Tema 4.4

PROYECTO DE EVANGELIZACIÓN
desde la E U C A R I S T I A.
Etapa cuarta

LA EUCARISTÍA,
EXIGENCIA DE AMOR Y DE JUSTICIA

La cena del Señor

San Pablo llama a la Eucaristía “cena del Señor” (1 Cor 11,20). También “mesa del Señor (1 Cor 10,21).

Pero como advierte J. Jeremías, “la última cena” es solamente la última de una larga cadena de comidas y cenas que Jesús ha celebrado a lo largo de su vida, de manera que podemos decir que la eucaristía cristiana arranca de la comensalidad del Jesús histórico y echa sus raíces en la praxis de Jesús de celebrar comidas.
 

Esta actuación de Jesús ofrece dos novedades principales. En primer lugar, Jesús no sólo promete el Reino de Dios como algo futuro y habla de él en sus parábolas como un banquete o fiesta final, sino que, además, lo vive y lo celebra ya como una realidad que se hace presente en el signo de esas comidas. En esa comunión de mesa con Jesús, los discípulos pueden experimentar ya la cercanía amistosa y la proximidad misericordiosa de Dios. Pero, además, son comidas en las que pueden tomar parte los pecadores, los excluidos, los marginados y despreciados, pues Dios es de los pecadores, de los pequeños y de los últimos.

Podemos decir que estas comidas de Jesús son el gesto que sintetiza, en buena parte, los demás signos y parábolas con los que Jesús anuncia el Reino de Dios, de tal manera que la última cena es el compendio de la vida y el mensaje de Jesús acerca del Reino de Dios.

Cenar no es solo nutrirse. Es confraternizar, compartir. Y es que el Reino de Dios exige, antes que nada, fraternidad. Si Dios reina entre los hombres, esto significa que ya no han de reinar unos hombres sobre otros, unas clases sobre otras, unos pueblos sobre otros, un sexo sobre el otro. A Dios sólo podemos acogerlo como Señor y Padre si los hombres nos sentamos a compartir como hermanos la mesa de esta tierra. Miremos, si no, lo ocurrido en Corinto (1 Cor 11,20).

A lo largo de los años, la cena eucarística ha ido evolucionando. El banquete ha ido adquiriendo un carácter cada vez más ritual, al mismo tiempo que se desatendía la dimensión fraterna de la cena. Se llegó a suprimir la cena como soporte de la celebración eucarística.

Hoy apenas quedan signos de esta comensalidad en nuestras misas, aunque seguimos hablando de manteles, la mesa del altar, “dichosos los llamados a esta cena”, etc. Pero, tal vez, lo más importante y decisivo no sea recuperar de nuevo una cena ritual, sino redescubrir toda la fuerza que encierra el símbolo subyacente a la cena eucarística.

La Eucaristía es una proclamación de la fraternidad querida por Jesús y un recuerdo de las exigencias concretas de la justicia de Dios. Como escribe J.M.R. Tillard, el rito eucarístico en sus elementos esenciales “está orientado hacia la constitución de la fraternidad humana”.

Pero abramos los ojos. ¿Quiénes somos los que celebramos hoy la cena del Señor? ¿De dónde venimos? Venimos de una sociedad organizada para satisfacer los deseos de los que tienen medios económicos, y no para responder a las necesidades de los menos privilegiados. Venimos de una sociedad competitiva, dominada por el afán de posesividad y máximo lucro, que ignora y arrincona a los que no pueden valerse o competir con éxito. Pertenecemos a una sociedad que exalta la felicidad basada en el tener y poseer. Pertenecemos a una sociedad que valora a las personas por su capacidad de producción y rendimiento y, en consecuencia, margina a los que no producen convenientemente.

Y no nos damos cuenta del escándalo de una Iglesia que reúne en la cena del Señor a oprimidos y abandonados y a espectadores de esa opresión y abandono; a los que producen miseria, sufrimiento y hambre y a los que los padecen.

¿Qué se está celebrando en la Eucaristía cuando no cuestiona la insolidaridad que divide a la humanidad, sino que pasivamente la refleja y reproduce? ¿Qué fraternidad se significa en esa Eucaristía que se celebra tanto en las Iglesias ricas como en las Iglesias pobres si, como dice J.B. Metz, “unos cristianos, en cuanto persisten en su apatía, están literalmente provocando la muerte cada día a otros cristianos y compañeros de mesa de la cena eucarística”?

La fracción del pan

La Eucaristía aparece designada en los Hechos de los Apóstoles como “fracción del pan”. Esta expresión proviene de una costumbre judía. Se trata de un rito doméstico con el que se inaugura la comida familiar. El cabeza de familia, sentado, tomaba el pan, recitaba la bendición de Yahvé, lo partía con sus propias manos y luego distribuía los trozos entre los comensales. Es el rito que realiza Jesús en la última cena.
Al compartir los trozos, queda constituida efectivamente la comunidad de mesa ante Dios. El pan compartido es el símbolo de la unidad. Así lo afirma san Pablo: “Así como hay un solo pan y todos participamos de él, así también nosotros, siendo muchos formamos un solo cuerpo” (1 Cor 10,17). Por eso la Eucaristía se celebra compartiendo el pan en la unidad.

Pero hemos de señalar otro dato que a veces no se atiende suficientemente, Jesús aparece en los evangelios como servidor o “diakonos” realizando diversos gestos de servicio: atención a enfermos y desvalidos, acogida de pecadores a su mesa, alimentación de la muchedumbre, etc. Es, sobre todo, San Lucas quien insiste en que el Señor se pondrá él mismo a servir la comida a sus criados (Lc 12,37) y el que presenta a Jesús en la última cena como “diákonos” o servidor: “¿Quién es más importante, el que se sienta a la mesa o el que la sirve? ¿No es, acaso, el que se sienta a la mesa? Sin embargo, yo estoy entre vosotros como el que sirve” (Lc 22,27).

Hemos de recordar, también, por su hondo significado, el lavatorio de los pies. San Juan no narra la última cena. En su lugar nos describe a Jesús lavando los pies a los discípulos en una escena que parece la escenificación plástica de lo que acabamos de oir a Lucas. “Yo estoy entre vosotros como el que sirve” (Lc 22,27).

Al discípulo se le pide seguir al Maestro celebrando la acción litúrgica de la cena y viviendo el servicio al hermanos. La Iglesia, por tanto, es invitada a vivir estos dos aspectos inseparables y complementarios de la existencia cristiana: La cena, que es compartir fraternalmente el pan como don del Señor, y el servicio a los más pequeños y necesitados, donde encontraremos al Señor. Vivir el seguimiento de Jesús implica escuchar los dos mandatos: “Hace esto en memoria mía” (la cena); “lo que yo he hecho hacedlo también vosotros” (el servicio).

Recordemos la imagen ideal que nos ofrecen los Hechos de los Apóstoles de la primera comunidad: “Los creyentes vivían todos unidos y lo repartían todo en común; vendían posesiones y bienes y lo repartían entre todos según la necesidad de cada uno. A diario frecuentaban el templo en grupo; partían el pan en las casas y comían juntos alabando a Dios con alegría de corazón” (Hech 2,44-46).

La celebración de la Eucaristía está exigiendo hoy a nuestras comunidades abrir los ojos y descubrir mejor a los pobres que viven en nuestra sociedad y a las masas hambrientas que habitan el Tercer Mundo.

¿Podemos compartir “el pan de la unidad” y seguir colaborando de manera indiferente en el nacimiento de esta “sociedad dual” o sociedad segmentada, en la que un setenta y cinco por ciento de sus miembros se beneficiará del desarrollo y el bienestar económicos, mientras que un veinticinco por ciento quedará excluido de los mismos?

¿Podemos acercarnos satisfechos a compartir cultualmente el mismo pan eucarístico sin compartir nuestros bienes con los “nuevos pobres” que estamos generando en esta sociedad: jóvenes sin futuro laboral, obreros expulsados del mercado de trabajo, trabajadores obligados a aceptar empleos marginales y precarios...?

¿Podemos seguir compartiendo con tranquilidad el pan eucarístico sin compartir las consecuencias de la crisis y ese bien escaso que es el trabajo, derrochando y gastando nuestro dinero sin control porque la crisis no nos afecta, gritando sólo nuestras reivindicaciones, moviéndonos y luchando sólo cuando vemos en peligro nuestros intereses?

La acción de gracias

La cena del Señor respira un clima de alabanza a Dios, y la eucaristía, de hecho, ha quedado estructurada en su parte central como una gran plegaria de acción de gracias en la que alabamos al Padre por su gran don, que es Jesucristo muerto y resucitado por nuestra salvación. “Te damos gracias, oh Dios, por tu Hijo muy amado Jesucristo” (Plegaria de Hipólito).

Lo importante y decisivo hoy no es inventar artificialmente nuevas plegarias eucarísticas, sino recuperar la actitud “berakatica” de alabanza que implica la Eucaristía.

Cuando Dios es percibido como un ser amenazador, temible y peligroso, ante el cual lo mejor es protegerse y actuar con cautela, el temor a ese Dios  suscita una religión en la que lo importante es mantenerse puros ante él, no transgredir sus mandatos, expiar nuestras ofensas, cumplir estrictamente nuestros deberes religiosos y asegurarnos así nuestra propia salvación contra sus posibles reacciones. Muchas eucaristías de carácter eminentemente individualista se alimentan todavía hoy de este talante religioso que pone el acento en la misa como sacrificio expiatorio y de propiciación, la misa para la obtención de gracias, cumplimiento de promesas, cumplimiento de una precepto, etc.

Cuando, por el contrario, Dios es percibido como Padre bueno, amor infinito, misterio fascinante, su contemplación provoca una vivencia religiosa en la que predominan la alabanza, la acción de gracias y la adoración gozosa. Lo importante es, entonces, cantar la gloria de dios y contemplar agradecidos sus obras.

Estoy convencido de que sólo si recuperamos en toda su hondura la Eucaristía como alabanza y acción de gracias al Padre, podremos reavivar todo el contenido de fraternidad, justicia y solidaridad que encierra.

La razón es sencilla. Para vivir en acción de gracias, es necesario mirar la tierra como don de Dios y recibirla con agradecimiento. “Todo es vuestro” como decía San Pablo. Es decir, todo proviene del único Creador y Padre que nos lo regala a todos para que lo compartamos. No pertenece en propiedad a ningún hombre. Y cuando los hombres acaparamos los bienes de esta tierra de manera injusta, estamos negándola como don del Padre.

No puede elevarse una verdadera acción de gracias al Padre desde el corazón de unos hombres y unos pueblos que excluyen a otros hermanos de la fiesta de la vida. ¡Qué clima tan diferente se respira en esas eucaristías del siglo II que nos describe San Justino: “Los que tenemos bienes, socorremos a los necesitados y estamos siempre unidos unos con otros. Y por todo lo que comemos bendecimos siempre al Hacedor de todas las cosas”!

(Tomado de “La Eucaristía, experiencia de amor y de justicia” de José Antonio Pagola,
pág 7-15)

C U E S T I O N A R I O

1.- Destaca, en cada apartado, la idea que para ti es más importante.

2.- ¿Qué tendríamos que hacer, cómo tendríamos que enfocar las eucaristías para que nos impulsasen a un compromiso solidario ante los problemas que existen?

3.- Podemos aprovechar la celebración del próximo domingo para enfocarla en esta línea. Al final, podríamos hacer una evaluación de la misma.

por José Cruz Igartua sss
Fuente: Religiosos Sacramentinos