Tema 2.6

PROYECTO DE EVANGELIZACIÓN
desde la E U C A R I S T Í A.
Etapa segunda

LA EUCARISTÍA, POSIBILIDAD ÍNTIMA DE ENCUENTRO
(actitud orante)

I N T R O D U C C I Ó N

Para todos la celebración de la eucaristía ha de ser “experiencia de fe y fuente de compromiso” (R.V. 40). En el tema que nos ocupa, vamos a centrarnos en el aspecto orante de la eucaristía.

Hoy vemos que dentro de la misa hay algunos momentos sugeridos para una oración personal: cuando el sacerdote dice “oremos”, se guarda un momento de silencio para que cada uno pueda presentar al Padre sus intenciones; después de la homilía hay un tiempo en el que la asamblea trata de interiorizar lo escuchado en toda la liturgia de la Palabra; igualmente, después de la comunión hay un rato de intimidad con el Señor a quien hemos recibido.

No obstante, toda la celebración de la eucaristía es una oración.

En este momento, nos preguntamos hasta qué punto esto es así. Comenzando por nosotros mismos.

La actitud de muchos de los asistentes dice bastante de la distracción de la gente, de su superficialidad. Aunque también hay que reconocer que en algunos momentos puntuales se nota un reverente recogimiento.

Hoy vamos a centrarnos en la Plegaria Eucarística.

O b j e t i v o: Ver qué tipo de oración desarrolla la Plegaria Eucarística y qué actitudes orantes requiere de nuestra parte.

L A  P L E G A R I A  E U C A R Í S T I C A

Oración de bendición y acción de gracias

En verdad es justo y necesario,
es nuestro deber y salvación
darte gracias, Padre santo, siempre y en todo lugar,
por Jesucristo, tu Hijo amado.
Por él, que es tu Palabra, hiciste todas las cosas;
tú nos lo enviaste
para que, hecho hombre por obra del Espíritu Santo
y nacido de María, la Virgen,
fuera nuestro Salvador y Redentor.
El, en cumplimiento de tu voluntad,
para destruir la muerte y manifestar la resurrección,
extendió sus brazos en la cruz,
y así adquirió para ti un pueblo santo.
Por eso, con los ángeles y los satnos,
proclamamos tu gloria, diciendo:

Santo, santo, santo es el Señor....

La Plegaria Eucarística tiene su género literario propio. No es una oración de súplica o de protesta. No es un discurso del presidente, a modo de relato histórico o de catequesis o de sermón exhortativo.

La Plegaria Eucarística es una solemne acción de gracias a Dios. Por el don que, ante todo, Dios nos hace y al que respondemos con nuestra alabanza.

Hay dos clases de bendición: la “descendente”: Dios bendice a su pueblo o a una persona determinada. Y la “ascendente”: la exclamación que brota espontánea de las personas ante la acción salvadora de Dios.

Aunque el saber alabar, y alabar a Dios en concreto, le cuesta al hombre de hoy, la actitud de admiración y de gratitud es el marco exacto de la celebración eucarística.

Es la condición indispensable para poder “entrar” en el núcleo central de la Misa.

Por una parte, se trata de una oración, podríamos llamarla, completa. Tiene en cuenta la iniciativa de Dios y la respuesta del hombre. Es oración teocéntrica y antropocéntrica. Es la mejor forma de expresar el carácter dialogal de la Salvación.

En Cristo se concreta y se encarna tanto la bendición “descendente” (en Él, Dios bendice a toda la humanidad) como la “ascendente” (en Él, la humanidad bendice a Dios). Por eso el Nuevo Testamento llama a Cristo tanto “amén” de Dios a los hombres como “amén” de los hombres a Dios.

Por otro lado, tiene una gran riqueza espiritual. En la práctica la alabanza y la bendición incluyen, también, la acción de gracias, sin que se pueda decir con rigor cuál de las dos actitudes (bendecir o dar gracias) es la más constitutiva de esta oración.

“Alabar” y “bendecir” centran la atención más en la persona alabada. Mientras que “dar gracias” se fija más en el don recibido. Pero las dos, el alabar y el dar gracias, suponen una capacidad de admirar, de contemplar, de salir de sí mismo y reconocer las actuaciones salvadoras de Dios, proclamando su grandeza y su amor.

Esta oración tiene su importancia pedagógica.  Por su carácter de gratuidad, por su tono contemplativo y poético: proclamar las grandezas de Dios, su santidad, sin tener la preocupación inmediata de “aprender” algo o de “pedir” su ayuda.

Es el homenaje más elegante que la Iglesia ofrece a Dios.

Esta actitud esencial de la Eucaristía tiende, naturalmente, a impregnar toda la vida del cristiano, dándole un estilo y un tono de gratitud (el hombre “eucarístico”), que nos centra no en nuestras propias preocupaciones y necesidades, o en nuestros méritos, sino en la salvación que Dios siempre nos ofrece gratuitamente en Cristo Jesús.

El relato y el memorial de Cristo

El cual, cuando iba a ser entregado a su Pasión,
voluntariamente aceptada, tomó pan,
dándote gracias, lo partió,
y lo dio a sus discípulos, diciendo:

TOMAD Y COMED TODOS DE ÉL,
PORQUE ESTO ES MI CUERPO,
QUE SERÁ ENTREGADO POR VOSOTROS.

Del mismo modo, acabada la cena,
tomó el cáliz, y, dándote gracias de nuevo,
lo pasó a sus discípulos diciendo:

TOMAD Y BEBED TODOS DE ÉL,
PORQUE ESTE ES EL CÁLIZ DE MI SANGRE,
SANGRE DE LA ALIANZA NUEVA Y ETERNA,
QUE SERÁ DERRAMADA POR VOSOTROS Y POR TODOS LOS HOMBRES
PARA EL PERDÓN DE LOS PECADOS.
HACED ESTO EN CONMEMORACIÓN MÍA.

Así pues, Padre, al celebrar ahora el memorial
de la muerte y resurrección de tu Hijo,........

Después de todo el bloque de alabanza al Padre, siguen el recuerdo de Cristo, de su Última Cena y de su Misterio Pascual. Este es un recuerdo que se hace realidad en nosotros hoy. A esto se llama “hacer memoria”.

También aquí, como en el caso de la “bendición”, hay un memorial “descendente” y uno “ascendente”:

En aquél Dios recuerda: se acuerda de los hombres, de lo que han hecho en bien y en mal. Sobre todo, se acuerda de los grandes hombres, de su alianza con ellos, de sus propias promesas: y por todo ello, protege a su pueblo. Uno de los fines de la oración y del culto es hacer recordar a Dios sus promesas y su Alianza.

En éste el hombre recuerda: se acuerda de todo lo que ha hecho Dios, lo proclama delante de los demás; bendice a Dios por todas sus maravillas.

Se ve fácilmente que los dos conceptos, - bendición y memorial -, van íntimamente unidos. El “recuerdo” de Dios es eficaz y bendicional. El “recuerdo” del hombre se concreta en la alabanza y la bendición.

Pero el memorial no es un mero recuerdo subjetivo, ni de Dios ni del hombre. Sino que es una oración concreta, una celebración o un objeto que actualizan aquello que recuerdan. Un recuerdo “objetivo”.
El mejor ejemplo es la Cena Pascual, que los judíos celebraban (y celebran) como memorial del Exodo, o sea, de la liberación de Egipto. Precisamente es el marco que Jesús escogió, con toda probabilidad, para celebrar su Última Cena.

Aquí están claras, por una parte, la fidelidad de Dios que nos tiene que llenar de esperanza, y, por otra, la corresponsabilidad del hombre de trabajar en la línea de Dios.

La invocación del Espíritu Santo

... por eso te pedimos que santifiques estos dones
con la efusión de tu Espíritu,
de manera que sean para nosotros
Cuerpo y Sangre
de Jesucristo, nuestro Señor.

Te pedimos humildemente
que el Espíritu Santo congregue en la unidad
a cuantos participamos
del Cuerpo y Sangre de Cristo.

En la plegaria eucarística nos encontramos con dos invocaciones al Espíritu: sobre el pan y el vino, antes de la consagración; y, después de la misma, sobre la comunidad.

El sentido de la primera invocación es de gran importancia. Invocamos la fuerza salvadora de Dios para que actúe también sobre nosotros, de la misma manera que lo ha hecho en toda la Historia.

En el caso de la celebración eucarística, invocar de este modo a Dios es reconocer que las palabras de Cristo, “esto es mi Cuerpo...”, tienen su eficacia y su verdad actual por la virtud y la presencia del Espíritu.

La Iglesia, en sus sacramentos, no “dispone de Dios”, sino que “se pone a disposición de Dios”. Y confía, en la proclamación de las maravillas de la creación y redención (prefacio y prolongación) que venga sobre ella el Espíritu Santificador (epíclesis) para que realice de nuevo para nosotros la palabra eficaz de Cristo.

Como antes del Relato se había invocado al Padre sobre los dones, para que enviara su Espíritu sobre ellos y así los transformara en el Cuerpo y Sangre de Cristo, así volvemos a dirigirle otra invocación, otra “epíclesis”, no ya sobre los dones, sino sobre los “oferentes”, los que se disponen a recibir el Cuerpo y Sangre de Cristo.

La comunidad de los creyentes, que participan del Cuerpo y Sangre de Cristo, al celebrar el memorial de su Pascua, se va convirtiendo ella misma (como antes el pan y el vino) en el Cuerpo y Sangre de Cristo, en la unidad que produce el Espíritu.

La primera epíclesis pedía que se transformaran el pan y el vino. La segunda apunta hacia la comunidad, también destinada a transformarse en Cristo, por obra del mismo Espíritu Santo.

La primera pedía la realización del Cuerpo Sacramental, Eucarístico, de Cristo sobre el altar. La segunda desea la manifestación del Cuerpo Eclesial Místico, del mismo Cristo, en la vida de unión y de amor.

La primera podríamos relacionarla con el misterio de la Anunciación, cuando el Espíritu realizó la Encarnación histórica de Cristo. La segunda habría que verla a la luz de la epifanía eclesial de Pentecostés, cuando el Espíritu llenó de vida a la pequeña comunidad.
La plegaria nos educa hacia un tipo de oración y vida.

- La Plegaria Eucarística nos va infundiendo una espiritualidad “eucarística”, o sea de alabanza y gratitud. Nuestra oración no es primariamente de petición, sino de escucha, de admiración, de proclamación de la grandeza de Dios.

Todo cuanto tenemos y hacemos nos corresponde no acapararlos como propios, sino presentarlos en actitud oferente y no dominadora.

- Celebrar el memorial de la Pascua de Cristo da a nuestra vida una actitud de entrega y solidaridad con los demás.

Si proclamamos en la Plegaria que esta entrega de Cristo es la Nueva Alianza, de la que vamos a participar en la comunión, no podemos ir por la vida sin ser testigos y artífices de la reconciliación y la alianza.

- La doble invocación epiclética de la Plegaria, nos ayuda a abrirnos a la acción del Espíritu en nuestras vidas.

Una vida “espiritual”, la cristiana, consciente de que el protagonista de todo lo que hay de verdad y de amor y de unidad se debe a la acción santificadora del Espíritu.

No son nuestros méritos los que hacen eficaces las palabras de Cristo, que pronunciamos con reverencia: por eso invocamos expresivamente la venida del Espíritu sobre el pan, sobre el vino, y también sobre la misma comunidad que va a participar de ellos.

- Otra actitud en la que nos ejercita continuamente la Plegaria es la del sentido de Iglesia.

No somos nosotros, individualmente, los que nos acercamos a Dios, o participamos en el misterio del Cristo Pascual. Ni siquiera es el grupo concreto, la asamblea hoy reunida, la que lo hace: sino que en el fondo está la Iglesia entera, extendida en el tiempo y el espacio. Y por eso en la Plegaria explicitamos claramente este nexo universal con toda la Iglesia.

- La Plegaria orienta también nuestra comprensión y sensibilidad hacia una visión reconciliada con toda la creación.

La Plegaria nos ofrece una visión optimista de todo lo creado: empezando por la elección simbólica del pan y del vino como materia del sacramento, y también por la alabanza que se hace a Dios por su obra maravillosa de la creación y por el destino que le prepara.

El hombre, en el plan de salvación de Dios, no está aislado de la creación cósmica, como tampoco lo está del resto de la humanidad, tampoco podemos concebir la salvación como un destino que afecta sólo al “alma”, sino al hombre entero, incluida su corporeidad.

También lo cósmico - nuestra corporeidad y toda la creación – está llamado a la transformación escatológica, que el Espíritu obra como en un sacramento significativo y condensado en la Eucaristía del pan y del vino.

- Por fin, la Plegaria nos da el sentido exacto de nuestra existencia en el tiempo.

Nos hace dar gracias por toda la Historia de la Salvación: o sea, nos ayuda a ver el discurrir de la historia humana y personal, antigua y actual, como Historia de la actuación salvadora de Dios Trino.

La Plegaria es memoria que mira al pasado: sobre todo al acontecimiento de la Pascua de Jesús.

Pero la Plegaria mira, también, al presente; porque es en él donde Dios sigue llevando a cabo su plan de salvación comenzada desde el principio.

Y también mira al futuro, en el sentido de que será entonces cuando los planes de Dios hayan llegado a su realización plena y total.
 

por José Cruz Igartua sss
Fuente: Religiosos Sacramentinos