Apóstoles


l. Sagrada Escritura. II. Arte.

 

I. SAGRADA ESCRITURA. A., en sentido eminente son los hombres a quienes Jesús resucitado entregó todo su poder y les envió, de forma permanente, a dar testimonio de El. Aunque etimológicamente provenga del verbo apostéllein, es el sustantivo a. el que da un sentido teológico al verbo: enviar al servicio del Reino de Dios con plenos poderes fundados en Dios (Mt 10, 5.16; Lc 22, 35; Rom 10, 15; 1 Cor 1, 17). Debido a la mayor documentación sobre la vida de S. Pablo y el carácter excepcional de su personalidad, ha llegado a ser «el apóstol» por excelencia. Sin embargo, el concepto de a. no se ha de deducir exclusivamente de S. Pablo, ni se ha de confundir a. con misionero. Además, el vocabulario utilizado para expresar las realidades que vivían, tuvo ciertas fluctuaciones.

La preparación. Jesús toma la iniciativa llamando a unos cuantos hombres «para que estuvieran con él» y «para enviarles a predicar» (Mc 3, 13-14; cfr. lo 15, 16). La elección se hace ahora, pero la misión tendrá lugar en el futuro. El resultado es sólo un grupo de discípulos. Jesús decide hacer colaboradores especialmente a Doce de sus discípulos, y los envía con plenos poderes como los suyos (Mt 10, 1.5; Mc 6, 7; Lc 9, l). La misión que tienen para hablar y actuar no la han de transformar ellos en un oficio cerrado con derechos particulares y exclusivos, ni ha de ser causa de orgullo (Mc 9, 38-40).

Esta misión fue temporal, pues terminó cuando volvieron, ya que en Mc 6, 30-31 (cfr. Lc 9, 9-10) están inactivos; y también fue limitada, pues les prohibió ir a los gentiles y samaritanos (Mt 10, 5-6). La misión no fue prerrogativa de los Doce, pues Jesús envió también otros 70 (72) discípulos (Lc 10, l), los cuales volvieron y quedaron igualmente inactivos (Lc 10, 17-20). Cuando los Doce están con Jesús, su condición es la de ser sus oyentes y servidores (Mt 19, 13; 21, 1 ss.; 26, 17 ss.) como la que corresponde a un discípulo. Estas misiones y colaciones de poderes se deben al Jesús histórico, porque en una hipótesis pospascual se hacen incomprensibles, ya que podrían atentar contra la autoridad de los Doce, tan sólidamente establecida por entonces.

En estas primeras misiones, el a. es un representante jurídico y personal de Jesús (Mt 10, 40 - 11, l; Lc 10, 16; lo 13, 16), pero el carácter religioso lo recibe sólo de quien le envía. El a. es sólo un portador de un encargo, cuya misión termina al cumplir su cometido. No todos estos enviados (Lc 10, l) llegaron a ser a. en sentido absoluto.

El nombre. Los Doce discípulos se hacen Doce a. por voluntad de Jesús que les da su poder y les envía (Mt 10, 1-2.5; Mc 6, 7.30). Después de esta situación, Mt y Mc les siguen llamando discípulos. Esto es una señal de que a. aquí, históricamente hablando, no indica todavía un oficio con carácter indeleble, como llegó a ser común en la primitiva comunidad cristiana. Por tanto, el nombre no puede provenir de la Iglesia, sino de Jesús mismo.

De seis veces que Lc utiliza el término a., dos no hace referencia a la misión (Lc 22, 14; 24, 10), porque el uso de la palabra estaba ya fijado, puesto que falta el término restrictivo «los Doce»; cuatro veces hace referencia a la acción de ser enviado (Lc 6, 13; 9, 10; 11, 49; 17, 5). Así pues, Lc conoce una estrecha relación entre el a. y su actual misión, mientras que en el uso cristiano posterior se veía ya como un hecho pasado. Pero el término a. en su forma hebrea o aramea debe provenir de Jesús, lo cual afirma expresamente Lc 6, 13.

Si Jesús intentaba la elección con vistas al apostolado (Mc 3, 14), se comprende bien que utilizase ya el nombre de a., aunque naturalmente no en forma griega, la cual no se puede precisar cuándo ni dónde fue utilizada por primera vez.

La Institución. Es Jesús resucitado quien renueva la misión y les confiere la cualidad permanente de a., dándoles poderes sin limitación de tiempo y espacio (Mt 28, 16-20; Le 24, 47-49; Act 1, 8; Gal 1, l; cfr. Mt 16, 18). Los a. son testigos de la Resurrección (Le 24, 46.48). S. Pablo subraya la conexión entre apostolado y encuentro personal con el Resucitado (1 Cor 9, l; 15, 8-9). Sin embargo, hay muchos testigos de la Resurrección que no son a., p. ej., los 500 hermanos de 1 Cor 15, 6. Así, pues, los títulos definitivos para ser a. son dos: haber visto al Resucitado, y haber recibido de rl la misión como oficio permanente. Por eso el Apostolado en sentido eminente no puede llegar a ser un oficio eclesiástico, sino sólo el desempeño de los poderes apostólicos, que dentro de la misión general de la Iglesia, son transmisibles y que Cristo confió a los a. para que los transmitieran. El apostolado en sentido general es palabra que se usa para referirse a la misión de toda la Iglesia, de la que participan, en cada caso a su modo, la Jerarquía, las diferentes clases de fieles, los laicos, etc.

De esta forma, la situación de los a. es privilegiada dentro de la comunidad cristiana, y se hacen misioneros permanentes como un reflejo del valor absoluto que Jesús tiene para ellos. El a. recibe un poder (cfr. 2 Cor 12, 12; 1 Thes 1, 5) que debe administrar como ecónomo (cfr. 1 Cor 4, 1-3). El a. es un poseedor del Espíritu (lo 20, 21-22; Act 2, 14 ss.; 10, 26; 14, 15; 19, 1 l; etc,.) del cual es un instrumento consciente; es un representante de Jesús, como Jesús lo es del Padre (lo 20, 21); detrás de los signos del a. actúa Jesús en persona (2 Cor 2, 4; 12, 12). En el Paráclito se actúa la presencia y participación de Jesús en la actividad de los a. (lo 14, 16.26; 16, 7). En todo lo que dicen y hacen está presente Jesús, como en Jesús está presente el Padre. Por eso, su apostolado es universal (Act 8, 14-25; 9, 32-38).

La predicación es una misión específica del a. (Me 3, 14; 6, 30; Le 9, l; Mt 10, 7; Act 2, 7-11; 4, 18-31; 5, 21-32), caracterizada por la fidelidad doctrinal a la enseñanza recibida y la exclusión de originalidades personales: esto, entiéndase bien, no excluye a su vez la personalidad de cada apóstol en particular. Su vida es un servicio de Dios. Por eso no hay vanagloria en la actividad del enviado, sino solamente alegría (cfr. Le 10, 17). Otros poderes de los a. son los de gobernar y administrar (Act 2, 43-45; 4, 32-37; etc.), presidir (Act 6, 16), castigar (Act 5, 1-11).

S. Pablo, cuando reclama para sí el título de a. (1 Cor -15, 5-8; Gal 1, 1 ss.; 2, 2-10) está reclamando simultáneamente su derecho de imponer a los fieles el mensaje cristiano (1 Cor 15, 1 l; Gal 1, 12; 25 5.9). S. Pablo reivindica insistentemente su autoridad sobre las iglesias de los gentiles (Rom 1, 1-6; 1 Cor 1, l; 2 Cor 1, l; Gal 1, l; 1 Cor 14, 37; 11, 16; 4, 17 ss.; 2 Cor 10, 5.8.10 ss.). Las señales, prodigios y milagros garantizan también su autoridad (2 Cor 12, 12). También utiliza fórmulas que son de tipo jurídico, o por lo menos autoritarias (1 Cor 11, 34; 2 Cor 1, 24; 5, 20; 7, 4; 8, 8; 10, 18; 13, 3-10; 1 Cor 7, 10.12.25; 9, 14; 1 Thes 4, 15).

Pedro tiene el primado en la constante actividad de la primitiva Iglesia, según todo el N. T., especialmente en los Hechos de los Apóstoles (p. ej., Act 2, 14; 5, 29; etcétera). S. Matías es testigo de la vida de Jesús, pero sobre todo de su Resurrección (Act 1, 22). Le falta sólo la misión, por eso echaron a suertes, en la cual no es Pedro el que escoge, sino «el Señor» (Act 1, 24), y por eso oran. Así, pues, parece ser que la comunidad no consideraba la misión como algo radicalmente nuevo, sino como una repetición o continuación de lo ocurrido durante su vida, esta vez ya no para estar con Jesús, sino porque estuvo con Él. El problema de Matías sería más fácil si la intención fue sólo buscar un «testigo» (Act 1, 22), no un a. (Act 1, 26).

La Sucesión. La función apostólica continuó en los colaboradores apostólicos (p. ej., 1 Tim 4, 14; 5, 22; 2 Tim 1, 6; cfr. Mt 28, 20), pero éstos ya no son llamados a. porque el término queda restringido sólo a los Doce. Esto quiere decir que la transmisión de poderes no se daba en toda su plenitud. La sucesión no está incluida en el concepto de a. No hay más apóstoles que los Apóstoles. Pero funciones que ellos desempeñan son permanentes en la Iglesia.

El número de apóstoles. En sentido eminente son sólo los Doce (Mt 10, 2; Me 6, 30; Act 1, 26; Apc 21, 14) y Pablo (Rom 11, 13; etc.). La historicidad de los Doce está atestiguada principalmente por la pertenencia de Judas a este círculo y la necesidad de elegir a uno que le sustituya (Act 1, 15-26), así como también por la fórmula estereotipado que usa Pablo (1 Cor 15, 5), que es un índice de un uso fijo en la primitiva comunidad.

Su uso en forma absoluta indica que los Doce tiene un sentido determinado y generalizado: es una referencia salvífica al pasado y al futuro del pueblo de Dios (Apc 21, 14; cfr. Mt 9, 28). La naturaleza escatológica del número Doce hace imposible una continua integración del colegio. Matías tiene como fin sustituir la prevaricación de Judas (Act 1, 25), pero ya Santiago de Zebedeo no es sustituido (Act 12, 2; cfr. Mt 10, 16 ss.). Si los «doce discípulos» de Mt lo, 1, no quiere decir que los discípulos sean sólo 12, tampoco los «doce apóstoles» de Mt 10, 2, quiere decir que los a. sean sólo 12. En efecto, los a. de Le 11, 49, y de Act 15, 2.4.6, no equivalen a los Doce; Matías (Act 1, 26) y Pablo (Gal 1, l) y Bernabé (Act 14, 4.14) tampoco son de los Doce. Se habla también de superapóstoles y seudoapóstoles (2 Cor 11, 5.13; 12, 1 l). Existen a. en el sentido de emisarios o delegados de la comunidad (2 Cor 8, 23) o de Pablo (Phil 29 25).

El hecho de que una comunidad, como p. ej. la de Antioquía, pueda enviar con una misión a Bernabé y Pablo (Act 13, 2-4), que según Act 14, 4.14, son a., no supone ninguna institución humana del a., pues Pablo nunca se consideró a. de Antioquía, sino de Jesucristo; y además vio al Señor; y el verbo que utiliza este texto es aforítsein, no apostéllein, y la iniciativa es del Espíritu Santo. El ayuno, la oración y la imposición de las manos son sólo costumbres probablemente de origen judaico.

Originalidad cristiana del concepto Apóstoles. I) En griego no ha sido a. un término usual para indicar al enviado en sentido técnico, por varias razones: a) su ambiente es la navegación, la milicia o el tráfico mercantil; b) su significado fundamental es impersonal, p. ej., la abstracción de todo lo que se refiere al individuo que es a.; c) aspecto totalmente pasivo del a.; no aparece la idea de delegación, su cualidad es de «ser enviado»; de ahí su carácter objetival que conserva aún después de llegar a ser sustantivo; d) los griegos tenían otras palabras para designar este concepto: ángelos, kérux, presbeytés, etc. (aunque tampoco éstos son lo mismo, pues son sólo una comparsa que lleva un mensaje). 2) Ni la versión griega de los Setenta, ni Flavio Josefo, ni Filón, hacen aquí, como es costumbre en ellos, de intermediarios entre el griego profano y el griego del N. T. 3) En papiros contemporáneos a los escritos del N. T., los a. tienen el sentido de letra de cambio, papel de consigna, pasaporte. 4) El único paralelo griego con el a. del N. T. es el katáskopos de los cínicos estoicos. Tienen: a) fuerte conciencia de sí mismos; b) fuerte conciencia de ser enviados; c) obligación de inspeccionar el comportamiento de los hombres; de ahí su responsabilidad ante los dioses y ante los hombres, en la difusión de su kerigma; por eso también tienen iniciativa y juicio; d) representan a los dioses en cuanto que, educan a los hombres según la norma divina. Pero la afinidad es meramente formal y analógica: a) son ellos quienes actúan, no es Dios en ellos, por eso son arrogantes y presuntuosos; b) sus títulos son divinos y ellos quedan igualados a los dioses; les falta la conciencia de Dios, y la exigencia de lo absoluto; no tienen un claro concepto de Dios, señal de que les falta revelación; c) su iniciativa y su juicio hacen que su kerigma sea humano; d) al faltarles la conciencia de Dios, su programa es humano. 5) El saliah judío es el más cercano al a. del N.T. Aunque la institución jurídica de los seluhim está atestiguada ya desde los tiempos posexílicos (2 Par 17, 7-9), su configuración particular data del principio de nuestra Era. En tiempos de Jesús no se puede hablar de a. judíos. Además, si saliah y a. hubiesen sido equivalentes, no hubiese sido necesario que los judíos adoptasen la transcripción latina del a., como hicieron los cristianos. No fueron los judíos quienes eligieron este vocablo del a., porque si no, hubiese sido más usado. La actividad misional es una diferencia esencial entre el saliah judío y el a. cristiano. 6) Tan original ha sido el sentido nuevo del término cristiano a., que en la lengua latina de la Iglesia no se tradujo, sino que se transcribió como palabra extranjera. Se puede afirmar que cualquier testimonio con sentido paralelo al del N. T. supone un influjo de éste en aquél.

 

BIBL.: R. HARRIS, The twelve Apostles, Cambridge 1927; K. H. RENGSTORF, art. apostéllein, apóstoles, en TWNT I, 397448; íD, art. dódeka, ib. II, 221-238; 0. HOPHAN, Los apóstoles, Barcelona 1957; l. DUPONT, Le nom d'apótres a-t-il été donné aux Douze par Jésus?, «L'Orient Syrien» 1 (1956) 226-290, 425-444; L. CERFAUX, Pour l'histoire du titre Apostolos dans le Nout@eau Testament, «Recherches de science religieuse» 48 (1960) 76-92; E. M. KREDEL y A. KOLPING, Apóstol, en H. FRIES, Conceptos fundamentales de Teología, I, Madrid 1966, 136-152; M. BALAGUÉ, art. Apóstol, en Enc. Bibl. I, 602-603; P. FRANQUESA, art. Apostolado,l ib, 604-611; X. LÉON-DUFOUR, art. Apóstoles, en Vocabulario de Teología Bíblica, Barcelona 1966, 82-86; F, SPADAFORA, M. C. CELLETTI, A. RIGOLI, Apostoli, en Bibl. Sarict. 2, 278-316.

E. PASCUAL CALVO.

 

 

II. ARTE. El tema apostólico es sin duda uno de los más socorridos del arte cristiano. La razón es muy sencilla: su influjo en la creación de las primeras Iglesias fue directo y sus primeros discípulos quisieron que perdurase su figura más o menos idealizada a través de los siglos. De esta manera honraban su predicación y su martirio. Por ello encontramos ya en las catacumbas grupos apostólicos. Tal ocurre en las de Domitila en el s. IV. Entre ellos aparece el Salvador, joven, y todos ellos tienen asimismo aspecto juvenil y decidido. Los a. se representaron simbólicamente muchas veces en el arte paleocristiano. La imagen más frecuente es la de 12 ovejas. Sólo se individualizaron S. Pedro, S. Pablo y S. Juan. Luego a cada uno colocará el arte tradicional un simbolismo particular hasta confundirse con él. S. Pedro, debido a la imagen evangélica, llevará las llaves; S. Pablo, la espada, instrumento de su martirio; Santiago el Mayor, el bordón de peregrino, aludiendo sin duda a las múltiples peregrinaciones a su tumba desde la Alta Edad Media; S. Andrés, la cruz aspada; a S. Juan Evangelista se le representa primero con la palma, luego con el cáliz del cual emerge una serpiente, según una tradición; S. Felipe lleva la cruz latina; a S. Bartolomé se le representa primero con el demonio a sus pies y luego con los cuchillos, objetos de su martirio; a S. Simón se le adjudica la sierra; S. judas Tadeo tiene su representación en un libro, piedras o escuadra. Santiago el Menor, un bastón nudoso; S. Matías una soga o cinturón; S. Tomás, la lanza; S. Mateo, con un hacha o cuchilla. En las representaciones se omite muchas veces a S. Matías, ya que se representa a judas con el objeto de su traición.

El más antiguo mosaico bizantino de importancia se conserva en Rávena: mosaico de los Ariani, del s. vi. Sin embargo, la caracterización instrumental es toda ella posterior al románico salvo las de S. Pedro y S. Pablo. Donde mejor podemos apreciar estos atributos es en el frontal del s. XII del Museo Episcopal de Vich.

En el s. XIV los apostolados se repiten constantemente en casi todos los pórticos góticos de las iglesias catedrales más famosas: Burgos, León, Toledo, Palencia, etc., hasta el punto de constituir un elemento ornamental de primer orden del que raramente se prescinde. Sin embargo, en el retablo de San Cugat aún se representan casi todos iguales, salvo S. Pedro con la tiara. S. Pedro y S. Pablo de la puerta de Cuxá son los primeros balbuceos de un arte románico que luego inundará con sus estatuas de a. los pórticos de Vezelay, apostolado de perfección y de diálogo insinuante entre sus figuras. La Cámara Santa de Oviedo encierra también uno de los apostolados más genuinos del románico. En la caja de los Reyes Magos de Colonia aparecen con las ciudades-maquetas de los lugares evangelizados. El gótico seguirá, y aun intensificará, la línea de exaltación de los a.: pórticos de la catedral de Burgos, Sarmental; aquí el grupo apostólico adopta la postura sedente. El Renacimiento dará nuevo vigor y valor a estos grupos apostólicos, que son tratados en talla, sobre todo con un mimo particularísimo. Son innumerables los retablos que nos ofrecen una verdadera orgía de formas perfectas en principio sin policromar: iglesia de S. Clara (Briviesca). Uno de los motivos más abundantes dentro de la escultura renacentista es el grupo apostólico en el misterio de la Cena del Señor. La pintura moderna, y no menos la de la Baja Edad Media, también estampó en sus lienzos y tablas preciosos apostolados. Retablo del arzobispo Sancho de Rojas del Prado, Fr. Angélico en San Marcos de Venecia. Las predelas de los retablos de finales del s. XIV y XV están ocupadas frecuentemente por a. en busto.

Juan de Flandes nos da en el Prado un grupo de a. magnífico que reitera en la Ascensión del Señor. Lo mismo hace el Correggio en la catedral de Parma. Hay tres apostolados cumbre dentro de la historia del arte pictórico: Durero, que prefiere las posturas erguidas y completas; Rubens y el Greco las prefieren de medio cuerpo. El de Rubens, casi íntegro, se encuentra en el Prado. Los del Greco (catedral de Toledo) tienen en el Prado algunos ejemplares, los demás están desperdigados desde Texas a Indianápolis. No son despreciables las primorosas miniaturas con apostolados, como la del Salterio del duque de Berry. Schongauer, el de las preciosas estampas del Renacimiento, también tiene varios a. que luego se utilizaron en los retablos renacentistas.

 

BIBL.: L. RÉAU, Iconographie de l'art chrétien, I-II, París 1956; E. Ricci, Mille Santi nell'arte, Milán 1931; l. E. WEISLIBERSDORF, Christus und Apostel bilder, Friburgo 1902; J. F. ROIG, Iconografía de los Santos, Barcelona 1950; F. PACHECO, Arte de la Pintura (ed. F. J. SÁNCHEZ CANTÓN), Madrid 1956.

F. SAGREDO FERNÁNDEZ.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991