Tema 4.5

PROYECTO DE EVANGELIZACIÓN
desde la E U C A R I S T I A.
Etapa cuarta

LA EUCARISTÍA:
MEMORIAL DE CRISTO MUERTO Y RESUCITADO

Memorial de Cristo crucificado

La Eucaristía es “memorial” de Cristo crucificado. Este aspecto es esencial para impedir todo riesgo de reducir la cena del Señor a meras comidas fraternas. “Cuando la comunidad ya no celebra el sacrificio de Cristo y no se compromete por sí misma, lo único que hace es reunirse para comer juntos unos amigos” (A. Fermet).
 

“Memorial es una expresión de rico contenido bíblico y significa, fundamentalmente, una celebración que conmemora y reactualiza un acontecimiento salvífico del pasado que ahora se hace presente en la celebración y en el cual toma parte la comunidad que celebra aquel rito.

En la Eucaristía lo que recordamos no es implemente el rito de la cena, sino que celebramos el acontecimiento salvífico que se recoge y expresa en esa cena y que es el compromiso radical y la entrega de Jesús hasta la muerte. Lo que Jesús hace en la cena del jueves santo es reafirmarse en su obediencia filial al Padre y en su solidaridad total con los pobres, los últimos, los excluidos, los pecadores, asumiendo hasta el final las consecuencias.

Hemos de ser conscientes de que no hemos sido redimidos por medio de un servicio específicamente litúrgico, sino por la entrega de Jesús vivida día a día hasta su ejecución en la cruz. Lo que ha salvado al mundo no es una liturgia celebrada en un templo, sino la ejecución de un hombre que se hizo inaguantable a los poderosos de este mundo por su amor a los pequeños y excluidos.

El mismo Jesús no puede pronunciar en la Cena esas palabras, “Este es mi cuerpo que será entregado... Esta es mi sangre que será derramada”, si luego en la vida no vive esa entrega radical.

Por eso la celebración de la Eucaristía nos urge a continuar hoy en nuestras vidas esa entrega radical de Jesús.

“Hacer memoria de Cristo es más que realizar un acto cultual: es aceptar vivir bajo el signo de la cruz y en la esperanza de la resurrección. Es aceptar el sentido de una vida que llegó hasta la muerte, a manos de los grandes de este mundo, por amor a los demás” (G. Gutierrez). El “memorial” del crucificado nos urge a vivir la solidaridad y la defensa de los últimos, arriesgando nuestra propia persona hasta el conflicto y la cruz.

Por eso la Eucaristía es mucho más que un acto de compartir que deja intactas las causas de la injusticia que hay en el mundo. El “memorial” del Crucificado exige compromiso y lucha no sólo por nuestras propias reivindicaciones, sino por los derechos y aspiraciones de los últimos; y no sólo de manera teórica, sino en situaciones y conflictos concretos.

No se puede celebrar “el memorial” de un ejecutado si no es arriesgando nuestra seguridad por la misma causa por la que él murió. Sabremos que estamos con el crucificado cuando sintamos en nosotros mismos las reacciones, las críticas y los ataques de los grandes de este mundo, a quienes no interesan la verdad de los pobres y las exigencias de la justicia de Dios.

La gran contradicción de nuestras eucaristías es que recordamos y anunciamos la cruz mientras rehuimos la pasión. Y, ciertamente, nadie nos crucificará si nos limitamos a compartir en alguna medida nuestros bienes dejando intactas las causas de la injusticia o abandonando toda lucha por una sociedad más humana.

Presencia del Resucitado

Los relatos pascuales describen con frecuencia la experiencia del encuentro con el resucitado en el marco de una comida (Lc 24,41; Jn 21,9-13; Mc 16,14) Pedro dirá: “Nosotros comimos y bebimos con él después de que resucitó de entre los muertos” (Hch 10,41).

Es particularmente significativo el relato de Emaús, que constituye una especie de transición entre la presencia pascual del Resucitado y su presencia sacramental en la eucaristía. Recordemos que los discípulos reconocen al Resucitado “al partir el pan” término técnico para designar la cena eucarística.

Estos y otros indicios llevan hoy a los investigadores a afirmar que la Eucaristía hunde sus raíces en la experiencia del encuentro vivo con el Resucitado. Los cristianos no celebraban una mera repetición de la última cena del Jueves Santo como banquete de despedida. En la Eucaristía se hace presente el Señor, el “Kyrios”, el que viene del futuro, de la vida definitiva. Es la Resurrección la que hace posible la presencia real, viva y operante de Cristo en la asamblea eucarística. Sin la resurrección del Señor no solo es vana nuestra fe; son vanas y vacías también nuestras eucaristías.

Por eso no es de extrañar que la tradición cristiana haya designado a la Eucaristía “paschale mysterium”, o misterio pascual. F.X. Durwell dice que “la eucaristía es una forma permanente de la aparición pascual”. Jesús resucita para nosotros sacramentalmente en la cena eucarística. La Eucaristía es “memorial de la muerte y resurrección” de Jesús (canon II), y es esta última la que alimenta la esperanza y el aliento de los creyentes para seguir al Crucificado. Olvidar la dimensión pascual de la Eucaristía sería ahogar la esperanza cristiana. Cristo resucitado se nos ofrece hoy como pan compartido para la vida eterna. “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna” (Jn 6,54).

Esta dimensión pascual de la Eucaristía no sólo no le quita fuerza a todo lo que venimos diciendo sobre el servicio, la entrega y la lucha crucificada a favor de los últimos, sino que le da su verdadera hondura y horizonte. ¿Por qué?

La resurrección de Jesús nos revela que Dios es alguien que pone vida donde los hombres ponen muerte, alguien que genera vida donde los hombres la destruyen. Por eso, entrar en la dinámica de la resurrección es luchar por la vida y enfrentarnos a la muerte bajo todas sus formas. La experiencia pascual exige una posición inequívoca y práctica por la vida. El que celebra la Eucaristía animado por la resurrección de Cristo es un hombre llamado a hacerse presente allí donde se produce muerte, destrucción, homicidio, hambre, esclavitud... para luchar por la vida. Hacerse presente allí donde se destruye, se deteriora o se aniquila la vida, para luchar por una vida más sana, más digna, más plena.

A veces olvidamos que la resurrección de Jesús es la reacción de Dios ante la injusticia criminal de quienes lo han crucificado. El gesto de Dios resucitando a Jesús nos descubre no sólo el triunfo de la omnipotencia de Dios sobre la muerte, sino también la victoria de la justicia de Dios por encima de las injusticias de los hombres.

Por eso, entrar en la dinámica de la resurrección del crucificado es ponerse de parte de los crucificados. Al celebrar la Eucaristía hemos de preguntarnos si estamos del lado de los que crucifican o de los que son crucificados, del lado de aquellos que matan la vida y destruyen al hombre o de aquellos que “mueren” de alguna manera por defender a los crucificados.

Una vida crucificada en el servicio a los últimos y en defensa de los crucificados es la mejor expresión de una celebración de esa Eucaristía que es “memorial de la muerte y resurrección” de Jesús.

(Tomado de “LA EUCARISTÍA, EXPERIENCIA DE AMOR Y DE JUSTICIA”
de José Antonio Pagola, pág. 15-19)

C U E S T I O N A R I O

Más que formular preguntas, vamos a proponer un ejercicio:

Vamos a tomar el texto del evangelio de la Eucaristía de hoy.
A la luz de lo expuesto en el tema, qué preguntas nos tendríamos que hacer ante el texto de evangelio, para enfocarlo de manera coherente con lo dicho en las páginas anteriores.

Tratamos de responder a las preguntas más importantes que han salido.

por José Cruz Igartua sss
Fuente: Religiosos Sacramentinos