Tema 1.9

PROYECTO DE EVANGELIZACIÓN
desde la EUCARISTÍA.
Etapa primera.

LA FRACCIÓN DEL PAN EN EMAÚS (Lc 24,13-35)
(¿Dónde se puede encontrar el cuerpo del “que vive”?)
 

Como en los relatos anteriores de comidas, el escenario de tiempo y lugar y los diversos personajes son elementos esenciales. Vamos, pues, a prestar mucha atención a éstos y al modo en que son presentados conforme se desarrolla el relato.

La historia habla de “dos de ellos” (24,13), dos de la comunidad de discípulos a que se hace referencia en el relato de las mujeres que visitaron el sepulcro (24,9). Que sean dos resulta significativo cuando recordamos que Jesús envió a setenta (y dos) “por delante (de él), de dos en dos, a todas las ciudades y sitios adonde él había de ir” (10,1). Además de los dos, está Jesús el Nazareno “un profeta poderoso en obras y palabras” (24,19), el Mesías (24,26) y el Señor (24,34) y también “lo Once y... los que estaban con ellos” (25,33).

El acontecimiento tuvo lugar “aquel mismo día” (24,13), es decir, “el primer día de la semana” (24,1), el día en que las mujeres fueron al sepulcro, no encontraron el cuerpo del Señor Jesús y recibieron el mensaje de la resurrección (24,1-11). Tras oír a las mujeres, algunos no creyeron su historia.

El relato se sitúa en un viaje de Jerusalén a Emaús, en Emaús mismo, y luego de nuevo en Jerusalén con la comunidad. Emaús distaba unos 11 kilómetros de Jerusalén.

Contexto y tradición

El contexto inmediato del relato de Emaús es el de las visitas al sepulcro (24,1-12). Muy de mañana, “el primer día de la semana”, María Magdalena, Juana, María la madre de Santiago y algunas otras (24,11) fueron al sepulcro y encontraron retirada la piedra; pero cuando entraron, “no hallaron el cuerpo del Señor (Kyrios) Jesús” (24,1-3).

“El primer día de la semana” hace referencia al día primero de la creación en Gn 1,1-5. Los acontecimientos de Lc 24,1-53, desde la visita de las mujeres al sepulcro hasta la ascensión, cuentan el comienzo de la nueva creación.

La palabra “cuerpo” (en griego, soma) normalmente se refiere a una persona viva, no a un cadáver (para el que la palabra griega sería ptoma). La palabra “cuerpo” connota la persona viva de Jesús. Lc 24,3 no deja lugar a dudas al respecto, porque “el cuerpo” es el “del Señor Jesús”. A quien está alerta al significado de estas expresiones, de inmediato le viene a la mente una pregunta: ¿qué indujo a las mujeres a buscar el cuerpo del Señor resucitado en el sepulcro? Cabía que esperaran encontrar el cadáver de Jesús de Nazaret, ¡pero no el cuerpo del Señor Jesús!

La reacción del lector queda pronto confirmada por dos hombres con vestidos resplandecientes que se aparecieron a las mujeres cuando éstas entraron en el sepulcro. “¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo?” (24,5). Esta primera pregunta suscita otra: si el cuerpo del Señor, el que vive, no se puede encontrar en el sepulcro, entre los muertos ¿dónde se puede encontrar? La respuesta a esta segunda pregunta se encuentra en el relato de Emaús.

En su forma actual, la narración es una composición lucana que integra en un relato de viaje diversos elementos tomados de la tradición kerigmática, litúrgica, catequética y confesional. Sin embargo, es muy probable que el topónimo “Emaús” y el nombre personal “Cleofás” conserven algún tipo de reminiscencia histórica. Tal vez un relato parecido en algunos aspectos al actual, pero imposible de reconstruir, estuviera asociado con un cristiano primitivo llamado Cleofás que tenía su casa en Emaús.

La fracción del pan en Emaús es una comida informal de hospitalidad, que hemos distinguido de la comida formal conocida como “simposio”.

El escenario: en el camino de Emaús

El relato de Emaús comienza con una introducción (24,13-16) (Se lee el texto).

El relato empieza situando el acontecimiento en el tiempo: “Aquel mismo día”, o sea, “el primer día de la semana” (24,1), el día primero de la nueva creación, un día lleno de promesas, en marcado contraste con el desánimo de los discípulos. Al dejar Jerusalén, los discípulos estaban abandonando el camino, el mismo día en que se estaba cumpliendo la promesa de la vida entera de Jesús (24,50-53).

El relato de Emaús nos habla de dos presbíteros, maestros proféticos, que debían ayudar a la comunidad a comprender acontecimientos que incluso en ese momento se estaban produciendo en medio de ella. Sin embargo, antes de poder asumir su papel como ancianos dentro de la comunidad, los discípulos de Emaús necesitaron a su vez que se les recordaran los acontecimientos acaecidos los días precedentes y se les hiciera entender su significado.

No se trata, pues, de dos discípulos corrientes. Han abandonado el camino. De todos modos, no iban muy lejos. Lucas hace un inciso para decir que Emaús estaba sólo a sesenta stadia (unos once kilómetros) de Jerusalén. De modo que podrían regresar.

Mientras los discípulos conversaban por el camino, Jesús se unió a ellos, pero sus ojos no eran capaces de reconocerle. Con esto, Lucas ha dado a los lectores un conocimiento que los discípulos no tenían: les ha hecho conocedores de la identidad de Jesús. En consecuencia, cuando los lectores oyen a los discípulos contarle al desconocido lo de la muerte de Jesús y la desesperanza de ellos, son siempre conscientes de que los discípulos se lo están contando al propio Jesús.

Con esto se nos plantean tres interrogantes: ¿Por qué los discípulos eran incapaces de reconocer a Jesús? ¿Qué impedía a sus ojos reconocerle? Y ¿cómo llegaron finalmente a reconocerle? No hay manera de responder a estas preguntas sin examinar primero lo que significa “reconocer”.

Es bastante normal que no reconozcamos a alguien a quien no hemos visto durante años. Quizá la última vez que lo vimos era aún niño o un joven. La gente puede cambiar mucho y no parecerse ya a la imagen que de ella conservamos. Cuando, finalmente, reconocemos a la persona, se debe a una observación más detenida y a que hemos encontrado algunas semejanzas con la persona que recordamos. El parecido puede estar en los ojos de la persona, por ejemplo, o puede ser un gesto peculiar o una manera de expresarse.

Con esta experiencia en la mente es como solemos preguntarnos por qué los discípulos de Emaús no reconocieron a Jesús en el camino. Y concluimos que no le reconocieron porque su apariencia como Señor resucitado era muy diferente de la que había sido como figura histórica. Este planteamiento, sin embargo, no da razón de la afirmación de que “sus ojos estaban como incapacitados para reconocerle”. Tal como Lucas lo dice, la incapacidad para reconocer a jesús tenía algo que ver con los ojos de los discípulos, no con un cambio en la forma o apariencia de Jesús. Dicho cambio también pudo haber influido, pero en el relato lucano de los discípulos de Emaús resulta muy secundario.
El verbo griego traducido como “reconocer” es epiginosko. Lucas utiliza por primera vez este verbo en el prólogo del evangelio, al exponer la intención de su “narración de las cosas que se han verificado entre nosotros” (1,1), a saber, “para que conozcas la solidez de las enseñanzas que has recibido” (1,4).

En el relato de Emaús, “reconocer” tiene una significado parecido, pero el conocimiento pleno, seguro y penetrante no tiene por objeto un mensaje, sino una persona. Conocer a una persona es muy diferente de conocer la verdad de un mensaje, la realidad de un acontecimiento o el secreto de los pensamientos de la gente. Conocer a una persona presupone una relación personal con ella. No se basa en la apariencia exterior de alguien, sino en la mutua revelación y en la sintonía íntima. Decir que los ojos de los discípulos estaban como incapacitados para reconocer a Jesús equivale a decir que algo impedía ya antes a los discípulos conocer realmente a Jesús. Y ésta es la razón de que no pudieran reconocerle ahora como el Señor resucitado. El diálogo de la primera parte del relato pasa a mostrar qué era lo que les impedía reconocerle.

La incapacidad de los dos discípulos para reconocer a Jesús está relacionada con la falta de entendimiento de los discípulos tras los dos primeros anuncios de la pasión por parte de Jesús. Cuando éste les dijo que el Hijo del hombre iba a ser entregado (9,44), “no entendían lo que les decía; les estaba velado su sentido, de modo que no lo comprendían” (9,45). Preocupados por cuál de ellos era el mayor (9,46), no estaban preparados para hacer frente a las consecuencias que la pasión tendría para ellos; de ahí que no pudieran, ni de hecho debieran, entenderlo. En ese momento de su discipulado, percibir y aceptar esa realidad seguía siendo demasiado para ellos.

Incluso cuando Jesús anunció la pasión por tercera vez (18,31-33) “no captaban el sentido de estas palabras y no entendían lo que decía” (18,34). No comprenderían lo que Jesús decía hasta que ellos pudieran afrontar personalmente la pasión junto con él y entrar en su misterio. Cuando de comienzo el relato de los discípulos de Emaús, todavía no han llegado a esto.

Experiencia a compartir

Llegado este momento, podemos hacer una parada para compartir nuestra experiencia de Jesús a lo largo del proceso que estamos realizando.

PREGUNTA: ¿El camino realizado hasta ahora, en qué medida, hasta qué punto te ha ayudado a conocer a Jesús?

(Cada uno comparte, libremente, su vivencia)

 Oraciones espontáneas de acción de gracias, petición, etc...

Diálogo inicial (Se lee el texto: 24,17-19)

En el arranque del diálogo, Jesús actúa como un perfecto desconocido para los discípulos, como alguien que nada sabe de sus preocupaciones. Sus preguntas presuponen que el viaje y la discusión de ambos eran importantes, pero no hace alusión alguna al destino de dicho viaje. Lo que interesaba no era adónde iban, sino que se iban de Jerusalén y abandonaban la comunidad de los discípulos de Jesús.

La respuesta de Cleofás a Jesús es notable desde dos puntos de vista. En primer lugar, estaba atónito ante el hecho de que Jesús no supera lo que acababa de ocurrir. En segundo lugar, Cleofás suponía que, a diferencia de Jesús, pero como todos los demás, él y su compañero sabían realmente lo que había pasado en Jerusalén. Como pronto quedaría patente, los discípulos habían visto lo sucedido, pero no sabían realmente lo que había pasado. Como los lectores de Lucas carecían del verdadero conocimiento.

Jesús conocía lo sucedido, naturalmente, pero no les dijo que lo sabía – al menos no inmediatamente. En vez de eso, les pidió a los discípulos que se lo contaran. De la historia que de sus labios oímos se desprende con absoluta claridad que conocían la secuencia de los acontecimientos, pero no la entendían. De ahí su desaliento. La respuesta de los discípulos está formulada en el lenguaje de la fe y la esperanza, el lenguaje de la buena nueva; pero, en su relato, dicho lenguaje se ha convertido en el lenguaje del desaliento y la desilusión ciegos, en el lenguaje de la mala nueva.

La respuesta de los discípulos (Se lee el texto: 24,19-21)

Su descripción de Jesús como “un profeta poderoso en obras y palabras” evoca la figura de Moisés tal como lo describe Esteban en el resumen cristiano que hizo de la historia bíblica y que lo llevó al martirio: “Moisés fue educado en toda la sabiduría de los egipcios y era poderoso en sus palabras y en sus obras” (Hch 7,22). Sin embargo, las expectativas de los discípulos con respecto a Jesús como nuevo Moisés no dejaban margen para su pasión y muerte. Su referencia ciega a los sumos sacerdotes y magistrados recordaba no sólo la pasión, sino también, irónicamente, los anuncios hechos por Jesús mismo de su pasión y muerte al final del ministerio galileo (9,22.43-45) y durante el viaje a Jerusalén.

Los discípulos de Emaús también recordaban la pasión, pero para ellos el recuerdo no era una evocación creativa que iluminara el presente, sino una reminiscencia nostálgica que se aferraba al pasado. Pero el presente no deja escapatoria alguna. De ahí el desaliento de los dos discípulos, que pasaron luego a hablar de la esperanza que en otro tiempo abrigaron, pero que había resultado infundada (24,21): “Nosotros esperábamos que sería él el que iba a redimir a Israel; pero con todas estas cosas, llevamos ya tres días desde que esto pasó”.

Para el narrador y el lector, el paralelo entre Jesús y Moisés es evidente. Ambos fueron rechazados y ambos redimieron o liberaron a Israel. Pero los discípulos no habían percibido ente paralelo.

La ironía contenida en las palabras de los discípulos llega a su climax cuando éstos indican que ése es “el tercer día”, expresión utilizada en el Nuevo Testamento para presentar la resurrección de Jesús como salvífica o liberadora.

Para los discípulos, “el tercer día” indicaba hasta qué punto la situación había llegado a ser absolutamente desesperada. Para el narrador y los lectores cristianos, habla de lo esperanzadoras que eran las cosas, pese a las apariencias.

Los discípulos concluyeron refiriendo cómo algunas personas habían visitado el sepulcro de Jesús aquella mañana. Se lee el texto: 24,22-24.

Parecía haber esperanza en lo que las mujeres habian contado acerca de un anuncio angélico de que Jesús estaba vivo. Sin darse cuenta, los discípulos daban las razones para esta esperanza al usar la palabra “cuerpo” (soma), término asociado normalmente con alguien que está vivo. Pero los discípulos eran de los que consideraban un desatino lo que contaban las mujeres, y no las creían.

Para los discípulos, la fe tenía que venir por la vista, no por el oído. Terminaron su breve discurso diciendo que algunos de los suyos, de hecho, fueron al sepulcro y verificaron que, efectivamente, estaba abierta y vacía: el cuerpo de Jesús no estaba allí – “pero a él no lo vieron”. Al igual que los que fueron al sepulcro, los discípulos necesitaban ver a Jesús vivo para creer. Lo paradójico de su declaración estriba en que en ese momento le estaban diciendo aquello a Jesús. Ver a Jesús era una cosa; reconocerlo, otra muy diferente.

La respuesta de Jesús (Se lee el texto: 24,25-27)

Los discípulos no haban creído a las mujeres que regresaron del sepulcro, ni habían creído todo lo que dijeron los profetas, especialmente con respecto al sufrimiento y la entrada del Mesías en su gloria. La pasión de Jesús, por tanto, seguían sin tener sentido para ellos, con lo cual les dejaba ciegos ante Jesús en su sufrimiento, muerte y resurrección. Era su incapacidad para aceptar la pasión lo que impedía que sus ojos reconocieran a Jesús.

Jesús les enseño acerca de la necesidad de la pasión para que el Cristo entrara en la gloria de Dios. El verbo que expresa esta necesidad, dei, utilizado aquí en imperfecto (edei) es un término teológico importante para Lucas: siempre hace referencia al orden divino de la salvación y el papel esencial de Cristo en el mismo. En última instancia, esa necesidad de la salvación brotaba de un Dios tierno y misericordioso que quiere por gracia la salvación de todos los seres humanos. Sin embargo, dicha necesidad se expresaba en y a través de contingencias históricas corrientes. La necesidad histórica de que Cristo sufriera se basaba así en la voluntad salvífica divina.

Jesús utilizó el mismo término en el relato de Zaqueo: “Hoy tengo que quedarme en tu casa” (19,5). Que Jesús se quedara en casa de Zaqueo equivalía a la llegada de la salvación a dicha casa (19,9). El verbo se utilizó de nuevo en los preparativos de la Última Cena, que iba a tener lugar el día en que era necesario (edei) sacrificar el cordero de Pascua (22,7). El cordero de Pascua quedaba así simbólicamente relacionado con la persona de Cristo, el cordero de la Pascua cristiana.

El diálogo se cierra con un resumen de la enseñanza de Jesús, que interpreta todo aquello que, a lo largo de las Escrituras, tenía que ver con él, empezando por Moisés y la Ley y siguiendo por los profetas.

Jesús interpretó para ellos, no sólo a todos los profetas, sino todas las Escrituras. Hasta entonces, la esperanza que los discípulos tenían puesta en Jesús se basaba únicamente en una parte de los profetas y de las escrituras que lo presentaban como un profeta mosaico, pero se detenían ante el rechazo de Moisés. Necesitaban reflexionar sobre todas las Escrituras, especialmente sobre los profetas, para entender que, en cuanto Cristo, tenía que sufrir la pasión para entrar en su gloria (24,26). Sólo entonces serían capaces de reconocer quién era verdaderamente el “profeta poderoso en obras y palabras delante de Dios y de todo el pueblo” (24,19). Sólo entonces verían el sentido de la crucifixión, comprenderían la trascendencia de “el tercer día” como el día de la liberación divina (24,21) y creerían el anuncio de que Jesús estaba vivo (24,22-24). Instruidos por el Señor Jesús sobre lo que significaba para él ser profeta y Cristo, los discípulos estaban ya preparados para conocerle y reconocerle en la fracción del pan.

En casa en Emaús (Se lee el texto: 24,28-29)

Los discípulos han llegado a casa. Como seguidores de Jesús, habían dejado su hogar, igual que habían hecho Leví y, antes que él, Simón Pedro y otros más, como por ejemplo Santiago y Juan. Pero ahora estaban abandonando el camino y volvían a casa. Jesús, sin embargo, no les había abandonado. Como el pastor de la parábola, había venido a buscarles. Sin embargo, cuando llegaron a Emaús, Jesús hizo ademán de seguir adelante. San Lucas nos pone sobre aviso de que Jesús no tenía intención de seguir adelante, sino que simplemente quería dar esa impresión.

La estrategia de Jesús hizo que los dos discípulos le ofrecieran hospitalidad. Al igual que en el relato de la fracción del pan en Betsaida (9,12), atardecía y el día había declinado; pero a diferencia de los apóstoles, que quisieron despedir a la multitud, ellos invitaron a Jesús a quedarse en su compañía. Desde su punto de vista, el día había declinado; pero desde el punto de vista del evangelio, éste era todavía “el primer día de la semana”.... ¡y distaba mucho de haber terminado!

“Quédate con nosotros”, le dijeron; y Jesús entró para quedarse con ellos. El verbo griego “quedarse” (meno) tiene un rico trasfondo en el evangelio de Lucas. Significa “morar”, como cuando se nos informa de que el endemoniado geraseno no moraba en una casa, y se asocia muy frecuentemente con la hospitalidad ofrecida a los discípulos y apóstoles, y aceptada por éstos, en su viaje misionero.

Para Lucas, la Iglesia es un lugar de hospitalidad, un hogar acogedor, y los cristianos son personas que crean su hogar unos en otros y con otros. El evangelio de Juan aplicaba este aspecto interpersonal de la misión al significado de la vida de Jesús. El Padre mora en Jesús. De hecho, el Padre y Jesús moran uno en otro. Al usar la imagen de la vid y los sarmientos, Jesús pidió también a los discípulos que se quedaran o moraran en él lo mismo que él moraba en ellos. Cuando los discípulos de Emaús invitan a Jesús a quedarse con ellos, y él acepta, de inmediato nos viene a la mente la imaginería joánica.

Búsqueda a realizar

En nuestra Regla de Vida (PP. Sacramentinos), hablando de las parroquias y de las comunidades, se dice que :
“Serán:
lugares de anuncio y de vida evangélica,
lugares de oración, de adoración
eucarística y de fiesta,
lugares de compartir y de comunión,
lugares de libertad y de promoción del hombre”.

PREGUNTAS: Desde el pasaje que estamos tratando, y teniendo en cuenta tu parroquia, ¿cuál o cuáles de estas características tendríamos que desarrollar principalmente?
   ¿Cómo?

La fracción del pan (Se lee el texto: 24,30-31)

Por su misma naturaleza, el ofrecimiento de hospitalidad entraña compartir juntos una comida. No se comparte el propio hogar sin compartir una comida. Así, es bastante normal que Jesús y los dos discípulos se encontraran pronto a la mesa. Pero ésta no resulta ser una comida corriente.

Fue Jesús, no los discípulos, quien “tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió”. Fue Jesús quien les dio el pan, no ellos quienes se lo dieron a él. Los discípulos invitaron a Jesús a ser su huésped, pero los papeles quedaron invertidos al instante, cuando Jesús asumió la postura del anfitrión. La comida que Jesús dio fue bastante formal, por lo que se puede decir de tan breve indicación. Jesús y los discípulos no estaban simplemente sentados, sino recostados a la mesa, como se hacía cuando se celebraba una comida formal o simposio. Todo esto indica que la fracción del pan en Emaús se debe considerar como una comida eucarística celebrada a la mesa del Señor.

El hecho de tomar el pan, bendecirlo, partirlo y darlo a los discípulos hace referencia a la fracción del pan, la eucaristía, lo mismo que cuando Jesús acogió a los 5.000 en Betsaida y a los Doce en la Última Cena. Litúrgicamente, la Cena del Señor precisa de la fórmula entera; pero, literariamente, unas pocas expresiones clave – en particular las palabras iniciales – bastan para evocarla claramente.

En la fracción del pan, los ojos de los discípulos se abrieron y reconocieron a Jesús. Sólo cuando él compartió su persona con ellos y ellos correspondieron a su vez, abriendo a él su persona en la fracción del pan, se abrieron finalmente sus ojos y le reconocieron como Señor.

Cuando los discípulos reconocieron al Señor Jesús en la fracción del pan, el desconocido desapareció. Jesús no está presente en la eucaristía como figura histórica, el profeta de Nazaret, sino como el Señor resucitado.

De vuelta a Jerusalén. (Se lee el texto: 24,32-35)

La relación entre el diálogo y la fracción del pan invita a la reflexión sobre la relación entre la liturgia de la palabra y la liturgia eucarística. Como el diálogo que preparó a los discípulos para reconocer a Cristo en la fracción del pan, la liturgia de la palabra prepara a la asamblea para experimentar a Cristo en la liturgia eucarística. Como la fracción del pan que permitió a los discípulos entender su experiencia de Cristo como explicador de las Escrituras, la liturgia eucarística permite a la asamblea comprender la liturgia de la palabra.

El relato de los discípulos de Emaús supuso para la presentación lucana de los orígenes de la eucaristía un gran paso adelante. Antes, Lucas había puesto de manifiesto que la Última Cena, con su insistencia en la pasión de Cristo, se tenía que relacionar con la Cena del Señor y la resurrección de Cristo; de lo contrario, se perdería una dimensión esencial de la eucaristía. Lo que en el relato de Emaús pone de manifiesto es que la mesa del Señor se tiene que relacionar con la pasión de Cristo; de los contrario, se perdería una vez más uno de sus elementos esenciales.

Este relato evidencia que la eucaristía, aun cuando remite al pasado, es un acontecimiento del presente. La eucaristía no es sólo el memorial de la pasión-resurrección de Cristo. Es la Cena del Señor. El Señor resucitado, que vive gloriosamente en el reino, está presente en la mesa del Señor.

Celebración final

Se puede tener una celebración de la Eucaristía pausada. En ella sería bueno dedicar tiempo a la liturgia de la Palabra como preparación a la liturgia Eucarística.

por José Cruz Igartua sss
Fuente: Religiosos Sacramentinos