Tema 1.10

PROYECTO DE EVANGELIZACIÓN
desde la EUCARISTÍA.
Etapa primera.

CON LA COMUNIDAD EN JERUSALÉN (24,36-53)
(Universalidad de la Iglesia en su alcance eucarístico)

La segunda comida con Jesús el Señor tiene lugar en Jerusalén, donde los discípulos de Emaús se unen de nuevo “a los Once y a los que estaban con ellos” (24,33). Es la primera comida de Jesús con la asamblea entera de la Iglesia, y a ella aludirá Pedro en el discurso que pronunciará en casa de Cornelio. “A éste, Dios le resucitó al tercer día y le concedió la gracia de manifestarse, no a todo el pueblo, sino a los testigos que Dios había escogido de antemano, a nosotros, que comimos y bebimos con él después que resucitó de entre los muertos” (Hch 0,40-42).

La comida con la asamblea entera en Jerusalén se centra en la misión derivada de la solidaridad de mesa con “Jesucristo, que es el Señor de todos” (Hch 10,36). Dado que Jesús resucitado es el Señor de todos, quienes comen con él aceptan la responsabilidad de llevar el evangelio a todos.

La comida final en Jerusalén pone de manifiesto que la eucaristía es un acontecimiento de misión. Dado que el Señor resucitado es Señor de todos, la asamblea eucarística debe tratar de llegar a todos, judíos y gentiles, proclamando el perdón de los pecados.

La comida en Jerusalén muestra la universalidad de la Iglesia en su alcance eucarístico.

Contexto y tradición

El presente relato figura inmediatamente después del de los dos discípulos que iban a Emaús y se relaciona muy estrechamente con él.

Este último relato se ocupa de un acontecimiento que afectó a toda la comunidad reunida. Una descripción más completa de la comunidad congregada en Jerusalén se puede encontrar en Hch 1,13-14. Entre quienes estaban con los apóstoles (Hch 1,13) habia “algunas mujeres, y... María la madre de Jesús, y... sus hermanos” (Hch 1,14).
El relato constituye una unidad perfectamente trabada, articulada en tres partes íntimamente relacionadas. En la primera, tras un nexo de transición con el relato de Emaús, Jesús se aparece a la comunidad, les saluda, les asegura que es real y no simplemente un espíritu, pide algo de comer y come el pescado que le ofrecen (24,36b-43). Esta primera parte proporciona la base para la segunda, en la cual Jesús pronuncia un breve discurso final, conectando lo que les enseñó mientras estuvo entre ellos con la misión que les ha encomendado a favor de todas las naciones, y anuncia que está a punto de enviarles la promesa de su Padre (24,44-49). En la tercera parte, Jesús les otorga la promesa de su Padre, bendiciéndoles solemnemente mientras asciende al cielo (24,50-53).

Como el relato de Emaús, también este segundo relato de comida con Jesús el Señor puede reflejar la forma que empezaba a adoptar la primitiva liturgia cristiana. Empieza, con un saludo de paz (24,36) y unas palabras tranquilizadoras, incluye una comida (24,41-43) y un discurso (24,44-49) y termina con una bendición de despedida para la comunidad que da culto (24,50-52).

El escenario: saludo y palabras tranquilizadoras (Se lee el texto: 24,36)

La asamblea empezaba con un saludo: “La paz con vosotros” (24,36). La paz es un tema muy importante en Lucas. En el nacimiento de Jesús, los ángeles haban hablado de paz en su cántico: “Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz a los hombres en quienes él se complace” (2,14). En la entrada de Jesús en Jerusalén, el pueblo había proclamado la paz: “Bendito el rey que viene en nombre del Señor! Paz en el cielo y gloria en las alturas” (Lc 19,38). Ahora, Jesús como Señor resucitado saluda con la paz a la comunidad reunida. Pedro aludirá a este acontecimiento en su discurso en casa de Cornelio: “Conocéis la palabra (que Dios) ha enviado a los hijos de Israel, anunciándoles la buena nueva de la paz por medio de Jesucristo, que es el Señor de todos” (Hch 10,36).

En sus instrucciones para la misión de los setenta (y dos), Jesús les mandó que dijeran al entrar en una casa: “Paz a esta casa” (Lc 10,5). Si en ella vivía una persona de paz, la paz reposaría sobre ella. Luego, los misioneros tenían que quedarse allí y comer y beber lo que les ofrecieran (10,6-7).

La paz es el saludo característico del Señor resucitado en medio de la comunidad, tanto de la comunidad en misión como de la comunidad congregada en la mesa del Señor, donde el saludo podía adoptar formas diversas.

La reacción inicial de la comunidad ante el saludo no refleja la paz que se le ofrece. Primero tenía que quedar convencida de la realidad de la presencia del Señor Jesús en medio de ella. Se lee el texto: 24,37-40.

El relato de Emaús indicaba que los discípulos reconocieron al Señor resucitado en la fracción del pan. En el relato de la asamblea de Jerusalén, Jesús demuestra a la comunidad que la persona a la que reconocían era real. Al principio, los discípulos creían estar viendo un espíritu y estaban “sobresaltados y asustados”, como las mujeres cuando dos hombres con vestidos resplandecientes se les aparecieron en el sepulcro. Su reacción no muestra nada del entusiasmo de fe de la comunidad al final del relato de Emaús.

Jesús les preguntó por qué estaban asustados y por qué se suscitaban dudas en su corazón. Después les invitó a mirar sus manos y sus pies. Dado que aparecía vestido, Jesús intentaba demostrar así la realidad de su presencia corporal. En Juan, cuando Jesús mostró a la comunidad las manos y el costado, les mostró sus heridas, pero en Lucas no se trata de eso. Sólo en Juan se nos informa de que Jesús fue clavado en la cruz (Jn 20,25) y de que le traspasaron el costado (Jn 19,34). Los demás evangelios, entre ellos Lucas, nos informan de que Jesús fue crucificado, pero no nos dicen cómo fue fijado en la cruz.

A continuación, Jesús invitó a la comunidad a tocarlo y a ver que, a diferencia de un ser puramente espiritual, era una persona de carne y hueso. Al decirles esto, les mostró las manos y los pies para que pudieran tocarlo y verlo realmente. En este punto tenemos que preguntar, no tanto quién era realmente el Señor resucitado, sino cómo estaba realmente presente ante ellos. En el relato de Emaús, el Señor resucitado estaba realmente presente en el viaje de la Iglesia en y a través de un desconocido. La presencia era real, pero simbólica o sacramental, por utilizar la terminología actual. Lo mismo se puede decir del presente relato. El Señor resucitado está realmente presente en medio de la comunidad. Está presente en la asamblea de una comunidad de carne y sangre de verdad.

Trabajo compartido a realizar

CUESTIONARIO:

1)   ¿Cómo tiene que ser una comunidad de “carne y sangre” de verdad?
2)   ¿Tienes alguna comunidad o grupo de este tipo más o menos?
3)   Haciendo memoria, ¿en algún momento comunitario has experimentado la presencia de Jesús?

La comida

A continuación pasamos a la comida, con la que Jesús sigue asegurando a la comunidad el carácter real de su presencia personal. Se lee el texto: 24,41-43.

Cuando Jesús demostró a la asamblea que su presencia personal en medio de ellos era real, el miedo inicial de éstos desapareció. No acababan de creérselo a causa de la alegría, y estaban llenos de asombro, cuando Jesús les preguntó si tenían algo de comer. En circunstancias normales, Jesús no habría tenido que preguntar. Ellos le habrían ofrecido alimento espontáneamente.

En la Última Cena, Jesús estaba en medio de los discípulos como el que sirve (22,27). Ahora estaba en medio de ellos pidiendo ser servido: “¿Tenéis aquí algo de comer?”, y “le ofrecieron un trozo de pescado asado” (24,41-42). Jesús, el Señor resucitado, estaba siguiendo las instrucciones que había dado a los setenta (y dos) para la misión, y estaba actuando como modelo para la misión futura. Tras saludarles con la paz, Jesús aceptó lo que le ofrecieron, un trozo de pescado asado o guisado, y lo comió delante de ellos.

El pescado evoca la fracción del pan en Betsaida, donde la comida consistió en pan y pescado (9,10-17), y aquella extraordinaria captura de peces tras de la cual Jesús les dijo a Simón Pedro y a sus compañeros Santiago y Juan que en adelante serían pescadores de hombres (5,1-11). La maravillosa captura de peces era símbolo de la misión cristiana y del gran número de personas que oirían y aceptarían el evangelio.

Discurso final

La comida proporciona un excelente fundamento para el discurso final de Jesús sobre la misión a todas las naciones. En el relato de Emaús, el diálogo preparó a los discípulos para reconocer a Jesús en la comida. En Jerusalén, la comida les prepara para entender el discurso de Jesús. Se lee el texto: 24,44.
Jesús respondía a todo lo escrito sobre él en las Escrituras, más concretamente, en la ley de Moisés, los profetas y los salmos. Todas las cosas relativas a él contenidas en las Escrituras eran como una promesa en relación con su cumplimiento. Ahora se había cumplido, como él mismo anunció cuando todavía estaba con ellos.

En efecto, era necesario (dei) que esas Escrituras se cumplieran. El plan salvífico de Dios no podía malograrse. En la narración lucana de la resurrección, esa misma necesidad (dei) regía la entrega, la crucifixión y la resurrección del Hijo del hombre al tercer día (24,7). En el relato de Emaús, dicha necesidad se refería al Cristo que tenía que sufrir para entrar en su gloria (24,26). En este momento se refiere directamente al cumplimiento de las Escrituras, como en la Última Cena a propósito de un pasaje escriturístico concreto, a saber: “Ha sido contado entre los malhechores” (22,37).

Luego dijo a la asamblea lo que ya les había enseñado en relación con la pasión-resurrección, como él mismo había hecho con los discípulos de Emaús (24,26) y como los dos hombres del sepulcro habían hecho con las mujeres (24,7). Pero en este momento Jesús amplió el mensaje para incluir la naturaleza, los objetivos y el alcance de la misión derivada de su pasión-resurrección. Se lee el texto 24,45-47.

Sus inteligencias tenían aún que abrirse a la comprensión de la enseñanza de Jesús sobre las Escrituras referidas a él, lo mismo que los ojos de los discípulos de Emaús tuvieron que abrirse para reconocerle en la fracción del pan.

La pasión-resurrección de Jesús trajo la salvación a todos los pueblos. Los que viven en solidaridad con Jesús – que resucitó de entre los muertos al tercer día, el día en que Dios salva a su pueblo – deben predicar la conversión (metánoia) para el perdón (áphesis) de los pecados, para que todos puedan ser salvos. El tema de la metánoia se introdujo en el primero de los relatos lucanos de comidas con Jesús, el banquete en casa de Leví, el recaudador de impuestos. En aquella ocasión, Jesús se refirió a los recaudadores de impuestos y a otros tenidos por pecadores.

Tras su pasión-resurrección, ahora que Jesús era Señor de todos, ese mismo mensaje se tenía que predicar a todas las naciones, empezando desde Jerusalén. La pasión-resurrección de Jesús transformó la mesa de Jesús el profeta en la de Jesucristo el Señor, convirtiéndola en el trampolín para la misión universal de la Iglesia. El mensaje de Jesús en este punto de su discurso final mira directamente a la historia de la Iglesia en misión, recogida en los Hechos de los Apóstoles.

Jesús termina el discurso declarando testigos a los discípulos y anunciando que él les enviaría la promesa de su Padre, alusión anticipada a Pentecostés, por lo cual deben permanecer en Jerusalén. Se lee el texto: 24,48-49.

Los apóstoles y los que estaban con ellos eran ciertamente testigos oculares (autoptai) de tod aquello a lo que Jesús aludía; pero, más que eso, eran testigos (mártires) de estas cosas. Como testigos oculares, estaban encargados de transmitir ese conocimiento a otros. Uno podía ser testigo ocular por accidente, pero para ser verdadero testigo tenía que ser llamado. Matías, por ejemplo, era testigo ocular, pero no fue testigo hasta que se le llamó a ser testigo de la resurrección (Hch 1,23).

Jesús iba a enviar “la promesa de su Padre” sobre ellos, haciéndolos herederos de las promesas que dios hizo a Abrahán, por cuya descendencia se bendecirían todas las familias de la tierra. Debían permanecer en Jerusalén hasta que fueran revestidos de poder desde lo alto, es decir, hasta que recibieran el Espíritu Santo. Sería con el poder del Espíritu Santo como desempeñarían su misión como “testigos” (del Señor) en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra” (Hch 1,8).

Celebración del envío

por José Cruz Igartua sss
Fuente: Religiosos Sacramentinos