Tema 4.1

PROYECTO DE EVANGELIZACIÓN
desde la E U C A R I S T I A.
Etapa cuarta

EL “FRACASO” DE LA CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA

No voy a detenerme a considerar la contradicción que encierran las celebraciones de la Eucaristía cuando la Cena del Señor es politizada en una dirección o en otra, cuando se convierte en un signo que refuerza y consagra las divisiones y enfrentamientos de unos contra otros, cuando se convierte en un acontecimiento militar, un acto de sociedad, un homenaje, una manifestación artística... Es evidente que esas celebraciones pervierten la Eucaristía, y lo que ahí se busca no es precisamente celebrar “el memorial” de Jesucristo, sino algo mucho más ambiguo y confuso.
 

Pensemos más bien en las celebraciones de nuestras comunidades cristianas, con las que estamos ya familiarizados, que encierran, sin duda, grandes valores, pero donde podemos, sin embargo, detectar graves riesgos de vaciar la Eucaristía de su contenido más esencial.

1.1. La evasión cúltica

André Fermet habla de la “evasión cúltica2 como primera tentación de los cristianos que se congregan a celebrar la Eucaristía. La liturgia eucarística puede convertirse fácilmente en evasión y huida de la vida real. Un refugio que nos protege y defiende de la vida dura, conflictiva y deshumanizada en la que nos movemos. Es muy tentador acercarse a celebrar la Eucaristía para descansar del vértigo de la vida moderna, saborear la liturgia, compartir una experiencia religiosa, cantar juntos al Señor y sentir la satisfacción de estar cumpliendo unos deberes religiosos que nos garantizan la salvación.

De hecho, entre los cristianos está mucho más desarrollada la sensibilidad por todo cuanto afecta al rito y a la dignidad de la ceremonia que por lo que se refiere a las exigencias de vida que comporta la celebración. Nos indigna o inquieta que un sacerdote celebre una eucaristía sin atenerse estrictamente a la normativa litúrgica, pero no nos preocupa que una comunidad siga celebrando semanalmente la Cena del Señor sin plantearse ni revisar nunca su actitud y su actuación ante los marginados y excluidos de esta sociedad.

Es curioso observar desde qué criterios valoramos “la calidad” de nuestras eucaristías, incluso cuando se hace un esfuerzo serio por darles su verdadero contenido. Llamamos eucaristías “logradas” y “buenas” a aquellas en las que se ha logrado un ambiente cálido, festivo, participativo, en contraposición a otras celebraciones más aburridas y rutinarias. El criterio de valoración parece ser la vivencia cultual y no la vida, el “Señor, Señor” y no “el hacer la voluntad del Padre de los cielos”.

Es fácil tranquilizarse afirmando que la gracia del sacrificio eucarístico es un acontecimiento invisible, interior. Pero ¿es que la gracia ha de hacer invisible la vida real y dolorosa de cada día? ¿Es que se puede celebrar la Cena del Señor ignorando las dolorosas contradicciones que hay entre nosotros entre ricos y pobres, entre felices y desdichados, entre instalados y parados, entre poderosos y excluidos? ¿Se puede celebrar el memorial del Crucificado insensibles e indiferentes ante los nuevos crucificados que prolongan hoy su presencia entre nosotros? ¿Se puede hacer de la fracción del pan un sacramento de evasión, autodefensa o indiferencia ante el sufrimiento humano y la conflictividad que atraviesa a nuestra sociedad?

1.2. “El cisma entre el sacramento del altar y el sacramento del hermano”

La expresión es del pensador ortodoxo Oliver Clément, que pide acabar con este cisma escandaloso y trágico entre el sacramento del altar y el sacramento del hermano poniendo fin “a la esquizofrenia de tantos cristianos que los domingos se entregan al éxtasis (en Oriente) o a las buenas intenciones (en Occidente), para abandonarse durante la semana a los caminos de este mundo”.

Siempre corremos el riego de pretender comulgar con Cristo en la más estricta intimidad, sin preocuparnos de comulgar con los hermanos. Compartir el pan eucarístico ignorando el hambre de millones de seres humanos privados de pan, justicia y paz. Creer que podemos celebrar el sacramento del amor sin revisar nuestros egoísmos individuales y colectivos.

Una y otra vez caemos los creyentes en la tentación de disociar el culto y la justicia, olvidando, que donde no hay justicia y amor no hay culto a Dios. Más aún. Donde no hay justicia, el intento de ofrecer un culto a Dios se convierte en una burla e insulto al que es Padre de todos los hombres.

¿Qué significa una asamblea reunida para celebrar la Cena del Señor si allí no se está trabajando por erradicar las divisiones y distancias hirientes entre poderosos y débiles, entre ricos y pobres? ¿Cómo puede tomar en serio el Sacramento del amor una comunidad que no toma en serio la opresión y la injusticia que crucifica a los hombres? ¿Cómo se puede celebrar la Eucaristía semanal manteniendo la división, los abusos, engaños y explotaciones entre cristianos que se acercan a compartir el mismo pan? ¿Qué sentido puede tener esforzarnos por la renovación litúrgica de nuestras celebraciones si no va acompañada de una lucha por renovar y humanizar esta sociedad injusta?

1.3. La Eucaristía como “tranquilizante”

La práctica rutinaria de la misa dominical se puede convertir y, de hecho, se convierte con demasiada frecuencia en un falso tranquilizante, pues nos puede llevar, casi sin darnos cuenta, a olvidar o descuidar las exigencias de justicia y amor que entraña.

La satisfacción del deber religioso cumplido lleva con frecuencia a tranquilizar la conciencia en vez de ser estímulo para el amor militante y activo. Entonces la Eucaristía se convierte en “coartada religiosa” que tranquiliza y dispensa de hacer la experiencia de culpa o de fracaso como comunidad cristiana en medio de una sociedad injusta.

Esa Eucaristía no provoca conversión. No nos pone en seguimiento de Jesucristo. No introduce ruptura en la vida de nuestras comunidades. Al contrario, reafirma inconscientemente lo que J.B. Metz ha llamado “el status quo de nuestros corazones aburguesados”. Entonces ya no es la Eucaristía la que despierta y siembra exigencias en nuestra vida burguesa, sino que somos nosotros los que ponemos exigencias a la Eucaristía. No es ella la que transforma a la sociedad, sino que es nuestra sociedad burguesa y nosotros los que la acomodamos y configuramos a nuestros gustos.

Exhortamos muchas veces a los cristianos a participar en la Eucaristía, pero hay un grito que se escucha poco entre nosotros: “¡Cuidado con la Eucaristía!”. Cuando las comunidades cristianas siguen celebrando rutinariamente eucaristías vacías de vida, de fraternidad, de exigencia de solidaridad y mayor justicia, están potenciando un obstáculo religioso que les impedirá escuchar el clamor de los pobres y la llamada de Dios que les urge a buscar, por encima de todo, el reinado de su justicia entre los hombres.

(Tomado de “La Eucaristía, experiencia de amor y de justicia” pág 3-6
de José Antonio Pagola.  Ed. Sal Terrae)

C U E S T I O N A R I O

Desde las Eucaristías en las que tú participas, ¿qué elementos, gestos, palabras, acciones... hacen que sean “evasivas”, “tranquilizantes”, “deshermanadas”, y cuáles los que favorecen lo contrario?

ELEMENTOS DE LA CELEBRACIÓN

Que favorecen

Que no favorecen

Sean “evasivas”

Sean “tranquilizantes”

Sean “deshermandas”

por José Cruz Igartua sss
Fuente: Religiosos Sacramentinos