, escogían el monte de la Cuarentena, recluidos en celdillas; otros ocuparon el monte Carmelo por la ladera que domina la ciudad de Porfiria, llamada hoy Haifa, junto a la Fuente de Elías, no lejos del monasterio de Santa Margarita». Esta noticia, ya muy clara, fue confirmada en 1240 por Vincent de Beauvais: «El papa Honorio aprobó e indulgenció la regla de Alberto, patriarca de Jerusalén, dada a los frailes del monte Carmelo, donde es fama que moró Elías y ellos ahora viven en celdillas- apartadas, o junto a ellas, meditando día y noche en la Ley del Señor» (J. de Vitry, Historia orientalis, 52). Era curioso, sin embargo, que mientras los extraños alegaban la memoria del profeta Elías, se ignoraba entre los propios c., en el texto primitivo de la Regla y en la Sagitta Ignea de Nicolás el Francés, escrita en 1270. Era calificada la Regla del Carmen «regla de nuestro Salvador». Las primeras alusiones elianas a partir del capítulo de Londres en 1281 estaban inspiradas en autores no c.; mas desde entonces dieron pábulo a la literatura medieval.
La Historia amanecía en verdad con S. Alberto Avogadro (n. 1150 en Castel Gualtieri, Parma), confirmada en 1205 por Inocencio 111, patriarca de Jerusalén. Llegó a Palestina al año siguiente y fijó su residencia en Acre, a los pies del monte Carmelo. Los frailes que poblaban sus laderas le pidieron una fórmula que ordenase su vida religiosa, obteniendo con ello la aprobación oficial. Las rúbricas de las Constituciones de 1281 decían que «los congregó en un colegio». Hubo de ser entre 1207 y 1214, fecha en que, a 14 de septiembre, fue asesinado por un resentido durante la procesión de la Cruz. El texto primitivo se perdió. En el registro de Inocencio IV sólo quedó la adaptación que se hizo en 1247. En 1215 se celebraba el conc. IV de Letrán. Al haber sido asesinado el patriarca, no fueron presentadas las cuestiones que tenía pendientes. En el concilio se dieron decretos sobre no admisión de nuevas órdenes religiosas y que todas se redujesen a las ya aprobadas. La aprobación de los c., hecha por el patriarca asesinado, hubo de ser demostrada, y al fin Honorio III, a 30 mayo 1226, los confirmó.
3. Paso a Occidente. Con el reconocimiento del Papa y la incertidumbre de los cristianos en Oriente, los c. decidieron trasladarse a sus tierras de origen en Europa, donde tuvieron que ajustarse a las condiciones de vida propias, y adaptarse a la vida de mendicantes, y como a tales, Gregorio IX les prohibía todo género de propiedad, asumiendo todos los derechos sobre los lugares y personas de la Orden. En junio de 1245, Inocencio IV renovaba en tres bulas las disposiciones de su antecesor, confirmaba de nuevo la Regla y otorgaba indulgencias a cuantos les ayudasen con sus limosnas. En la bula Paganorum incursus, del 27 jul. 1247, notificó el éxodo oficial de los c. a Europa y pidió los recibiesen con benevolencia. Pero el género de vida de Europa, muy distinto del eremítico de Oriente, comenzó a dividir las opiniones de los c., que no acababan de adaptarse. El acuerdo de adaptación se tomó en el capítulo general de Aylesford, en Pentecostés de 1245, al comienzo del conc. I de Lyon, que se había convocado para junio del mismo año. Realizado el estudio de adaptación, Inocencio IV la promulgó en la bula Quae honorem conditoris, de 1 oct. 1247. No se sabe cierto quién era a la sazón general de la Orden. Se decía hasta hoy que era Simón Stock (v.); sólo sabemos que poco después lo era, en 1249, fray Godofredo. Los retoques de la Regla pretendían dar forma cenobítica a la antes eremítica, pero se limitaron a frases jurídicas. Poco después se mencionaban en los documentos papales unas Constituciones. La gran novedad era el «apostolado intelectual», que a los rudos eremitas les venía grande. Comenzaron a erigirse conventos al lado de las más insignes universidades: Cambridge (1247), Oxford (1253), París (1259), y Bolonia (1260). Mas la nostalgia de los desiertos orientales corroía las conciencias. Muchos se pasaban a otras órdenes, y los más arraigados volvían a sus desiertos, que se comenzaron en Europa al estilo de Oriente. En 1270 renunció al generalato fray Nicolás el Francés para retirarse al desierto, después de escribir una inflamada Ignea sagitta, encareciendo los encantos del yermo. La firmaba en el monte Eratrof. Le sucedió en el cargo Rodolfo el Alemán, animado de idénticos sentimientos; y acabó retirándose al desierto de Hulne. Era un síntoma que volvió a repetirse en varios generales sucesivos. Aquellos titubeos frente a la propia vocación dio lugar a la mención del conc. 11 de Lyon, que aprobando con loa la labor de dominicos y franciscanos, a los c. y a otros semejantes sólo permitía permanecer en su estado «hasta que otra cosa se ordenare... »
Mientras Europa se erizaba de interrogantes sobre el porvenir de los c. en su cuna de Oriente sucedían gravísimos sucesos. El 26 abr. 1289 había caído Trípoli bajo la horda de los mamelucos de Qalawun y temblaron los moradores de Acre. En agosto de 1290 llegaron nuevos cruzados de Italia y poco después estalló un motín entre cristianos y musulmanes. Los ejércitos de Egipto tomaron Acre el 18 de mayo y después ocuparon Haifa sin dificultad, subieron al monte Carmelo, quemaron los monasterios y degollaron a sus monjes.
4. Orden mendicante. El sino de los c. comenzó a perfilarse cuando en 1297 fue elegido general el Maestro Gerardo de Bolonia, dispuesto a favorecer los estudios en el Carmen. Al año siguiente, Bonifacio VIII otorgaba un decreto de estabilidad, siguiendo una época de relativo esplendor. Mas en el fondo no dejaba de latir el espíritu contemplativo, y un nuevo síntoma fue la renuncia de otro general, Juan Alerio, que en 1330 se retiraba del cargo para dedicarse «a la lectura y oración».
En España penetraron los c. por el reino de Aragón. Antes de 1256 habían fundado los conventos de Huesca, Perpiñán y Lérida. Sus viejas capas barradas fueron sustituidas por la capa blanca en el capítulo de Montpellier (1287). Fue en el capítulo de Barcelona de 1324 donde se trazó oficialmente el ideal mariano de la Orden, que pasó a las Constituciones con el preludio: Quare dicamur Iratres Ordinis Beatae Mariae de Monte Carmeli. En 1347 la peste negra (v.), que diezmó a Europa, desoló los monasterios, y los c., no acabados de arraigar, sufrieron un espantoso colapso. Todo se agravó con el cisma de Occidente (v. CISMA III). Las obediencias de la cristiandad se dividieron entre Roma y Aviñón. La Orden del Carmen se dividió también en dos cabezas: bajo el catalán Bernardo Oller se sometía a Aviñón, y bajo el italiano Miguel Aiguani, a Roma. En 1409, Alejandro V nombró, por fin, un solo general, Juan Grossi, que lo fue durante 41 años. La Orden, al igual de tantas, se descomponía a fuerza de privilegios y simonías, que dieron lugar a repetidas «reformas», de religiosos bienintencionados (v. NETTER, THOMAS). No pudiendo mantener la letra de las leyes, por considerarlas impracticables, optaron por legalizar la defección general con la bula de mitigación de Eugenio IV, en 1435, que les eximía de la abstinencia perpetua, mitigaba los ayunos y aflojaba el retiro de celda y otros puntos «anticuados». Es el origen de los que más tarde fueron calificados de «c. calzados». Sin embargo, otros, menos resignados a esta solución, se remitieron a estas reformas.
5. Reformas. a) Mantua. Se inició la primera reforma en el convento solitario de Le Selve, cerca de Florencia, por obra de Jaime Alberti, prior en 1413, a quien sucedió Ángel Agustín Mazzinghi, que gobernó hasta 1429. De ellos tomó ejemplo el monasterio de Mantua; ambos conventos nombraron un presidente común, y a los dos se unieron otros. En 1442 obtuvieron bula de autonomía. Celebraban con esplendor el culto litúrgico, fomentaban la oración mental y observaban rigurosa pobreza.
b) Albi. A la sombra de Mantua tomó cuerpo la congregación de Albi, por obra de su obispo Luis de Amboise, que desalojando del convento a los c. lo ocupó con 24 estudiantes adoctrinados de antemano en el colegio Montaigu de París por el mantuano fray Eloy Denis. Pronto se multiplicaron y florecieron en Meaux, Rouen, París y Toulouse.
Estas dos reformas estimularon de momento el fervor del Carmen, mas luego se convirtieron en una espina dolorosa que amenazó la unidad de la Orden. El más insigne dejos reformados, Juan Bautista Spagnuoli, el Mantuano, fue general de toda la Orden. Los mantuanos adoptaron la Regla de Inocencio IV; mas luego decayeron y adoptaron la mitigación de Eugenio IV. Su congregación fue suprimida por Pío VI en 1783. Más efímera fue la vida de la Congregación de Albi, que corrió igual suerte y fue suprimida por Gregorio XIII en 1584.
c) Reforma de luan Soreth. Flotaba en el ambiente la urgencia de una reforma general y fue sagazmente introducida desde el centro mismo de la Orden por Juan Soreth (1405-71), tomando por base la misma mitigación de Eugenio IV y aun dando cabida a nuevas mitigaciones. Elegido general en 1451 implantó aquel género de reforma en toda la Orden, cediendo hasta el máximo ante las flaquezas de la época y asestando recios golpes para extirpar los vicios morales. Promovió la liturgia coral. Cercenó las salidas y la vagancia, impuso la guarda estricta del silencio reglar y quitó los peculios y propiedades abusivas. Para promover su reforma dictó en 1466 una serie de privilegios en favor de los conventos que la aceptaran. Habría conseguido la reforma eficaz de toda la Orden, si su obra, truncada por la muerte, hubiese hallado dignos continuadores. A Juan Soreth cabe también la gloria de haber erigido la segunda Orden, de monjas carmelitas, por bula de Nicolás V en 1452. A la sombra de las órdenes mendicantes se habían formado núcleos femeninos que, como hermanas espirituales, vivían asociadas entre sí, aunque sin dejar sus domicilios particulares. Las órdenes monásticas sentaron precedentes, destinando algunas de sus dependencias para sus beatas. Eran «casas de conversas», al estilo de los «conversos» que vivían en los conventos al servicio de los monjes. El Carmen tenía también estas asociaciones de oblatos y asociaciones de mujeres reclusas o emparedadas, sometidas a los frailes con estatutos adecuados. Merced a ellas podía el general intitularse prior generalis f ratrum et sororum, como si tuviese monjas antes de tener monasterios de tales, erigidas por la bula Cum nulla de Nicolás V, de 7 oct. 1452: «Gozarán de los mismos privilegios que gozan las órdenes de los Predicadores y Ermitaños de San Agustín, con tal que las dichas vírgenes, viudas, beguinas y manteladas observen vida honesta y ayunen y practiquen todo lo que hacen y observan las vírgenes, viudas, beguinas y manteladas de las predichas órdenes, según sus ordenaciones y estatutos». Desde entonces se multiplicaron los carmelos femeninos, observándose en ellos vida común y clausura rigurosa. Su dirección espiritual fue confiada exclusivamente a los religiosos observantes.
Después de un lapso de languidez espiritual, medio siglo más tarde, apareció el continuador de la reforma de Soreth en la persona del chipriota Nicolás Audet, con reminiscencias de Oriente, espíritu gigante y resuelto, decidido a renovar los fervores prístinos de su Orden. Nombrado vicario general por. Adriano VI, fue electo general en el capítulo de Venecia en 1524. Se propuso llegar a todas las provincias. También a España. Castilla había quedado al margen de la historia del Carmen; desde su erección como provincia en 1416 hasta 1564 apenas se oyó cuatro veces el nombre de su provincial en los capítulos generales. Su abandono la convertía en vivero de corrupciones o de agotamiento religioso. A principios de 1530, una misiva de Carlos V conminaba al general N. Audet «que reformase estas provincias, so pena que si no lo hiciese las destruiría». Audet reaccionó en el acto y despachó dos delegados suyos con poderes y consignas drásticas para reformar todos los conventos de España. De Castilla se encargó Sauvé Duchesne. Hasta los frailes de Toledo, insolentados antaño contra Cisneros y contra la reina, se rindieron al delegado de Audet. Se rebeló, sin embargo, el prior de S. Andrés de Salamanca. La rebelión puso también al rojo vivo la furia de los reformadores. Ante tanto denuedo los rebeldes huyeron en masa. Sólo quedaron en Castilla seis conventos casi despoblados, pero con frailes de verdad. Peor suerte corrió Andalucía. El provincial ofreció dinero a Duchesne, y éste le destituyó fulminantemente. En desquite, el provincial huyó con sus secuaces, que eran la mayoría, y quedó la provincia «tan falta de frailes, que sólo quedaron nueve sacerdotes viejos y enfermos». Duchesne quiso llenar los vacíos con frailes de Castilla; pero no contó con el atávico antagonismo de castellanos y andaluces. El provincial castellano dimitió y Andalucía quedó ardiendo en bandos y violencias. No fueron más afortunadas las otras dos provincias, Aragón y Cataluña, visitadas por el delegado Pedro Verger, prior de Burdeos.
En 1532 el capítulo de Padua tuvo consideraciones especiales con las provincias españolas «por la necesidad y escasez de religiosos». Para mantener el fruto de la reforma se nombró un vicario general. Pero Andalucía, tras repetidos amagos de reforma, continuó reacia y dio lugar «a mayores y más crueles pasiones que antes». Nicolás Audet fallecía, a los 80 años, el 6 dic. 1562. Sus 40 años de generalato salvaron el Carmen.
d) Reforma teresiana: Carmelitas descalzos. El 24 ag. 1562 comenzaba la reforma teresiana con el convento de S. José de Ávila, donde se había de observar con sumo rigor la regla primitiva, sin relajación, según la adaptación de Inocencio IV, de 1247. En mayo de 1564 se celebró capítulo general en Roma y fue elegido Juan Bautista Rubeo de Rávena, constreñido a visitar de nuevo las provincias de España, y cuando no, sería nombrado un vicario general, por voluntad de Felipe II. El programa de reforma implantado por Rubeo seguía la línea de Soreth y Audet. En febrero y abril de 1567 se encontró en Ávila con Teresa (v. TERESA DE JESúS, SANTA), quien le expuso su plan de reforma, y le pidió que otorgase licencia para implantarla también entre los frailes. De momento lo rehusó, por hallar oposición en la provincia; mas al fin accedió bajo ciertas condiciones, y se redactaron unas constituciones para ellos, gemelas de las hechas por S. Teresa para sus monjas, y fueron llamados por el general carmelitas contemplativos, aunque luego prevaleció el nombre vulgar de carmelitas descalzos. Comenzaron el primer convento en Duruelo (Ávila) con S. Juan de la Cruz (v.) y Antonio de Jesús, el 28 nov. 1568. Mas el hombre providencial que capitaneó a los c. descalzos a gusto de S. Teresa fue jerónimo Gracián de la Madre de Dios, que profesó en Pastrana en 1573 y fue luego nombrado comisario apostólico en Andalucía y Castilla. Protegido por el nuncio Nicolás Ormaneto hizo más eficaz su labor. S. Teresa se encontró con el P. Gracián en Beas, en 1575, durante esta fundación, y Gracián, haciendo valer sus poderes de comisario en Andalucía, la mandó fundar en Sevilla. Aquello desató las iras del general Rubeo contra los c. descalzos y contra la propia 'S. Teresa, y estalló -una encarnizada disensión entre c. calzados y descalzos, amparados aquéllos por Rubeo y éstos por el rey. Las diferencias fueron zanjadas al fin con el decreto de separación por el breve de Gregorio XIII de 22 jun. 1580, que erigía a los c. descalzos en provincia independiente bajo su provincial descalzo, aunque todavía bajo el mismo general con ciertas condiciones. Poco después, 4 oct. 1582, moría S. Teresa tras haber fundado 17 conventos de monjas y 15 de frailes descalzos.
Gracián había enviado al Congo, con el conocimiento de la Santa, una expedición de cinco misioneros, que zarparon de Lisboa el 5 abr. 1582. Naufragaron. Poco después partió otra expedición, apresada por piratas ingleses. La tercera expedición, del 10 abr. 1584, obró maravillas en el Congo. El 11 jul. 1585 partía otra expedición con rumbo a México, donde fundaron una provincia próspera. Mas por entonces fue elegido superior de los c. descalzos Nicolás Doria y cortó en seco toda expansión al exterior. El propio Doria había fundado poco antes en Génova, su patria, un convento, y fue la base de una provincia italiana que se pobló de españoles de otra opinión y se separaron de España por breve de Clemente VIII, de 20 mar. 1597. Anteriormente, el 10 jul. 1587, Doria había obtenido de Sixto V la
erección del Carmen descalzo, con vicario general independiente del de los c. calzados; y en 1593 la independencia total como Orden distinta, por breve de Clemente VIII. Para ahondar más la separación, abrazó el rito romano, en vez del jerosolimitano del Carmen calzado.
Pero en España retoñaron los dos ideales extremos: los Desiertos de contemplativos, por obra de Tomás de Jesús (1564-1627), y las Misiones, por iniciativa del mismo, erigida en Congregación de S. Pablo por bula de Paulo V, de 22 jul. 1608. El primer general de la Congregación de Italia fue el bilbilitano Domingo Ruzola, promotor de la Congregación de Propaganda Fide, nombrado por Gregorio XV colector de sus limosnas. También a despecho de Doria partieron monjas c. descalzas para fundar en Francia y otros países de Europa. Fueron las fundadoras Ana de Jesús (1545-1621), Ana de S. Bartolomé (1549-1626) e Isabel de los Ángeles (15651644); a la muerte de ésta eran ya 55 los conventos en Francia y Países Bajos. Aunque habían partido de España con la condición de estar sometidas a los superiores del Carmen, por manejos del card. de Bérulle (v.), fueron sometidas a otra jurisdicción.
La Congregación de España, gloriosa en los estudios con sus Cursus Salmanticense de Teología Dogmática y Moral, Complutense (v.) de Filosofía, y Beacense de S. E., agonizó durante la exclaustración (1835-68). La restauración tuvo que hacerse con otros rumbos a cuenta de la Congregación de Italia, y Pío IX, por breve de 12 feb. 1875, fundió ambas Congregaciones bajo un solo general.
e) Reforma de Touraine. Estragadas por influencias heréticas las antes florecientes provincias de Francia, el carmelita Felipe Thibault (1572-1638) intentó una reforma y en 1600 acudió a Clemente VIII para implantar en su provincia «la más estricta observancia». Le ayudaron en la demanda los c. descalzos, ya florecientes en los Países Bajos, y encontró también decidido apoyo en el general del Carmen calzado, Enrique Silvio. La reforma se inició en el convento de Rennes, en 1604. En 1615 escribió las Constituciones que, aprobadas por la Santa Sede, beneficiarán a casi todas las provincias. De esta reforma salieron insignes escritores y místicos, como Juan de S. Sanson, Domingo de S. Alberto y Miguel de S. Agustín.
f) Reformas menores. Muchas en Italia. La de Monteolivete, junto a Génova, en 1516, donde se implantó la Regla eremítica. Fue anexionada a la Orden por el general Rubeo en 1567. La de Monte Santo, en 1619, que en 1705 se dividió en dos. La de S. María de Vita (Nápoles) en 1660, y la Observancia Siracusana de S. María de la Escala del Paraíso (1724), todas de exigua existencia.
6. El Carmelo en la actualidad. a) Carmelitas calzados. Ordo Fratrum B. Mariae V. de Monte Carmelo. Es el Carmen de la «antigua observancia», que absorbió beneficiosamente la reforma de Touraine. Se restauró en España en 1875 por el P. Ángel Torrents (1804-85). A su expansión contribuyó el card. arzobispo de Sevilla, Joaquín Lluch y Garriga (1816-82), también c. Abarca cuatro asistencias: Italia y Malta; España, Portugal e Hispanoamérica; Holanda, Alemania, Austria, Polonia y Brasil; Irlanda, América sajona y Australia. Son unos 3.000 en 150 conventos. Tienen agregadas varias congregaciones femeninas. También florecen sus monjas, c. calzadas, de clausura.
b) Carmelitas descalzos. Ordo Fratrum Discalceatorum B. Mariae V. de Monte Carmelo O.C.D. Desde su restauración, el Carmen descalzo volvió a tomar grandes vuelos, preferentemente de tipo misionero, en especial por América y las misiones de la India, Oriente Medio, Filipinas, Japón y Australia, con unos 400 conventos, 14 misiones y unos 4.000 religiosos. Las monjas descalzas se han mantenido en su ascendente esplendor, superándose desde la canonización de S. Teresita de Lisieux. Son hoy unas 15.000 en 730 monasterios. Tiene afiliados 55 Institutos femeninos, dedicados a la enseñanza, la asistencia de enfermos y misiones.


EFRÉN DE LA MADRE DE DIOS.
 

BIBL.: E. DE LA MADRE DE Dios, Carmelitas, en Enciclopedia de la Cultura Española, II, Madrid 1963; A. DE S. MADRE, L'ordre de N-Dame du Mont Carmel, Brujas 1910; H. PELTIER, Histoire du Carmel, París 1957; 1. LE SOLITAIRE, Aux sources de la tradition du Carmel, París 1953; CANISIUS JANSSEN, Carmelkluis en Carmelwereld, Nimega 1955; E. M. EsTEVE y J. M. GUASCH, La Orden del Carmen, Madrid 1950; B. ZIMMERMAN, Les saints déserts déchaussés, París 1927; íD, Carmes, en DTC II y en DACL; A. DECKERT y OTTO MERL, Karmel, Gesetz und Geheimnis, Colonia 1959; ALERTO DE LA V. C., Historia de la reforma teresiana, Madrid 1958; O. STEGGINK, La reforma del Carmelo español, Roma 1965; SILVERIO DE SANTA TERESA, Resumen histórico de la restauración de los Carmelitas descalzos en España, Burgos 1910; VARIos, Las monjas carmelitas hasta Santa Teresa, «Carmelus» 10, 1963; DAVID Do C. J., A reforma teresiana em Portugal, Lisboa 1962; FLORENCIO DEL N. J., La Orden de Santa Teresa, la fundación de Propaganda Fide y las misiones carmelitanas, Madrid 1923.
 

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991