BENDICIÓN
LITURGIA Y PASTORAL.
Las b. ocupan un lugar destacado
entre todos los sacramentales (v.) instituidos por la Iglesia. Pueden
considerarse incluso como la forma común usada en la confección de los
mismos. Los libros litúrgicos (v.) están llenos de b. Unas veces forman
parte de la liturgia propiamente sacramental, otras veces, aunque
siempre de una manera más o menos directa en conexión con los
sacramentos, están aisladas y tienen su sentido propio e independiente.
Noción general. La b. puede ser ascendente o descendente (v. II y
ANÁFORA). Aquí tratamos de la b. descendente. El significado primero y
más obvio de la b. descendente en la liturgia es el impetrar que se
infunda o derrame sobre aquellas cosas o personas que se bendicen una
gracia particular de Dios como Padre y Señor del universo, o de la
Santísima Trinidad que realiza la redención y santificación de los
hombres. Por eso todas ellas se efectúan en el nombre de Dios o de las
tres divinas personas; los formularios litúrgicos son fieles en
destacarlo: la fórmula de b. «in nomíne Patris et Filii et Spiritus
Sancti» es la más usada y la que mejor expresa el sentido de mediación
como canal del favor divino. Supone por parte de Dios una benevolencia
especial hacia aquello que se bendice, y un modo de presencia que rebasa
los límites de lo puramente natural e incluso de aquello que es
ordinario en el plano de lo sobrenatural.
Historia. La primitiva Iglesia heredó las b. de la práctica judía
del A. T. y de la práctica de Jesús. El Señor bendecía a los niños, los
alimentos, los discípulos, etc. Las tradiciones de la piedad judía
señalaban también para cada circunstancia de la vida una b. apropiada
(v. II; JUDAÍSMO II). En el cristianismo encontramos fórmulas de b. al
comienzo de las cartas del N. T.; los Padres, como S. Ignacio de
Antioquía, etc., prosiguieron esta práctica. Tertuliano, en el De
testimonio animae, habla de las b. como de una práctica muy extendida;
S. Ambrosio llega incluso a dar una definición de las mismas, al
escribir en una de sus cartas: «Benedictio est sanctificationis et
gratiarum votiva collatio» (la b. es una donación votiva de gracias y de
santificación).
En la tradición litúrgica se encuentran desde muy antiguo y de
manera constante formularios litúrgicos de b. En la Traditio apostolica
de Hipólito de Roma (comienzos del s. III) hay, durante la misma
celebración eucarística, varias fórmulas de b., p. ej., del óleo de los
enfermos, o del queso y de las olivas; ahí se señala también que el
obispo, en el día del bautizo, debe bendecir la leche, la miel y el agua
que beberán los neófitos en el momento de la comunión (cfr. ed. B. Botte,
París 1946, 3335, 5355, 5762, 6364). El Eucologio de Serapión (s. IV)
contiene asimismo b. de enfermos, de aceite, pan y agua (F. X. Funk,
Didascalia et Constitutiones apostolorum, II, Paderborn 1905, 164167,
178181, 190193). Los sacramen
tarios romanos, de los s. VIVIII, colocan en el formulario de
ciertas Misas algunas b. que se realizan justamente antes de acabar la
oración eucarística, en el momento preciso del «Per quem haec omnia». En
las liturgias galicana y mozárabe estas b. obtuvieron, en conformidad
con la amplitud de sus ritos y oraciones, un desarrollo mucho mayor que
en la liturgia romana (Missale Francorum, ed. L. C. Mohlberg, Roma 1957;
Liber Ordinum, ed. M. Ferotin, París 1904).
En la Edad Media comenzó a organizarse el ritual de las b. por la
agrupación de los diversos formularios, como se ve en los sacramentarios
gelasianos (cfr. P. De Puniet, Le sacramentalee romann de Gellone, Roma
1938), y por la creación de otros nuevos, que llegaron a proliferar con
la aparición de los pontificales y rituales (v. LIBROS LITúRGICOS),
hasta que se hizo necesaria la selección en tiempos de la reforma
protestante (cfr. A. Franz, o. c. en bibl.). A partir del papa Paulo V,
la Iglesia posee un ritual oficial, y en él están incluidos los
formularios de b. más comunes. Desde entonces, y sobre todo en los
últimos tiempos, se han ido añadiendo nuevas fórmulas según los nuevos
objetos que se querían bendecir, conforme al progreso del hombre.
Clasificación. El CIC hace una clasificación de las b.,
distinguiendo las b. constitutivas y las invocativas. Las primeras son
aquellas por las cuales una persona o una cosa queda, de manera estable,
destinada al culto (v.) divino. Las invocativas son aquellas por las
cuales se piden gracias y efectos, principalmente espirituales, para
personas o cosas. La distinción entre las b. constitutivas y las
consagraciones (v.) estriba en que en éstas se emplea el Santo Crisma
(v. ÓLEOS, SANTOS), que les da su carácter distintivo desde el punto de
vista ritual. Entre las b. constitutivas se cuentan, respecto a las
personas: la primera tonsura, la b. de un abad o abadesa, la
consagración de una virgen, etc.; por lo que a los objetos se refiere,
la de los vasos y ornamentos sagrados, el agua, la sal, la ceniza, el
óleo, las imágenes, etc.; y en cuanto a los lugares, la de la dedicación
de las iglesias, la consagración de un altar (aunque en éstas ya se
utiliza el Santo Crisma), de los cementerios, etc. Entre las b.
invocativas se pueden contar la b. de la madre, de los niños, de los
enfermos, si se trata de personas; de los alimentos, de los utensilios y
todo lo que puede servir a la industria, al comercio, a los viajes,
etc.; respecto a los lugares, las escuelas, los hospitales, las casas,
etc.
El Ritual romano adopta otro sistema de clasificación, más
práctica, comenzando por la b. del agua, que suele utilizarse como
elemento integrante de las demás b.; y, siguiendo luego un orden
cronológico, según el uso de ciertas b. en determinados días del año,
pone algunas b. más particulares, para concluir con aquellas que están
reservadas a ministros especiales (el número de las b. reservadas a
obispos, ordinarios y sacerdotes con facultades especiales se ha
reducido, según la Instrucción «Inter Oecumenici», n° 77: AAS 56, 1965,
877 ss.).
La mejor clasificación sería aquella que tratase de reunir las b.,
por su objeto y contenido, en relación con los sacramentos. Conviene
observar, empero, que los antiguos sacramentarios y otros libros
litúrgicos no conocen clasificación alguna de estos ritos de b. La
terminología litúrgica no estaba en este punto todavía bien precisada;
incluso se emplean como sinónimos de b., términos que hoy es necesario
distinguir con toda exactitud. Se habla, p. ej., indistintamente de
benedictio, consecratio, dedicatio, oratio, para designar el concepto de
b. Así se emplean las fórmulas «benedictio ole¡ et chrismatis»
(sacramentario gelasiano, gregoriano y Liber Ordinum), o también «...ad
ordinandos presbyteros benedictio» (leoniano, gelasiano y bastantes
códices gregorianos) o, finalmente, «oratio super populum», que ha
sobrevivido en la liturgia romana en las Misas de Cuaresma (cfr. J.
Baudot, Bénédiction, en DACL II, 678679).
Teología y pastoral. Los formularios de b. contienen una riqueza
simbólica muy grande. En ella aplica la Iglesia una pedagogía sagrada,
por medio de la cual, entre símbolos, metáforas y transposiciones de la
vida material a la vida del espíritu y a la vida divina, quiere educar a
los fieles en el sentido de la fe y de la economía de Dios sobre los
hombres (v. SIGNO IV; SIMBOLISMO RELIGIOSO III). Por eso es tan
frecuente en el texto de las oraciones y otras fórmulas la memoria de
algún hecho o expresión bíblica.
Mas el fundamento doctrinal que justifica y da pleno valor a las
b. en la Iglesia es el hecho de que con las cosas del cosmos y valores
humanos naturales, que han sido hechos todos por Dios, el hombre debe
volver a Él, reconocerle y amarle, y darle culto (v.) público y privado.
Las b. se insertan en ese culto público de la Iglesia; y es
especialmente conveniente la b. de aquellos objetos, lugares o personas
dedicados más expresamente a ese culto. Las b. son ante todo oraciones,
oración de la Iglesia a la que deben unirse las de los que están
presentes y participan directamente en ella, impetrando la acción de
Cristo para que oriente y ayude al culto público o privado y a la
santificación de los hombres de una manera especial con aquello que se
bendice; y, por consiguiente, las disposiciones interiores de los que
solicitan la b. desempeñan un papel importante en la eficacia de la
misma. Son así las b. una acción de gracias y una petición, un
reconocimiento expreso de que todas las cosas del mundo y del hombre que
Él ha hecho son buenas (v. MUNDO II). Además, aunque Dios ha creado
todas las cosas y para buen fin, el hombre se sirve a veces de ellas
para fines perversos, por influencia del demonio (v.) y del pecado (v.)
humano; y las b. se orientan también a impetrar de Dios que las cosas
bendecidas se hagan más dignas del culto o sean usadas más rectamente en
la vida del hombre, frente a lo que el pecado y el demonio han desviado
o pueden desviar de su recto fin.
Señalemos, finalmente, que el Conc. Vaticano II ha mantenido y
facilitado el uso de las b. (cfr. Const. Sacrosanctum Concilium, sobre
la Liturgia, n° 79). Por las b. se trata simplemente de obtener de Dios
una presencia más íntima y más amorosa, según los planes de la
salvación, en las cosas y en las personas que se bendicen. De este mayor
grado de presencia divina, de esta posesión más perfecta y total de Dios
sobre los seres nacerá más fácilmente la santificación de los hombres,
su mayor gloria en ellos, que son los fines de todo acto sobrenatural de
religión. V. t.: SACRAMENTALES.
I. FERNÁNDEZ DE LA CUESTA JORGE IPAS.
BIBL.: B. DARRAGON, Las bendiciones, en G. MARTIMORT, La Iglesia en oración, 2 ed. Barcelona 1967, 701717; 1. P. AUDET, Esquisse historique du genre littéraire de la bénédiction juixur et de FEucharístie chrétienne, «Rev. Bibliquen 65 (1958) 371397; 1. BAUDOT, Bénédiction, en DACL II, 670684; A. FRANz, Die Kirchlichen Benediktionen im Mittelalter, Friburgo Br. 1909; M. RIGHETTI, Historia de la Liturgia, 3 ed. Madrid 1970 (cfr. índice alfabético de materias); Codex Iuris Canonici, can. 239 §1 n. 5, 323 §2, 294 §2, 462 n. 7, 1147 §24, 11481150, etc.; Rituale Romanum, tit. IX.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991