ANTIGUO TESTAMENTO

Historia


1. Introducción. 2. El texto consonántico. 3. El texto vocálico. 1. Introducción. La historia del texto hebreo del A.' T. tiene por objeto exponer cómo llegó éste a adoptar la forma que actualmente presenta y caracterizar las fases por las que atravesó hasta obtenerla. No se trata aquí del estudio de lo que podría llamarse la prehistoria del A. T. como tal, a saber, el nacimiento y desarrollo de sus formas literarias y el origen y composición de las fuentes que lo integran, ni tampoco la formación de su Canon dentro del judaísmo (v. BIBLIA II y los artículos correspondientes a los diversos libros del A. T.), sino de trazar las líneas a lo largo de las cuales se desarrolló la transmisión de los complejos textuales de la S. E. hebrea, a partir de su primera documentación escrita conocida o indirectamente deducida; describir sus distintas recensiones en el llamado periodo de fluidez textual; explicar los motivos y el procedimiento de la fijación del texto consonántico; los recursos adoptados para impedir su corrupción; la creación de su notación vocálica y acentual y, en general, la problemática del proceso que condujo a la formación del Textus Receptus.
      Parece más conveniente proceder en orden retrospectivo, es decir, trazar esa historia no desde sus oscuros comienzos hasta el texto que hoy se maneja, sino desde éste hasta sus inciertos orígenes. Es en el aspecto filológico donde se centra la mayor polémica; esto y el hecho de que el debate científico se refiera a una de las fuentes de la Revelación hacen que la discusión sea' especialmente apasionante.
      Lo más inmediato para comenzar este estudio será tomar una edición impresa de la Biblia hebrea. El texto que en ella se reproduce es el transmitido por el judaísmo hasta nuestros días, llamado Texto Masorético (en lo sucesivo TM) porque, tras haber sido fijado por las autoridades religiosas, fue tradicionalmente transmitido a través de Masora (=transmisión tradicional; v. infra, 2 B), que con todo escrúpulo veló por la inmutabilidad de sus más pequeños detalles. Ese texto se compone de dos partes: la consonántica y la vocálica. Las vocales están colocadas fuera de la línea; ello refleja una realidad: los signos ,vocálicos son algo añadido muy posteriormente. La. Biblia hebrea se escribió sólo con signos consonánticos hasta el s. v ó vi d. C. Este hecho, y el de que cada uno de esos elementos presente problemática especial, obliga a estudiarlos separadamente.
      2. El texto consonántico. En las ediciones impresas el texto consonántico de la Biblia hebrea es absolutamente coincidente, lo cual no parecerá extraño. Pero sí sorprenderá saber que las Biblias hebreas manuscritas -anteriores a la invención de la imprenta son también prácticamente coincidentes -entre sí en su consonantismo; es decir, no presentan variantes dignas de ser tenidas en cuenta. Y esto no podrá por menos de asombrar a todo el que sepa que casi todas las demás obras de la Antigüedad son conocidas a través de manuscritos más o menos numerosos y variantes entre sí, que han de ser clasificados en «familias» para obtener críticamente la forma textual originaria. Entonces, ¿es que el texto hebreo consonántico del A. T. no presenta problemas? Muy al contrario, lo que ocurre es que los problemas están en una época muy anterior a la fecha del manuscrito más antiguo de que disponemos.
      Porque otro hecho sorprendente es que la muy copiosa serie de manuscritos medievales, todos prácticamente coincidentes en su consonantismo, sobre los que sin dificultad se basa la Biblia hebrea impresa, arranca tan sólo del siglo ix-x d. C., siendo muy escasos los manuscritos íntegros de los s. x y xi, y la gran masa de ellos es ya posterior al xI. El manuscrito completo de la Biblia hebrea más antiguo entre los completos que llevan fecha escrita es del 1008 (ms. B 19a de Leningrado). Algo más antiguos, pero incompletos, son el llamado Códice de Alejo, de la primera mitad del s. x, falto al principio y al final de considerable cantidad de folios; y el Códice de El Cairo, del a. 895 d. C., que sólo contiene los Profetas. Anteriores a esta época sólo existen de la Biblia hebrea, aparte de los manuscritos del mar Muerto (v. infra, QUMRAN), fragmentos manuscritos más o menos extensos, pero ya sin fecha gráficamente consignada y datables de manera sólo aproximada por procedimientos paleográficos o consideraciones de carácter histórico. Son los manuscritos de la Genizá cairota (v. MANUSCRITOS (1), la mayor parte de los cuales parece comprendida entre los s. vi y vlii d. C. Pero tampoco en éstos se descubren verdaderas variantes del texto consonántico, es decir, variantes que afecten al sentido, sino simplemente de carácter ortográfico.
      A) El periodo de pluralidad y fluidez del texto. Esa uniformidad que ofrecen los manuscritos medievales no es originaria; muy al contrario, es el resultado de un largo proceso conflictivo que culminó aproximadamente a comienzos del s. II d. C. en el triunfo de un texto con sonántico sobre otros existentes, texto que en adelante fue transmitido de modo prácticamente invariable, como Textus Receptus, y que, como queda dicho, recibió el nombre de TM. La situación de pluralidad de textos consonánticos, o corrientes textuales divergentes que desembocó en el TM, se prolongó a lo largo de un periodo de tiempo que va aproximadamente del s. iv a. C. al II d. C.
      Los medios que permiten estudiar esa pluralidad son directos e indirectos. Los directos son textos del A. T. hebreo; los indirectos, traducciones del mismo A. T. hebreo a otras lenguas, es decir, algunas de las llamadas Versiones Antiguas. Unos y otros colacionados con el TM presentan diferencias de sentido más o menos acusadas en muchos pasajes; en los primeros su texto consonántico es variante con respecto al TM; en los segundos el significado o contenido es en muchos casos diferente del que ofrece el TM. Ello puede hacer pensar que el texto hebreo del que fueron traducidos, era diverso del recogido en el TM, y así hay que admitirlo efectivamente en muchas ocasiones; pero en esta suposición conviene poner la debida cautela.
      Los textos bíblicos hebreos que documentan la pluralidad textual son: el Pentateuco Hebreo Samaritano; los pasajes paralelos del A. T.; las noticias del llamado kétibgéré, el papiro Nash; variantes contenidas en códices bíblicos hoy perdidos; el rollo de Isaías A; muchos fragmentos manuscritos del mar Muerto, y las citas del A. T. en la literatura rabínica,. Los testimonios que indirectamente permiten pensar que están basados en textos bíblicos hebreos variantes con respecto al TM son principalmente algunas versiones antiguas del A. T. (V. BIBLIA VI), muy en especial la Septuaginta o LXX (v. BIBLIA vi, 3).
      Para comprender el valor que los testimonios textuales enumerados tienen para la historia del texto hebreo del A. T. es preciso caracterizarlos, aunque sea someramente:
      El Pentateuco hebreo de los Samaritanos es la S. E. de la secta o grupo religioso de los samaritanos, los cuales, como resultado de un largo proceso, se separaron del judaísmo probablemente en el s. iv a. C., negando la autoridad y justificación del Templo de Jerusalén Iv.), estableciendo su propio santuario en el monte Garizim (Sikem=Nablus) (v.) y adoptando como base textual. de su religión la parte inicial y básica de, ala Sagr. Escritura, es decir, tan sólo el Pentateuco (v.):. Pana su transmisión manuscrita conservaron hasta nuestros días la escritura paleo hebrea, totalmente diferente de la escritura aramea cuadrada, adoptada por los judíos ortodoxos hasta el día ele hoy, probablemente a raíz del Destierro en Babilonia. El Pentateuco hebreo de los Samaritanos difiere mucho del Pentateuco hebreo judío que hoy se maneja como Textus Receptus. El número de sus variantes asciende aproximadamente a 6.000. De ellas la mayor parte son variantes de índole ortográfica; pero en , cerca de 2.000 casos se trata de verdaderas diferencias de sentido, aunque algunos son modificaciones consciente y tendenciosamente introducidas por los samaritanos en beneficio de sus principios religioso-litúrgicos (v. SAMARIA); en ellos el Pentateuco Samaritano se separa del TM y coincide, en cambio, con el de los LXX, con citas del A. T. contenidas en el N. T. o con textos judíos que divergen del TM. Se tiene, pues, en el Pentateuco Samaritano un texto variante, aunque de valor discutido (F. Pérez Castro, Séjer Abisa`. Edición del fragmento..., o. c. en bibl.).
      La misma conclusión se deduce del estudio atento de los llamados pasajes paralelos. Dentro del mismo TM encontramos una serie de relatos, o textos de otra índole, que están, por decirlo así, repetidos, pero en forma variante: 2 Sam 22=Ps 18; 2 Reg 18, 13-20, 19=Is 36-39; 2 Reg 24, 18, 25-30=Ier 52; Is 2, 2-4=Mich 4, 1-3; Ps 14=Ps 53; Ps 40, 14-1.8=Ps 70; y, de una manera general, el conjunto de Samuel y Reyes, paralelo al Libro de Paralipómenos. Este hecho demuestra que existían textos que circulaban en recensiones diferentes, algunos de los cuales, debido a diversos motivos, tuvieron acceso al Canon hebreo (cuyo proceso de fijación no terminó hasta el s. Ii d. C.) en forma doble pero variante.
      Análogo argumento proporcionan los llamados Kétib y Qéré de la Biblia hebrea, que consisten, dicho, brevemente, en palabras o expresiones del texto consonántico que por una u otra razón (dogmática, estética, gramatical, etc.), parecieron inapropiadas a los que trabajaron en la transmisión del TM, pero que, debido al respeto religioso de los judíos frente al texto consonántico bíblico, no fueron directamente modificadas en lo que aparecía escrito en el mismo (kétib=lo escrito), sino sustituidas por otras en la lectura (géré=lo leído). Estos gérés van generalmente indicados al margen, fuera del texto consonántico, y llegaron a ascender a un número aproximado de 1.300. Pues bien, se ha observado que muchos de los gérés existentes en los libros de Samuel y Reyes aparecen en el libro paralelo de Paralipómenos, pero no como notas marginales, fuera del texto, sino directamente dentro de él; es decir, lo que en Sam-Reg es simple géré, en Par es kétib consonántico. Hay que hacer notar que el texto de Par es una recensión variante de Sam-Reg, que, según algunos filólogos, presenta un texto más vulgarizador, menos cuidado y erudito que el de Sam-Reg. De todo ello parece poder deducirse que la larga lista de los Kétib-Qéré encierra una gran cantidad de lecciones variantes procedentes de recensiones populares, o menos cuidadas, que no se quiso eliminar totalmente y que, aun sin dárseles acceso al texto propiamente dicho, fueron recogidas en forma de gérés. Se tiene así en ellos otra clara fuente de información sobre la existencia de una pluralidad textual.
      El papiro, Nash, a pesar de su pequeña extensión, tuvo extraordinaria importancia hasta 1947, fecha del descubrimiento de los Manuscritos del mar Muerto (V. QUMR7N), porque hasta entonces podía considerarse como el fragmento de manuscrito bíblico hebreo más antiguo que sé conódía (v. MANUSCRITOS BÍBLICOS HEBREOS). Este papiro nos permite leer el Decálogo en un texto formado por Ex 20, 2 ss.; Dt 5, 6 ss., seguidos por la oración judía llamada sémá`, Dt 6, 4 ss. Como variantes en él contenidas pueden señalarse la inversión en el orden de los mandamientos sexto y séptimo, y una frase antepuesta a la sémá` que figura en Septuaginta, pero falta en el TM. Se han propuesto diversas dataciones que oscilan entre el s. ii a. C. y el i d. C.
      Hay noticias indirectas de la existencia de códices hebreos antiguos cuyos textos contenían variantes consonánticas, pero que se perdieron sin dejar más que algunas referencias. En París y Praga se encuentran manuscritos de- una lista medieval que contiene 32 variantes del llamado Codex Severi, Pentateuco llevado a Roma a raíz de la destrucción de Jerusalén en el año 70. Gramáticos y tratadistas masoréticos medievales mencionan también una serie de lecciones variantes de un llamado Codex Hil-lel escrito, según dicen, hacia el año 600 por Rabbí Hil-lel ben Molé ben Hil-lel, muy correcto y utilizado para la confrontación de otros manuscritos. Y, por último, conocemos sólo el nombre y algunas variantes del Codex Muga, del Codex Jericho, y del Codex Jeritialmi. recogidos en tardíos manuscritos bíblicos hebreos (v. MANUSCRITOS 11).
      También indirecto, pero no de menor interés, es el valor que tienen las citas de pasajes del A. T. hebreo contenidas en la dilatada literatura rabínica (V. RABINO; CÁBALA; TALMUD Y TALMUDISMO) y que demuestran que los círculos rabínicos, incluso hasta muy entrada la Edad Media, manejaban formas variantes y divergentes del TM. Estas variantes, aunque tardías, coinciden muchas veces con lecciones textuales documentadas por material antiguo, lo cual puede hacer pensar que no se trata de corrupciones posteriores, sino de variantes de la época de la pluralidad del texto bíblico consonántico.
      El primer hallazgo de manuscritos bíblicos hebreos en el mar Muerto y los que fueron teniendo lugar en años subsiguientes (v. QUMRAN) marcaron el comienzo de una época de extraordinaria importancia en los estudios de historia del texto hebreo del A. T. Con excepción del Pentateuco Samaritano y del pequeño papiro Nash, sólo había podido trabajarse hasta entonces con testimonios indirectos de la existencia de una pluralidad textual anterior a la unidad consonántica. Pero desde la aparición y parcial publicación de los Manuscritos del mar Muerto, cuyas debatidas dataciones propuestas están comprendidas, fuera de algunas opiniones extremas, entre los s. II-I a: C. y el I-II d. C., podían ya ser manejados textos bíblicos hebreos anteriores en ocho o diez siglos a los manuscritos más antiguos del A. T. hebraico de que hasta entonces se había dispuesto. Y aunque sorprendió la coincidencia existente en general entre el texto de los nuevos manuscritos y el TM, muy grande si se tienen en cuenta los casi mil años que median entre ellos, pronto se comprobó que muchos de los manuscritos de Qumrán, no sólo por su ortografía, sino también por sus variantes de sentido, encajan perfectamente dentro del panorama de la pluralidad textual que precedió a la uniformación del texto y corrobora la imagen que de aquel periodo se había trazado a base de medios indirectos. Otros, en cambio, coinciden de manera sorprendente con el TM. Tal dualidad está perfectamente ejemplificada en el contraste que presentan entre sí los dos rollos encontrados de Isaías: el Isaías A, variante frente al TM, el Isaías B casi idéntico a éste.
      No es de este lugar describir la índole, historia y problemática de cada una de las versiones antiguas de la Biblia (v. BIBLIA vi, 2, 3, 4 y 5), pero sí indicar lo que significan en la historia del texto de la Biblia hebrea. Lo que primero salta a la vista al enfrentarse con el conjunto de las versiones antiguas es que, a cada paso, encontramos palabras o frases cuyo sentido es diferente al que tienen en el texto hebreo; palabras, frases o pasajes que no figuran en el texto hebreo; y omisiones de palabras o frases o pasajes del texto hebreo. Es decir, parece que los textos hebreos a base de los cuales se hicieron estas traducciones eran diferentes del TM. Con ello tendríamos valiosos testimonios indirectos de la existencia de recensiones del A. T. hebreo divergentes del TM y de fecha muy anterior a él.
      No todas las versiones antiguas pueden ser utilizadas para tratar de reconstruir hipotéticamente el texto hebreo que tomaron como base de traducción; sólo las que son versiones del texto original, no las que son versiones de otras versiones, salvo casos esporádicos. Las versiones a base del original son las siguientes: al griego, la Septuaginta (o LXX), Aquila, Synmachus y Theodotion; al arameo, los Targumim (Onkelos, Yonatán, Palestinense) y otros sólo fragmentariamente conocidos; al siriaco, la Pesitta, al parecer en su núcleo antiguo; al latín, la traduc¿ión de S. Jerónimo que, con numerosas influencias de Septuaginta, forma la base de la Vulgata. Con excepción de esta última, estas versiones se hallan comprendidas, grosso modo, entre el s. Iv-IIi a. C. y el I-II d. C. (en los Targumim, refiriéndose a su tradición oral, no a su fijación escrita). La traducción de la Biblia hebrea llevada a cabo por S. Jerónimo, es ya del s. iv, pero es de valor sobre todo porque en parte refleja la tradición interpretativa rabínica de sus maestros judíos del s. IV y porque con sus numerosas transcripciones de vocablos hebreos nos permite conocer la pronunciación del hebreo en una época varios siglos anterior a la notación gráfica de la misma en los manuscritos judíos del A. T. (v. infra, 3).
      Éstas son, pues, las fuentes que de manera indirecta pueden arrojar luz sobre el estado del texto bíblico en sus respectivas épocas. Pero debe advertirse que las versiones antiguas no pueden ser indiscriminada y mecánicamente utilizadas para colegir, por simple retraducción, al hebreo, cómo era el texto hebreo que les sirvió de base. Si bien de este procedimiento se ha abusado mucho en un pasado no muy lejano, cada día se ve con más claridad que las divergencias entre las versiones y el TM transmitido hasta hoy no siempre obedecen, ni mucho menos, a que el original traducido friera diferente; muchas veces hay que explicarlas como falsa lectura, interpretación equivocada, paráfrasis basada en los presupuestos espirituales del traductor y de su época, entrecruzamiento con otros pasajes, especial técnica de traducción, etc. Es, pues, preciso considerar todas estas posibilidades antes de concluir que la variante se debe a distinto texto hebreo. Parece más lícito aceptar la existencia de una verdadera variante con respecto al TM cuando, como ocurre frecuentemente, en la lección de determinado pasaje coinciden todas o algunas de las Versiones Antiguas y especialmente cuando éstas coinciden además con la lección conocida por alguna de las fuentes hebreas arriba señaladas. Éste ha sido precisamente el incalculable valor que han resultado tener los descubrimientos de Manuscritos del mar Muerto a partir de 1947: haber proporcionado textos bíblicos hebreos numerosos, muchos de ellos de época más antigua que la posterior uniformación del texto consonántico biblico, y cuyas lecciones han venido a coincidir con las de una u otra Versión Antigua.
      Tipos o familias textuales. Es extraordinariamente interesante el panorama que ofrece esta utilización conjunta del testimonio de las Versiones Antiguas y de las fuentes hebreas pre-masoréticas, posible hoy en mucha mayor escala que nunca merced al material del mar Muerto. Ante todo hay que hacer notar que las coincidencias entre estos distintos testimonios textuales no son generales, constantes y sistemáticas; antes bien, son muy desordenadas y a veces hasta presentan un entrecruzamiento caótico. Pero lo que sin duda permiten afirmar es que el TM no es el único que existió. Durante mucho tiempo coexistió con otros varios. De momento pueden ser identificados tres o cuatro de estos varios tipos textuales: 1) El representado por el rollo de Isaías B, por el texto bíblico del Comentario de Habacuc y por otros numerosos fragmentos del mar Muerto, todos los cuales se hallan plenamente dentro de la línea textual que más adelante se denominará masorética (v. infra, 2 B); es al que se puede llamar proto-masorético. El grupo de fragmentos que presentan grandes coincidencias con la Septuaginta, aunque no en todas sus variantes, y al que debe dársele el nombre de proto-septuagintal; parece tratarse de un estadio primitivo del texto de los LXX que se perpetúa hasta el s. I a. C., fecha atribuida a los fragmentos del mar Muerto. 3) El constituido por fragmentos que coinciden predominantemente con el Pentateuco Samaritano; se le llama simplemente tipo samaritano. También aquí comprobamos que un texto que debe de tener su origen hacia el s. Iv, sigue transmitiéndose junto a los restantes en el s. i a. C. 4) Otro grupo de fragmentos de manuscritos del mar Muerto cuyos textos no encajan en ninguno de los tres anteriores, pero que presentan variantes que o son nuevas o están también atestiguadas en alguno de los testimonios textuales mencionados. Tal sería el caso de las variantes del rollo de Isaías A, coincidentes unas veces con lecciones de los Targumim arameos y otras con la de la versión siriaca Pesitta.
      No puede, pues, dudarse que el texto del A. T. se encontraba en un verdadero estado de fluidez entre el s. iv a. C. y el i d. C., es decir, en el, periodo que aproximadamente cubren, como se ha dicho, algunos de los testimonios textuales arriba estudiados (quedando fuera de él las traducciones griegas más recientes de Aquila, Synmachus, Theodotion, la traducción de S. Jerónimo y la recensión escrita de los Targumim arameos, pero no su tradición oral). Dicha fluidez se manifiesta no sólo en la existencia de diversos tipos textuales, y en el entrecruzamiento de unos con otros, sino también en la libertad con que los copistas de la S. E. procedían al manejarlos, libertad que se traduce, y éste es uno de sus rasgos más salientes, en facilitar al vulgo su comprensión; por esto puede, en cierto modo, calificárseles de textos vulgarizadores. En ellos se observa el uso frecuente de las llamadas matres lecciones, es decir, signos consonánticos usados especialmente para indicar valores vocálicos dentro del texto consonántico y facilitar así su lectura a los poco doctos; la sustitución de palabras hebreas antiguas, y por esto desusadas, por otras, tomadas del lenguaje arameo más comúnmente utilizado en época tardía; el empleo de formas gramaticales populares en lugar de otras más arcaicas poco corrientes; la tendencia a explicar pasajes oscuros mediante la adición de otros paralelos o de paráfrasis y circunlocuciones; la presencia de lecciones que suponen especiales enfoques teológicos, exegéticos o religiosamente tendenciosos, etc. Frente a tales características, más o menos comunes a todos los textos vulgarizadores anteriores al tipo textual (el TM) que ha llegado hasta nuestros días, vemos que éste, guardado y transmitido cuidadosamente por el judaísmo oficial, presenta un aspecto mucho más conservador, arcaico, respetuoso de las más pequeñas minucias de una vieja tradición textual celosamente mantenida, aunque a veces se hubiese perdido el recuerdo del sentido y razón de aquéllas.
      B) Triunfo de un tipo textual: el texto masorético. Tras la larga coexistencia de diversos tipos textuales, llegó un momento en que el judaísmo (v.), al quedar desprovisto de cohesión política por no disponer ya de un territorio con soberanía nacional, y de centro litúrgico por haber sido destruido el Templo, sintió la acuciante necesidad de que por lo menos las bases de su religión y derecho, la S. E. y la Misná, el segundo libro del judaísmo (v. TALMUD 1 y 2), quedasen de tal forma establecidas que constituyesen, por su fijeza y uniformidad, un permanente e inquebrantable elemento cohesivo. Era preciso disponer de un texto bíblico único y autoritativamente determinado. Y así, ya desde el célebre Rabbí `Aquba (v.; m. 135 d. C.), se hace cada vez más patente la aspiración a asegurar la inmutabilidad del texto bíblico consonántico, haciendo desaparecer de 61 el estado de fluidez y pluralidad hasta entonces existente. La exégesis bíblica de Rabí `Agiba y sus continuadores, tan minuciosa que atendía y daba importancia hasta a la última letra de la S. E. y que, por tanto, requería que su texto permaneciese invariable, incluso en su más pequeño detalle, exigió el establecer un texto consonántico normativo de la Biblia Hebrea, que a través de los siglos se transmitiera después de manera prácticamente inmutable. Parece probable que ese texto recibiese refrendo oficial en el Sínodo de Yamnia (Yabne) hacia el año 90 o 100 d. C., pero que ya en gran medida gozase de carácter normativo en el s. i d. C. Así se explica que las versiones griegas del s. II-III d. C. Aquila, Theodotion y Synmachus, originadas como reacción contra la Septuaginta en el seno del judaísmo reflejen ya muy literalmente el texto triunfante en el s. I-Ii d. C., luego llamado TM. También el Rollo de Isaías B del mar Muerto, cuyo texto prácticamente coincide en todo con el TM, a diferencia de lo que ocurre con el Rollo de Isaías A, ampliamente variante, parece que presupone ya la existencia del texto normativo.
      Pero este triunfo de un determinado tipo de texto, sobre todos los demás que con él habían venido coexistiendo, no se produjo de la noche a la mañana. Todavía en las versiones griegas tardías arriba mencionadas, a pesar de su general coincidencia con el TM, se deslizan ocasionalmente variantes frente a éste. Algo análogo puede decirse de la traducción de S. jerónimo, del s. iv. En consecuencia, no puede mantenerse plenamente la tesis que en 1863 formuló Paul de Lagarde, siguiendo a Rosenmüller y a Sommer, según la cual hacia el a. 130 d. C. un códice del A. T. fue erigido en modelo o arquetipo, y su exacta reproducción sucesiva en las copias posteriores aseguró la uniformidad del texto consonántico. Al contrario, los hechos que hoy conocemos prueban que esa uniformidad se logró tan sólo después de un largo proceso de lucha del tipo textual representado por el TM contra los demás existentes. Si bien ese tipo textual consonántico fue declarado oficial para el judaísmo a comienzos del s. ii d. C., huellas de las antiguas formas textuales lograron perpetuarse hasta muy tarde. En este sentido hay que interpretar las disposiciones rabínicas contenidas en el Talmud (v.), según las cuales era preciso eliminar los manuscritos no corregidos a base del texto modelo, oficial y autorizado. Esa larga pervivencia marginal de huellas de las corrientes textuales antiguas se ve demostrada también por la existencia de rasgos textuales derivados de la tradición samaritana en un determinado grupo de manuscritos medievales, y por la aparición ocasional de citas del A. T., con texto variante del TM, en obras de autores, tanto judíos como cristianos, de la Edad Media.
      Valor y criterios de selección del TM. La larga polémica sobre la calidad del TM, especialmente reflejada en la lucha secular entre los partidarios de la Septuaginta y los apasionados por la Hebraica Veritas de la Biblia hebrea, está hoy decidida en favor de esta última. La comparación entre el TM y las demás corrientes textuales pone claramente de relieve el carácter arcaico y minuciosamente conservador de aquél. Es producto de una tradición muy antigua y depurada, que en gran parte se remonta a los escribas saduceos de la época asmonea (s. ii-i a. C.), de cuidadosa técnica desarrollada por los doctos en S. E., de la que el Talmud nos informa con bastante precisión (Tal. Bab. Kétubot 106a; Tal. Jer. Ta'anit 4, 2). También el gran exegeta Rasi (v.), al comentar la Misna 'En Kotebim, Mo'ed Qatan 18b, al igual que el Talmud nos proporciona claras alusiones a las actividades que iniciaron el proceso de selección del texto que había de triunfar sobre los demás y desplazarlos al cabo de los siglos. Y así el TM resulta como el descendiente de una corriente textual elegida y transmitida por las autoridades doctas y técnicas del judaísmo, como el representante de puras y antiguas tradiciones.
      Para conocer el sistema empleado que llega a fijar en el s. r o comienzos del rr d. C. del texto consonántico que había de ser normativo para el judaísmo, a base de manuscritos antiguos erigidos en modelo, existe hoy material mucho más copioso que el manejado por los filólogos de pasadas generaciones; y ello merced también a los Manuscritos del mar Muerto y de Masada. El estudio paleográfico, ortográfico y textual de éstos, su clasificación y su comparación con los distintos aspectos y fases de la Biblia Griega, Pentateuco Samaritano, Pesitta, apócrifos judíos, citas en Flavio Josefo y en el N. T., etc., han permitido establecer, según parece, la existencia entre el s. v y el i a. C., de varias familias textuales locales: la de Palestina, la de Egipto y la de Babilonia.
      El Periodo Persa es la época en que comienzan a diversificarse los Textos locales de Palestina y Babilonia; los del Pentateuco y Profetas Priores, cuyos complejos literarios habrían llegado a adoptar 'su forma final ya en el s. vi a. C., proceden de arquetipos que, en términos generales, son de la época de la Restauración (v. F. M. Cross, jr., The Contribution of the Qumrán Discoveries..., o. c. en bibl.). Según este autor, la familia palestinense se caracteriza por un texto al que puede llamársele expansionista, debido a su tendencia a las ampliaciones y complementos en forma de glosas, adiciones sinópticas, etcétera. La egipcia ofrece un texto también extensivo, pero menos que el palestinense; así, el Pentateuco es amplio, pero no tanto como el de Palestina y más que el de Babilonia; deriva de la familia textual Palestinense en su fase antigua, en fecha no posterior al s. iv a. C. El libro de Samuel también parece haber derivado de la familia palestinense no antes del s. iv; Jeremías pertenece al comienzo del desarrollo palestinense o tal vez sea anterior, de modo que puede proceder del s. vi o v a. C.; Isaías, en cambio, derivaría de la familia palestinense en fecha ya muy tardía. La familia textual babilónica se desarrolla entre el s. v y el ii a. C. y no aparece documentada en los manuscritos de Qumrán: su Pentateuco es un texto de carácter breve, conciso, prístino, y sus lecciones son superiores a las de todas las demás familias, aparece documentado en fecha relativamente tardía, nunca en escritura paleohebrea ni en manuscritos de ortografía macabea; parece haber gozado de una larga historia independiente, tras de la cual se introduce en Palestina no antes de los Macabeos (165-143 a. C.) ni después de Hil-lel (ca. 30 a. C.-10 d. C.), dominando en ella ya a fines del s. i a. C.
      Pues bien, colacionando los manuscritos que documentan estas tres familias del texto bíblico con el TM se comprueba que éste no fue determinado por un sistema de revisión, de corrección o de eclecticismo, como algunos filólogos pensaron, sino, el contrario, por elección de una de las dos familias textuales existentes o en circulación en Palestina en el s. i d. C.; pero esta selección no fue general para todo el A. T.: el material existente demuestra que para el Pentateuco fue elegido el soberbio y conservador texto de Babilonia, así como para los Profetas Priores; mas para los Profetas Posteriores fue tomado el texto palestinense, acaso porque para esta parte del A. T. no existía texto babilónico.
      La Masora. Elegidas las familias textuales y promulgado el texto consonántico del que había de ser el A. T. autorizado, fijo, invariable en lo sucesivo para el judaísmo, púsose el máximo cuidado en transmitirlo fielmente como algo sacrosanto, del que no es lícito alterar ni el más pequeño detalle externo. De este intangible carácter del texto consonántico masorético para el judaísmo nos hablan elocuentemente una serie de particularidades del mismo, escrupulosamente conservadas en las Biblias Hebreas hasta nuestros días: Los puncta extraordinaria, puntos que los escribas colocaron en ocasiones sobre determinadas letras o palabras para indicar que en ellas ponían algún reparo de carácter crítico o dogmático, pero sin osar modificarlas o suprimirlas. El nun inversum, es decir, la letra hebrea nun colocada en ciertos pasajes para marcar versículos que según los escribas están fuera de su debido lugar, pero que no se atrevieron a desplazar; su uso, sin embargo, no es totalmente claro. Los sébirim, plural de la palabra aramea sébir, participio pasivo de la raíz Babar `opinar, significar', son muy numerosos; cuando la forma o la significación de una palabra son anómalas, se consigna al margen la forma o significación, el sébir, que cabría esperar, pero sin modificar para nada el texto mismo. Algo análogo es el Kétib-Qéré, del que se ha tratado más arriba (v. 2 A).
      Pero es indudable que este grado extraordinario de respeto al texto sólo se alcanzó tras la definitiva fijación del mismo. Que antes de ella era menor nos lo demuestran las Tiqquné Soferim e `Itturé Soferim, es decir, los casos de correcciones y omisiones del texto, cuyo recuerdo se ha conservado en las Biblias masoréticas y que son reliquia de aquella época de fluidez textual en la que se sentía mayor libertad para intervenir en la Escritura consonántica. El número de los casos consignados es bastante reducido.
      Esta escrupulosamente exacta transmisión del texto bíblico consonántico es conocida por el nombre de Masorah (=tradición), término técnico con el que se designa además el conjunto de datos obtenidos como resultado de la minuciosa labor de registro llevada a cabo primero por los soferim y luego por los masoretas: número de palabras de un libro bíblico, número de versículos, número de letras, indicación de palabras o letras que dividen exactamente un libro o conjunto de libros, como el Pentateuco, en dos mitades iguales, indicación de palabras que sólo aparecen una vez en un libro, conjunto de ellos o en toda la Biblia, indicación del número de veces que una palabra aparece escrita de una manera determinada (plena, con mater lecciones, v. infra 3A, o defectiva sin ella), y otro sinnúmero de detalles particulares del texto que sería excesivo consignar aquí. Todo este cómputo, todos estos registros constituyen una pauta, sin igual en la historia de la transmisión de textos, que tiende a impedir los errores en la reproducción manuscrita de la Escritura, y cuyos detalles y minucias son sagrados para el judaísmo. No en vano Rabbí °Agiba definió la Masora diciendo: «La Masora es un cerco protector de la Torá (la Ley)».
      Las susodichas noticias masoréticas recogidas en manuscritos de la Biblia, aunque no todos ellos las llevan, se dividen en Masora Parva, Masora Magna y Masora Finalis. La Masora Parva va consignada en los márgenes laterales de las columnas del texto bíblico y se limita, casi exclusivamente, a la indicación numérica de los casos en que aparece una determinada palabra, frase o particularidad textual. La Masora Magna va en los márgenes inferior y superior del folio y desarrolla explícitamente las noticias de la Parva, consignando más o menos por extenso el pasaje en cuyo contexto aparecen las palabras o frases computadas por aquélla. Tanto la Masora Parva como la Magna se sitúan más o menos en las proximidades de las palabras objeto de sus observaciones. En cambio, la Masora Finalis es la ordenación alfabética de todo el material masorético, generalmente al final del códice o de un grupo de libros bíblicos.
      3. El texto vocálico. Cuando ya el texto bíblico consonántico tenía tras sí una larguísima historia que, como queda expuesto, había conducido a su definitiva fijación, nace el segundo elemento integrante de la Biblia hebrea: la puntuación, término técnico que incluye tanto los signos para representar las vocales, como los empleados para la notación de la cantilación sinagogal de la Escritura. Dos razones explican la creación y el posterior desarrollo de la notación vocálica: 1) el paulatino decrecimiento del uso vivo de la lengua hebrea, sin el cual es imposible leer con seguridad un texto simplemente consonántico; 2) el estudio cada vez más intenso de la S. E. desde el punto de vista filológico promovido por el Caraísmo (v. HEBREOS v).
      Los comienzos de la creación y uso de los signos vocálicos se sitúan en el s. vi, o tal vez ya en el v d. C.; el mayor perfeccionamiento del sistema, a partir del s. viii d. C. Sabemos que ya en el s. v d. C. se usan en los manuscritos siriacos nestorianos puntos colocados encima o debajo de las consonantes para indicar las vocales; parece, pues, probable que los judíos se inspirasen en dicho sistema de vocalización siriaca para crear el suyo, muy análogo en varios aspectos.
      A) Sistemas de signos vocálicos. Desde tiempos muy antiguos existió ya la tendencia a representar los sonidos vocálicos, en los casos más necesitados de ello por su especial ambigüedad, mediante signos consonánticos a los que se dotó de un especial valor vocálico. Es el sistema de las llamadas marres lectionis, cuyo uso está documentado ya en antiguos monumentos epigráficos como la inscripción de Siloah (s. vIII a. C.), los ostraca de Lakis" (s. vi a. C.), etc., y muy extendido en los manuscritos bíblicos de la época de fluidez textual; ejemplo elocuente de ello dan los Manuscritos del mar Muerto, en los cuales las matres lectionis son abundantísimas. Al quedar fijado el texto consonántico y, como se ha visto, contado y cuidadosamente registrado el número de los signos de su escritura lineal, el empleo de las matres lectionis tuvo que ser sustituido por otros recursos; y así parece que el judaísmo, con el fin de hacer posible la lectura del sagrado texto a quienes ya no conocían suficientemente el hebreo para leerlos sin vocales, se sirvió de transcripciones de dicho texto en la escritura griega, bien conocida por los judíos de la época helenística, en las que se recogían no sólo sus consonantes, sino también sus vocales. Aunque el uso de estas transcripciones para fines sinagogales es objeto de polémica entre los especialistas, puede obtenerse una visión de su aspecto observando la contenida en la segunda columna de la Hexapla de Orígenes.
      Pero ni las matres lectionis ni las transcripciones permitían una notación vocálica y acentual suficientemente exacta, y por ello, y por la animadversión que tras la época helenística se suscitó en el judaísmo contra todo lo griego, se abandonó el sistema de las transcripciones y se recurrió al sistema de puntos supra o sublineales empleado en los manuscritos siriacos y posteriormente muy desarrollado y modificado. El hecho de que las vocales se representaran fuera de la línea consonántica, cuyo número de signos estaba ya exactamente contado y no podía ser variado, permitió indicar la lectura y pronunciación del texto sagrado sin vulnerar su integridad.
      Varios son los sistemas de vocalización con signos especiales cuya existencia conocemos: el palestinense, los dos babilónicos y el tiberiense. En los primeros la colocación de las vocales es supralineal, en el último sublineal, excepto holem=o, que va encima. El palestinense emplea puntos diversamente colocados, los babilónicos usan signos que tienen su origen en la forma de las consonantes alef, `ayin, yod y waw. Tanto la vocalización palestinense, de la que deriva la usada por los samaritanos, como las babilónicos son principalmente conocidas por los fragmentos manuscritos de la Génizá de El Cairo, aunque los que presentan el sistema palestinense son muy escasos; su fecha parece oscilar entre el s. vi y el viii d. C. Mucho más abundantes son los fragmentos con vocalización babilónica; un grupo de ellos, al parecer del s. vii, nos da a conocer el primero de los dos sistemas babilónicos, el llamado «sencillo»; otro, que acaso deba datarse en los s. VIII y ix d. C., presenta el sistema babilónico de vocalización conocido por el nombre de «complicado»; supone una notación vocálica mucho más fina y perfecta que sin duda se hizo necesaria ante la minuciosidad de los estudios textuales promovidos, como queda dicho, por el caraísmo.
      Pero fue el sistema tiberiense el que llegó a adoptarse finalmente (aunque los judíos del Yemen continuaron usando los signos babilónicos para la notación de su pronunciación del texto bíblico, fuertemente influida por la tiberiense) y el que, desplazando a los anteriores, desde el s. ix-x d. C. se utiliza hasta nuestros días para vocalizar la Biblia hebraica. Los sistemas palestinenses y habilónicos cayeron en un olvido y desconocimiento tan absolutos que puede decirse que hasta el descubrimiento de la Génizá de El Cairo (v. MANUSCRITOS BÍBLICOS HEBREOS), a fines del pasado siglo, no volvió a tenerse noticia de ellos. La identificación, interpretación y estudio fue fundamentalmente obra de Paul E. Kahle (aunque hoy se discuten algunas de las soluciones que propone).
      La vocalización tiberiense se llama así por haber sido obra de los famosos masoretas de Tiberíades, cuyos trabajos se desarrollaron entre los a. 780 y 930 d. C. Los más destacados fueron los de la familia Ben Al"er. La vocalización tiberiense, a diferencia de las otras, es sublineal;, recogió las experiencias del incipiente sistema palestinense, pero es en sí totalmente nuevo; el sistema de notación vocálica, juntamente con el sistema acentual, fue tan perfecto que permitió indicar hasta los más finos matices de la pronunciación y cantilación del texto bíblico en la sinagoga. Las escuelas de masoretas tiberienses fueron, indudablemente, numerosas y cada una de ellas poseyó características propias; pero hoy, junto a la escuela de los Ben Aser, sólo nos es conocida nominalmente la escuela de los Ben Naftalí. Y así como las diferencias en la pronunciación y entonación del texto bíblico que existían entre los sistemas palestinense, babilónicos y tiberiense fueron bastante profundas y llenas de interés para el estudio de la fonética histórica de la lengua hebrea, las diferencias entre las distintas escuelas tiberienses son de importancia mucho más secundaria; más que de divergencias de pronunciación se trata de diferencias en la entonación y recitación del texto bíblico en la sinagoga.
      La vocalización o puntuación de la escuela Ben Al"er nos es conocida por una serie de códices bíblicos vinculados a ella debido a varias razones (Códices de Alepo, El Cairo, Londres, Leningrado; v. MANUSCRITOS BÍBLICOS HEBREOS), y por ciertos tratados masoréticos, escasos e incompletos, como el Tratado sobre las diferencias entre Ben Aser y Ben Naftali de Misael Ben `Uzziel y el Séfer Diqduqé ha-Te'amim de Aharón Ben Aser. La de la escuela de Ben Naftalí no se sabe a ciencia cierta en qué consistía, pues de ella sólo hay escasas noticias como las contenidas en el susodicho Tratado de Ben `Uzziel y en otras listas medievales análogas. Un grupo de manuscritos medievales que ostentan vocalizaciones anómalas con respecto a la tiberiense de Ben Aser, vocalizaciones que se difundieron mucho en manuscritos hebreos españoles, franceses y alemanes hasta el s. xiv (como el Codex Reuchlinianus), y que reflejan la llamada «pronunciación sefardí», creyó Paul Kahle en un principio poder atribuirlos a esta escuela, pero hoy no son ya considerados manuscritos de Ben Naftalí, sino más bien, como propugna Alejandro Díez Macho, exponentes evolucionados de la antigua vocalización palestinense. Es decir, que el sistema vocalizador ben-naftaliniano se escapa todavía a nuestro conocimiento.
      Es interesante observar que la puntuación tuvo un proceso muy análogo al del texto consonántico: de la pluralidad de formas existentes, una 'sola sale triunfante y autorizada. Así, la de los diversos sistemas de vocalización triunfa el tiberiense y, a su vez, dentro del tiberiense triunfa la escuela de Ben Aser. Se ha dicho que este triunfo se debió al veredicto de Maimónides (v.) en favor de la escuela Ben Aser y que su tan autorizada opinión hizo que el judaísmo la adoptase como normativa. Pero esta victoria, de modo análogo a la del texto oficial masorético consonántico, se logró sólo paulatinamente; no cabe duda de que, a pesar de la recomendación de Maimónides (1135-1204), otras formas de vocalización divergentes continuaron usándose en muchos manuscritos medievales hasta el s. XIV y XV.
      Dentro de la escuela de Ben Aser el sistema de vocalización presenta dos ramas diferentes: la de Mosé ben Aser, con muchos puntos de contacto con la puntuación de Ben Naftalí, y la de Aharón ben Molé ben Aser, hijo del anterior, que es la que llegó, más concretamente, a gozar de autoridad oficial (cfr. F. Pérez Castro, Corregido y- correcto. El Ms. B 19a frente..., o. c. en bibl., p. 26; Id., Estudios masoréticos, o. c. en bibl., p. 314-315).
      B) El problema de la correspondencia entre la vocalización actual y la pronunciación primitiva es apasionante y complicado. Efectivamente, parece justificado poner en tela de juicio la posibilidad de que un sistema de vocalización, creado en una época separada por más de mil años del momento histórico en que el hebreo era lengua plenamente viva, represente con exactitud aquella antigua pronunciación. En el transcurso de ese milenio la pronunciación del hebreo indudablemente se habría transformado, como en todas las lenguas. Esta transformación, por otra parte, nos es en cierto modo conocida por documentos lingüísticos: textos hebreos transcritos a escritura griega y latina, pronunciación de los samaritanos, manuscritos con vocalización palestinense, etc., los cuales, comparados con la vocalización tiberiense, ofrecen en algunos aspectos otra imagen fonética. Por todo ello, ciertos filólogos se inclinaban a pensar que en gran parte la pronunciación reflejada por la vocalización de los masoretas tiberienses era creación artificial de éstos; e hicieron especial hincapié en que, según la vocalización tiberiense, el sufijo pronominal de 2a persona singular . masculina es -éká, mientras que en todas las demás fuentes pre-masoréticos es -5k. Pero al estudiarse los Manuscritos del mar Muerto, que ofrecen una imagen fonética del hebreo muy anterior a la época de los masoretas, pudo verse que el citado sufijo aparece escrito -éká. Compruébase, pues, que en este caso, y sin duda en otros muchos, los masoretas supieron conservar formas muy antiguas y que éstas no son innovaciones sino sorprendente permanencia de formas de un lejano pasado lingüístico.
      Análogamente se produce hoy una reacción contra un determinado modo, generalizado entre filólogos, de entender en qué consistió la vocalización masorética. Según opinión muy común, la vocalización masorética es algo añadido a la Biblia hebrea por los masoretas y, por tanto, mucho menos respetable que el texto consonántico. Los masoretas recibirían ese texto consonántico tradicionál y ya en su época muy antiguo, y tratarían de entenderlo de manera personal, reflejando su especial forma de comprenderlo en su propia forma de vocalizarlo. Así se explica que cuando los modernos filólogos se enfrentaban con palabras o pasajes oscuros de la Biblia hebrea se sintieran autorizados a sustituir la vocalización de los masoretas por la suya propia, según ellos más plausible por razones filológicas. Pero hoy esta imagen va pareciendo cada vez más falsa. Así como en las formas fonéticas y gramaticales los masoretas no introdujeron innovaciones artificiales, sino que -conservaron, en gran parte, las antiguas, ya en desuso en su época, al vocalizar el A. T. tampoco trataron de expresar su propio modo de entender el texto, sino que recogieron la lectura y comprensión tradicionales. Suponer que un texto se transmita tradicionalmente sólo en su esqueleto consonántico impronunciable parece una abstracción que está fuera de la realidad. Es decir, los masoretas crearon, sí, los signos gráficos para representar la lectura del texto consonáiltico, pero no crearon esa lectura. La lectura del texto consonántico se había transmitido oralmente, de maestro a discípulo, en una ininterrumpida cadena de tradición escolástica. Y esa tradición, tan segura como la que transmitió el texto consonántico, fue la que los masoretas recogieron y conservaron. Sin duda ésta es la imagen de la vocalización masorética más de acuerdo con la índole de la transmisión del A. T. por el judaísmo. Conviene aclarar que tal seguridad y fidelidad transmisoras no excluyen, ni mucho menos, la investigación crítica moderna del texto bíblico hebreo; queda aún ancho campa para ella y muchos puntos oscuros que esclarecer en el TM. Pero sus resultados no serán felices si se olvida esta peculiar fisonomía de la historia de la Biblia hebrea. V. t.: BIBLIA VI y VII; HEBREOS IV; APÓCRIFOS BÍBLICOS I.
     
     

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F. PÉREZ CASTRO.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991