Tema 2.4

PROYECTO DE EVANGELIZACIÓN
desde la E U C A R I S T I A.
Etapa segunda

LA COMUNIÓN

I N T R O D U C C I Ó N

Sin género de duda, la Comunión es uno de los momentos importantes de la celebración de la Eucaristía. Toda ella es sacramento de comunión. Alrededor del altar nos reunimos como cuerpo eclesial de Cristo. En la Liturgia de la Palabra, Dios entra en comunión con todos los presentes, abriéndonos su corazón; y nosotros respondemos igualmente con el salmo responsorial, el aleluya, la escucha atenta y sincera de las lecturas. Pero el momento de la comunión tiene, podríamos decir, una intensidad especial: el Cuerpo de Cristo y nuestro cuerpo, Cristo y nosotros entramos en un proceso de unidad. Proceso que nos acerca a aquella expresión de Pablo: “Yo no soy quien vivo, es Cristo quien vive en mí”.
 

Este tema, lo mismo que el anterior, lo queremos vivir dentro del marco de la Eucaristía como sacramento de reconciliación.

Decíamos en temas anteriores que ésta se quiere realizar de manera total y radical en nosotros: de arriba abajo; de dentro a fuera. Pues bien, es en la comunión donde se quiere sanar todo lo que soy, pero, especialmente, la raiz del pecado que hay en mí.

Objetivo: Llegar a ver que la comunión eucarística conlleva en nosotros un “nacer de nuevo” en espíritu y verdad.

E X P E R I E N C I A

Posiblemente, todos tenemos experiencia de haber vivido una relación de sintonía o de comunión con alguien.

Qué características, qué sentimientos descubrimos en ella. (cada uno apunta, a nivel personal).

Se pone en común las aportaciones de cada uno, y se escribe lo más importante en el encerado.

LA COMUNIÓN EN LOS SANTOS PADRES

En un primer momento, se lee y explica (si es necesario) los siguientes textos de los Padres de la Iglesia.

- Porque si uno ofrece solamente vino, la sangre de Cristo empieza a estar sin nosotros; y si el agua permanece sola, el pueblo empieza a estar sin Cristo. Mas cuando uno y otro se mezclan y se unen entre sí con la unión que los fusiona, entonces se lleva a cabo el sacramento espiritual y celestial” (Cipriano de Cartago).

- Su cuerpo se ha mezclado e identificado con nuestros cuerpos, y su misma sangre purísima se ha difundido en nuestras venas... El mismo se mezcló íntegramente con nosotros. Y porque amó mucho a su Iglesia, no le dio el maná..., sino que se hizo pan de vida para que la Iglesia le comiera” (Efrén).

- Agustín en una expresión verdaderamente audaz llega a decir: “Si queréis entender lo que es el cuerpo de Cristo, escuchad al Apóstol; ved lo que dice a los fieles: vosotros sois el cuerpo de Cristo y sus miembros (1 Cor 12,27). Si, pues, vosotros sois el cuerpo y los miembros de Cristo, lo que está sobre la mesa del Señor es símbolo de vosotros mismos, y lo que recibís es vuestro mismo misterio”.

- Dice Cirilo de Jerusalén. “participamos del cuerpo y sangre de Cristo. Porque en figura de pan se te da el cuerpo y en figura de vino se te da la sangre, para que, habiendo participado del cuerpo y de la sangre de Cristo, seas hecho concorpóreo y consanguíneo suyo”.

- “Al recibir ese cuerpo que ha llegado a ser inmortal e incorruptible, que está en el cielo a la diestra de Dios”, nos hacemos cuerpo de Cristo, pues, a pesar de las diversas funciones o ministerios en la Iglesia, “todos nosotros somos el único cuerpo de Cristo nuestro Señor y nos alimentamos todos por igual del mismo cuerpo y de la misma sangre”. (Teodoro de Mopsuestia).

- Por eso la eucaristía es por su propia esencia el misterio o sacramento de la unidad. “Sean cuantos sean los panes que allí se pusieren, son un solo pan; cuantos panes haya habido hoy en los altares de Cristo por todo el orbe de la tierra, son un solo pan. Pero ¿qué es un solo pan?... Un cuerpo somos la muchedumbre: este pan, cuerpo de Cristo, del cual dice el Apóstol hablando a la Iglesia: vosotros sois el cuerpo de Cristo. Vosotros sois eso mismo que recibís... y lo suscribís al responder “amén”. Esto que veis es el sacramento de la unidad”.

- Así pues, “quien se hace miembro del cuerpo de Cristo, ¿cómo no ha de recibir aquello mismo que él se hace? Pues ciertamente se hace verdaderamente miembro de aquel cuerpo, del cual cuerpo consiste el sacramento en el sacrificio” (Fulgencio de Ruspe).

- Ya san Cipriano había hablado de la eucaristía como celebración del banquete de bodas (similar al de Caná, donde el agua se convirtió en vino). Confluyen aquí diversas connotaciones: en la eucaristía, como banquete de bodas del Cordero, la Esposa se une y se entrega al Esposo transformándose en él. Como en Caná, el agua derramada en el cáliz y mezclada con el vino se convierte en éste; así también Cristo y su comunidad la Iglesia, se hacen en el banquete un solo cuerpo y una sola carne en un misterio de amor y de entrega (“Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella: Ef 5,25) similar al amor y la entrega conyugal.

- Por eso afirma con razón Agustín que en la eucaristía recibimos aquello que somos y en la medida en que lo somos: el cuerpo del Señor. Y un teólogo de la alta Edad Media, Algerio de Lieja (1132), llega a afirmar que Cristo no está donde no está entero (incluido su cuerpo eclesial). El sacramento o el misterio eucarístico debe abarcar, pues, no sólo a Cristo como cabeza, sino además a su cuerpo, Iglesia; por eso es mysterium unitatis o sacramento de la unitas corporis: sobre el altar está el cuerpo de Cristo, que implica por una parte la presencia de la cabeza (de la persona de Jesús: su cuerpo y sangre) y por otra la del resto del cuerpo (la Iglesia) indisolublemente unidos, de tal forma que la participación en una de estas dimensiones exige necesariamente la participación en la otra. Y el separarlas ya no sería verdadera participación o comunión en la eucaristía. “Quien recibe el misterio de la unidad y no tiene el vínculo de la paz no recibe un misterio (salvador) a favor suyo, sino un testimonio contra sí mismo”, dice san Agustín. Por eso el mismo Doctor de la Iglesia abre a partir de aquí el sacramento hacia su vertiente ética: “Sed lo que véis y recibid lo que sois” (el cuerpo de Cristo), pues “si lo recibís bien, seréis eso mismo que recibís”.

(Se deja unos momentos de trabajo personal para que cada uno destaque aquellas frases que más le han llamado la atención. Según eso, por dónde debería ir nuestra preparación a la comunión.)

Puesta en común.
ORACIÓN FINAL

(Se preparan, para tomar tantas formas como participantes.  Se lee el siguiente texto del evangelio de San Juan).

“Os aseguro que si o coméis la carne y bebéis la sangre de este Hombre, no tenéis vida en vosotros. Quien come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré el último día. Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. Quien come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. Como el Padre, que vive me envió y yo vivo por el Padre, así quien me come vivirá por mí.
Este es el pan bajado del cielo y no es como el que comieron vuestros padres, y murieron. Quien como este pan vivirá para siempre”.

(Se deja un momento de interiorización).

Todos de pie: se bendicen las formas con ésta u otra fórmula parecida:
“Bendice, Señor, este pan, y aquellas personas que de él se van a alimentar. Amén”.

(Cada uno se acerca a la mesa, toma la forma y se la come. No hay que decir “Cuerpo de Cristo”).

Se reza juntos el Padrenuestro. 
 

por José Cruz Igartua sss
Fuente: Religiosos Sacramentinos