Rural, Pastoral
DPE
 

SUMARIO: 1. Qué es la pastoral rural. — 2. Agentes de pastoral rural. — 3. Destinatarios. — 4. Mediaciones pastorales. — 5. Perspectivas de futuro.


1. Qué es la pastoral rural

Introducirnos en el compromiso de definir la pastoral rural en nuestros días resulta una aventura arriesgada. No tanto por concretar el contenido del primer término, sino más por la complejidad que la expresión "lo rural" presenta. Este campo del Pueblo de Dios se debate actualmente entre posturas distantes, e incluso opuestas, que dificultan el hallazgo del punto sereno y necesario para la comprensión del asunto.

Cuando hablamos de lo rural lo identificamos con lo campesino e incluimos en estos términos la vida y problemas de todos los que trabajan la tierra (agricultores y ganaderos) y además de todas las personas que viven en el campo sin ser agricultores, pero participan de sus inquietudes, cultura y vida. El mundo rural, pues, es más amplio que el mundo de la agricultura. Por contra, contamos con la existencia de muchos cultivadores de la tierra, que no viven en el pueblo ni se sienten identificados con la vida campesina ni implicados en reivindicaciones del sector. Usan la tierra como un segundo trabajo a distancia o como un medio de percibir subvenciones o como una oportunidad de tener casa en el pueblo para fines de semana y vacaciones. A estos no les llamamos campesinos o rurales. Todo lo más serían agricultores desclasados.

Otra causa que agranda la dificultad de definir al mundo rural se encuentra en que éste, tradicionalmente cerrado y desconfiado de lo ajeno, es ahora un mundo abierto a los aires coloreados de la urbe. Es más, esta apertura se hace extraprovincial y transnacional a través de los viajes y medios de comunicación social, que invaden también al hombre y mujer del pequeño pueblo con noticias e interpretaciones polivalentes y a veces contradictorias acerca de la realidad. Ello provoca en este sufrido morador de nuestros núcleos rurales sentimientos de desorientación, frustración y miedo ante el futuro del campo y del pueblo.

Admitida esta novedad sociológica y psíquica que afecta a nuestras gentes del agro, queremos dejar constancia de la necesidad de una pastoral concreta y diferenciada para ser aplicada en este sector. Los orígenes y el fundamento de esta tarea eclesial no son otros que las palabras y hechos del Maestro Jesucristo de Nazaret: "Id al mundo entero y proclamad la Buena Nueva a todas las gentes" (Mt. 28, 18-20). A las puertas del siglo XXI sigue sonando dulce e imperativa a la vez esta misión, como sonó en los oidos de los discípulos al comienzo del tiempo cristiano. El escenario donde por vez primera el Hijo de Dios encomendó esta labor a los suyos fue un escenario eminentemente rural: el monte, el lago, el desierto, el huerto o el camino acogieron mil veces su presencia y su palabra salvadora. Y los destinatarios de este mensaje nuevo y original, propio del pensamiento y del corazón de Dios, eran en aquel tiempo gentes de la ruralidad de la Palestina del siglo I: el pescador, el pastor, el jornalero y el labrador constituían el grupo de oyentes más asiduos de Jesús.

La lectura del Evangelio nos facilita la conclusión de que el Cristianismo nace en un marco campesino. Dios así lo quiso y realizó a través de su Hijo. Había otras posibilidades. Podía haber estado en la gran ciudad su cuna y su casa. Y la plaza mayor, el sitio donde culminara su vida de entrega al Padre y a los hermanos. Podía haber llamado a los ilustres y eminentes señores para constituir con ellos su primer colegio apostólico. Pero el estilo de Dios fue, es y será hacerse presente en lo humilde y encarnarse en los últimos del escalafón social. Para que estos sean los primeros en la escala de Dios (Lc. 14, 7-13).

El objetivo liberador de Jesús hacia aquel pueblo campesino y pastor es el mismo objetivo que la Iglesia rural de todos los tiempos ha heredado de su fundador: Liberar a unas gentes que sufren desprecios y son tratados como seres de inferior categoría por las fuerzas del poder. Esta tarea liberadora aceptada por la Iglesia de Jesús no tiene exclusivamente una faceta espiritual. El Concilio Vaticano II proclama sin ningún complejo "la liberación de toda esclavitud, sea económica, cultural o política" (Ad Gentes, N° 11 y 12). La salvación o es integral o no es salvación. Es la persona en su unidad indivisible el fin de toda acción salvífica.

En un fuerte proceso de desruralización, en el que la tierra y el pueblo están dirigidos por la ciudad y subordinados a ella, se pide al teólogo y pastoralista la profundización y divulgación de una teología del campo.

Las líneas sobre las que debe asentarse esta teología y pastoral rural son líneas fuertemente experimentadas en los últimos decenios por parte de agentes pastorales, que individualmente o en equipo han optado generosamente por vivir y evangelizar el campo. Y para puntualizar lo que es esta pastoral contamos con una rica gama de acciones, testimonios y publicaciones, que nos presentan la amplia labor de campo y no de gabinete teórico. De todas estas experiencias subrayamos algunas notas características que siempre y especialmente hoy han de acompañar a dicha pastoral.

Pastoral de presencia. Una presencia encarnada en el pueblo campesino. Los promotores de esa pastoral deben conocer la historia, la cultura y el carácter de esos hombres y mujeres. Pues mal se puede amar y salvar aquello que no se conoce. El nuevo rostro de la Iglesia aquí ha de definirse no como "estar en el campo", sino "estar con el campo".

Pastoral de maduración de las personas. Estas han de ser sujetos de su vida y sus proyectos. Nunca, seres pasivos que aceptan resignadamente las ofertas que vienen de fuera. Es el propio campesino quien ha de construir con garantías de constancia el futuro de su pueblo y de su vocación labriega.

Pastoral de transformación. La realidad campesina es dura. Se impone un cambio a base de estudiar y buscar solución a los problemas de fondo. Constituye una traición a este sector el trabajo de los agentes pastorales si estos se limitan a cumplir como meros funcionarios o a entretener al personal con asuntos secundarios o juegos de pasatiempo. Hay que apostar fuerte por el cambio radical de situación en el mundo rural.

Pastoral de Comunidad. Se acusa al campesino de poseer un carácter marcadamente individualista, de practicar permanentemente el lema de "sálvese quien pueda" y de estar siempre "arrimando el ascua a su sardina". Aún sin aceptar al cien por cien estas acusaciones, sí que es preciso insistir incansablemente en la necesidad de que el rural tome conciencia de ser pueblo, comunidad. Y se solidarice y comprometa con todo lo que ello supone. La acción pastoral debe consistir primordialmente en arrancar del campo el individualismo, la soledad, el aislamiento, el recelo, la sospecha, el separatismo, la envidia, la crítica y otras plagas dañinas que por aquí se han dado. Y por el contrario, fomentar el cultivo de la unión, la cooperación, la solidaridad, la fraternidad y otros frutos imprescindibles para construir la comunidad del Pueblo de Dios en el campo. Un Pueblo abierto a la comarca, a la Diócesis, a la Iglesia regional, del país y del mundo. Así se cumplirá una de las notas esenciales de toda la Iglesia: la catolicidad.

Pastoral de selección. No todo es igualmente válido entre las acciones que se llevan a cabo en los programas pastorales y en los actos parroquiales. Es tan variada la lista de ritos, ceremonias y celebraciones existentes en nuestros pueblos, que se impone un análisis detallado y una valiente decisión para distinguir la paja almacenada en muchos ritos catalogados como "religiosidad popular" del trigo limpio de una religión pura e intachable a los ojos de Dios (Sant. 1,27). Esta pastoral, sin hacer discriminación en contra de nadie, se fijará especialmente en aquellas personas que manifiesten inquietud por la liberación integral del campo. Y seleccionará actividades que respondan a un proyecto evangelizador de un pueblo o comarca, siguiendo el proyecto de Jesús, que va a la dignificación y salvación del hombre en su integridad. Ese proyecto consecuentemente relegará a posiciones secundarias los intentos de un mero asistencialísmo, los parcheos momentáneos y los llamados escarceos pastorales, que no ayudan a que la comunidad crezca y camine.

Pastoral del hombre nuevo. Que se despoje de los vestidos raídos de tiempos viejos y se vista de justicia y santidad verdadera. Hay que despertar la semilla bautismal en los nuevos campos de los nuevos tiempos. Esa semilla ya está depositada desde antaño en el corazón de los pueblos. Pero está dormida y por ende, resulta infecunda. La novedad de vida y de método que está reclamando la pastoral rural es condición indispensable para que el campesinado no deserte ni de la fe ni de la Iglesia, sino que produzca el fruto, que esa semilla despertada por un estilo nuevo de hacer Evangelio, puede dar.

2. Agentes de pastoral rural

La Pastoral rural resume sus objetivos en encarnar la liberación cristiana en el mundo campesino. Esa encarnación no se realiza por ningún acto automático, mágico o fruto del "ex opere operato". Se requieren unas personas e instituciones que protagonicen esa obra liberadora, siguiendo las huellas del gran Liberador Jesucristo. Son los agentes de esta pastoral.

El sujeto o agente de la pastoral rural no es únicamente el "ordenado" que ha recibido la imposición de manos y la misión canónica de parte del obispo diocesano. El deber de predicar, celebrar y animar la comunidad es un deber repartido entre varias manos: las de todos los que han recibido el sacerdocio bautismal.

El primer agente pastoral es la propia comunidad o grupo que opta por Jesús y que desea iluminar a su pueblo y a su campo con la luz de la Palabra de Dios y el testimonio de vida acorde con el de Jesucristo. Cada miembro comunitario actúa desde su vocación, carisma y puesto de trabajo para que se cumpla el gran objetivo de la comunidad: Hacer de la vida una mesa común en la que todos puedan sentarse y sentirse como hermanos y en la que el Padre Dios aparezca claramente como lazo de unión que junte en una misma familia a los hijos dispersos.

Es en segundo lugar agente de pastoral el equipo o grupo de personas que trabajan con ilusión y metodología en un proyecto pastoral de parroquia o comarca rural. Los miembros de este equipo pueden ser laicos y clérigos y compartir a distintos niveles trabajo y vida en común. Este equipo eclesial presenta en principio las mejores garantías de eficacia apostólica, pues en él se concentran los diversos carismas del Pueblo de Dios, que ayudan al enriquecimiento del propio equipo y de las otras personas de la parroquia e Iglesia comarcal e incluso de la diocesana. Otras veces el equipo sería exclusivamente presbiteral, que a la vez puede presentar distintas modalidades: de oración, de revisión de vida, de programación pastoral, de trabajo común, de vida común o de bienes en común.

Algunos de los equipos de sacerdotes existentes en el mundo rural asumen más de una de estas facetas o modalidades. Si el equipo pastoral mixto (laicos y clérigos) aparece como el agente ideal para la evangelización, el equipo sacerdotal es el más fácil de conseguir y el más frecuente en nuestros campos de pastoreo rural. Y en ambos casos se cumple el deseo de Jesús. Sus enviados no caminan en solitario. Al menos han de hacerlo de dos en dos (Lc. 10,1), pues evangélica y psicológicamente la fidelidad de los misioneros queda más garantizada de este modo y el mensaje transmitido será mejor aceptado. El Señor se hace presente en la reunión, en el encuentro de hermanos que comparten vida y proyectos. Es el equipo la mejor experiencia de fraternidad apostólica y cristiana.

En tercer lugar nos referimos al agente pastoral rural llamado cura de pueblo. Este por su cuenta atiende una o varias parroquias. Esta ha sido tradicionalmente la presencia del clero con respecto al pueblo en la España rural de los siglos pasados. Era aquel un mundo estático. Todo en él estaba sabido y preestablecido. También la figura del cura en la aldea. Viviendo en la casa parroquial, vieja y grande. Atendido por la fiel criada. Con Misa por la mañana, rosario y doctrina por la tarde y breviario al mediodía por el atrio del templo. El cura con estas características era un elemento esencial y una garantía de consistencia para el pueblo. Sin la negra sotana deambulando de la casa rectoral a la iglesia y de ésta a la escuela, muchos vecinos de ayer hubieran pensado que algo grave podía suceder en su pequeño pero sagrado mundo. Porque siempre habían contemplado esa figura y lo mismo le habían contado sus antepasados.

Los nuevos tiempos nos han traído una nueva imagen y presencia del cura rural. Hasta en los libros y revistas de Iglesia se le ha cambiado de nombre. Ahora es Agente Pastoral, aunque mucho le va a costar al Sr. Antonio de mi pueblo dejar de llamarle Sr. Cura. Y las pocas gentes jóvenes del lugar le llamarán por su nombre de pila sin más. Sin antepuestos ni añadidos: Luis, Ignacio, Javier..., simplemente.

Queremos detenernos ahora en los rasgos cualitativos que han de poseer cada uno de los agentes pastorales rurales (personas y grupos). Qué actitudes y aptitudes han de caracterizarlos. Qué comportamientos han de distinguirlos. Para que su trabajo en el campo no consista exclusivamente en mantener unos valores ya caducos, por más que en tiempos pasados fueran válidos. El trabajo que Dios quiere es que el rural de hoy participe en el proyecto de hacer un pueblo libre y liberador. El trabajo de confeccionar los nuevos odres para el vino eterno de la salvación. Sabemos que la gracia de Dios actúa libremente en el corazón del hombre cuando este no se cierra a ese don divino. Pero ello no exime al agente pastoral del esfuerzo por adornarse de unas cualidades concretas para que pueda cumplir con fidelidad la misión de pastoreo que ha recibido de las manos y de orden del Buen Pastor y de sus sucesores. Apuntamos algunos de esos rasgos en ese rostro de pastor.

Espiritualidad específicamente rural. Fundamentada en un amor a lo pequeño y a lo humilde. En el campo florecen aún valores relacionados con la pobreza evangélica. El pastor que opta por vivir su ministerio en estos núcleos campesinos ha de tener el convencimiento de que la "cultura del pesebre" es la sabiduría de Dios, que eligió lo sencillo para denunciar y eliminar la dominación de unos hermanos sobre otros. Y en esta misión rural el evangelizador vive su espiritualidad actualizando a Jesús, que sigue pasando por nuestros pueblos. Aquí radica la identidad sacerdotal rural. Y aquí se encuentra la razón de entregar los años y la vida a la causa de este plan de Jesús.

Encarnación profunda en la historia y en el hombre campesino. Si Jesús "tuvo que asemejarse a todos sus hermanos" (Hebr. 2,17), la fidelidad a El pide a todos sus sucesores las mismas actitudes de encarnación. El pastor rural auténtico no se queda en la periferia del campo ni en las afueras de los pueblos. Se introduce en su vida y en el corazón de las gentes para el alivio de sus llagas. Pues sólo cuando se da esta bajada a lo más profundo de la tierra y del ser humano, puede producirse la ascensión a mayores niveles de dignidad.

Presencia de servicio y calidad. Porque la encarnación no es una expresión de lujo. Es una exigencia de comportamientos concretos y radicales: rechazo a privilegios clericales; renuncia al funcionariado parroquial; oposición al sistema de escalafón que utiliza a las parroquias rurales como peldaños de ascenso; y superación del "sacramentalismo" como compraventa de unos servicios religiosos. Los aspectos positivos de una presencia encarnada serían: apuesta por una fe gratuita y de conversión; ilusión por el trabajo con el fin de borrar de la conciencia de los laicos la extendida fama del cura inactivo; estilo de vida al nivel de la gente sencilla del pueblo y total cercanía a los más necesitados. La compañía de los agentes de pastoral rural a los hombres y mujeres del campo ha de ser permanente, gratuita y gozosa. No cabe aplicar aquí el "pase" de funcionario, que cae por el pueblo dos días a la semana y atado a su inseparable portafolios pretende con mil documentos oficiales y en tiempo récord sanar las muchas y viejas heridas de este pueblo viejo. El cuidado y la mejora de la comunidad exigen vocación, tiempo, constancia, cercanía y trabajo bien programado entre varios.

Ojos y oídos bien abiertos. Para conocer la historia y la vida de las gentes del campo. Y poder analizarla, estudiarla, rezarla y transformarla. No es serio ir al campo con esquemas pastorales caducos y prefijados desde lo urbano. Ni siquiera todos los núcleos campesinos presentan las mismas necesidades ni piden las mismas respuestas. Confeccionar un programa de pastoral rural de calidad exige llevar las antenas sensoriales bien desplegadas para captar las imágenes y sonidos de la vida y de la tierra, que ayuden a conocerla y amarla. En esta tarea de observación y análisis las ciencias sociales y psicológicas prestan un importante apoyo a la teología, a fin de que ésta se convierta en ciencia aplicada y liberadora.

Trabajo y vida en equipo. El último responsable de la obra liberadora de Jesús es la Iglesia, Pueblo de Dios. Y no el agente o pastor aislado en el capillismo de su parcela. Por ello, el equipo de pastoral libera de visiones personalistas acerca de la evangelización rural y reparte el peso entre varios hombros. Ser Iglesia es sentirse comunitario por naturaleza y origen. Pertenecer a un Presbiterio, Arciprestazgo o equipo parroquial y zonal es cumplir con fidelidad la llamada de Jesús, que manifestó su deseo de seguimiento en grupo, en apostolado. El Colegio de "los doce" es anticipo y figura de toda pastoral programada y realizada en equipo.

Esto no obliga a renunciar a la rica gracia que Dios ha dado a cada uno ni a la individualidad personal (salud, aficiones, intimidad, atención doméstica, situación familiar, economía, etc.). La persona y el equipo se complementan mutuamente. El equipo recibe lo que cada miembro aporta. Y éste, la suma de todas las aportaciones personales. En definitiva, es la comunidad o pueblo quien sale beneficiado de ese movimiento solidario y dialogal entre persona y equipo.

Talante humilde sin pretensiones mesiánicas. La Iglesia fiel a Jesucristo no puede utilizar una metodología de obligación y sometimiento. El ofreció la salvación y nunca la impuso. El respeto al hombre y su decisión libre es norma capital para que el acto humano sea válido. Sobre todo cuando deseamos que dicho acto se convierta en virtud y el Evangelio en gracia de Dios. La condición humilde que debe adornar al pastor y a los grupos de Jesús les obliga a estar continuamente en ejercicio de autocrítica y perfeccionamiento. Los discípulos únicamente somos sus instrumentos. El protagonista y agente principal es El.

Con este sentimiento de debilidad y pobreza propio de la naturaleza humana la Iglesia aceptará sus errores pasados y se comprometerá a caminar por las pequeñas sendas de la sencillez evangélica. Y aquí, en el campo se admitirá que el pueblo y la parroquia no son para el cura ni para el equipo, sino al contrario. Para no caer en la tentación de mesianismo y poderío de otras épocas el agente pastoral practicará los métodos de la revisión de vida, la formación permanente integral, la vacación liberadora y reconfortante y las jornadas de convivencia, oración y celebraciones litúrgicas fraternales.

3. Destinatarios

Envejecimiento. Soledad. Emigración. Marginación. Abandono. Desatención. Abuso. Pobrezas. Pasividad. Desconfianza. Aburrimiento. Desorientación. Desclasamiento... Estas son algunas de las negras etiquetas que se cuelgan hoy en la solapa del hombre campesino. Son tintes negativos, comúnmente aceptados por todos los sectores sociales como válidos para describir su triste situación.

A este hombre y a este campo necesitados de liberación se dirige también hoy la Palabra de Dios y la tarea pastoral de la Iglesia. Una pastoral que en su quehacer debe de tener en cuenta estas situaciones, que afectan negativamente a estos hombres y mujeres hijos de la tierra.

Desde lo más hondo y sincero del corazón campesino surge una petición a la sociedad en demanda de ayuda: "Sacadme de aquí". Y cada uno intenta salir como puede. Y huye de esta tierra como si fuese un lugar maldito. Los padres, que desean un futuro de mejor trato y justicia, realizan ingentes sacrificios para que sus hijos puedan hallar un puesto en los estudios o en las fábricas de la ciudad. "Aquí no hay futuro es el lema consagrado para desarraigar a los jóvenes y arraigarles en el mundo de la industria o servicios. Actualmente en el campo sólo vive la cuarta parte de la población española (nueve millones). El número de personas ocupadas en faenas agrícolas ha descendido del 17% en 1980 al 8% en 1998. La reforma agrícola impuesta por Europa (PAC) ha restado 500.000 trabajadores al campo en el periodo 1989-1995. Por otro lado, los labradores que no viven en el campo suman más de medio millón.

El cambio en todos los órdenes es una constante muy arraigada en el sector agrícola y rural. Y lo llamativo del cambio es la velocidad con que ha llegado y que se manifiesta tanto en los métodos más modernos y herramientas de trabajar como de pensar. Las ideas que rigen el comportamiento de estas personas, especialmente el de los más jóvenes, han hecho tambalear el mundo tradicional del campesinado español.

Este cambio ha convertido al mundo rural de cerrado, en abierto a nuevos aires; de inculto y desinformado, en medianamente informado; de carente de servicios, en poseedor de unos mínimos, que aún son insuficientes; de deficitario en recursos productivos, en un sector social y económico de clase media; de morador en núcleos sucios y oscuros, en digno habitante de pueblos con agua, luz y pavimento; de manipulado por caciques, en dirigido por sistemas elementalmente democráticos; de despreciado por paleto, en apreciado por su paz, sosiego y paisaje (y por el chorizo de la abuela).

Estos rasgos opuestos entre sí coexisten simultáneamente en muchos lugares rurales. Ello supone un obstáculo para el señalamiento de unas líneas o actuaciones pastorales. No está claro si en muchos de nuestros pueblos medianos y grandes debe de aplicarse una pastoral rural o urbana. En estos se confunden y mezclan los modernos pisos con las antiguas casas de labranza, la pequeña fábrica con la nave agroganadera y el coche de lujo con el utilitario tractor. ¿Quién predominará en esta serie de binomios?, ¿quién devorará a quién? La respuesta parece no ofrecer dudas: el gigante urbano al pequeño rural, la potente grúa de inmobiliaria a la débil ordeñadora y la corbata al buzo.

Este abanico de connotaciones tan variopintas asentadas en el campo en estos últimos tiempos aún no han sido bien digeridas por el campesino. Y esta indigestión de ideas y vivencias producen en él cierta inestabilidad y malestar. La conocida imagen de hombre resignado, pacífico y conformista se tambalea ante los aires de progresía y cambio que llegan a su mundo. Por ello este hombre pide una palabra de luz y una compañía para el camino. Y aquí es donde la Iglesia y la pastoral rural deben dar respuestas concretas y reales. Para hacer de este hombre el destinatario del Mensaje liberador de Jesús. Y ayudarle a convertirse en:

Hombre maduro y culto, que entienda su propia situación personal en relación con la naturaleza, con los hermanos y con Dios. Que acepte lo positivo de su vida y rechace lo que suponga subdesarrollo, infravaloración y marginación.

Hombre participativo y protagonista, que empuje el carro de su historia por nuevos caminos. El pecado del desinterés y de la apatía destruye la persona y el medio.

Hombre solidario. Para que nazca y se fortalezca una fuerte conciencia de clase social necesitada de la unión que olvide y supere el tradicional individualismo del campesino. En algunos momentos desgraciados este hombre considera a su vecino no como un hermano sino como un rival. La solidaridad campesina es herramienta imprescindible para la solución de todos los problemas económicos, laborales, políticos, sociales, culturales y religiosos.

Hombre creyente y comprometido. La fe aún anida en el fondo del hombre y de la mujer sencillos de este pueblo. Pero es una fe anquilosada, separada de la vida y sin garra testimonial y transformadora. Hay que hacerla más personal y comunitaria para que sirva de levadura que reavive lo que está moribundo o al menos, dormido.

Hombre en proceso de cambio. De estructuras y de mentalidad. Está naciendo una nueva imagen rural: en el urbanismo, la construcción, la forma de alimentarse, el modo de vestir, los estudios, etc. Es precisa también una nueva imagen que nazca del interior de las personas para que garantice una supervivencia digna del mundo rural.

Hombre de esperanza y trascendencia. El mayor nivel de bienestar social y económico puede hacer peligrar la dimensión trascendente y olvidar el sentido último del trabajo y de la vida. La respuesta a este peligro será orientar la marcha del pueblo rural hacia un futuro incierto pero esperanzador. Para que el hombre no se contente con el bienestar de su pueblo y su tierra, sino que busque además los Cielos Nuevos y la Tierra en donde habite la Justicia (Ap. 21,1-7).

4. Mediaciones pastorales

Si la finalidad de toda acción pastoral de la Iglesia es hacer que el hombre concreto del "aquí y del ahora" acepte la evangelización liberadora de Jesús, nos preguntamos en este apartado: ¿Cuáles son los cauces por los que el agua liberadora de Dios llegue al hombre y al mundo rural en nuestros días? ¿Qué medios, instituciones y métodos harán posible que el Verbo de Dios se encarne en el pueblo campesino?

No es fácil ni convincente resumir en una sola respuesta la solución a estas cuestiones. En el amplio campo de lo rural pueden espigarse multitud de experiencias evangelizadoras protagonizadas por la Iglesia, diputaciones provinciales, organizaciones independientes, sindicatos y otros grupos, que se honran en la noble empresa de apostar por la liberación del campo.

Pero los móviles de la presencia y encarnación en el mundo rural no son los mismos en cada uno de los agentes e instituciones. Estos son como un arbol de muchas ramas con las más variadas esperanzas de fruto, según el proyecto de cada movimiento u organización. La variada simiente que se derrama produce una cosecha diferente. Y ésta puede ser sana y limpia, como la consecución de un campesinado protagonista de su historia y su digna liberación. O puede ser cosecha adulterada, como la obtención de votos para el partido, la afiliación interesada y partidista de socios para el sindicato, o el incremento de prestigio propagandístico para la institución. Todas estas cosechas adulteradas han de liberarse de tanto cardo y cizaña, a fin de que sus agentes se conviertan en sembradores que opten generosamente por el bien del mundo rural y no lo pospongan a los intereses de su asociación o grupo.

El agente de pastoral cristiana para ser fiel al crecimiento del Reino de Dios en esta tierra, habrá de tener las miras purificadas de intereses bastardos. Y estar en continua búsqueda de nuevos métodos liberadores. Esta novedad de metodología no obliga a dar carpetazo a todo lo que un buen pastor y una buena iglesia ha venido eficazmente experimentando a través de veinte siglos de historia encarnada.

En este elenco de medios para hacerse presente en la vida rural queremos apuntar algunos que son historia permanente y por tanto, tienen vigencia de actualidad. Así, el encuentro y diálogo fraterno del cura rural con cada persona y familia es signo de compañía amorosa y de ofrecimiento de unos valores. En la misma línea de acercamiento y rebajamiento a su mismo nivel social se apuntan las acciones tradicionales de catequesis, homilías y charlas para que la Palabra de Dios sea conocida y se haga elemento transformador del medio. Las celebraciones de la fe, hechas con viveza, participación y referencia a los problemas de cada día, son un motivo de animación y crecimiento de la comunidad. Y la palabra escrita en hojas, cartas y revistas es una herramienta poderosa en la tarea pastoral, siempre que se tengan ideas claras de los objetivos liberadores que se pretenden, y siempre que la presentación de dichos medios sea digna, cuidada, cercana y esté al nivel comprensivo de los destinatarios.

Pero una comunidad rural cristiana no puede cerrarse a la comarca o arciprestazgo. Por ello los animadores recurren con ilusión y frecuencia a la organización de encuentros interparroquiales, asambleas arciprestales o jornadas para cristianos de la zona. Aquí se conjuntan fuerzas para que la promoción campesina no ceda. Se da testimonio de Iglesia abierta a otros pueblos. Y se vive la fraternidad de Jesús a escala más amplia.

Está fuera de toda duda que el creyente debe de implicarse en todo lo que afecta al ser humano en cualquier aspecto de su existencia (y no entramos en el debate tradicional de lo que es preevangelización o promoción humana y de lo que es evangelización propiamente dicha). Las enseñanzas de los Santos Padres y en documentos del Magisterio de la Iglesia, especialmente del Concilio Vaticano II son diáfanos y contundentes. Para ser luz y sal de la tierra debe aparecer un claro protagonismo de los discípulos del Señor en las distintas realidades organizadas del pueblo y del campo. El ayuntamiento; la asociación de padres, de amas de casa o de amigos del pueblo; el sindicato; la cooperativa; las aulas de tercera edad; los LEAS, etc. Son plataformas muy importantes donde se decide el futuro del mundo rural.

En estas mediaciones la Iglesia, el laico y el pastor, están llamados a tener la misma capacidad de intervención que el vecino más empeñado e ilusionante. Pues el cristiano no es tal si a la vez no actúa como ciudadano de este mundo. La misma acción liberadora se realiza tanto desde el templo y salón parroquial como desde la sala de juntas y las calles de la villa. La presencia cristiana será permanente y total. Pero una presencia no etiquetada de confesionalismo, aunque sí imbuida de una clara conciencia cristiana y de los valores que conlleva.

La unificación de metas y medios en todos los agentes sociales y pastorales que trabajan en el mundo rural es una tarea imprescindible para que el campesino ame su vida, su cultura y sus gentes. Y esta valoración de lo propio crezca en él pareja a una educación solidaria a favor de los más pobres y del tercer mundo. El hombre nuevo, poblador de nuestros núcleos rurales será libre, sin esclavitudes personales ni impuestas por el sistema neoliberal, que pretender dominar en todos los rincones del planeta. Y será liberador, pues está apuntado a todas las causas justas de la humanidad.

5. Perspectivas de futuro

A todo agente cristiano de promoción social se le pide el paso a convertirse en un buen agente pastoral. Es notable, o mejor, sobresaliente la labor ejercida por el clero rural de todos los tiempos en la sementera y cultivo de unos valores sociales y culturales en todos los pueblos de nuestra geografía. A modo de muestra, citamos estos botones: clases a niños y mayores, actuación en cooperativas, asociaciones, grupos de teatro, excursiones, rondallas, cine, etc. Y este capítulo de asistencia y promoción por parte del clero ha tomado mayor auge en nuestras parroquias rurales a partir del Concilio Vaticano II, como fecha clave de referencia de un cambio en la sociedad. La teología del mundo, del trabajo o de la liberación ha colaborado decisivamente en el nacimiento de un nuevo clérigo rural muy identificado en general con el hombre del campo y sus inquietudes.

Si sondeamos la mente de los vecinos de estos núcleos rurales, solicitando un retrato elemental del cura de su pueblo, nos le pintarían en la mayoría de los casos con tonos muy coloristas: "Es un buen señor". "Más bueno que el pan". "Siempre se está moviendo". "Los niños andan todo el día con él". "Es muy cariñoso con todos". Estos retazos reflejan la opinión positiva acerca del clero rural, especialmente del clero joven, que tienen nuestras buenas gentes del pueblo.

Cuando el análisis se realiza desde posiciones más críticas y exigentes, el resultado ofrece un claro-oscuro de conclusiones. Y se alaba y reconoce la importante misión del cura como vecino, compañero, deportista, músico, gestor de causas a favor de los necesitados, animador y organizador social y cultural en la comunidad rural. Pero a la vez se denuncia en él y en su pastoral una laguna en el campo de la evangelización, entendida ésta en sentido estricto.

No es dejadez, vagancia ni desgana evangelizadora las acusaciones que se le lanzan por parte de los sectores más críticos y exigentes. La laguna es la falta de una metodología adecuada, una carencia de programación parroquial, arciprestal o diocesana. Estas carencias en la pastoral rural son las que dificultan y retardan el nacimiento de unas comunidades vivas y comprometidas en la fe. La asistencia a las eucaristías, novenas, procesiones, romerías o entierros no es indicio suficiente para hablar de la existencia de auténticas parroquias. Muchas de esas asistencias son pasivas y sin la menor participación interior y vital. Por otra parte, el foiclorismo, costumbrismo y una religiosidad popular mágicamente entendida está siendo una pesada rémora a la vivencia del Evangelio.

La propuesta para superar esta acusación contra una pastoral rural roma y poco incisiva consiste en dar el salto. Pasar a la otra orilla de una pastoral que tranforme y cambie a la persona y a las comunidades. Salto que no se da por miedo a caer en el vacio de la nada. Mejor es lo de ayer que la incertidumbre del mañana, dirá el conformista. Más vale el pájaro en mano de una feligresía segura, aunque vieja, que los cientos de fuerzas jóvenes y dinámicas, que podríamos hacer florecer. Es la disculpa de quien se atrinchera en posiciones de retaguardia y miedo y se cierra al Espíritu de Jesús, que se lanzó a los cuatro vientos y puntos universales donde el hombre pena y goza.

La voz del Maestro sigue imperativa: "Poneos en camino". Al encuentro del hombre de hoy. Para decirle una palabra distinta a la de los altavoces publicitarios, que pregonan desde todos los pedestales idolátricos: "Compre, consuma, dese un nuevo placer..." La palabra distinta que ofrece el profeta y pastor es la palabra eterna del Buen Pastor: "Cree, ama, espera..." Esta llamada tendrá dificultad de concretarse en vida si nuestras parroquias rurales no renuncian a faenar en la era trillada de misa, rosario y acto religioso-folclórico-cultural. El salto consistirá en ubicarse en el duro, lento, pero fructífero trabajo, de organizar pequeños grupos parroquiales. En ellos con una conciencia crítica y una pedagogía activa se analizará la vida de cada lugar rural y se contrastará con la vida de otras personas y comunidades, que aparecen en el libro santo de la Biblia y en los momentos más luminosos de la historia de la Iglesia.

No es este ofrecimiento alternativo la varita mágica que resuelva todos los problemas pastorales en el campo. No tiene la originalidad de lo nunca visto. No es un descubrimiento deslumbrante e inaudito por parte de pastoralistas ilusionados. Sin embargo la experiencia frecuente, aunque no constante, tenida en nuestras parroquias es positivamente elocuente acerca de aquellos grupos de estudio, análisis, programación, revisión y oración. Aquí los presentes no se limitan a decir amén. La crítica construye persona y comunidad. El grupo vivo y responsable es una denuncia a la educación y evangelización pasiva, que acepta sin rechistar "lo que usted diga". El grupo que comparte fe y vida se presenta como la mejor opción para superar un cristianismo heredado y no asimilado personalmente. Extraordinaria ayuda para aceptar una postura creyente responsable. La adulted en la fe se adquiere por medio de la formación, reflexión y oración personal. Y se enriquece y confronta en el encuentro con aquellos hermanos, que se han enrolado en este mismo proyecto de seguir a Jesús en grupo.

Ni siquiera en el sector más conservador y rústico del mundo campesino vale para el hombre del siglo XXI el lema reverencia) de "oír, ver y callar". Hay que evolucionar al de "escuchar, analizar y dialogar". Está en consonancia con el hombre y creyente nuevo que entre todos queremos construir. En esta empresa de humanización y evangelización ha de estar siempre presente la máxima del gran pedagogo Paulo Freire: "Nadie educa a nadie, nos educamos mutuamente". Y transportando el mensaje al campo de la pastoral, la traducción resulta evidente: nadie evangeliza a nadie. Nos evangelizamos mutuamente. Hasta la sencilla mujer del delantal y el tostado hombre de la boina, si se le concede la palabra, nos ilumina de modo profundo y teologal en el conocimiento de Dios, del hombre y de la naturaleza (Mat.11,25). Para ello, hay que cumplir la condición: darles la palabra, la oportunidad de escucharles, el respeto merecido a sus arrugas curtidas por el cierzo. Y darles también un marco adecuado y un taburete cómodo y estable. En la frialdad y el misterio del templo nuestro campesino no tiene palabra. En el mejor de los casos, asombro y misticismo rural. Y en el peor, aburrimiento y sueño. Pero no, palabra y participación.

El escenario transforma a la persona. Y una sala acogedora, que sepa a gloria. Una mesa y asiento reconfortante. Una decena de amigos enfrente. Y otra persona "más sabida", que invite a hablar y que ponga orden cuando las palabras se disparan y superponen. Estos serían algunos de los principales ingredientes para que esa mesa se convierta en "lugar teológico" y nuevo catecismo para la educación en la fe de adultos y pequeños. Aquí hasta el más retraido y reservado hombre de pueblo rompe su secular hielo de incomunicación, que ha congelado su discurso durante tantos años. Aquí pronuncia su docta, aunque despreciada, palabra. Y aquí esta se hace Palabra de Dios, porque ha salido de los labios de un hombre que está en contacto permanente con el Señor de la vida. El cual anda, como en la mañana de resurrección, por los almuerzos, los huertos, los caminos y los lagos (aunque en este pequeño mundo rural estos sólo sean charcos).

Una tarea eclesial pendiente y sagrada es garantizar una presencia de peso y calidad de los pastores de la Iglesia en el mundo campesino. Que animen la vida y la fe de estos grupos. Que les iluminen con el carisma propio del seguidor del Buen Pastor. Que invite a que el trabajo y la fe robustecida en el grupo parroquial repercuta en el resto de vecinos de la localidad, pues sin testimonio la fe es invisible, es una candela apagada.

Por su parte los agentes de pastoral deben de presentar a la Diócesis y a la Parroquia un proyecto de vida y trabajo. Con objetivos y metodología bien marcada. Sabiendo qué personas y comunidades se quieren generar. Jerarquizando actividades y priorizando aquellas que conlleven un tinte misionero y comprometido en la transformación de este viejo mundo del campo. Con una clara y fuerte opción por esos hombres y mujeres, hijos de la tierra, que siempre fueron fieles a la palabra sabia del Evangelio. Y a los que la Iglesia de Jesús no puede abandonar a la intemperie del páramo (desierto) en tiempos de vendaval y nubarrones (Ez. 34,12).

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Emérito Puente