APOCATASTASIS
El término
proviene de la voz griega apokazístemi, que significa poner una
cosa en su puesto primitivo.
La palabra a. aparece una sola vez en el N. T. y
concretamente en Act 3, 20 ss.: «para cuando vengan por
disposición del Señor los tiempos de consolación y envíe al mismo
Jesucristo que os ha sido anunciado, el cual debe ciertamente
mantenerse en el cielo hasta los tiempos de la restauración de
todas las cosas (apokatastáseos pánton) de que antiguamente Dios
habló por boca de sus santos profetas». Dicha perícopa pertenece
al sermón de S. Pedro a los judíos en el que se acentúa la
esperanza mesiánica de una nueva creación; todas las cosas serán
renovadas y reinará un orden perfecto y definitivo conforme al
plan de Dios.
Cuestión totalmente diversa resulta el pretender probar por
dicho texto' el retorno definitivo de todos los pecadores,
incluido Satanás, a la armonía de su primer principio, Dios;
máxime, cuando el castigo definitivo de los malos queda expreso
repetidamente en el mismo N. T. (Mt 25, 41-46; 2 Thes 1, 9). Existen textos en S. Pablo,
sobre todo al tratar de la eficacia salvífica universal de Cristo,
que aparentemente confirman el sentido que hemos desechado de la
a.; en ellos (1 Cor 15, 22; Eph 1, 10; Col 1, 20, y Rom 5, 18),
más que un retorno definitivo de todos los p,. cadores, se enseña
la finalidad última a la que se dirige la obra divina de
salvación. En definitiva, aunque todos serán vivificados en
Cristo, pocos son los que se salvan (1 Cor 9, 24; Mt 22, 14).
La a. recibió una explicación exagerada en Orígenes (v.),
que se dejó llevar en su obra de un equivocado sentido de la
armonía, oscureciendo la realidad de la libertad. Es propio de la
bondad de Dios -dice- el que se manifieste por la creación (v.) y
de su inmutabilidad el que cree desde la eternidad. El mundo de
los espíritus, entre los que hay que incluir las almas de los
hombres, es la primera manifestación o comunicación del Padre
llevada a cabo a través del Logos. Todos fueron creados ab aeterno
y todos igualmente perfectos; y como la bondad no les pertenece
por naturaleza, tendrán que decidirse a ella mediante el recto uso
de su libertad. El abuso de la misma tuvo como resultado la
creación del mundo sensible; en 61 se encuentran, como en lugar de
purificación, mientras están como presos en cuerpos materiales.
Esto no obstante, llegará día en que todos los espíritus vengan de
nuevo a Dios y, aunque tengan que sufrir un fuego purificador,
finalmente todos serán salvos y glorificados.
En lo expuesto hasta el momento Orígenes ha sentado dos
principios: a) que Dios, como consecuencia de su bondad suma, ha
tenido que ser el creador de unos seres espirituales y de un mundo
sensible; y b) que dichos seres, con la prerrogativa de la
libertad, son la única causa de la existencia del mal en el mundo.
En efecto, si Dios ha sido el principio, solamente 111 puede ser
el fin, «pues siempre fue semejante el fin a los comienzos» (De
Principiis, I, 6, 2: PG 11, 166 B); y se podrá decir que el mundo
habrá alcanzado su finalidad en el momento en que la connatural
resistencia entre la muerte y el demonio de una parte y Dios de
otra haya desaparecido totalmente. Todos los espíritus, creados
libres por Dios, conservarán eternamente su libertad y podrán
siempre elegir entre el bien y el mal: los demonios convertirse en
ángeles, y viceversa, mientras que los hombres se convertirán en
ángeles o demonios a no ser que hayan merecido seguir siendo
hombres. No obstante, dicha evolución conocerá su término dado que
la redención operada por Cristo tuvo por finalidad la restauración
de todas las cosas; sin duda alguna, esta redención hace sentir
paulatinamente su eficacia hasta el punto en que nadie será
salvado contra su voluntad. El mal no puede prevalecer con el
dominio del mundo; si Dios lo permitió fue con vistas al bien; por
tanto, las mismas penas de los demonios y condenados en el
infierno no tienen otra finalidad que servir de enseñanza y de
medicina.
Así, pues -continúa Orígenes-, llegará un día en que todos
los seres inteligentes, incluidos Satanás y ángeles rebeldes,
entrarán de nuevo en la amistad de Dios y Él «será todo en todos».
Entonces todo lo no espiritual volverá a la nada y la unidad
originaria de Dios y de toda criatura espiritual será restaurada.
Claras son las conclusiones a las que nos lleva dicha doctrina: 1)
que no existe un infierno eterno; 2) que Dios castiga el pecado
solamente con penas medicinales; y 3) que el fuego del infierno es
un fuego purificador.
La doctrina de Orígenes suscitó reacciones fuertes, aunque
influyó en diversos autores antiguos, que la recogieron si bien
matizándola; así S. Gregorio de Nisa (v.), Dídimo el Ciego (v.),
Evagrio Póntico (v.), Diodoro de Tarso o de Sicilia (v.) y Teodoro
de Mopsuestia (v.). Posteriormente, y con acentos panteístas,
reaparece en Escoto (v.) Eriúgena y Schleiermacher (v.). Fue
condenada por la Iglesia en los siguientes documentos: 1) en el
sínodo Endemousa de Constantinopla, del a. 543 (Denz. 211); 2) en
el conc. Consta ntinopolitano II o de los Tres Capítulos (v.) del
a. 553 (Denz. 223); 3) en el conc. 1V de Letrán, a. 1215 (Denz.
429); y 4) en la Const. Dogmática Benediclus Deus, de Benedicto
XII, dada el 29 en. 1336 (Denz. 530).
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J. IBÁÑEZ IBÁÑEZ.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991