Compromiso político y respeto de la vida
Carta
pastoral de mons. Burke, obispo de la Crosse, sobre la dignidad de la vida
humana y la responsabilidad cívica
La Crosse, Wisconsin, sábado, 17 de enero de 2004. Mons. Raymond Burke, obispo de
la Crosse, que se posicionó en contra de los
políticos católicos que apoyan el aborto y la eutanasia, ha publicado una carta
pastoral sobre el deber de todos los fieles de promover en la política la
cultura de la vida.
El obispo ha publicado la carta al mismo tiempo que hacía público un decreto,
según el cual, los políticos católicos locales que apoyaran el aborto o la
eutanasia no podrían recibir la Comunión en la diócesis hasta que renunciaran a
esta postura públicamente.
Previamente, mons. Bourke había escrito en privado a tres legisladores,
implorándoles que votaran de acuerdo a la fe que profesaban.
El prelado fue nombrado arzobispo de la diócesis estadounidense de Saint Louis
(Missouri) el 2 de diciembre pasado, sede que ocupará a finales de este mes.
Publicamos el texto íntegro de la carta pastoral:
* * *
Queridos hermanos y hermanas en Cristo,
En estos meses y en los venideros, los políticos están comenzando sus campañas
para la elección o reelección a cargos públicos en el 2004. El comienzo de las
campañas políticas nos recuerda que nosotros, como católicos, estamos llamados a
ser fieles a Cristo también a través de nuestro compromiso político. Cada
elección nos da la oportunidad de discutir la forma en que nuestro gobierno nos
debe guiar ahora y en el futuro para el bien común.
Formar juicios políticos
Tristemente, muchos católicos malinterpretan el significado de la así llamada
«separación Iglesia Estado» en nuestra nación y creen que la Palabra de Dios,
que nos ha llegado en la Iglesia, no tiene aplicación en la vida política.
Ciertamente, nuestro gobierno no defiende ni financia ninguna religión ni
denominación cristiana particular. Pero, al mismo tiempo, nosotros, como
católicos, tenemos el derecho, más bien, la obligación de informar nuestras
conciencias y juicios políticos a partir de las enseñanzas de nuestra fe,
especialmente en lo que concierne a la ley moral natural, que es el orden
establecido por Dios en la creación.
Por ejemplo, mientras que los Diez Mandamientos prohíben robar, nadie pensaría
que las leyes contra el hurto sean una imposición de las religiones judía o
cristiana. Personas de diferentes credos o sin fe pueden reconocer la obligación
natural de respetar la propiedad de los demás. Asimismo, nadie consideraría la
oposición cristiana a la esclavitud un tema «religioso». Más bien, los
cristianos que se oponen a la esclavitud y otros males similares están actuando
según los estándares de correcto e incorrecto, que tienen su fundamento en
nuestra común naturaleza humana.
Abrazar el desafío de nuestra fe
Como católicos, nos enfrentamos a un desafío especial y crítico cuando la ley
moral exige algo diferente de lo que la sociedad sanciona. En tal situación,
muchos de los que nos rodean, y especialmente los medios de comunicación, nos
impulsarán a conformarnos a los estándares sociales que «sigue la multitud».
Sin embargo, nuestra fe católica exige que, en solidaridad con nuestros
compañeros ciudadanos, sigamos la norma de la ley moral y también que la
proclamemos en la sociedad para el bien de todos. «Los católicos están llamados
a ser una comunidad de conciencia dentro de una sociedad más amplia y a examinar
la vida pública con la sabiduría moral anclada en la Escritura y consecuente con
los mejores ideales fundacionales de nuestra nación» (Comité Ejecutivo de la
Conferencia Episcopal de Estados Unidos, «Faithful Citizenship: Civic
Responsability for a New Millennium» –Ciudadanía Creyente: Responsabilidad
Cívica para un Nuevo Milenio. Septiembre 1999, Pág. 8).
Cuando el Dr. Martin Luther King escribió su famosa «Carta desde la Cárcel de
Birmingham», citaba la doctrina de la ley natural de Santo Tomás de Aquino en
defensa de la desobediencia civil. ¿Si el Dr. King se sirvió de la doctrina
católica para mantener lo que es correcto y bueno, no deberíamos hacer lo mismo
los católicos?
Proteger toda vida humana
La doctrina católica se distingue de lo que actualmente sanciona la sociedad por
su firme e inquebrantable defensa de la dignidad de la vida humana. Como
católicos, estamos siempre obligados a defender la vida humana desde la
concepción hasta la muerte natural. La Iglesia enseña que la vida humana se debe
proteger en cualquier etapa de su desarrollo, sea en el vientre materno, en la
silla de ruedas o en el lecho de muerte.
Nuestra postura consecuente con la dignidad de toda vida humana no es entendida
por algunos. Muchos entienden nuestro cuidado por los pobres y los marginados,
pero se separan de nosotros en nuestra defensa de la vida inocente e indefensa
en el vientre materno. Estarán junto a nosotros en contra de la pena capital,
pero no en contra del aborto provocado o la eutanasia.
La situación es muy difícil para nosotros y profundamente triste para nuestra
sociedad, especialmente para sus miembros indefensos y gravemente oprimidos,
pero no deberíamos tener dudas de la verdad de la doctrina católica. Por el
contrario, debemos trabajar por poner en evidencia la contradicción de proteger
algunas vidas humanas y no otras, y trabajar por proteger toda vida humana.
«Toda persona humana es creada a imagen y semejanza de Dios. La convicción de
que la vida humana es sagrada y de que toda persona posee una dignidad inherente
que debe ser respetada en sociedad se encuentra en el corazón de la doctrina
social católica. Las llamadas a avanzar en los derechos humanos son ilusiones si
el derecho a la vida misma está sometido a ataque. Creemos que toda vida humana
es sagrada desde la concepción hasta la muerte natural; que las personas son más
importantes que las cosas; y que la medida de toda institución estriba en si
valora la vida y la dignidad de la persona humana» (Ibíd., Pág. 13).
El trabajo del Quinto Sínodo Diocesano nos ha subrayado la urgencia del
apostolado del respeto por la vida humana, especialmente la del no nacido: «Dado
el predominio en nuestra sociedad del aborto provocado, la diócesis debe prestar
la atención más urgente posible a fortalecer el respeto por la vida del no
nacido inocente e indefenso y a trabajar por poner fin a la práctica del aborto
provocado en nuestra nación» (Sínodo V Actas: celebrado del 11 al 14 de junio
del 2000, Pág. 434, n. 217).
Debido al bien común, no debemos fallar en nuestro deber cristiano y cívico de
restaurar el respeto por la vida del no nacido.
Salvaguardar el bien más fundamental
La doctrina católica cumple la ley moral natural, que nos obliga a proteger toda
vida humana. En nuestra historia como americanos, en ocasiones hemos encontrado
razones para excluir de la protección de la ley a algunas poblaciones. Siempre
nos hemos equivocado al hacerlo. ¿En qué se diferencia nuestra exclusión
presente del no nacido, del anciano y del enfermo de nuestras exclusiones del
pasado? La doctrina moral de la Iglesia nos dice simplemente que deberíamos ver
con nuestros propios ojos, que los niños que abortamos y los enfermos que
«misericordiosamente matamos» son nuestros hermanos y hermanas en la familia
humana.
Algunos dirán que la defensa de la vida inocente es sólo un tema entre muchos,
que es importante pero no fundamental. Están equivocados. En la ley moral
natural, el bien de la vida es el bien más fundamental y la condición para el
goce de todos los demás bienes (Cf. Conferencia Episcopal de Estados Unidos,
«Living the Gospel of Life: A Challenge to American Catholics» –Vivir el
Evangelio de la Vida: un Desafío para los Católicos Americanos- Noviembre, 1998,
n. 5).
Hay que recordar las palabras del Papa Juan Pablo II sobre la misión de los
fieles laicos en la Iglesia y en el mundo: «La inviolabilidad de la persona,
reflejo de la absoluta inviolabilidad del mismo Dios encuentra su primera y
fundamental expresión en la inviolabilidad de la vida humana. Se ha hecho
habitual hablar, y con razón, sobre los derechos humanos; como por ejemplo sobre
el derecho a la salud, a la casa, al trabajo, a la familia y a la cultura. De
todos modos, esa preocupación resulta falsa e ilusoria si no se defiende con la
máxima determinación el derecho a la vida como el derecho primero y fontal,
condición de todos los otros derechos de la persona» (Exhortación Apostólica
Post-sinodal «Christifideles Laici», «Sobre la Vocación y Misión de los Laicos
en la Iglesia y el Mundo», 30 de diciembre de 1998, n. 38b).
La protección de la vida inocente no es sólo un tema político, sino, mucho más
importante, es una responsabilidad política básica (Cf. «Living the Gospel of
Life», nn. 33-34).
Hacer una opción consecuente por la vida
Por tanto, los católicos no pueden creer legítimamente que, si apoyan los
programas a favor de los pobres y marginados, esto «es suficiente» para no ser
consecuentes a favor de la vida.
«Cualquier política a favor de la dignidad humana debe tratar con seriedad temas
como el racismo, la pobreza, el hambre, el empleo, la educación, el hogar y la
sanidad... Pero el ser ‘justos’ en tales materias lleva a nunca excusar una
opción equivocada con respecto a los ataques directos contra la vida humana
inocente. De hecho, la falta de protección y defensa de la vida en sus etapas
más vulnerables vuelve sospechoso cualquier llamamiento a la ‘justicia’ de la
postura sobre otros temas que afectan a los más pobres y menos poderosos de la
comunidad humana» («Living the Gospel of Life», n. 23).
La preocupación por los apuros del pobre debe acompañarse de un profundo respeto
por la dignidad de toda vida humana. De otra manera, puede corromperse y abrazar
con demasiada facilidad el aborto provocado y la eutanasia como actos de
compasión hacia el que sufre. Pero ésta es una falsa compasión, que busca
reducir el sufrimiento humano eliminando a los que sufren. Cuando permitimos que
se mate a quienes están en más necesidad, no amamos al pobre como lo hizo Jesús,
quien dio su vida como rescate por muchos (Cf. Mt 20:28; Mc 10:45; y 1 Tim 2:6).
La responsabilidad de defender la vida humana en todas sus etapas recae sobre
todos los ciudadanos católicos. Recae, con un peso particular, sobre los
políticos católicos. Hace un año, en la Solemnidad de Cristo Rey, la
Congregación para la Doctrina de la Fe de nuestro Santo Padre el Papa Juan Pablo
II publicaba un documento: «Nota Doctrinal sobre algunas Cuestiones Relativas al
Compromiso y la Conducta de los Católicos en la Vida Pública» (24 de noviembre
de 2002), que clarifica a los políticos católicos su más seria responsabilidad
en la defensa de la vida humana.
El documento explica: «Juan Pablo II, en línea con la enseñanza constante de la
Iglesia, ha reiterado muchas veces que quienes se comprometen directamente en la
acción legislativa tienen la «precisa obligación de oponerse» a toda ley que
atente contra la vida humana. Para ellos, como para todo católico, vale la
imposibilidad de participar en campañas de opinión a favor de semejantes leyes,
y a ninguno de ellos les está permitido apoyarlas con el propio voto» (n. 4ª).
Responder moralmente a las leyes injustas
A menudo, los políticos católicos que sostiene posiciones en contra de la vida
defienden su postura de voto con el hecho de que están siguiendo su demarcación
electoral o la voluntad de la «mayoría». Sin embargo, nadie puede defender una
ley injusta basándose en el consenso político. No consideramos que las leyes «Jim
Crow», que discriminaron a los afro americanos, sean justas porque la mayoría de
la población las apoyara.
Los políticos católicos tienen la responsabilidad de trabajar en contra de una
ley injusta, incluso cuando la mayoría del electorado la apoye. Cuando los
políticos católicos no puedan cambiar inmediatamente una ley injusta, nunca
deben dejar de trabajar hacia ese fin. Por lo menos, deben limitar, en cuanto
sea posible, el mal causado por una ley injusta.
El Papa Juan Pablo II nos ilustra este importante principio moral: «Cuando no
sea posible evitar o abrogar completamente una ley abortista, un parlamentario,
cuya absoluta oposición personal al aborto sea clara y notoria a todos, puede
lícitamente ofrecer su apoyo a propuestas encaminadas a limitar los daños de esa
ley y disminuir así los efectos negativos en el ámbito de la cultura y de la
moralidad pública» (Carta Encíclica «Evangelium Vitae», «Sobre el Valor y el
Carácter Inviolable de la Vida Humana», 25 de marzo de 1995, n. 73c).
El sistema judicial en los Estados Unidos de América permite que los
legisladores limiten el acceso al aborto provocado, y los políticos católicos
están obligados a restringir el alcance de esta grave injusticia siempre que se
les presente la oportunidad.
Mientras que ciertamente hay políticos católicos que han trabajado con
diligencia en promover el Evangelio de la Vida a través de nuestras leyes,
muchos han puesto en entredicho su deber de actuar así.
Sumo mi voz a la de mis hermanos obispos de hace cinco años en nuestro
llamamiento: «Urgimos a aquellos funcionarios públicos que sean católicos que
escojan, en su vida pública, el punto de partida de la doctrina de la Iglesia
sobre la inviolabilidad de la vida humana, para que consideren las consecuencias
sobre su propio bienestar espiritual, así como el escándalo al que se arriesgan
al conducir a otros a un grave pecado... Ningún funcionario público,
especialmente si se considera a sí mismo un católico fiel y serio, puede
defender responsablemente o apoyar de forma activa ataques directos a la vida
humana inocente» («Living the Gospel of Life», n. 32).
Una vez más y de manera más urgente, yo, como obispo de la diócesis de La Crosse,
suplico a todos los católicos que tienen una ocupación política que examinen sus
conciencias a la luz de su deber de proteger la vida humana en todas sus etapas.
Además, les impulso a que tomen la resolución de vivir plena y fielmente el
Evangelio de la Vida en toda su actividad legislativa.
Empezar en el hogar
Seamos ciudadanos o políticos, sea cual sea nuestro estado de vida, todos
tenemos la responsabilidad de trabajar por una sociedad que salvaguarde y
promueva la dignidad de la vida humana. Debemos reconocer que el edificio de una
cultura de la vida comienza en el hogar, en nuestras familias. Comienza con una
comprensión clara de la unión conyugal y su ordenamiento al don de los hijos
(Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2366).
Con frecuencia, los católicos fallan a la hora de actuar en contra del aborto y
la eutanasia con energía, porque han comprometido la doctrina de la Iglesia
sobre el fin procreador del matrimonio al aceptar el control artificial de
nacimientos (Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2370). El portal de
entrada para la cultura de la muerte en nuestra sociedad ha sido el abandono del
respeto del significado procreador del acto conyugal. Es la forma anticonceptiva
de pensar, el miedo a la dimensión de dar vida del amor conyugal, lo que
verdaderamente sostiene tal cultura.
El Papa Juan Pablo II observaba con razón: «La cultura abortista está
particularmente desarrollada justo en los ambientes que rechazan la enseñanza de
la Iglesia sobre la anticoncepción» («Evangelium Vitae», n. 13). Si debemos
actuar con un vigor renovado a favor del Evangelio de la Vida en nuestras
familias y en nuestras parroquias, debemos sumarnos firmemente a la enseñanza de
la Iglesia sobre la anticoncepción artificial. Debemos promover la planificación
familiar natural como una alternativa moral para aquellos que, por graves
razones, necesitan limitar el número de hijos en la familia.
La legislación del Quinto Sínodo Diocesano nos da una dirección clara y firme:
«La enseñanza de la Iglesia sobre la transmisión de la vida humana y la
Planificación Familiar Natural se debe entender como algo fundamental para la
enseñanza del respeto por toda vida humana (Actas del V Sínodo, Pág. 433, n.
213, Cf. También Pág. 410, n. 40).
Sobre todo rezar
Concluyo recordando que la separación entre la Iglesia y el Estado en nuestro
país no puede ser entendida como una separación entre la fe y la vida.
Recuerdo las palabras del Papa Juan Pablo II con respecto a la vocación y misión
propia de los fieles laicos como «miembros de la Iglesia y ciudadanos de la
sociedad humana». «En su existencia no puede haber dos vidas paralelas: por una
parte, la denominada «espiritual», con sus valores y exigencias; y por otra la
denominada vida «secular», es decir, la vida de familia, del trabajo, de las
relaciones sociales, del compromiso político y de la cultura» («Christifideles
Laici», n. 59b, Cf. Concilio Vaticano II, Decreto sobre el Apostolado de los
Laicos, «Apostolicam Actuositatem», 18 de noviembre de 1965, n. 4).
No se puede separar en compartimentos de nuestras vidas nuestra fe y nuestra
concepción política; deben relacionarse una y otra en una vida que se viva con
integridad. Esto resulta especialmente cierto con respecto a la salvaguarda del
derecho a la vida, el fundamento de todos los demás derechos.
El Quinto Sínodo Diocesano nos ha recordado que «el primer medio que debe
emplearse en la restauración del respeto por toda vida humana es la oración,
especialmente la oración ante el Santísimo Sacramento» (Actas del V Sínodo, Pág.
434, n. 218). Para salir al encuentro del desafío de promover el respeto por
toda vida humana durante las próximas elecciones, impulso a los individuos, a
las familias y a las parroquias que hagan regularmente la Hora Santa por la Vida
(Cf. Ibíd., Pág. 434, n. 219).
Cristo, que vino a darnos su vida por la salvación de todos y que
sacramentalmente renueva el flujo de su vida hacia nosotros en la Sagrada
Eucaristía, podrá oír nuestra oración en nombre de todos los que sufren amenazas
a su derecho a la vida.
En estos tiempos en los que la dignidad humana se ve amenazada y asaltada de tan
diversas maneras, rogamos la intercesión de Nuestra Señora de Guadalupe,
Estrella de la Nueva Evangelización y Patrona de la Vida. La Madre de Dios se
apareció en 1531 en nuestro amado continente para mostrarnos la inconmensurable
misericordia y amor de Dios por todos sus hijos de América, especialmente por
los pueblos nativos. Con sus apariciones, aceleró el fin de la extendida y
horrible práctica pagana de los sacrificios humanos, y confirmó la dignidad de
toda vida humana.
Que ella pueda, en nuestros tiempos, inspirar y fortalecer la conversión de
América al Evangelio de su Divino Hijo, que es primera y principalmente, el
Evangelio de la Vida. Nuestras oraciones ofrecidas a través de la intercesión de
Nuestra Señora de Guadalupe no quedarán sin respuesta.
Invoco la bendición de Dios sobre ustedes, sus casas, y su apostolado de respeto
por la vida humana.
Dado en La Crosse, el 23 de noviembre, Solemnidad de Cristo Rey, en el Año del
Señor de 2003.
Excmo. Raymond Burke, obispo de la Crosse / Benedict T. Nguyen, canciller.