ALBIGENSES


Constituyen una rama de la herejía cátara y su doctrina religiosa es de origen maniqueo. En el s. XII se propagó entre todas las clases sociales del mediodía de Francia y se extinguió un siglo más tarde, inmediatamente después de una cruzada llevada a cabo por la caballería francesa del norte a iniciativa de Inocencio III. Albigense (de Albi, ciudad episcopal que está cerca de Toulouse) es la palabra que desde el s. xiii emplean los cronistas e historiadores para designar a los cátaros (v.) instalados en el Languedoc. A los de los Balcanes y a los de Italia se les llamaba patarinos o gazari; publicanos o bribones a los del norte de Francia; piples o tejedores a los de Flandes.
      Orígenes. Este movimiento, que afectó profundamente a las ciudades y a los pueblos del sur de Francia y a muchos otros de Europa, tiene raíces doctrinales antiguas que aún hoy no están completamente claras a los ojos de los historiadores; pero tiene también causas históricas inmediatas: un cierto relajamiento en el nivel moral de una parte del clero, la falta de formación doctrinal de la mayoría de los fieles unida a una profunda ansiedad espiritual, la elección, por fin, de Inocencio III, un enérgico Papa reformador.
      Al contrario de las turbulentas comunidades laicas de los pobres predicadores que nacen en la misma época, pero que reciben del papado un estatuto particular debido a la sumisión final de sus fundadores, la herejía a. presenta en su doctrina, en su organización y en sus ritos, un fuerte parentesco con el maniqueísmo (v.) de Persia del s. III. Después de resistir más o menos clandestinamente las persecuciones, el maniqueísmo transmitió entre los s. V y IX una parte de su enseñanza, bajo formas oscuras y movedizas, a los paulicianos de Armenia; éstos lo introdujeron en el reino de Bulgaria, de donde surgió en circunstancias mal conocidas el bogomilismo (v. BOGOMILAS), que se extendió en el s. XI, aprovechándose del comercio, a Boznia, al Milanesado, a Lombardía y al Languedoc. A partir de 1017 se nota, un poco por todas partes, en la Europa occidental, la presencia de herejes, calificados indistintamente de maniqueos, para diferenciarlos de los fieles católicos. La lucha entre la Santa Sede y el Imperio germánico a propósito de las investiduras episcopales impide a los predecesores de Inocencio III prestar toda la atención a las inquietudes expresadas por algunos particulares (S. Bernardo de Claraval, el conde Ramón V de Toulouse) o por algunos concilios provinciales (Toulouse, 1119; Reims, 1157; Montpellier, 1163) sobre las crecientes infiltraciones constatadas sobre todo en Toulouse, Foix, Carcasona, Beziers y sus alrededores. Entre tanto, la actitud de los herejes se endurece en el conc. albigense de San Félix de Caraman (1172); el diácono búlgaro Nicetas, que procedente de Constantinopla pasa por la Iglesia cátara italiana de Concorezzo, gana a los meridionales para el dualismo absoluto. Poco después, los conc. generales de Letrán (1179) y de Verona (1184) condenan las diversas tendencias cátaras, y el papa Alejandro III envía las primeras legaciones al Languedoc. Porque, al contrario de lo que sucede en el norte del Loira, en el mediodía de Francia una parte del clero, como, p. ej., el poderoso arzobispo Berenguer de Narbona, permanece en una actitud pasiva. La mayor parte de los nobles toleran o favorecen la herejía siguiendo a las poblaciones contaminadas, excepto Montpellier, fiel a Roma.
      Doctrina. Una de las razones que explican la extensión de la herejía a. es, sin duda, la simplicidad con que resuelve el problema de la existencia del mal. Inspirándose en el racionalismo gnóstico (v. GNOSTICISMO), separa la materia (causa del sufrimiento intrínsecamente malo, creado por el demonio) del espíritu (creado por un Dios infinito, del que procede por emanación toda una serie de seres inmateriales). Satán corrompe a un tercero, cuya alma es encarcelada como castigo en un cuerpo. Pero Dios, principio del bien, envía entonces un eón inmaterial (Cristo), que entra en el hijo de María (v. DOCETISMO) para enseñar a los hombres el camino de salvación (la liberación de la materia) y servirles de ejemplo; como su cuerpo no era sino aparente, esta teoría quita toda realidad a la Encarnación, a la Redención y a la Ascensión. Consecuente consigo misma, la herejía a. enseña que Dios sólo habita en el corazón de los fieles; la Iglesia, pues, dicen, ha interpretado erróneamente todos los simbolismos de la Biblia, de la que saca arbitrariamente sus dogmas (transustanciación, resurrección de los cuerpos, sacramentos). La acusan además de poseer bienes, cosa que condenan partiendo de la idea de que la materia es mala.
      Si, según la doctrina católica, la vida presente es una lucha contra el mal, nacido de una mala utilización de la libertad humana, de la que puede surgir la santificación, según los a. la felicidad es imposible aquí abajo; el creyente tiene que intentar liberarse del peso de la vida material por medio de un ascetismo heroico; en realidad, algunas prácticas como la endura (muerte voluntaria por inanición) permanecerán siempre restringidas. El alma vuelve a Dios después de la muerte y se une al cuerpo celeste abandonado en el día de la caída sin conocer ni el último juicio ni el infierno. Los preceptos morales más estrictos (ayunos rigurosos, abstinencia de carne debido a la creencia en la metempsícosis (v.), abstención del matrimonio, rechazo del juramento) se imponen solamente a la categoría de los puros, que eran alrededor de 4.000 a principios del s. XIII. Los creyentes que los veneran, los asisten y reciben de ellos ritos e instrucción, llevan, en su mayoría, una vida corriente y ordinaria.
      Sobre una moral que no está, pues, orientada a lo universal, aunque se presente como la única posibilidad de salvación, se edifica una organización social calcada del catolicismo. Algunas comunidades conventuales de «puras» y de «puros», como las de Toulouse, Lavaur, Fanjeaux, Mirepoix, Castelnaudary, se consagran a la instrucción de la juventud pobre y a un duro trabajo de proselitismo; algunos diáconos itinerantes, bajo la autoridad de obispos, asistidos por vicarios (como Bertrans de Simorre en el Comminge y Guilhabert en el Lauragais), administran algunas iglesias locales en las principales villas. Unos pocos ritos sustituyen a los sacramentos católicos suprimidos: el consolamentum, rito de iniciación del perfecto adulto, imposición de las manos que procura la purificación de los pecados de la que se compromete a no renegar jamás, y que se confiere al simple creyente en peligro de muerte (convenenza, o pacto irremisible); el melioramentum o adoración, bendición dada al creyente por el «puro» (en el que reside el Espíritu Santo); el apparefamentum (o servitium), confesión general y pública de los pecados, así como una simple bendición dominical del pan, inspirada en el ágape paulino y acompañada de la recitación del Pater Noster.
      Los a. traducen la Biblia a la lengua vulgar, poseen libros litúrgicos, difunden audaces folletos de propaganda (destruidos más tarde) a los que responden rápidamente tratados apologéticos ortodoxos (desde la Summa quadripartita de Alain de Lille, 1195, hasta la Summa de catharis de Raynier Sacchoni, ca. 1220). Los «puros» niegan a la Iglesia el derecho de poseer bienes, lo que anima a algunos nobles a apoyarlos para apropiarse de los bienes eclesiásticos; en efecto, la riqueza, el trabajo o los honores son considerados como una prolongación reprensible del poder de la materia sobre el espíritu.
      Actitud de Inocencio III. Desde 1198, denuncia con insistencia a las autoridades eclesiásticas y civiles del Languedoc, de Aragón, de Lyon y de la Provenza, el progreso de la herejía y envía al mismo tiempo una misión de predicación a Toulouse. Le apoyan principalmente los monjes cistercienses, quienes, bajo la influencia del obispo Diego de Osma, del canónigo Domingo de Guzmán (v.) y del abad Raúl de Fontfroide, se dan cuenta de la importancia de luchar en un doble frente: la pobreza
      personal y la renuncia, y la predicación doctrinal; con el fin de reconquistar la confianza de las poblaciones afectadas, se celebran de villa en villa controversias públicas libres, como las famosas de Carcasona (1204) y de Pamiers (1207). El método, seguido con constancia entre 1204 y 1214 en circunstancias difíciles, no dio resultados suficientes para contener la herejía. Durante los seis primeros años de su pontificado, Inocencio III pretende sobre todo convertir, aunque da a sus misiones amplios poderes (en caso de persistencia en el error, la excomunión y la confiscación de bienes, porque atacar a Dios es más grave que atacar a un príncipe o a un particular). El Papa apoya con ardor a sus enviados, a Juan de San Prisco en 1200, seguido de Pedro Castelnau en 1203, y de ArnaudAmaury, abad de Citeaux, en 1204. Recuerda sin cesar al clero local que debe entregarse por entero a sus deberes pastorales documentum sermonis, exemplum operis, y reemplaza en las principales sedes episcopales a los prelados poco celosos en la defensa de la fe (1204-06). En un contexto ensombrecido por las dificultades nacidas de la sucesión imperial en Alemania y la persistente reserva del rey Felipe II Augusto ocupado en luchar contra Juan sin Tierra en Normandía, el Papa, inquieto por los pocos resultados que había traído la contemporización, decide emprender la cruzada; constituye esta decisión un trueno que provoca el asesinato del legado Pedro de Castelnau por un oficial del conde de Toulouse el 14 en. 1208.
      La cruzada. Es una enorme expedición de cerca de 50.000 hombres de infantería, de caballeros y de barones del norte de Francia bajo la dirección de Simón de Montfort y del legado pontificio ArnaudAmaury. Comienza con el asedio de Toulouse, la toma de Beziers y la de Carcasona en junioagosto de 1209; será larga, dura, indecisa con frecuencia, caracterizada, por ambas partes, por una resistencia encarnizada motivada tanto por convicciones religiosas como por un conflicto de carácter feudal entre el mediodía y el norte de Francia. Ramón VI de Toulouse, favorable por oportunismo a la herejía en que militan parte de sus vasallos, intenta en varias ocasiones reconciliarse con el Papado para librarse de la excomunión seguida de la confiscación de sus tierrasen la que incurre por ser sospechoso de herejía (conc. de Avignon, 1209, y de SanntGilles, 1210). A pesar del arbitraje de su cuñado, el católico Pedro II de Aragón, choca contra la creciente desconfianza de los legados pontificios que imponen severas exigencias como condición a una sumisión ofrecida a los conc. de Arlés (1211) y de Lavaur (1218).
      Inmediatamente después del Parlamento de Pamiers (1212), en el que Simón de Montfort orgániza la administración de los Estados del conde de Toulouse que le han sido confiados en tutela, la cruzada se orienta hacia la pacificación total del Languedoc. En adelante la lleva a cabo desde el golfo de Gascuña al golfo de Lyon y desde el valle del Rin hasta los contrafuertes occidentales, un ejército heteróclito de franceses y alemanes. Inocencio III con frecuencia mal o tardíamente informado reprueba la dureza del conflicto (bula del 18 en. 1213). Anima las pacientes excursiones de Domingo de Guzmán y sus discípulos, y envía un nuevo legado, el honrado y moderado Pedro de Benevento, cuando la aplastante victoria de los cruzados sobre Ramón VI y Pedro II en la llanura de Muret anuncia el derrumbamiento del movimiento a. (12 sept. 1213). Después de un nuevo año de confusas reconquistas, Pedro de Benevento logra poner bajo la protección de la Santa Sede las tierras meridionales y sus poblaciones, agotadas por la lucha. Mientras que Ramón VI, resignado, se reconcilia sinceramente con el Papado (noviembre de 1215), Simón de Montfort se dedica trabajosamente, con ayuda de sus nuevos vasallos septentrionales, a asegurar su poder, hasta su muerte, tras los muros de Toulouse que se había sublevado (1217). Todo ello supone un gran paso en la incorporación del Languedoc a la corona de Francia, acaecida en 1229.
      Conclusión. A partir de 1212, la herejía a. se ha encontrado inmersa en complejos intereses políticos; el mismo Inocencio III pierde todo control sobre ella. Condenada a la clandestinidad, privada definitivamente de sus inspiradores, es objeto de últimas decisiones doctrinales en el conc. de Letrán (1215) y se extingue poco a poco en el medio siglo siguiente, borrada por las fuerzas de restauración doctrinal, espiritual y disciplinar que surgen de las nuevas órdenes franciscanos (v.) y dominicos (v.), de las Universidades, de las minuciosas pesquisas de la Inquisición pontificia, en un contexto poderosamente favorecido por la paz religiosa y social del reinado de Luis IX.
     

BIBL.: Fuentes: P. DES VAUX DE CERNAY, Historia albigensis (Col. Sociedad de la Historia de Francia), París 1939, (favorable a la cruzada); ANÓNIMO, La chanson de la croisade albigeoise, en Clásicos de la Historia de Francia en la Edad Media, 2425, París 1961 (favorable a la herejía); INOCENCIO III, Epistolae: PL 214217; Mansi XXII, Venecia 1778.Tratados: A. FLICHE, C. THOUZELLIER, Y. AZAIs, La chrétienté romaine, en FlicheMartin, X, 112138 y 291340; J. GUIRAUD, Albigeois, en DHGE I, 16191694; C. THouZELLIER, Catharisme et vaidéisme en Languedoc, París 1966; M. MENÉNDEZ PELAYO, Historia de los heterodoxos españoles, XXXVI, Santander 1947, 203234; J. VENTURADUBIRATS, Pére el Católic i Simó de Montfort, Barcelona 1960.

JEANPAUL SAVIGNAC.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991