Unción de los enfermos
DPE
 

SUMARIO: 1. Visión histórica de conjunto. - 2. El nuevo "Ordo Unctionis infirmorum" - 3. Pastoral de enfermos. - 4. Destinatarios: a) Acción pastoral con los enfermos; b) El personal sanitario. - 5. Agentes. - 6. Balance y perspectivas. - 7 Retos pastorales.


1. Visión histórica de conjunto

Durante casi todo el primer milenio, la Unción de enfermos está pautada según el texto de Santiago 5, 13-16. Eso explica que sea un sacramento propio de los enfermos graves, que se unja en vistas a la curación integral de la persona, y que no se excluya, antes al contrario se contemple el eventual perdón de los pecados. De todos modos, no son abundantes ni explícitos los testimonios sobre el sacramento, de tal modo que muchas veces es difícil, por no decir imposible, establecer si se trata del sacramento de la Unción o de un sacramental en el que se usa aceite bendecido por el obispo. De todos modos, si se contempla el ritual del Liber Ordinum hispánico -que es quizás el más antiguo ritual de Occidente- se advierte plena continuidad con el rito atestiguado por Santiago. En este caso y en el que atestiguan los primeros rituales romanos de finales del siglo VIII y principios del IX, el contexto de la Unción es el de la visita a los enfermos.

Esta situación inicia un proceso de cambio al final de la época carolingia, como consecuencia de la paenitentia ad mortem. Dado que la Penitencia era requisito previo para recibir la Eucaristía en forma de Viático, se pospuso la Unción a la recepción de estos dos sacramentos y, por ello, se la vinculó con la proximidad de la muerte. Poco a poco lo que era Unctio infirmorum se convirtió de hecho en Extramaunctio, es decir, de sacramento de enfermos en sacramento de moribundos, y se acentuaron progresivamente los efectos espirituales de la fortaleza espiritual y el perdón del pecado y sus consecuencias, dejando en un muy segundo plano el efecto corporal sanativo. A finales del siglo XI se generaliza la Unción "in extremis" y como preparación a la muerte.

Este estado de cosas se consolida con la reflexión teológica escolástica, la cual insiste sobre todo en el efecto espiritual del sacramento, en el sujeto en peligro de muerte y en el carácter secundario de la curación corporal. No se niega el efecto corporal, pero se piensa que sólo se obtiene en casos excepcionales; por eso, los teólogos de los siglos XI-XII entienden que no puede ser el efecto específico de la virtud del Espíritu Santo mediante este sacramento. Síntesis del pensamiento de muchos autores de la época es Pedro Lombardo, que tanto influjo ejerció en la teología posterior. Según él, la Unción se da al final de la vida y por eso la denomina extremaunción; su efecto propio es espiritual: la remisión de los pecados; el posible efecto corporal sólo se da si conviene al enfermo. Sus comentaristas tratarán de explicar de diversos modos el alcance de la "remisión de los pecados", pero mantendrán su síntesis fundamental. La gran escolástica de los siglos XIII-XIV mantiene las ideas básicas de Pedro Lombardo y ni siquiera discuten que sea un sacramento destinados a los moribundos o que su finalidad propia sea directamente espiritual, que muchos explican en el sentido de que hace desaparecer las "reliquias del pecado", ya perdonado normalmente por el sacramento de la Penitencia. Por ejemplo, san Alberto Magno sostiene que los que reciban dignamente este sacramento quedan purificados de tal modo que pueden entrar directamente en la gloria. Por su parte Alejandro de Hales y san Buenaventura creen que la Unción está ordenada al perdón de los pecados veniales últimos. Escoto lleva al extremo esta opinión y sostiene que este sacramento se ha de administrar cuando el que lo recibe ya no puede pecar, es decir en el último momento o cuando el enfermo ha perdido el sentido. Santo Tomás, en cambio, no parece que piense en los moribundos o agonizantes, sino en los gravemente enfermos cuya muerte se teme, y distingue dos efectos del sacramento: el primario, que es la gracia que fortalece al enfermo contra la debilidad espiritual, fruto del pecado, y el secundario, que puede ser múltiple: el perdón del pecado en las mismas condiciones y circunstancias que otros sacramentos de vivos; la remisión de las reliquias del pecado, disponiendo así para entrar directamente en el cielo cuando se da a los moribundos si antes no se ha producido; la curación corporal, cuando conviene a la salud espiritual que es la causa de la debilidad espiritual.

Estas ideas básicas, parcialmente matizadas, persisten en la teología posterior. Lo lógico es que se consolide una pastoral que contempla la Unción como conclusión de la vida cristiana, entendida como curación espiritual, y que nazca una especie de iniciación escatológica con los sacramentos de la Penitencia, Viático y Unción al final de la vida, en analogía con la iniciación que tenía lugar al principio de la existencia cristiana, con los tres ritos del Bautismo, Confirmación y Eucaristía. De todos modos, la Unción después del Viático no se generaliza en los libros litúrgicos hasta el siglo XV.

El concilio de Trento, al tratar de sacramentalidad y efectos de la Unción, declaró su institución divina y examinó a fondo cuanto dice la carta de Santiago. Refiriéndose a los efectos, puntualizó: Estos son "la gracia del Espíritu Santo, cuya unción limpia los pecados, si es que aún quedan algunos por expiar, y las reliquias del pecado; alivia y conforta el alma del enfermo suscitando en él gran confianza en la divina misericordia, con lo cual el enfermo, confortado de ese modo, sobrelleva mejor los sufrimientos y el peso de la enfermedad, resiste más fácilmente a las tentaciones del demonio y consigue a veces la salud del cuerpo si fuera conveniente a la salud de su alma" (DS 1696). Respecto al sujeto, enseñó que las palabras de Santiago indican con bastante claridad que "esta santa unción se ha de administrar a los enfermos, sobre todo, a aquellos que se encuentran en tan grave peligro que parecen estar al final de su vida, por lo cual es también llamada sacramento de los moribundos" (DS 1698). A pesar de ello, la teología y la pastoral siguieron considerando la Unción como Extremaunción, dando como resultado que los fieles vieran en ella el anuncio de la muerte cierta y más o menos inminente y, en consecuencia, los enfermos y sus familiares retrasaran lo más posible su recepción. En muchos casos, el sacerdote era reclamado cuando el enfermo estaba inconsciente e incluso cuando acababa de morir.

La reacción contra este estado de cosas y la recuperación de la doctrina y praxis de Santiago y de los primeros siglos comenzó hacia los años cuarenta de este siglo, momento en el que algunos grandes liturgistas, como dom Botte, reclamaron para la Unción su estatuto teológico y pastoral de sacramento de enfermos. Sin embargo, cuando se inició el concilio Vaticano II la praxis pastoral seguía como en los siglos precedentes y una gran parte de los teólogos, sobre todo del área alemana, continuaban viéndolo como sacramento del final de vida. Eso explica que se hablase de "últimos sacramentos" y que el orden seguido en su celebración fuera Penitencia-Viático-Unción.

Testigo de esta inmadurez teológica del inmediato preconcilio es, en cierto sentido, la constitución del Vaticano II Sacrosanctum concilium. En ella se habla todavía de Extremaunción, aunque se reconoce que es "mejor" y "más exacto" llamarla Unción (SC 73), y no deja ninguna duda respecto a que "no es sólo el sacramento de los que se encuentran en los últimos momentos de su vida" -por lo que "el tiempo oportuno para recibirlo comienza cuando el cristiano ya empieza a estar en peligro de muerte por enfermedad o vejez" (SC 73)- y a que la "Unción sea administrada al enfermo después de la confesión y antes de recibir el Viático" (SC 74). Tal ambigüedad ya no aparece en la Lumen gentium, en la que, además de emplearse únicamente el término "Unctio", se dice que "con la sagrada Unción de los enfermos y la oración de los presbíteros, toda la Iglesia encomienda a los enfermos al Señor paciente y glorioso, para que los alivie y los salve, e incluso los exhorta a que, asociándose voluntariamente a la pasión y a la muerte de Cristo, contribuyan así al bien del Pueblo de Dios" (LG 11). Estamos, pues, ante un sacramento que contempla la curación integral de la persona y que se confiere para que el enfermo pueda vivir su enfermedad unido a Cristo Redentor. Se retomaba así la concepción y praxis originarias.

El Ordo Unctionis Infirmorum (Rituale Romanum ex decreto Sacrosancti Oecumenici Concilii Vaticani II instauratum auctoritate Pauli Pp. VI promulgatum, Ordo Unctionis infirmorum eorumque pastoralis curae, Typis Polyglottis Vaticanis 1972) y la constitución apostólica Sacram Unctionem Infirmorum ("AAS" 65 [1973], 5-9), con que Pablo VI lo promulgó en 1972, son un reflejo fiel y autorizado de esta doctrina.

2. El nuevo "Ordo Unctionis infirmorum"

Las líneas de fuerza de este nuevo Ritual de la Unción son, entre otras, las siguientes.

1) La Unción es el sacramento propio y específico de los cristianos enfermos, entendiendo por tales los que, según un juicio prudente, se considera que tienen su vida en grave peligro debido a una enfermedad o a la vejez. El momento, pues, indicado para celebrar el sacramento coincide con el de su enfermedad. El Viático, en cambio, es el sacramento propio y específico de los moribundos. Por ello, incluso cuando urge la necesidad de auxiliar a un enfermo con dichos sacramentos, primero se le unge y luego se le da el Santo Viático; no el revés.

2) La Unción se inscribe en el contexto más amplio de la Pastoral de Enfermos; es decir, el sacramento no es una acción puntual, aunque sea la más importante, sino uno más de los cuidados que la Iglesia dispensa a sus hijos. Por eso, la Unción no se puede aislar de la visita a los enfermos ni de la oración por ellos.

3) La Unción es el sacramento específico, pero no el único, de los enfermos. La Iglesia cuida a sus hijos que se encuentran ante una grave enfermedad con el sacramento de la Sagrada Eucaristía, celebrado eventualmente cabe el enfermo o, al menos, dado en Comunión, así como con el de la Penitencia.

4) El cristiano que sufre la enfermedad no es un fiel a quien Dios castiga o trata mal por sus pecados, sino un bautizado que está llamado a vivir su dolor bajo la mirada y la presencia de Cristo, asociándose a su Cruz, para hacer de la suya un instrumento de corredención.

5) El cristiano enfermo no sufre la enfermedad él solo, sino como miembro de la Iglesia; por eso, es toda la Iglesia, pastores y fieles, la que cuida de él en todos los aspectos, sean somáticos, psíquicos o espirituales. La Iglesia, fiel al ejemplo y encargo de Jesús, cuida con especial solicitud y desvelo a sus hijos enfermos.

6) La enfermedad tiene como raíz última y profunda el pecado, pues fue él quien introdujo el dolor y la muerte en el mundo. Por eso, luchar contra el dolor y la enfermedad es luchar por vencer el pecado. El personal sanitario que ejercita su profesión con competencia y humanidad es, pues, un colaborador de Dios, se dignifica como hombre y, si es cristiano, se santifica.

7) La pastoral de enfermos implica a toda la comunidad cristiana, especialmente a los pastores, a la familia, al personal sanitario, a los capellanes de hospitales y clínicas y a las fraternidades de enfermos.

8) El apostolado con los enfermos es un apostolado poco brillante desde el punto de vista humano; pero es un signo muy elocuente de la presencia y solicitud de Cristo ante el enfermo, sobre todo en los ambientes más secularizados y pobres. Por eso, los pastores deben dedicar una parte importante de su ministerio al cuidado de los enfermos.

9) La enfermedad, que siempre ha sido un enigma para el hombre, lo es hoy de modo especial, debido a la más clara percepción que de ella tiene el enfermo, a la sensación de soledad o desamor humano que, con frecuencia, experimenta incluso entre su misma familia y, sobre todo, al deterioro o pérdida de la fe tan generalizados en la sociedad actual.

3. Pastoral de enfermos

La actual pastoral de enfermos requiere de los pastores la relectura del Vaticano II, de los Prenotandos del Ritual y de los nuevos textos litúrgicos.

a) En el Vaticano II encontrarán el contexto eclesial, pascual, cristológico y antropológico del sacramento, que son como los rayos de luz que iluminan las diversas zonas de la acción pastoral de la Unción.

La contextualización eclesial de la Unción hace que ésta aparezca como un sacramento para "la edificación del Cuerpo de Cristo" (SC 59) y como el sacramento con el que "la Iglesia entera encomienda al Señor, paciente y glorificado, a los que sufren, para que los alivie y los salve" (LG 11). De aquí derivan algunas acciones pastorales importantes; por ejemplo, la celebración comunitaria del sacramento siempre que sea posible, la celebración del sacramento en un contexto de enfermedad y en una perspectiva de vida (sin excluir el de enfermedad extrema), la preocupación de toda la comunidad -no sólo de los pastores- de sus enfermos y la comunión existencial del enfermo con la comunidad a la que pertenece y con toda la Iglesia.

La vinculación de la Unción con el evento pascual (cf. SC 61) lleva a entroncar este sacramento con el misterio de los padecimientos y muerte redentores de Cristo. También de aquí dimanan algunas acciones pastorales de relieve, tales como la exhortación a los enfermos para que "uniéndose libremente a la pasión y a la muerte de Cristo, contribuyan al bien del Pueblo de Dios" (LG 11) y la celebración de la Unción dentro de la Misa (cf. SC 61), memorial por excelencia del Misterio Pascual.

La dimensión cristológica de la Unción descubre que es Cristo mismo quien se hace presente cabe el enfermo y le unge, puesto que es él quien está presente y realiza cada uno de los sacramentos (cf. SC 7) por medio de sus ministros. Esta realidad da una visión muy positiva y consoladora a la pastoral de la Unción. Si es Cristo el que viene a visitar al enfermo -al igual que cuando dijo al Centurión "Yo mismo iré y le curaré" (Mt 8, 7)-, cada enfermo puede decir en verdad: "Cristo viene a verme, a imponerme las manos y ungirme para sanarme o aliviarme". Esta perspectiva, pacientemente enseñada y plenamente asimilada, es la más adecuada para superar la visión vigente aún en amplios sectores, que ven en la visita del sacerdote al enfermo para ungirlo, algo inquietante y temible.

La dimensión antropológica de la Unción lleva a situar el sacramento en un contexto de acompañamiento, apoyo y alivio del enfermo considerado en su totalidad. También esta perspectiva ayudará a superar la mentalidad de quienes ven en la Unción "el anuncio de una muerte ya cercana" en lugar de un remedio, a veces incluso sanitario, para los dolores del enfermo.

b) Los Prenotandos del Ritual, por su parte, asumen, aclaran y concretan estos principios, dando así los materiales necesarios para realizar una acción pastoral de gran envergadura. Entre los más iluminadores se encuentran los siguientes: la doctrina sobre la enfermedad, los sujetos de la Unción, el ministro, los ministerios con los enfermos y algunos principios pastorales.

4. Destinatarios

Los destinatarios directos y principales de la pastoral de la Unción son los enfermos que tienen en grave peligro su vida, bien sean crónicos, ocasionales o ancianos. No lo son, en cambio, los que padecen alguna dolencia más o menos leve, o las personas que, estando sanas, van a ser sometidas a una operación quirúrgica que puede situarles posteriormente en una situación de enfermos graves. Menos aún, quienes gozan de buena salud, aunque estén jubilados. De modo indirecto y colateral son también destinatarios la familia, el personal sanitario y la comunidad parroquial.

a) Acción pastoral con los enfermos. La pastoral de la Unción tiene como objetivo básico que los enfermos reciban el sacramento de modo tempestivo, consciente y fructuoso; complementariamente, que vivan su enfermedad como un acontecimiento de gracia, que les vincula especialmente con Cristo doliente y redentor, y con la Iglesia, a la que aportan el tesoro de su dolor santificado y de la que reciben el cuidado maternal en su cuerpo y en su alma; por último, que una vez superada esta circunstancia, se reincorporen a la vida normal, humana y cristiana.

La recepción tempestiva del sacramento supone una catequesis previa, formal o informal, sobre la naturaleza y efectos de la Unción, que, por una parte, remueva los posibles temores del enfermo, fruto de una deformación o ignorancia del sacramento, y, por otra, le haga amable y deseable. La idea fundamental de esta catequesis es que la Unción no es el sacramento para prepararse a bien morir, sino el sacramento que conforta y ayuda a vivir santamente la circunstancia de la enfermedad y, superada ésta, si tal es la voluntad de Dios, reincorporarse a la vida ordinaria. En el supuesto de que la enfermedad sea irreversible y anuncie la muerte cierta y próxima, la catequesis versará sobre los aspectos penitenciales y escatológicos de la Unción, sin olvidar los de alivio y confortación.

La recepción consciente conlleva, por una parte, la preparación del enfermo para que reciba el sacramento en estado de gracia santificante. Por eso, lo normal será ayudarlo para que realice una buena confesión. La experiencia confirma que la enfermedad es un momento privilegiado para volver la casa del Padre tras muchos años de ausencia y un kairós que transforma a las personas con una fuerza y eficacia especiales. Conlleva también la preparación cuidada de la celebración del sacramento, la cual es imposible sin una catequesis, al menos elemental, sobre el sentido global de la celebración y el particular de los ritos principales: la imposición de manos, la oración de acción de gracias sobre el óleo bendecido y la unción.

La recepción fructuosa tiene lugar cuando el enfermo participa activa y piadosamente en la celebración, de acuerdo con su edad, formación y sensibilidad espiritual. Tal participación será tanto más intensa cuanto mejor se adapten los ritos a la situación concreta del enfermo. En cualquier caso, es imposible sin una preparación, aunque sea elemental, del enfermo. La pastoral ha de tener en cuenta cuál es su situación concreta, con el fin de establecer si la Unción ha de ser comunitaria o individual, en el contexto de la celebración eucarística o fuera de él, en casa del enfermo, en el hospital o en la Iglesia, celebrada por un solo presbítero o concelebrada por varios, unida a la Penitencia y al Viático (rito continuo) o separada de ellos.

Ahora bien, aunque la pastoral de la Unción tenga como objetivo fundamental la recepción fructuosa del sacramento, no se reduce ni agota en ella. Al contrario, la Unción, es sólo un momento puntual, si bien el culminante, que supone un "antes" y un "después", los cuales condicionan en no pequeña medida el fruto de la misma Unción. El marco del "antes" y "después" es la visita asidua al enfermo por parte de los pastores y de los otros miembros de la comunidad cristiana de referencia, normalmente la parroquial. De esa visita nacerá o crecerá el aprecio mutuo y la amistad, el conocimiento de la situación real del enfermo en las dimensiones somáticas, humanas, familiares, religiosas y cristianas, y las acciones humanas y cristianas -sacramentales y no sacramentales-que deben realizarse. Ahí se comprobará la posibilidad de que el enfermo reciba la Sagrada Comunión incluso a diario, y, sobre todo, los domingos y durante el tiempo de Pascua, con la ayuda, si es preciso -y lo será con frecuencia- de ministros extraordinarios de la Comunión. Si la enfermedad es larga y la visita al enfermo frecuente y cuidada, la experiencia atestigua que los efectos suelen ser muy positivos, tanto para el enfermo como para quienes le visitan, incluidos los sacerdotes. Ésta es, entre otras, la razón por la que los pastores y los fieles deben dedicar un espacio generoso de su tiempo al cuidado de los enfermos. Tal apostolado es tan poco brillante desde el punto de vista humano como eficaz desde el punto de vista cristiano y ministerial.

b) El personal sanitario. El personal sanitario está constituido por los médicos, enfermeros y enfermeras. Estas personas tienen hoy una importancia capital, puesto que en las sociedades desarrolladas -en las que la cobertura sanitaria llega a todos los estratos y capas sociales- la enfermedad se vive en el hospital, donde los enfermos son "huéspedes", sus familiares están "de visita" y el personal sanitario se encuentra "en su casa". El enfermo deja su hábitat natural y habitual y entra en "otro ambiente", en el que, junto a cuidados médicos muy sofisticados, experimenta, de modo real o presunto, la carencia de afecto humano, precisamente cuando más necesidad tiene de él. Por otra parte, en esas sociedades desarrolladas ha crecido con frondosidad el árbol de la secularización, con todas las secuelas letales de la deshumanización, incluida la del desprecio a la vida, sobre todo cuando ésta presenta minusvalías muy graves y permanentes. Baste pensar, por ejemplo, en la eutanasia. Junto a eso, los medios quirúrgicos, farmacológicos y asistenciales no tienen parangón con el pasado y ofrecen posibilidades de atención al enfermo otrora insospechadas. Por último, la Iglesia ha redescubierto la santificación del trabajo y su dimensión apostólica y misionera, lo que conlleva la apertura de horizontes ilimitados para la vida cristiana y apostólica del personal sanitario, precisamente en el cuidado de los enfermos. Todo este complejo mundo no puede quedar al margen de la pastoral de la Unción, puesto que el sujeto que contempla el sacramento es el mismo que el que cuida el personal sanitario.

Corresponde a la pastoral descubrir al personal sanitario que el esfuerzo que realiza para vencer o atemperar la enfermedad es una profesión nobilísima y, la vez, una eficaz colaboración con Dios en su lucha contra las consecuencias del pecado y, por ello, medio e instrumento de santificación y apostolado. Además, enseñar a médicos y enfermeras que cuando disponen lo que consideran provechoso para aliviar el cuerpo o el espíritu del que sufre, cumplen "con aquella palabra de Cristo que mandaba visitar a los enfermos, queriendo indicar que era el hombre completo el que se confiaba a sus visitas para que le ayudaran en su vigor físico y le confortaran en su vida espiritual" (Prenotandos, n. 4). Así mismo, que son ellos quienes tienen un trato más personal y frecuente con los enfermos, lo cual les facilita captar las formas precisas de manifestar una verdadera solidaridad humana y decir al enfermo, en el momento oportuno, la palabra humana y cristiana más conveniente. Esta palabra será, en no pocos casos, una forma de apostolado auténticamente misionero (ib., 57 d), tanto más eficaz cuanto mayores sean su honradez y prestigio profesional, al ser éstos "una condición indispensable que difícilmente puede ser suplida por ningún otro tipo de celo apostólico" (57 d).

La pastoral con el personal sanitario no puede limitarse a los médicos y enfermeras que trabajan en los grandes centros de salud de las ciudades, sino que se extiende a los que cuidan a los enfermos y ancianos de los medios rurales, tanto en sus propias casas como en y desde los centros primarios de salud. La relación entre estos médicos y enfermeras con el enfermo suele ser más estrecha y personalizada, y creadora, por ello, de unas relaciones más estables y profundas de afecto y cercanía, sobre todo en el caso de los ancianos, dada su mayor necesidad de cuidado, protección y ayuda. Una palabra o una sugerencia cristianas en labios de un médico creyente, cobra un relieve y eficacia insospechados.

Finalmente, el personal sanitario cristiano tiene un inmenso campo apostólico en los colegas no creyentes o que viven al margen de su fe. Ellos son los más llamados a cultivarlo y, con frecuencia, los únicos que pueden realizarlo con eficacia. Si se apoyan en las bases firmes de la amistad, honradez y competencia profesional y colaboran con ellos en la humanización de la técnica sanitaria, de modo que esté al servicio de la dignidad de la persona humana, pueden anunciarles a Jesucristo como el mejor y más eficaz médico de los enfermos y facilitarles su apertura a la fe cristiana.

c) La familia. La familia ha perdido en las sociedades industrializadas el protagonismo que desempeñó en otros momentos y situaciones históricas y que todavía desempeña en sociedades agrícolas o subdesarrolladas. No obstante, su importancia es aún muy grande y en no pocos casos decisiva. En el caso de los enfermos, la familia es por excelencia la iglesia doméstica que se manifiesta como comunidad natural de amor humano y cristiano —mediante la abnegación y entrega personales— en la atención espiritual del enfermo. Los familiares creyentes se preocupan de llamar a los presbíteros de la Iglesia para que visiten a sus enfermos y les presten los auxilios sacramentales y extrasacramentales que necesitan, y representan a la Iglesia en todo el itinerario del enfermo. A ellos corresponde de modo particular dar fortaleza al enfermo con palabras de fe y oraciones en común, encomendarlo al Señor sufriente y glorioso y exhortarle incluso a que asocie su enfermedad a los dolores de Cristo en beneficio de la Iglesia. La familia cristiana es la representación más genuina de la Iglesia a lo largo del itinerario del enfermo.

Al obispo incumbe la promoción y dirección de la pastoral de toda la diócesis; más en concreto, estimular, moderar y, en la medida de lo posible, presidir las celebraciones en las que se congregan enfermos de varias parroquias para recibir la santa Unción. Además, hacerse presente cabe los enfermos, mostrando así su amor preferencial por los más pobres y su condición de Padre y Pastor de todos. La visita y Unción a los sacerdotes enfermos de su presbiterio es una tarea irrenunciable del obispo.

Los presbíteros se hacen presentes ante los enfermos como signo de la presencia de Cristo en cuanto ministros de los sacramentos de la Unción, Penitencia y Eucaristía y como especiales servidores de la paz y del consuelo de Cristo. Su presencia humilde y servicial junto al enfermo o anciano es un testimonio fehaciente de su fe y ocasión privilegiada para encontrar los momentos más oportunos de ayuda, de modo que el enfermo vaya progresando en su identificación con Cristo paciente. Los párrocos y sus colaboradores tienen una especial responsabilidad, pues son ellos quienes han de asegurar que los enfermos sean ungidos en el momento y modo oportunos y de proporcionar a la comunidad parroquial la debida catequesis, con el fin de pueda realizar el debido cuidado humano y cristiano de sus miembros enfermos.

Los capellanes de clínicas y hospitales son en la actual situación histórica los principales responsables de la visita y Unción de enfermos, dado que la enfermedad suele vivirse hoy en los centros hospitalarios y no en la familia, como sucedía en épocas todavía recientes. El elevado número de enfermos de estos centros y la escasez de capellanes, hace indispensable la colaboración entre ellos y los demás sacerdotes de la diócesis. Por otra parte, para que la pastoral de enfermos sea eficaz, se requiere un contacto permanente entre los párrocos y los capellanes, en el que unos y otros se intercambien la necesaria información para el tiempo que dure la enfermedad y para el momento en el que los pacientes se incorporen de nuevo a la actividad ordinaria y a la vida parroquial. Los sacerdotes jubilados pueden prestar una valiosísima colaboración en este campo, tanto por su experiencia como por las posibilidades reales de dedicación.

Las comunidades religiosas que tienen el carisma específico del cuidado de los enfermos y dedican su servicio al cuidado de éstos en los hospitales y otras instituciones sanitarias, están llamadas a dar un especial testimonio de fe y esperanza cristiana en un mundo cada vez más secularizado y materialista. Su misión es cuidar a los enfermos en nombre de la Iglesia, como testigos de la compasión y ternura del Señor.

La parroquia encuentra en la enfermedad una de las ocasiones principales para testimoniar que es una comunidad de amor. Los lazos entre ella y el enfermo lejos de romperse se estrechan y adquieren un sentido nuevo. La pastoral de enfermos tiene aquí un gran reto por lo que respecta a las comunidades parroquiales de las ciudades, sobre todo, en las megápolis. Los esquemas mentales y pastorales que nacieron y crecieron en una situación de cristiandad y de estructura rural han quedado obsoletos y caducos. La familia, el círculo formado por amigos y conocidos, las confraternidades parroquiales de enfermos, los movimientos de Vida ascendente y los jubilados pueden dar paso a nuevas formas de atención a los enfermos, en las que todos ellos, especialmente los más pobres y desamparados sean visitados, confortados y ayudados.

Las confraternidades o asociaciones cristianas de enfermos, especialmente aquellas cuyos miembros sufren una enfermedad o minusvalía prestan una ayuda especialmente valiosa en este campo y han de ser estimadas y fomentadas por las comunidades parroquiales.

6. Balance y perspectivas

Después de casi treinta años de implantación del Ordo Unctionis infirmorum se advierte una clara recuperación de la Unción como el sacramento especifico de los enfermos, aunque en no pocos fieles persiste la mentalidad de "sacramento de moribundos". También se ha recuperado, si bien en menor medida, el concepto de "sanación integral". Es ya un dato pacíficamente poseído que el orden de los sacramentos de los enfermos es Penitencia, Unción y Viático. Por último, un número creciente de parroquias celebra en forma comunitaria el sacramento, no obstante una cierta atonía tras algunos años de euforia.

Junto a estos factores positivos, no es difícil constatar algunas negatividades. Entre otros, cabe señalar las siguientes: 1) la ausencia, más o menos acentuada según los casos, de catequesis sobre la naturaleza y efectos del sacramento, el sentido santificador y redentor de la enfermedad vivida en unión con Cristo paciente y glorificado, el papel que desempeña el enfermo dentro de la comunidad parroquial y la responsabilidad de ésta respecto a sus miembros enfermos y el significado del rito sacramental; 2) la no-inserción de la Unción en el contexto más amplio de la "visita a los enfermos"; 3) la celebración de la Unción en un contexto no eucarístico, incluso cuando se celebra en la Iglesia; 4) la tribialización que comporta la praxis de ungir a enfermos leves o a personas de una cierta edad en plenitud de facultades físicas y mentales; 5) la ausencia de una verdadera pastoral de enfermos y la escasa dedicación de los presbíteros a un ministerio tan humilde y poco brillante a los ojos humanos como agradable a Dios y testimonio elocuente del efectivo amor preferencial por los más pobres; y 6) la descoordinación entre los responsables de la pastoral parroquial y de los centros de salud.

7. Retos pastorales

Además de los que emergen de las carencias o negatividades anteriormente expuestas, la pastoral de la Unción tiene ante sí estos retos. El más importante es, quizás, el descubrimiento de que la enfermedad se vive en un contexto nuevo, dado que ya no es la familia su habitat sino los centros hospitalarios, públicos y privados, con todo lo que ello comporta: sensación percibida por el enfermo de estar "desplazado" y sin el cariño familiar precisamente cuando más necesidad tiene de él, dificultad "añadida" para que la familia y la comunidad parroquial le dispensen el trato adecuado, dificultad de celebrar el rito en un marco tantas veces inadecuado, cambio de los protagonistas de la pastoral: el capellán y los profesionales sanitarios, en lugar del párroco y la comunidad parroquial, etc.

El ambiente materialista y secularizado de las sociedades hacen cada vez más difícil la vivencia cristiana de la enfermedad, al ser considerada como una desgracia, un mal y un castigo del que hay que huir a toda costa y el enfermo una "carga". La catequesis ha de mostrar, que el plan de Dios es que el hombre luche con todas sus fuerzas contra la enfermedad, en cuanto consecuencia del pecado, y que el hombre la acepte como participación en el misterio redentor de Cristo. El cristiano vive su enfermedad bajo la mirada y presencia de Cristo, que le visita por medio de los presbíteros y la comunidad en la que está inserto, proporcionándole toda la ayuda humana y cristiana que necesita.

Finalmente, la pastoral debe seguir insistiendo en que la Unción no es un sacramento para los moribundos, menos aún para los ya carentes de sentidos, y que es toda la comunidad la que está implicada en el cuidado de los enfermos, aunque será la familia, el círculo de amistades y las fraternidades de enfermos quienes aseguren en la práctica dicho cuidado.

BIBL. —ADNÉS, P., L'unzione degli infermi. Storia e teología, Cinisello, 1996; CAVAGNOLI, G., Competenza per celebrare l'unzione degli infermi. Teología, Liturgia e Pastorale. Una rasegna bibliografica, "Rivista Liturgica" 80 (1993) 9-21; CHAVASSE, A., Etude sur 1'onction des infirmes dans I'Église latine du Ille au Xle siécle, Lyon 1942 (aún no superado para la historia del rito); FALSINI, R., La malatía e I'unzione degli infermi. Proposte per la cura pastorale, Milano 1975; IZQUIERDO, C., Para una pastoral de ancianos, Mensajero, Bilbao 1995; LARRABE, J. L., La Iglesia y el sacramento de la unción de los enfermos, Madrid (s.d.); NIcoLAU, M., La Unción de los enfermos, Madrid 1975; TENA, P., La celebración de la Unción de Enfermos en una gran asamblea de fieles, "Phase" 21 (1981) 53-62; RAMOS, M., Nota para una historia litúrgica de la Unción de enfermos, "Phase" 27 (1987) 383-402; TRIACCA, A. M., Per una rasegna sul sacramento dell'Unzione degli infermi, "Ephemerides Liturgicae" 89 (1975) 397-467; W., Pastoral de la salud. Acompañamiento humano y sacramental, CPL 60, Barcelona 1993; El mundo de la salud y de la enfermedad a examen, en Congreso Iglesia y salud, Edice, Madrid 1995, sobre todo 119-183.

José Antonio Abad Ibáñez