Tema 1.8

PROYECTO DE EVANGELIZACIÓN
desde la E U C A R I S T Í A.
Etapa primera

A LA MESA CON JESÚS EL CRISTO. LA ÚLTIMA CENA
(La misión cumplida de Jesús. Las consecuencias para la misión de la Iglesia)

Puede ser pedagógico, al comienzo de este encuentro, señalar que Lucas nos presenta la Última Cena desde dos perspectivas:

LA ÚLTIMA CENA Y  LA CENA DEL SEÑOR

Como acontecimiento histórico. Como acontecimiento litúrgico.
El principal es Jesús el CRISTO. El principal es Jesús el SEÑOR.
Aparece la Misión cumplida en la pasión-resurrección. Se señalan las consecuencias de la pasión-resurrección para la misión de la Iglesia.

Llegamos ahora a la Última Cena, la comida más importante en la historia lucana de los orígenes de la eucaristía (22,14-38). Jesús aludió a su importancia mientras estaba a la mesa con sus discípulos. “Con ansia he deseado comer esta Pascua con vosotros antes de padecer; porque os digo que ya no la comeré más hasta que halle su cumplimiento en el reino de Dios” (22,15-16). La Última Cena lleva la historia lucana de comidas a un gran clímax donde los temas básicos de las siete comidas anteriores se recapitulan, se consideran a la luz de la pasión-resurrección y se presentan en una nueva síntesis cristiana.

La Última Cena es a las comidas precedentes con Jesús lo que la pasión-resurrección es a su vida y ministerio.

La Última Cena fue una comida con Jesús el Cristo, la cual, tal como se presenta en Lc 22,14-38, anuncia y anticipa a la vez la Cena del Señor. Demuestra que la eucaristía es a la vez el memorial del acontecimiento definitivo de la vida de Jesús – la pasión-resurrección – y la Cena del Señor – una comida compartida a la mesa del Señor.

Obtiene su significado de la misión de Jesús, cumplida en la pasión-resurrección, y desarrolla las consecuencias de la pasión-resurrección para la misión de la Iglesia mientras ésta prosigue su viaje terreno.

Contexto y tradición

La Última Cena de Jesús y la eucaristía están plenamente vinculadas con los acontecimientos de la pasión-resurrección, donde Jesús el profeta se manifiesta como el Cristo.

Desde el punto de vista teológico, la diferencia más importante entre la Última Cena y las comidas anteriores es su relación con la muerte y resurrección de Cristo.

En las comidas anteriores vimos cómo la eucaristía nos une en solidaridad con el ministerio en curso de Jesús como profeta. En las dos comidas posteriores a la resurrección veremos cómo la eucaristía nos une en solidaridad con Jesús el Señor. Pero ahora, en la Última Cena, vemos cómo la eucaristía nos une con Jesús el Cristo en el punto culminante de la historia de la salvación, en el acontecimiento histórico de su morir y resucitar.

Los preparativos de la Pascua (Se lee el texto: 22,1-6)

Jesús había estado enseñando en Jerusalén durante algún tiempo, y todo el pueblo estaba “pendiente de sus labios” (19,48), hasta el punto de que “madrugaban para ir hacia él y escucharle en el Templo” (21,38). Los sumos sacerdotes y los escribas habían estado buscando el modo de dar muerte a Jesús (19,47), pero no lo habían conseguido, porque todo el pueblo acudía en masa a escucharlo.

Conforme se acercaba la fiesta, las multitudes se hacían mayores, y los sumos sacerdotes y los escribas temían lo que pudiera hacer el pueblo. Se hizo aún más urgente su eliminación (22,1-2) y fue entonces cuando Satanás entró en Judas, uno de los Doce, el cual se ofreció a entregar a Jesús cuando la multitud no estuviera con él (22,3-6).

Jesús también estaba preparando la Pascua, la Pascua definitiva. “Llegó el día de los Azimos, en el que se había de sacrificar el cordero de Pascua; y envió a Pedro y a Juan” a la ciudad con el encargo de hacer los preparativos para que él y los apóstoles comieran la Pascua.

La celebración anual de la Pascua israelita era un memorial de la liberación de Israel de la esclavitud padecida en Egipto. Al presentar la Última Cena de Jesús como una Pascua israelita, los primeros cristianos la asociaban con la liberación de Israel respecto de Egipto. Pero también la relacionaban con la muerte y resurrección de Jesús, extendiendo la antigua liberación a la entera raza humana.

Cuando llegó el día, Jesús envió a Pedro y a Juan, dos de los Doce, con instrucciones: Se lee el texto: 22,7-13.

Lo que está claro en Lucas, como en los demás evangelios sinópticos, la Última Cena es teológicamente una comida cristiana de Pascua, y eso seguiría siendo verdad aun cuando se hubiera celebrado en un momento completamente diferente, sin relación alguna con la Pascua israelita.

En Lucas, la Última Cena de Jesús es a la vez un acontecimiento histórico y un acontecimiento litúrgico, una reflexión pastoral sobre la pasión-resurrección y una celebración de la fe cristiana.

Tal como se narra en los evangelios, la Última Cena es una comida religiosa que hace hincapié en la presencia amorosa de Dios entre quienes participan en ella y, a la vez, una comida sagrada que subraya la imponente santidad y trascendencia de Dios. Por consiguiente, se relaciona teológicamente con la Pascua judía, una comida religiosa no sacrificial creada tras la destrucción del templo en el año 70 DC, y con la Pascua israelita, una comida sagrada y sacrificial todavía practicada en tiempos de Jesús, antes de la destrucción del templo.

Con sus discípulos

En Lucas, Jesús toma la iniciativa desde el principio, diciendo a Pedro y a Juan: “Id y preparadnos la pascua para que la comamos” (22,8). Encontramos la misma insistencia en el mensaje que Jesús les da para el dueño de la casa: “¿Dónde está la sala donde pueda comer la Pascua con mis discípulos?” (22,11). Esta dimensión eclesial de la Pascua de Jesús como Pascua de la Iglesia, es una de las características de la presentación lucana de la Última Cena.

Los preparativos para la Pascua mostraban a Jesús, no como la víctima ciega de una conspiración encaminada a destruirlo, sino como alguien cuyos ojos estaban abiertos a lo que estaba sucediendo realmente. Ofrecía hospitalidad a los demás al tiempo que a él le era negada. Quienes pretendían quitarle la vida estaban, de hecho, posibilitando que él diera su vida. Jesús en persona, el Cordero de Dios, sería la Pascua de la Iglesia. Y la Iglesia, aquí representada por los Doce, se uniría a él en su sacrificio personal y cumpliría su misión apostólica.

En la Última Cena, Jesús volvía a ser el anfitrión, pero esta vez los invitados eran los apóstoles mismos. La Última Cena iba a ser una comida, no para las multitudes y para aquellos a quienes los apóstoles eran enviados en misión, sino para los propios apóstoles como tales. Éstos estaban vinculados con las intenciones más profundas que abrigaba Jesús al cumplir la misión de su vida y prepararlos para su misión como apóstoles.

Al hablar de los preparativos de la Pascua, se hace referencia a los Doce como discípulos (22,11), destacando su relación con Jesús el maestro. Pero en este momento, cuando comienza la comida de Pascua, se hace referencia a los Doce como apóstoles, haciendo hincapié en su relación con Jesús el Cristo.

Si la comida se considera como la Última Cena, los apóstoles (los Doce) aparecen principalmente como discípulos (término este que es el más frecuentemente utilizado para designar a los seguidores de Jesús en el evangelio, pero nunca en Hechos). Pero si la comida se ve como la Cena del Señor, los discípulos (los Doce) son presentados como los apóstoles (término utilizado pocas veces en el evangelio, pero muy frecuentemente en Hechos). Literariamente, la Última Cena proporciona una transición, de la comunidad de discípulos que siguieron al Señor Jesús hasta su pasión y muerte, a la comunidad de apóstoles, los enviados por Cristo el Señor tras su resurrección.

La cena

Llegamos ahora a la cena como tal, que está dominada por la primera parte del discurso de despedida de Jesús (22,15-20). Lucas formula el mensaje de Jesús en dos partes: una presenta la Última Cena; la otra la Cena del Señor. En cuanto Última Cena, la comida está relacionada con la vida histórica de Jesús con su comunidad de discípulos (22,15-18). En cuanto Cena del Señor, la comida se relaciona con la vida resucitada de Jesús, con la comunidad apostólica (22,19-20).

LA ÚLTIMA CENA

La primera declaración se refiere a que Jesús come con los apóstoles la Pascua del sufrimiento. (Se lee el texto: 22,15-16).

La segunda declaración se refiere a la copa de acción de gracias que Jesús bebe con los apóstoles. (Se lee el texto: 22,17-18).

Al hablar primero de comer la Pascua y de su ardiente deseo, Jesús situó la comida en el contexto de su vida histórica. No era que deseara comer la Pascua como tal. Jesús lo había hecho antes muchas veces, como lo indica el propio Lucas en el relato de Jesús y sus padres en el templo.

Lo que Jesús deseaba era “comer esta Pascua”, una Pascua definida por su inminente sufrimiento y que él deseaba comer “con vosotros”.

En esa misma declaración, Jesús dio también a la comida una orientación hacia el futuro, hacia el momento en que comería de nuevo la Pascua con sus apóstoles, cuando el reino de Dios hallara su cumplimiento. Esta cena que Jesús iba a compartir en aquel momento con los apóstoles era sin duda la Última Cena de la vida histórica de Jesús, pero en ella Jesús estaba deseando el cumplimiento de dicha cena, tras su resurrección, en el reino de Dios.

En la segunda declaración, relativa a la copa que se bebe, Jesús también situó la comida en el contexto de su vida histórica, pero de manera indirecta. El deseo de Jesús de comer esta Pascua se estaba cumpliendo en ese momento; de ahí que diera gracias. La copa que Jesús bebió era la copa del sufrimiento del que en su oración pidió ser dispensado, pero que dijo aceptar si tal era la voluntad de su Padre (22,42). Jesús pidió a sus apóstoles que compartieran su copa de acción de gracias lo mismo que participaban de la Pascua. Como comunidad, iba a beber con él de la copa del sufrimiento.

En esa misma declaración, Jesús daba a la copa una orientación hacia el futuro, hacia el momento en que él volvería a beber del fruto de la vid en el reino de Dios. Ésta era sin duda la última vez que Jesús iba a beber la copa durante su vida histórica, pero la bebería de nuevo tras la resurrección, cuando el reino de Dios llegara en la vida de la Iglesia.

El cumplimiento en el reino de Dios empezó con la vida de la Iglesia apostólica, pero no llegó de repente. El cumplimiento perfecto se encuentra en el horizonte de la historia, donde la visión de dicho cumplimiento define la misión de la Iglesia. Por eso la Iglesia oraba y sigue orando: “Venga tu reino” (11,2). Por eso la Iglesia celebra la eucaristía.

LA CENA DEL SEÑOR

(A partir de aquí, sería bueno hacer hincapié en las consecuencias prácticas de la “celebración”, y las implicaciones para la Iglesia que celebra la eucaristía).

Tras presentar la Última Cena en dos unidades paralelas llenas de significado teológico, el discurso de Jesús pasa a la Cena del Señor, que, al igual que la Última Cena, se narra en dos unidades ricas en teología.

Para poner de manifiesto el carácter único de la Pascua, el niño más pequeño del seder judío pregunta: “¿Por qué esta noche es diferente de todas las otras noches?”. Para poner de manifiesto el carácter único de la última Pascua de Jesús tenemos que preguntar: “¿Por qué esta Pascua no fue como ninguna otra Pascua?”. La respuesta es clara: “Porque ésta  es la Pascua en que Cristo se ofreció a sí mismo para salvarnos a todos de la muerte”.

En la primera Pascua, Dios salvó a su pueblo de la muerte. En su celebración, el pueblo judío conmemora este gran acto de salvación. En su última Pascua, Jesús salvó al mundo entero de la muerte. En su celebración, los cristianos conmemoran su acto de salvación universal. Y lo hacen en la Cena del Señor, dando cumplimiento a la última Pascua de Jesús junto con la promesa inherente a la primera Pascua israelita. La primera Pascua condujo a la alianza del Sinaí y a la creación del pueblo israelita. La Cena del Señor celebra la nueva alianza y la creación del pueblo cristiano.

Lo mismo que la presentación lucana bipartita de la Última Cena, la Cena del Señor también se formula en dos partes: una presenta el pan-cuerpo de Cristo, la otra la copa-alianza en la sangre de Cristo.

La primera parte de la fórmula litúrgica indica lo que Jesús hizo y dijo en relación con el pan: (Se lee el texto: 22,19).

La segunda parte de la fórmula litúrgica indica lo que Jesús hizo y dijo en relación con la copa: (Se lee el texto: 22,20).

Cada una de las dos partes empieza con la conjunción “y”, lo cual las constituye literariamente en continuidad con la Última Cena y conecta ambas partes entre sí. Lucas introdujo el verbo “que se entrega”: “Esto es mi cuerpo que se entrega por vosotros”, dando dimensión histórico al texto eucarístico al conectar con la Pasión el don que Cristo hace de su cuerpo. Lo mismo cabe decir con respecto a la copa, “que se derrama por vosotros”. La Cena del Señor, acontecimiento litúrgico en el cual Jesús pide a los presentes que “hagan esto en recuerdo mío”, queda así sólidamente anclada en el acontecimiento histórico de la Última Cena y la pasión.

La primera parte de la fórmula litúrgica se centra en el pan y presenta la Cena del Señor como un acto de acción de gracias a Dios y como un acto de intercambio personal. Ambos aspectos, la acción de gracias de Cristo y el compartir de Cristo, constituyen el cuerpo de Cristo. A los participantes, que reciben el mandato de hacer esto en recuerdo suyo, se les pide que renueven la acción de gracias de Cristo a Dios, así como el compartir de Cristo entre ellos. Ambas cosas, acción de gracias e intercambio, son inseparables. No hay auténtica acción de gracias sin compartir, y no hay verdadero compartir sin dar gracias a Dios.

Hoy en día se tiende a interpretar la proclamación “Esto es mi cuerpo” desde la experiencia de la liturgia, en la cual quien preside sostiene el pan en sus manos al tiempo que dice: “Esto es mi cuerpo”. En ese contexto, “esto” se refiere directamente al pan, e indirectamente a lo que el pan simboliza. En el texto literario de Lc 22,19, como en los demás textos del Nuevo Testamento que hablan de la Cena del Señor, la palabra “esto” se refiere a “Tomó pan, dio gracias, lo partió y se lo dio”. En tal contexto, “esto” se refiere directamente a la acción de Cristo, a lo que hizo, e indirectamente al acontecimiento en su totalidad. Cuando Cristo manda a los apóstoles que hagan esto en recuerdo suyo, les ordena que hagan lo que él ha hecho. Cuando lo hacen en la Cena del Señor, cumpliendo así su orden, él se hace presente, dando gracias a Dios y ofreciéndose en y a través de la acción de gracias y la ofrenda de sí que ellos realizan.

La proclamación litúrgica, “Esto es mi cuerpo que se entrega por vosotros”, recuerda las palabras de Cristo al ofrecerse a sí mismo y pronuncia las palabras de la Iglesia al asociarse con la ofrenda de Cristo y el acto por el cual éste hace sacramentalmente presente dicha ofrenda. El cuerpo entregado es el de Cristo. Es también el de la Iglesia, sacramento del cuerpo de Cristo.

La eucaristía es la Pascua de Cristo y la Pascua de la Iglesia. Es la Pascua de Cristo en, con y por el sacrificio temporal de la Iglesia. Es también la Pascua de la Iglesia por, con y en el sacrificio eterno de Cristo.

La segunda parte del texto litúrgico se centra en la copa: “y de igual modo, después de cenar, tomó la copa” (22,20ª). Lucas hace referencia a la acción de la copa comparándola con la acción del pan: “y de igual modo la copa”. No la explica con detalle. En Lucas, como en Pablo, el acento no se pone tanto en la acción como en su significado, tal como es proclamado por Cristo: “Esta copa es la nueva alianza en mi sangre, que se derrama por vosotros” (22,20b).

La primera parte de la fórmula, “Esta copa es la nueva alianza en mi sangre”, es muy diferente de su paralela, la relativa al pan, “Esto es mi cuerpo”. La fórmula relativa al pan no menciona el pan, mientras que la fórmula relativa a la copa sí menciona la copa, “esta copa”. Sin embargo, el término “copa” no hace referencia a un objeto físico, como cabría concluir de la experiencia de la liturgia, donde el que preside sostiene la copa mientras pronuncia estas palabras: “Tomad y bebed todos de él, porque éste es el cáliz de mi sangre, sangre de la alianza nueva y eterna que será derramada por vosotros y por todos los hombres para el perdón de los pecados. Haced esto en conmemoración mía”. En Lucas, la “copa” o “cáliz” se refiere a un acontecimiento. Ese acontecimiento es la nueva alianza en la sangre de Cristo, que establece un nuevo conjunto de relaciones entre quienes participan en la vida de Cristo.

El término “alianza” hace referencia al acontecimiento histórico acaecido en el monte Sinaí cuando las tribus de Israel fueron constituidas en un solo pueblo (Ex 24,1-11). Dicha alianza se realizó con sangre, la sangre de los animales que fueron ofrecidos en sacrificio. Para los israelitas y otros pueblos antiguos, la sangre era el símbolo de la vida. Asperjar sobre el altar y sobre el pueblo la sangre de animales sacrificados simbolizaba la unión de Dios y el pueblo, que en ese momento participaban de esa vida que se ofrecía a Dios. Así fue como la alianza del Sinaí constituyó al pueblo de Israel en pueblo de Dios.

La copa de la Cena del Señor no era simplemente una renovación de la alianza del Sinaí. Era “la alianza nueva”, una referencia a Jr 31,31-34, que anunciaba “una nueva alianza” en la cual la ley estaría grabada, no en tablas de piedra, sino en los corazones de las personas, y Dios perdonaría los pecados del pueblo. La “nueva alianza” establecida por Cristo no se realizaría con la sangre de animales, sino con su propia sangre, “que se derrama por vosotros”. Se establecería con la sangre sacrificial de Cristo, el Cordero de Pascua.

Cuando, en la Cena del Señor, los cristianos hacen lo que Cristo hizo – a saber, toman la copa, dan gracias y se la dan unos a otros -, se unen a Cristo ofreciendo su propia sangre por los demás. Renuevan la nueva alianza en la sangre de Cristo. Se perdonan mutuamente, se dan unos a otros la paz y refuerzan la relación de alianza que les hace un solo pueblo de Dios.

La segunda parte del discurso (22,21-30) trata el asunto de la traición. Como la cena, está dividido en dos partes, la primera referida a la Última Cena (22,21-23) y la segunda referida a la Cena del Señor (22,24-30).

La traición en la Última Cena

Tras presentar la Cena del Señor (22,19-20), Jesús vuelve a la Última Cena, donde uno de los Doce, uno de los que se sienta a la mesa con él, estaba a punto de traicionarlo.
(Se lee el texto: 22,21-23.)

En Lucas, Cristo supone que los apóstoles saben de la traición venidera y anuncia que la mano del traidor está con él en la mesa. Cristo hace un comentario sobre la maldad de la traición, pero sin especificar quién podría ser el traidor. De ahí la reacción de los apóstoles. Sabiendo que había un traidor en medio de ellos, pero sin saber quién era, “se pusieron a discutir entre sí quién de ellos sería el que iba a hacer aquello”.

La traición en la Cena del Señor

La traición en la Última Cena terminaba con la discusión entre los discípulos sobre quién podría hacer una cosa así. Cuando se inicia la sección sobre la traición en la Cena del Señor, los apóstoles aún continúan el debate. (Se lee 22,24).

En esta ocasión, en el discurso de Cristo, el altercado responde al debate previo (22,23) sobre quién de ellos podría traicionar a Cristo. El debate de la Última Cena se resuelve en la Cena del Señor: quien traiciona a Cristo es quien busca ser tenido por el mayor.

Cristo aborda después esta nueva traición en la vida de la Iglesia. Primero habla a los apóstoles sobre el ejercicio de la autoridad y sobre la naturaleza del servicio dentro de la comunidad. (Se lee 22,25-27).

Cristo empieza evocando la figura de personas del mundo que buscan ser consideradas como las mayores, a saber, los reyes de las naciones y otros que ejercen la autoridad. Luego advierte a los apóstoles y a la Iglesia de que su modo de gobernar y de ejercer la autoridad no concuerda con la vida en el cuerpo de Cristo (véase 22,19) y en la nueva alianza en su sangre (véase 22,20). Dentro de la comunidad apostólica, los mayores deben considerarse los menores, como el niño pequeño de 9,47-48, y los que gobiernan deben tener la actitud del que sirve. Jesús se ocupó anteriormente de esta actitud en una parábola sobre el lugar de los sirvientes, que no han de esperar gratitud por el mero hecho de cumplir con su obligación.

Cristo hace una pregunta retórica acerca de quién es mayor. ¿Es el que está sentado a la mesa o el que sirve? La respuesta esperada es que quien está sentado a la mesa. Cristo hace hincapié en la respuesta esperada. “¿No es el que está a la mesa?”. Pero ésa no es la verdadera respuesta. La vida en el cuerpo de Cristo, en la nueva alianza, en el reino de Dios, vuelve del revés muchas expectativas.

En la Última Cena, Jesús estaba entre los apóstoles como el que sirve. En la Cena del Señor, la actitud apostólica correcta era la del servidor. Dicho de otro modo, quienes se reunían en la Cena del Señor no estaban haciendo en recuerdo de Cristo lo que éste hizo.

Después, Cristo se dirige a los apóstoles hablándoles acerca de su puesto y su papel en el reino. Se lee: 22,28-30.

Desde la perspectiva de la Cena del Señor, Cristo mira hacia atrás, a los acontecimientos de la pasión. En Lucas, los apóstoles nunca abandonan a Cristo. Judas, que era del número de los Doce, hizo más que abandonarlo, pero los Doce – esto es, la Iglesia en sus fundamentos apostólicos – perseveraron con él.

La negación en la Última Cena

En Marcos, Cristo anunciaba la negación de Pedro en el monte de los Olivos después de la cena (Mc 14,26.27-31). Lucas convirtió el anuncio en parte del discurso de Cristo durante la Última Cena. (Se lee el texto: 22,31-34).

El discurso hace resaltar la negación de Simón Pedro más que la traición de Judas, a la cual más bien quitó importancia. Cristo se dirige directamente a Simón, y lo hace repitiendo su nombre, “Simón, Simón”, lo cual es señal de un anuncio importante e indica un interés especial.

Pedro se apartó, pero regresó. Gracias a la oración de Cristo, la fe de Pedro no desfallecería, y gracias a la especial encomienda de Cristo de que confirme a la comunidad apostólica, la fe de ésta tampoco desfallecerá.

La negación en la Cena del Señor

Las comunidades lucanas afrontaban tiempos difíciles, en los que también estaban tentadas de negar a Cristo. Tras abordar la negación en la Última Cena, Cristo abordó la negación en la Cena del Señor, la negación que sigue produciéndose en la vida de la Iglesia. Se lee: 22,35-38.

En el futuro, “el que tenga bolsa de dinero que la tome, y lo mismo alforja”. Pero hay un cambio mayor aún: “el que no tenga espada, que venda su manto y se compre una” (22,36). Antes, cuando siguieron las instrucciones de Cristo en el grupo de los setenta y dos, no les había faltado nada. Por tanto, deben tener confianza en que lo mismo pasará con las nuevas instrucciones de Cristo.

La negación llegaría por malinterpretar las instrucciones dadas por Cristo de adquirir una espada. La espada de Jesús era simbólica, como la espada del Señor en Ez 21. Una espada es un instrumento de muerte. En Ezequiel, la espada del Señor es símbolo del juicio y el castigo divinos.

Cristo pidió a aquellos que iban a “sentarse sobre tronos para juzgar a las doce tribus de Israel” (22,30) que compraran una espada en vista del reino dispuesto para ellos. Dicha espada era la palabra de Dios (Ef 6,17), como la espada de dos filos del discernimiento (Hb 4,12) y la espada de dos filos que sale de la boca del Hijo del hombre (Ap 1,16; 2,12.16) y de la del Rey de reyes y Señor de señores (Ap 19,15).

Para cumplir su misión como servidores y jueces en la nueva alianza, los apóstoles tenían la espada de la palabra de Dios. Al rechazar la espada simbólica de Cristo y recurrir, en cambio, a un instrumento físico de violencia y de muerte, la Iglesia negaría a Cristo y fracasaría en su misión de anunciar la palabra de Dios.

E J E R C I C I O

Al grupo se le puede presentar la siguiente hoja:

La acción de gracias de Cristo y el compartir de Cristo, constituyen el cuerpo de Cristo. A los participantes, que reciben el mandato de hacer esto en recuerdo suyo, se les pide que renueven la acción de gracias de Cristo a Dios, así como el compartir de Cristo entre ellos.

Cuando en la Cena del Señor, los cristianos hacen lo que Cristo hizo – a saber, toman la copa, dan gracias y se la dan unos a otros -, se unen a Cristo ofreciendo su propia sangre por los demás. Renuevan la nueva alianza en la sangre de Cristo. Se perdonan mutuamente, se dan unos a otros la paz y refuerzan la relación de alianza que les hace un solo pueblo de Dios.

El sentido de la celebración y su autenticidad
van más allá del rito.
Depende, también, de la coherencia en la vida.

La traición en la Última Cena terminaba con la discusión entre los discípulos sobre quién podría hacer una cosa así. Cuando se inicia la sección sobre la traición en la Cena del Señor, los apóstoles continúan el debate.

En esta ocasión, en el discurso de Cristo, el altercado responde al debate previo sobre quién de ellos podría traicionar a Cristo. El debate de la Última Cena se resuelve en la Cena del Señor: quien traiciona a Cristo es quien busca ser tenido por el mayor.

El ser primero (con las connotaciones que Jesús señala) en contra del servicio.

En el futuro, “el que tenga bolsa de dinero que la tome, y lo mismo alforja”. Pero hay un cambio mayor aún: “el que no tenga espada, que venda su manto y se compre una”. La espada de Jesús era simbólica.

Cristo pidió a aquellos que iban a “sentarse sobre tronos para juzgar a las doce tribus de Israel” que compraran una espada en vista del reino dispuesto para ellos. Dicha espada era la palabra de Dios, como la espada de dos filos del discernimiento, y la espada de dos filos que sale de la boca del Hijo del hombre y de la del Rey de reyes y Señor de señores.

Para cumplir su misión como servidores y jueces en la nueva alianza, los apóstoles tenían la espada de la palabra de Dios. Al rechazar la espada simbólica de Cristo y recurrir, en cambio, a un instrumento físico de violencia y de muerte, la Iglesia negaría a Cristo y fracasaría en su misión de anunciar la palabra de Dios.

El poder, el dominio, la coacción en contra del discernimiento.

(Si los tres puntos son muchos para ser tratados, el grupo puede elegir el o los que guste.
En cada punto elegido pueden responder a estas preguntas:

1.- ¿Qué pensamos de nuestra vida a la luz de esto?
2.- Este grupo ¿qué gesto o acción puede realizar para ser coherente con el mensaje de Jesús en este punto?

  (Si el grupo está preparado y animado, puede preparar una acción, en concreto, para llevarla a cabo).

por José Cruz Igartua sss
Fuente: Religiosos Sacramentinos