AGUSTINOS
HISTORIA
Estudio general.
Ordo Sancti Augustini: O.S.A. Orden religiosa de votos solemnes,
mendicante, exenta, clerical, aunque admite también laicos y
donados. Constituye su fin la santificación de sus miembros por
los votos, y la del prójimo, mediante obras de apostolado:
ministerio sacerdotal, parroquias, misiones internas y externas,
educación de la juventud, publicaciones. Forman su hábito una
túnica negra, ceñida con una correa de cuero, y una capucha
también negra en forma de manteleta triangular que cubre el pecho
y la espalda. En zonas tórridas usan el hábito blanco en el que la
capucha es sustituida por el escapulario. Los religiosos a.
constituyen la primera Orden; las religiosas de clausura forman la
segunda; por privilegio pontificio existe la tercera Orden, que
puede ser regular (que viven en comunidad con votos) o secular
(que moran en el mundo sin votos públicos).
1. Fundación. Los a. han tenido siempre a S. Agustín por su
padre y legislador y se han considerado los herederos de su ideal
monástico, sosteniendo numerosas polémicas para probar su
primogenitura. Aunque hasta el presente no se haya demostrado la
continuidad histórica con los monasterios fundados por S. Agustín,
prolongados después de su muerte hasta el s. vin, y las
congregaciones, que se unen en 1256, siempre podrán alegar los a.
que son los únicos que han tenido tal denominación, que en muchos
documentos pontificios antiguos y modernos se reconoce esta
filiación y que la Santa Sede confió a ellos la custodia de los
restos de S. Agustín. Su Regla perdura influyendo en el monaquismo
occidental, no obstante haber impuesto Carlomagno la de S. Benito,
y prevalece desde que la adoptan los canónigos regulares, los
dominicos, etc.
Desde mediados del s. xii aparecen grupos de ermitaños,
diseminados principalmente por Italia. Gregorio IX e Inocencio IV,
conforme a los deseos del conc. Lateranense IV, les dieron
consistencia mediante la adopción o imposición de la Regla de S.
Agustín y unión de conventos y grupos, de tal manera que fue cosa
fácil para Alejandro IV juntar estos monjes ermitaños en una sola
Orden; con este fin cita el 15 jul. 1255 a todos los ermitaños de
las órdenes de S. Agustín y de S. Guillermo. Por la bula Licet
Ecclesiae, tan fundamental en la historia de los a., emitida por
el mismo Papa el 9 abr. 1256, sabemos que la reunión, celebrada en
Roma, fue presidida por el card. Ricardo de Santo Ángel, y que en
ella se acordó por común consentimiento del Capítulo que los
religiosos y casas se unificasen en la observancia y fórmula de
vida y constituyesen una sola grey gobernada por el prior general.
En consecuencia, el cardenal unió perpetuamente todas las casas y
congregaciones en la profesión y regular observancia de la Orden
de los Ermitaños de S. Agustín. Se citan, además, las
congregaciones que asistieron: de S. Guillermo y de S. Agustín, de
S. Juan Bueno, de Fabali y de Brittino. El Papa confirma todo lo
actuado por el cardenal y establece que los conventos de las
órdenes citadas que no hayan enviado delegados queden igualmente
incorporados a la Unión. Fue designado general Lanfranco de
Septala, que era el de los juambonitas. También adoptaron las
constituciones de la Orden de S. Agustín o Toscana, esencialmente
cistercienses, y que retocadas en los años sucesivos obtuvieron la
aprobación definitiva en el Capítulo de 1290 celebrado en
Ratisbona, y por ello denominadas ratisbonenses. Su texto, con las
debidas adiciones, se mantuvo en vigor hasta finales del s. XVI.
En 1581 se promulgaron las que en su división y ordenación
corresponden a las actuales. Desde el principio quedó establecido
que los conventos pueden poseer, y los religiosos ejercitar, la
cuestación. Los integrantes de la Unión se denominan ermitaños, lo
que indicaba su morada en conventos erigidos lejos de las
ciudades, y su consagración a la vida contemplativa. Poco después
de la Unión, se inicia el movimiento hacia las poblaciones con el
consiguiente abandono de la vida casi exclusiva de oración, que
desde ahora alternará con el apostolado y el estudio. Por
consiguiente, la denominación de ermitaños comienza a convertirse
en un recuerdo histórico, sin que falten luego conatos de volver a
la vida eremítica, razón por la cual recientemente se ha suprimido
del título ese adjetivo, reservado para los documentos solemnes, y
reducido a Orden de S. Agustín OSA en lugar de OESA.
2. Desarrollo y situación actual. La asamblea fue
esencialmente italiana, pero, poco después, se enviaron emisarios
a Francia, Inglaterra, Alemania y España, países en los que
hallamos, antes o inmediatamente después de la Unión, vestigios de
la Orden, para completar la unión de los conventos allí existentes
y fundar nuevos. En cambio, renunciaron a la Unión y volvieron a
la observancia de la Regla de S. Benito los guillermitas. Los a.
se propagaron con rapidez, y ya en 1295 se cuentan 17 provincias,
que en 1329 ascienden a 24, diseminadas por Europa, de Irlanda a
Polonia y de Portugal al Egeo. La peste que desoló a Europa en
1345 (se dice que murieron más de 5.000 a.) motivó la decadencia
de la vida religiosa. Nació entonces una corriente que trata de
restaurarla y da lugar a las diversas congregaciones llamadas de
Observancia, que surgen en s. XIV por bulas pontificias y decretos
de los generales, que les otorgan privilegios y gracias
especiales. Acentuaron ellas, sobre todo en sus comienzos, el fiel
cumplimiento de las leyes primitivas, que significaba alejamiento
de la vida mundana, intensificación de las prácticas espirituales,
menos dedicación a los estudios. Para mejor tutelar esta
observancia se puso al frente de las congregaciones un vicario
llamado general por su dependencia directa del de la Orden, a
quien agradaba esta organización jurídica que le proporcionaba una
mayor intervención y autoridad en el régimen interno de los
religiosos y conventos periféricos. No faltaron, sin embargo,
conatos de rebelión y tentativas de emancipación de consecuencias
funestas, como en el caso de la Congr. de Sajonia a la que
perteneció Lutero. Terminaron las congregaciones fusionándose con
las respectivas provincias por disposición de ellas mismas y del
general, o como consecuencia de las leyes civiles, o por
determinación de la Santa Sede como aconteció con las dos últimas
en 1947.
En el s. XVI (colonización de América y conc. de Trento) los
a. suplen las pérdidas producidas por el protestantismo y acusan
progreso. Las provincias y congregaciones son 40 en 1550 y los
conventos llegan al millar. En 1753 son 56 las provincias y
congregaciones, pero el número de conventos es notablemente
inferior debido a la supresión de unos 200 pequeños realizada en
Italia por Inocencio X, en 1652. A fines del s. XVIII comienza la
serie calamitosa de adversidades (absolutismos, Revolución
francesa, Napoleón, desamortizaciones) que producirán la
decadencia religiosa y la disminución de miembros. Se llegó en un
tiempo a hablar de 30.000 religiosos; al terminar el s. XIX,
apenas se numeran 2.000. Pasadas estas tempestades, inician los a.
una nueva etapa ascendente, no uniforme en todos los países.
Los irlandeses habían comenzado por estos tristes tiempos
sus actividades en Australia: el vicariato de Queensland originó
la actual provincia. Se dirigieron a Norteamérica y hoy
contemplamos 600 sacerdotes a., encuadrados en dos vigorosas y
prósperas provincias, que se dedican al apostolado parroquial y a
la enseñanza en tres universidades y varios colegios, así como a
las misiones en el Japón y Perú. Más reciente es la incorporación
de otros a. a las actividades en Norteamérica: los de la
viceprovincia de Filadelfia de origen italiano; los españoles en
la región de Texas; los alemanes, extendidos también por Canadá,
que constituyen la última provincia creada en la Orden. En la
actualidad más de 3.000 sacerdotes, 500 hermanos de obediencia,
800 coristas y 300 novicios llenan los 400 y pico conventos y 54
misiones de la Orden de S. Agustín extendida por todo el mundo.
3. En Europa. Si recorremos en particular los países
europeos vemos que de la antigua gloriosa historia de los a.
franceses sólo queda su recuerdo, pues de la congregación y cuatro
provincias no subsiste nada, reduciéndose la presencia de los a.
en Francia a un par de casas ocupadas por los holandeses en París.
Separada en 1547 de Baviera la provincia de Polonia, prácticamente
ha dejado de existir en la actualidad. Dígase lo mismo de la
provincia checoslovaca dividida en 1604 de Baviera, cuyos
religiosos, lo mismo que los de la abadía de Brünn, llevan la vida
que les permiten las circunstancias, y cuya restauración se espera
de los miembros de ella que forman el comisariato con sede en el
antiguo convento de Viena, único superviviente de la provincia de
Austria, disgregada en 1645 de la de Bohemia. De sus restos puede
decirse que han surgido las provincias de Holanda y Bélgica a
fines del siglo pasado. Se dedica hoy la primera, pujante, al
apostolado y enseñanza superior, tiene una viceprovincia en
Bolivia y la diócesis de Manokwai en Nueva Guinea. La de Bélgica,
consagrada al apostolado en sus diversas formas, sostiene la
prefectura apostólica de Doruma en el Congo (Kinshasa). La
provincia de Irlanda, creada para salvar los restos del cataclismo
protestante que proporcionó el mártir b. Juan Stone, ejerce hoy
sus actividades pastorales y docentes en Escocia, Inglaterra e
Irlanda y tienen encomendadas las diócesis de Yola y Maiduguri en
Nigeria.
Las cuatro provincias antiguas alemanas que se extendían por
gran parte de Europa se vieron reducidas a finales del siglo
pasado a dos conventos, de los que ha surgido la actual provincia
que realiza su apostolado y docencia por toda Alemania, administra
un colegio para no cristianos del Extremo Oriente en Suiza,
atiende un leprosario en Abisinia y misiona en el Congo
(Kinshasa). En Italia radican siete provincias, que son las que
subsisten, luego de la supresión de 1873, de las veintitantas,
entre provincias y congregaciones, antaño existentes. Los 300
sacerdotes a ellas pertenecientes se dedican en su mayoría a la
cura de almas en parroquias e iglesias. Conservan aún templos
monumentales: La Consolación de Génova, Santo Espíritu de
Florencia, etc. La provincia de Malta, erigida como tabla de
salvación en territorio inglés al tiempo de la supresión italiana,
además del apostolado en su país, lo ejercita también en Argelia,
Túnez y Brasil.
4. En la península Ibérica. En 1257 se menciona el
provincial en España y en 1295 aparece una segunda provincia, la
de Aragón, que comprende Cataluña, Valencia y Baleares. Andalucía
forma provincia definitivamente en 1582. La de España o Castilla
inicia su auge al fundarse en 1438, por obra de J. de Alarcón, la
Congr. De la Observancia, la cual, poco a poco, absorbe los
conventos de la provincia. Al incorporarse el convento de
Salamanca surge la cuestión de los estudios, considerados como
enemigos de la Observancia, pero pronto prevalece la tesis de la
no incompatibilidad y Salamanca se convierte en el foco religioso
y cultural del que irradiarán los grandes teólogos, los eximios
misioneros de Sudamérica y Filipinas, que tanto prestigio darán a
la Orden durante los s. xvIXVII.
Las provincias españolas perduran, con vida más o menos
próspera, hasta la desamortización de 1836, en virtud de la cual
los a. quedan reducidos en España al convento de Valladolid, sobre
cuya base se reconstruye la Orden en España; la provincia de
Filipinas, nutrida con elementos salidos de ese convento,
proporciona algunos religiosos que, unidos a los supervivientes de
la de Castilla, restauran ésta; una doble división de la de
Filipinas da lugar en 1895 y 1926 a las dos provincias denominadas
Matritense o de El Escorial y de España. En esta época moderna no
existe división territorial, teniendo su sede en Madrid los cuatro
provinciales. Se mantiene la gran actividad en las repúblicas
sudamericanas. Al perder España las islas Filipinas, los a. salen
de este país para fundar en Brasil y Argentina y para reforzar los
restos del Perú y Colombia. De fecha posterior son los conventos
abiertos en Puerto Rico, Uruguay, Venezuela y Santo Domingo. Más
de mil sacerdotes españoles atienden estas actividades. Figura
Portugal como provincia independiente de la de España en 1387.
Alcanza su apogeo en el s. xvi por obra del ven. Luis de Montoya,
quien, durante treinta y tantos años, forjó catedráticos de
Coimbra y t vora; los grandes adelantados de las misiones que a
partir de 1572 se desparramaron por la India, Angola, Santo Tomé,
Bengala, Persia, Georgia, Mombasa y Guinea, regiones que
evangelizaron y en las que propagaron la Orden, fundaron centros
de enseñanza, ocuparon sedes episcopales y puestos civiles de
responsabilidad. Desaparecieron la provincia y las misiones al
tiempo de las revoluciones sin que hasta el presente se haya
restaurado ni un solo convento, pudiendo únicamente admirarse los
que ellos construyeron y sus anexas iglesias. Los nombres del b.
Gonzalo de Lagos, ven. Tomé de Jesús, A. de Castro, A. de Meneses,
M. Melo y A. de Gouvea bastan para honrar esta provincia.
5. En América y Filipinas. Una expedición de siete
religiosos a. guiada por Francisco de la Cruz arribó a México en
junio de 1533. En los seis años sucesivos llegan otros 32
misioneros. A los 30 años se cuentan ya 50 monasterios, algunos de
ellos monumentales (Acolmán, Actopán, Yuriria, Yecapixtla). Su
campo inicial fue la región de Michoacán, dedicándose al
ministerio en lugares nunca adoctrinados, en particular en la
llamada tierra caliente cuyo apóstol fue el ven. Juan Bautista de
Montoya. Un reciente historiador habla de los inmensos méritos de
los a., que todo lo llevaron desde el principio con método y
calma, siendo los primeros que se lanzaron a misionar fuera de
México (Filipinas y Cuba). Se distinguieron también en el campo
cultural: abrieron los colegios de Tiripitío y México a poco de su
llegada, y sus bibliotecas, se dice, fueron siempre las mejores
del reino. La dependencia de la provincia de Castilla creó algunas
dificultades; se otorgó, para obviarlas, la total independencia en
1565, si bien las insistencias de Felipe II hicieron que sólo en
1592 pudiese ser actuada. Poco después, se forma la provincia de
Michoacán con los conventos existentes en los obispados de
Michoacán y Guadalajara (1602). El resto tendrá su sede en la
ciudad de México y conservará esta denominación. En ambas se
mantiene por algún tiempo la alternativa en el gobierno entre
indígenas y españoles, régimen que creó algunas dificultades.
Numerosos fueron los a. mexicanos designados para regir diócesis
en el país y en el resto de Sudamérica y Filipinas. Muchos también
fueron los que enseñaron, escribieron y propagaron las lenguas
indígenas. Seleccionamos algunos nombres: A. de Urdaneta (v.),
navegante; A. Farfán, médico y cirujano; A. de Mata, arquitecto y
gloria de la arquitectura española en México; y, sobre todos, A.
de la Veracruz, «uno de los hombres más insignes que brillaron en
Nueva España, luz y antorcha de todas las Ordenes mendicantes,
verdadera columna de la Universidad». La situación religiosa que
atravesó México hace pocos años hizo disminuir el número de
religiosos, pero dan hoy en día pruebas de gran vitalidad,
trabajando 200 sacerdotes distribuidos en 40 conventos.
De México zarpó la armada que a fines de abril de 1575
desembarcaba en Cebú, iniciando la colonización de Filipinas. En
ella iban cinco a., dirigidos por A. de Urdaneta, que serían los
primeros de la larga serie de 2.368 misioneros que durante la
dominación española (15751898) participaron en la evangelización
de aquellas islas. Al perderlas España, los a. dejaban 385
poblaciones fundadas por ellos y casi dos millones y medio de
almas que entonces pastoreaban espiritualmente. Hoy en día 50
sacerdotes se dedican a la enseñanza (univ. de Iloilo, colegios de
Cebú y Bacolod), sin desentenderse de la cura de almas. Siempre
han considerado los a. como timbre especial de gloria para ellos
las islas Filipinas, y la provincia que lleva su título ofrece una
de las más gloriosas historias de la Orden.
En junio de 1551 llegó al Perú la primera misión de a.
compuesta de 12 religiosos, a cuyo frente iba A. de Salazar, a los
que se unieron dos llegados de México. El 19 de septiembre
celebraron el primer Capítulo, el
giendo provincial a Juan Estacio, que lo había sido de
México. En 1563 dividieron la provincia en tres secciones: Lima,
Trujillo y Cuzco. Al independizarse definitivamente de la de
Castilla en 1592, la del Perú contaba con 100 conventos y 200
doctrinas esparcidos por todo el virreinato; regentaban los
santuarios marianos de Guadalupe y Copacabana; y figuraban al
frente de diversas diócesis. Poco después fundó en Lima A. de
Pacheco el Colegio de S. Ildefonso, que tuvo privilegios de
universidad pontificia. Principal objetivo de la provincia fue
siempre la conversión de los infieles; creó muchas poblaciones;
abrió la misión de los Chunchos, con centro en el convento de
Moxos; en 1616 fundó la Recolección en el convento de Misque.
Entre los escritores destacan F. de Valverde, teólogo, y G. de
Villarroel. Comienza a desaparecer la provincia con la
independencia del país, siendo salvada a fines del siglo pasado
por la provincia de Filipinas, a la que también fue encomendada en
1900 el vicariato de San León del Amazonas. Actualmente hay unos
60 padres en el Perú y 33 en el vicariato. Los norteamericanos
rigen la prelatura de Chulucanas.
La provincia del Perú se proponía desde 1591 fundar en
Chile. Las instancias de Felipe II hicieron que partiese C. de
Vera con cinco religiosos que llegaron a Valparaíso el 16 feb.
1595. En medio de grandes obstáculos iniciaron las fundaciones
(Santiago, La Serena, Millapoa, Valdivia) y habiendo alcanzado el
número de 12 fue declarada, luego de varias tentativas,
independiente del Perú con el Capítulo celebrado el 31 en. 1611.
La provincia ha sobrevivido a todas las adversidades, contando hoy
40 padres, dedicados al ministerio y enseñanza en 16 conventos. L.
Alvarez y G. de Saona fundaron en 1573 el convento de Quito. La
provincia del Perú autorizó seis años después a los a. del Ecuador
a elegir provincial, pero quedando sometidos a ella. Consigue la
independencia a principios del s. XVII, contando en 1615 unos 120
religiosos en 32 conventos por el territorio del Ecuador y
Colombia. Ha subsistido, pero sin conseguir desarrollarse
especialmente. Hay más de 30 padres en siete conventos. V. de
Requejada fue el primer a. llegado a Colombia en 1539, pero la
Orden no se instaló hasta 1575, cuando L. P. de Tinto fundó en
Bogotá el convento de Santa Fe. A los pocos años administraban los
a. diversas parroquias y adquirieron tal desarrollo que en 1601
celebraron el primer Capítulo por el que se independizaron del
Ecuador con el título de N. S. de Gracia. Se expandieron por
Colombia, Venezuela y Panamá. Desde que se fundó la primera casa
en Bolivia, en 1551, los a. permanecieron allí vinculados al Perú,
aunque en 1582 los conventos se agruparon en una vicaría. Al
emanciparse Perú de España comenzó la desaparición de los a. en
Bolivia, que con la ley de supresión de 1826 quedaron reducidos al
convento de religiosas de Potosí. Desde 1930 se han encargado los
holandeses de restaurar allí la Orden, formando una viceprovincia
en la que 25 padres y 10 hermanos, distribuidos en 10 casas,
ejercen el apostolado y la enseñanza.
6. Organización jurídica. A raíz de la Unión se celebraba el
Capítulo general cada tres años. Ante él renunciaba el general y
por él era elegido el nuevo. El hecho de aceptar la elección
suponía, a partir de 1309, la confirmación apostólica. Desde 1581
se reúne el Capítulo cada seis años. Sin embargo, ha habido tres
generales vitalicios y algún otro que superó el sexenio. Hasta
fines del s. XIX sólo hubo tres generales no italianos. La mayoría
de votos decide la elección, pero no faltan casos de designación
por parte de la Santa Sede. Desde 1889 se reúne en septiembre,
antes en Pentecostés. En el mismo Capítulo se eligen por mayoría
de votos el procurador o representante ante la Santa Sede y los
cinco asistentes generales o asesores del general en el gobierno
de la Orden; su voto, salvo siete casos, es consultivo. En estas
elecciones participan los miembros de la Curia presente y los que
han pertenecido a las anteriores, los provinciales y un definidor
o delegado por cada provincia. Del cuerpo legislativo están
excluidos los provinciales. Para que una determinación se
convierta en constitución o ésta deje de serlo se requiere la
aprobación o la desaprobación de dos Capítulos consecutivos. Las
constituciones nunca han sido sometidas a la aprobación de la
Santa Sede. El general sólo puede cesar por renuncia. El Capítulo
provincial, en un principio anual, luego bienal o cuadrienal, y
desde el s. xix trienal, lo componen, fuera de raros votos
privilegiados, el provincial con sus cuatro consejeros y
secretario, los superiores de las viceprovincias, comisarías y
conventos, junto con un discreto o delegado de cada convento.
Todos ellos participan en la elección de provincial, definidores y
secretario.
La parte legislativa, así como los nombramientos de los
superiores y funcionarios de las casas lo realiza, por votación,
el definitorio del Capítulo integrado por el presidente, el
provincial elegido, el provincial último y los nuevos definidores.
Es facultativo del general designar presidente del Capítulo y es
de su competencia aprobar todo lo actuado en él. A mitad del
trienio, el definitorio del Capítulo celebra la asamblea llamada
Cong. Intermedia, en la que se ratifican los nombramientos
realizados después del Capítulo y se puede emanar algún decreto
urgente. Esta congregación debe también ser ratificada por el
general. El provincial sólo puede ser depuesto en casos
gravísimos. Los definidores no cesan sin la intervención del
general. El superior local gobierna asesorado por dos consejeros y
por los oficiales de la casa (sacristán, procurador, depositario)
designados en el Capítulo provincial. Los asuntos deben resolverse
en el Capítulo conventual, en el que participan con voto todos los
conventuales que hayan terminado los estudios teológicos y sean
sacerdotes desde hace tres años. Se reúne, por lo menos, una vez
al mes. El superior no puede ser depuesto, sino en contados y
graves casos. Existieron conventos generalicios, así llamados por
depender directamente del general y que normalmente eran las sedes
de estudios. Quedan cuatro: el de S. Agustín de Roma, en cuyo
conjunto se halla la Biblioteca Angélica, hoy del Estado, la
primera abierta al público; los religiosos que viven con el
monseñor, prefecto de la sacristía pontificia, oficio confiado a
los a. desde tiempo inmemorial, que es además ahora vicario
general del Vaticano; la comunidad que sirve la parroquia de la
Ciudad del Vaticano, confiada igualmente a los a.; el Colegio
Internacional de S. Mónica, afiliado a la univ. Lateranense. Puede
incluirse en esta categoría la abadía de Brünn en Bohemia (1356),
con sus parroquias anexas; al abad, elegido por los religiosos, lo
confirma el general.
7. Estudios y teólogos. Al tiempo de la Unión el nivel
intelectual era bajo, como correspondía a ermitaños, pero pronto
se notó una mayor dedicación a ellos y ya en 1260 poseían los a.
un convento en París al que acudían los jóvenes estudiantes para
adquirir grados académicos, convento incorporado pronto a la
Universidad, la cual en 1285 otorgó una cátedra a los a., cuyo
primer titular fue Egidio Romano (v.). En 1287 se erigieron los
Estudios generales de la Curia Romana, Bolonia, Padua y Nápoles.
En 1318 eran ya 20 los Estudios generales de la Orden, figurando
entre ellos los de Viena, Estrasburgo, Montpellier, Oxford y
Cambridge. Jefe de la escuela teológica de los a. es Egidio
Romano, declarado doctor de la Orden en 1287. «La escuela, escribe
Grabmann (Historia de la teología católica, Madrid 1940, 129),
sigue más o menos las huellas de Egidio Romano. Hacen ver la
dirección del pensamiento escolástico, la permanencia de no
pequeño caudal de doctrinas y métodos de la alta escolástica.
Juntan estos doctores y desarrollan con ideas nuevas las
enseñanzas del aristotelismo tomista en psicología y teoría del
conocimiento, las de S. Alberto Magno y la antigua Escuela
franciscana acerca del carácter afectivo de la ciencia teológica,
y no pocos matices del agustinismo profesado por Enrique de Gand».
Los teólogos a. se mantuvieron fieles, durante los s. XIV-XV
a sus autores, pero con el espíritu abierto y objetivo de Egidio,
y solamente en 1539 se hablaba de S. Tomás de Aquino, si bien como
complemento a Egidio. No son tan abundantes las citas de S.
Agustín. En el s. XIV se dejó sentir cierta influencia del
nominalismo (v.), pero son combatidos los otros errores. Defienden
siempre la Inmaculada Concepción, siguiendo a Escoto, cuya
doctrina se adopta en la Orden. En los s. XVI-XVII llegaron a su
apogeo los estudios teológicos en España y Portugal, con
ramificaciones en Sudamérica. Centro principal fue la univ. de
Salamanca, y más tarde las de Coimbra, Valencia, Alcalá, Osuna,
México, Lima, etc. En el s. xvii los a. se apartaron de S. Tomás y
volvieron a Egidio (promotor F. Gavardi), pero al mismo tiempo
formaron otra escuela, llamada agustiniana, de la que son
principales exponentes E. Noris, J. L. Berti y F. Bellelli, y a la
que pertenecen C. Lupo, F. Lafosse, B. Desirant, P. Manso y M.
Marcelli. La decadencia de los s. XVIII-XIX afectó también a los
a., que ya en el s. XX se entregan a la tarea de la restauración
escolástica. Los a. han participado en todos los concilios
celebrados después de la Unión, descollando las actuaciones de los
card. E. de Viterbo y J. Seripando en el Lateranense V y
Tridentino. Son de notar los card. L. Sepiacci y S. Martinelli, T.
Rodríguez, V. Fernández y S. García. Editan muchos órganos de
provincias, colegios y santuarios; revistas populares y las de
altura: «Analecta Augustiniana», «Archivo Agustiniano» y «Augustiniana»
(históricas), «Ciudad de Dios», «Augustinianum» y «Rev.
Agustiniana de Espiritualidad» (eclesiásticas), «Ostgirliche
Studien» (oriental), «Religión y Cultura» (cultural). Una de las
primeras tareas de los a. misioneros fue el dominio de los idiomas
indígenas; de ahí el sinnúmero de obras, sobre todo de devoción,
en todas las lenguas de los países evangelizados por los a.
8. Misiones. La expansión de los a. en América y Filipinas
tiene el carácter de misión. Durante varios lustros los irlandeses
misionaron en Australia. Los españoles evangelizan en el Amazonas
peruano desde 1900. Recientemente se han hecho cargo los a. de
misiones en Nigeria, Congo (Kinshasa), Nueva Guinea y Perú. De
Filipinas pasaron a China y Japón. Hacia 1576 fracasaron en su
intento de establecerse en China M. de Rada con otros compañeros,
así como tentativas posteriores. A. de Benavente y J. de Rivera
lograron en 1680 fundar una misión que perduró hasta 1818. En 1879
recibieron los a. el vicariato de Hunan, que comprendía 81.000 Kmz
y unos 11 millones de hab. Cedieron algunos terrenos y se dividió
el vicariato, de modo que al salir de China en la última expulsión
dejaban encomendadas a los pocos miembros chinos la diócesis de
Chagteh y las prefecturas de Lichow y Yochow. Superadas las
dificultades existentes se establecieron en el Japón con D. de
Guevara y E. Ortiz en 1603, año en que abrieron los conventos de
Bungo y Usuki, a los que siguieron los fundados por el futuro
mártir b. Fernando de Ayala. Un cuarto de siglo después, con el
martirio de los b. Pedro de Zúñiga, Bartolomé Gutiérrez y
compañeros japoneses, se termina la misión. Finalizada la II
Guerra mundial los a. norteamericanos se han establecido en Japón.
Como efemérides misionera señalamos el viaje alrededor del mundo
realizado en 154249, partiendo de México, por cinco a., que se
encontraron con S. Francisco Javier.
9. Espiritualidad. Como en teología, los a. son, en cuanto a
espiritualidad, eclécticos. Basados en la espiritualidad
evangélica y en la Patrística, acentúan, siguiendo a S. Agustín,
la espiritualidad cristocéntrica. La dependencia de S. Agustín es
mayor en la época moderna, como consecuencia de defender su
doctrina teológica acerca de la Gracia: desconfianza en los
propios méritos, confianza en los de Cristo que alcanzarán los que
vivan en unión con 1;1. De los innumerables escritores a. que han
producido obras de espiritualidad (cfr. DSAM, IV, 100818), ninguno
ha redactado una sistemática que pudiera parecer el manual de una
escuela. Una cierta unidad se ha dado en el Siglo de Oro español.
La dificultad de los especialistas en señalar las características
de la espiritualidad de S. Agustín aumenta al buscarlas en los a.
10. Religiosas y terciarios. Las religiosas de Clausura o
segundo orden, sometidas casi en su totalidad a la jurisdicción
diocesana desde las secularizaciones, viven en su mayoría en
conventos situados en Italia (28) y España (45, más 32 de
recoletas y seis de descalzas), quedando otros 13 para el resto
del mundo. Los más célebres son los de Montefalco y Casia en los
que se veneran los cuerpos de S. Clara y S. Rita. Forman la
tercera Orden Regular cinco congregaciones de varones y 73 de
mujeres. Son de destacar la de los asuncionistas (v. AGUSTINOS DE
LA ASUNCIÓN) con 2.000 religiosos; las Arme Schulschwestern von
ULF con más de 12.000; las Siervas de S. José, las A. Misioneras,
las Cellitinen y las Religieuses de Saint Thomas de Villeneuve.
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I.ARAMBÜRU CENDOYA, O. S. A.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991