Testimonio
DPE
 

SUMARIO: Introducción. – 1. Testimonio, Revelación, Salvación: a) El testimonio humano; b) El testimonio revelado; c) Testimonio en "hechos y palabras- (DV 21); d) El testimonio de lo comunidad y de los cristianos. – 2. Testimonio y Evangelización: a) El testimonio cristiano, punto de partida de la evangelización; b) El testimonio en el campo de la acción apostólica-misionera; c) El testimonio en el campo de la Palabra; d) El testimonio de vida de los santos; e) El lenguaje testimonial en la catequesis. El Espíritu en la Iglesia.


Introducción

En la vida diaria, siempre se ha cotizado mucho a aquellas personas cuya forma de obrar responde habitualmente a sus convicciones humanas ampliamente conocidas. Son personas no sólo "de palabra", sino "de hechos" concordantes con su palabra. Cuando pasamos al orden religioso, este tipo de personas-testigos es tan importante, que la Iglesia, a las más cualificadas las eleva al honor de los altares, como beatas o santas canonizadas y, a muchísimas otras también sobresalientes los creyentes las consideran como modelos de identificación cristiana.

El testimonio cristiano es una realidad cristiana que merece un tratamiento sucinto, pero claro. Lo presentamos en dos partes. En la primera aclaramos la concepción de testimonio descubriendo, sobre todo, la conexión teológico-existencial entre testimonio, revelación y salvación cristiana. En la segunda aparte ponemos de relieve la relación del testimonio con la evangelización y la importancia del lenguaje testimonial para una eficaz evangelización.

1. Testimonio, revelación y salvación

a) El testimonio humano. Cuando alguien da su testimonio sobre algo, lo que hace es atestiguar personalmente —ponerse por testigo personal— de un hecho, de una obra que merece la pena, de un valor. Así, quiere aportar la verdad objetiva de un hecho controvertido. Se compromete personalmente con una causa. Garantiza, mediante unos comportamientos de vida, una verdad creída y anunciada.

Lo más importante en todo testigo es la autoridad de que éste está revestido para que su testimonio sea creíble. Esa autoridad le viene, bien de la confianza de que goza en la sociedad, bien de la coherencia entre la verdad que afirma como verdadera y la praxis de su vida.

b) El testimonio revelado. El mensaje cristiano se ha presentado ya desde sus orígenes como testimonio. Su núcleo central: que Cristo ha resucitado y vive después de haber muerto y que su Espíritu está actuando en la historia como fuerza de liberación para el hombre que lo acoja en la fe (cf 1 Co 15, 1-28; Rm 8, 1-39). Este es el anuncio que testimoniaron los Apóstoles bajo la luz y fuerza del Espíritu de Pentecostés. Pero esta Buena Noticia no hubiera sido anunciada eficazmente, si los que la proclamaron no hubiesen sido "hombres nuevos", que manifestaban en sus actitudes y en sus obras los signos del poder salvífico de Dios (cf F. PACER, Testimonio, en J. GEVAERT, Diccionario de Catequética, CCS, Madrid 1987, 786).

En realidad, toda la historia de la revelación salvadora se desarrolla en este dinamismo testimonial y así lo afirma la propia Sda. Escritura. Asomándonos tan sólo al N. Testamento "descubrimos -dice J. M. Abrego- dos líneas interpretativas principales del concepto de testigo o testimonio: la de la obra de Lucas y la de Juan. Lucas, se fijó más directamente en los apóstoles y creyentes en cuanto testigos de la obra de Dios realizada en Cristo; Juan (que no utiliza el sustantivo testigo, sino el concepto de testimonio o el verbo dar testimonio) subraya la función testifical de Jesús, acerca del amor y salvación del Padre" (J. M. ABREGO, Testimonio, en Nuevo Diccionario de Catequética, San Pablo, Madrid 1999, 2203-2205).

Para Lucas, los Apóstoles son establecidos como "testigos de la resurrección de Jesús" (Hch 1,8. 22; 4,33, 10,41), de todo el sentido de su vida terrena: "Hay que predicar en su nombre el arrepentimiento y el perdón de los pecados a todas las naciones" (Lc 24,47). Esto supone que los apóstoles han convivido con Jesús, desde el principio (cf Hch 1,21). Más aún, por haber recibido el Espíritu (Hch 2,1-13), los apóstoles reciben la tarea de testimoniar la obra del Padre realizada en Jesús y afirmada en su resurrección de entre los muertos (cf Hch 1,6-8; 2,14-36).

Juan evangelista toma otro rumbo. Su término preferente es testimonio. Todos sus escritos son fruto de su testimonio: "El que lo vio (Juan) lo atestigua y su testimonio es válido, y el sabe que dice la verdad, para que también vosotros creáis" (19,35). Juan da fe de lo que ha visto y experimentado en su relación con Cristo (Jn 21,24). Ya dentro de su evangelio, el Padre da testimonio del Hijo (Jn 5,32). El testimonio del Hijo es verdadero porque coincide con el Padre (Jn 5,19 ss); él testifica lo que ha visto en el Padre (Jn 8,38). A su vez, el Espíritu da testimonio de él (Jn 15,26). Y también sus Apóstoles (Jn 15, 27), a quienes él mismo envía al Espíritu de la verdad (Jn 14,16-17). ¡Jesús es el verdadero testigo del amor salvífico del Padre!

c) Testimonio en "hechos y palabras" (DV, 2). Sea con uno u otros términos, aparece claro, que Cristo Vivo es el testigo revelador del Proyecto amoroso y solidario del Padre y que sus Apóstoles y discípulos son también verdaderos testigos de la Obra salvadora y liberadora realizada en Cristo, Muerto y Resucitado, a favor de toda la humanidad.

¿Cómo se realiza ese múltiple testimonio revelador? Si la revelación de Dios se redujera a comunicar unas verdades conceptualmente expresadas, sería suficiente el vehículo de la palabra articulada y escrita para dar pie a su conocimiento. Pero la revelación de Dios es la comunicación de Dios mismo, de su ser, y de su amor comprometido en salvar. Esta "condescendencia" de Dios para encontrarse con los seres humanos, necesitaba de un lenguaje válido, de unos signos elocuentes capaces de llamarles a los oídos del corazón y lograr una respuesta personal de apertura y aceptación amorosa: la fe teologal (cf DV 1-10. Dt 3,24; 4,7. 32-36).

Y el Dios Salvador, tanto en el A. como en el N. Testamento, utilizó como mediaciones sensibles, las obras de la Naturaleza y, sobre todo, los hechos históricos de la Salvación en favor de la liberación de Israel, llegando al cenit de su autocomunicación con la humanidad en la Encarnación, Vida, Pasión, Muerte, Resurrección de Jesús y en el envío del Espíritu de Pentecostés. Con estos acontecimientos liberadores, acompañados y atestiguados por la mediación de los "padres de la fe" de Israel, de los profetas y del Hijo encarnado y sus Apóstoles, Dios manifiesta con cierta nitidez a la humanidad su poder amoroso y salvador.

Pero, además de los acontecimientos salvíficos, Dios se sirve también de la mediación de una palabra que los anuncie, los explique y los proclame a los oyentes de buena voluntad. "El signo asombra e interroga; la palabra interpreta, revela y convoca. De hecho, la Sda. Escritura recoge la memoria verbalizada de unos hechos, transmite en palabra su significado e invita a traducir en hechos (obras) la sintonía con dicho mensaje" (J. M. ABREGO, o.c., 2206-2207).

"Los hechos y las palabras intrínsecamente unidas" (cf DV 2,4, 7-8, 17-18), constatadas en la Biblia y proclamadas entre los creyentes, son los dos componentes del testimonio cristiano, que invitan a acoger en la fe al Dios Salvador y Liberador.

d) El testimonio de la comunidad y de los cristianos. El testimonio cristiano no queda encerrado en la Sda Escritura y en la Tradición, es decir, en la Palabra de Dios. El Vaticano II (LG 35) afirma: "Cristo, que por el testimonio de su vida y por la virtud de su palabra proclamó el Reino del Padre, cumple su misión profética por medio de los laicos a quienes por ello, constituye en testigos (Hch 2,17-18)". El Vaticano II habla aquí de la Iglesia. Cristo resucitado, presente en la Iglesia, se hace visible y cercano entre los hombres continuando hoy su obra de salvación y liberación. El Espíritu que alentaba su testimonio entre las gentes de Palestina, (Lc 3,22; 4, 4. 14-15; 18-21), es el mismo que sostiene ahora el testimonio de su Cuerpo, la Iglesia, entre las gentes de hoy. La Iglesia es la comunidad de testigos de la salvación integral de Cristo, pero de testigos creíbles por la coherencia de sus "obras y palabras". El testimonio de Cristo Salvador hoy es tarea de todo bautizado.

Es admirable el vigor con que Pablo VI reclama de los cristianos este testimonio de vida:

"Tácitamente o a grandes gritos, pero siempre con fuerza se nos pregunta: ¿Creéis verdaderamente lo que anunciáis? ¿Vivís lo que creéis? ¿Predicáis verdaderamente lo que vivís? Hoy más que nunca el testimonio de vida se ha convertido en una condición esencial con vistas a una eficacia real de la predicación. Sin andar con rodeos, podemos decir que, en cierta medida nos hacemos responsables del Evangelio que proclamamos" (EN 76,2°).

a) El testimonio cristiano, punto de partida de la evangelización

Aunque este punto ya está tocado más arriba, conviene ahondar un poco más en él.

Pablo VI advierte que la finalidad de la evangelización es el cambio interior de los hombres en hombres nuevos, con la novedad del bautismo (cf Rm 64) y de la vida según el Evangelio (cf Ef 4,23-24). Dicho de otro modo, "la Iglesia evangeliza cuando, por la sola fuerza divina del Mensaje que proclama (cf Rm 1,16), trata de convertir, al mismo tiempo, la conciencia personal y colectiva de los hombres, la actividad en la que ellos están comprometidos, su vida y ambiente concretos" (EN 18).

Sin embargo, el mismo Papa recuerda que, en la acción evangelizadora, forman parte de ella diversos elementos y aspectos de los que no se puede prescindir. Algunos de ellos "revisten tal importancia que se tiene la tendencia a identificarlos simplemente con la evangelización" (EN 17). De ahí que a veces se define la evangelización en términos de anuncio de Cristo a los no creyentes, de conversión, de predicación y catequesis, de bautismo y de administración de otros sacramentos, de entrada en la comunidad. "Resulta imposible comprender (la evangelización) si no se trata de abarcar de golpe todos sus elementos esenciales" (EN 17, final).

Según el pensamiento de EN, tampoco es neutro el lugar que cada uno de sus elementos integrantes ocupan el proceso de evangelización. De ahí que "la Buena Nueva debe ser proclamada, en primer lugar, mediante el testimonio" (EN 21). El anuncio explícito, claro e inequívoco de Jesús es imprescindible. Sin embargo, podrá quedar infecundo, si previamente la Buena Noticia hablada no ha sido precedida -preparada- por el testimonio perseverante y sin palabras de cristianos coherentes. Estos "hacen plantearse a quienes contemplan su vida, interrogantes irreprimibles: ¿Por qué son así? ¿Por qué viven de esa manera? ¿Qué es o quién es el que los inspira? ¿Por qué están con nosotros? Este testimonio constituye ya de por sí una proclamación silenciosa, pero también muy clara y eficaz, de la Buena Nueva. Hay en ello un gesto inicial de evangelización" (EN 21).

Esta primacía del testimonio para una eficaz evangelización, está atestiguada, antes de EN (1975), por el Decreto conciliar Ad Gentes (AG, 11, 1965) y después en numerosas ocasiones: el testimonio, el primer anuncio y las acciones transformadoras son las acciones que pide Juan Pablo II que se promuevan para una "nueva evangelización" en América Latina (Haití, 1983 y S. Domingo 1984), en Europa (VI Simposio de Conferencias Episcopales de Europa 1985) y en todos los continentes (1985 y en Christifideles laici, 34-44, 1988), últimamente la prioridad del testimonio para la evangelización se reivindica en Redemptoris Missio (RM, 42, 1990) y en el Directorio General para la Catequesis (DGC, 47, 1997). ¿Qué sucede en la praxis?

b) El testimonio en el campo de la acción apostólico-misionera

Si se contempla la acción, por ejemplo, de los movimientos apostólicos de A.C., la primacía del testimonio es obvia. En concreto:

"La HOAC, en coherencia con la fe de la Iglesia, ha comprendido que su actividad evangelizadora ha de tener estas características inseparables" (y se enuncian por orden de prioridad): encarnación, testimonio personal y comunitario, compromiso personal y comunitario, encaminado a la transformación de las personas, los ambientes y las estructuras en la perspectiva del Reino de Dios, (y, en un segundo momento) anuncio explícito de Jesucristo y su Evangelio y la invitación a entrar en la comunidad de los seguidores de Jesús" (Pleno General de Representantes: Preparación VIII Asamblea General, 2.a Fase: "La Iglesia y el Mundo Obrero", Madrid, 1990, p. 18).

"El testimonio es el comienzo del anuncio. Es un anuncio no verbalizado, no explicitado. Es palabra de vida" (Carlos G. de Andoín).

c) El testimonio en el campo de la Palabra

Sabemos que, desde la cuna del cristianismo, la Tradición Viva de la Iglesia, que recoge la revelación del Proyecto solidario de Dios para la humanidad por la mediación de Cristo Vivo, se ha ido comunicando de generación en generación. Recibida de los Apóstoles, la Iglesia conserva y comunica con fidelidad la herencia de su Señor, pues, siendo portadora del Espíritu de Jesús, ella misma es el Testimonio, la Memoria Viva y Permanente del Acontecimiento Salvador que abarca de la Encarnación a Pentecostés.

Dicho de otro modo, la comunicación de la fe, la Iglesia la realiza bajo el signo de la comunión. Quien da a Cristo es la Iglesia. Bajo el Espíritu de Jesús Vivo, ella elaboró unos escritos para "decir su fe" y nos los ha ido comunicando -como primeros documentos de la fe- para que también nosotros creamos. Sin embargo, el cristianismo no es tanto la "religión del libro", cuanto la "religión de la comunidad" provista de un libro "que leemos e interpretamos según el Espíritu que habita en la Iglesia" (MPD-77, 9,3°). Es por el Espíritu por el que la Iglesia mantiene Viva la Tradición de su Señor Jesús y la actualiza y hace progresar al contacto con los "signos de los tiempos" (cf J. M. OCHOA, La transmisión de la fe, hoy: algunos criterios teológicos, "Teología y Catequesis" 30 [1989] 225-226).

¿Cómo se desarrolla y se expresa la Tradición Viva? Por los datos de la historia, la fe se desarrolló y transmitió en pluralidad de expresiones, signo a la vez de su dinamismo envolvente y de su tendencia inculturadora:

1) En primer lugar, se encarnó en expresiones de experiencia de fe, de espiritualidad: Estas expresiones son resultado del encuentro del Evangelio con la "cultura" de cada creyente, pueblo y comunidad, como reacción vital de cada uno de ellos ante el reto de la Buena Nueva. Mientras no se da esta reacción "expresiva" del encuentro con el Dios cristiano, la fe permanece superficial.

2) En segundo lugar, la Tradición eclesial se manifestó en la liturgia, que es la primera y auténtica expresión de la espiritualidad según el talante de cada cultura.

3) El testimonio y el compromiso son otras tantas expresiones éticas de la Tradición Viva, como estilo armónico del vivir personal y comunitario de las gentes creyentes tanto hacia dentro de la comunidad cristiana, como hacia el campo misionero.

4) Por fin, la doctrina o la teología fue la expresión intelectual que traduce en palabras y conceptos "comunicables" la experiencia de fe, bien vivida en su radicalidad (la espiritualidad), bien expresada en la liturgia y en la praxis cristiana de la vida divina del testimonio y del compromiso (cf L. SARTORI, Tradición, en J. GEVAERT, (Dir) Diccionario de Catequética, CCS, Madrid 1987, 790-793).

Por lo dicho, se ve que el lenguaje en que se expresa la Tradición Viva Eclesial desde su cuna no es monocorde, sino pluriforme. Y uno de los lenguajes más eficaces en la comunicación de la fe o evangelización es el testimonio individual y comunitario de los cristianos.

d) El testimonio de vida de los Santos

Tan importante es el uso de este lenguaje testimonial en la comunicación de la Buena Nueva, que se llega a decir que:

"Una catequesis -una evangelización catequética- que no proponga con todo su vigor, con el convencimiento que alimentan tantos siglos de cristianismo, la palabra reveladora y estimulante, atractiva, que emerge de los plurales y excepcionales casos de santidad, faltaría seriamente a la Palabra de Dios y a los mismos destinatarios de la Palabra, privándoles de lo que debe dar sentido global y profundo a su vida de creyentes: "Sed santos porque yo, el Señor, vuestro Dios, soy santo" (Lev 19,2)" (M. HERRAIZ, Vida de los santos y catequesis, en Nuevo Diccionario de Catequética, San Pablo, Madrid 1999, 2272-2273).

Llamados a la santidad (LG 39-42), el santo es signo de la presencia operante de Dios en la vida de la persona o de la comunidad y una invitación generosa para todos a aceptar el imperativo amoroso de Dios a ser santos: "El Evangelio es vivible" -parece decirnos-. Este se hace carne en quienes llamamos santos canonizados; el don que ellos acogen se hace para nosotros compromiso de vida, que salva a la misma vida (R. Latourelle, 1965). Rescatar del pasado a los testigos vivientes del Viviente en la labor catequética es rememorar la obra de Dios y sus caminos en los corazones. Y seguir a un testigo no es mirar al pasado y olvidarse del presente. El modelo hace mirar hacia delante, no favorece la repetición de su "vida", sino que nos invita a la creación. "En un momento histórico de mayor experiencia de desvalimiento personal, de ahogamiento en la propia soledad, y también de más agudo sentimiento comunitario, la Iglesia santa (con sus miembros santos reconocidos) puede y debe ser respuesta a desviaciones individualistas y a esperanzas de solidaridad" (cf M. HERRÁIZ, o.c., p. 2278).

e) El lenguaje testimonial en la catequesis. El Espíritu de la Iglesia.

La acción catequética, como momento estelar de la evangelización, además del lenguaje de la experiencia espiritual, de la liturgia y de los conceptos intelectuales, utiliza también el lenguaje vigoroso del testimonio de la Iglesia a lo largo de su historia proponiendo las acciones: de sus miembros más preclaros, de sus instituciones consagradas al servicio de los pobres, de la cultura, de las misiones e, incluso de sus hijos e hijas actuales, cualificados por la coherencia de su fe y su vida.

Efectivamente, el Espíritu de Dios, en el A. Testamento, aún no es revelado como persona trinitaria, pero sí como fuerza divina que transforma personalidades humanas para hacerlas capaces de gestos excepcionales y de llevar adelante la Historia de la Salvación a partir de Israel: jueces, reyes, y sobre todo, profetas. El "lugar" del Espíritu es la historia salvífica en el A. Testamento. Y se perfila también como alentador de la Historia de la Salvación en el N. Testamento: "Yo pondré en vosotros mi Espíritu" (Ez, 36); "Derramaré mi Espíritu sobre toda carne" (II 2-3). Y en Pentecostés, efectivamente, el Espíritu se derrama sobre la Iglesia, nuevo Pueblo de Dios (Hch 1-2 y passim), enviado por Cristo Vivo que, por su misterio pascual, se ha convertido en fuente del Espíritu (Hch 1-2).

Desde entonces, la Iglesia es el "lugar de acción" del Espíritu de Jesús en nuestra historia, como su Cuerpo en el que Cristo continúa la Historia de la Salvación. Si el Espíritu transformó en otro tiempo a personalidades humanas en instrumentos de Salvación, ahora, "en el tiempo de la Iglesia" sigue promoviendo, entre los cristianos, testigos de Cristo Vivo, Salvador y Liberador hoy de sus hermanos.

Por tanto no extraña que la catequesis evoque a Abrahán, el creyente; a Moisés, el amigo de Dios y su fiel colaborador en la liberación de Israel; a David, antecesor de Cristo y anticipo simbólico de su Reino, a las primeras comunidades cristianas, como modelos de identificación de la Iglesia; a S. Agustín, a S. Ambrosio y a Juan Crisóstomo, como Obispos ejemplares de sus Iglesias; a la Iglesia de las invasiones bárbaras, como recreadora del Plan de Dios en situaciones devastadoras; a Francisco de Asís y Domingo de Guzmán, como regeneradores de la Iglesia en una sociedad de pocos señores feudales ricos, y muchos plebeyos pobres; a los abundantes mártires cristianos en la última mitad del siglo XX, como testigos cruentos contra la injusticia y la indiferencia religiosa de fines del segundo milenio.

Como la revelación se verifica con "obras y palabras íntimamente unidas" (DV 2), también la evangelización, que transmite al mundo la revelación, "se realiza con obras y palabras" (DGC 39). Obras y palabras son los componentes fundamentales del testimonio: "Ellos salieron a predicar por todas partes, colaborando el Señor con ellos y confirmando la Palabra con las señales que la acompañaban" (Mc 16,20).

BIBL. — PABLO VI, Evangelii Nuntiandi, PPC, Madrid 1975; J. M. ABREGO, Testimonio, V. Ma PEDROSA, Ma NAVARRO, R. LÁZARO, J. SASTRE, Nuevo Diccionario de Catequética, San Pablo, Madrid 1999, 2201-2210; M. HERRAIZ, Vida de los Santos y catequesis, IBIDEM, 2272-2278; R. SAUER, Lenguaje religioso, IBIDEM, 1353-1360; J. BESTARD, Nuevas sensibilidades y catequesis, IBIDEM, 1653-1666-68; A. Ma UNZUETA, Tradición y Catequesis, IBIDEM, 2210-2224; C. Ma MARTINI, Comunicar a Cristo, hoy. U.P. de Salamanca, 1998; C. GARCÍA DE ANDOIN, El anuncio explícito de jesucristo, E. HOAC, Madrid 1997; V. M° PEDROSA, El lenguaje audiovisual para una triple fidelidad: a Dios, a los hombres de hoy y a la "Traditio", "Actualidad Catequética" 149 (1991) 99-159; F. PAJER, Testimonio, J. GEVAERT, Diccionario de Catequética, CCS, Madrid 1987, 786-787; L. SARTORI, Tradición, Ibidem, 790-793; M. VAN CASTER, Dios habla hoy. Catequesis y diálogo, Sígueme, Salamanca 1971, 131-135; Dios habla hoy, 1, Ibidem, 129-136; M. D. CHENU, El Evangelio en el tiempo, Estela, Barcelona 1966, 51-65.

Vicente M° Pedrosa Arés