Tema 4.3

PROYECTO DE EVANGELIZACION
desde la E U C A R I S T I A.
Etapa cuarta

LA EUCARISTÍA COMO MEMORIAL

Recuperación de la idea del memorial

El valor del memorial se empieza a percibir cuando se cae en la cuenta de que “el sacramento de nuestra fe”, la Eucaristía, es precisamente un memorial de la Pasión del Señor. Así lo afirma la famosísima antífona de las II Vísperas de la solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo “O sacrum convivium”: “¡Oh sagrado banquete, en que Cristo es nuestra comida, se celebra el memorial de su Pasión, el alma se llena de gracia y se nos da la prenda de la gloria futura”!
 

En efecto, el memorial eucarístico aparece en los relatos de la institución de la Eucaristía, en las palabras del Señor: “Haced esto en memoria mía” (I Cor 11,24-25; cf. Lc 22,19). Por eso el Concilio Vaticano II recordó expresamente que “Nuestro Salvador.... instituyó el sacrificio eucarístico .... con el cual iba a perpetuar, por los siglos hasta su vuelta, el sacrificio de la cruz, y a confiar a.... la Iglesia el memorial de su muerte y resurrección” (SC 47).

Ya en nuestro siglo, los estudios de Odo Casel (1948), dentro del movimiento litúrgico, han permitido apreciar el sentido pleno del término, es decir, considerar el memorial como una memoria real, re-presentación o nueva presencia de lo que se conmemora, un acontecimiento históricamente ya pasado, pero que se hace actual al comunicar de manera eficaz su potencial salvífico. Es justamente lo que propone la Carta Apostólica sobre el Tercer Milenio al recomendar que el Jubileo no se limite “a recordar el acontecimiento (de la Encarnación) sólo conceptualmente, sino haciendo presente el valor salvífico mediante la actualización sacramental” (TMA 31).

El memorial en el Antiguo Testamento

El memorial bíblico aparece aludido en una serie de términos hebreos ligados a la raíz zkr de origen semita, cuyas formas principales, verbales o nominales, son zéker, zikkaron y azkarah. El memorial aparece como un día festivo o como una acción sagrada o conjunto de ritos, mediante los cuales Dios mismo “se acuerda” de su pueblo y de sus acciones salvíficas y el pueblo “se vuelve” hacia su Dios “recordando” estas obras.

Obviamente, el “acordarse” divino es un antropomorfismo, pero revela una acción salvífica ral por parte de Dios o sea, una nueva intervención eficaz en la vida de su pueblo. Dios se acuerda de su alianza (cf Ex 6,5), de sus promesas, de su misericordia y de su benevolencia (cf. Sal 25,6; 105,42), de sus elegidos, de Abrahán (cf Gén 19,29), de David (cf. 132,1), de su profeta (cf Is 38,3), etc. La “memoria de Dios” implica no solamente la gracia, sino también el juicio sobre las acciones humanas, de manera que supone para el hombre un motivo de esperanza y de perdón y un aviso para evitar el castigo.

Por parte del hombre, el “recuerdo” de las obras realizadas por Dios no es más que la respuesta de la fe y la aceptación agradecida y obsequiosa del corazón. De este modo, el memorial del hombre se integra en la bendición o alabanza, en la confesión de fe y en la acción de gracias, que son otras tantas formas de expresar a Dios el reconocimiento por sus beneficios y el primer paso para formular la invocación y la petición de nuevos favores. Se cierra en cierto modo un ciclo que tiene por origen a Dios y que se dirige al hombre: Dios que “se acuerda” para manifestar su bondad a su criatura y ésta, “recordando” esta bondad, le bendice, le alaba y da gracias, y se siente movido a invocar nuevamente la protección divina. El memorial se revela como un componente esencial de la “bendición” bíblica, género de plegaria que desemboca también en la Eucaristía. En efecto, Jesús, “tomando el pan y habiendo pronunciado la bendición, lo partió...” (Mt 26,26 y par).

No hay, por tanto, en el memorial la más mínima sombra de manipulación o de intento de poner al Señor al servicio del hombre. Pero lo más significativo en el memorial bíblico desde el punto de vista humano no es solamente el componente espiritual o psicológico que mueve a “recordar” para alabar, agradecer, invocar o pedir a Dios la actualización de las maravillas obradas en otro tiempo, sino el hecho de que existan en el Antiguo Testamento una serie de instituciones y de realidades cuyo fin principal es el de “hacer memoria” y servir de recuerdo.

Entre estas instituciones destacan el sábado, para recordar, entre otros motivos, que los hebreos fueron esclavos en Egipto (cf. 5,15) y, como una proyección, el año sabático en el que era preciso dar la libertad a los esclavos recordando la liberación efectuada por Dios (cf Dt 15,15). En este sentido, el año jubilar era el mismo “año sabático” cada siete semanas de años.

Memorial eran también diversos objetos como las piedras preciosas del efod o pectoral de sumo sacerdote en las que estaban grabados los nombres de las tribus de Israel (cf. Ex 28,12-19), el incienso colocado junto a los panes de la proposición (cf. Lev 24,7), el sonido de las trompetas (cf. Núm 10,10), los sacrificios de Israel (cf. Lev 2,2.9.16; etc.) y, muy especialmente, la fiesta de Pascua: “Este será para vosotros día memorial, y lo celebraréis como fiesta en honor del Señor de generación en generación” (Ex 12,14; cf. Dt 16,3).

La Pascua, “memorial del Señor”

Merece la pena señalar brevemente cómo se originó la Pascua y cómo fue declarada memorial por el Señor. El pueblo de Israel, sometido a la esclavitu en Egipto, conocía un ritual nómada, ancestral, procedente de la época de los patriarcas, practicado en la primavera, que consistía en la inmolación de un cordero para asegurarse la protección divina y estrechar los vínculos de comunión entre los miembros de la tribu. Un día, siguiendo las instrucciones de Dios a Moisés, el pueblo logró escapar al desierto (cf. Éx 13,17-15,20) con el pretexto de ir a realizar ese viejo ritual (cf. Éx 3,18; 5,3). Se produjo entonces una interpretación religiosa y profética del hecho, convertido en acontecimiento de salvación y en paradigma de todas las intervenciones de Dios a favor de su pueblo. En adelante, por mandato de Dios, aquel viejo rito del cordero, superado su primitivo significado, debería ser reiterado todos los años, al llegar la primavera, como memorial del acontecimiento salvador (cf. Éx 12; Lev 23,5-8; Dt 16,1-8).

Por tanto, cada vez que se renovaba el rito del cordero, los que participaban en él se sabían liberados y miembros del pueblo elegido de Dios, es decir, el acontecimiento se hacía de nuevo presente con su carga de presencia y de promesa de futuro. Esquemáticamente se aprecia: a) un hecho de liberación; b) una interpretación profética del hecho; c) y un rito que cambia de significado para convertirse en memorial y que lleva anexa una promesa de futuro. El hecho es el “acontecimiento”; el rito que cambia de significado es la “celebración memorial”; la promesa, contenida ya en el acontecimiento y desvelada por la interpretación profética del acontecimiento, reaparece en el rito para descubrir el sentido último de la celebración. Esta interpretación es la que ha convertido el rito en memorial para siempre por voluntad del Señor (cf. Éx 12,14). En adelante realizar el memorial es actualizar el acontecimiento y anunciar en la esperanza nuevos hechos de salvación.

Por tanto, el memorial se celebraba no solamente “en recuerdo del Señor”, sino porque constituía en sí mismo un nuevo acontecimiento de salvación, producido y manifestado en el rito, al tiempo que anunciaba nuevas actualizaciones. Esto explica que el memorial aparezca siempre en la Biblia como un “signo” que reúne en sí el pasado (función rememorativa) y el presente (función actualizadora), y garantiza la esperanza en el futuro (función profética). Al celebrar el memorial, el pueblo experimentaba de nuevo la salvación de Dios.

El memorial en el Nuevo Testamento

Es evidente que, entendido así el memorial, su significado es de la máxima importancia para la comprensión del mandato de Jesús: “Haced esto en memoria mía” (1 Cor 11,24-25), frase que encuentra adecuado comentario en las palabras de san Pablo: “Pues cada vez que coméis de este pan y bebéis el cáliz anunciáis la muerte del Señor hasta que vuelva” (1 Cor 11,26).

Por medio de este mandato, Jesús instituyó un nuevo memorial, distinto del anterior en el signo y en el contenido, pero no en la forma de evocar y de hacer presente el acontecimiento actualizado. Los relatos de la institución de la Eucaristía y especialmente el de san Lucas (cf. Lc 22,7-20) ponen de relieve que Jesús sustituyó el banquete del cordero pascual – memorial antiguo – por el banquete de su cuerpo y sangre – memorial nuevo -. El relato de 1 Cor 11,20-34 subraya, además, con mayor énfasis el carácter de mandato de celebrar el memorial de las palabras del Señor, mandato que tiene por objeto una acción ya conocida y establecida ritualmente, la fracción del pan y la bebida del cáliz del Señor. San Pablo quería recordar a los cristianos de Corinto que esa acción es memorial del Señor y como tal tenían que celebrarla para “anunciar su muerte y proclamar su resurrección” hasta su retorno (cf. 1 Cor 11,26).

Resulta claro que el memorial es una acción, pero san Pablo le añade el matiz de anuncio eficaz de la muerte del Señor, o sea, de “acción-anuncio que tiene todo el poder de hacer presente de manera real y no meramente intencional el misterio de la Pascua de Cristo. Esta “acción-anuncio” va unida a las palabras de bendición, de acción de gracias y de oblación y entrega personal de Jesús en el pan y en el vino que han de ser consumidos: “Tomad, comed: Éste es mi cuerpo entregado por vosotros..... Bebed.... Ésta es mi sangre de la alianza, que es derramada...” (Mt 26,26-27 y par). Por tanto, el memorial del Nuevo Testamento consiste en el cumplimiento de un acto ritual, de una acción compuesta de palabras y de gestos ligados no ya al viejo rito del cordero, sino a la muerte y resurrección del Señor. El memorial sigue siendo no una mera evocación subjetiva, sino un recuerdo objetivo que pone ante el Padre el sacrificio de Cristo y lo hace presente precisamente en la acción memorial que se celebra para cumplir su mandato.

Vale la pena profundizar un poco más en este último aspecto. Antes se ha indicado que Jesús ha instituido un nuevo memorial en cuanto al contenido y al signo, pero permaneciendo la forma de evocar y de actualizar el acontecimiento recordado. En este sentido se puede afirmar que el memorial en cuanto elemento cultual o litúrgico ha sido trasvasado del Antiguo al Nuevo Testamento, adquiriendo matices propios, como el de constituir también un anuncio eficaz de la muerte y de la resurrección del Señor.

Es muy significativo comprobar que la referencia paulina de 1 Cor 11 al relato de la institución de la Eucaristía se introduce con unas palabras análogas a las usadas para recoger el Kerigma o anuncio primero de la resurrección de Jesús en 1 Cor 15,3 ss. En efecto, en el primer pasaje puede leerse: “Yo recibí del Señor lo mismo que os transmití a vosotros: que el Señor Jesús, la noche en que era entregado, tomó pan...”. El segundo texto empieza así: “Os transmití en primer término lo que a mi vez he recibido: que Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día...”.

Ambos pasajes, el de la institución de la Eucaristía y el del anuncio de la muerte y de la resurrección del Señor, forman parte de la tradición que la Iglesia ha recibido del mismo Señor por medio de los apóstoles y que tiene el encargo de transmitir a todas las generaciones tanto en la acción evangelizadora como en la celebración litúrgica.

(Tomado de “Jubileo 2000, un ejercicio de MEMORIA” De Julián López Martín, pág. 30-36)

C U E S T I O N A R I O

1.- Inspirándote en las páginas leídas, ¿puedes elaborar una definición sobre qué es el “memorial”?

2.- En la celebración del “memorial” entran en juego Dios y el hombre. Concretamente, ¿en qué afecta o repercute a Dios, y en qué afecta o repercute en el hombre?

3.- ¿Todo esto queda reflejado en nuestras celebraciones de la eucaristía?
 ¿Cómo tendrían que ser para que las viviésemos como verdadero memorial?
 

por José Cruz Igartua sss
Fuente: Religiosos Sacramentinos