BABILONIA


Sincretismo del panteón babilónico. Al estudiar la religión babilónica, sorprende el peso de la tradición del viejo país de Sumer (v. SUMERIA III), distante más de mil años; este hecho evidencia una vez más la continuidad mesopotámica, comparable sólo a la de Egipto. La religión primitiva de Sumer era naturalista, es decir, se adoraban las fuerzas de la naturaleza, y sobre todo la fecundidad y fertilidad, que mantienen la vida humana por medio de las cosechas anuales y la reproducción de los animales (V. FERTILIDAD II; NATURALEZA, CULTO A LA). Después no tardó en aparecer una gran divinidad femenina, la diosa de la fecundidad, Ninlil. Pronto se le unió el principio masculino, que en Sumer fue llamado Enlil. La unión del dios con la diosa, la hierogamia, fecunda la naturaleza y mantiene la vida sobre la tierra. B. conservó la hierogamia, y la diosa Ninlil se convirtió en Iá'tar. La herencia sumeria en el mundo babilónico se explica por la continuidad religiosocultural mesopotámica; el sumerio se conservó como lengua religiosa y de cultura, algo así como el latín en época medieval y moderna: los escribas babilónicos usaban una escritura inventada por los sumerios. Los textos religiosos y los poemas sagrados eran copiados una y otra vez, sirviéndose de ellos para dar una explicación a los grandes problemas que siempre han preocupado al hombre.
      Al mismo tiempo, la superposición de antiguas divinidades, algunas de ellas de procedencia distinta, creó en B. un panteón extremadamente complicado, que los sacerdotes babilónicos intentaron poco a poco organizar; pero debido al carácter sagrado de los antiguos textos, su trabajo fue lento y laborioso, obteniendo, finalmente, una religión cuya principal característica fue un extremado esoterismo. Los dioses casi semejantes se fundieron en el que hubiese alcanzado más notoriedad. Es así como Ninlil, Belit, Wana, Inini y Ninharsug, diosas que personificaban el principio femenino, fueron asimiladas a Istar (v. ASTARTÉ). Marduk, hijo de Bel o Enlil, alcanzó la supremacía gracias a que era adorado en la ciudad de B.; al hacer Hammurabi (v.) de su ciudad la capital de Mesopotamia, se convirtió a Marduk en el dios principal, sin rival posible. Los sacerdotes de B., trabajando en su propio interés, recordaron que era 61 quien había salvado a los demás dioses en su lucha contra Tiamat, el caos (v. infra), y que éstos a su retorno le habían confiado el poder supremo; poco a poco fue usurpando los atributos de su padre Bel, declarándosele al fin creador de la humanidad. Su paredro femenino era Istar, gran principio femenino de reproducción y fecundidad de toda el Asia occidental; se la consideraba diosa del amor y de la reproducción, pero también de las batallas; bajo el primer aspecto era adorada en Erech, bajo el segundo en Arbelas. Los dioses restantes fueron divididos en triadas: la primera formada por Anu, Bel y Ea; la segunda la componían Sin, Shamash y Adad. Esta división fue puramente artificial; a pesar de ella, los dioses de las ciudades continuaron en sus funciones de protectores de las mismas. Algunos de los dioses eran astrales y es aquí donde se nota la influencia semítica en B. (v. SEMITAS II); el Sol y la Luna se atribuían a los dioses de primera fila (v. ASTROLATRÍA; LUNA II; SOL II).
      Así, pues, especialmente dos, grandes elementos étnicos se conjugaron para dar origen a la civilización babilónica, aunque sea difícil explicar en que; medida las influencias nacen de uno u otro grupo étnico. La dificultad aumenta teniendo en cuenta que el término semita es más filológico que étnico; sin embargo, podemos decir que la creencia en los principios de fertilidad y fecundación son de origen sumerio y que arranca de muy lejos, del Neolítico; tal vez los semitas adoptaron las divinidades no semitas, limitándose a depurar y unificar el panteón. Sea lo que fuere, con la primera dinastía de B., la monarquía esencialmente semítica adoptó un dios patrón, Marduk; dios de la nueva capital, creado casi ex nono, que creció en influencia gracias a su origen estatal. Pronto su Estado se convirtió en divino, debido al celo desplegado por los sacerdotes que veían, con la grandeza de su dios, la culminación de sus apetencias de riqueza y poder. Así evolucionó el panteón mesopotámico desde Sumer hasta la primera dinastía de B.
      Origen y personalidad de los dioses. Para saber qué personalidad moral atribuían sus adoradores a los dioses de B., hay que basarse en los mitos que relata la abundante literatura religiosa llegada hasta nosotros. En la religión babilónica los dioses son iguales a los humanos, con sus defectos y sus virtudes, sólo que gozan de un poder ilimitado; si algunas veces desaparecen, como es el caso de las divinidades agrarias, es sólo momentáneamente, pues son inmortales. La génesis de los dioses es relatada en el poema de la creación Enuma Elish; nacen de la ebullición de dos elementos líquidos surgidos del caos. El caos, es representado bajo la forma de un monstruo llamado Tiamat; una lucha titánica opone los dioses al desorden que los ha originado, pues Tiamat se arrepiente pronto de haberlos creado. Debido a esto, Marduk se enfrenta al caos, separándolo en dos partes: cielo y tierra; esta versión data de tiempos de Hammurabi, y trata de dar a Marduk el primer lugar entre los dioses para justificar el poder de B., donde era dios principal como ya hemos visto. Esta leyenda presupone la existencia de una base para todo lo que existe: el apsu, abismo de agua sobre el que reposa la tierra y el cielo.
      Después de haber dado un nombre a todo cuanto existe, Marduk modela con barro y sangre un hombre, cuyo fin es servir a los dioses en los templos para que no carezcan de nada. El hombre no es más que un subalterno; los dioses precisan de los hombres para obtener sacrificios y culto. Así, cuando los dioses deciden acabar con la humanidad por medio de un diluvio, la diosa Ea se compadece de la raza humana y avisa a su servidor Udnapishtim que prepare un arca para salvación de los suyos y de los animales que pueblan la tierra. Al cabo de un tiempo, las aguas descienden y Udnapishtim ofrece un sacrificio para agradecer a los dioses su salvación. Enlil, que había provocado el diluvio, atraído por el olor del sacrificio, se da cuenta de que hay supervivientes, pero los perdona porque durante todo este tiempo no ha habido nadie que haya ofrecido sacrificios para calmar su hambre. Este pasaje demuestra cuán cerca están las divinidades de los hombres; por esta proximidad, la magia se pudo imponer en la religión de B., pues al no poseer los dioses la omnisciencia que sería propia de su naturaleza, necesitan ser informados de cuanto ocurre en la tierra por medio de mensajeros. Este mito evoca sin duda la época anterior a la creación de los canales, sin los que periódicamente Mesopotamia se inundaba a causa de las crecidas de los ríos. La noticia de tal diluvio (v.) no es única, se conservan textos procedentes de ciudades distintas que hablan de diluvios; la asociación de éstos al bíblico, como han hecho algunos investigadores, es una inducción moderna, a la que no tenemos que hacer caso. El castigo de la humanidad por un diluvio parece destinado a explicar el porqué de la muerte y de los sufrimientos que acosan al hombre en la tierra.
      Dioses y demonios. Moral. Los dioses babilónicos son seres tiránicos y venales; por ello han creado al hombre como un servidor que provea a sus fines más groseros y bajos. El hombre no sirve a su dios por amor o por alcanzar una recompensa en el más allá; al contrario, sólo alcanzará desgracia y castigo, si no sirve a los dioses de manera conveniente durante su permanencia en la tierra. Mientras el hombre sirve dócilmente a su señor merece su protección, pero si le ofende o le irrita, el dios no le protege; el hombre babilónico teme ofender a sus dioses, no por el demérito moral que puede entrañar, sino porque entonces las desgracias se abaten sobre él, procedentes de los demonios, y es a estos espíritus a quienes teme más. Estos demonios son de una variedad enorme, pero los más temibles son los espíritus de los difuntos que no han recibido sepultura (v. ÁNGELES I). Los vivos también pueden ser un gran peligro, pues los brujos pueden, por medio de la magia, lograr que los dioses dejen de proteger a un humano, favoreciendo de esta manera su posesión por un demonio. Casi no hay, pues, salvación posible para el pobre mortal, rodeado de dioses enemigos y de espíritus nefastos que constantemente atentan contra su seguridad. Esta religión desoladora dominó la vida del hombre mesopotámico durante la etapa babilónica, y su actividad constante fue buscar remedio para contrarrestar los peligros que continuamente le amenazaban.
      Se ha discutido mucho si los babilonios conocían una ley moral; parece ser que obedecieron unos preceptos bastante elevados, pero acerca de ello estamos mal informados. Ciertamente conocían unas listas en las que se enumeraban los pecados que no se habían de cometer. Si el hombre pecaba, el dios le retiraba su protección, y como consecuencia era poseído por un demonio. La enfermedad traducía la forma de posesión por parte del espíritu del mal (v. POSESOS I); pecado es igual a enfermedad, el enfermo es un culpable. Para curarse, el individuo debía enumerar una serie de faltas, preguntando si ha cometido alguna; después de la enumeración se lava, ayudado de un médicosacerdote que, mientras tanto, realiza unas acciones mágicas. Una vez libre del demonio, el pecador se reconcilia con su dios, por medio de un sacrificio; el animal sacrificado representa al pecador, carga con su culpa, sustituyéndole en la acción de la expiación (v. SACRIFICIO I).
      La vida de ultratumba. Otra cuestión a la que es difícil contestar, es la de si los babilonios creían en una vida futura (v. INMORTALIDAD; ULTRATUMBA). Los ajuares hallados en las tumbas parecen probar esta creencia, pero no se ha encontrado ningún texto que la afirme. Solamente algunos hablan de la existencia de los infiernos, lugar del que los muertos no se pueden evadir, excepto aquellos que al no haber recibido sepultura se han convertido en demonios que atacan a los vivientes (v. DIFUNTOS I; MUERTE IV). En algunas ocasiones, los dioses descienden a los infiernos, como lo hizo Istar; el poema titulado La bajada de Istar a los infiernos no refiere las razones que movieron a la diosa; se ha supuesto que lo hacía para encontrarse con el dios Dumuzi (v. TAMMUZ); el texto describe siete murallas circulares que cierran el recinto de los infiernos (v. INFIERNO I). La epopeya de Gilgamesh (v.) también es rica en enseñanzas respecto al mundo del más allá; el héroe, tras perder a uno de sus compañeros, entabla con 61 una conversación; Gilgamesh le pregunta por las distintas categorías de muertos; éstos llevan una vida apagada en un lugar de tinieblas. Pero en ninguna parte se habla de una recompensa en la vida futura como premio a las buenas acciones; la idea de retribución que encontramos en Egipto (v. EGIPTO VII), no se halla en Mesopotamia (V. PREMIO Y CASTIGO I). Unas tablillas de Susa, al parecer, hablan de un tribunal ante el cual tienen que comparecer los muertos, pero no hay otros textos que confirmen esta creencia. Lo que una escuela atribuía a un dios, otra diferente lo atribuía a otro; una leyenda contradice a otra; por todo ello hay que ser muy cautos al valorar los textos babilónicos.
      La adivinación y la magia. Es uno de los aspectos más curiosos de la religión babilónica; no es extraño que tuvieran gran importancia en un pueblo que se mostraba tan temeroso de descoritentar a la divinidad. La religión mesopotámica era una religión mágica. Para poder evitar las cosas nefastas, era necesario conocerlas; una vez conocidas había que conjurarlas (v. MAGIA). Los babilonios creían que el día del año nuevo era el escogido por Marduk para promulgar el destino para el año siguiente: conocer este destino, para conjurarlo en caso de ser desgraciado, era el oficio de los sacerdotes adivinos. Los adivinos, llamados hijos de Euméduranki, rey legendario considerado perfecto, debían ser tan perfectos como su padre y no podían tener ninguna tara ni defecto físico; su aprendizaje era larguísimo y sólo accedían a 61 tras una complicada iniciación. La adivinación era oficial, y ningún acto importante para el país podía ser iniciado sin previa consulta. Los adivinos eran los consejeros de los reyes, debían poseer gran habilidad y diplomacia para llevar a cabo con éxito su cometido en la corte real.
      Se consideraba que la voluntad divina se manifiesta por medio de presagios. Los principales eran los signos del cielo (v. ASTROLOGÍA), los sueños, el aspecto del hígado y entrañas de los animales sacrificados, las anomalías y malformaciones de recién nacidos humanos o animales y todo cuanto pudiese parecer anormal en la vida de todos los días (v. ADIVINACIÓN). Pero el método más empleado para conocer los presagios era el del examen de las entrañas de las víctimas, siendo especialmente importante el del hígado; los sacerdotes babilonios creían que en este órgano se asentaba la vida, y que al morir el animal sacrificado se convertía en un espejo en el que se reflejaban los designios de la divinidad. Hasta nosotros han llegado las tablillas destinadas al aprendizaje de los futuros adivinos, e incluso hígados de barro cocido, divididos en pequeñas zonas en las que se había de leer las predicciones, para el uso de aprendices. Junto al colegio de sacerdotes adivinos había un numeroso personal de sacerdotes dedicados al culto, quienes se ocupaban de ofrecer los sacrificios diarios a las divinidades, algunas de las cuales precisaban, como Marduk de B., más de 60 ovejas. El sacerdote recibía en pago de sus servicios una parte del animal sacrificado.
      Respecto a los templos babilónicos, v. ZIGURAT y BABEL, TORRE DE.
      V. t.: ASIRIA III; ASIA VI, 3; GILGAMESH; TAMMUZ; BAUTISMO I; PATRIARCAS I, 1; PROFECÍA Y PROFETAS III, 2.
     

 

E. RIPOLL PERELLÓ. , E. SANMARTÍ GREGO.

 

BIBL.: F. M. TH. DE LIAGRE BOHL, Babilonios, en F. KONIG, Diccionario de las Religiones, Barcelona 1964, 164175; fD, La religión de los babilonios y asirios, en F. KONIG, Cristo y las religiones de la tierra, II, Madrid 1960, 415468; S. H. HOOKE, La Religión de Babilonia y Asiria, en E. 0. JAMES, Historia de las religiones, II, Barcelona 1963, 15106; M. JASTROw, The civilization of Babylonia and Assyria, FiladelfiaLondres 1915; H. W. F. SAGGS., The greatness that was Babylon, Nueva York

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991