Religiosidad popular en Europa
DPE
 

SUMARIO: 1. Dimensión tradicional: catolicismo o piedad popular. — 2. Dimensión psico-sociológica. — 3. Dimensión política. — 4. Principales manifestaciones de religiosidad popular hoy — 5. Constantes o rasgos comunes. — 6. Actitudes ante la religiosidad popular. — 7 Santuarios y peregrinaciones. — 8. Apunte final.


En diversos foros europeos de reflexión y pastoral, se ha hecho presente, directa o indirectamente, el tema de la religiosidad popular o piedad popular, tan arraigado en nuestras viejas comunidades cristianas.

Hace tan sólo algunas décadas se la pronosticaba muy poco futuro. Sin embargo, las manifestaciones de religiosidad popular, o catolicismo popular, viven, aparentemente, una renovada etapa de florecimiento. Triduos, novenas, rogativas, procesiones, peregrinaciones, veneración de imágenes, celebración de fiestas patronales y otras manifestaciones, están en auge, con gran respaldo popular.

Los presbíteros se preguntan, como buenos pastores, ¿qué claves de discernimiento podemos aportar?, ¿qué análisis podemos realizar?, ¿qué pautas pastorales podemos subrayar?

1. Dimensión tradicional: catolicismo o piedad popular. (La religión con sabor a pueblo y con raíz popular)

Ya el papa Pablo VI, en su encíclica Evangelii Nuntiandi (1975) subrayó que en dicha religiosidad popular se manifestaba muchas veces una auténtica sed de Dios que sólo aciertan a expresar los pobres y sencillos. La religiosidad popular hace referencia a un cristianismo encarnado, con sabor y formas de pueblo: "Tanto en las regiones donde la Iglesia está establecida desde hace siglos, como en aquellas donde se está implantando, se descubren en el pueblo expresiones particulares de búsqueda de Dios y de la fe. Consideradas durante largo tiempo como menos puras, y a veces despreciadas, estas expresiones constituyen hoy el objeto de un nuevo descubrimiento casi generalizado".

Después de esta primera aproximación descriptiva, debemos necesariamente enumerar los núcleos principales o campos de la citada religiosidad popular. Destacan al menos los siguientes: piedad mariana y a los santos (incluyendo romerías y peregrinaciones); misteríos de la muerte y resurrección del Señor (incluyendo las cofradías y hermandades); sacramentos y sacramentales ( incluyendo devociones, romerías, novenas, etc); y culto de difuntos.

2. Dimensión psico-sociológica. (Añoranza nostálgica de lo vivido en la niñez. Señas de identidad en un mundo sin hogar: en la tierra de nacimiento, o en la tierra de nadie)

L. Maldonado se preguntaba no hace mucho qué buscan las generaciones jóvenes, chicos y chicas, cuando piden ingresar en las cofradías. Responde que hay cuatro motivaciones posibles: primero, el deseo de asumir unas raíces constitutivas de identidad: es la conexión con unas tradiciones, bien familiares, bien locales-regionales, que hacen suyas; de este modo alcanzan un equilibrio entre este vértigo que acaba produciendo la aldea global, el internacionalismo, al que se ve lanzada cada vez más la juventud. En segundo lugar, los jóvenes expresan así un cierto sentido de lo sagrado, del misterio de la existencia precibido a través de la propia juventud, la naturaleza, la primavera, la amistad, el amor naciente, la corporalidad-sexualidad. Esto se concreta muchas veces en la vivencia de una procesión en el silecnio de las noches, de las madrugadas. Sería el sentido de lo religioso. Por eso hablamos de religiosidad popular. En tercer lugar, se constata un gozo de la estética, la belleza de ciertas expresiones artístico-religiosas: la imagen, el paso, el entorno urbano, la música. Y, en cuatro lugar, debemos mencionar la influencia del grupo de amigos y amigas, el compañerismo, ese carácter algo "tribal" de las relaciones juveniles a lo largo de cierta edad.

En cuanto a las principales manifestaciones de esta religiosidad popular, estarían las siguientes: Fiestas de los santos de mayor devoción popular; las cofradías y hermandades de Semana Santa que potencian las procesiones de Semana Santa y una nueva vivencia de fraternidad solidaria; la asistencia a los funerales y entierros y el culto popular de difuntos; los bautizos, las bodas y las primeras comuniones, con marcado acento festivo-folklórico; las peregrinaciones a santuarios y el Camino de Santiago; las prácticas a las que se asocia algo mágico como puede ser besar el cordón del Cristo, "caminatas de S. Nicolás", etc., y, finalmente, las velas-ofrendas en el interior de los templos.

3. Dimensión política

En los años 60-70 estuvo muy de moda la "religiosidad popular". Por tal entendemos las formas y manifestaciones tradicionales, propias de cada pueblo, que encierran la riqueza del misterio cristiano. Religiosidad respetada, aunque necesariamente deba alimentarse y purificarse.

En los años 80-90, en cambio, se habla de "religión popular". Con dos versiones: la de los nostálgicos (quieren volver a recobrar formas de la infancia, supuestamente perdidas hoy), y la de los democratizadores (se erigen como dueños y señores de lo que tiene que ser la religiosidad de un pueblo). ¿Algunos ejemplos de dicha religión popular? Cuando se recibe un saluda de un Alcalde "que invita a la Misa solemne en la ermita X". O cuando una cofradía se erige en asociación civil y no quiere oír hablar de estatutos canónicos. O, cuando la procesión, a veces precedida de Vísperas en un latín no precisamente clásico y nada canónico, tiene que estar acompañada de abundante vino y alguna que otra blasfemia. Las frases también delatan: "¿Quién es el obispo para entrometerse en nuestros asuntos? ¿Quién es ese forastero (léase el párroco) para decidir sobre nuestras fiestas? ¿Quién ha dicho que la Iglesia, o la ermita, o la casa rectoral no son del pueblo?"...

El Concilio Vaticano II nos habló de respetar, en su justa medida, las formas de religiosidad popular. En cierta manera es el cristianismo con raíces y sabor a pueblo. La religión popular es otra cosa. A la larga se convierte en forma pagana de vivir una fe que se queda anclada en "algo" (ritos, procesiones, formas, etc.) y no en "Alguien" (Jesucristo, el Señor). Y, lo que es más grave, detrás de la religión popular existe una necesidad de poder, personal o colectivo, encubierto. Por sus frutos se conocerán.

4. Principales manifestaciones de religiosidad popular hoy

Si nos atreviésemos a preguntar directamente en nuestras comunidades hispanas "qué manifestaciones de religiosidad popular están más en auge", se respondería, fenomenológicamente, de esta manera descriptiva: las que conllevan una mayor expresión estética o popular (ofrenda al Patrón y otras) y las que suponen evocación del pasado (costumbres, danzas, etc.). En efecto, a medida que ha crecido la secularización y descristianización se ha generado un mayor florecimiento de piedad popular que intenta compensar el déficit de espiritualidad y apunta a mantener el natural deseo de transcendencia, mientras se recuperan nostálgicamente las raíces perdidas en muchos casos.

Son importantes, igualmente, las manifestaciones que expresan una especie de cultura popular secular, como las romerías o las fiestas patronales de cada pueblo, a veces trasladadas a época estival para facilitar una mayor participación. Dichos actos comportan más un sentido folklórico y de diversión colectiva, avalado especialmente por la ayuda económica de organismos oficiales. Los organizadores suelen ser "los de la Comisión de Festejos" de los Ayuntamientos, sin que intervenga la comunidad cristiana en su programación. El aspecto religioso se convierte en la ocasión y motivo de la gran fiesta popular-colectiva, particularmente en el mundo rural. En el extremo de estas prácticas se llega a identificar la religiosidad popular, y a mudarla, por la denominada "religión popular" (civil, neopagana).

El Directorio Litúrgico-Pastoral de la CEE (1989) clasificaba las manifestaciones de religiosidad popular en dos ámbitos principales: a) individual y familiar (ej.: Imposición de nombres, uso de objetos piadosos, capillas domiciliarias, acontecimientos, etc.); b) ámbitos sociales (ej.: Devociones populares, culto eucarístico, devociones marianas, procesiones, rogativas, romerías, etc.) (Cf. SECRETARIADO NACIONAL DE LITURGIA, Liturgia y piedad popular. Directorio, PPC, Madrid 1989, n. 8).

5. Constantes o rasgos comunes

Como rasgos comunes a esta religiosidad popular, al menos, podemos señalar los que siguen: predominio de prácticas y ritos; utilitarismo o protagonismo de "mediaciones" religiosas; normas tradicionales detalladas y precisas, y mezcla de protagonismo individual y colectivo, de lo religioso y lo profano. M. Meslin habla de "relaciones con lo divino más sencillas, más directas y más rentables".

Nos hacemos una pregunta más para seguir profundizando: "¿Qué contenido religioso-cristiano se observa en todas estas manifestaciones?".

Las respuestas son variadas y variopintas:

- En una minoría, se observan contenidos de fe bien arraigados y hasta una justa valoración del misterio.

- En otros, destacaría una cierta piedad personal y una religiosidad mezclada con lo profano y, en algunos casos, con lo supersticioso y lo "mágico".

- En otros apreciaríamos, un fuerte componente religioso de añoranza y nostalgia y cierto sentimentalismo religioso que ofrecen seguridad e identidad.

- En determinados grupos de creyentes se va consiguiendo una cierta profundidad religiosa en el sentido penitencial, eucarístico y de oración.

- En cualquier caso se debe destacar el protagonismo decidido de los laicos en la religiosidad popular y el sentido religioso de tradición. Se puede encontrar algo de expiación, de acción de gracias, y hasta de sentido penitencial y mágico.

- En algunas cofradías y hermandades se intenta buscar la solidaridad y la fraternidad junto al sentido de fiesta participada con sabor popular. Se asiste, con preocupación, como ya se ha apuntado, a la constatación de que la mayor parte de las `fiestas religiosas' que se siguen celebrando, particularmente en el mundo rural o semirural, están siendo instrumentalizadas por poderes políticos o por intereses particulares. El aspecto religioso de dichas celebraciones festivas, muchas veces, es un mero adorno al servicio de quienes lo organizan (prestigio de instituciones públicas o privadas).

6. Actitudes ante la religiosidad popular

Ante la religiosidad popular se pueden asumir, al menos, las siguientes posturas: tolerancia, proscripción, potenciación y purificación. Desde estas dos últimas palabras puede ser plataforma válida para una Nueva Evangelización. Porque, entre los valores positivos que se detectan en la denominada religiosidad popular, se pueden encontrar una sed de Dios, generosidad y ascetismo, sentido de la transcendencia, necesidad de renovación interior, personal y social, y verdaderos gestos de solidaridad y fraternidad.

Dando por hecha la revalorización de dicha religiosidad popular, señalamos algunos de los retos que esperan respuesta desde la misma.

El primer reto se presenta en forma de realización de un serio discernimiento de los valores que pueden encerrar dichas manifestaciones religiosas y aprovecharlas como base antropológica y cultural de evangelización. Se debe resaltar la convivencia, el compartir, la solidaridad, la hospitalidad, el sentido intuido pero no clarificado de transcendencia, etc. Se trata de descubrir, discernir y valorar lo que hay de positivo en lo tradicional y en lo nuevo. Igualmente, se presenta el reto de estudiar profundamente el propio fenómeno de la religiosidad popular, para reconvertirla en verdadero medio de evangelización actual, porque no se puede criticar dicha religiosidad "desde fuera", desde prejuicios adquiridos.

El reto de hacer discernimiento no equivale tanto a "eliminar" como a "encauzar y purificar" formalismos y formulismos trasnochados y sin concordancia con el Vaticano II. En la religiosidad popular muchas veces está en juego el recobrar las raíces verdaderas.

En otro orden de cosas, el reto de revisar a fondo los estatutos y reglamentos de asociaciones, instituciones, hermandades y cofradías que han quedado obsoletos y poco o nada dicen al hombre de hoy y a sus problemas. Y, sobre todo, encierran una teología, eclesiología y espiritualidad, si no falsa, al menos incompleta. Igualmente hay que examinar la identidad eclesial de las personas que promueven las manifestaciones de religiosidad popular y mantener una actitud dialogante con quienes viven las expresiones tradicionales "al margen" de la Iglesia (secularización de lo religioso).

Pastoralmente, se impone otro reto: cómo unificar criterios ante la religiosidad popular. Es necesario, por ejemplo, un estudio serio de las devociones, de sus orígenes y su historia. Se hace necesaria la cercanía al pueblo, el compartir acciones, responder a sus preguntas, en un proceso de catequesis y evangelización desde esa misma presencia, cercanía y respeto. Todo ello, con actitud humilde y acogedora, respetando el ritmo religioso de cada persona y pueblo y no ahuyentando a quienes tienen intenciones menos puras.

Finalmente, el reto de despertar la fe auténtica y cuidar las celebraciones en esos encuentros sacramentales donde se sigue primando el aspecto social. En este sentido, el reto de potenciar que las devociones populares y los ejercicios piadosos estén inspirados en la Escritura y la Liturgia; al mismo tiempo, promover el sentido de la oración, de la adoración, del sacrificio, de la caridad, de la justicia, del desprendimiento, despertando el carácter comunitario y participativo, eclesial, de dichas celebraciones y manifestaciones.

Una última anotación: aunque es evidente el nuevo despertar religioso observado en nuestra sociedad, sin entrar en la ambigüedad del fenómeno, algunos siguen uniendo la religiosidad popular en una franja intermedia entre los creyentes y los no creyentes. Las principales manifestaciones de las mismas serían los llamados "ritos de transición" (sociales), y su transcendencia se llamaría "media" ("de mediaciones") y no "absoluta" (Dios único). Desde esta perspectiva, como reto, estaría el redescubrir, una vez más el Dios de la revelación, el valor comunitario (y comunal) de dicha religiosidad y, ya desde el cristianismo, traducirlo en comunión de los santos.

Como hemos señalado más arriba, ante el fenómeno de la religiosidad popular podemos adoptar diferentes posturas, que van desde el rechazo de la misma juzgada como mágica o supersticiosa hasta la rehabilitación de formas de legítima devoción; desde la tolerancia pragmática de formas imperfectas de vivencia religiosa hasta la renovación de prácticas y tradiciones compatibles con las normas litúrgicas y la eclesiología conciliar. Y, a pesar de poder hablarse de rasgos de religiosidad "extraeclesial" y "religiosidad subterránea", seguimos creyendo en el valor evangelizador y catequético de la religiosidad popular.

Es necesario valorar la sed profunda que se expresa en la misma como apertura a la transcendencia. Desde un paciente acompañamiento pastoral en orden a la evangelización, debemos discernir y ayudar a discernir un triple movimiento: lo secular de lo sagrado; lo religioso de lo meramente sentimental; y lo religioso de lo cristiano. Se puede hablar, en consecuencia, de descubrir tres niveles en la religiosidad popular: antropológico, religioso y cristiano.

Nos atrevemos, pues, a señalar algunos puntos mínimos a tener en cuenta, principalmente, en la catequesis y en la pastoral con relación al fenómeno señalado:

- Es evidente que en la religiosidad popular se mezclan luces y sombras que, por una parte, producen, principalmente a los pastores, perplejidad y desconcierto y, por otra, es una llamada y un reto a evangelizar.

- Al parecer, «los campos más relevantes» de la religiosidad popular en suelo hispano se manifiestan principalmente en la actualidad en sacramentos y sacramentales, misterios de Jesucristo (acentuando Pasión y Muerte), piedad mariana, culto de difuntos y fiestas populares.

- En la religiosidad popular se pueden descubrir posibilidades evangelizadoras desde estas claves pastorales:

- Así mismo en la evangelización de la religiosidad popular se requieren unas actitudes y un talante determinado: escucha ("con el oído atento"); acompañamiento ("con el paso presto"); con criterios eclesiales (pastorales y catequéticos) comunes; realizando signos claros desde la presencia del misterio de Jesucristo, discerniendo lo accesorio de lo nuclear; en diálogo y respetando procesos personales y comunitarios; en la confluencia de caminos evangélicos y con fuerte dosis de resistencia ante los fracasos e intentos de purificación.

- La complejidad de «campos» de la religiosidad popular hace necesario un sano y prudente discernimiento evangélico con algunos criterios: identidad y comunión eclesial; proceso de madurez y compromiso cristianos; vivencia comunitaria; denuncia profética de los ídolos (dinero, poder, magia, etc.); al servicio de los más pobres, en cuya evangelización se hace presente el Reino. En resumen, coherencia cristiana y eclesial.

- Más en concreto, algunos de los criterios de discernimiento y acción anteriormente expuestos, y ya en los diversos campos de la religiosidad popular, pueden ser los siguientes:

a) Para los misterios de la Pasión y Muerte de Jesús:

b) Celebraciones sacramentales

c) Piedad mariana

d) Culto de los difuntos

En el tema de la religiosidad popular, pedagógica y pastoralmente, nos movemos entre dos extremos: respetarlo sin eliminarlo y no aceptarlo sin purificarlo. En otros ámbitos geográficos ésta ha sido la postura inteligente y equilibrada. Ojalá pudiera afirmarse lo que señala F. A. Pastor: "En la religiosidad popular cobran nueva importancia los movimientos de renovación en la pastoral popular y laical". Sería tanto como decir que el Pueblo de Dios ha encarnado el mensaje en el sentido indicado por el propio Juan Pablo II: "La síntesis entre cultura y fe no sólo es una exigencia de la cultura, sino de la fe. Una fe que no se hace cultura es una fe no plenamente acogida, no totalmente pensada ni fielmente vivida". Como afirmaban los obispos del Sur de España, "para que la relación cristianismo-piedad popular sea fecunda, han de cumplirse las debidas condiciones de reciprocidad: por un lado, hay que hacer capaz a esa cultura de expresar explícitamente los signos de fe y de aceptar la ruptura con las tradiciones y las formas que sean incompatibles, del todo o en parte, con la penetración del evangelio en todos los campos de su vida colectiva; por otro lado, la Iglesia ha de hacerse a sí misma capaz de asimilar los valores de ese pueblo, de comprender cómo ve él el evangelio desde ellos...".

Los pastores y los evangelizadores cualificados tienen una misión especialmente encomenda en este sentido.

7. Santuarios y peregrinaciones

La pastoral de peregirnaciones y santuarios, dentro de la religiosidad popular, ocupan su espacio concreto y están íntimamente relacionados. Para ofrecer algunos criterios de actuación pastoral nos remitimos una vez más al Directorio de la CEE (1989), nn. 1-10.

Los santuarios cristianos son lugares de culto, oración y penitencia. No todos los lugares de culto se consideran santuarios. Necesitan la aprobación del obispo, o en su caso de la CEE y de la Santa Sede, según sea su calificación como diocesano, nacional o internacional. En cualquier caso son lugares destinados de forma permanente al culto. Y, a la vez, el santuario es un lugar privilegiado para la caridad. Muchas veces, gracias a ellos, se sostienen instituciones, destinadas a pobres y necesitados. Y, finalmente, un santuario puede ser un lugar de cultura y formación.

La peregrinación, a su vez, es una manifestación religiosa íntimamente unida a la vida de un santuario. Cuando no sólo tiene una motivación humana u horizontal constituye una iniciación y una mediación para entender la vida cristiana como peregrinación en la fe.

Como orientaciones prácticas, se pueden destacar las siguientes:

- Fomentar en los santuarios una verdadera y sana vida litúrgica.

- Potenciar una adecuada proclamación de la Palabra.

- Celebrar con dignidad la Eucaristía, como centro de Vida. Cuidar las misas votivas.

- Cuando se celebren sacramentos de Inicación, estar en contacto y coordinación con la parroquia.

- Cuidar especialmente el sacramento de la Penitencia y reconciliación.

- Dar oportunidad a la oración no sólo personal, sino al rezo de la Liturgia de las Horas.

- Las procesiones, que ofrezcan un carácter de oración y penitencia.

- Educar adecuadamente en el tema de ofrendas y exvotos y mostrar la máxima transparencia.

- Fomentar las peregrinaciones y romerías, junto a marchas juveniles o, cuando el lugar lo permita, convivencias de matrimonios y catequistas.

- En cualquier caso, en el tema de romerías y peregrinaciones, cuidar con esmero la preperación, la motivación de partida, el camino o desarrollo de la peregrinación, la acogida al llegar al santuario y el mismo retorno.

8. Apunte final

El Directorio Litúrgico-Pastoral de la CEE (1989) al que hemos venido haciendo referencia, en su n° 9, viene a subrayar que las manifestaciones de piedad popular pueden constituir un cauce auténtico de expresión de fe cristiana. La misma Iglesia ha incorporado a su vida litúrgica diversos elementos de esta piedad popular a lo largo de los siglos. Pero el gran reto que se plantea es hacer que las actitudes religiosas personales y colectivas no se queden a un nivel meramente humano y natural sino que se dejen empapar por la fe auténtica, por los valores del Evangelio, y por la verdadera Tradición y Liturgia.

Todo ello, como nos recuerda otro importante documento de la CEE, sabiendo discernir en profundidad y respetando la justa autonomía y las leyes propias de dicha piedad popular. En cierta manera, es puente y mediación con lo religioso en estos tiempos de increencia (Cf. COMISIÓN EPISCOPAL DE LITURGIA, Evangelización y renovación de la piedad popular, PPC. Madrid 1987, n° 44).

BIBL. — COMISIÓN EPISCOPAL DE LITURGIA, Evangelización y renovación de la piedad popular, PPC. Madrid 1987; SECRETRIADO NACIONAL DE LITURGIA, Liturgia y piedad popular. Directorio, PPC, Madrid 1989; R. BERZOSA MARTÍNEZ, Evangelizar en una nueva cultura, San Pablo, Madrid 1998; ID., voz Religiosidad Popular, en "Nuevo Diccionario de Catequética", San Pablo, Madrid 1999.

Raúl Berzosa Martínez